Partida Rol por web

Un rumor suave de hojas entrechocando acompaña vuestra marcha. Vuestra visión está imbuida en negro y verde oscuro, colores cada vez más frecuentes a medida que la luz escasea. No hay movimientos bruscos, no hay animales que pasen a vuestro lado como antes. Todo está tranquilo.

Vuestros pasos resultan acertados y pronto halláis la confirmación; la anterior expedición ha dejado más cortes en los árboles, formando una tortuosa senda. A lo lejos avistáis algo, una forma sobre un árbol. Es un hombre, sentado sobre una rama gruesa a diez metros del suelo; sus ropas y color de piel lo delatan como occidental. Cubre su cara con un sombrero amplio de paja y parece dormido.

Lo último que esperaba ver es justamente lo que estamos presenciando. Un hombre blanco, dormido tranquilamente, como si estuviera en Hyde Park y no en la jungla africana. Debe pertenecer a la expedición de Sir Walfred, sin duda. No cabe ninguna otra posibilidad.

Me adelanto un par de pasos, esperando que el teniente me cubra por si acaso, y saludo al extraño personaje.

¡Hola, buen hombre! ¿Habláis mi idioma? Soy Jeanne Crossley-Holland. ¿Pertenecéis al grupo de Sir Walfred Borguen?

Estoy igual de sorprendido que mis compañeros ¿Un hombre aquí? ¿Solo? europeo o americano a juzgar por su apariencia. Me huele a chamusquina. - Tenga cuidado Lady Jeanne, no se acerque demasiado, puede ser una trampa... O algo mas retorcido. - Intento buscar con la mirada algo que me de un indicio de peligro. - Doctor ¿Ve algo extraño en el cuerpo?

Alargo mi mano hacia la empuñadura de mi revólver, lo mantengo en la cartuchera pero listo. Tensiono el cuerpo esperando que algo suceda.

-Teniente, veo que este hombre, además de intrépido y saber escalar, tiene un equilibrio excelente siendo capaz de dormir sobre la gruesa rama de este magnífico árbol. Encaramado en la rama se resguarda en los árboles de los peligros naturales que le acechan y sus ropas son tan sucias como las nuestras-. Aunque no parezca una amenaza sujeto la empuñadura de mi revolver con la mano mientras la mantengo escondida en la bandolera. -¡Buenos días, buen hombre! ¿Habla nuestro idioma? ¿Lleva usted mucho tiempo por esta zona?-.

Un hombre… ¡Un hombre blanco en medio de nuestro camino! Tiene… tiene que ser un miembro de la expedición de Walfred. El debe saber algo de la niña, de la ciudad. Mis ojos se mueven nerviosos por el suelo mientras pienso en las implicaciones que representa la presencia de aquel sujeto que simplemente esta allí sentado.

- ¿Dónde? ¿Dónde están? La ciudad… la… la niña. Encontrasteis la ciudad. La hija de sir Borguen, cantando ¿Cuánto hace que se marchó? – Pregunto con urgencia. Tenemos… tengo que saberlo.

El hombre no hace caso de gritos o preguntas. Sigue en la misma posición, sin reaccionar. Un brillo plateado atrapa vuestra mirada: el filo de un cuchillo semienterrado en el suelo, a los pies del árbol.

-No responde... ¿Estará...? ¿Está... muerto?

Ese cuchillo a los pies del árbol me llena de inquietud, más de la que ya me había producido aquel extraño encuentro. A cada paso que daban, las rarezas se sucedían, una tras otra. Intentó quitarse las palabras temerosas de Umbopa de la mente. 

Me miro el cuchillo que llevo al cinto, el que me regaló Akanni, intentando compararlo con el que se encuentra allí clavado. Doy un paso más hacia delante, hacia ese cuchillo semienterrado. Luego recuerdo cuanto detestan mis compañeros que corra peligros innecesarios. La curiosidad me puede, pero en esta ocasión se impone la prudencia.

Miro al teniente, preguntándole con la mirada qué deberíamos hacer ahora.

Lady Jeanne me mira buscando confirmación, ¿A quién pretendo engañar? Cuando se le mete en la cabeza algo es prácticamente imparable. Al menos esta vez no ha sido impulsiva. - Está bien. - Digo mientras accedo con un gesto de resignación. - Pero no se separe de mí.

Me preocupa Sir Jacob, aún no se ha recobrado del todo pero el doctor Mellanby parece que es capaz de mantenerlo a raya, de momento al menos. Debemos tener cuidado para que no haga ninguna locura.

Avanzo preparado para cualquier sorpresa junto a Lady Jeanne. Observo cualquier pequeño detalle que pueda delatar una trampa o algo similar, sin quitar un ojo a nuestro inmóvil invitado. La tensión hace que una gota de sudor recorra mi frente, sujeto mas firmemente mi revólver.

-Muerto o dormido parece que dejo caer su cuchillo desde lo alto-. Espero a que el teniente evalúe y decida mientras permanezco atento a nuestros alrededores. -Su cuerpo esta extremadamente delgado-.

Primero las aves salen volando.

Después algo se quiebra. El crujido sacude vuestros oídos con la fuerza de mil tambores.

Vuestros cuerpos pierden al equilibrio. Sacudidas erráticas se extienden a vuestro alrededor, arrojando lianas y ramas al suelo. Vuestros propios miembros se sienten más como los trozos de títeres mal cosidos. El hombre también cae, rodando por el suelo como una pelota de criquet perdida. Se detiene ante Jeanne, mirándola con sus cuencas cadavéricas. Los ojos se han secado y colapsado, igual que la lengua. Bajo la barbilla, un tajo irregular desgarra la garganta de lado a lado. A cada convulsión, puñados de larvas se desprenden en todas direcciones, acompañadas por un olor putrefacto desde cada orificio del cuerpo.

Y así, el temblor cesa como si nunca hubiera existido.

El súbito terremoto me coge por sorpresa. Es como si hubiera estado esperando a que diera ese paso, esperándome a mí. Y cuando el cadáver rueda ante mí, con el cuello degollado y las cuencas vacías y las larvas reptando asquerosamente por su cuerpo, doy un par de pasos hacia atrás con el corazón amenazando con salir desbocado del pecho. Trastabillo y caigo al suelo, mientras intento taparme la boca para no pegar un grito.

Con la sacudida, apenas tengo tiempo de proferir una advertencia antes de que el sonido sordo del cuerpo al caer contra el suelo la ahogue. La fuerza de la colisión abre los tejidos blandos del cadáver haciendo volar las larvas y gusanos de su interior -carne data vermes-. Eso quiere decir que lleva más de tres días muerto y que ya tengo chascarrillo para los compañeros de la facultad.

Sin embargo, la ducha pútrida que nos salpicó después fue asquerosa. No sé si trague un insecto o parte de los tejidos desprendidos pero nada parecido al baño que recibió Lady Jeanne. Y ese olor. Ese olor nauseabundo y penetrante acompañado del zumbido de las moscas. Igual que el olor de una rata muerta obstruyendo una cañería de desagüe de los baños públicos de Trafalgar Square. -No... no era una trampa señor Douglas-.

La sacudida interrumpe nuestro avance y desbarata todo a nuestro alrededor incluido a nuestro invitado, que desde luego no era una trampa.

Un cadáver y en el peor de los estados, una suerte de mejunje de larvas y putrefacción que haría perder el sentido a cualquiera nos impregna. A pesar de intentarlo no puedo evitar verme afectado por la terrible visión y me veo obligado a apartar la mirada.

Estoy perdiendo mi paciencia con este tipo que duerme en medio de la jungla. Seguramente algún soldado de la legión española, solo ellos son capaces de dormir en mitad del día. Me quiero quejar de él, cuando observo el cuchillo en el suelo ¡Sucio traidor! ¡Una trampa! Quería gritar, insultarle, incluso agredirle, pero no llego a hacer nada de eso.

El temblor me aturde primero, y luego me acaba haciendo caer como un árbol que sucumbe a las termitas o que se rompe por la edad. Maldigo para mí, mientras busco con desesperación la muleta improvisada para levantarme. Pero no soy el único que se ha precipitado al suelo. El hombre… el cuerpo que teníamos delante también cae. Revelando su auténtica y descompuesta naturaleza.

Un torrente de repugnancia y horror me recorre. Imágenes de los momentos ya vividos pasan ante mi, mientras viscosos gusanos y descompuestos trozos de carne caen cerca. Las nauseas no tardan en aparecer. Estoy seguro de que, si hubiese desayunado mejor, habría deglutido absolutamente todo allí mismo. Ahora, pugna por salir, y no descarto que acabe mancillando la ya, sucia ropa que tengo.

Pese a su corta duración, el terremoto ha dejado un verdadero desastre. Hay un sinfín de ramas y desechos por todas partes, pero ningún árbol ha caído. Los que están marcados siguen ahí, señalando el camino bajo las últimas luces de la tarde. Toca decidir si avanzar o retroceder.

Después del momento de pánico, me levanto del suelo y me sacudo la ropa para quitarme lo que haya podido caer encima, intentando no perder aún más los nervios.

Miro al doctor, y le digo:

-A este hombre le han cortado el cuello... ¿Podría decirnos algo más? ¿Cuanto tiempo cree que lleva muerto? Y habría...  habría que registrarlo para ver si lleva algo que pueda decirnos quien era. 

Me acerco al cuchillo clavado en el suelo, conteniendo las nauseas por el espantoso hedor, con la intención de recogerlo y compararlo con el que me regaló Akanni. Ver si es un cuchillo africano o es de manufactura europea... y si parece haber sido el arma del crimen.

Porque es lo que ha sido. ¿Pero qué clase de demente subiría el cadáver de su víctima a la rama de un árbol? ¿O cometería su crimen cuando su objetivo estaba en una posición tan complicada? 

-Y otra cosa, doctor... ¿Tendría algún modo de averiguar si ese hombre era europeo? Ya sé que el color de su piel parece indicar eso, pero... no sabemos nada de quién construyó Hekalu la Ahtu.

Eso es, Jeannie... Piensa, concéntrate en los datos... en los libros... no en esto... 

-Ya en el siglo XVI, cuando el cronista portugués João de Barros supo de las ruinas del Gran Zimbabwe, escribió: “No hay registro de cuándo se levantaron esos edificios y por qué, ya que la gente de la tierra desconoce el arte de escribir, pero ellos dicen que son la obra del diablo, porque en comparación con su poder y conocimiento, no les parece posible que sean obra del hombre". De Barros afirmaba que las ruinas incluían muros ciclópeos y los restos de grandes palacios reales, y que según los moros que le hablaron del lugar, la ciudad se había construido para controlar unas inmensas minas de oro. 

¿Cómo no he caído antes? Quizá... quizá eso es lo que lleva a un empresario naviero a organizar una aventura como esta...

-Y él, como también Tomé Lopes, apuntó la posibilidad de que esa Symbaoe que ningún europeo había visto, fuera en realidad la legendaria Ofir de la biblia... la misteriosa ciudad que enviaba grandes cargamentos de oro al Rey Salomón. Y cuando hace unos treinta años, Render y Mauch descubrieron al fin que las ruinas del Gran Zimbabwe no eran un mito, y posaron sus ojos sobre el lugar, ellos también pensaron que aquel era el reino de Ofir, ¡que el palacio real encajaba a la perfección con la descripción que se hace en la Biblia del palacio de la Reina de Saba!

¿Saben lo que significaría eso? ¡Que en el corazón de África hubo un reino desconocido, regido por una mujer blanca! ¡Posiblemente toda una civilización de hombres blancos en plena jungla! ¡Como dice la leyenda medieval del reino del Preste Juan! Pero... ¿y si estaban en lo cierto con su teoría pero se equivocaban de lugar? ¿Y si Ofir no era el Gran Zimbabwe? ¿Y si la corte de la Reina de Saba y las fabulosas Minas del Rey Salomón se encuentran en realidad en Hekalu la Ahtu?

Las promesas de oro y diamantes ciertamente podrían llevar a un rico empresario hasta aquí, y bastarían para intentar asustar a cualquiera que le siga sus pasos por todos los medios necesarios... e incluso a asesinar si fuera necesario.

¿Eso eso posible? una civilización de hombres blancos aquí y además dirigidos por una mujer, es algo que tendría que ver con mis propios ojos para creer.

- Me aventuro a decir que pertenecía a la otra expedición y de ser así me inquieta seguir aquí. - Miro inquisitivamente a la maleza que nos rodea aún sin soltar el revólver. - Prefiero continuar hacia donde sea que nos lleve esto. - Con un gesto serio que denota gravedad en las palabras que voy a decir a los demás - Solo voy a imponer una condición, ninguno de nosotros debe separarse del grupo, no debemos mostrar mas debilidad de la necesaria o acabaremos como este desgraciado.

Intento dilucidar quién a podido atacar a ese hombre de manera infructuosa, pues no tengo conocimiento alguno sobre las tribus o mitos que aquí imperan. - Lady Jeanne puede que el cuchillo que le entregaron los Johair pueda influenciar en lo que nos rodea o sus gentes, lo que no sé decirle es si para bien o para mal...