Partida Rol por web

Los últimos romanos (Privada)

Jenócrates de Tenedos

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09/02/2017, 22:38
Magister

Mateo el Sármata estaba apoyado en la puerta de tu despacho, mirándote. Ese hijo de puta había estado hablando con Procopio, el secretario del viejo emperador y que, según parecía, iba a ejercer de secretario del nuevo, durante una hora.

Tú sabías que él quería trabajar en tu despacho. Y no es que, bien mirado, le faltasen aptitudes: el cabrón tenía una educación sólida. Pero todos los oficios, como suele decirse, tienen un príncipe, y en ese momento de la Historia, ese eras tú.

Entonces, ¿por qué cojones sonreía con ese aire de superioridad? Ay, Mateo, Mateo. Seguro que ni siquiera se llamaba Mateo. Todos esos nombres cristianos sonaban igual: Juan, José, Mateo. Todos ellos hebreos, como tú sabías. ¿Pero el tipo no era sármata? Pues que se llamase como tal. Aunque bien visto, si le hubiesen llamado con un nombre sármata seguro que hubieras sido incapaz de pronunciarlo.

Ni él tampoco. Todos los sármatas vivían escondidos entre los romanos desde Atila, hacía cien años. Así que si él era sármata, tú eras el jodido emperador. Con perdón, con perdón.

-- Mi muy honorable maestro Jenócrates de Tenedos, Príncipe de los Agrimensores --empezó Mateo, al que llamaban el Sármata, mostrando su dentadura de serpiente--. Su Excelencia el secretario del nuevo Emperador me envía para concertaros una audiencia en su despacho. Su Alteza tiene grandes planes para vos.

Ya, y yo me tiro un pedo. Justiniano y todos esos bárbaros cristianos eran iguales. Jesús  había predicado su doctrina entre pastores hebreos y ahí estaban todos esos germanos, esos sármatas, esos bárbaros, en fin, dándoselas de elegidos porque habían leído un libro. No eres tonto, y sabías que con Justiniano las cosas estaban cambiando. El viejo Justino estaba demasiado ocupado diñándola como para ver enemigos religiosos en todas partes. Pero tú eres un pagano que cree en muchos dioses. Y en estos tiempos oscuros, eso pesa más que el talento.

-- Si sois tan amable de acompañarme, maestro. Por aquí --me cago en tu madre, Mateo. Hablas con el viejo Procopio una vez y ya crees que eres el único que ha pisado estos suelos de mármol. Yo ya conocía estos pasillos cuando tú aún te la machacabas pensando en las cabras de tu aldea--. Estaréis un tiempo fuera, es una misión diplomática. Su Excelencia el secretario imperial me ha encargado ocupar vuestro puesto mientras estéis fuera. No, no, no me lo agradezcáis. Cumplo con mi sagrado deber.

>>Ahí, ahí dentro. Id, id. Yo os espero aquí.

Me cago en tu madre, Mateo. Me cago en tu madre.

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10/02/2017, 23:18
Jenócrates de Tenedos

-Deja de lamerme el culo, que de eso ya se encargan las putas del puerto -no era cierto, pero más valía ofenderlo y que se largara de ahí, que seguir aguantando a aquel chupatintas salido de debajo de alguna piedra perdida en la ribera del Danubio. ¿Dóńde cojones se había metido mi sobrino Antemio? Él era quien solía encargarse de os donnadies y los trepas como el Sármata: cuando uno llega a cierta edad ya no tiene tiempo que perder en gilipolleces. Pero bueno, el hecho de que el mismísimo Procopio quisiera verme en persona ya habíá despertado mi curiosidad. 

No me encuentro demasiado bien. Otra puta noche que me duermo encima de la mesa de mi despacho enfrascado en la enésima relectura de Varrón. Bien pensado, Mateo no se aleja demasiado de esas ciertas criaturas que viven en los pantanos, invisibles a los ojos (aunque en este caso sea de una manera más bien metafórica) que se le meten a uno por los orificios (en este caso, los oídos) y le causan a uno enfermedades graves. Nah, Jenócrates, viejo cabrón, la literatura nunca fue lo tuyo.

Volviendo al tema principal, Procopio y sólo-los-dioses-saben-qué asunto de vital importancia para su Alteza, el Hijo del Campesino, como para no dirimirlo vía los métodos habituales que no requerían de mayor contacto humano que Antemio o el mensajero de turno. Sigo al Sármata un par de pasos por detrás de él, con las manos en la espalda, atento. Me divierte el juego, al menos por unos instantes. Mateo me guíá por palacio como si el reciéń llegado fuera yo, como un Orfeo que tratra de sacar a su amada de los infiernos, sóĺó´que en este caso, su objetivo es ese infierno que algunos llaman mi despacho. Otra mierda de metáfora. 

Bueno, al menos ya hemos llegado y... ¡una misióń´diplomática! Esta sí´que es buena, definitivamente o el Campesino ha perdido el poco seso que le quedaba mientras la diña, o Su Hijo es un imbécil rematado que no ha aprendido una mierda en la corte, si pretendían enviarme a mí en una misióń diplomática. Ahorrarían tiempo enviando una declaración de guerra.Todo aquello resultaba tremendamente gracioso y la curiosidad empezaba a quemarme. Paso al despacho de Procopio sin siquiera mirar al Sármata ni dirigirle la palabra, pero dedicándole un "capullo" entre dientes. A las cosas hay que llamarlas por su nombre. 

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11/02/2017, 12:57
Magister

El viejo Procopio, secretario de tres emperadores, está sentado en su escritorio de madera de roble mientras escribe. La mesa es inmensa, llena de pergaminos amontonados, de una piel finísima (casi se te saltan las lágrimas al ver la calidad del pergamino). Podrían decir de él lo que quisieran, pero si alguien hacía que el Imperio se moviese, ése era él.

Te señala una silla con un movimiento ostensivo del brazo, sin decirte nada. Tú obedeces sin decir palabra, no quieres distraerlo. Tienes la sensación de que sobre esa mesa se toman todas las decisiones realmente importantes. Y Procopio, con obstinada arrogancia, se empeña en seguir allí, haciendo que el mundo gire.

Sigue escribiendo durante un rato. De cualquier persona de rango inferior al tuyo, eso hubiese sido una falta de protocolo imperdonable; de cualquier otra persona de rango superior al tuyo, un honor. Pero esas palabras no tienen sentido para Procopio, y tú lo sabes. Su desprecio por el protocolo innecesario habla por sí misma, y tú lo comprendes. Que mientras los emperadores y los generales juegan a ver quién conquista los reinos más ricos, quién ensarta más enemigos que nadie y quién dirige las cargas de caballería más épicas, los hombres como él, Procopio, y tú, Jenócrates de Tenedos, los proveéis de recursos para jugar a sus juegos absurdos. Que la gente como vosotros no será nunca recordada con odas ni cantos inspirados por las Musas, y nunca os concederán la corona de laurel de la victoria. ¡Dejad que hordas de Poliórcetes sitien ciudades, y que los Césares del mañana se lleven a la boca la copa con el licor de la victoria! Un hombre como Procopio no pierde su tiempo compitiendo para ver quién mata más gente. Un hombre como Procopio construye imperios.

-- Lázica --dice después de un rato. Tú sabes que se refiere a un reino perdido en el este, a la otra orilla del Ponto Euxino--. El emperador quiere que vayas a Lázica, a reforzar la alianza con los estados del Cáucaso. Como sabrás, el joven es impetuoso y quiere continuar la guerra contra los persas --dice, como quien habla de que a su hijo le gusta apostar a las carreras de caballos o ir al gimnasio--. El Imperio necesita asegurarse de que sus aliados, sobre todo en un lugar tan estratégico como el paso al Ponto, sigan de su parte.

>> Hace un año, el reino de Iberia se rebeló contra los persas, como han hecho los lazes. El anciano Justino apoyó inicialmente la revuelta, pero su apoyo real ha sido frío. Cavades ya ha suprimido la disidencia, y es probable que pronto dirija sus ejércitos hacia Lázica, la aliada de Roma. Es un momento delicado, porque Tzathio, el rey de Lázica, ha visto cómo los romanos no hacíamos nada para evitar la caída de su vecino. Tu tarea es darle un mensaje tranquilizador y forzarle a permanecer de nuestro lado. El emperador ya ha nombrado a dos magister millitum para partir hacia el este. Estarán allí a finales de otoño.

>> Eres una persona madura, una persona sensata. Por eso te he escogido a ti, y no a ese memo de Mateo el Sármata. No necesito héroes en esta misión, sino gente competente. Has sido el mejor funcionario agrícola del Imperio durante los últimos cinco años, pero no nos engañemos, es un trabajo que Mateo podrá hacer tan bien como tú --de cualquier otra persona, esto hubiese sido una ofensa imperdonable. Pero estás ante Procopio, y todas sus palabras suenan como obviedades en las que uno no puede sino estar de acuerdo--. Te necesito en lugares más importantes.
>> Nada más. Se te dotará con dinero y un barco, La Danaë. Partiréis en unos días, así que te recomiendo hablar cuanto antes con su capitán --baja la vista, lee un documento, recuerda--, Calístrato de Mileto. Se pasa las noches en una taberna cercana al puerto de Sofía. Creo que está al lado del Hipódromo, pero este humilde servidor no va a las carreras --dice, como una broma para sí mismo.

Luego calla, y sigue escribiendo. Estás cinco minutos sentado, esperando a que diga algo más. Lenta pero inexorablemente, la conciencia de que la entrevista ha finalizado cala en ti. Te levantas, haces un pequeño gesto con la cabeza --Procopio hace un gesto molesto con la mano, no le hagas perder el tiempo, un solo error y habrá hambrunas en Capadocia-- y te vas.

A la salida, te encuentras con Mateo el Sármata. Acabas de comprender que, si el Sármata ha estado una hora en el despacho no ha sido porque Procopio haya querido tener una conversación larga con él. Ha sido porque a Mateo no se le dan bien las sutilezas.

Sonríes.

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17/02/2017, 17:22
Magister

Te despiertas tarde y la cabeza te duele horrores. Hay restos de sangre reseca en tu boca, pero parece que los dientes que ayer estaban en su sitio hoy lo están también.

Llegas al palacio de manera apresurada, de cualquier manera. Tenías una reunión importante con Procopio. Mierda, mierda y mierda.

Al entrar en el ala donde trabaja el secretario, lo ves hablando con una persona alta. Al entrar, los dos se giran. La persona alta te resulta extrañamente familiar, pero la migraña y las prisas no te dejan ubicarlo.

Él sí te reconoce, te sonríe cortésmente, se despide de Procopio y se va.

Procopio te fulmina con la mirada.

¿No recuerdas quién era? — niegas con la cabeza, lo que sólo parece exasperarlo— Te mando a una misión diplomática de evidente importancia y tú vas a buscar juerga y bronca en una taberna en el puerto. Ese hombre era el enviado especial del obispo de Roma para la coronación del emperador, Su Excelencia Marco Valerio. Me ha dicho que tú y algún amigo tuyo lo importunasteis anoche, completamente bebidos, y tuvo que venir la guardia de la ciudad a separaros. ¿Es eso cierto?

>> Ah, maldita sea. No, mejor no digas nada. Lo he calmado ofreciéndole mi ayuda. Su pupilo y un amigo suyo viajarán con vosotros hasta Lázica sin coste alguno. El pupilo quiere calmar a los cristianos íberos refugiados en Lázica, y el amigo le acompaña. Lo que sea, no es asunto nuestro, pero por el amor de Dios, Jenócrates —usa tu nombre de pila, eso es que está enfadado—, no vuelvas a ponerme en esta situación.

>> Por cierto, una cosa más. No sé cuáles son las intenciones de esta gente, ni si dicen la verdad. Sus asuntos son cosa suya y no me importan, siempre que no sean dañinos para el Imperio. Seguro que me entiendes. Cuida de que no rompan nada.

>> Y ahora límpiate.