Partida Rol por web

Troncos imposibles de abarcar son los pilares de este templo natural erigido por la naturaleza. La luz que entra desde las alturas rebota en las gotas de rocío, enviando destellos de infinitos verdes. En lugar de baldosas, musgos y hierbas de largas hojas cubren el suelo y las piedras, casi ocultando su brillante rojo. El aire mismo parece vibrar con la infinita cascada de cánticos que cubren cada rincón. Avanzáis, pasando por hondadas estrechas donde se acumula la niebla y poco después os encontráis casi trepando por cuestas que se hunden bajo vuestras botas. La humedad se combina con vuestro sudor, pegándose a vuestra ropa y a cada pliegue de piel por oculto que esté. Vuestro guía y porteadores -ocho recios hombres- no parecen acusar este efecto, siendo quienes han de pararse a esperaros, a pesar de llevar cargas para montar un campamento que dure semanas. 

Habéis tenido algún que otro susto a lo largo de la mañana. Una serpiente cruzando en vuestro camino para rápidamente desaparecer, un par de caídas aparatosas por el terreno y finalmente un leopardo acechando que huyó antes de poder ser disparado. A mediodía, el guía se detiene y llama a Jeanne. Hay cintas de colores uniendo arboles, a modo de arcos. En la corteza, símbolos azules de algo que parecen relojes de arena y óvalos, subrayados por dos líneas. Algo dorado cuelga de una de las ramas más altas.

La selva es un mundo mucho más... vivo de lo que había podido imaginar por los libros. Es como si la naturaleza estuviera desbocada, como si nos encontráramos en otro mundo. Nunca me había sentido tan pequeña. Pero a la vez, ¡es fascinante! Cada nuevo paso revela una maravilla, un misterio, o algo tan bello como mortífero.

Desde que embarcamos, mi civilizado y elegante atuendo de dama inglesa quedó relegado a los baúles del equipaje. Este no es lugar para enaguas, corpiños y encaje. Unos pantalones cómodos de hombre, unas buenas botas y una camisa con el cuello desabrochado... Si me viera mi padre le daría un infarto. Y a mis compañeros poco les faltó, creo. Especialmente cuando vieron que llevaba al cinto la pequeña y ligera pistola que el abuelo insistió que llevara siempre encima. Nunca he usado una, y espero no tener que hacerlo jamás, pero ahora que estoy aquí, entiendo su insistencia.

Ahora una curiosa visión ha aparecido en nuestro camino, un lugar marcado de algún modo por las tribus de la región. Instintivamente miro a la jungla que nos rodea, por si sus autores pudieran estar cerca.

Mi visión vuela de un lugar a otro. Incapaz me veo de mantenerme quieto y centrarme, me siento como un niño que llega por primera vez a un animalario o un zoo. Aunque una parte de mi siente miedo, ahora mismo queda demasiado relegada ante los vivos colores y las formas de plantas, los pájaros y seres, tantas cosas que no había visto. Mi lápiz no deja de garabatear en el cuadernillo azul, anotando, haciendo pequeños bosquejos de las plantas y de las criaturas que observo.

Para cuando el sol esta sobre nuestras cabezas… o debe estarlo, con tanta rama y hoja, solo se aprecian sus rayos entre la bóveda verde sobre nosotros; llegamos a algún lugar marcado.

- ¡Extraordinario! – Hago apunte de esto en el cuaderno, mientras sigo mirando ¿Qué será eso que reluce?

Cuando pensé en los peligros que podría sufrir en el viaje no me prepare bien para la alta humedad de la selva y lo incómoda que resulta con el calor de la marcha. Si no fuera por el decoro continuaría mi marcha en ropa interior. 

Afortunadamente el barro que se ha pegado a mi camisa y pantalones caquis de algodón oculta las manchas de sudor que debo tener para intentar combatir el exceso de temperatura. Y me protegen en cierto medida de las picaduras de los insectos.

Observen este tocón -digo mientras señalo los restos de un viejo árbol recientemente fracturado- su madera es negra y eso es muy curioso. Parece perfecta para hacer todo tipo de trabajos con ella. -Mi padre podría ganar una fortuna si dispusiera de este recurso es sus astilleros, si tuviese una cámara de fotos haría buen uso de ella desde luego.

Pero la marcha continúa y según mis notas ya llevamos un mes de travesía.

Notáis figuras humanas asomando muy ligeramente de detrás de los troncos, más allá del límite de los símbolos. Tres, quizás cuatro indígenas.

Con una mirada mas nerviosa, dejo de escribir y cierro el cuaderno con calma para devolverlo al bolsillo interior de mi chaleco. Y tras esto trago saliva, y con calma y una voz, trémula y lenta digo mientras llevo una mano a la pistolera con el revolver en mi axila. - No se asusten. Ni hagan movimientos bruscos. Pero creo que estamos rodeados. Por aborígenes.

Llevamos días caminando sin encontrar nada reseñable, aprecio la fascinación que aún mantienen mis compañeros por cada tronco, planta o animal que se nos cruza. Yo ya no soy capaz de saber si estamos andando en circulos o vamos por el buen camino, el ambiente sofocante no ayuda, aunque me alegro de llevar las ropas adecuadas.

Los porteadores se han detenido, parece que han encontrado algo y aunque me alegro de poder ver algo que se salga de las tonalidades verdes que nos han acompañado hasta ahora no puedo evitar echar la maño al revólver de mi cinto, mientras me adelanto para ver que han visto, reconozco si tacto familiar y eso me reconforta.

Me quedo absorta contemplando los patrones tribales en las cortezas de los árboles, y las cintas de colores que los unen. Vi algo parecido en el tratado de Armiger y Collins sobre símbolos y tropos del África central. Doy un paso adelante para verlos mejor, asegurándome de no cruzar por debajo de esas cintas. Sí, esos símbolos sin duda significan...

Entonces escucho la voz del Sr. St Clair, que me saca de mi ensimismamiento, y levanto la mirada para ver donde está mirando. Tiene razón, ahí están, escondidos entre los árboles. 

No hagan nada -les digo a mis compañeros-. Intentaré hablar con ellos. 

Entonces levanto una mano, probando uno de los saludos tradicionales que he aprendido en el idioma bantú. Me dirijo a ellos en su lengua, hablando despacio e intentando que me entiendan bien.

[¡Bien hallados! Venimos en son de paz. No deseamos problemas ni los traemos.]

Les miro, intentando aparentar la mayor tranquilidad y serenidad, intentando leer sus rostros para ver su reacción. Y rezo para que ninguno de mis compañeros cometa una locura.

Las indicaciones de Sir Jacob terminan de confirmar mis peores pensamientos. Mientras intento descifrar la posición y el número de esos aborígenes a los que nos enfrentamos, repaso mentalmente dónde tengo cada arma y empiezo a planear cómo utilizarlas.

- Si hacen algún movimiento sospechoso actuaré señorita. - Susurro a Lady Jeanne - Si esto se pone feo cúbranse con lo primero que tenga tamaño para ocultarles y disparen a lo que se mueva. - Esta vez lo digo para todos.

Mantengo la calma que se aprende por la fuerza a base de estar en este tipo de situaciones y no quito ojo a ninguno de esos condenados mientras Lady Jeanne intenta establecer algún tipo de contacto.

Oh dios mío, gracias al cielo, por fin nos detenemos. Ya va siendo hora de coger mi cantimplora y beber algo.

Es lo que pienso antes de darme cuenta de que las palabras de Lady Jeanne van en serio. Aunque yo no vea nada de nada, la tensión del teniente y la respiración contenida del grupo lo deja claro. Mejor me quedo aquí quietecito a ver que pasa.

Antes casi invisibles, ahora se separan un poco de los árboles para veros. Con arcos medio tensados, parecen meditar cual debe ser su siguiente movimiento. Son cuatro, todos fornidos, con apenas unas pieles para cubrir su vergüenzas. Uno de ellos, el más cercano a vuestra posición, habla. Su dialecto, aunque algo diferente a los que conoce Jeanne, resulta entendible.

[soy Akanni, de la tribu Johari. ¿Qué os trae aquí, albinos? ¿Buscáis a los vuestros?]

Visiblemente confuso miro a Lady Crossley, esperando; por mucho, que pueda entender lo que este indígena esta tratando de decir y sea capaz de llegar a un acuerdo en el que no tengamos que imponer la fuerza. Preferiría no disparar un arma a ser posible. Aun asi, mantengo la mano cerca de la axila por si tuviera que hacerlo ¿Quién sabe como reaccionaran estos sub humanos dejados de la mano de Dios?

Intento disimular mi alivio al ver que parecen dispuestos a hablar. Me aparto un mechón rebelde de pelo rojo de la frente. 

[Te saludo, Akanni. Mi nombre es Jeanne. No deseamos perturbar la paz de los Johari. Tan solo deseamos cruzar vuestros territorios sin causar problemas. Buscamos un lugar... -me esfuerzo por encontrar el término en su dialecto para "ciudad", aunque carecen de una, y uso lo más parecido que soy capaz de encontrar- ...un gran poblado. Muy antiguo. Puede que con chozas de piedra. ¿Conocéis un lugar parecido? ¿Y habéis visto a más gente como nosotros? ¿"Albinos"?]

¿Significarán sus palabras que hay cazadores por aquí? ¿Tratantes de marfil? ¿O quizá otra expedición ha cruzado estas tierras antes que nosotros? ¿Se nos estará adelantando alguien? 

Akanni escucha con atención hasta que preguntas por la ciudad. Sus ojos se abren y lo ves temblar. Uno de los cazadores empieza a gritar alarmado a sus compañeros, a tal velocidad que no entendéis lo que dice salvo dos palabras. 

-¡Hekalu la Ahtu, Hekalu la Ahtu!

Otro de ellos intenta calmarlo. Muy nerviosos, Akanni y el hombre restante levantan el arco del todo, flechas serradas apuntando sin titubeo al pecho de Jeanne.

[Grupo de albinos, con palos boom, metales y tiendas. Niña con pelo de fuego, como tú. Pasaron sin ver las señales, ¡pero nuestras flechas los ahuyentaron!] -suelta un grito, orgulloso- [Vosotros abandonad bosque, no es vuestro lugar.]

Levantó las manos en gesto de paz, mientras miró de reojo a mis compañeros de expedición y les digo:

No hagáis nada brusco. No nos atacarán si pueden evitarlo. 

Luego me vuelvo a Akanni de nuevo. 

[Hemos visto las señales. Este símbolo significa hombre, este mujer. No queremos cruzar el límite, la frontera -digo, señalando a los símbolos formados por dos líneas-, pero debemos seguir hacia... hacia Hekalu la Ahtu. Daremos un rodeo. Y traemos una muestra de nuestra buena voluntad hacia la tribu Johari, como agradecimiento por su generosa hospitalidad.]

Y vuelvo al inglés para preguntar a mis camaradas:

¿Señores, qué llevamos que podamos ofrecerles como regalo? ¿De qué podemos prescindir?

Intento elucubrar si alguna de mis pertenencias podría servir como presente para estos nativos. Resulta complicado pensar en algo que pueda interesar a gente que vive en su propia sociedad de cazadores recolectores. 

Un momento Lady Jeanne, ¿recuerda la bufanda de piel de zorro que ha traído consigo y alguna vez ha dejado ver entre su equipaje? Creo que ellos podrían interpretarlo como el trofeo de un animal, que jamás han visto, y quizás pueda agradarles o embaucarles.