Partida Rol por web

Sabia que tenia que correr, debia de hacerlo aun a riesgo de acabar con el oxigeno, a sabiendas de que la vida le iba en ello. 

CORRE MALDITA SEA... pensaba para si. Consiguio subir las escarpadas colinas nevadas y se acerco a lo que por bien seguro era su salvacion. 

Tras ver una rampa lisa que le podia hacer llegar a los aviones, sus fuerzas comenzaron a fallar. Podia oir los motores y las voces de sus compañeros, estaba a unos pocos metros cuando su cuerpo se quedo rigido, sus piernas ya no dabsn mas y cayo al suelo. En su fuero interno sabia que solo faltaban unos pocos metros, pero su cuerpo comenzo a colapsarse.

Desesperado, decidio sacar fuerzas de flawueza y busco su arma en el equipo.una piztola es lo que pudo sacar y disparo intentando que el grupo le oyera, era una opcion.

Pero ¿¡de dónde salen!?

Eso era lo que no entendía Chester; se suponía que allí estaban los Starkweather, los Lexington y los alemanes. Entonces, ¿a quién pertenecían aquellos cuerpos?

Chester se arrodilló y apartó un poco la nieve, tratando de buscar algo que le ayudara a identificar a quién pertenecía el cadáver. O a qué época, o a qué expedición. O a qué raza. Algo. Algo que diera sentido a todo aquello.

Por el uniforme podría saber cuándo llegó aquí, por ejemplo. 

Chester se levantó y siguió quitando nieve usando la culata de su fusil como si fuera una pala primitiva, rezando porque no se tratara de nadie conocido. Pero tampoco se entretuvo mucho en ello: sabía que no le convenía sudar, y que preocuparse por los muertos, cuando era posible que aún hubiera vivos por allí, no era la opción más inteligente. Tras un rato tratando de encontrar alguna pista en el cuerpo, lo dejó allí y siguió andando hacia la torre, fusil en mano, esperando no encontrarse con el causante de aquella masacre.

Era un cuerpo destrozado. No había cortes, más bien deformaciones, retorcimientos... Con asco pero alivio, Chester comprobó que se trataba de un gran pingüino completamente blanco. No tenía ojos. Una de sus aletas faltaba, pero no por corte, sino por desgarramiento.

Meneando la cabeza, Chester siguió caminando hacia la escombrera que había sido torre en días pasados. ¿Todos esos bultos eran pingüinos? Eran muchos. Muchos.

Comenzó a subir la rampa de escombro. Tuvo que ir todavía más lento. Era peligroso. Algunas piedras bajo la nieve se movían.

¡Bang! ¡Bang! Se escucharon dos disparos. Parecían venir de la parte hacia donde estaban las Montañas Miskatonic.

Pickwell lloraba de rabia. Todavía quedaba demasiado tiempo y ya hacía mucho que habían descendido. No iban a quedarse ahí mucho más, seguro. Disparó dos veces al aire y procuró caminar, aunque no podía hacerlo al ritmo que le gustaría. Ya se había caído tres veces y estaba empapado en sudor, cosa muy peligrosa en ese clima... porque el clima estaba comenzando a normalizarse. La nieve cada vez caía más prieta y el viento parecía más frío que antes. Penosamente subió a un pequeño montículo y oteó en la dirección en la que deberían estar los aviones.

Se escucharon dos disparos fuera, en la nieve. Parecían no estar cerca, aunque desde donde escuchabais era muy complicado saber la dirección de la que había llegado el sonido.

¡Bang! ¡Bang!

¿Qué ha sido eso? ¿Qué ha sido eso? ¿Quién está disparando? Halperin, que parecía que se había tranquilizado un poco, ahora volvía a estar nervioso. Muy nervioso. Se entretuvo apuntando hacia el exterior y dejó todos los trabajos a Miles.

Priestey llevaba mucho tiempo sin hacerse notar. Parecía apático. Se había acurrucado en su asiento, lo más lejos posible de la puerta, uno de los que no tenían ventana. Pareció sobresaltarse un poco con los disparos, pero pronto volvió a su estado.

Así no había quien se concentrase ni descansase. Por mucho que Menez usara sus manos de dedos regordetes para tocar el sedoso pelo de Charlene en una caricia relajante no había manera si fuera se ponían a disparar como cosacos.

- Otra vez...- Exhaló el aire de golpe con resignación. Ahora Halperin se pondría responder a los disparos y el avión acabaría hecho un colador. No se atrevía ni a mirar por el ventanuco no fuese a ser que la volaran un ojo. Sí que se fijó en Priestley, apocado, cuando de costumbre no calla ni bajo el agua.

- ¿Se encuentra bien, Priestley?- Dijo con los ojos entrecerrados, expresión que ya muchos conocían en Menez y que quería decir que más le valía responder algo coherente.

¿Estaban muertos? - esta simple anotación, que señaló a Menez, tenía unas implicaciones tan terribles que se quedo por un momento paralizada. Justo cuando iba a decir: ¿No te parece que Miles se comporta de un modo un tanto extraño? a la periodista sonaron los estampidos, que no podían ser otra cosa que disparos; el momento de calma había pasado casi sin llegar.

Maldita sea!. Chester está ahí fuera... - dijo como si los demás no lo supieran, o ella creyera que quizá no les importaba lo suficiente. Haciendo un tremendo esfuerzo, se levantó y cogió sus armas. Optó por usar primero el rifle en caso necesario, y se colgó la escopeta al hombro. Se asomó cuidadosamente a la puerta, tratando de cubrirse con los bordes, y observó cuidadosamente el exterior.

Durante un brevísimo instante la ventisca te deja ver el montón de escombros en el centro de la plaza: las ruinas de aquella torre. Te parece ver una figura que podría ser Chester subiendo trabajosamente. No parece brincar ni caer bajo el fuego enemigo, lo que te tranquiliza. Tampoco parece que acabe de disparar. Solamente toma altura, probablemente para ver mejor el entorno.
 

No, Menez. No estoy bien. ¿Y tú, estás bien? Albert parecía preferir el aislamiento, así que respondió cargando las tintas en el tono irónico. Oh, alguien dispara.

Albert no parecía enloquecido, Menez suponía que era normal que no estuviera alegre como unas castañuelas. En realidad lo preocupante sería eso: que estuviera alegre y tan pimpante. Pero nunca se sabía, ella no era experta en estas cosas. Otra oportunidad más de echar de menos a su amado Pooster.
 

Whitston, no creo que sea buena idea que salga fuera, en su estado. Espere, le acompañaré, si insiste en salir.

- Increíble.- Dijo Menez al recibir el comentario sarcástico de Priestley.- Sea un hombre y vaya usted. Hay que tener pachorra para dejar que tres mujeres, entre ellas las dos que pilotan el avión, salgan fuera estando usted como una rosa.

El viento trajo voces a Pickwell: una ráfaga afortunada. ¡Voces humanas! Fue un sonido maravilloso a sus oídos. Miró en aquella dirección, algo diferente a la que había calculado. ¡Bingo! Había un montículo grande que muy bien podía ser aquella torre derruída en mitad de la plaza donde estaba la pista de aterrizaje. Por un momento la nieve que caía en ráfagas violentas le permitió ver que alguien trepaba por la escombrera, sin duda para tomar altura. Pickwell caminó en esa dirección, ahora animado por saber que no se iban a marchar enseguida.

Lo siento. He descubierto que soy un cobarde. Y no me avergüenzo: todo el que sale fuera, termina muerto o mutilado. No pienso salir de aquí. A mi me contrataron para hacer fotos, no para asistir a tiroteos ni para pelear con alienígenas. Suerte.

Subido en lo alto de la escombrera, Chester miró en derredor. Casi al instante descubrió movimiento: alguien venía de lejos, cojeando, bastante maltrecho, agitando una mano en su dirección de tanto en tanto. No se distinguía quién era, por supuesto, porque llevaba el equipo completo, capucha y todo, pero juraría que era quien había hecho los disparos: parecía que traía algo en la mano, podía ser un rifle.

Además, escuchó sonidos en otra dirección. Gente hablando, más de uno, aunque en este caso no pudo ver nada, por culpa de una ráfaga de viento y hielo.

Las tres mujeres salieron del avión para encontrarse encañonadas por Halperin. ¿Dónde van? ¡No salgan del avión! ¡Bastante con que se ha marchado Chester! ¡No quiero tener que registrar a todos otra vez! ¡Dentro! ¡Vamos!

Oh, vamos, Douglas. Acacia resopló exasperada, pero mantuvo la calma, y las manos lejos del armamento. Están disparando. ¿No has sido tú? Puede que alguien necesite ayuda.