Partida Rol por web

No lo eran. Los exámenes de junio estaban a la vuelta de la esquina como una sombra ominosa. Los miembros de la BLITZ Squad habrían estado dispuestos a salir a salvar el mundo arriesgando sus vidas pero plantarse detrás de los libros era otra cuestión distinta: llevarse mal con una organización gubernamental secreta era malo a su manera pero llegar a casa con seis asignaturas suspendidas era enfrentarse a un tipo de justicia muchísimo más indiscutible, sumarísima y despiadada que ninguno quería enfurecer.

El local de ensayo olía como un vestuario de baloncesto. 

En una esquina estaban los instrumentos del grupo: la batería de Héctor con un tambor rasgado, la guitarra de Willow con las cuerdas desafinadas, el teclado de Kenjiro limpio y dentro de su funda y, apoyado contra una silla sin tocar en una temporada, el bajo y el micrófono de Chas. Colgado de la pared había un enorme papel blanco, un boceto del póster promocional en el que Héctor había esbozado un dibujo de todos ellos con rayos y llamaradas saliendo por todas partes y la mitad superior en blanco: necesitaban un nombre para el grupo. Para el otro grupo.

El sofá delante del televisor estaba cubierto de chaquetas y cajas de pizza abiertas. Ambos elementos habían sido subvencionados por el señor O´Donnell pero ya distaban mucho de estar nuevos y en perfectas condiciones. Junto al televisor había un enorme aparato de radio casero que Willow había creado en sus ratos libres con el que supuestamente podían oír las frecuencias de la policía. A menudo sólo se oían interferencias.

Sobre la mesilla de café había tres móviles en silencio cuyas pantallas se iluminaban constantemente por las notificaciones. Era una regla del grupo que cuando se reunían para estudiar no se miraban los mensajes pero era una de esas leyes difíciles de llevar a rajatabla.

La BLITZ Squad estaba sentada en torno a una gran mesa cubierta de una densa capa de papeles garabateados, libros abiertos y tablets con PDFs de mucha letra. No estaban planeando su siguiente movimiento contra una super amenaza: estaban estudiando.

Intentándolo, al menos.

Héctor resoplaba con frecuencia mientras trataba de meter algo de conocimiento en su cabeza. No era fácil porque no había tenido ni tiempo para estudiar ni malditas las ganas de hacerlo. Trabajar en una de las carnicerías de los García le ocupaba casi todas las tardes, sobre todo porque a veces se quedaba a entrenar dándole golpes a las vacas destripadas. Y en el tiempo libre que le dejaba eso tenía que ir a entrenar con el señor Warren... o a ensayar con el grupo... o a patrullar la ciudad... o a espiar el gimnasio de Guzmán. Y dedicarle tiempo a los estudios había ido quedando progresivamente en el final de la lista. 

Después de todo, fallarle a su madre en lo de trabajar en la carnicería podía provocar un problema inmediato. Fallar en los estudios también supondría tener graves problemas con ella, pero esa era una cuestión que el Héctor del Pasado había decidido dejar pasar para que la resolviera el Héctor del Futuro. 

Y ahora ya era el Héctor del Futuro, y las integrales y las fórmulas y los datos bailaban frente a él y se burlaban de su ignorancia. Héctor resopló de nuevo. —Pufff... no entiendo nada. Es que directamente no lo entiendo. Yo creo que se me ha olvidado cómo se divide —Héctor hundió la cabeza entre sus brazos, que descansaban sobre un montón de papeles sobre la mesa—. Lo voy a suspender todo. 

Durante los días después de la simulación Willow invertió su tiempo libre en reflexionar, practicar algún que otro conjuro y estudiar. Lo cierto era que ella siempre había sido una buena estudiante, tener rondando por la cabeza cánticos de hechizos escritos en lenguas muertas a veces no ayudaba y daba margen a error, pero nada que no pudiera resolver hincando los codos. También hubiera sido un buen momento para ensayar después del catastrófico debut que hicieron en primavera, pero tal y como estaba el panorama y siendo que Chas había abandonado el grupo estaban un poco en la mierda.

- ¿Con qué estás Héctor? - Preguntó sin levantar la cabeza de los apuntes, que estaba terminando de completarlos con el último tema de historia que entraba para los exámenes. - ¿Y tú Kenji, cómo vas? - Cerró la libreta satisfecha, resumir los temarios y pasar los apuntes de clase a limpio le hacía especialmente feliz, sentimiento que guardó para sí misma para evitar que le llamaran empollona. Luego se acercó a Héctor y miró entre sus papeles, sacando alguno de debajo de sus brazos para ver con qué estaba. - Ah, cálculo. - Repasó el temario con el que estaba y añadió. - Si le damos caña desde este momento hasta los exámenes igual puedes sacar un aprobado raspado, y si dejamos para recuperaciones un par de asignaturas podríamos conseguirlo... - Todos los ejercicios que había hecho hasta el momento estaban completamente mal, suspiró y empezó a explicarle. - A ver para este ejercicio primero separas la parte entera y luego...

Kenji hacía equilibrios con el bolígrafo puesto a modo de bigote, mientras miraba un Tiktok detrás de otro. Se había sentado lejos de sus compañeros porque no había un solo hueco en la mesa y porque se había dado cuenta de que Bool había arrugado la nariz cuando él paso a su lado. Lo cierto es que no se duchaba desde hacía un par de noches y que había agotado la remesa de camisetas limpias.

—Lo tengo todo controlado, Willow —respondió sin despegar los ojos de la pantalla—. La verdad es que el nivel educativo de USA es una caca. En el internado de Osaka me dieron tanta caña que creo que no tendré que volver a estudiar ciencias hasta que salga de la uni*.

El chico había recuperado mucho de la confianza en sí mismo y también de estabilidad. Todavía pasaba la mayor parte del tiempo como okupa del cuartel general, pero se había sobrepuesto a su orgullo y le había llevado la armadura a su padre para que la reparase; eso sí, cuando su madre estaba de misión. Porque no quería verla ni en pintura. Aquella mujer le resultaba una completa desconocida y le costaba realmente un gran esfuerzo recordar algún momento en que se hubier comportado como una madre normal y corriente.

Echaba de menos a Chas pero, a cambio, hablaba más con Bool. La chica era muy divertida e inteligente y también ¿guapa? Nah, qué va. Es normal, del montón, pensaba a menudo, aunque sus hormonas opinaban otra cosa distinta. Era la única chica de su edad con la que tenía contacto últimamente, porque las arpías millonarias de su instituto le causaban terror. Había visitado a Tina Grant varias veces, por supuesto, con la excusa de que necesitaba libros para un trabajo del insti y con eso ya tenía suficiente material para sus ensoñaciones.

—¿Cuándo toca descanso? Me muero de hambre.

—Va, venga, paramos un rato. Me va a estallar la cabeza —dijo Héctor, enfurruñado y aferrándose al comentario de Kenji como un náufrago a una madera flotante. Se puso en pie y se estiró un poco, haciendo fuerza y notando cómo le crujían las vértebras de la espalda. —¿Por qué no tocamos algo? Aún no hemos decidido ni el nombre del grupo —miró a Bool e, instintivamente, pidió su permiso. Para Héctor, criado en casa de mamá García, las mujeres eran símbolos de autoridad: las que decidían si se podía parar o no de hacer deberes.

Su móvil sonó en ese momento y, cuando lo miró, allí estaba otra vez: un mensajito de su hermana. Héctor le echó un vistazo y, al ver lo que ponía, le cambió el semblante. Apretó las mandíbulas y escribió una respuesta con furia, antes de meterse el móvil en el bolsillo. Luego lo sacó de nuevo, silenció a su hermana y lo volvió a guardar. Que le den por culo. Volvió a mirar a Willow y se quedó un instante así, viéndola fijamente. Después, arrancó de nuevo, dirigiéndose directamente a ella: —Venga, va, un cuarto de hora. Así nos despejamos...

Notó que Kenji le miraba y en respuesta ella le sonrió con su típica sonrisilla tonta y torpe, la misma que se le hace a un niño pequeño o a un perro cuando te lo cruzas por la calle. Aunque de haber sabido que en aquel momento estaba pensando que era del montón le hubiera dado una patada en la cabeza. Pero no lo sabía. Así que sonrió.

- Bueno, vaaale... - Respondió a Héctor no muy convencida, más cuando se estaba ofreciendo a ayudarle. - Pero como suspendas todas te lo echaré en cara. - O igual lo más elegante era ser sutil y no decir nada, echar alguna miradilla recriminante y ya. Lo meditaría. Mientras tanto sacó el móvil del bolsillo, apoyó los pies en la mesa de estudio y aprovechó para responder un par de mensajes y mirar las últimas noticias en Twitter. - ¿Y qué nombre sugieres? El cartel que estás preparando mola mil, ¿tienes algo en mente?

Héctor se sentó en la batería con una sonrisa, al ver que Willow le había dado permiso para parar un ratito. Cogió las baquetas y empezó a probar los platillos y los bombos, tratando de que el que estaba rasgado no sonara demasiado mal. —No sé. Había pensado en "Trébol". Por lo de que nos diera suerte, y porque éramos cuatro... —empezó a poner un ritmo repetitivo mientras hablaba y el resto cogían sus instrumentos—. Pero ahora que parece que Chas va a estar un tiempo sin venir... no sé, parece que nos hemos quedado tres... aunque bueno, un trébol normalmente tiene tres hojas, ¿no? Pero entonces —dio una buena pasada por todos los platos y bombos— creo que ya no da buena suerte. 

—Si estuviera Chas podría pegarte el cambiazo del examen con el listo de tu clase —las habilidades sociales del joven Kenjiro estaban tan pulidas como las escorias de una mina, de ahí que pensara que urdir un plan para hacer trampas en el examen de Héctor y no darse cuenta de que le estaba llamando tonto podría ganarle las simpatías de sus compañeros.

Sacó el piano de su funda, lo conectó y comenzó a tocar una canción infantil japonesa. Hubo un tiempo en que su madre se las cantaba, ¿o era a su hermanita cuando era un bebé? Seguramente las había oído y cantado él mismo en el cole, cuando pasaban alguna temporada en Japón. Le llenaban de una extraña nostalgia que era, por lo demás, totalmente absurda porque nunca se había integrado lo suficiente en la cultura de su madre como para poder sentirla. ¡Cómo iba a integrarse! Sus padres siempre le habían tenido en colegios internacionales, rodeados de otros niños mestizos como él y de hijos de extranjeros.

El redoble de Héctor le sacó de su ensimismamiento.

—Vamos a llamarnos Toryanse. En japonés significa "puedes pasar" y se usa en un juego infantil. Es como el "London bridge is falling down". Hasta podemos tocar una versión como esta —conectó su móvil.

Se le veía extrañamente entusiasmado. No parecía mucho el Kenji de siempre.

Debbie llevaba tres días recorriendo Halcyon City en busca de los miembros del grupo sin mucho éxito. La ciudad era gigantesca incluso décadas antes de la construcción de los barrios de New Halcyon y Undercity, y el hecho de que la Blitz Squad fuera casi del todo desconocida para el público sólo le ponía las cosas más difíciles. Para más inri, el motel de mierda en el que se alojaba desde su llegada al "presente" distaba mucho de lo que rezaba el cartel sobre la puerta. Heaven on Earth. ¡Ja! Las condiciones higiénicas y las discusiones de sus vecinos a las dos de la mañana sólo habían conseguido reducir drásticamente sus horas de sueño aumentar su frustración. 0/10. No lo recomendaría.

Pero las cosas estaban a punto de cambiar. Había conseguido una pista, si es que aquello podía llamarse así. El testimonio de una mujer y su hija, una descripción somera del "monstruo" y el rumor de que éste pertenecía a una incipiente banda de música le habían llevado al cruce de la 5ª con Marlow's. Debía ser allí.

La muchacha ojea por última vez el viejo ejemplar del Halcyon City Herald que llevaba consigo. El periódico estaba en pésimas condiciones y la tinta se había descorrido tras haberse mojado un par de veces, pero era lo único que tenía. Mascando una ingente cantidad de chicle (producto que será prohibido por la OMS apenas diez años después) la joven viajera se cruje el cuello hacia un lado y hacia el otro. Venga, Debbie, es todo o nada. La cuesta llevaba a un viejo local. Si el rastro era el correcto aún estaba a tiempo de parar lo inevitable.

Héctor arrugó la nariz al escuchar la propuesta de Kenji. —¿Pero eso es de una canción infantil? No sé, tío, nosotros no tocamos canciones infantiles... —mientras lo decía, seguía tocando una base rítmica que se fue convirtiendo un poco en la que escuchaba en el móvil de su colega—. Aunque la canción mola. ¿«Toriansé», has dicho que se llama?

Siguió intentando seguir el ritmo que había escuchado con la batería pero no terminaba de pillarlo. Paró un instante para mirar a Willow —¿Y a ti no se te ocurre nada? ¿Ningún nombre chulo?

Escuchó las propuestas mientras afinaba las cuerdas de su guitarra sentada en el borde de la mesa. - Un nombre chulo... - Levantó la mirada de la guitarra a la radio con la que había estado trasteando. - ¿Y por qué no algo relacionado con lo nuestro? Se me ocurre algo con radio, la que usamos para para pillar señales de la poli. Radio de emergencia, radio local, radio de la ciudad... - No lo terminaba de ver claro, sonaba más a nombre de canción que de grupo.

Suspiró y tocó un acorde, ahora sí, el instrumento estaba perfectamente afinado. - Ojalá Chas estuviera aquí, seguro que se le ocurriría un buen nombre.

El local era un viejo edificio en un solar apartado con una verja oxidada a su alrededor. Podría haber pasado por un lugar abandonado pasto de los drogadictos y los criminales pero el vecindario estaba sorprendentemente tranquilo. Debbie se acercó hasta la puerta dudando qué hacer a continuación. Bigby estaría orgulloso si pudiera verla. Resultaba extraño pensar que aún no se habían conocido.

Por la ventana iluminada le llegaron las voces de lo que parecía una discusión alternada con ruidos de instrumentos musicales.

—Algo con radio... —dijo Héctor, mientras aún le daba a los bombos, pero suavecito, tratando de compaginar su ritmo con el de los acordes de la guitarra de Willow—. Pues podría ser —pegó una serie de golpes fuertes— RADIO DEMOLICIÓN —golpe, golpe, baquetazo. A ver cuándo aprendía a hacer eso tan chulo de mover la baqueta entre los dedos haciendo un molinillo.

—Guerrilla Radio... Ah, no, eso es una canción de Rage Against the Machine... Sí, tíos, un grupo viejuno. Mi padre lo pone mucho en el taller —que a ver para qué escucha a un grupo antifascista él que está podrido de dinero, pensó, debe ser eso que llaman las contradicciones del capitalismo—. Ey, si Chas no vuelve me puedo encargar yo de la guitarra. No soy tan bueno como él pero mejor un trío con guitarra y bajo que con bajo y teclado, ¿no?

Estaba seguro de que había visto una guitarra eléctrica en algún lugar de su casa. ¿No tocaba su padre en un grupo cuando joven? Algo de eso creía recordar. Se la podría ped... Iría y la cogería prestada; al fin y al cabo su viejo había perdido todo el sentido del humor después del accidente aquel.

—¿Qué os parece The Legend of the Phoenix? Porque los tres renacemos de nuestras cenizas después de la mierda de bolo del Averno y de que se haya pirado Chas —mientras hablaba comenzó a tocar los primeros acordes de Get Lucky de los Daft Punk.

El lugar cuadraba perfectamente con la descripción que le habían proporcionado. Seguro que fue uno de los amigos de tío Chas quien sugirió este cuchitril. ¡Menuda bajera! Pero no debía confiarse. El viejo lobo le había enseñado que cuando se trata de héroes y villanos nada es lo que parece. Sobre todo cuando se trata de un O´Donnell.

Antes de acceder al cochambroso solar Debbie sacó de su manga un pequeño dispositivo que vinculó rápidamente a sus brazales. El aparato comenzó a emitir un ligero zumbido e información codificada apareció en el display. ¡Lo sabía! Aquel lugar estaba lejos de ser un descampado sin vigilancia. Sistemas de vigilancia y mecanismos de seguridad plantados por todo el área mantenían aquel viejo edificio controlado ante cualquier amenaza. Adentrarse sin ser detectada sería una tarea difícil... si se tratara de una niña de ocho años. Vamos, abuelo, esfuérzate un poco más.

La joven tecnomaga se colocó los cascos y activó un protocolo de ruido gris. Radares, sensores y otros aparatos de detección sensibles al movimiento quedarían temporalmente inutilizados. El tiempo suficiente como para acercarse sin ser vista hasta el acceso principal. Pasando el dedo por el display de su brazal abrió una de sus listas favoritas y reprodujo un clásico de hacía varias décadas. Vamos allá.

El soldador eléctrico suelta una chispa al contacto con la verja, pero ésta cede como mantequilla. La sección cae con tres cortes limpios. Debbie cruza y avanza rápidamente hacia la edificación sin prestar atención a nada que no fuera su brazal, alterando su trayectoria de manera aparentemente aleatoria, pero que respondía a los diferentes sensores de presión y visores térmicos plantados por todo el descampado. Una de las ventanas estaba ligeramente iluminada. ¡Os tengo! Un crujido bajo sus pies le hace girar de improviso y frenar en seco. Un tablón que se ha partido bajo su peso. Un jodido tablón. La muchacha se queda quieta. Totalmente quieta.

Un zumbido lejano le alerta de la presencia de un pequeño dron de vigilancia en algún punto sobre su cabeza. Tiene nueve segundos antes de que el emisor de ruido deje de funcionar. Desde donde se encuentra puede oír las voces provenientes del interior de la bajera. Cinco segundos. El zumbido se aleja. La pierna chirría levemente al impulsarse hacia adelante y su espalda acaba pegada a la pared. Bueno, al menos nadie lo ha visto.

Desde donde se encuentra puede ver el interior de la sala. La mesa, los apuntes, el sofá, las cajas de pizza. Sólo un poco más. Entonces lo vio. La tela colgada de la pared. La pintura bajo el hueco en blanco. La misma ilustración que usaron para la carátula de su primer álbum. ¡No me jodas! La cara de Debbie se estampa sin quererlo en el cristal en un intento por comprobar si aquellos eran realmente o no los chicos a los que estaba buscando.