Partida Rol por web

Sin pensárselo dos veces y aprovechando la cercanía de sus atacantes, John disparó de nuevo hasta vaciar el cargador de su arma mientras intentaba escapar por donde había entrado al túnel.

Aprovechando la cercanía de sus atacantes, John disparó de nuevo. Apuntó a Robert y disparó dos veces

Estando tan cerca era dificil fallar, por lo que escuchar el gemido de Bob al impactar la bala en su pierna derecha fue lo esperado. El segundo disparo, sin apuntar, entre la maraña de miembros, se perdió sin causar daño.

El ghoul, que seguía indemne, lanzó una dentellada contra el cuello de John que falló por muy poco. El cuchillo de Robert también pasó a unos centimetros de su cara. Los dos disparos recibidos estaban haciendo mella en el hombre, que se mantenía combativo gracias a los torrentes de adrenalina que corrían por sus venas.

Robert estaba tocado, así que John decidió desviar sus próximos ataques hacia el ghoul. Apuntó lo mejor que pudo y gastó sus tres últimas balas en disparar al monstruo.

Lo que aconteció a continuación fue una serie de ataques y contraataques que no hicieron daño ni a uno ni a otro bando.

Un gasto inútil de munición y energía.

Una vez con el cargador vacío John retrocedió como pudo para intentar volver a cargar la pistola

John sabía que era arriesgado, pero si quería salir con vida de aquellos túneles tenía que recargar su arma.
Mientras rebuscaba en los bolsillos de su gabardina, el ghoul lanzó un ataque al cuello del detective que, haciendo gala de uno reflejos dignos de un felino, se agachó justo a tiempo de ver cómo las garras de la criatura se estrellaban contra un saliente rocoso, haciendo brotar la sangre y un alarido de dolor.

Por su parte, Robert, al encontrarse libre del asedio de las balas, pudo acertar a su enemigo. El filo del cuchillo de Wateland hendió el costado de John, justo en el momento en el que un "click" le indicaba que su arma estaba lista para actuar.

La cosa se estaba poniendo fea, pero John no tenía intención de acabar sus días en esos túneles ocultos y seguramente, acabar siendo el alimento de esas criaturas del demonio. Con el arma a punto y lleno de furia por la herida que le había hecho Robert volvió a apuntar y le disparó tres veces seguidas. 

Hubiese pecado de optimista si hubiera pensado que el primer disparo alcanzaría su objetivo, no fue así.

Si embargo, justo cuando el cuchillo de Bob empezaba su descenso mortal hacia el pecho de John, una bala entró por su ojo derecho, dejando a su paso un rastro de sesos, Robert Wateland era historia.

Ahora tocaba encargarse de la deforme criatura cuya única obsesión era clavar sus afiliados dientes en la carne del investigador.

-Por fin algo de buena suerte!!!- Pensó John mientras observaba como Robert se desplomaba en el suelo con la cabeza destrozada. Ahora se tenía que ocupar del otro cabrón que no hacía más que mandarle dentelladas. Desde la posición en la que se encontraba intentó apuntar lo mejor posible y volvió a disparar.

Cuando el cuerpo sin vida de Wateland comenzó su descenso hasta el suelo rocoso de la caverna, John se giró y apuntó el cañón de su pistola contra el monsturo que le asediaba. Una sucesión rápida de disparos que practicaron dos perforaciones, una en el torso y otra en el hombro del ghoul, dejándolo bastante malherido.

Se encontraba en tan mal estado que su siguente ataque, si apenas impetu, no estuvo ni por asomo a la altura de las circunstancias.

Con un enemigo menos John se vino arriba. Además, viendo en la situación en la que estaba el ghoul no le resultaría difícil deshacerse de él, así que volvió a apuntarle y a disparar otras tres veces.

Disparos, grarras, dientes... Un amasijo de miembros, plomo y fuego que, una vez más dejaba en tablas a ambos contendientes.

Al intentar realizar el tercer disparo, John se percató de que, una vez más, no tenía munición.

- Mierda!!!! -Exclamó para sus adentros Finder al comprobar que se había quedado sin munición. Tenía demasiado cerca al ghoul, así que dudaba de que tuviese oportunidad de cargar el arma, por lo que decidió liarse a puñetazos con la criatura.

Cuando John se disponía a golpear con toda su alma a la criatura con la intención de partirle algún que otro hueso, ésta, en un alarde de energía y agilidad, se encaramó al detective propinándole un mordisco en el cuello del que empezó a brotar la sangre mientras la bestia intentaba cerrar sus garras en torno al tronco del hombre.

Aún así, algo dentro del investigador le decía que, o golpeaba a ese engendro o estaba perdido. Se encomendó a Dios y golpeó con su puño en la sien del ghoul.

Un crujido sordo acompañó al puñetazo. La criatura se quedó inmovil un instante y después calló al suelo con el cráneo roto.

Viéndose libre de sus atacantes, aunque bastante maltrecho, John decidió salir de allí cuanto antes. Para ello desando sus pasos por el túnel por el que había entrado, y acordándose del ghoul que había desaparecido un rato antes de iniciarse los enfrentamientos fue cargando el arma por si se lo encontraba por el camino.

Corriendo, o más bien arrastrándose por el camino que había seguido hasta allí, John llegó al agujero en la lápida y desde allí al cementerio de San Lázaro. Echó un vistazo hacia atrás para asegurarse de que ninguna de esas criaturas seguía su rastro. Cuando estuvo seguro se encaminó hacia el muro atravesando la glorieta dondo se encontraba la estatua del santo que, según la Biblia, se había levantado de entre los muertos.

Una risa histérica acudió a la garganta de John cuando su abotargado cerebró se dió cuenta de la ironía de aquella situación, observando al santo resucitado después de haber sido atacado por un resucitado que nada tenía de santo.

Recobró la poca compostura que le quedaba y siguió su camino preguntándose como saldría de aquel maldito lugar. Cuando llegó le resultó muy facil saltar el muro, pero en su estado era algo realmente improbable, se tanteó la herida del cuello, al menos había dejado de sangrar.

Al llegar se encontró con una pequeña cancela con un candado de latón. -Genial, más mala suerte- pensó mientras metía las manos en sendos bolsillos de la gabardina.

Sus dedos tocaron algo metálico, las llaves que le había dado Amanda, las sacó y probó una por una hasta que la última le dió una pequeña aunque merecida satisfacción cuando abrió el candado y le dejó paso franco al exterior del recinto.

Encontró un banco y se sentó a descansar. Había olvidado lo bien que olía el aire fresco.

Al abrir los ojos, los primeros rayos de luz teñian el cielo de sangre y oro, se levantó y encaminó sus pasos hacia la estación de tren. Una vez allí se asearía como pudiese y cogería el primer tren a Boston, no quería pasar ni un minuto más en aquel pueblo infernal.

Sabía que nadie lo creería si contaba lo que había visto, por lo que decidió no ir a las autoridades, no tenía sentido perder más tiempo allí.

Nadie creería su historia sobre los habitantes de la fosa.