Partida Rol por web

Incluso estando lejos de la costa y de la isla, Mark seguía en la cubierta de popa señalando en dirección a San Martín y haciendo aspavientos. En un holandés cerrado y con voz profunda y rasposa, el antiguo ballenero no había dejado de proferir improperios y maldiciones a los franceses y a toda su línea de sangre. Aun no entendiendo lo que decía, cualquiera que pasara por su lado sabría perfectamente que calificar sus palabras de obscenas era quedarse corto.

Una vez hubo calmado su espíritu, se dio media vuelta y cruzó el barco con grandes zancadas. Cuando pasó al lado de Hernando lo vio hablando con Manolito, como solía acostumbrar.

 - Nos salvaste, camarada -dijo dándole una palmada innecesariamente fuerte en la espalda- estar en el cadalso y ver volar a Manolito nos dio esperanzas, y sin eso ni siquiera 4 encapuchados con sus trucos nos hubieran dado las fuerzas para afrontar la situación -le dedicó una sonrisa sincera pero fea, no se le daba bien hacer ese gesto con la cara, daba miedo.

Recogió su querido yelmo y lo colgó en su cinturón con una anilla. Se puso la cinta de cuero cruzada en el torso que usaba para guardar los arpones en su espalda.

 - ¡Oye, Viejo! -gritó cuando vio a Fink cerca- igual habría que repasar las lecciones para usar un mosquete, no creo que usarlo como cachiporra sea lo más adecuado -se rió con una sonora carcajada- valiente fue plantarles cara, a esos zagales franceses no les duele la espalda como a nosotros jojojo...

Y cortó su risa de golpe. Como muchas otras veces cuando se percataba de algo raro, se cayó de pronto y se quedó con la mirada fija. Su instinto de cazador no era algo que tomar a la ligera.

— ¡JaJÁ! — rió Fink, escupiendo varias veces por la borda de popa mientras alzaba, triunfante, el mosquete robado — ¡Mi pescuezo aún tiene mucha vida por delante!

¡Ah, les había ido por un pelo! Y había sido gracias al encapuchado misterioso. Y ello le llevó a la siguiente preocupación, la orden del capitán de navegar al este.

Pero el capitán no era él. Aunque le pareciera cosa del demonio, aún quería conservar su pellejo. Si el capitán quería ir para allá, pues allá irían. Su trabajo, en cambio, era otro: sacarle las balas de las tripas a los infelices que las recogían y dejarles un buen costurón. Se podría decir que los pobres diablos que habían caído al agua muertos o en vías de hacerlo habían tenido hasta suerte.

Fink se giró al escuchar que le decían algo por su oído bueno.

— ¿Eh? —miró en su mano el mosquete que usaba ahora como bastón, y rió — ¡Ah! Ja ja ja, pues ya viste que uno se fue al otro barrio con el golpe de uno de estos. ¡Esos críos imberbes se creen que porque uno peina canas es un blandengue! — el vejete hizo una torpe finta y simuló un débil puñetazo al enorme Mark en el pecho de oso.

» Pero le debemos una a ese condenado español del loro. Vaya sablazo. Y tambiéb al tipo ese de la capucha que... — entonces se percató que, como si de un enorme perrazo se tratara, Mark se quedó mirando a alguna parte indeterminada. Miró él también. — ¿Qué, qué ves?

Estnado los tres en cubierta, comentando los últimos movimientos en Marigot (y dando gracias a las habilidades de unos y de otros para la huida), Fink y Mark miraron rápidamente hacia arriba. Hernando lo hizo también, pero no sabía muy bien qué advirtieron sus dos compañeros de fatigas marítimas... El Viejo y Ahab vislumbraron en el cielo un águila que sobrevolaba la corbeta, volando en círculos y siguiendo al barco.  Su vuelo no era errático, pero tampoco era frecuente que dieran tantos círculos a distintas alturas sobre el navío. Tras un rato sobre las velas, desapareció.

* * *

Unas horas después, habiendo degustado un menú a base de unas legumbres y algo de carne y ron, la tarde asomaba tranquila, sin ninguna nube en el horizonte. El capitán hablaba en privado, en el castillo de popa, sobre cuestiones de la marinería (tal vez sobre el rumbo dictado y las siguientes actuaciones de la Liebre Parda y sus tripulantes).

A media tarde uno de los más jóvenes marineros comenzó a gritar. Había dado la voz de alarma, y enseguida todos os percatasteis de lo que pasaba a bordo: al igual que pasó en la ciudad portuaria de Marigot, otro reguero de ratas que pareció salir desde los camarotes hacia cubierta (como si la plaga se hubiese trasladado al buque). Las ratas salían del interior del barco, corrían y se lanzaban al mar, como desacertadas... A la mayoría de vosotros os volvió a helar la sangre aquella escena.

Pero alguno más ocurrió.

En esos momentos aparecerá de nuevo el águila que Mark y Fink antes vieron, posándose de manera majestuosa en la barandilla del castillo de popa. Acto seguido, el águila se transformó su cuerpo emplumado en el de una figura humana, concretamente en el mismo tipo con capucha y capa que horas antes (en el cadalso de Marigot) ayudara a algunos a librarse de la horca...

El contramaestre Malayedra se desmayará al ver la transformación, y algunos marineros comenzaron a rezar; el capitán Barbeau, por su parte, parecía aguantar el tipo. La tripulación de la Liebre Parda se agolpó entonces en la popa (aquellos que se atrevieron a acercarse), alertados y expectantes al mismo tiempo. El tipo se retiró la capucha lentamente, y todos pudísteis contemplar un gran tocado de plumas sobre su cabeza, su rostro pintado y sus orejas y nariz horadadas. Las ratas entonces corrieron a sus pies, dando vueltas sobre éstos, sin llegar a tocar al sujeto ni subirse a su cuerpo... Tal vez las controlara él mismo.

Parecía un nativo del nuevo continente.

Hernando no se había fijado en un primer momento en aquel águila que los seguía, pero luego tras ver en varias ocasiones a sus compañeros mirar al cielo, vio el imponente animal. -Cuidado Manolito, no te separes de mi, a ver si vas a ser la cena de ese águila. No vueles en un rato, majete.-

Pero lo realmente extraño estaba aun por llegar, montones de ratas que salían a cubierta inundándolo todo con su presencia, algo parecido a lo que ya habían vivido aquel día. Y el águila bajo, y se transformo en el encapuchado que les había ayudado, al cual se acercaron las ratas, y que al bajar la capucha resulto ser un indígena. Aquello era cosa del diablo. Lo que vio Hernando asusto hasta a Manolito. Los dos se quedaron pasmados, ante aquellas brujerías, ni hablar podían, del susto que tenían. ¿Qué intenciones tendría aquel demonio?

Hernando se santiguo y permaneció a cierta distancia del brujo y sus ratas. Pero lo suficientemente cerca, como para tratar de escuchar lo que tendría que decir. 

Fink se había quedado paralizado en el sitio. ¡Es que lo sabía! ¡Todo había sido cosa del demonio! Y lo que era peor, el demonio mezclado con magia negra que ni contemplaba su existencia hasta ahora, ni comprendía. Pero allí estaba aquel, uno de esos endemoniados nativos el responsable de hacer aparecer esas ratas con su brujería, que él lo había visto con sus propios ojos. A su febril mente acudieron las leyendas e historias que había escuchado acerca de cómo aquella gente, si es que se las podía definir como tal, arrancaban el corazón del pecho, decapitaban a sus víctimas y las hacían rodar escalinatas abajo de unas terribles pirámides, macabras ofrendas a lo que creían algún falso dios que no era más que el demonio disfrazado.

El viejo apenas notó que se le aflojó la vejiga y mojó los calzones. Quiso escapar, pero ¿qué iba a hacer cuando llegase al otro extremo del barco? ¿Saltar por la borda? Aún no estaba tan loco.

Tan sólo tuvo fuerzas para dar con el dorso de la mano al otro viejo que tenía al lado, el español del loro, y señalar con un dedo tembloroso al nativo y susurrar con voz igualmente trémula:

— ¡B-brujería!

La aparición de las ratas lo dejó perplejo, su comportamiento errático también lo alarmó, pero no iba a desperdiciar la oportunidad. Apartando las ratas con los pies, Mark cogió uno de los arpones dispuesto a trinchar más de una. No eran un manjar, pero bien cocinadas eran carne al fin y al cabo. No hubiera sido la primera vez que comiese lo que fuere para sobrevivir.

Pero se detuvo en el instante que vio a ese águila de nuevo.

 - Las águilas no vuelan en alta mar... y esta ya la hemos visto antes... -un escalofrío recorrió su amplia espalda.

Observó curioso el descenso de la misma, y contempló con horror cómo se transformaba en una persona.

 - Por la madre Queequeg... -susurró mientras se acercaba a popa con grandes zancadas- aún peor, Viejo, eso no es un brujo, es un chamán -dijo con voz ronca al pasar al lado de Fink y Hernando.

Sin cambiar la expresión de su rostro barbudo, se fue acercando cada vez más. Al pasar al lado del contramaestre le dio un pequeño empujoncito para espabilarlo. Conforme pasaba al lado de la tripulación les iba dando palmadas en la espalda. Debían mantener la calma.

Cuando estuvo a pocos pasos del nativo, se paró impertérrito y golpeó con fuerza el suelo con el arpón, sujetándolo como si fuese un bastón.

- ¿Vienes a cobrarte el favor de habernos salvado? -añadió con la mirada fija en sus ojos.

Hernando permaneció alerta, santiguándose creyendo que el diablo se había posado en la corbeta. Fink, por contra, no pudo sino correr hacia la otra punta del barco, notando los orines entre sus piernas, como muchos otros de los marineros ante tal prodigio. Sin embargo, Mark parecía ser más práctico, tratando de cazar alguna rata... hasta que se topó con la naturaleza de aquel ser, momento en que se paró y le habló.

No del todo... -respondió a Mark, hablando* con un acento indígena, pero entendible-. Más bien al contrario, vengo a saldar una deuda del pasado y a algo más...; no podía dejar que Bertrand muriera así como así -el capitán no dejaba de mirarle. ¿Tal vez le conociera de algo? ¿Un pasado común o algun tipo de relación aventurera?-. Sea como fuere, aquel chamán "camaleónico" siguió hablando.

¡Bertrand! -le dijo al capitán-. Al fin te encuentro; temía no poder dar con tus pasos. Solo alguien como tu, uno entre mil leguas en este mundo, podría ayudarme. Os libré de la muerte por lo que aconteció aquella vez pasada... Y por otra causa de gran razón: Los ojos del Tlaloc han sido liberados por el peso de la tierra, y ahora son visibles para cualquiera. Sin embargo, los ojos del Tlaloc no pueden ser poseídos por nadie. Si Tlaloc se entera, los mares se elevarán hasta las estrellas... -señaló con su dedo hacia arriba, con gran esmero. Aquello, sin duda, parecía una otra teatral de un corral de comedias, en verdad-.

Capitán Barbeau, navega aún más hacia el este y encuentra la tumba de la Castellana. Después, toma los ojos de Tlaloc y llévalos a Kosom Lumil. ¡Aprisa! No pierdas un instante más...

Mucho tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos -respondió el capitán, muy serio-. ¿Dices que ese dios tuyo amenaza este mundo? Mmm... 

Escondido tras un tonel, Fink lanzaba miradas, por encima y por los lados de éste, sin dar crédito a que el capitán y el chamán se conocían. Oooh, Mark tenía razón, y si algo había peor que un brujo era uno de esos chamanes que maldecían con que se caerían los dientes y el cuerpo se ajaria hasta quedar como un mero pellejo reseco.

Fink había pensado que aquello eran patrañas, pero las últimas vivencias habían arrancado su escepticismo de cuajo.

En el silencio que se había generado en el barco, el viejo escuchaba, más por miedo que por interés, lo que el chamán decía acerca de ojos, Tlaloc, la tumba de no sé quién y la furcia que los parió a todos. Pero el caso es que algo de lo que le decía le quería sonar, y a través del miedo, que lo sentía más que sus propios pantalones mojados, luchaba por abrirse paso el conocimiento que había acumulado cuando cultivaba su mente leyendo libros de muchas materias. Cuando tenía acceso a libros, porque cuando el desafortunado Fink lograba hacerse con uno, aquellos marineros zafios con los que viajaba se lo acababan arrebatando, alegando que la suavidad del papel era ideal para la higiene del trasero. Bárbaros.

Mark miraba tenso al indígena, no se fiaba ni lo más mínimo de las artes esotéricas salvajes. Las había visto con sus propios ojos y nunca auguraban nada bueno. Sin embargo, al ver que el capitán conocía y al parecer respetaba a aquel tipo, relajó los músculos y abandonó su postura amenazante.

Escuchó con atención y en silencio. Él mismo había sido el primero en hablar con el nativo, pero desde luego esta no era su conversación. El capitán se encargaría.

Su rostro antes estoico, ahora tenía una ceja enarcada y una mueca de... ¿asombro? A saber, este maldito holandés no sabe coordinar los músculos de la cara para dibujar expresiones. Pero estaba claro que esas palabras le sonaban de algo. Muchos años durante la caza de ballenas compartiendo larguísimos viajes con todo tipo de fulanos. Historias para no dormir, leyendas antiguas, cuentos de niños... todo tipo de falacias poblaban las conversaciones en cubierta cuando el ron calentaba tripas y espíritu. Y una de ellas parecía repetirse ahora en boca de ese chamán.

 - Hernando, si ese pagano habla de lo que creo que habla estamos jodidos... -susurró sin desviar la mirada del nativo. Sabía que el español estaba cerca porque escuchaba los aleteos curiosos de Manolito detrás de él.

Aquel indio respondió a Mark, pero luego fue con el propio capitán con el que estableció una extraña conversación. Los ojos de Tlaloc, algo por lo que ese ser podría destruir el mundo. Y que había que ir hacia el este a la tumba de la castellana, de alguna forma, aquello sonaba a algo ya escuchado por el viejo Hernando. Alguna conversación sobre algunas de las muchas supersticiones que eran tan habituales, en las largas horas de travesía.

Pero todo aquello apuntaba al mismísimo diablo, como aquel indio controlaba las ratas y era capaz de transformarse en águila, era algo que le había impresionado tan profundamente, que en su vida podría olvidar.-No se Mark, esto no tiene buena pinta, creo que se avecina tormenta y de las malas.-

Y acarició en silencio a Manolito, que menudo susto llevaba el pobre, mientras que seguía observando a aquel extraño personaje, que parecía sacado de un cuento, o más bien de una pesadilla. 

Parece que aquel hombre no fuera del todo un demonio (o tal vez sí, quien sabía), pues así lo pensaban la mayoría de los marineros de la Liebre Parda. Pero al oir las palabras de aquel hombre, a vuestra mente llegaron algunos ecos de vuestro pasado (casualmente para vosotros tres).

Por tu parte, conocías la leyenda del los Nahuales, una especie de chamán o brujo de algunas culturas nativas del Yucatán, capaz de transformarse en ciertos animales a voluntad. Esos cuentos de viejas en tu lugar de origen era eso... cuentos de viejas; pero aquí ganaban un trasfondo muy propia... ¡y totalmente real!: ¡Aquel tipo era un Nahual!

Por tu parte, al escuchar aquella localización, algo te llegó a la mente Kosom Lumil hacía referencia a la isla de Cozumel, situada en la costa este del Yucatán. Era isla de naúfragos, de antiguos palacios nativos y playas espectaculares.

Por tu parte, quien parecías ser el más instruido de tus tres compañeros (tal vez por tu vejez), algo te decían algunos de los nombres... La Castellana, el primero. Este apodo, según sabías hacía tiempo, hacía referencia directa a Malinalli o Malintzín, intermediaria, intérprete y posterior compañera nahuatl de uno de los grandes conquistadores españoles: Hernán Cortés, el cual vivió hace casi doscientos años; por otro lado, en alguna vieja historia ya habías escuchado aquel nombre de deidad, "Tlaloc", y no era sino el nombre del dios yucateco de la lluvia, muy importantes para los nativos de la península del Yucatán.

Así es. Ni las aves tendremos un sitio para posarnos si la ira de Tlaloc llega a este mundo... -respondió a Barbeau-.

Entonces el chamán extendió su brazo, extrajo de entre sus pocas ropas un medallón redondo y dorado, y se lo entregó al capitán. Era redondo, brillante, atrayente (una joya digna de ser vendida por muchos cobres y oros). El capitán Bertrand la tomó entonces entre sus manos, embelesado por la gran joya.

Estos es algo que necesitarás para llegar hasta la tumba de la Castellana -añadió el chamán-.

Es muy bello, y seguro que muy útil -Barbeau lo tenía sujeto en alto, y el medallón pendulaba-. Sin embargo, Chiczahuila, mis hombres no comen y se divierten del aire... -le replicó-.

Entonces aquel nativo con inmensos poderes lanzó en medio de las ratas que aún quedaban sobre cubierta una bolsa con decenas de de pequeñas cuentas verdes, piedras preciosas de un material muy exquisito (Jade brillante) esparciéndose por la cubierta. Los marineros de la Liebre Parda, quedado un poco atrás aquel suyo miedo, se lanzaron ansiosos a recoger el botín. 

Helo aquí, el incentivo... Con esto seguro que será más que suficiente... -Bertrand Barbeau sonrió entonces, sabiendo que aquel a quien llamaba "Chiczahuila" acababa de pagar* a la tripulación también.