Partida Rol por web

El taxi se pierde entre callejones seguido del coche del anticuario. De la policía y el periodista nada se sabe. Ambos coches llegan al edificio donde se aloja John Tite. Realmente estaba cerca en la avenida principal, pero el taxista prefirió dar un rodeo para evitar posible intercepción y evitar la cercanía al hotel.

El periodista volvió a la habitación. En breve vendría la policía y tenía que pensar que iba a hacer pues sin duda le harían preguntas.

 Tenía sus nombres, tenía sus caras, tenía coartada... y también tenía dudas. Louis sintió un escalofrío que, inmediatamente, supo identificar no como horror sino como ego. Una oportunidad, la que siempre había deseado.

 Y se decidió al verse, en sueños, reconocido como el intrépido periodista que consiguió resolver aquel misterioso caso de asesinato en el Hotel Chelsea. Columnas de opinión con su rúbrica en los rotativos más prestigiosos, cheques en blanco para sus investigaciones, un despacho grande, conferencias en la universidad. Tentador. Sólo había que decir la verdad,...pero no toda la verdad.

 Ya en la habitación, Louis la vió con ojos nuevos. No había ahora señoras a las que se les veía el refajo al huir por una ventana, ni caballeros de rostro demacrado y bastón caro. Sólo él, Louis Aurel, y aquella suite maldita, futuro nido de historias macabras y reclamo del Hotel -presumió- para atraer a los más crédulos de lo paranormal.

 Preparó de nuevo la cámara y trató de averiguar, según lo visto, qué clase de enfermo había perpretrado aquello.

Cierras la puerta tras escudriñar el pasillo. Tienes poco tiempo para buscar. La habitación había sido registrada, era obvio, así que buscas debajo de los cajones y finalmente en la maleta. ¡Bingo!. Te guardas el sobre y la llave justo a tiempo cuando una llave se abre y aparece el botones con dos agentes de la policía.
- ¿Qué está ocurriendo aquí? - preguntan, luego miran el desastre y luego el cadáver - ¡Qué demonios...!.
La frase se interrumpe.

- Llegan ustedes tarde.

 Aurel no miraba ni al botones ni a los policías. Su vista se perdía en aquel macabro símbolo tatuado a hierro en la frente del que fué su colega.- Yo tampoco llegué a tiempo.

 No era una pose, de ninguna manera. Estaba realmente apenado, pero también presa del impulso vengativo y de la excitación que siente un espeleólogo ante una cueva oscura, siniestra e inexplorada. Respiró hondo por la nariz y se volvió a los policías.

- Mi nombre es Louis Aurel. Soy periodista en nómina de la revista "Mitos y Leyendas". El cuerpo que ven en el suelo es el de mi colega y mentor Jackson Elias...y, como única persona presente en esta habitación antes de que ustedes llegasen, presumo que acabo de convertirme en el principal sospechoso de esta...de esta barbarie.

 Con la cámara fotográfica al hombro, Aurel extendió los brazos hacia delante ofreciendo sus muñecas a los tipos uniformados. Tenía miedo, sí, pero se afanó en ocultarlo...porque también tenía una mano de cartas por jugar y aquí nadie parecía ir de farol.- Es por eso, agentes, que necesito explicar lo que he visto y oído de inmediato. Pude ver a los culpables y sabría identificarlos sin ningún género de dudas. Es mi deseo colaborar.

Entra al poco un individuo de corta altura de complexión fuerte y voluminosa barriga. Su cabeza es redonda y luce un gran bigote además de una discreta calva. Entra la habitación fumando una pipa y tras abarcar cada detalle de la escena del crimen se dirige al periodista.

- Muy bien, en este caso tendrá que acompañarnos a la comisaría a prestar declaración a ver si sacamos algo en claro - dirigiendo la mirada hacia el conserje y hace un gesto con la mano que sostiene la pipa - el conserje me ha contado que usted insistió en entrar en la habitación y luego que llamara la policía, será interesante contar que ha ocurrido aquí.
Abre bien sus ojos y con un gesto como si olvidara algo añade:
- Por cierto, soy el teniente Martin Pole de la brigada de homicidios.

 Su aspecto decía una cosa, pero sus ojos hablaban de lo contrario.

 A simple vista, Pole parecía el típico veterano que contaba los días restantes hasta su retirada de servicio como lo hacía el Conde de Montecristo con los años de cautiverio. Hastiado, superado por la rutina, incapaz de aprender algo nuevo o desaprender lo que siempre dió por sentado. Louis Aurel, aficionado al prejuicio, lo imaginó así...hasta que pudo observar sus ojos vivos, inquietos y voraces que lo escudriñaban todo: el joven periodista no sabía decir si aquello le reconfortaba o le producía una peligrosa incomodidad.

- Me sorprende que haya podido sacarle al conserje una declaración con un mínimo de coherencia, señor Pole. Aún así, ya le adelanto que ese empleado del hotel omite detalles importantes, bien por interés o por su demostrada incompetencia.

 Aurel bajó entonces las manos. Había quedado ya bien claro que no iba armado, que presentaba sumisión y que no parecía que fuesen a esposarle. Sintió un fuerte retortijón en el estómago, producto sin duda de la tensión contenida.

- Antes de acompañarles, desearía saber si tienen inconveniente en que realice una llamada a mi editor desde el teléfono del hotel.

- Puede hacerla desde la comisaría - responde aspirando una bocanada de humo de la pipa - aclaremos cuanto antes este embrollo.

Extiende el brazo libre como gesto de que se acercara. 

- Dejaremos este cadáver al patólogo forense y que saque sus conclusiones.

- Como quiera.

 El periodista comenzó a caminar sin prisas hacia la puerta y se paró al llegar a la altura de Pole. Allí volvió la cabeza y vió de nuevo el cadáver de Elias, las marcas en su frente y la masa intestinal completamente expuesta: jamás había sido testigo directo de un ejercicio de brutalidad semejante, y dió las gracias al altísimo por haber conseguido rechazar con tacto y cortesía el tentempié que su casera, la Señora Stienhoffer, había preparado a eso de las siete.

 Jackson ya no estaba allí. En aquel lugar sólo quedaba la carne, sangre y vísceras de un cuerpo profanado, humillado. No era mometo de lamentos, ni lugar para levantar sospechas: la misteriosa llave debía esperar.

De camino a la comisaría Nueva York resultó triste y apagado, a pesar de sus miles de luces de ciudad. Mirando por la ventanilla adviertes que estás solo en aquel desierto lleno de gente extraña. El único amigo que tienes ya no está y te sentías forastero de tu propio mundo. Miras la cámara que está junto a ti en el asiento de la patrulla. La comisaría por fin llega y tus pensamientos se interrumpen.