Partida Rol por web

Llorando Pecados

Susurrando Ira

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27/01/2010, 11:56
Director
Sólo para el director
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03/06/2010, 12:00
Director

De nuevo todos se reunieron en el comedor, como ya lo estuvieran tan solo treinta minutos antes.

Únicamente 30 minutos. ¿Era posible?

30 minutos. Dos muertes. ¿Un accidente?. Una agresión. No era mal bagaje.

30 minutos... y aún quedaban más de seis horas de oscuridad. Funesta progresión.

Los tres grupos entraron por separado, aunque se encontraron con el mismo escenario. Sentadas a la mesa, como si nada hubiese sucedido, estaban las tres mujeres. En igual posición que durante la cena: la anciana en la cabecera, la mujer de negro a su derecha y la joven pelirroja a su izquierda. Las dos primeras conversaban entre susurros.

El primero en llegar fue el grupo de la cocina. Como se trataba del mayor de todos pronto el salón estuvo bien lleno de gente. Las caras eran fiel reflejo del trauma vivido. A continuación aparecieron Eminé, Alexander y Márgarett, ésta última era auxiliada por sus dos acompañantes. Mostraba claro signos de haber recibido un fuerte golpe, se agarraba el brazo derecho. Un último lugar llegó Allan Murray que ayudaba a caminar a Baird McKenzie. El médico, que sangraba por la cabeza, trataba de cortar la hemorragia con un pañuelo.

No resultaba sencillo decidir qué resultaba más sorprendente: si los rostros cenicientos y afectados de aquellos que hicieron frente al fuego; si la imagen vapuleada, cubierta de polvo y astillas de una señora ya mayor como Margarett; si la irónica, e incluso hasta misteriosa escena de un doctor aturdido conteniendo una herida propia o la media sonrisa, completamente fuera de lugar, que la anciana mostraba diáfana y cristalina frente a sí.

Sonrisa que, como pudieron observar aquellos más atentos, se ensanchó triunfante ante la entrada de Márgarett.

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03/06/2010, 19:13
Margarett Heisell

El trayecto desde el Salón de Lectura al comedor había proporcionado a Margarett el tiempo necesario para revestirse de la imperturbabilidad que consideraba necesaria y oportuna para la ocasión. La noticia relativa a la violenta muerte de James no se traslucía en su rostro más que un leve gesto circunspecto difícil de interpretar. Su brazo, recogido en cabestrillo en el chal de Eminé, al igual que el estado de su vestimenta y peinado, evidenciaban la existencia de un accidente reciente. Pero a pesar de la imagen defenestrada que pudiera ofrecer, su mirada, oscura y ardiente, así como su porte revelaban su condición de dama y señora.

Un enarcamiento de ceja fue todo cuanto se permitió al contemplar el alboroto reinante en el comedor o la herida que el doctor trataba de taponar en su propia frente. Un giro de cabeza le llevó a enfrentar involuntariamente su mirada con la de la anciana hermana del ahora presuntamente fallecido Conde de Fife. Su sonrisa triunfante no fue una bienvenida inesperada, aunque no por ello, menos molesta e insultante. Su respuesta fue simple, apropiada para el alma de aquella, su declarada enemiga. Una mirada capaz de congelar los mismísimos fuegos del infierno, una sonrisa sin embargo afectuosa y unas pocas palabras de asombrosa calidez.

- Mi más sentido pésame por la muerte de su hermano. Un doloroso trago que, sin duda, la afecta enormemente. Entiendo que en estos duros momentos, poco o nada podemos hacer por usted, pero si necesita un hombro amigo, no dude en recurrir a mí - dijo con voz sentida -. Deberá ser el izquierdo pues, en mi torpeza, mucho me temo que me he lastimado el derecho.

Sin esperar ni desear respuesta alguna, volvió la cabeza ignorando a la mujer y sus comparsas, avanzó unos pasos escudada en Eminé Leary y Alexander Duff.

- Lord Alexander, necesito sentarme. Pero hágame un favor. Consígame un jerez. Doble - le susurró.

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03/06/2010, 20:14
Allan Murray

El trayecto de Allan hacia el comedor, por el contrario, le había dado tiempo para dar rienda suelta a sus más salvajes delirios. Cuando entró a la estancia, lo hizo cargando al doctor, casi llevándolo en andas, como si de pronto el inspector hubiese extraído fuerzas extraordinarias de la nada y su cuerpo, su esbelta estructura de débil consistencia en el pecho, hubiese decidido hacer una proeza. Estaba agitado, pero el característico suave silbar quedaba diluido tras los pasos pesados que el doctor arrastraba, que incluso tapaban en sonido a los de él. Estaba agitado, pero cuando traspasó el umbral y miró, y se encontró de frente con lo que estaba sucediendo, fue como si el aire decidiera volver hacia adentro e inflar su presencia hasta volverla de piedra.

Echó una mirada, contabilizando. Buscó a Bruce. Lo buscó entre los rostros cenicientos, las heridas, las expresiones de trauma, lo buscó como lo había buscando arriba y como había encontrado el vacío. En su fuero interno, se estremeció, y lo hizo violentamente como si hubiese recibido el coletazo de Moby Dick o del Leviatán. Él no se caracterizaba por la sensibilidad, esa femenina cualidad intuitiva, esa que su esposa desplegaba como si fuera una esgrimista de las personas y las situaciones y siempre acertaba el sable directo al corazón. No lo hacía, jamás lo había hecho, pero de sólo ver las caras sintió algo, cualquier cosa, una certeza tan intensa y tan clara de la muerte, del terror, que el aire estuvo a punto de abandonarlo de nuevo y dejarle caer al suelo porque sus rodillas no le sostenían. Pero no lo hizo, pues escuchó las palabras de Margarett, y se sintió tan desbordado que reaccionó de la única forma que sabía.

Miró a los demás con profunda seriedad, con atención silenciosa, y ayudó al doctor a sentarse.

- Lady Heisell, por favor - dijo, mientras corría el sillón que estaba al lado, y lo movía para acercarlo a la anciana cuyo brazo hablaba las bibliotecas que sus palabras no - Tome asiento, mientras terminamos de acomodarnos a esta situación. También usted, lady Leary. En realidad, todos deberían hacerlo, sobre todo los que estuvieron en las cocinas, por favor. ¿Alguien más está herido? - preguntó, mirándolos a todos, incluso a las tres mujeres que parecían no haberse movido de sus sitios desde iniciado el fuego. Miró a Alexander, a quien sabía aún sangrante, y también a William, a quien sabía más propenso a padecer un accidente. Incluso a la enorme mole de Aengus - ¿Alguien?

Esperó a que le respondieran. Lo esperó. Podía esperar mil siglos, milenios, sin preguntar más.

Pero al final, sólo al final, lo hizo. Y lo hizo de la única manera posible: con inglesa educación.

- ¿Le he entendido bien? - Allan miró a Margarett - ¿Ha muerto el Conde de Fife?

Notas de juego

 ¿Falta alguien de los conocidos en la estancia? Además del Conde, claro.

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03/06/2010, 21:00
Margarett Heisell

- Gracias, señor Murray - agradeció Margarett Heisell tomando asiento en la silla que se le ofrecía. Un relámpago de alivio, casi imperceptible por su fugacidad, recorrió la faz de la mujer. Cuando, nuevamente, el inspector de la Corona se dirigió a ella formulando su escueta pregunta, Margarett asintió -. Así es, señor Murray. O al menos así me ha sido comunicado por su sobrino, Lord Alexander Duff, aquí presente - una mirada cargada de fuego, posesiva como la de una leona ante su camada, cubrió al noble al dirigir su mirada a este por unos segundos -. Ignoro los detalles, pero la muerte debió acaecer en las cocinas, mientras nosotros cenábamos. El fuego, cuya causa y propósito ignoro, han devorado su cuerpo. Aún así, parece no haber dudas acerca de su identidad.

Margarett guardó silencio unos pocos segundos, mientras mantenía sus ojos fijos en el inglés. En ellos bailaban soterradas emociones. Impulsos básicos acallados bajo sus formas tranquilas y su voz sosegada, elegante.

- Lamento que nuestro querido doctor Mckenzie se encuentre herido, pero estimo que sería oportuno que estudiara el cadáver para confirmar la identidad y establecer la causa de la muerte, así como prepararlo de cara a su futura inhumación. Estoy convencida, asimismo, de que el pastor McBean tendrá a bien realizar los sacramentos correspondientes, incluso post mortem - siguió implacable -. Igualmente, las autoridades deberían ser informadas de inmediato. Confío en que la señora de la casa tendrá a bien hacer que alguno de los hombres del conde se encargue de ello con la mayor presteza posible, aunque ello implique reventar la montura - su tono neutro se elevó levemente en la última frase. Si de algo estaba convencida era de que aquella mujer nada haría en aquel sentido, afirmara lo que afirmara en su respuesta, que, sin duda, llegaría pronta -. Son momentos duros y difíciles, momentos en los que debemos mantenernos unidos. Sí, muy unidos - y la mirada que acompañó a sus palabras, pareció querer hundir su mensaje en el cerebro del ingles. Era época de alianzas, de uniones, de hacer extrañeros compañeros de cama. Al menos, si lo que deseaban era sobrevivir a aquel caos.

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04/06/2010, 08:08
William McDonald

Ayudado por el gran Aengus, grande en tamaño, y también en humanidad y corazón, un William demudado había llegado junto con los nobles de las cocinas. Había hecho ese trayecto como si hubiera cruzado el mundo entero. La pierna le dolía, pero era lo de menos. Le dolía el alma, le dolía el cerebro.

Su rostro estaba cubierto de hollín, su ropa de cenizas. La barba estaba chamuscada. Ligeramente, no como la de Rosston, que aparecía realmente quemada, pero sí que mostraba que había estado muy cerca del fuego, y que no se había apartado de él. Y así había sido, había quedado pasmado, mientras a su alrededor las llamas luchaban por ganarle la partida al agua que la cadena humana acarreaba en cubos, y así se mantuvo hasta que se extinguieron.

En sus pupilas vidriosas tenía una imagen grabada. Cualquiera habría pensado que se trataba de la de ese cuerpo carbonizado, humeante, ese cuerpo calcinado que emitía un insoportable hedor de carne asada. Carne humana. Cualquiera habría afirmado con seguridad que estaba anclado en la imagen pavorosa de ese cuerpo retorcido, encadenado, atado con esa cadena de firme metal a su agonía, incapaz de escapar a la tortura para cruel disfrute de quien le preparara esa horrible muerte. El Conde. A quien odiaba aún muerto, pero por quien no podía dejar de sentir angustia al comprender su doloroso final.

No, la imagen que William no podía apartar de sus pupilas, de su cerebro, de su alma, era la de un muchacho fogoso que luchaba por sobrevivir contra la marea generada por las circunstancias, con una vida por delante. Segada. La imagen de Bruce degollado, el tajo en su cuello atravesando de rojo la piel del cuello abierto de parte a parte y su sangre en el suelo. Inerte como el hielo.

Con esa mirada entró, se sentó en una silla, se dejó caer. Y calló. No podía ahora mismo proferir palabra. Exhausto, dolorido en cuerpo y alma.

Asistió mudo al drama extraño de las tres mujeres susurrándose en la cabecera de la mesa, imperturbables. A la entrada de Margarett, con su brazo herido, ayudada por los demás. Quiso preguntar, pero no, no pudo sacar voz de su garganta abrasada, de su mente embotada. Y vio llegar al doctor, evidentemente agredido, una víctima más.

Abrió los labios resecos, pasó su lengua áspera intentando aliviarlos, preguntar, describir, hablar. La ceniza se esparció por ellos. Suspiró.

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04/06/2010, 13:50
Alexander Duff

Alexander ayudó a sentarse a Margarett, cuando está le pidió un Jerez Doble este sonrió recordando otros tiempos. ¿Cuantas veces la propia Margarett le había cuidado cuando el era solo un niño enfermizo?.

Cojeó por la estáncia, atento a todos cuantos iban entrando, escuchando cuanto decían mientras preparaba la bebida y luego cojeó de vuelta hacia quien durante tantos años había sido su tía.

Dió la vuelta caminando alrededor de la mesa situandose a mitad de esta y miró a aquella anciana que sonreía ante la muerte de su propio hermano. Pocas personas podían odiar más que él a su tío, de hecho Alexander debería estar alegre por aquel suceso. Pero no lo estaba, era dificil de expresar, como un cazador que durante toda su vida a perseguido una presa y que cuando había estado apunto de cazarla un tercer cazador se la hubiera arrebatado sin saber cuan valioso era aquel trofeo. Porque Alexander había dedicado toda su vida a vencer a su tío por lo que sonreir por la muerta de este era escupir en todo su trabajo, en todos sus esfuerzos.

Alexander se apoyó en la mesa mientras ponía su bastón sobre ella, como si fuera una línea que dividíera la mesa en dos. Miró fijamente a aquella vieja de la que no tenía una sola prueba que fuera su tía y sin apartar la mirada con un golpe seco dibujó un arco ras a la mesa, lanzando platos, botellas, vasos, cucharas y cuchillos al suelo con un tremendo estruendo que no se dibujó en su frío rostro que en aquellos momentos solo miraba hacia la mesa, como si aquella vieja nunca hubiese existido o no le importara.

Luego en el trozo de mesa que acababa de despejar puso una servilleta totalmente abierta sobre la cual empezó a posar cacahuetes mientras decía los nombres de los presentes en la cena. Un nombre por un cacahuete. A un metro de aquella servilleta puso otra servilleta -esta doblada- en la que dejó caer cinco cacahuetes.
Mi tío, su abogado, el doctor, el señor Murray y Duncan.

Luego cogió un plato de olivas dejandolo en el espacio que separaba una servilleta de otra. El servicio. Esto es la ubicación de todos nosotros, si la memoria no me falla, en el momento que nos separamos unos para cenar y otros para atender a mi tio. Lo más importante son los movimientos de la gente que le acompañó y saber en que momento se quedo solo... o solo con alguien.
Sacó uno de los cacahuetes de la servilleta grande y lo puso al lado del plato de olivas. Bruce sale del comedor, y este es nuestro punto de partida. ¿Doctor quien estaba con usted y mi tio?
Si ordenaban los movimientos de todos debía de salir el culpable. Estoy seguro dijo mientras su mirada se clavaba como lanzas de fuego -y con una ironía palpable- a aquella que se había convertio en su tía en hacía unas horas que el servicio cooperará totalmente en nuestras premisas para averiguar quién ha matado a su hermano. Hasta que no lo encontraran no sabrían que relación existía entre el asesinato y aquella harpía.
Y más importante, mientras todos estuviesen juntos correrían menos peligro.

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04/06/2010, 18:08
Aengus Rosston

Llegar al comedor supuso todo un respiro de aire puro para Aengus. Llegó ayudando a William, a un William que en esos momentos parecía total y absolutamente derrotado por los últimos acontecimientos. No se habían dirigido ninguna palabra en su recorrido desde el lugar en el que habían encontrado al joven Keenan sin vida y el comedor, pero tampoco era necesario. Valía más la mera presencia, sentir que no estaban solos en medio de tanta locura.

Solo cuando dejó a William sentado en una silla prestó atención a su enorme y ancha persona. Sintió como desaparecía la tensión de los últimos ¿minutos? ¿horas? ¿Cuánto tiempo habia pasado desde que se inició el fuego en las cocinas? No podía decirlo con seguridad. Solo podía decir que se sentía cansado y todos sus músculos se quejaban débilmente del esfuerzo al que habían sido sometidos. Se miró sus manos que dolían quedamente, envueltas aún en restos de su propio traje buscando protegerlas de unas seguras quemaduras que le hubieran producido el asa de los cubos con los que apagaron el fuego. Sus manos, sus queridas manos. Su mirada recorrió sus brazos, su traje, sus zapatos, todos negros de la ceniza del fuego, en algunos sitios quemados por las virutas incandescentes de la madera al partirse y ser vencida por el poderoso fuego o, tal vez por propias leguas de fuego, ya no lo recordaba. Tenía manchas en las mangas, en la izquierda para ser más exactos. Su propio vómito al ver el cadáver del Conde. Y no le hizo falta cerrar los ojos para imaginar, para ver, su barba y sus bigotes rizados y negros, achicharrados por el calor.

Suspiro. Estaba cansado mentalmente, pero algo le decía que la noche sería larga. Echó un vistazo al comedor y, tal y como las recordaba antes del incendio, las tres mujeres seguían en la mesa. Su impulso primario fue acercarse a darle el pésame a las tres, pues suponía que ya eran conocedoras de la suerte del Conde, pero su impulso fue cortado de raíz al empezar a llegar a más gente al comedor. Y descubrió que, no solo bastaba con la muerte del Conde y del joven Keenan, con incredulidad y desasosiego vio que había más gente herida. Allí parado junto a William no daba crédito a sus ojos. Cuando corrió hacia las cocinas todos estaban bien ¿qué había pasado en este tiempo? Su mente se abotargó aún más ante tanta información a la vez y desestimó intentar buscar una respuesta inmediata, ni siquiera intentó preguntar qué había ocurrido, pues ahora mismo se sentía incapaz de asimilar más actos de maldad en aquella mansión.

-No se preocupe por mí señor Murray –le contestó al ver como lo miraba, agradeciéndole su preocupación con un asentimiento de cabeza y levantando sus dos manos a la vez que su fuerte voz retumbaba en el comedor-¡ESTO NO ES NADA!

Negando con la cabeza ante los dos nuevos de heridos que acababan de entrar en el comedor, se acercó a la mesa y cogió dos copas con su mano y las llenó hasta casi el borde con agua. De un tirón acabó con la primera, la segunda fue directa a las manos de William.

-Beba un poco, lo necesita –le dijo al hombre, instándole a que diera buena cuenta del líquido fresco- Hemos estado mucho tiempo junto al fuego y .... en fin –dijo encogiéndose de hombros- no estabamos preparados para lo que hemos presenciado. ¡BEBA! ¡BEBA! Si quiere ahora le traigo algo más potente, pero termínese antes el agua. –le insistió antes de dirigirse con grandes zancadas hasta Lady Leary y Lady Heisell. Su gesto no daba lugar a ninguna duda sobre los sentimientos en esos momentos del enorme pintor. Sus manos se cruzaron, nerviosas, sobre su estómago y su bigote daba claras muestras del ligero temblor que su voz intentaba enmascarar con naturalidad -Señoras. Mis más sincero pésame por la muerte del señor James. Yo, bueno, yo, estuve en la cocina y lo ví con mis propios ojos. No, es decir, yo... –Aengus era medianamente bueno usando una paleta de colores y varios pinceles de diferentes tamaños y grosores, pero en cuestiones de dialéctica era consciente que necesitaba mejorar y mucho, así decidió no complicarse la vida pero ser sincero- yo...en fin, lo siento. Saben que cualquier cosa que deseen, pueden pedírmela –terminó con una ostensible, pero poco graciosa reverencia- ¡ESTOY A SU SERVICIO!.

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05/06/2010, 08:51
Allan Murray

Grandes cosas se sucedieron en momentos muy cercanos. Margarett disparó palabras de la más perfecta porcelana, y Alexander tiró todo el contenido de parte de la mesa haciendo que se clavara, estallara, contra el suelo de la habitación. Casi al mismo tiempo, William balbuceaba algo en labios entreabiertos, cenicientos, sin voz, sin fuerza. La fuerza con la que Aengus gritaba intentando superponerse con ello, con su fuerza y el escándalo, al terrible manto de terror que les cubría. Eminé guardaba silencio, un silencio delicado, ausente, un silencio que se parecía a la muerte, silencio que estremecía más que un grito. Todo eso impactó en Allan como una lluvia de puños o de espadas, lo atravesó de lado a lado, y casi lo desestabilizó. Pero no hizo movimiento alguno, ni su semblante experimentó cambios, pues estaba atado a los ojos de Margarett, que lo retenía quieto y aferrado como si lo estuviera encadenando.

El diálogo entre el inglés y la escocesa se dio a un nivel totalmente desligado de la realidad. Ambos habían mantenido las formas, comportándose con aplomo, evadiendo la histeria, incluso evadiendo las emociones humanas, ocultándolas bajo la pantalla de educación que les permitía seguir. Ambos veían bailar en los otros ojos aquellas sensaciones que retenían bajo la máscara del protocolo, del comportarse. Allan no sabía qué había sucedido allí que llevaba a la anciana a intentar acercarse a él de esa forma, pero su ignorancia no le impidió captar por completo el mensaje. No fueron sus ojos, si no sus palabras, lo que respondió a él.

- El doctor hará las certificaciones correspondientes una vez que se recupere del golpe que ha padecido - dijo, lenta y firmemente - Pues estará de acuerdo conmigo que, no por apresurarse a ello, pueda poner más en peligro su salud y después no sea capaz de atender a nadie que lo requiera.

Las palabras de Allan eran simples. Y llenas de significado. Se volvió hacia las tres mujeres sentadas.

- Les trasmito mis condolencias por el deceso. Haré todo lo que quede en mi mano para que lo que viene sea ligero, y desprovisto de los contratiempos que se han padecido hasta ahora - informó, con el mismo tono de voz. Profesional. Sosegado, diplomático, inglés - Cuando todo se normalice a niveles aceptables, podremos proceder con las correspondientes actuaciones - miró hacia los presentes, hasta que dio con quienes buscaba - Señor Buchanan, notario, les pido que me dediquen un momento de su tiempo en unos minutos. Haremos lo que nos toca hacer frente a esta situación, con la mayor rapidez posible.

Volvió a mirarlos a todos. Y supo lo que había sabido desde el principio. Lo supo. Allí no estaba Bruce.

- ¿Qué ha sido del joven Keenan? - preguntó, sintiendo que le iba a fallar la voz. Pero no sucedió. El único cambio fue que su acento inglés quedó más acentuado de lo que jamás había estado antes.

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05/06/2010, 11:31
William McDonald

William levantó los ojos de la copa de agua que le había dado un momento antes el hombretón que le cuidaba como se cuida a un niño, el bueno de Rosston. Estaba casi llena aún, la había acercado a su boca abrasada, pero a pesar de ello, apática. Había probado la frescura del contenido sin ansia, sólo con la inercia del que obedece. Su mente seguía completamente ocupada, desbordada, con esa imagen...

Pero levantó la vista cuando una frase resonó dando palabras a la imagen.

- ¿Qué ha sido del joven Keenan?

Había sonado en la voz de deje británico del inspector, y tuvo el poder de traerle de nuevo a la mesa, al comedor. A la presencia de los que estaban a su lado, o frente a él, porque sentía que así era: unos a un lado, otros enfrente. Y llegaba el momento de que se aclararan cosas, y posiciones. Las de todos, incluso, o sobre todo, las de esas tres mujeres. Una sensación aguda, punzante le atravesó. Revivió otra, una sensación que le había arrollado en otro momento, sensación de infinita angustia...

-Está... muerto. Bruce Keenan está muerto...

No había contención en su voz, no había matiz mate filtrado por la educación victoriana. Era su voz más pura, más primaria. Había clavado sus pupilas en el inglés, y luego las desvió a Margarett. Su mensaje era claro, estaban de un lado, el de Bruce. Pasó luego la mirada a Alexander, de éste a Eminée, tras ellos se diluyó en el doctor, el abogado... y por fin acabó en Aengus, el ángel protector. Eludió a conciencia a los nobles, no podía alinearlos. Y obvió con saña a las mujeres de enfrente, a las harpías. Se sentía en otro bando, aunque, probablemente era injusto, estaba siendo injusto, prejuzgando. Poniéndolas a las tres en el mismo saco...

-Degollado. -Siguió, esta vez con un tono ya frío, controlado. La ira iba anegándole, lenta pero implacablemente. Un tono mucho más bajo, casi susurrado. -Le han abierto el cuello de parte a parte, junto a las cocinas, en el pasadizo que lleva a los departamentos de la servidumbre. Está en el suelo, bañado en su propia sangre. La juventud derramada junto al resto de su tiempo, para siempre.

Esa ira susurrada se arraigó en su rostro, acerándolo, afilándolo. Y junto a la de sus facciones, se instaló en su mirada, los ojos dejaron de estar vidriosos para pasar a estar peligrosamente brillantes, fulminantes.

-En las cocinas quedó también lo que resta del Conde. Un cuerpo calcinado, encadenado a la columna central. Empapado en aceite, para que se convirtiera rápido en una antorcha humana. Así debió ser.

Crueldad en lo que decía, pero, por encima de ello, crueldad en cómo lo decía. Era una herida cada sílaba, cada letra de cada sílaba, cada sonido proferido. ¿Porqué disfrazar la verdad, si quién lo había hecho estaba allí delante...? ¿qué pretendían enmascarar con ese baile educado y civilizado...?

No, William estaba asolado. Nunca habría imaginado, en su odio de años, en su rabia ya habitual, que se sentiría como ahora. Y no, no pensaba ocultarlo tras una pantalla de buenos modos...

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05/06/2010, 13:31
Margarett Heisell

Todas las conversaciones del comedor quedaron bruscamente interrumpidas por el estruendo de la vajilla al ser arrojada al suelo por un agitado Alexander Duff. Los ojos de Margarett Heisell se entrecerraron levemente, ligeramente molesta por lo histriónico de su comportamiento. Su gesto bien podía ser interpretado como una provocación y en aquel contexto, la prudencia y la diplomacia debían gobernar sus actos.

- Sin duda, señor Murray, sin duda - respondió Margarett al funcionario, asintiendo suavemente con la cabeza, tras dar un sorbo al jerez y tras echar una breve ojeada a los movimientos de Alexander Duff-. Aunque en ocasiones, la realidad se impone a las necesidades y se hace necesario adelantar los acontecimientos, incluso sobre nuestras prioridades personales. Eminé, querida, ayúdeme a atender al doctor Mckenzie - dijo incorporándose de la silla en la que acababa de sentarse -. Esos cortes no suelen ser importantes, pero sí molestos por la sangre que cae sobre los ojos. Me temo que mi brazo me impedirá hacerle un vendaje en condiciones, pero con su ayuda, podremos hacer algo útil en estos momentos tan difíciles.

Y entonces, la lapidaria frase de William McDonald, dando respuesta a los interrogantes de Allan Murray y refiriendo la muerte de Bruce Keenan pareció congelar el tiempo. Margarett se detuvo, permaneciendo inmóvil, la mirada impertérrita fija en aquel heraldo de malas nuevas. Pero su inmovilidad fue proporcionalmente inversa a su agitada mente, flagelada por lo vívido de las escenas descritas por el caballero escocés. Cadenas, aceite, fuego, filo y sangre.

James y su hijo bastardo, muertos, asesinados. Absurdo e irracional desde una perspectiva lógica. Salvo que... la venganza sea el motor de estas muertes. Acabar con la casa Duff. Muertos James y su descendiente de sangre, solo queda Alexander como portador del apellido familiar y heredero del condado, porque dudo que Amabel Cameron lleve en sus entrañas a otro Duff. Si debiera apostar por un padre, ese sería Duncan. Sí, la crueldad de sus muertes, cremado uno, tal vez en vida, degollado el otro... Sí, venganza inspirada en un odio mortal y enfermizo. Todo susurra una ira contenida y alimentada durante años, buscando el momento, la ocasión, la oportunidad. Y nosotros somos el chivo expiatorio. Un plan perfecto. Practicamente todos los presentes teníamos motivos para odiar a James y buscar la venganza. Todos somos sospechosos y potenciales asesinos. Salvo ellas. Hermana amantísima, ama y señora de la casa, desolada pariente. Y sin embargo, sé que ha sido ella la instigadora, el cerebro, el alma mater de este infierno. Alexander, mi querido Alexander, mucho me temo que tú serás el siguiente si no hacemos nada por impedirlo. Pero, ¿cómo?

- Eminé, ayúdeme con el doctor.

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06/06/2010, 17:59
Alexander Duff

Cuando William habló absolutamente todo en cuanto había pensado desaparecío. Sus cábalas se convirtieron en ceniza portada por un viento helado que soplaba sobre sus cabezas.
Sus ojos se clavaron en Margarett durante un segundo, en aquel momento era la única persona de la que podía confiar. No intentó aparentar tristeza por Bruce, pese a que había empezado a entablar amistad con su primo eso era ya algo secundario ante el nuevo escenario. Tras los últimos acontecimientos, tras las últimas palabras que había escuchado de su tío, salvandole este la vida tras el mismo intentar quitarle la suya incluso había visto en su primo un rayo de esperanza para los Duff, si uno de ellos no era un monstruo, una aberración amoral capaz de todo había posibilidad para sí mismo.
La muerte de Bruce le había recordado porque los Duff siempre habían sido como eran, porque no había otra manera de ser. O aplastabas o eras aplastado.

En esos momentos él era el único Duff con vida, buscó con la mirada a la esposa de su tío. Alexander no estaba ya para falsas condolencias, más aún, tras el mismo haber intentado matar a su tío se había quitado de encima ya la necesidad de seguir etiqueta alguna en aquel respecto.
Aquella anciana no iba a permitir nacer a aquel Duff, fuera un bastardo o no lo que llevara en su vientre si no nacía no habría duda alguna. Aún así aquella mujer embarazada era un blanco demasiado sencillo, aquel bebe moriría en el parto.

Alexander intentó pensar con claridad, cogió el cacahuete que había al lado del plato de olivas y lo aplastó con cierto pesar. Bruce.
Si antes quería saber quién era el asesino de su tío, tras la muerte de Bruce Necesitaba saberlo porque también sería su verdugo si no lo impedía, siempre que fuese uno solo.
Fué por esa misma razón por la que no siguió con el juego de buscar el asesino: Ahora sabía que este iría hasta él.

El estómago empezó a arderle como si le hubiese alcanzado una flecha y cojeando se alejó de la sección de la mesa que había despejando y sentándose al lado de Margarett sin decir nada, se sumió en sus pensamientos con la mirada perdida en la nada. Estaba claro que tenía muchas cosas en las que pensar.

El Alexander Duff frío y calculador tenía que volver, con aquel Jaque se había dado cuenta de que en aquella partida de ajedrez él no era un mero observador, sino uno de los jugadores. Y estaba apunto de perder su propia vida.

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06/06/2010, 18:52
Alexander Duff

Sin desviar su vista perdida susurró unas palabras dirigidas a Margarett, tan despacio que incluso a esta le costó escucharlas.

Creo mi querida amiga que no llegaré a probar su jugo de repollo.

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07/06/2010, 18:45
Margarett Heisell

El mensaje que subyacía a las palabras que Alexander Duff le había dirigido, no le pasó desapercibido a Margarett. Sus entrañas se revolvieron, consciente de que el heredero de la casa Duff había llegado a la misma conclusión que ella.

- Acérqueme el maletín del doctor, Lord Alexander y ábralo por favor. Gracias. ¿Ve ese rollo de venda? Sí, justo ese. Déselo a Eminé - la voz de Margarett era contenida. Daba las instrucciones con la naturalidad de quien está acostumbrado a mandar y a ser obedecido. De hecho, parecía que no hubiera llegado a prestar atención a lo dicho por el noble, de forma tan privada e íntima. Nada más lejos de la realidad -. De acuerdo Eminé, ahora, antes de aplicar el vendaje, necesitamos limpiar la herida. Lord Alexander, ¿ve ese frasco? No, ese no. El marrón. Si lee la etiqueta verá que pone Cloruro cálcico. Sí, tengo una vista de águila, a pesar de mi edad y ciertos conocimientos básicos - señaló con una sonrisa cansada -. Eminé, use el antiséptico sobre la herida. Lo siento, doctor Mckenzie, ya sé que escuece pero es necesario. Ahora, véndele. Por el momento, será suficiente. Es un ejemplo claro de lo que propone la moderna medicina. Eliminar los riesgos de infección. Es necesario prevenir antes de que sea demasiado tarde. Un mal menor puede evitar un mal mayor. Tan solo hace falta saber dónde debe aplicarse el antiséptico, pues el abandono y la falta de atención pueden conducir a una sepsis y la muerte - el tono neutro y bajo, solo perceptible por el médico, Eminé Leary y Alexander Duff, no ocultaba el doble sentido de sus palabras -. Gracias a ello, uno puede llegar a disfrutar de las excelencias del jugo de repollo - dijo absurdamente en apariencia -. Bien, volveré a sentarme. Entiendo que aún hay muchas cosas de las que hablar en este comedor. Le agradecería, Lord Alexander que me acompañara. Mi brazo me imposibilita desenvolverme como me gustaría y me gustaría que no me dejara sola. Y la suya es una presencia confortadora y... protectora. En ocasiones, la soledad resulta atractiva, pero también puede resultar un incoveniente y más en mi actual estado de ... lisiada.

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08/06/2010, 12:33
Baird Mackenzie

La herida dejó de sangrar. El paseo hasta el salón y los cuidados recibidos devolvieron algo de color a la piel del doctor. Sus pupilas se fijaron, la expresión de desconcierto fue desapareciendo progresivamente.

-Gracias señor Allan. Señoras, Márgarett, Eminé, muchas gracias por sus cuidados. Ya me encuentro algo mejor, seguiré yo mismo - comentó con aire ausente, anclada toda su atención en la conversación que estaba teniendo lugar -. ¿El Conde... de Fife... ha muerto? ¿Están... ustedes seguros de eso? - la pregunta era absurda, él mismo lo sabía. No esperó respuesta.

Se incorporó tambaleante y se dirigió con paso lento hacia el pasillo que conducía a las cocinas.

-Padre McBean, ¿Querría usted acompañarme?... Pienso que su presencia allí puede ser incluso más necesaria que la mía… además, creo que necesitaré sustento en el camino..

Se detuvo antes de alcanzar la puerta.

-Le ruego que me disculpe, Alexander. ¿Me preguntó usted algo?

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08/06/2010, 12:52
Frasier McBean

El sacerdote había mantenido un oceánico silencio desde que se descubriesen los cuerpos de los dos fallecidos. No sólo eso. Su rostro se había congelado en una máscara de horror, limitándose a seguir a los demás de aquí para allá cuando éstos se movieron.

Incluso ahora, cuando el doctor McKenzie se dirigía a él directamente, se limitó a situarse a su lado tras unos segundos de desconcierto. Nada respondió.

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08/06/2010, 13:10
Duncan

-Bien escenificado señor Duff. Algo teatral para mi gusto, pero efectivo sin duda. Se me ha adelantado usted. Pensaba hacer una ordenación similar, aunque yo habría utilizado directamente a los presentes, separándolos a lo largo del salón en función de su situación durante la cena. No obstante, cacahuetes y olivas nos servirán. – el mercenario se dirigió a Alexander como si no hubiese nadie más en la habitación, o más bien, como si el resto de asistentes no gozasen de la menor importancia. Repentinamente, su tono al hablar con Alexander se había revestido de respeto -. Permítame que aproveche este inapropiado momento para darle mi más sincero pésame por la muerte de su tío. Y a la vez... creo que debo felicitarle. Es usted el único Duff que sigue con vida caballero. No se me ocurre mejor sucesor para Sir James.

Dejando tras de sí tan desconcertantes palabras, como quien acababa de conversar sobre la cosecha de primavera, se giró de forma serena hacia la mesa aunque no logró evitar que sus movimientos mostrasen la agilidad del depredador en alerta. Durante unos segundos estudió la disposición de frutos secos y aceitunas.

-Escuchen bien y háganlo todos, pues no es asunto menor el que nos ocupa. Hay un asesino entre nosotros. Por su forma de actuar nos ha demostrado que se trata de una persona fría, preparada y sin escrúpulos. En apenas unos minutos ha sido capaz de matar al Conde de Fife y al señor Keenan… y el que ahora mismo se encuentre entre nosotros, en este mismo salón, es una opción que no podemos descartar – se aseguró, con aquellas pocas frases, la atención de todos los presentes -. Vamos a comenzar por el principio, como ha comentado el señor Duff, desde el momento en el que Bruce Keenan abandonó el salón.

El movimiento del doctor McKenzie y su confusa pregunta a Alexander exasperó a un ya de por sí tenso Duncan.

-¡Le ha preguntado que quien estaba con usted y el difunto Conde de Fife cuando le estaba atendiendo en sus habitaciones! - gritó de improviso.

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08/06/2010, 13:12
Baird Mackenzie

El médico se sobresaltó visiblemente.

-Yo... yo... no llegué hasta el despacho del Conde... alcancé el primer piso... me crucé con el señor notario y el señor abogado... acababa de dejar atrás las escaleras... al poco de girar el pasillo algo me golpeó en la cabeza... caí al suelo.. - relató el doctor entre temblores.

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08/06/2010, 13:22
Anciana

Mientras, en otra zona del salón, una corta, muy corta conversación finalizaba de forma bastante enigmática.

La voz rasposa, arenosa, de la anciana se dejó escuchar a espaldas de Márgarett cuando ésta se alejaba de ella tras ofrecerle el pésame.

-¡JA! ¡Magnífico! - se trataba de una muestra de regocijo, más que una carcarjada, y fue acompañada de un golpe triunfante sobre la mesa. El tono cambió, no obstante, a partir de ese punto convirtiéndose en un fino siseo -. Durante años me he preguntado por qué él te eligió. Ahora ya lo se - mantenía una sonrisa torcida, difícil de interpretar -. Pierde cuidado, amiga, haré caso a tu ofrecimiento y dispondré de tu hombro izquierdo... también.

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09/06/2010, 06:22
Allan Murray

Allan estuvo seguro de que algo continuaba pasando a su alrededor. Lo estuvo, pero no fue capaz de entender qué era, ni en qué orden se daba, ni quiénes eran sus actores. Todo se había reducido a las pupilas de William y a cada una de sus palabras que, como el mar embravecido, habían comenzado pegando en él como una gigantesca y fuertísima ola. Le habían desestabilizado, y Allan sentía como si hubiera caído al mar desde un altísimo acantilado, evitando por milagro las piedras, y hundiéndose en las profundidades sin remedio. Pues luego de la primera fueron más, una tras otra, metiéndolo cada vez más abajo, volviendo todo cada vez más borroso, erosionándolo como si le comieran la carne. Aislándolo de todo, volviéndolo todo silencio, todo lo mismo, todo oscuridad.

Permaneció quieto, inmóvil, su rostro transformado en una máscara de seriedad que ocultaba todo lo demás. Desde el inicio, había tenido la intuición que Bruce había encontrado la muerte, o al menos que iba al encuentro de ella. Desde el grito de que habían encontrado un cuerpo en el fuego, había mantenido el escalofrío de creerlo el del joven. Luego, se había negado a sí mismo esa posibilidad transformándolo en un posible asesino, encendiendo una distracción para poder ir en la búsqueda de su venganza. Con toda la contradicción de su carácter, había encontrado incluso reparadora, tranquilizadora aquella idea, y había intentado correr en la búsqueda de detenerle, o de evitar que alguien le encontrara antes que él, o de evitar que muriera por un plan que había salido mal. Y ante encontrar el vacío, su nudo en el estómago había crecido al considerar de nuevo la primera idea, la única en verdad. Y allí estaba.

Sintió que las rodillas le fallaban y que la nausea acudía a su boca como había acudido la locura a su espíritu. Entendió claramente las manchas en las mangas de Aengus, y por un momento envidió que hubiera podido permitirse hacer eso en público. Su cuerpo reaccionó cerrándose herméticamente, conteniéndose, manteniéndose entero, comiéndoselo todo. No podía abrir la boca, no sólo porque no sabía qué decir, si no porque sabía perfectamente que cualquer movimiento terminaría con él en el suelo, vomitando, incluso llorando, quizás tirado, quizás desvanecido. El aire en su pecho se había detenido, como el tiempo, como todo, incluso como sus pupilas. Sus pensamientos habían desaparecido. Estaba en blanco.

La muerte le había rozado, por fin, verdaderamente. De su mano acudieron su esposa e hijas, y un escalofrío, un presentimiento.

- Por Dios - musitó, lo único, como un vómito de lo más interno de su alma.

Las cosas comenzaron a volver, lentamente. Primero fueron los olores, el aroma a sangre, a pelo quemado, aromas ácidos, a madera consumida, perfumes deteriorados, césped y agua, carne asada, transpiración. Luego fue el oído, y llegó a tiempo para escuchar una retahila de palabras imperiosas, un diálogo, un desliz como de arrastre, un golpe, un silencio atronador, y cada uno de los pequeños sonidos que hacen las brasas y los restos de un fuego que ya se ha consumido para dejar de existir. Y al final fue la vista, y la habitación volvió, y William fue un rostro más que unos ojos, la silla fue nítida, Aengus un hombre y no una franja diluida de oscuridad. Allan logró enfocar, enfocarse por fin, y ajeno a todo lo que se había dicho y lo que no, se dio vuelta hacia los demás.

- Señor Buchanan, notario - repitió, como si todo en ese intermedio no hubiera existido - Una vez que los caballeros terminen de dictaminar sus sospechas, hemos de atender el asunto desde lo que nos corresponde.

Miró al doctor, como si fuera a decirle algo, y lo vio temblar. Allan se acercó, y le puso una mano en el hombro.

- Doctor, yo le vi tirado e inconsciente. Ningún grito de nadie evitará que eso haya sido así. Tranquilícese, y quédese por un momento aquí, antes de volver a exasperar los ánimos que por el luto se encuentran indudablemente volátiles.

Luego miró a la anciana, y a Duncan.

- ¿Dice que una sola persona fue a buscar al Conde a sus habitaciones, cargó con él hasta las cocinas en el más absoluto de los silencios, le encadenó a una viga sin que nadie lo escuchara y encendió los fuegos sin que nadie lo viera? - Allan no arqueó las cejas, pero sólo eso le faltó para completar el cuadro - Y luego degolló también al joven Keenan sin que nadie lo viera, posiblemente porque fue descubierto mientras intentaba escapar - su tono no cambió ante la mención, aunque Allan sintió mil agujas atravesándole el pecho e intentando llevar lágrimas a sus ojos - Esta persona no sólo tenía planeado lo primero si no que, además, tenía un arma preparada para lo segundo. Algo que suena realmente excesivo e improbable a menos que su presencia no causara sospechas entre las personas que, en ese momento, efectivamente se encontraban fuera del comedor.

Notas de juego

¿Nadie falta en la habitación más que Bruce?