Partida Rol por web

Preguntó vannwa sobre la causa del asentamiento de la Sombra en aquel lugar. No era habitual encontrar a piedras tan mudas, y menos unas con tantas razones para estar orgullosas de ellas mismas como las que formaban las ruinas de aquella ciudad tan peculiar. Insistió como solo Vanwa podía hacerlo, sobre la cuasa de aquel abandono. ¿Fue quizás algo como en moria, que para conseguir la peculiar piedra cavaron demasiado hondo? ¿Fue la codicia la causa de su perdición, como a menudo pasa en la historia de los hombres?

Sonsacó las palabras de forma cortés, pero insistente, como cuando un chiquillo quiere atrapar una mariposa viva.*

Comer raices o musgo le parecía una nimiedad comparado con poder escuchar aquellas historias antiguas con la cristalina voz de la Dama.**

Con la llegada del anochecer se puso de humor sombrío al saber que les seguían orcos. Esperaba encontrar algunos de aquellos seres en el Paso Alto, pero no tan pronto.

- ¿Creeis que vuelven de alguna de sus fechorías en el valle a sus cubiles de las montañas? De ser así podríamos ocultarnos y esperar a que pasen...- Propuso Vanwa al grupo, en su habitual intento de evitar confrontamientos violentos.

Cuando cayó la noche y el señor elfo les avisó de las tropelías orcas, Baldbrand casi dejó sus quehaceres al preparar la comida junto a Vanwa.

Negó con su cabeza ante la pregunta del elfo pacífico.

-No podemos permitir que esos sangre-negra sigan mancillando esta tierra con sus pies. Me parece muy raro que hayan conseguido sortear a elfos y beórnidas o... que nos sigan. Podríamos ocultarnos si, pero para emboscarles. -concluyó con contundencia el guardés. Luego probó el puré de raíces y tubérculos que estaban cocinando y le añadió algo más de especias.

De alguna forma encontraba cierto alivio al saber que aquellas viles criaturas estaban a su espalda. Igual por fin podría encontrar un desahogo a la espiral de tensión creada por la señora elfa.

Ainar volvió de revisar las provisiones que les quedaban con cara de pocos amigos. Y ante la conversación que se estaba desarrollando, entró como hacha en la madera.

-Si seguimos desaprovechando oportunidades de cazar, recolectar y demás quehaceres que son importantes para todos pero hay un responsable...- dijo con ofuscación, mirando a Vanwa, luego a Miriel, luego a Balbrand, ya que no les pediría algo a la Dama y a Qildor -...cuando empecemos a bajar las montañas nos encontraremos con muy pocas provisiones o ninguna. Y eso suponiendo que no tendremos ningún imprevisto...- señaló hacia las luces en la oscuridad -...como ése, del que nos tenemos que ocupar como bien dice Balbrand. Sea que nos estén siguiendo o no, no podemos dejar correteando por cualquier lugar a esos desgraciados-

Y ni bien se sentó, comenzó a afilar una de las hojas de su hacha, mientras Munin graznaba quedamente esperando su comida.

-Y tú deja de hacer ruido... podrías ir y ver cuántos son, en vez de quedarte graznando, eso nos serviría mucho- rezongó el enano sin levantar la cabeza.

La dama no sabía muy bien cómo la sombra se había concretado en Caras Gondalluin, pero sospechaba que algún espectro maligno había tomado el lugar y expulsado o corrompido a sus habitantes, morando ahora en las piedras que Vanwa consideraba tan hoscas. Pero aquello eran conjeturas que hacía en base a lo que había escuchado decir a quienes, en los siglos posteriores, habían cruzado el lugar. No mucha gente se atrevía a acampar allí, y quienes lo hacían no guardaban un recuerdo placentero de su estancia. Le contó el caso de unos emisarios de Elrond que se dirigían al hogar del Rey Thranduil y pasaron la noche allí al calor de una hoguera que no dudaron en abandonar a media noche tras sentir que las ruinas no les daban precisamente la bienvenida. 

Un rato después de aquella conversación con Irimë, y viendo la que se avecinaba a sus espaldas, Vanwa propuso esconderse para que los orcos pasaran de largo, pero Baldbrand y Ainar, más belicosos, preferían encarar el problema. Miriel pudo ver que el grupo de orcos estaba formado por al menos dos docenas de ellos, si no es que fueran más. Munin desplegó las alas tras el reproche que le lanzó Ainar y se dispuso a comprobar la cantidad exacta del grupo de orcos, pero la cosa pintaba mal. Cuando el cuervo volvió, unos minutos más tarde, les confirmó que el grupo de orcos al menos llegaba a un número cercano a los veinticinco, número en el que había tenido que dejar de contar cuando los orcos le lanzaron flechas con intención de derribarlo y hacerse un guiso con la carne del pobre pájaro.

-¡Muy bien!- felicitó Ainar acariciando la cabeza del cuervo cuando regresó y notó que le faltaban un par de plumas de una de sus alas -¡Todo un guerrero! ¡Y que hace lo que tiene que hacer!- dijo, y acompañó las palabras con semillas que sacó de su bolsa.

-Hay que decir que son bastantes... son por lo menos cinco para cada uno- dijo pensativo, viendo a Munin, y acariciando ausentemente el mango de su hacha -Con algunas trampas... podrían ser cuatro para cada uno...-

No pintaba bien.

-Aunque el objetivo es otro...- pensaba en voz alta -Preferiría que avancemos más y si tenemos que luchar, el fuerte que ya usamos podría ser un buen lugar para plantar bandera- miró a Balbrand -Si lo vieras, te gustaría- sonrió levemente.

- Dos docenas son demasiados para nosotros seis – estaba contando a Quildon, pero no esperaba que la Dama combatiera – Les sacamos una jornada de viaje, pero si siguen nuestro rastro es posible que nos alcancen antes. Mi opinión es redoblar nuestros pasos para sacarles más ventaja. Aunque podamos reducir su número para el combate a distancias cortas cuentan con muchos arqueros y puede que sus flechas estén envenenadas. Si los guardias de Imladris se retrasan tendremos un enfrentamiento complicado. – se temió. La posición del Fuerte Circular les podría ayudar, pero aún reduciendo su número para manejarlos de pocos en pocos quedaban el problema de los arqueros. Ella no podría con todos ellos. Aún así, repasó lo que conocía del camino por si hubiera algún otro lugar que pensara que podría serles de utilidad para tal empresa. Esconderse dudaba que fuera a funcionar. Si ya tenían su rastro no cejarían en su empeño hasta dar con ellos y desde luego prefería ser una loba que una ratita asustada.

El elfo sacudió la cabeza ante los deseos de Ainar de matar orcos. Podía hacer oídos sordos a sus quejas sobre la comida, pero sobre los orcos... No se trataba ya de un combate, sino que era un combate desigual. No le gustaba la idea de matar, pero aún menos la de morir.

Asintió, por otra parte a las palabras de Miriel.- ¿Y crear un rastro falso? Dividirnos y atraer a los orcos hacia un rastro falso. Siempre puede ser más fácil después despistarlos. De esa manera lograríamos que dama Irimé evitara este enfrentamiento. ¿Lo ves posible?- La pregunta la dirigió a Miriel, pero su vista se paseó luego por todos ellos, para saber su opinión.

También le pasó por la cabeza pasar por Caras Gondalluin. Le picaba la curiosidad si los orcos iban a evitar ese lugar o si lo que habitara allí no los importunaba a ellos. Era mucho más interesante saber más cosas de una maldición y un espectro atormentado durante siglos que lo que pudiera aportar una banda de orcos pendencieros.

En cualquier caso calló esa segunda opción. Al menos de momento.

Si un grupo de orcos son capaces de darnos alcance en nuestras tierras es que nos lo merecemos por nuestra propia torpeza.

De todos es conocido la ligereza de pies de los elfos, la resistencia a largas marchas de los enanos y la dureza de espíritu de los seguidores de Beorn. Por mi parte puedo decir que conozco a poca gente capaz de dejarme atrás en las tierras del Anduin pues conozco sus caminos secretos como mi propio hogar. 

No debemos poner en peligro a la Dama, el Príncipe nos encargó su cuidado y eso incluye evitar enfrentamientos que fácilmente podrían costarnos si no la vida si heridas graves a cualquiera de nosotros. Avancemos y ganemos distancia con esos seres, tiempo habrá de girarnos y enfrentarnos a ellos cuando dejemos a salvo a la Dama.

Al saber el número de oponentes, Baldbrand gruñó. No es que tuviera miedo a los orcos, al revés. Los despreciaba.

Pero estaba claro que en un enfrentamiento frontal, la cosa no acabaría bien. Podía asumir su propia muerte... total, no parecía que fuera más que una especie de brote de hierba en un prado en el que otros eran montañas, pero no quería que sus compañeros de viaje sufrieran tan aciago destino.

Asintió a las palabras de Ainar con fuerza y se quedó pensativo ante las intervenciones del resto de sus compañeros. Lo cierto es que habían dado su palabra de salvar a la Dama élfica. Finalmente resopló como un oso frustrado.

-No me gusta la idea de dividir el equipo... pero podríamos ir a un lugar donde les sea más difícil rastrear nuestro caminar. Usar el terreno para hacer su tarea más complicada. ¿Conocéis de algún sitio así cerca? -terminó diciendo el joven beórnida sin ocultar la frustración que le provocaba la situación.

Qildor se puso tenso en el momento en el que detectó a los orcos a lo lejos y no tardó en informar a los demás. Tras un reconocimiento por aire, trataron de elaborar posibles estrategias para librarse de ellos; bien por la fuerza o despistándoles.

—Un punto defensivo como el que propone, maese Ainar, podría ayudarnos a equilibrar la balanza. Podemos preparar trampas para librarnos de algunos.

Se detuvo en seco antes de continuar, dedicándole una mirada llena de significado a Irimë. Por mucho que quisiese librarse de la presencia de la Sombra, no podía permitirse poner en peligro a la dama.

—Nuestro cometido es proteger a la dama Irimë. Si vamos a librarnos de ellos debemos pensar con cabeza, procurarnos una vía de escape y garantizar su seguridad.

Al caer la noche de aquel día, cuando divisaron las antorchas, el grupo ya empezaba a enfilar las laderas de las Montañas Nubladas, donde dejaban atrás los cenagales pero el terreno se volvía más escarpado y rocoso. El camino —si se le podía llamar de esa forma a aquel sendero lleno de baches, guijarros sueltos y socavones— ascendía y serpenteaba por las laderas de las colinas sin seguir ya una línea recta. Mirando hacia atrás, donde se hallaban las luces del campamento de los orcos, y más allá, donde estaba el Viejo Vado, descubrieron que ya habían ascendido una considerable altura a través de una suave pendiente. Pero aquello no se podía comparar con lo que tenían por delante. Las gigantescas Montañas Nubladas les aguardaban mirándoles con el orgullo que les proporcionaba su vertiginosa altura y una pendiente mucho más inclinada. 

El grupo debatía entre enfrentar a los orcos y la huída para sacarles más ventaja, y cuando Munin trajo noticias de su número incluso Baldbrand coincidió en que era mejor poner tierra de por medio. No así Ainar, que confiaba en su fuerza y en su hacha, y sabía que habían salido de sitios peores. Se propuso la preparación de trampas, y dividir al grupo, también salió a relucir el nombre del Fuerte Circular, pero cada plan tenía algún inconveniente. Preparar las trampas les restaría tiempo que podrían emplear en aumentar su ventaja con los orcos, dividir al grupo podría debilitarles en caso de que los orcos les dieran alcance, y el Fuerte Circular estaba todavía lejos y era un lugar muy amplio para defenderlo. Algunos de ellos ya las habían pasado canutas allí hacia apenas unos meses, logrando salir por vida de milagro. Pero Miriel recordó un saliente rocoso en las estribaciones de las Montañas Nubladas, cerca de los valles sombríos que conducían al Paso Alto, les costaría un día llegar allí pero era el lugar más fácilmente defendible. 

Miriel se había mantenido en silencio fumando de su pipa junto a la hoguera. Su mirada perdida en las llamas mientras en su cabeza sopesaba todas las opciones que tenían. Eran muchas, pero todas con algún fallo.

- Hay un saliente rocoso a un día de marcha de aquí en las estribaciones de las Montañas Nubladas. Es un lugar más defendible que el Fuerte Circular. – rompió el silencio antes de pasear su mirada por todos los presentes.

- Nosotros cinco podríamos conseguiros tiempo – dijo mirando a Quildon – Vos podéis acompañar a la Dama Irimë hasta el Paso Alto. Sería un día más de viaje. Si los elfos de Imladris se encuentran allí como esperamos, podríais pedirles que acudan en nuestro socorro. Incluso podríamos enviar antes a Munin que es más rápido para que les avise. Así puede que aceleraran el paso para llegar antes. – planteó mirando a todos los compañeros esperando sus opiniones.

-La dama Miriel habla con sabiduría -dijo Baldbrand con su tono hosco habitual- Yo estoy de acuerdo con su plan. Si hay un lugar donde enfrentarse a los orcos de tú a tú y entretenerles para que los señores elfos lleguen a su destino, es la mejor opción.

El beórnida estaba sin duda bastante convencido de ese plan de acción. No sólo podría enfrentarse a los orcos y derramar su sangre negra en un escenario en el que el número no importaría, sino que además perder de vista a la gran dama elfa, casi le parecía un alivio en cierto modo.

Vanwa asintió al plan de Miriel. Parecía la mejor opción. Esta vez no iba a evitar el combate como ocurrió contra Valter. Esos barbudos cabezotas iban a necesitar la ayuda de Vanwa para salir de una pieza.

Aunque fuera a perder de vista a la dama, le debía cierta lealtad a sus compañeros, después de tanto gastar suelas a su lado.

Descansaron durante la noche, pero con un ojo siempre puesto en aquellas luces de antorcha distantes que amenazaban con ponerse en marcha en cualquier momento y obligarles a ellos a caminar en las brumas de la noche. Se turnaron en guardias para vigilar a los orcos y quienes dormían apenas podían pegar ojo, manteniéndose en un estado de entresueño que apenas les permitió descansar. 

Una hora antes del alba, quienes estaban de guardia despertaron al resto del grupo apresurados. Los orcos se ponían en marcha. Era un fastidio, pero también era raro que no se hubieran movido antes, pues aquellas viles criaturas preferían marchar al cobijo que les proporcionaba la noche. Aunque bien era cierto que, con el invierno llegando y las nubes ocultando el sol durante los últimos días, podían marchar también de día sin sufrir el castigo del sol que tanto odiaban. Al menos les habían concedido una noche de descanso, por muy pobre que éste fuera. Sentían las piernas doloridas por la subida y el duro camino, y el cansancio comenzaba a acumularse en sus piernas. pero lo peor era que todavía les aguardaba una larga jornada de viaje, con los orcos persiguiéndoles, hasta llegar al lugar del que hablaba Miriel. 

Las prisas y las continuas miradas hacia atrás para comprobar la distancia con las señales que dejaban ver los orcos afectaba más a Welf que el propio camino y acabó perdiendo el pie varias veces y el resuello unas cuantas más.

Una vez que Miriel había decidido el mejor camino a seguir había poco más que opinar. Tan válida parecía esa opción como haber forzado la marcha y buscar llegar a su destino cuanto antes. Ahora que los orcos no habían avanzado por la noche quizá podría indicar que más adelante les esperaba algún tipo de emboscada y éste grupo solo estaba para evitar que sus presas retrocedieran.

No le gustaba tanto la idea de perder a la Dama y a Qildor, tanto porque el hecho de separarse les haría incumplir la palabra dada al príncipe elfo como por la ayuda que podría suponer su presencia en caso de llegar a producirse un combate, más que seguro, contra los orcos. Si atacaban de noche la visión de los elfos era una clara ventaja.

Apenas descanso Miriel aquella noche en un ligero entrevela pendiente en cada momento de levantarse con sus dos espadas cortas y arco prestos para el combate. Cuando la señal llegó antes del alba se levantó y puso en marcha deprisa sin perder tiempo. Observó el camino, pero algo había cambiado en las montañas en los meses que habían transcurrido o tal vez no se había fijado con tanta atención como debía, pero ahora no recordaba nada útil que le ayudara a hacer más ligero el viaje. Por fortuna había desarrollado mucha mejor forma desde que conoció a Ainar; ahora era capaz de aguantar ese ritmo horrible montaña arriba.

La idea de que la banda de abajo fuera parte de una mayor que pretendiera hacerles un táctica de pinza también se le había pasado por la cabeza, pero confiaba en que si había más orcos esperándoles adelante Munin fuese capaz de regresar a tiempo para avisarles.

- Si forzamos el ritmo quizás nos de la oportunidad a preparar algunas trampas para la emboscada que nos ayuden a compensar su superioridad numérica.* – comentó Miriel al empezar la caminata.

Ainar había mandado a Munin en aquella difícil e importante misión. El cuervo los estaba ayudando mucho más de lo que hubiera pensado allá lejos cuando su padre le dijo que lo llevara con él.

-Creo que será lo mejor, y si alguno está muy cansado, podría descansar mientras los que no lo estamos preparamos todo para el combate-

Sí, el enano daba por hecho que él no se cansaría. No sólo estaba acostumbrado a ello, si no que además se había labrado esa fama.

-El único problema sería que realmente estén buscando a la dama, en cuyo caso, apenas vean que no está con nosotros, quieran seguir y que nosotros quedemos atrás luchando contra escorias mientras los demás van en la caza de la Dama y Qildor- agregó, evaluando una posibilidad que estaba allí.

No fue la mejor noche de su vida, con la amenaza constante de los orcos en la lejanía, y la marcha infernal no ayudó a mejorar su estado de ánimo. En cualquier caso, prefería que le azuzara a caminar el testarudo Ainar a una veintena de orcos furiosos, pero no era algo que Vanwa pudiera elegir.

Le dolían las piernas y los pies debido al efuerzo, pero pensar en que todo quello lo estaba haciendo para proteger a la dama, le daba ánimos y fuerzas, que sacaba de no sabía donde.

- En ese caso, querido Ainar, ya habremos puesto entre la dama y nosotros el sufiente trecho de camino como para evitarles malos encuentros...- Explicó Vanwa.- A no ser que las gentes de Imladris se demoren.- Añadió, cosa que no tampoco era descartable.

- Sea como sea, el rastro de dos elfos no es fácil de seguir, si así se lo proponen. Las pisadas de los Primeros nacidos pueden ser muy livianas.- Remató, convencido de que estaban haciendo lo mejor.

A Qildor no le hacía demasiada gracia tener que desviarse y evitar un enfrentamiento contra los orcos. Su mirada se volvió furibunda y, por un momento, su mera presencia parecía haberse vuelto inmensa y agobiante.

Respiró hondo y respondió con un tono de voz sosegado pero contenido.

—No tenemos garantías de que los orcos no estén intentando una emboscada. Por experiencia sé que, en grupos pequeños, separarse puede resultar fatal.

Ya fuese en la guerra o en simples escaramuzas, el noldo había perdido ya a innumerables compañeros que insistían en separarse o que no tenían más remedio que alejarse del resto. Aún recordaba a aquel intrépido bardo que se sacrificó por un amigo, o la dama que murió apuñalada mientras hacía guardia. No podía permitir que ese mismo destino se repitiese de nuevo.