Partida Rol por web

Debes apresurarte, pues comprendes que es arriesgado permanecer entre los restos humeantes del derruido monasterio. Las bestias de alas negras pueden volver en cualquier momento.

Tienes que partir hacia Holmgard, la capital de Sommerlund, e informar al Rey de la situación: todos los guerreros más cualificados del Kai, a excepción de ti mismo, han perecido en una terrible matanza.

Sin los Señores del Kai para dirigir sus ejércitos, Sommerlund está a merced de sus antiguos enemigos, los Señores de la Oscuridad.

Conteniendo las lágrimas te despides de tus camaradas muertos. En silencio prometes que sus muertes serán vengadas.

Te alejas de las ruinas y precavidamente desciendes por la abrupta pendiente. Al pie de la colina, el sendero se divide en dos direcciones, pero ambas conducen a un gran bosque.

1. Utilizas tu disciplina, si la posees, de sexto sentido.
2. Tomas el camino de la derecha.
3. Tomas el sendero de la izquierda.

Abro los ojos, aún estoy atontado. Veo el espesor de la hierba frente a mi. Me duele la cabeza. Llevo mi mano a la zona dolorida y tengo un buen chichón con un poco de sangre en él. Al tocarlo, el dolor se agudiza y recuerdo... recuerdo porqué corría, el monasterio! Me levanté tan rápido como pude, cogiendo el hacha, la cual había caido al suelo cerca de mi y continué mi frenética carrera hacia el lugar donde antes se alzaba mi hogar.

No sabía cuantas horas habían transcurrido mientras permanecía inconsciente, pero si sabía que demasiadas por lo avanzado de la noche. Según me acercaba a lo que ahora eran ruinas, un intenso olor a humo, carne quemada y muerte, se apoderaba del ambiente. No podía creer lo que veían mis ojos. Mi casa, mi hogar durante estos últimos años, no era más que un puñado de escombros. Mis maestros, mis amigos.. todos mis hermanos... ya no estaban. Sus cuerpos inertes permanecían rotos, desmenbrados, quemados, sepultados... vacíos.

El dolor por semejante masacre y destrucción me atravesó el alma. Me clavé de rodillas en el suelo y grité de dolor. Mis ojos se inundaron de lágrimas y mi sangre quería venganza. Sabía que este no era ya un lugar seguro, pues seguramente los Señores de la Oscuridad enviaran de nuevo alguna patrulla para asegurarse de que no vive nadie... permitiendoles saquear lo que quede en las ruinas. Debía irme y alertar de lo ocurrido.

Me dí la vuelta para salir de allí, jurando vengar todas y cada una de las muertes de mis hermanos. Al segundo paso que dí, pisé una de las rocas y una espada se elevó frente a mi. La agarré y la blandí en el aire, era una espada ancha la cual parecía bien equilibrada. Me colgué el hacha en el cinturón y con la espada en la mano, comencé a correr lejos de allí.

Buscando atajar, me deslicé por una pendiente bastante escarpada y peligrosa, pero la otra opción era demasiado lenta. Corrí paralelo al camino todo el tiempo que pude, hasta que llegué a una bifurcación. Mire hacia ambos lados, los cuales llevaban al interior del bosque, pero no sabía que camino elegir... así pues, decidí hacer lo que aprendí de mis maestros.

Siempre dijeron que tenía un don, un sexto sentido. Al principio era algo incontrolable. Cuando quería me avisaba, cuando preguntaba... guardaba silencio. Gracias a mis maestros y a las tecnicas de concentración que me enseñaron, aprendí a manejar ese don. Y mejor momento que este para usarlo y ver a donde me lleva mi instinto, imposible.

Tu Sexto sentido te avisa de que algunas de las criaturas que atacaron el monasterio están registrando los dos caminos en busca de supervivientes de su ataque. Sin embargo, tú puedes evitar esos dos caminos atravesando la espesura del bosque o dando un rodeo.

1. Decide entre seguir por uno de los dos caminos anteriores.
2. Encaminate rumbo al sur.
3. Ataja a través del denso follaje.

Tomo aire y me concentro en mi sonido. Es lo primero que te enseñan cuando estás siendo iniciado en la meditación. Buscar ese sonido, hermanado con tu mente y tu alma, que te guíe y lleve deprisa al estado deseado. En mi caso, la elección fue sencilla, mi nombre no me fue dado a la ligera.

"Aquellos primeros días, pasados ya los rituales de iniciación, en nuestra primera clase de meditación, el maestro nos pidió buscar en nuestro interior ese sonido que sintiesemos nuestro. Unos tardaron a penas horas, otros unos días. Recuerdo que yo llevaba dos semanas ya sin encontrarlo. Las clases de meditación se me hacían cada vez más duras. Mis hermanos entraban enseguida en ese estado y yo... lo intentaba.

Una noche, cansado ya de no dar con ello, salí de mi celda y paseé por el patio del monasterio. Era una noche cálida, la luna llena brillaba en lo alto del cielo y ninguna nube se atrevía a cubrirla. El silencio que traía la noche, era amenizado por el canto de los grillos y el chuchear de algún búho cercano. Me senté en una gran roca, mirando al cielo. Cerré mis ojos y me dejé llevar por aquellos sonidos que la naturaleza me estaba regalando. Me fui centrando en ellos, buscando cual podría sentir como mío y entonces ocurrió. Un nuevo sonido emergió de la nada, mi mente reaccionó enseguida al oirlo. Sentí como si se fusionase conmigo. Lo había encontrado. Abrí los ojos, sonriente. Con una agilidad pasmosa me puse en pie sobre la roca más alta del patio y desde allí, comencé a acompañar a aquella bestia salvaje que me había mostrado lo que tenía en mi interior, aullando a la luna llena junto a él. "

Aullé nuevamente para mi. En silencio. Era casi instantaneo. Pronto las imágenes cruzaron por mi cabeza. Mi mente se proyectaba con una velocidad pasmosa a lo largo de uno de los caminos. Bestias armadas, sedientas de sangre y portadoras de muerte, buscaban por las inmediaciones.

La escena se repitió para el siguiente lado del camino. Otra patrulla rebuscaba supervivientes por las inmediaciones. Luego me mostró nuevas rutas, una a campo a través, viajando hacia el sur. La otra las profundidades del bosque.

La elección no era sencilla. Hacia el sur, por el campo, tendría la iluminación de la luna, por lo tanto podría avanzar con facilidad y rapidez, pero también sería visible para los ojos del enemigo y un posible blanco fácil por no disponer de lugares para ocultarme o cubrirme.

El bosque, oscuro por la gran espesura de sus árboles y vegetación, con zonas tan profundas que se dice que hace años que la luz del sol no ilumina sus tierras. Un lugar donde poder perderse con facilidad o tropezar con una rama o roca y caer al suelo. Pero a la vez el mejor sitio para poder moverse sin ser visto, con cientos de lugares donde ocultarse o parapetarse. Además, llevaba la afilada espada en mi mano, la cual me podría servir para abrirme paso por zonas demasiado frondosas, a pesar de que así dejaría un rastro visible de mi paso.

No lo dude más, ya había perdido demasiado tiempo. Abrí los ojos y de un brinco me adentré en la espesura del bosque, tratando de seguir las zonas con menos vegetación inicialmente, para que mi rastro se pudiese confundir con el de un animal salvaje grande y evitar así ser seguido.

Cortando ramas con el hacha, mucho más útil que la espada, te has abierto camino a través  de la densa maleza durante casi media hora cuando oyes un ale-teo por encima de los árboles. Miras hacia arriba y distingues la silueta de un kraan que se aproxima desde el norte. Es uno de los monstruos que han atacado el monasterio, y sobre su lomo van montadas dos criaturas de piel grisácea armadas con largas lanzas.

Esas criaturas son giaks de las montañas, malvados servidores de los Señores de la Oscuridad, llenos de odio y maldad. Hace muchos siglos, sus antepasados fueron empleados por los Seño- res de la Oscuridad en la construcción de la ciudad infernal de Helgedad, situada en las tierras volcánicas y desérticas del otro lado de la cordillera Durncrag. La construcción de la ciudad fue una larga tortura y sólo los más fuertes de los giaks sobrevivieron a la calurosa y venenosa atmósfera de Helgedad.

Oculto por los árboles, estás temblando y procuras quedarte completamente quieto mientras el kraan pasa volando sobre tu cabeza y desaparece hacia el sur. Cuando estás seguro de que se ha alejado, sigues avanzando a través del bosque...

Después de recorrer aproximadamente un cuarto de milla, oyes gritos y ruidos como truenos delante de ti. Al acercarte distingues un claro en el que reconoces las ruinas de Raumas, un antiguo templo en el bosque.

Un destacamento de giaks compuesto por unos veinte o treinta poderosos guerreros está atacando las ruinas desde todos los lados. La mayoría de los giaks están ya muertos o agonizan entre los restos de las columnas de mármol, pero los restantes aún asaltan a los que pueden esconderse en el interior. De repente, un rayo azul relampagueante desbarata la primera fila de giaks, dispersando en todas direcciones a los guerreros que se tambalean bajo el peso de sus armaduras. Un giak más alto que los demás y vestido con una malla negra de pies a cabeza maldice a sus soldados y los fustiga con un látigo de púas.

Aprestando tu arma avanzas hasta el borde del claro y, escondiéndote en el denso follaje, tratas de avistar a los defensores. Con gran asombro descubres que las ruinas son defendidas por un joven, más o menos de tu misma edad. Reconoces su túnica de color azul celeste, adornada de estrellas. Es un joven teúrgo del gremio de magos de Toran: un aprendiz de  brujo.

Cinco giaks cargan  contra el aprendiz  enarbolando sus lanzas y el joven retrocede con premura entre las ruinas. Luego se vuelve y levanta la mano izquierda, de cuyos dedos brota un rayo de llamas azules que bate a los rugientes giaks. Cerca de donde tú estás escondido pasa corriendo un giak que va a subirse a una de las columnas del templo. Lleva entre los  dientes una larga daga de hoja curvada y se dispone a saltar sobre el joven brujo, que permanece en pie de espaldas a él.

1. Lanzas un grito para poner en guardia al joven hechicero.
2. Sales de tu escondite y atacas al giak antes de que salte.
3. Decides agarrar un trozo de mármol y arrojárselo a la cabeza al giak.
4. Prefieres dar media vuelta y alejarte del campo de batalla retrocediendo hacia el interior del bosque.

Avanzaba por el bosque, con furia iba golpeando las ramas de los arboles, arbusos o maleza que se interponia en mi camino. Cada golpe realizado con la afilada hoja de mi arma iba acompa�ado de una gota de ira y rabia por lo ocurrido. No lograba quitarme aquellas horribles imagenes de la cabeza, a cada paso que daba, una lagrima brotaba de mis ojos y descendia por mi mejilla.
Notaba como las ramas sueltas, las espinas de las enredaderas, me ara�aban la piel y llegaban incluso a provocarme peque�as heridas sangrantes, pero era tan grande el dolor que sentia en ese momento en mi interior, que aplacaba el dolor fisico en su totalidad.
De pronto escuche algo sobre mi cabeza, mire al cielo. Entre las copas de los arboles pude ver como un kraan sobre volaba la zona. Si me veia estaba muerto, me agazape en los arbustos complentamente aterrado, rezando porque no me hubiese visto ni la bestia ni sus ocupantes. El miedo era tan intenso que acabe orinandome encima.
La bestia paso volando varias veces sobre mi, quizas detecto el olor a orin, pero finalmente se alejo de la zona. Permaneci bastante tiempo mas alli agachado, escondido aun por si regresaba y respirando el aroma que mi propio orin desprendia.
Cuando vi que no regresaba, continue mi marcha. El bosque se hacia cada vez mas frondoso en la copa de los arboles a la par que la zona del suelo iba perdiendo vegetacion. Al menos si el kraan regresaba, desde el cielo no podria verme y por tierra, al no romper mas ramas, deberia ser mas complicado seguirme, a parte de que avanzaria mas deprisa.
Trate de seguir la trayectoria mas recta posible, pues ya no contaba con las estrellas para guiarme y seguir al viento era perderse seguro. No sabia cuanto tiempo llevaba caminando, ni cuanta distancia recorrida, pero el orin de mis ropajes ya se hab�a secado en su totalidad aunque el olor aun perduraba.
De pronto, me parecio ver un haz de luz frente a mi, un destello que desaparecio enseguida, tras el cual se escucho un trueno y gritos de dolor.
Me acerque en sigilo al lugar donde provenia todo aquel jaleo. Pronto llegue a un peque�o claro donde se alzaban unas ruinas de lo que parecia ser un viejo templo.
Vi a varios giaks en pie, enfrentandose a los moradores de las ruinas. Tras ellos, un giak que parecia ser su amo, les azotaba con un latigo para que continuasen avanzando. Otros tantos de esos seres, yacian por el suelo, la mayoria de ellos muertos. Seguramente una patrulla buscando supervivientes.
De pronto, un rayo azul sale del interior de las ruinas, alcanzando a varios giaks y lanzandoles al aire, luego un nuevo trueno rompe el silencio junto al chillido de aquellas marionetas del latigo.
Quise ver a su ejecutor, asi pues me movi en sigilo en el espesor del follaje. Para mi sorpresa, los giak estaban enfrentandose a un joven, de mi edad mas o menos, que usado sabiamente las ruinas para cubrirse, usaba su magia para acabar con aquellos seres a distancia. Retrocedi a mi posicion inicial, no queria que un rayo de esos me alcanzase, y entonces fue cuando vi a un giak trepar por una columna. El joven mago esta de espaldas a el y ni se ha percatado de su presencia. El giak agarra con su mano la daga que llevaba sujeta en la boca y se dispone a saltar sobre el chico.
Quedaba claro que debia hacer algo. Palpo el suelo y doy con una roca, la cual esta afilada incluso por las fracturas que lleva ya. Procurando no ser visto, la lanzo con fuerza aputando a la cabeza del giak, volviendo a ocultarme enseguida.
Ademas, aproveche mi don para mover objetos, para matener la trayectoria correcta del pedazo de marmol y asi asegurarme que no erraria el golpe.

Con un golpe sordo el bloque de mármol se estrella contra la espalda del giak abriéndosela por el medio. El soldado cae len- tamente de rodillas y luego queda postrado sobre las ruinas del suelo. Contento de tu habilidad, corres a ayudar al joven hechicero.

Al verte salir del bosque, el oficial giak grita a sus tropas que huyen acobardadas de las ruinas y corren a refugiarse en el bosque:

-¡Ogot! ¡Ogot!

Agitando en dirección hacia ti el puño cerrado, el giak de la negra cota de malla vocifera antes de escapar él también:

-¡Raneg rogag ok, orgadaka okak rogag gaj!

En el escenario de la batalla cuentas más de quince cadáveres giaks que yacen entre las derruidas columnas de Raumas.

El hechicero se enjuga la frente y va a tu encuentro tendiéndote la mano en señal de amistad. Es un joven rubio, de ojos profundos y melancólicos. Su rostro muestra señales de agotamiento y mugre de la batalla. Su larga túnica azul celeste también lleva las huellas de una vida muy dura a la intemperie. Te estrecha la mano y te hace una  reverencia.

-Permite que te exprese mi eterno agradecimiento, Señor del Kai. Mis poderes estaban a punto de agotarse. Si no hubieras acudido en mi ayuda, temo que habría acabado mis días ensartado por una lanza giak.

Se encuentra muy débil y le tiemblan las piernas. Le sostienes  del brazo y le ayudas a sentarse sobre una columna caída. Después escuchas atentamente lo que va a decirte.

-Me llamo Banedon. Soy oficial de la Hermandad de la Estrella de Cristal, el gremio de magos de Toran. El maestre de la hermandad me ha enviado a tu monasterio con este mensaje urgente.

Saca de debajo de su túnica un sobre y te lo tiende.

-Como ves, he abierto la carta y he leído su contenido. Cuando estalló la guerra, yo viajaba por el camino real con dos compañeros. Los kraans nos atacaron y al huir por el bosque los perdí. La carta avisa a los Señores del Kai que los Señores de la Oscuridad han juntado un gran ejército al otro lado de la cordillera Durncrag. El maestre de la hermandad urge al Kai para que  cancele las celebraciones de Fehmarn y se prepare para la  guerra.

-Me temo que hemos sido traicionados -sigue Banedon, con la cabeza agachada en actitud pesarosa-. Un miembro de mi hermandad, un hermano llamado Vonotar, había investigado los misterios prohibidos de la magia negra. Hace diez días denunció a la hermandad y mató a uno de nuestros jefes. Desde entonces ha desaparecido. Corre el rumor de que ahora ayuda a los Señores de la Oscuridad.

Le cuentas a Banedon lo que ha sucedido en el monasterio del Kai y tu propósito de avisar al Rey. En silencio Banedon se quita del cuello una cadena de oro y te la entrega. De la cadena cuelga un pequeño medallón de la Estrella de Cristal.

-Es el símbolo de nuestra hermandad y en esta hora aciaga tú y yo somos verdaderos hermanos. Es también un talismán de la buena suerte. Ojalá te proteja en lo que te queda de camino.

Le das las gracias, te pones la cadena alrededor del cuello y tapas el medallón de la Estrella de Cristal con el borde de tu jubón. Después, Banedon se despide de ti.

-Debemos alejarnos de este lugar, no sea que los giaks vuelvan con refuerzos y acaben con nosotros. Que la buena suerte y los dioses te acompañen.

Banedon te dice adiós agitando la mano y se aleja  de  las ruinas. Tú prosigues tu misión y continúas caminando a través de espesos bosques. No has avanzado mucho cuando adviertes que varios pares de ojos amarillentos te vigilan desde la maleza, a tu izquierda. De repente una negra flecha pasa rozándote la cabeza. Es una emboscada de giaks y debes salir corriendo lo más velozmente que puedas para escapar de ella...

Mientras corres entre los árboles oyes el horrible cacareo de los giaks que te pisan los talones. Pronto los árboles comienzan a estar más espaciados y frente a ti ves una colina rocosa.

1. Sal a campo abierto para subir a la colina.
2. Cambia de dirección y continúa corriendo a través del bosque. 

Me alegré de no haber errado el lanzamiento y de que el joven mago no me electrocutase cuando salí de la espesura, gritando como un poseso y con ambas armas en mis manos. Y más me alegró ver a los giak que quedaron vivos huir despaboridos ante mi presencia.

Después de las presentaciones, darme las gracias por la ayuda y de ayudarle a tomar asiento por su estado de debilidad, escuché las nuevas que traía de sus tierras. Todo ese tiempo permanecí en silencio, escuchando su historia.

Debes saber entonces que, salvo que algún milagro se haya producido, soy el último de mi orden que queda vivo. Las fuerzas de la oscuridad han asaltado el monasterio, sólo encontraras ruinas y muerte allí. Mis ojos comenzaban a brillar por las lágrimas. No queda nadie vivo allí, y si alguno logró escapar, tendrá a cientos de giaks buscándole, como estos... señalé a los cuerpos inertes patrullas que buscan supervivientes al asalto al monasterio. Miré hacia el cielo, tratando de contener las lágrimas. He de avisar a su alteza de lo ocurrido, debemos estar preparados para la invasión. Deberías regresar y avisar a los tuyos de lo ocurrido aqui, en esta noche oscura y cruel.

Tras esto, Banedon se quitó un colgante del cuello y me lo entregó. Gracias. le dije. Mis hermanos me llamaban Lobo Silencioso. traté de sonreir, aunque no lo logré, pero creo que Banedon pudo percibirlo. Nos despedimos allí mismo y me adentré nuevamente en la espesura del bosque.

Apenas avancé unos metros, tuve esa sensación... esa especie de picor en la nuca que te adrvierte de que alguien te mira. Enseguida fijé mi vista en las sombras del bosque, buscando a mi acechador y localizo a mi izquierda, varios ojos amarillentos mirándome. Abro los ojos sorprendido esos bastardos me han emboscado, y entonces es cuando veo que una flecha se dirije a una velocidad pasmosa a mi cabeza, pasando tan cerca mío, que pude sentir como cortaba el aire a mi lado. No les di una nueva oportunidad, corrí hacia la espesura, buscando perderles y que sus flechas no me alcanzasen.

Lo giak no están lejos, y el espesor del bosque se pierde, alzándose una rocosa colina frente a mi. Soy rápido y agil, pero las rocas no me protejeran de las flechas. Hago un quiebro, espeando en parte que no me vean hacerlo y continuo mi carrera buscando el abrigo del bosque y lograr perderles en él.

Los giaks de las montañas no están acostumbrados a perseguir a sus presas a través de bosques y pronto los dejas atrás, hasta que finalmente el sonido de sus gruñidos y maldiciones desaparecen por completo.

Cuando estás convencido de que han desistido de darte caza, te detienes unos minutos para recobrar el aliento y examinar tu equipo. Con las imágenes del monasterio derruido aún vivas en tu memoria, vuelves a meter en la mochila tus escasas pertenencias y sigues adelante.

Delante de ti, entre los altos árboles, divisas unos grupos de matorrales de color rojo oscuro: son zarzas provistas de punzantes espinas carmesí. El nombre vulgar de esas zarzas es el de adormideras, pues si alguien se pincha con sus agudas púas se debilita y adormece...

1. Utiliza tus dotes de rastreo para buscar un camino.
2. Evita las adormideras y regresa en busca de otro sendero.
3. Cruza entre las zarzas y penetra más en el bosque.

Parece que tomé la opción más acertada. Continué corriendo unos metros más, a pesar que hacía rato que no les oía detrás mío. Mi corazón se salía del pecho debido a la apresurada carrera y el subidón de adrenalina. Frené mi marcha y continué caminando, tratando de recuperar el aliento y escuchando al bosque.

Vi un pequeño claro alumbrado por la luz de la luna y me detuve allí a descansar un poco y comprobar que no había perdido ninguna de mis pertenencias durante la huida. Todo estaba en su sitio. Volví a prepararme para continuar mi marcha, estar demasiado tiempo expuesto en ese claro era demasiado peligroso. Miré al cielo y busqué orientación en las estrellas. La carrera había sido tan apresurada que no sabía exactamente por donde debía continuar. Por fortuna el mapa estelar no me falló y pude leer mi camino en él.

Continué moviéndome por el bosque. Siguiendo todo lo recto que pude por la espesura, tratando de no desorientarme. Pronto vi delante mía adormideras. El color las delataba y era muy peligroso moverse entre ellas. Volver atrás y buscar otro camino, tampoco me parecía una buena opción. Que los giak no me siguiesen corriendo no quiere decir que no estuviesen rastreando mi camino y siguiendo mis huellas.

Tiene que haber otro camino... Me agacho y comienzo a comprobar el suelo, tratando de encontrar otra vía de escape con mi habilidad de rastreo.

Utilizando tus entrenadas dotes, encuentras un camino oculto, apenas transitado más que por aquellos que deben conocerlo. Dirigiendo vigilantes miradas hacia lo alto del cielo, avanzas raudamente por el sendero. Recuerdas que esa ruta conduce a Fogwood, un pequeño grupo de cabañas que han sido habitadas por una familia de carboneros durante cerca de cincuenta años. Al cabo de veinte minutos llegas al borde de un claro donde se agrupan las cabañas formando un pequeño círculo. No hay ni rastro de la habitual mezcla de niebla y humo a la que debe su apropiado nombre Fogwood (Bosque Brumoso) y las cabañas están desacostumbradamente silenciosas...

1. Haz de nuevo uso de tu disciplina de Rastreo.
2. Prepara tu arma y acércate con precaución a las cabañas.

No tardo en dar con una ruta alternativa. Sin duda usada por animales grandes o transeuntes familiarizados con ese sendero, pues no es fácil de localizar. Bastante aliviado, me encaminé por él, sabiendo que si los giak aun andaban detás mío, perderían mi rastro en cuanto llegasen  a las adormideras, es más.. esperaba que mi pequeño regalo que dejé antes de encaminarme por el camino oculto, sirviese para quitarles de enmedio definitivamente.

Y es que al descubrir el sendero, decidí crear un falso rastro que hiciese ver que me adentraba en las zarzas. Golpee con cuidado los zarzales, usando la espada para romper alguna rama y dejando un jirón de su ropa sobre los zarzales, por el supuesto lugar por el que había cruzado.

Continuo pendiente de todo lo que ocurre a mi alrededor, pero notablemente más tranquilo. Mi mirada se desvía hacia el cielo en más de una ocasión, no solo para guiarme con las estrellas sino que debía asegurarme que no me localizaban por el cielo.

Depués de mucho andar, comencé a reconocer la zona, o eso creía. Me sonaba que el camino llevaba a Fogwood, una pequeña zona de cabañas protegidas por la bruma y la niebla. Apreté mi paso, pues debía avisar de los enemigos en el bosque.

No tardé mucho en llegar y ver las cabañas, di dos pasos y paré en seco ¿como es que veo las casas? ¿Y la niebla?

Me agazapé y busqué cobijo en las sombras. A pesar de ser de noche, no se sentía nada allí... todo estaba en silencio, demasiado silencio.. y la niebla tan característica de esa zona, que servía para proteger a la pequeña población de saqueadores o indeseables, no estaba. Comienzo a mirar el terreno, buscando algo que me indique que ha pasado.

Utilizando tus destrezas detectas huellas de giak alrededor del perímetro del claro. Las huellas son recientes y de ellas deduces que esos crueles servidores de los Señores de la Oscuridad han estado en esa zona hace menos de dos horas.

1. Prevenido por este conocimiento, decides explorar las cabañas.
2. Prefieres evitar el claro...

Respaldado por las sombras y el cobijo de la oscuridad, decido investigar lo que ha pasado. Quizás quede alguien vivo, amigo o enemigo, daba igual... Un aliado es siempre bienvenido, un enemigo es fuente de información. 

Lentamente, paso a paso, buscando siempre no estar demasiado tiempo espuesto, me voy acercando a las cabañas. Mis habilidades de rastreo y caza me son muy útiles para ir avanzando en el más absoluto silencio. En mi mano derecha empuño la espada ancha, el hacha está a mano, por si he de usarla, no me resultaría muy difícil empuñarla en caso de necesidad.

Avanzo alerta, pendiente del sonido que me rodea, cualquier sonido que altere a las voces del bosque, me harán ponerme en guardia. Además me voy fijando en la cantidad de huellas, tratando de determinar el número de giaks que asaltaron el lugar, por donde pisaron, vinieron y si se fueron... y lo más importante, si dejaron alguna trampa colocada para curiosos como yo.

Caminas despacio, muy lentamente, atento a cualquier movimiento inusual o algo fuera de lugar, pero al final te das cuenta de que, efectivamente, no queda ya nada ni nadie allí. Más tranquilo, te decides a buscar en el lugar. A través de la puerta abierta de la primera cabaña ves el cuerpo de un carbonero que yace boca abajo en el suelo toscamente empedrado. Le han asesinado clavándole una lanza en la espalda. Los muebles y demás utensilios de la cabaña han sido destrozados y ni un solo objeto permanece intacto.

No hay duda de que aquello es obra de los malvados giaks, a quienes les encanta destruirlo todo. Un rápido examen de las demás cabañas te revela una historia semejante de asesinato y destrucción. En la última cabaña que  registras  encuentras  una  Lanza  giak, lo que confirma tus sospechas.

Más decidido que nunca a llevar a feliz término tu misión, reemprendes la marcha por el camino...

No has andado mucho cuando, a lo lejos, posado sobre la rama de un viejo roble, hay un cuervo negro mirándote fijamente. Al acercarte, la negra ave echa a volar por encima de la foresta y pronto desaparece de tu vista. Exploras el árbol sobre el que estaba posada, pero no encuentras en él nada fuera de lo normal. Decides no perder más tiempo, que es para ti precioso, y emprender de nuevo la marcha por el sendero.

Después de andar durante unos pocos minutos ves a un extraño personaje vestido de rojo, que permanece de pie delante de ti en medio del camino. Te vuelve la espalda. Su cabeza está cubierta con una capucha. Sobre su brazo derecho extendido se encuentra posado el cuervo negro que viste anteriormente.

1. Llama, desde la distancia, a este personaje.
2. Acércate por entre los arbustos.
3. Empuña tu arma y ataca

Malditos giaks, malditos todos... sólo dejan muerte y destrucción por su camino. murmuré con rabia tras revisar la última cabaña y comprobar que era todo exactamente igual que las demás. Me fijo en la lanza que ha quedado en el lugar. Dentro de que sea un arma de esas... bestias, no parece ser de mala calidad.

La cojo al peso, es ligera y está bien equilibrada. Puedo manejarla con soltura. Siempre he tenido predilección por las espadas, me han parecido armas nobles y hermosas. Al igual que los combates que se realizan con ellas, pero la lanza... veía más utilidad en ella. Además ya tenía un arma de filo, el hacha, útil para cortar madera, manos o cuerdas. La lanza punzante.... podría usarla para pescar, lanzarla, de bastón...  La espada ancha.... la oculté en la cabaña, lejos de los ojos curiosos. Si regresaba nuevamente por allí, al menos tendría un arma oculta para poder usarla en caso de necesitarla.

Abandoné con pesar la zona, dejando los cuerpos donde los encontré. No había tiempo para ellos. Continué con mi camino hasta que un graznido llamó mi atención. No muy lejos, dos ojos se clavaban en mi, la luz tenue de la luna alumbraba la zona, la cual me mostraba un cuervo negro y grande, posado sobre la rama de un roble. Me acerqué a él y el ave salió volando, perdiéndole de vista enseguida.

Me acerqué al viejo roble, di un par de vueltas por él, buscando algo, aunque no sabía bien el que. Al no encontrar nada ni saber si quiera que buscaba realmente, decidí seguir mi camino, continuando por el sendero, en la misma dirección que tomó el cuervo. Unos metros más adelante, vislumbré una figura en medio del camino. Avancé unos pasos más. Pude ver que iba vestido de rojo en su totalidad, incluida la capucha que llevaba puesta. Permanecía de espaldas a mi, con el cuervo que había visto hacía unos minutos sobre la rama de aquel viejo roble.

Aprieto la lanza en mi mano con fuerza, apoyándola en el suelo. Avanzo un par de pasos más, escrutando a aquella figura desde lejos. Hola?! le digo avanzando un pasito más. ¿Todo bien?

Mantengo la presión sobre la lanza, por si he de empuñarla para combatir. Mis pies se mantienen en postura de combate, aunque procuro que el resto de mi cuerpo no muestre el estado de alerta. No me gusta nada la situación, pero no es un giak, eso seguro.

Aullo para mi, creo que necesitaré hasta mi último recurso y mi sexto sentido podría serme muy útil en esta situación.

Tu voz resuena entre los árboles y el encapuchado se vuelve lentamente para mirarte. Sientes que el corazón te late con violencia y la sangre se te hiela en las venas al descubrir que el extraño personaje no es un ser humano. Es un vordak, un monstruoso lugarteniente de los Señores de la Oscuridad y uno de los inmortales.

Un penetrante alarido te retumba en los oídos y la horrible criatura levanta una enorme maza negra por encima de su cabeza y carga contra ti, mientras el cuervo hecha a volar en círculos, esperando el que parece un inevitable resultado. Temblando de miedo, sientes que el vordak te acomete también con la fuerza de su mente.

Resta 2 puntos de tu DESTREZA EN EL COMBATE, ya que no posees defensa psíquica. Debes pelear contra esa criatura, que es inmune al ataque psíquico, aunque tampoco tienes esa habilidad.

Vordak: Destreza en el  Combate 18 y Resistencia 26

Tú: Destreza en el  Combate 14 y Resistencia 23

Puntuación en el combate: -4.

Debí pensar un poco antes de llamar su atención. ¿Que clase de persona estaría en medio un bosque infectado de giaks, salvo un aliado de ellos? pensé cuando me di cuenta de lo que se me avecinaba. Aterrado, agarré temblorosamente mi lanza con ambas manos, dejando la base de la misma apoyada en el suelo y la punta mirando hacia el vordak.

Su chillido me aterra, me hiela la sangre, quiero huir, pero las piernas no me responden, sólo puedo quedarme ahí clavado, mirando como se lanza sobre mi, levanzando su maza con una agilidad pasmosa. De pronto noto como se cuela en mi cabeza, en mi mente, esto no lo esperaba... No saldré de esta... pero moriré luchando, como mis hermanos.

Quise evitar el golpe con la maza, pero esta llegó a impactar en mi costado, a la par que el vordak me golpeaba, se clavaba la punta de mi lanza en su brazo, lanzando nuevamente un chillido aterrador.

Salté hacia atrás y sustuve la lanza con ambas manos, permaneciendo a la defensiva, esperando el siguiente golpe del vordak. El jubón de mi cuello se mueve con el salto, el amuleto de la Estrella de Cristal sale de debajo de mis ropajes, quedando a la vista y brillando bajo la luz de la luna.

Notaba como mi mente sucumbía a su poder, comprobé mi costado con una rápida mirada, tan sólo fue un rasguño. Mi curiosidad me pasó factura, esta vez si que logró impactar con su maza sobre mi, aunque logré volver a golpearle con mi lanza, pero esta vez de casualidad.

Noté como la sangre comenzaba a emanar de mi cuerpo herido, algo que el vordak celebró de nuevo con otro chillido, el cual se me metió en los oidos. Esta vez cargué contra él, esquivando y golpeándonos por igual. Volvió a dejarme tocado, pero se llevó lo suyo tambien. Sabía lo que tocaba ahora, su pausa para chillar, asi que intenté aprovecharme de esa situación, lanzándome a por él justo cuando fue a iniciar su chillido. Mi lanza le atravesó por completo el cuerpo, de un lado a otro, sonreí victorioso, cuando noté que me apartaba de un manotazo, lanzándome con fuerza lejos de él y haciéndome caer al suelo.

El Vordak chillaba, se mantenía en pie, con mi lanza atravesándole y su maza en la mano, agarrada aún con firmeza. Su chillido era desgarrador, me estaba dejando sordo y afectando a la cabeza. Volvió a levantar su maza sobre su cabeza y se lanzó hacia mi.

Instintivamente, agarré el hacha y se la lancé con toda la fuerza que me quedaba. Esta voló fugaz, girando en el aire impactando en la cabeza de aquella malévola criatura, donde quedó clavada, abriéndo el craneo en dos. Por incercia, el cuerpo del vordak continuó corriendo unos pasos más, desplomándose inerte a mi lado.

Una sensación de paz y felicidad inundó mi cuerpo magullado y herido. Había sobrevivido a tan poderoso siervo del mal, aunque no había salido demasiado bien parado. La emprendí a pedradas contra el cuervo. Luego me giré para recuperar mis armas y ver si aquel ser tenía algo de utilidad para ayudarme en mi camino.

Aproveché el hacha para cortar algunos jirones de tela del ropaje del vordak y usarlos como vendajes improvisados para mis heridas. Guardé todo lo que encontré en mi mochila y me alejé de allí buscando un lugar seguro donde poder atender mis heridas. Estaba seguro que tanto chillido ya había alertado a patrullas de giaks cercanas y no quería encontrarme con ellas.