Partida Rol por web

Maggie se adelantó hacia la puerta de la tienda de la Lexintong. Al primero que pasó por allí le pidió que le trasmitiese que necesitaba hablar con ella.

Sutton fue el primero en dejarse curar por el buen doctor Curtis, mostrándose extrañamente contenido, pues no quería caer en la posibilidad de distraer ni un ápice al doctor.

Durante todo el proceso intentó concienciarse de que su apariencia no era tan desastrosa como él se imaginaba, y que tras aquel examen estaría de nuevo al ciento por ciento para poder usar su labia y así convencer a la irascible señorita Lexington.

¿Quien sabía? Quizás incluso podía aspirar a hacer que cayese rendida a sus pies. Ciertamente tener que hacer uso de sus artes de seducción por el bien de la expedición era una novedad refrescante. Mas teniendo en cuenta el desastre que está había supuesto hasta ahora.

En cuanto Curtis acabó con él, Sutton se levantó dándole la mano agradecido por su trabajo. Sin duda aquel hombre había sido el único motivo por el cual había sobrevivido hasta el momento a su experiencia en el ártico.

   - Muchas gracias doctor.- Dijo agradecido y sonriendo por primera vez en semanas.- Voy a ver si la señorita Lexington está disponible, para limar las asperezas que innecesariamente hay entre nuestras dos expediciones.-

Haciendo un gesto con la cabeza se despidió también del resto de sus compañeros, dejándoles la tarea de hablar con Dinsdale y Hopewell. Al parecer aquellos dos eran los supuestos locos que habían cometido el "atentado", así que sería mejor que Hirsch tratase con ellos, después de todo era todo un experto en materia de las locuras de la gente.

Vistiéndose para salir, se aseguró por triplicado de que llevaba la ropa perfectamente puesta para no sufrir mas percances con el frío, y acto seguido salió de allí en dirección a la tienda de Lexington.

Apreciando sinceramente el gesto de Pooster, Alex le sigue, quizá un poco avergonzado por lo abrupto de la escenificación en un marco tan limitado.

Tim..., Tim, te lo agradezco tanto... - susurra como si, a pesar de su evidente habilidad física, pudiera tropezar y caer en cualquier momento sin el apoyo que le proporciona el brazo de su amigo, al que Peabody se aferra con fuerza - Los momentos en los que no veo esperanza crecen, lucho para que no sea así, pero cada vez es más difícil. Cada hecho, cada noticia, me parece una confirmación de que es inútil luchar...

Mi padre..., y tú - dice, tras unos instantes que parecen eternos porque han elegido un lugar donde la presión de la castigada lona que les separa del árido y mortal mundo exterior ha cedido por un momento al viento, resultando arduo y frío su contacto - por vosotros..., conservo algo de raciocinio. Por vosotros, que sé que estais siempre presentes...

Un tanto cabizbajo Peabody se agarra como puede a la gruesa vestimenta de su amigo Pooster con alguna dificultad, y ambos se alejan algo tambaleantes por la pura física de vectores opuestos los escasos metros que permite la claustrofóbica estancia. Allí mantienen alguna mínima, íntima, conversación. Sin duda breve, sin duda importante.

Ante la petición de Laroche, Menez miró al cielo compungida, recordando a un viejo amigo.

- Me temo que yo no entiendo ni papa de alemán. Si Herr Kleiver estuviese vivo...- De investigar a los miembros de la expedición, Menez estaba segura de recordar que varios miembros lo hablaban.

Creo que el señor Morehouse Bryce sabe ese idioma, dijo Moore sin levantar la vista de sus notas. Si no lo encuentran puedo ir yo, pero en este momento estoy bastante ocupado.

Mientras atendian a Sutton el resto de nosotros permanecimos en silencio, quizas pensando en nuestros demonios, que seguro eran demasiados. Estando el buen doctor metido en faena aproveche para hacer yo mismo lo que deje encargado a otros, que era intentar averiguar algo de lo que alli sucedio hace unas horas. 

Como primer contacto me acerque a ellos observandolos intentado ver en sus caras algo que me de pistas, al cabo de unos minutos me decidi a hablar con ellos. Que tal estais, me llamo Dominique... que ha pasado, me podeis decir que fue lo les llevo a actuar como lo hicieron, porque creen que el fuego puede acabar con ellos, que forma tenian. Dandoles un poco de tiempo para que se piensen las respuestas decidi ayudarles a "romper en hielo" contandoles de forma somera la experiencia del pueblecito de Lima.

Nosotros tambien vimos algo, bueno mas bien los intuimos, era de noche y volaban por encima del pueblo donde nos refugiabamos, por el ruido que hacian eran seres voladores, y muy rapidos por cierto. Como ya he dicho no los vimos pero los habitantes del pueblo estaban realmente aterrados.

Lo que vieron ustedes eran de este tipo o eran distintos, que es lo que vieron ustedes...

Hopewell puso cara rara a Dominique inmediatamente. Tras pensarlo un poco, Dinsdale hizo lo mismo. ¿Seres voladores? ¡Arañas! Todo estaba lleno de arañas. Lleno, lleno, lleno de arañas, pero esos bichos no vuelan, lo sabe cualquiera. Sin embargo, me han dicho que en la Antártida es imposible que haya arañas. Que debí haberlo soñado. No entiendo su pregunta.

Dinsdale parece confuso y muy nervioso.

Se que no debería haber disparado. Pero odio las arañas. ¿Lo comprenden? Desde que era pequeño odio las arañas. Doy gracias a Dios por no haber provocado una desgracia.

Es fascinante lo que me cuenta. ¿Seres voladores? ¿Pájaros, o algo así? Me gustaría que entrara en detalles. Habías despertado el interés de Curtis, que estaba curando las múltiples lesiones de Sutton en ese momento. Pero, y miró a Dinsdale de modo significativo, es mejor que me lo explique en privado. Me gustaría que estuviera también el señor Hirsch.

Hirsch, que normalmente era un hombre inexpresivo, se puso bastante tenso. Había estado dando largas, por cierto, al tratamiento que tenía apalabrado con Dominique. Es posible que no sea recomendable que yo esté, señor Curtis, aunque si pienso que es necesario que mantengan esa conversación. Yo, tengo que confesarlo, no me considero capacitado.

Sutton  ya se estaba vistiendo, se preparaba para salir y otro de vosotros se preparaba para ser examinado. Maggie, cuyas heridas eran más viejas y que ya estaban lo bastante bien, también había salido.
 

Maggie había encontrado a Chip Hooper, que era uno de los que parecía no tener problema con vuestra visita, y ahora estaba esperando a que saliera con una respuesta. Con muy poco tiempo de retraso llegó Sutton. Se abrió la puerta.

Entrad, la jefa os espera. Buena suerte.

Bajo la luz de un candil, en la cabaña donde las lámparas eléctricas colgaban inservibles por culpa del accidente con el generador, estaba la lideresa de la expedición. Era una mujer ya pasada la treintena. Vista de cerca se veían en su rostro las lineas de expresión que da dormir poco y tener responsabilidades constantes. La imagen desmentía lo que solía salir en la prensa que, claramente, era fruto de cultivar una imagen determinada. La típica imágen que deja desarmado al típico macho humano cuando la verdad le salta a la cara en una negociación delicada y tensa.

Estaba completamente compuesta, bien abrigada, por supuesto, delante de una nota que Chip, aparte de darle vuestro recado, le había traído del avión, donde se estaba hablando por radio.

Sientense. ¿Desean tomar un te? ¿Sopa? En el fogón encontrarán lo que necesitan, tomen los tazones de ese mueble. Ella se levantó para sacar cubiertos y azúcar. Una vez se hubo asegurado de que estábais cómodos preguntó: ¿qué desean?

La voz era cultivada, bien colocada y bien controlada. En la cabaña se estaba bien de temperatura, así que se había quitado la parka, y su peinado, detalle a tener en cuenta, estaba bien compuesto.

Hopewell parecía de mal humor. No ayudaba a su estado el hecho de tener un tiro en el cuerpo y el de que parecía no haber dormido nada. Joder, murmuró, parece que todo el mundo se está volviendo majara. Ahora este hombre ve cosas volando por la noche.

Como decimos, susurraba, pero no parecía de buen talante como para que sus palabras no fueran claras y audibles por toda la tienda.

Todo el mundo salió de la tienda de Moore, al frío exterior, tras pelear durante un rato con sus ropas.

El más responsable de los "chavales", como eran llamados hasta que fueron desbancados por "el chaval" (Nandan) andaba por ahí. No fue difícil de encontrar. Enseguida fue con vosotros al rincón donde se encontraba la radio. En ese momento desde el Talahasee estaban teniendo una conversación técnica con el lado de Lexington. Poco después, cambiaron de señal (pero vuestro radio ya la conocía, así que la volvió a encontrar rápidamente) y reanudaron su conversación entrecortada, esta vez en alemán. El Talahasée grababa y repetía las parrafadas que se mandaban entre ellos. Eran listas de material por parte de los de Lexington. Material quemado, perdido, roto. Los alemanes parecían limitarse a tomar nota, hasta que pasado un buen rato (la voz era lejana y llena de ruido, y los mensajes eran cuidadosamente redactados y repetidos tres veces) lanzaron su propia parrafada, tampoco muy larga.

Parece que con esto cortan la conversación, dijo Bryce. Creo que el radio de Lexington está negociando un acuerdo con los alemanes. Pero yo creía que estaban muy lejos. Les ha dado la lista de las cosas que necesitan, ellos le han dicho que comunicarán las peticiones a sus superiores y que decidirán si Lexington les puede ofrecer algo a cambio de su ayuda. Parece que la cosa durará unas cuantas horas más hasta que se llegue a algo.

La tienda de Pooster parecía la más indicada para mantener una conversación en privado, ya que Hirsch no estaba y Greene, el otro compañero, se encontraba realizando sus tareas diurnas. El sitio estaba muy ordenado. El él se encontraba la mezcolanza de utensilios que cabrían esperarse de tres hombres muy diferentes. El lugar más caótico en la tienda correspondía a la mesa de Greene, donde el libro que había estado leyendo estaba abierto boca abajo y donde había un pocillo de te sin terminar en un vaso que se había congelado hacía horas.

En la mesa de Pooster se encontraban sus libros, bien ordenados. Un par de sillas de tijera remediaron el problema del acomodo, aunque también había catres para sentarse. Nada más acceder hubo que sellar bien la entrada para que no hubiera corriente y se encendió el infiernillo de grasa de foca. El humo era asqueroso, pero ya os estabais acostumbrando. Hacía la limpieza algo infernal. Pero más valía eso que tener la escarcha dentro de la tienda y verse necesitado de orinar o de otras cosas que requirieran mayores grados de desnudez.

Nandan, efectivamente, no se despegaba de las novedades, y generalmente eso incluía estar cerca de la pequeña Aramiker. Hasta al muchacho le parecía pequeña y eso que envueltos en aquellos trajes anticongelamiento todo el mundo aumentaba al menos tres tallas. Ambos corretearon por el campamento hasta encontrar al señor Bryce. Antes Nandan tuvo tiempo a preguntarle a Menez por Kleiver, sólo por cotillear un poco.

—¿Quién era el tal Kleiver, señorita Menez? ¿Es el muerto ese del que todos hablan?

Una vez con Morehouse, el chico se interesó por cómo funcionaba la radio. Le fascinaban ese tipo de aparatos... aunque escuchar varias horas de radio en alemán no era plato de buen gusto, más sin entender nada. Después de oir la traducción de Morehouse miró con cara de fastidio a Aramiker.

—¿Nos vamos a quedar? Si me disculpa mi opinión, creo que puede ser un verdadero hastío estar escuchando ¿no cree?—sonrió picaronamente, como si estuviera invitando a la periodista a hacer pellas, aunque suponía que se quedaría allí— ¿Qué problema hay con los alemanes? ¿Es malo que estén tan cerca? ¿Por qué ofrecen ayuda a los de Lexington y a nosotros no?

Bueno, ahora me toca a mi pasar por mantenimiento, Señor Hirsch, pase conmigo y asi podremos conversar mas tranquilamente.

Doctor Curtis, no le parece rara la aparicion de esas arañas y que estos hombres perdieran la cabeza y se liasen a tiros. Alguien ha buscado pruebas de eso, o a visto huellas en la nieve... muy rara esta historia, bueno atentos al doctor, la ultima vez mientras me despistaba con una mano con la otra me quitaba un dedo.

Alex dejó transcurrir algunos minutos entre la llegada a la tienda y el momento en que, por fin, se decidió a hablar. Acostumbrado a las peculiaridades de su amigo, Pooster, investido ahora con cierta aura de sabio, le dejó tomarse su tiempo. Al fin y al cabo, Peabody mostraba lo que a menudo el llamaba "resistencias". Tampoco nada reclamaba afuera su inmediata atención, y no se estaba tan mal dentro de la tienda, una vez el horrendo humo proveniente de la grasa de foca decidía acumularse en la parte de arriba del habitáculo.

¿Has pensado alguna vez en las curiosas cartas que el destino ha barajado para nosotros?. Fíjate bien - comenzó, con voz más firme de la que cabía esperar, dado su estado anímico - Alexander Peabody Ancorage, nacido entre la Mansión Warren y el Jardín Tuttle de una ciudad de la que conservo unos recuerdos que no pueden ser ciertos. A ti siempre te han interesado esos asuntos, ya sabes, lo paranormal...

A veces me parece injusto, creeme que me siento culpable, pero en ciertos momentos no puedo evitar albergar hacia ti cierto sentimiento de..., envidia. Ambos hemos pasado por los mismos hechos traumáticos, hemos perdido amigos, hemos visto prácticamente las mismas cosas, y sin embargo... - hizo una pausa, mientras un lagrimón que no se molestó en ocultar le bajaba por la mejilla - sin embargo, yo estoy loco. Sí, no lo niegues, noto como la demencia en mi interior crece día a día. Incluso creí ver a mi padre caminando ahí fuera. Y mientras tú, que has buscado estos conocimientos que yo odio, no pareces más afectado de lo que lo estarías si sentados, contemplaramos a unos niños jugando en cualquier parque.

Me pregunto a menudo si Dios, o los Dioses, tienen algún tipo de plan. Si tanto sufrimiento servirá para algo. Pero no encuentro respuesta.