Partida Rol por web

Los Hijos del Acero.

Thiaras. Hermana de la noche.

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03/01/2017, 09:35
Nork

Durante todo el viaje de vuelta estuvo silencioso, pensando en los cuerpos que habían encontrado, su fragilidad,  en como se había roto con sólo tocarlo y que con toda posibilidad Thiaras sufriría el mismo destino.

Llegaron a las murallas de la ciudad y se enteraron de que lo que fuera estaba en la otra parte de la misma. Entrar y reconocer la derrota no serviría de nada, quizás para que sus cabezas fueran clavadas en picas ¿entonces por qué no alejarse y perderse en otra ciudad? Porque aquel mal no iba a quedarse allí. Cuando acabara con los habitantes de Thiaras buscaría una nueva ciudad y Nork no quería vivir huyendo, nunca más.

- Estoy de acuerdo con Cuervo, debemos entrar al otro lado de la ciudad. En cuanto al Lord ¿por qué contarle la verdad? No nos creerá, ¡Crom! yo lo vi y me cuesta creerlo.- No hacía falta ser muy listo para entender que no iban a sacar ninguna recompensa y lo primero era salvar la cabeza.

- O vamos directamente al otro lado de la ciudad y cruzamos por su puerta que es lo que yo haría- ​dejó unos segundos para que lo pensaran - o mentimos a Lord Ceboso haciéndole creer que convencimos a nuestro hombre y el estar en la otra parte de la ciudad es parte de su estrategia jugándonos el cuello.

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04/01/2017, 00:12
Geki

Geki comprendía a Abisys, de verdad que lo hacía. Ningún animal le hacía eso a una persona. Sus conocimientos podían fallar allí, claro, el norteño era consciente de eso. Tal vez en el desierto hubiese algún depredador, alguna araña gigante según la descripción de sus compañeros, pero seguramente no pudiese acabar con todo un campamento, casi un pequeño poblado, con tanta facilidad. No, eso había sido algo que se escapaba a las leyes de la naturaleza.

-Conozco algunas historias, Abi- respondió Geki, algo sombrío. -Y no me gustaría toparme con algo que mis armas no puedan herir. Sería horrible, mirar la muerte a los ojos sin poder hacer nada contra ella.- Se encogió de hombros. -También conozco otras historias típicas de mi tierra. Gente como yo se mueve… da igual si durante la noche o a media mañana, de todos modos el sol no puede atravesar las nubes. Se acerca a un poblado, despedaza a los pocos hombres que quedan dentro, se divierte con las mujeres, y luego las mata junto a sus niños. Conozco la crueldad de este mundo sin ninguna necesidad de enfrentarme a una fuerza natural. He pasado días enteros cavando tumbas de pobres diablos a los que jamás conocí, y a los que nadie avisó a tiempo. Si una criatura de la oscuridad fuese a venir a mi casa para sorberme las entrañas, querría que alguien me lo dijese. Quizás echaría a correr. El problema es que quien lo sabe ahora soy yo, somos nosotros. Nadie va a saber lo que ha ocurrido aquí si no llevamos nosotros el mensaje. ¿Lord Kebb? Él, sus hombres, y sus enemigos, pueden pudrirse pasto de los gusanos, poco me importa. No es más que otro insensato con ambiciones de crear su propio reíno. Sin embargo sus sirvientes, o los mercaderes de la ciudad, merecen saber que el lobo va a ir a buscarles.-

Por tanto, suponía que había dejado claro algo más. No era partidario de mentir a su patrón. No es que sintiese lealtad ni nada por el estilo. Creía que mentir sobre un trabajo fallido era una muestra de debilidad. No habían fracasado por empuñar mal las armas, o por tener malas dotes para la diplomacia. Habían fracasado porque la información era mala. Kebb podía ignorar ese hecho, pero estaba seguro que Oggo atendería.

-Si mentimos, convertimos esto en una derrota personal. Si decimos la verdad, nos mostraremos fuertes. No vamos a ir con una excusa. Vamos a ir a decirle que su información era mala, que ya era tarde, y que todos en el oasis han muerto. Al menos eso pienso yo. -

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08/01/2017, 02:09

Thiaras, Oeste. La puerta, el desierto, un rostro conocido que escondía un posible infierno o un dudoso paraíso. Todo mercenario sabía que no debía fallar en su misión. Todo mercenario sabía que era prescindible para su patrón. Que era más valioso el éxito del encargo que su vida. Y, tras el éxito, el oro era más valioso aún. Algunos patrones no pagaban, otros esperaban no hacerlo. Enviaban a los mercenarios a un aciago destino, encomendándoles problemas que ellos no podían manejar. O problemas a los que no se atrevían a enfrentar. Exigían porque pagaban, pero no eran mejores que ellos. Al menos, entre los mercenarios se seguía la senda del acero, existía un código privado. Algo íntimo que les hacía trabajar como soldados, a veces, y como rebeldes, en otras. Esta vez tocó actuar como soldados.
El cuarteto se dejó ver, las puertas se les abrieron. Vieron a los nemedios en la muralla, los mismos hombres, los mismos rostros cetrinos, los cabellos rubios, al gordo Heim y su semblante rígido, igual que si le hubieran metido el asta de una lanza por donde nunca le daba el sol. No vieron a Brann. No tuvieron problemas. Espolearon a sus monturas, el sol estaba derramando su icor dorado sobre la piel granulada del desierto. Otro acto íntimo, y obsceno, si uno sabía ver.
Las rameras se retiraban con la bolsa más o menos llena, los mercenarios que montaban guardia en el palacio se daban el relevo, los mercaderes más trabajadores, y los más avariciosos, empezaban a preparar sus puestos en el mercado. La ciudad despertaría en breve. Cuando llegaron al palacio, esa oda al mal gusto, sobrecargada en oro, marfil, joyas y lujo desmedido, descubrieron que su patrón había tenido mal sueño y que les había estado esperando durante toda la noche. Su humor no sería muy bueno y no sería mejor después de escucucharles.
Lejos del ambiente festivo donde le habían conocido esta vez le encontraron en una salita más escueta, aunque ricamente adornada con tapices tejidos con oro blanco y electro del más ofensivo de los azules. En una silla gruesa, rematada en incrustaciones de marfil y pan de oro, Lord Knebb analizaba unos planos y unos textos, todos en papiros viejos. Una copa de vino, del más fino cristal, y el imperturbable Oggo, a su espalda, eran su única compañía.
Cuando Lord Knebb les vio no hicieron falta muchas explicaciones. Oggo también comprendió.
—No está con vosotros —aseguró el supuesto noble interrumpiéndoles cuando empezaron a hablar —. ¿Sabéis por qué lo sé? —su mirada porcina estaba fija en Abysis pero el resto podía notar como resbalaba también sobre sus pieles —. Hace no menos de una hora uno de mis vigías avistó a siete jinetes que provenían del desierto. Pensé, oh Vesta, son mis hombres que han logrado convencer al estratega. Pensé mal. Los siete jinetes se adentraron en el Este, en la Thiaras de lord Benrat. Hace no menos de quince minutos me ha llegado la misiva de mi contacto. “Fallamos”, dice. Fallamos —se detuvo, visiblemente cansado, peor en su decepción —. Así es como Lord Benrat logra el apoyo de un hombre excepcional y yo tengo que conformarme con…—estiró las manos, primero como si estuvieran llenas, luego como si las vaciara —…mercenarios. Fuera de mi ciudad.
Volvió su vista a los papeles. Antes de que el temperamento encendido de cualquiera de ellos saltase como chispa en campo seco, Oggo se adelantó.
—Señor, creo que aún podrían ser útiles.
—¿Y cómo?
—Habéis ordenado doblar las guardias de palacio y en las murallas, también en la Grieta. Habéis triplicado vuestra guardia y la de vuestra hija. La de una de ellas. Lira no tiene escolta.

Las palabras de Oggo despertaron el entendimiento de su señor quien abrió los ojos de súbito, como quien recuerda algo importante.
—Cierto, Lira. Y no hay nombres suficientes. No puedo prescindir de nadie. Como siempre, Oggo, ves todas mis flaquezas. Lira. ¿Crees que podrían querer hacerla daño? ¿Usarla contra mí? ¿A ella que menos que nadie tiene que ver con esta guerra? ¿A ella, la hija que repudia a su padre por ser merecedor de lo que es suyo? Si, seguro que nuestro común enemigo la usaría sin miramientos. Yo haría lo mismo —sus ojillos volvieron a deslizarse sobre los Perdedores —. Un trabajo de escolta. Mi hija Lira. Una semana. El precio —elevó las manos, les hizo mirar a su alrededor, a los tapices colgantes de las paredes, a los jarrones de fina loza traídos de la lejana Kithai, a la exuberancia del palacio con sus columnas enroscadas y sus techos de cristal—. El precio no importa. Cuidad de ella. Y ahora, fuera.
Volvió a sus papeles, visiblemente nervioso. Oggo se adelantó, les encomió a abandonar la sala. No era momento para más palabras. Les ordenó que le siguieran. Era un supervisor pero se comportaba como un capitán de la guardia.
—La pelea con Brann os retrasó más de la cuenta. Ahora Benrat cuenta con ese hombre entre sus filas y nuestro señor anda inquieto. Y yo también, no sé porque —andaba rápido por palacio. Los copados pasillos, las salas de diversiones, los baños y el harem, estaban vacíos, en silencio. Mirasen a donde mirasen veían guardias apostados en las esquinas, parejas de mercenarios recorrieron perímetros trazados con inteligencia, vigías apostados aquí y allá —. El contacto de Lord Knebb le ha informado que atacaran por la noche. Lord Benrat está desesperado, su ataque no será cosa de poco. Lord Knebb teme por su vida. Cree que ese estratega es un asesino infalible que ha sido contratado para darle muerte a él o a su hija. Si pierde a su hija, Asanis, se rendirá. Lord Benrat no puede vencer a todas las fuerzas que hay en palacio, ni en las murallas, tampoco en la Grieta. Su ataque será desesperado, pero inteligente. Todo el mundo anda inquieto.
Anduvo un poco más, se giró y miró directamente a Abysis.
—Brann está muerto. Ahora, el sol despunta. Cuando caiga la noche, le echaremos de menos en las murallas. Sus hombres no son estúpidos. Se contendrán, pero si Lord Benrat cae, yo saldría corriendo de la ciudad con mi oro.
No acusó, no juzgó, se limitó a seguir su camino. Les llevó a unos modestos aposentos. Estaban casi vacíos; una mesa de estudio en madera sencilla, un pequeño catre y un balcón, sin adornos, en una salita circular. Ni espejos, ni oro, ni cristal tallado, ni tapices, alfombras ni criados. Tampoco escolta. Rezando, cara al sol, se encontraba una muchacha. Diecisiete años, rubia, bucles dorados, ataviada con una túnica de sacerdotisa. Llevaba en su frente una baratija con el emblema de Mitra.
Lira, la hija adoptiva de Lord Knebb, rezaba a Mitra desde el balcón de su cuarto. Tan concentrada estaba que cuando los cinco entraron en la habitación no se giró para mirarles. Estaba acostumbrada a la presencia de escoltas y criados por lo que no les dio la mayor importancia.
—Un gesto de piedad por parte de Lord Knebb. Recogió a esta muchacha de las calles que él mismo había arrasado y le dio un hogar. Su hija adoptiva. Lira, sacerdotisa de Mitra. Aún en un palacio lleno de pecadores como este puede encontrarse virtud y rectitud —indicó Oggo en voz baja, no queriendo perturbar los rezos de la muchacha —. Un trabajo sencillo. No os apartéis de su lado. Hay mercenarios protegiendo todo el palacio, cada uno ésta asignado a una zona. La vuestra es ella. ¿Entendido?
Se mostró rudo, tajante, inflexible, la voz ruda, la piel negra, sus ojos claros mirando a Lira con cierto sentimiento; ¿Temor? U otra cosa diferente.
—Nadie sabe lo que prepara Lord Benrat con su nuevo talento. Os mandaré comida y bebida. Descansad. Los problemas llegaran por la noche —aseguró. Hizo ademán de marcharse, se detuvo, habiendo olvidado lo más básico —. Lord Knebb se arrepentirá de no haberlo preguntado antes, yo no cometeré su error. ¿Qué pasó en el oasis?

Notas de juego

Podéis hablar con Oggo. Si queréis. Contestarle o no. Lord Knebb no os escuchará, no ahora.

Teneís “tiempo libre” hasta el anochecer. Debéis descansar ya que lleváis toda la noche de parranda. También podéis perderos por el palacio e iniciar conversación con cualquier pnj conocido u otra acción, sois libres, pero al menos dos de vosotros han de permanecer siempre con Lira u Oggo se enfadará.

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08/01/2017, 11:10
Abisys

Estaban de acuerdo, casi todos. Cada uno con sus motivos propios, por supuesto, desde el más noble hasta el que solo buscaba el oro. No importaba, lo de verdad significativo era que permanecían juntos. A pesar de que Abisys deseaba estar cabalgando en dirección contraria.

No les dejó hablar. Abisys mantuvo la mirada de su interlocutor. Ojos inquisitivos, rebosantes de sospechas. Una docena de soles iguales la miraban así desde las murallas. Mantuvo la cabeza alta y sostuvo la mirada impasible, aunque su estómago revuelto le exigía escabullirse de allí. “Ese cerdo lo merecía” , estaba tentada de escupirle a la cara. “Él o yo a mi regreso, y no soy mujer de esperar a que me corten el cuello”.

Saludó con una reverencia al Lord y se esfumaron tras los pasos del estirado Oggo. Un nuevo encargo y con todos los miembros intactos. Asintió con la cabeza al capitán de la guardia. No iba a hacerse la tonta, hubiese sido insultar a la inteligencia de Oggo. Tampoco iba a admitir nada.

-Mi señor, la vida del mercenario es una danza constante con la muerte. Pierdes un paso, pierdes la vida. Un hombre como ese debía tener muchos enemigos. Aquí y en los barrios del este. Una espada menos. Suerte que estamos nosotros.

Niñeras. No le parecía mal. Que el resto se matase mientras ellos acunaban a la chica. Un objetivo, de manera que la noche no sería nada tranquila. Observó la cámara, austera como algunas donde ella misma había vivido. Detestaba estos lugares, le recordaban su pasado, ella amaba el lujo, el color y la vida.

Ahora sí que enfrentó al gigantón. Su voz melodiosa adquirió un tono ligeramente duro, sin perder la gracia característica en ella.

-Mi señor Oggo. Nosotros no fallamos. Deberías decirle a Lord Knebb que nos deje hablar en su presencia. Salimos un día tarde, y su fuente no era fiable. O eso, o nuestro mutuo patrón , y tú mismo, sabíais lo que nos íbamos a encontrar. ¿A dónde nos enviaste, mi señor Oggo?, dímelo tú. Un mal antiguo arrasó ese lugar. Todos muertos, muertos, de una forma que no quiero describir. El mismo Mal que amenaza con consumir a Thiaras. El acero no podrá con esa cosa. Por eso hemos regresado, para advertiros. Mis amigos lo vieron directamente, observa sus caras, todavía pálidas. Ellos pueden explicártelo mejor. Y tú, nos lo vas a explicar también, o tenemos una charla con esa “supuesta fiable fuente”.

Abisys estaba enfadada, si bien retuvo su genio y su lengua, considerando la actual posición del cuarteto.

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08/01/2017, 13:20
Nork

Volvían derrotados, podían justificarlo como quisieran y no cambiaría lo principal, No traían al estratega aunque tras lo ocurrido en el oasis se alegraba a pesar de saber que la alegría sería escasa. No miró hacia las murallas, en parte por orgullo, en parte porque no quería ver el rostro de satisfacción de los chacales que seguramente estarían encantados con el resultado .

Siguió al guía hasta la presencia del Lord. Nada de oro ni de la belleza de los cuerpos femeninos para los perdedores, tan sólo una pequeña sala y el enfado del señor. Dejó que Abi hablara porque si él tenía que responder lo haría con los cuchillos condenando a todo el grupo. En nada le importaba a él la guerra de dos señores, siempre era lo mismo. Uno de ellos acaba con el otro e imponía su tiranía hasta que lo arrancaban del trono. Tal vez el propio Lord Knebb ya había olvidado como llegó el a su trono.

Había pensado en hablar con Oggo cuando terminaran la charla con el patrón y preguntarle por una forma de llegar en secreto a la otra parte de la ciudad; pero la intervención de Oggo convirtiéndolos en niñera le molestó -Niñeras, rebajados a ser unas niñeras cuando toda la ciudad puede caer bajo ese mal - Pero no dijo nada y lo siguió hasta llegar junto a la hija del señor. Resultó ser una sacerdotisa en medio de aquel nido de víboras, casi se echa a reír si no fuera porque no creía en la bondad de la gente como Knebb. Cuál había sido su motivo para ese acto de bondad se le escapaba. Los ojos del negro le confirmaron que había algo más. ¿Por eso se lo había recordado a su amo ?

Abi respondió a la pregunta sobre lo que había sucedido en el oasis. -Ojalá supiéramos que pasó, podríamos prepararnos.-La muerte no me es extraña- comenzó intentando ordenar sus ideas -pero aquello no fue una batalla. Nadie se defendió, nadie sobrevivió y a pesar de ello no había una sola gota de sangre derramada en el oasis. Toqué uno de los cuerpos, se rompió como un pergamino viejo a pesar de que no podía llevar muerto más de dos días. Estaba vacío pero ninguna herida que mostrara cómo.

-No sé que es lo que han llevado a la otra parte de la ciudad; pero o lo detenemos o toda la ciudad será un enorme cementerio y tu señor nos manda a hacer de niñeras sin ni siguier molestarse en oirnos.

Era todo lo que tenía que decir, al menos a Oggo.

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09/01/2017, 19:51

Oggo no respondió a la taimada burla de Abysis cuando mencionó a Brann, no iba a entrar en su juego. Cuando resolvieron el asunto del oasis no quedó mudo.
—La fuente es fiable. El estratega y su escolta estuvieron en el oasis. Y me aventuro a decir que no os cruzasteis con ellos por poco —detuvo su charla cuando Abysis mencionó un mal antiguo y la mortandad que se había extendido por el oasis —. No pueden haber muerto todos en el oasis. Es una pequeña ciudad de nómadas, viajeros y parias…
Nork se unió a la conversación. Sus palabras eran más ásperas. Él no danzaba con las letras como hacia Abysis. El rostro del negro quedó lívido, también pensativo.
—¿Quién es ese hombre? —murmuró para sí mismo —. Puede que Lord Knebb sepa más de lo que me ha contado. O puede que no sepa nada. No os escuchará. Está preocupado por el futuro ataque. Confío en su criterio. En nuestra parte de la ciudad somos fuertes, tenemos provisiones, armas, un hospital, agua, las murallas. Contamos con el terreno y la superioridad numérica. Hay buenos hombres aquí, combatientes expertos, veteranos. Lord Knebb teme lo que trae la noche. Si sobrevivimos estoy seguro de que lanzará un ataque. Y terminará con Lord Benrat de una forma u otra. No tiene sentido molestarle con estos…cuentos de brujas. No sé qué visteís, o que creísteis ver, el desierto puede ser muy travieso. Pero esa historia ahora no es necesaria, solo causará más miedo y turbación. Esperamos el ataque de una mente maestra no de un diablo. Así que cerrad la boca y cuidad de la chica.
De nuevo se mostró inflexible, implacable en ese aspecto. Les miró a todos con cierta resignación, analizando si sabrían cumplir esta vez su cometido o no. Decidió que si.
—Manteneos alerta.
Con paso presuroso, les dejó a solas con la sacerdotisa.

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09/01/2017, 23:12
Cuervo

Cuervo había permanecido en silencio ante Lord Knebb, ni siquiera había pedido luego a Oggo que les permitiese hablar con él. Masticaba el amargo sabor de la derrota, y no había forma de quitarse ese horrible gusto de la boca. Sólo la idea de la venganza, de doblar la apuesta, envenenaba su mente ahora. No contra Knebb, por supuesto, ni contra Oggo, que había demostrado ser leal y no la víbora que había intentado descubrir el mercenario en su anterior encuentro. Cuervo soñaba con desenmarañar el maldito misterio del Oasis, del estratega, del ataque. 

- Tres o cuatro días -aventuró, sin embargo, cuando el negro habló. Cuando el estratega salió del Oasis, y te aseguro, Gran Oggo, que no había supervivientes, ya todos estaban muertos. La mayoría hacía tiempo. Si hubieramos llegado unas horas antes tal vez lo hubieramos encontrado, pero también a los cadáveres. ¿Fueron él y su escolta quien provocaron la matanza? ¿Llegaron antes y permanecieron "escondidos" en esa tumba? Saca tus propias conclusiones. Lo que deberías decir a tu señor, si acaso le interesa, es que si es cierto que habrá un ataque inminente, eso quiere decir que no espera que este lado haga lo mismo. Un grupo pequeño, sin relación directa con él, podría intentarlo. No tiene nada que perder.

Su boca se había adelantado a su cerebro, como siempre. Lo mas probable es que no le hicieran mucho caso, pero su deseo de revancha funcionaba con el "doble o nada" para ganar la apuesta. En aquel momento era en todo lo que pensaba.

Cuando Oggo se hubo ido, propuso a Abi que se pusiera las ropas de la hija adoptiva del lord, y a los demás que la protegieran. Por otro lado, la zona asignada era "ella", y no la habitación. Sería mejor esconderse en otro lado. Cerca, pero no ahí, donde cualquiera que conociera el palacio pudiera encontrarla. Así lo dijo a sus compañeros.

Entretanto, no abandonaría a la chica. Ya habían fallado por ceder a distracciones, no lo haría de nuevo. Temía, además, encontrar a la otra hija de Knebb, a Deseo. Prefería encontrarla en otras circunstancias, menos desfavorables. 

- ¿Que opinas de tu padre, niña? -le preguntó a la sacerdotisa. Mitra era una diosa de paz. No era descabellado que una hija llena de buenas intenciones pudiera haber "vendido" a su padre, intencionalmente o no. Le preguntaría si había hablado con alguien de fuera, también. Sacerdotes de su fe, personas comunes. Tal vez no fuera nada, pero tenían varias horas para "matar".

- Tiradas (1)

Notas de juego

*tiro (por las dudas) por leer intenciones para intentar detectar una actitud culpable de la hija de Knebb

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10/01/2017, 16:19
Abisys

Cuentos de brujas. No podían esperar otra cosa de una historia semejante. Abisys no replicó, solo lanzó una mirada feroz a Oggo sin perder la sonrisa traviesa y dejó que Cuervo insistiera; no se sorprendió cuando propuso adelantarse al ataque del otro reyezuelo.

Observó a la chica, la sacerdotisa. Sin ser decididamente religiosa ni seguidora de Mitra, la bailarina, de forma innata ponía en práctica algunos de sus preceptos. Para Abisys, Mitra representaba el corazón puro e inmaculado al nacer, del cual luego nos apartábamos corrompidos por los vicios, deseos, miserias y espejismos de este mundo.

Pensó que su poderoso y desalmado Lord, creía expiar sus pecados cuidando de una huérfana piadosa beata. "Da igual, irás directo al Arallu".

-Esa ropa le sentará mejor a Geki.

Con esta afirmación dejó claro su postura. Echó un vistazo al balcón, a su exterior, reflexionó acerca de la vía de escape y entrada por ese lado. Después se tumbó y acomodó en el catre.

-Me lo pido. Los huesos de una señorita son más delicados que los de unos brutos fuertotes como vosotros.

Se untó los labios con su cera.

-Avisadme cuando la gente empiece a parecerse a un pergamino viejo. Tened los caballos preparados para largarnos.

Se dio media vuelta dispuesta a regalarse un buen sueño, lo necesitaba, hasta que fuese el momento de cambiar de ubicación, como proponía Cuervo. No veía opción en escabullirse por las murallas, insistir al cabeza cuadrada de Oggo o probar de ronronearle a Lord Knebb. Añadiendo a todo esto que sus amigos caían en el error fatal de tomar el encargo y el descubrimiento de lo sucedido en el oasis como algo personal. Una de las peores equivocaciones que puede cometer gente como ellos. Los suponía conscientes de tal cosa, así que no sería ella quien les soltase un sermón. El problema era que la estaban arrastrando en ese despropósito y las opciones se extinguían igual que la llama de una vela agotada.

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11/01/2017, 01:04

Oggo detuvo su enérgico andar ante la voz de Cuervo. Había algo de sensatez en la propuesta de Cuervo. Un pequeño grupo, asesinos en la sombra, podrían filtrarse desde la Grieta hasta Thiaras del Este, encontrar al estratega y darle muerte. Si fallaban, tampoco perdían tanto. Lástima que lord Knebb no fuera a escuchar tal propuesta, ni siquiera si esta venía de los labios de Oggo. El señor estaba nervioso, temía por su vida. Había organizado una defensa en la que se creía a salvo; una rata en su ratonera, el glorioso rey de jade en su castillo de trémulo cristal.
Oggo era más práctico, veía las posibilidades.
—Uno de vosotros puede ser suficiente para proteger a la sacerdotisa. Si los otros tres deciden abandonar el palacio para cruzar al otro lado, me encargaré de que los guardias no les den el alto, y de que Lord Knebb les cubra de riquezas a su regreso.
Su voz fue casi un susurro, un trato entre ellos no con el señor. Oggo podía abrirles paso, pero significaba separarse.
Con Oggo fuera de escena, Abysis se relajó. Primero inspeccionó el balcón, inalcanzable a no ser que usaran una cuerda para engancharse a él. Y sería una más que digna escalada. Ella podría hacerlo, por supuesto, y sus tres compañeros. Se arrojó a la cama de la hija de Lord Knebb descubriendo que no era tan blanda como debería. El dormitorio no solo tenía un aspecto espartano, sus muebles tampoco eran de gran calidad. O ella lo había solicitado así o su padre no era igual de generoso con ella que con su otra hija.
La sacerdotisa, aún de rodillas, alzó la vista hacía Cuervo cuando este interrumpió sus rezos. Lejos de mostrarse enfadada, sonrió, humilde, y se puso en pie.
—Mi padre solía llamarme “su niña” hace mucho tiempo. Ya nadie me llama así. Podéis llamarme Lira, señor…—sus modales eran educados, nada pomposos, naturales —.Mi padre es un buen hombre en una mala situación. A pesar de que intenta escapar de su pasado, y borrar los errores que cometió en él, sigue embarcándose, mes tras mes, una guerra. Me gusta pensar, y rezo a Mitra por ello, en que cuando Thiaras sea una mi padre podrá dedicarse a gobernar y no a la guerra. Y lo hará bien —con pies descalzos, se acercó a un pequeño cofrecillo de madera del que extrajo unas pequeñas flores desecadas, aún olorosas. Entregó una a Abysis, con una sonrisa, otra a Nork, una incluso a Geki, el más feroz de todos, y la última a Cuervo —. No es mal hombre. Toma a los mercenarios y les da un hogar, un cobijo, los trata como soldados valiosos y no como a alimañas prescindibles. Les da respeto. Valora a los mercaderes por su astucia y su habilidad para las finanzas, no trata de ahogarles con impuestos. Él no cree en la sangre azul, cree en los méritos de cada uno. Pocos señores hay así por el mundo. Sé que sus métodos no son los mejores, hoy día. Si esta guerra termina alguna vez, será un buen gobernante. Lo sé.
Cuervo vio o que todos vieron, el amor sincero de una hija, una mujercita que veía las dos caras de una moneda. El Lord Knebb público, el glotón y antiguo señor de la guerra, el ambicioso caudillo, y el Lord Knebb humano, con sus pasiones, sus miedos y sus pecados por purgar. Tantas riquezas a su alrededor y solo era un hombre más.

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12/01/2017, 00:36
Geki

Como era de esperar, Kebb no les dio ocasión de hablar. A Geki tampoco le importaba mucho. Sabía que no iba a matarles, y no por piedad ni por sentir ningún apego. Existían dos clases de señores de la guerra, los que sucumbían a sus rabietas y los que sabían comportarse. Los primeros mataban a quien les fallaba enviando un mensaje muy claro, cualquier error significa la muerte. Eso inevitablemente hacía huir a quienes trabajaban para ellos. Si Kebb fuese de esa clase no se habrían encontrado un palacio lleno de gente. O tal vez se equivocaba, tal vez Kebb había olvidado conocimientos tan elementales, pero allí estaba Oggo para ser más sensato. Además, Geki solo había insistido en volver para poder alertar sobre lo ocurrido en el oasis. No tuvieron ocasión de contar su historia ante el patrón, pero su hombre de confianza tuvo a bien escucharles.

-Oggo, aquello no fue hecho por hombres. No sé si fue obra del estratega o si allí moraba otro mal, pero te aseguro que nunca había visto nada parecido, y he presenciado muchos ataques de osos blancos. Ninguna bestia causaría esa clase de muerte.-

Él no había visto demasiado de los cadáveres, así que tampoco estaba asustado, pero tampoco creía que debiesen ignorar los hechos con tanta ligereza. Tal vez el estratega aportaba algo más que ideas a la batalla, o tal vez allí había algo más. Poco importaba. Tan solo importaba que habían recibido el siguiente encargo.

Geki saludó a la muchacha con la cabeza. Sin mucha cháchara. Si, le parecía una chica agradable, pero no podrían protegerla si intentaban hacerse amigos. La mejor forma de mantenerla con vida, si es que realmente el enemigo quería su muerte, era actuar con calma y serenidad. La clase de reacción que es imposible tener cuando se siente aprecio por la persona a la que se protege.

-Siempre he sabido que querías verme con un vestidito, Abi, pero es mejor reservarlo para las ocasiones especiales, ¿no crees?-

No le gustaba quedarse en una habitación cualquiera, ni tampoco esperar sin prepararse. Cuando el enemigo atacase tendría la iniciativa. Además, sabría dónde estaban. Entre tanta gente siempre iba a haber alguno que quisiese cobrar de dos patrones distintos, o simplemente uno estúpido.

-Chica,- le dijo a Lira. -Tu conoces el palacio mejor que nosotros. ¿Dónde hay una habitación sin ventanas?, También hace falta que tenga varios pasillos cerca-

No pensaba dormir y descansar sin más. Era mejor dormir en otro lugar y proteger la nueva habitación. Para hacerlo solicitaría alfombras… que iría a buscar él mismo si no tenían a bien dárselas. También botellas, todas las botellas vacías que pudiese conseguir. La idea era muy sencilla, romperlas, esparcir los cristales por el suelo. Cristales grandes, no trocitos pequeños, y poner las alfombras encima para que no se viesen. Cubriendo bien todos los caminos tendrían una buena forma de saber si alguien se acercaba.

Cuervo quería un ataque, algo inesperado. No le faltaba razón, pero si le faltaba un objetivo.

-Podemos atacar, Cuervo, ¿pero qué atacamos? Entre tres, o entre cuatro, no causaremos daños reales a menos que tengamos un objetivo. ¿Sabemos dónde guarda las armas?, es igual, sus mercenarios llevaran encima las necesarias. ¿Sabemos dónde guarda la comida?, es igual, tiene oro para comprarla de nuevo. Si queremos atacar, y es lo que deberíamos hacer, necesitamos conocer más a nuestro enemigo. Si simplemente nos plantamos frente a sus hombres para matar a unos cuantos, tan solo conseguiremos que se asegure de reunir más fuerzas para un ataque más implacable. Si sobrevivimos bastante nos aseguraremos de encontrar donde golpearle. Por esta noche, preparémonos para defendernos.-

Adicionalmente, también buscaría sacos de provisiones, y muebles, para obstaculizar un poco la zona, y para rodear a Lira mientras durmiese. Una flecha o un puñal podía hallar la forma de llegar hasta ella.

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14/01/2017, 02:55

VII

Una despensa, Lira había elegido una despensa. Olía a queso dulce, especias y vino. Tenía dos puertas, una daba a la cocina, la otra a un pasillo que encastrado entre columnas daba a un patio interior, a otro corredor, a una escalera. Geki no encontró alfombras, pero retirando varios tapices de las paredes descubrió que estos quedaban igualmente ostentosos tanto en posición vertical como horizontal. Los criados no se quejaron, acostumbrados a tratar con mercenarios. Cuando Geki empezó a romper botellas contra el suelo uno se atrevió a intervenir pero una mirada de Lira le hizo desistir. La muchacha miraba intrigada a Geki. El aesir terminó su pequeña treta así como de espantar al resto de criados. Ahora podían vigilar a Lira con los oídos aparte de con los ojos.
—¿Todo esto es por mí? ¿Teme mi padre por mi vida? La guerra nunca ha llegado a palacio —musitó con una vocecilla. Su aspecto risueño e inocente se arrugó igual que una flor alimentada con vinagre —. No, padre no teme por mí, teme por Asannis. Padre se había olvidado de mí —de alguna manera lo supo, las intenciones de su padre eran libro abierto para ella —. Asannis, mi hermana. Aunque a ella no le guste que le llamen así. Ella baila con la luna. Siempre lo ha hecho. Incluso antes de que Mitra me hablase. A mí me habla, pero ella danza. No entendéis. Si alguien corre peligro es ella. No deberíais estar aquí —señaló, asustada, empezó a respirar de forma profunda, nerviosa —. Debéis iros y proteger a mí hermana. Dejadme a mí sola. Estaré bien. Mitra cuidará de mí.
Entre una mesa repleta de quesos y un tonel de vino agrio la muchacha se arrodilló, cerró los ojos y comenzó a rezar.

Notas de juego

Abysis puede quedarse en la habitación de Lira si lo desea.
Podéis seguir hablando sobre si realizáis una incursión o no.

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14/01/2017, 13:45
Cuervo

Los modales de Lira ponían incómodo a Cuervo. La hacía percibirla como persona, no como un objeto a proteger. Quería concentrarse en la revancha, en devolver gentilezas al destino, en probarse a si mismo que podía cambiar su suerte.

La chica creía en las buenas intenciones de su padre, eso estaba claro para el mercenario. Pero no quería desviarse de su objetivo. Cuando Oggo les había dado vía libre para aquella misión cuasi suicida miró interrogativamente a sus compañeros. Cuando se hubo retirado lo hizo con palabras, contestando a Geki.

- Nada de armas, nada de comida. El objetivo debe ser él mismo, el lord. O el estratega, si lo encontramos, pero creo que el tal Bernat será mas predecible en cuanto a su ubicación. Entiendo que no quieran hacerlo, que les parezca demasiado peligroso -intentó "pinchar" sus orgullos. Pero de hacerse, debe ser hoy, por lo que dije a Oggo. Si Bernat ataca hoy, intentará que sea de forma definitiva, para ganar la guerra, aplastar a Knebb y en el mejor de los casos apresarlo a él y a sus hijas. No hace falta que os diga lo que pasaría en el peor. Esta noche, y no otra, sería cuando debilitaría sus defensas en pos de un mejor ataque. Esta noche es cuando no espera que alguien haga algo que no sea defenderse -finalizó con ojos febriles, esperando convencer al menos a uno o dos de sus compañeros.

Asannis -pensó por otro lado. La dueña de aquel velo que quería para él. Lamentaba que hubiera sido Lira y no ella misma la que hubiera revelado su nombre. ¿Corría peligro? Eso ponía ante ellos otra posibilidad, la de desobedecer a Oggo e intentar proteger a las dos hijas, pero dudaba de poder convencer a sus compañeros de proteger a la hija mas "valiosa" de Knebb. 

Si convencía a alguno de ellos, se jugaría por la incursión a Thiaras del este. De no poder hacerlo no iría solo, no era tan necio. Se quedaría a proteger a Lira, pero no descartaba estar atento a la protección de Asannis también. Y para eso debía saber dónde estaba. Lo preguntó a Lira, y se tomó unos momentos, luego de que todo estuviera decidido, para recorrer el camino desde la despensa hasta el lugar donde se ocultaría la otra hija de Knebb.

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15/01/2017, 11:21
Nork

Al igual que Cuervo quería ir a por aquella cosa. Por eso odiaba lo que iba a hacer.

– Geki tiene razón, no tenemos objetivo.– la idea de que tenían que haber hecho caso a Abisys en el oasis cada vez era más fuerte en su cabeza– No podemos deambular por la otra parte de la ciudad sin más. Aunque encontráramos al lord y lo matáramos no cambiaría nada. El estratega o lo que traiga con él no se detendrá.

–Él es el único objetivo válido y no sabemos donde está. Si es tan bueno como dicen nadie lo sabrá– poco le importaba a él quien gobernara o pagase el oro. Si había vuelto a Thiaras era por un desarrollado instinto de conservación que le avisaba que si dejaban a aquel monstruo libre tarde o temprano le alcanzaría.

Siguió a Lira hasta que llegaron a la despensa –al menos no nos faltará comida– y una vez allí ayudó a esparcir los cristales y taparlos con los tapices. Cualquier pequeña ventaja podía significar la victoria. Cuando terminaron miró satisfecho el suelo.

–Estamos aquí por orden de tu padre– respondió a Lira sin querer entrar en más detalles – sin duda también habrá mandado gente a proteger a tu hermana.

Se asomó a la puerta, al patio y observó la escalera –¿A dónde lleva esa escalera?– era un posible punto por donde ser atacados; pero también una posible ruta de escape si las cosas se ponían mal. Ordenó a Luma quedarse en el patio. Si alguien pretendía acercarse entre las sombras el perro lo detectaría antes que ellos.

Se acercó a Lira. Nunca había estado cerca de una sacerdotisa de Mitra y tenía que reconocer que su fe y su tranquilidad le sorprendían. Si tenía que ser sincero consigo mismo le molestaba. O en realidad hablaba con la diosa o era tan estúpida que no se daba cuenta del peligro que corría.

–¿Qué es lo que hay que entender? Ella baila y tú hablas con la diosa– se encogió de hombros –ahora mismo prefiero que la diosa nos dijera como parar esto. Aunque todos sabemos que no lo hará. Así son los dioses.– Contuvo el deseo de escupir en el suelo esperando la posible respuesta de la mujer. Después buscaría un lugar que no fuera demasiado cómodo donde sentarse.

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15/01/2017, 16:57
Abisys

Abisys devolvió la sonrisa a Lira y tomó la flor.

-Mi señora.

No quería confraternizar, así que mantuvo un espacio de separación emocional. Sí que dejó una agradable y aparente sonrisa sincera en sus bonitos y cuidados labios mientras la escuchaba hablar. Lo que contaba la chica de su padre adoptivo ya lo había visto ella. No dijo nada, se recostó de nuevo.

Pero la idea era cambiar de ubicación. Abrió los ojos.

-¿En serio? ¿Ahora?

Pues sí. No confiaba en quedarse sola, acompañó al resto en el traslado y se dedicó a husmear por el pasillo y la escalera, para terminar en la cocina. Con encanto y amabilidad pidió, ordenó, a los criados que preparasen algo rico y suculento para comer todos, supervisando la labor sentada en los mármoles degustando una sabrosa manzana y con una copa de vino en la mano. Así también evitaba el trabajo de preparar la despensa.

Sus camaradas no se ponían de acuerdo acerca de infiltrarse en Thiaras este. Ella no se veía con ánimos de tal cosa, no estaba preparada para eso. Sí que lo estaba para pillar pequeños objetos de valor cuya ubicación memorizaba, y esfumarse cuando todo el palacio ardiese y se viniera abajo. No tenía claro si apoyar o no la idea, de manera que se quedó al margen. Dio un mordisco sonoro a la fruta; masticó, tragó, y añadió algo, mirando en particular a Cuervo.

-Nuestro trabajo es proteger a Lira.

Lira, sacerdotisa de Mitra, modesta, humilde, piadosa. No le gustaba esa humildad, esa pátina de mártir con la que se vestían algunas personas. Nork respondió, le ahorró palabras a Abisys. Ella también bailaba, mejor que la zorra de su hermana, de eso no tenía dudas. Sonrió, y siguió con su manzana. Pensó en consultar las cartas, pero deshechó la idea al instante, tenía sueño, no interpretaría bien su lenguaje.

Observó que Lira rezaba; ella dormiría. Apoyó la espalda y cabeza en la pared, cerró los ojos. Necesito descansar, se dijo.

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22/01/2017, 20:46

VIII

—Si yo muriera sería una flor más cortada y arrojada al viento —respondió Lira a Nork —. Mi hermana no debe desposarse con aquel que pretende seducirla. O si no…esa parte no está clara, ¿Pero qué bueno habría en ello? Él es un príncipe y ella es más hermana de la noche que mía. Hermana de la noche. ¿Comprendes?
Pero ni Nork ni ninguno de los otros entendían aquel galimatías espiritual de la muchacha. Puede que hubiera rezado demasiado y se hubiera creído no solo los dogmas religiosos, sino toda la inventiva que los sacerdotes hubieran podido vomitar dentro de su cabeza.
El tiempo pasó lento y lánguido. Descansaron, se turnaron. Luma olisqueó el lugar, se tumbó a la sombra. Cuervo, que buscaba acción, se limitó a esperar. Geki también parecía ansioso. Aquella noche habría sangre, parecía decirle todo. Abysis se mostró despreocupada. La noche no tardó en alcanzarles.

Pasos que corren, las voces de un mercenario. La alarma. Más pasos, los gritos de doncellas que buscaban refugio, y de los criados que escondían las bandejas de oro y los jarrones de cristal tallado, deseando evitar el expolio de su señor. Había nerviosismo en el ambiente. Lira, que dormitaba, abrió los ojos. Se desperezó muy lentamente, irreal, lenta en un mundo que empezaba a correr demasiado.
—Diosa Mitra ya no puede ayudarnos. El sol se esconde, el príncipe ha llegado —musitó.
El tomar de las armas, campanas que daban la alarma. Allí, en palacio. Las voces de los mercenarios buscando su sitio en la defensa.
—¿Cómo han llegado hasta las puertas de palacio? —preguntaba uno —. ¡Hay más de cincuenta hombres en la ciudad! ¡Y cuarenta más defienden la muralla!
Lord Knebb había redoblado la guardia en la muralla y las patrullas en las calles. También se había quedado con el grueso de sus hombres, allí en palacio, donde mayor era el temor. Las puertas no cederían. El palacio tenía aspecto de residencia de lujo pero sus ventanas se encontraban a buen altura, sus muros eran gruesos y sus puertas, también adornados con marfiles y platas, eran propias de una fortaleza. No era mal sitio para defenderse.
Había agitación, personal de cocinas, bailarinas y músicos, guerreros de todas partes del mundo, correteando. Los Perdedores se mantuvieron alerta en todo momento. Había suficientes hombres allí como para detener una carga salvaje de pictos. Eran más de los que habían pensado. Ellos únicamente debían cumplir su cometido. Proteger una vida.
Vieron al señor de la fortaleza. Calzaba una armadura de cota malla que no le sentaba nada bien y un hacha pesada. El misma que había exhibido como reliquia en su salón. Un arma que pertenecía a un hombre que ya solo era en parte. El imperturbable Oggo se encontraba a su lado. Les oyeron hablar, entre voces.
—¡¿Cómo han podido entrar?!¡¿Tengo más de cien hombres ahí fuera!? —se quejó el lord —. Oggo, ¿Cuántos son?
—No más de veinte, señor
—informó el negro.
Ambos hombres se miraron. Veinte contra cien, una muralla, patrullas en las calles. ¿Cómo era posible? ¿Qué arma secreta esgrimía lord Benrat para conseguir tal victoria?
—¡¿Veinte?! ¡Veinte! ¡Diablos y rameras! ¡No pueden ser tan buenos! —aireó, malhumorado. Y con miedo —. ¿Es que ese taimado señor ha invocado a los demonios del Arallu? Hombres, solo son hombres.
Sopesó el hacha entre sus manos, las cuales le sudaban.
—Oggo, solo confío en ti. ¿Dónde está mi hija?
—Arriba, en vuestro salón privado. Cinco de mis mejores hombres la guardan. Respecto a Lira…

—Si, si, está bien —le interrumpió el lord —. Confío en ti, Oggo. Cuando llegaste aquí yo solo contaba con un grupo de soldados de fortuna, chusma, carroñeros, matones. Eres su jefe, les convertirse en algo más. Sé que puedes manejar la situación. Quiero…quiero que salgas ahí afuera y detengas a los perros de lord Benrat. ¿Entendido? Sé que tú puedes hacerlo.
El negro miró a su señor, luego asintió, sin dudar, orgulloso por la confianza.
—Contamos con más hombres que ellos. No esperamos a que derriben las puertas, cargaremos contra ellos, en los jardines. Son amplios, lo suficiente para poder aprovechar todo nuestro número. Hombres o diablos, morderán el polvo esta noche —el negro indicó a dos mercenarios que pasaban por allí que se quedasen con su señor —. Escondeos.
—¿Yo? Esta es mi casa, este es mi reino. ¡Estaré en mi trono!
—exclamó lord Knebb, puede que ya no fuera el señor de la guerra que había sido antaño pero aún quedaba algo en el sótano —. Ve, Oggo. Sé que no me fallarás.
El negro volvió a asentir y salió corriendo a los pisos inferiores. El señor de Thiaras Oeste le imitó en la dirección contraria. A la vez, Lira empezó a gemir como un cachorrillo herido.

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23/01/2017, 18:34
Abisys

Comió. Dormitó. No se despertó fresca como una rosa, pero sí lo suficiente para estar espabilada y tener muy claro lo que quería y debía hacer. De nuevo comió y bebió un poco más, el apetito no se le iba a ir por el hecho de que un demonio se perfilase en el horizonte. El presentimiento, la intuición, de que se dirigían a un desastre, era muy intenso. Ese hundimiento de Lord Knebb no debía cogerles con los pantalones, o la falda, bajados. Arrugó su naricilla, adelantó el mentón, olfateó el aire igual que una pantera inquieta.

Tomó asiento y distribuyó una de sus barajas sobre la mesa. Jugó un solitario que consistía en defender cuatro torres, muy apropiado para el momento. Perdió. Jugó otra vez, y ganó porque hizo trampas. Engañó a las cartas, igual que fingía o manipulaba siempre que sus intereses lo necesitaran. Era su modus operandi, su forma de vida. La cuestión era ganar. Guardó las cartas. Extrajo una baraja de tarot de la lejana y exótica Venya. Barajó ,cortó, separó en montones. Se lo pensó mejor y no levantó carta alguna. Guardó la baraja. Reflexionó acerca de si el conocimiento o la clarividencia de un futuro mal pesaría en exceso sobre ella.

Lo que las cartas revelaban se cumplía.

Más tarde, al saber lo que estaba sucediendo en la fortaleza de su actual “señor” , creyó comprender algo de lo que sucedía. Y eso la puso nerviosa. El pretendiente, el príncipe, la noche, la hermana bailarina de Lara. Puede que la sacerdotisa de Mitra balbuceara tonterías o, uso habitual en los místicos, sus palabras eran crípticas y escondían secretos. Abisys solía emplear el mismo lenguaje en sus sesiones de adivinación. Ella la tomaba en serio. Se giró hacia sus compañeros, se apartaron de la chica, susurró delicada como el aleteo de una mariposa:

-Han entrado. Es evidente que lo han hecho con medios y artes que se nos escapan…o alguien les ha proporcionado el “pase” al interior. ¿Qué me decís de Oggo? El Lord confía en él ciegamente, probablemente en exceso, una estupidez por parte de un hombre con su pasado.

Experta timadora, la bailarina no se fiaba de las buenas intenciones. El gigante negro puede que jugase a dos bandas.

-¿Y su hija? ¿Es ella quien les franquea el paso? Escuchad a Lira. Un pretendiente, un príncipe, el anochecer, y ella es más hermana de la noche que de Lira. ¿Qué os sugiere eso? Yo propongo que nos llevemos a Lira y el oro que podamos , nos esfumamos de esta maldita ciudad. Alguna manera se nos ocurrirá de hacerlo. Esta guerra no va con nosotros. Ya no. Estamos protegiendo a la sacerdotisa, ¿no?

Hizo un gracioso mohín, guiñó el ojo a sus camaradas. Se agachó junto a Lira, la abrazó con ternura y dotó a sus palabras de la dulzura melosa que solo ella sabía conjurar.

-Eh, eh, tranquilízate. Mitra nos protege, eres una mujer de fe, te quiere, vela por ti. Yo también lo soy. Siempre me ha sacado de un apuro. Y hoy no será una excepción. Mis amigos y yo estamos aquí para ayudarte a ti y a Mitra en esa labor. Son rudos, pero los mejores en sus cualidades. Confía en nosotros.

Acompañó a sus ánimos con un suave beso en la frente.

-Dime, ¿qué más sabes de ese príncipe, de ese pretendiente que desea a tu hermana? ¿Ella le corresponde? No hables con la razón, sino con el corazón iluminado por Mitra. Te escucho.

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25/01/2017, 01:06
Geki

El ataque llegó. Si Geki sabía algo sobre la guerra, era que al final quien se decide a tomar la ofensiva acaba haciéndolo, sin importar la inferioridad numérica o cualquier otra valoración. La situación era seria. Habían esquivado a todas las patrullas del exterior. Al menos quería creer que las habían esquivado, aunque ciertamente podrían haber acabado con esos hombres si sabían como atacar. Ese era el problema. Abisys mencionaba la posibilidad de utilizar otras artes para entrar. Geki creía que era algo mucho más evidente. Tenían un estratega con ellos. Tampoco dejaba de ser cierto que seguían sin saber nada de la fuente de Lord Kebb. Si había espías en un bando, con total seguridad los habría también en el otro.

-Yo tampoco me fio mucho- respondió Geki entre susurros. -Ambos deberían saber que están haciendo justo lo que se espera de ellos.-

Él no tenía ninguna posición allí. Ni siquiera creía que sus consejos fuesen a ser bien recibidos. Aún así elevó el tono de voz.

-Cometéis un error al enfrentarlos fuera. Ahora mismo las puertas les detienen. Saben que no pueden entrar, y que no pueden superarnos aquí dentro. Aún así, atacan. Quieren que nuestros hombres abran las puertas y salgan fuera. Entonces no necesitarán infiltrar una veintena aquí dentro. Les bastará con mucho menos. Esos mal nacidos no quieren ganar la batalla, quieren ganar la guerra. Para conseguirlo solo tienen que llegar al señor del palacio - añadió mirando a Kebb - o a una de sus hijas. Mientras Oggo lucha fuera, se lo estaremos poniendo fácil. Debemos reunir a ambas hijas con su padre, y asegurarnos de manteneros a salvo. ¿Qué van a hacer si no les abrimos?, ¿Sitiarnos toda la noche? Nosotros podemos esperar dentro, alerta, mientras ellos no dejan de moverse fuera. Si esperan hasta el amanecer estarán tan cansados que la mayoría apenas podrá mover sus armas.-

¿Le harían caso?, no lo veía probable. A ojos de los demás él era simplemente un bruto de las tierras del norte. Un hombre corto de entendederas que tan solo servía para golpear en la dirección que le indicasen. Sin embargo sabía que al menos les había advertido.

Después se dirigiría a su compañera.

-Abi… me fastidia, pero tienes razón en algo. Puede que vayamos a tener que movernos. Nos han encargado proteger a Lira, y no me gusta fallar. Tal vez nos vendría bien tener planeada una ruta de escape, por si las cosas se tuercen.-

Aguardaría a las respuestas de la chica. Geki también estaba bastante interesado por las palabras de Lira. “Más hermana de la noche”, y luego mencionaba un pretendiente. No lo había pensado al principio, pero la hija de Kebb, la mayor, la que era “más hermana de la noche”, tenía una forma muy sencilla de llegar al poder. No era en absoluto descartable.

-Lira… ese que pretende seducirla… ¿cómo hace para visitarla?-

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27/01/2017, 15:57
Cuervo

Se había desatado el conflicto esperado, sólo que los preparativos habían resultado insuficientes. ¿Lord Benrat contaba con fuerzas mas grandes de las esperadas, o era otra cosa? ¿Veinte hombres habían vencido a cien? Algo no cuadraba, pero era algo que ya habían visto.

- Mi señor, esperad -interrumpió Cuervo cuando Oggo estaba por salir a combatir. Tras nuestro fracaso en encontrar al estratega se encuentra el del resto de vuestras fuerzas. Como dijimos a Oggo, el oasis era un cementerio. Las fuerzas a las que os enfrentais masacraron a todos, hombres, mujeres y niños, y los dejaron en un estado indescriptible. No hagais lo que se espera, no hay que ser estratega para anticipar vuestros pasos. No envieis a vuestro mejor hombre lejos de vos, no dejeis que ese maldito estratega se cebe con vuestro orgullo y os aplaste. Usad la cabeza. 

El mercenario ya lo estaba tomando casi como un tema personal. No le gustaba ser peon en los juegos de algún otro, él siempre quería jugar bajo sus propias reglas, y sobre todas las cosas, odiaba perder.

Y estaban perdiendo, eso era claro.

- Haced algo imprevisible, o al menos ganad tiempo. Sacrificar a Oggo no os reportará ningún bien. 

Cuervo sabía que podía estar jugánddose su cabeza al hablarle así a Knebb, pero la sangre le hervía de rabia. Quedarse protegiendo a Lira no les reportaría ningún bien si el señor caía, esperaba que sus compañeros se percataran de ese detalle. Tal vez les diera igual, y si se daba el caso podrían juntar lo que pudieran y se marcharían sin mirar atrás, lo cual era válido, pero a Cuervo no le alcanzaba. 

En el caso de una negativa buscaría los aposentos de la hija mayor, que parecía ser un factor clave en todo el asunto.

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29/01/2017, 13:23

IX.

—Ella no sabe quién es, aún no le conoce, su nombre se ha perdido hace tiempo —respondió Lira a Abysis y a Geki, la muchacha estaba aterida, igual que si hubiera mascado loto negro durante toda la noche —. Baila sin saber. No espera cortejo. ¿Corresponde? Mi hermana yace cada noche con un varón diferente. Ella no busca amor ni matrimonio. Pero, cuando el príncipe llegue, ella será para él lo que él siempre necesitó, y él será para ella…su verdugo, y puede que el mío. Mitra dice corre. Mitra dice, huye. Yo digo ¿A dónde? Este es mi hogar, afuera solo hay arena.
Ojos que lagrimeaban, una implacable verdad nacida de los labios de una muchacha virginal, un terror oculto debajo de una piel suave como la seda, blanca como el marfil. Un príncipe misterioso, un delirio.

La conversación entre Oggo y su señor fue interrumpida por el vozarrón de Geki. Ambos hombres miraron al Aesir, encendidos por la situación pero comprendiendo sus palabras.
—Han pasado las murallas. ¡Las murallas diantres! —se quejó el Lord —. Las puertas de palacio no los detendrán —aseguró, fatal.
Lord Knebb prefería golpear cual martillo a tener que esperar. Cuervo se unió a la conversación. Había algo de sensatez en aquellos que eran llamados los Perdedores. El señor de Thiaras del Oeste comprendió una gran verdad. Ahora veía el secreto que guardaba el oasis. O creía verlo. Miró de forma interrogante a su mano derecha. Oggo asintió, creía sus palabras; los cuerpos secos y quebradizos, un mal antiguo capaz de matar sin ser visto.
—No dejaré mi ciudad. Ni mi palacio —repitió Lord Knebb —. Oggo, eres en quien más confío. Elije dos de tus mejores hombres, que dirijan el ataque.
—Pero…señor…
—No discutas. Quiero que busques a mi hija y la saques de aquí. Quiere que te la lleves lejos, a Offir. Y que cuides de ella.

El negro se cuadró, era evidente que estaba allí por algo más que un acuerdo comercial. Lord Knebb le había devuelto el orgullo, la dignidad. No contestó.
—Saca a Asanis de aquí —pidió, no ya como un gobernante, sino como un amigo.
De forma instintiva el negro miró a Lira, en la distancia, escoltada por Abysis y Nork. Apretó los puños, quedó pálido durante un momento, sus ojos vibraron con el tifón de sentimientos reprimidos que ya no podrían decirse nunca; de palabras calladas, de acciones no tomadas.
—Así lo haré, señor. Cuidaré de vuestra hija. La sacaré de aquí.
El señor estuvo menos tenso al saber aquello. Se giró hacia Geki y Cuervo.
—Sacad a Lira de aquí. Coged lo que podías y sacadla de aquí. Si al paso de las semanas escucháis que he vencido, regresad, sino…—se encogió de hombros.
Se separaron. Lord Knebb en dirección a la sala del trono, Oggo en busca de Asanis. Los Perdedores se reunieron con Lira. Abysis había propuesto moverse. ¿Por qué no? Ahora era una orden de su patrón. Huir de la contienda. Si lord Knebb vencía, podrían volver y exigir un gran pago. Si perdía, se habrían llevado lo puesto, el pequeño saqueo al que sometieran al palacio en su huida y tendrían a Lira. Los esclavistas pagaban bien por muchachas núbiles de piel blanca, sobretodo en la cara oculta de Offir. Cuando empezaron a correr se dieron cuenta de que Cuervo se había separado de ellos siguiendo a Oggo, de cerca.

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29/01/2017, 13:25

Oggo no se quejó de su presencia al percatarse de que Cuervo le seguía. Deceleró el paso, le dejó que se pusiera a la par. Se encontró con dos hombres, un hombre pelirrojo ataviado con cota de mallas que portaba una pesada hacha, otro más enjuto, de aspecto morisco, de nariz afilada y más afilado bigote. Les ordenó que organizasen el ataque.
—Llevad a todos los hombres que podáis con vosotros.
Los dos subcapitanes asintieron en silencio, Oggo volvió a reemprender la marcha.
—Daría mi otro brazo por marcharme con Lira —le confesó, no había mucha intimidad entre los dos; los mercenarios corrían de un lado a otro, los sirvientes buscaban refugio. No había nadie más a quien dedicar aquellas palabras. Oggo se confesaba porque sabía que iban a enfrentarse a la muerte —. Somos mercenarios, perros de la guerra. Nos mueve el oro y el acero. A veces creo que somos algo más. Esta noche es una de esas veces. Serviré a mi señor en esta aciaga noche. Pero no será por el oro —comentó, sombrío —. ¿Cómo es que no habéis huido ya?

Encontraron a Asanis en sus aposentos. La muchacha vestía un elegante vestido de monta, medio transparente, que jugaba con sus curvas y sus sombras. Llevaba el cabello suelto. El peligro, la excitación, la tenía ligeramente alerta, sudorosa. Una bella estampa. En su lujoso cuarto, lleno de espejos y coloridos cojines, se encontraba su escolta personal. Un hombre con cuello de toro y anchas espaldas, piel blanca, cabeza rapada, con aspecto de gladiador y un pesado espadón entre las manos saludó a Oggo con camaradería. Había otros tres, negros y enjutos, portaban lanzas y se mantenían alertas. Era oscuros, de Kush probablemente, o salvajes de más allá de la ciudad de Zembawei. El quinto era un arquero, negro también, enjuto y casi raquítico, un pigmeo reducido que portaba un arco corto, un carcaj y unos calzones.
Había tres cadáveres en el pasillo que daba a la habitación de la hija de lord Knebb. Hombres de lord Benrat, los tres asesinados por las flechas del pigmeo el cual parecía ser un tirador experto pese a su aspecto. El trio de negros de la selva y el blanco, que tenía porte de gladiador, conformaban una guardia letal.
—Karl, hay que irse.
—Jarl, ¿Y eso por qué? Apenas hemos visto a nadie aquí. Swilli no dejará que nadie se acerque. Y para los demás
—se golpeó el pecho con fuerza.
—La noche trae malos presagios. Lord Knebb quiere a sus hijas fuera de palacio.
El tal Klaus miró a sus compañeros, luego a Oggo.
—Es más seguro dentro del castillo que fuera. ¿Qué sucede amigo?
—No lo sé…

Pasos, afuera, una risa. ¿Más hombres de Benrat? Swilli se asomó, como una lagartija, en silencio. Tenía el tamaño de un niño grande. Colocó una flecha en su arco. Disparó. Su rostro mostró sorpresa. Volvió a disparar. Dos veces más. Se escuchó una risa, retorcida, elevada, orgullosa y dantesca, como sino surgiera de la garganta de un hombre, sino de algo monstruoso. Espantó al pigmeo, quien retrocedió, asustado.
—Si me padre me quiere fuera llevadme fuera, patanes —se quejó la moza, cruzándose de brazos.
Oggo se asomó al pasillo, Cuervo le imitó. El pasillo estaba desierto salvo por una figura. Había tres flechas a sus pies, las tres quebradas. Era un único hombre, fuerte pero no hinchado, atlético, con el torso desnudo, sin armadura alguna. Llevaba brazos y pecho tatuado, de forma tribal. Las sombras de la noche parecían reptar sobre él como una amante de lo más sucio. Llevaba una cola de caballo, negra, muy pulcra. Sus ojos eran como los de una fiera. Llevaba una espada en la mano, una que Cuervo percibió como una reliquia, bien forjada, de empuñadura labrada, una pieza de museo, algo antiguo. En su boca había restos de sangre.
—¡Bu! —les saludó, burlón.
—Sacadla de aquí —ordenó Oggo a la escolta —. Yo me encargaré de ese…—no encontró una palabra. Cuervo también lo había sentido. El miedo, el miedo que se llevaba en la sangre, el miedo al reconocer al mismo cazador de hombres que había cazado a sus antepasados en la antigüedad. —. Yo me encargaré.
—¡Y una mierda! —se negó Karl —. Si vas a pelear, nos quedamos contigo.
Afuera, el solitario guerrero empezó a caminar. Elevó la voz, era áspera, yesca que no prendería, ácido que quemaba los tímpanos. Había algo de animal en él, de depredador.
—Solo quiero a la chica. Es un bocadito delicioso. ¡Niña! ¡Mi amo te espera! ¡Y con él; tu destino!
Algo en la orgullosa niña mimada se retrajo. Su ceño fruncido dio paso al temor más profundo.
—No quiero ir con él, esa voz me da escalofrios.