Partida Rol por web

La luz de la mañana entraba por la ventana, esquivando las cortinas hasta finalmente morir sobre mi párpado, con esa incómoda sensación me desperté; pese a que me costó un par de segundos darme cuenta de dónde me hallaba en aquella extraña habitación, pude recordar el motivo por el cual había venido.

Vistiéndome, ya estaba listo para el segundo día en aquella casa; ya faltaba menos para que la Policía finalmente llegara a investigar, por lo que tendría que darme prisa en conocer a todos los implicados si en verdad deseaba poder desentrañar este misterio antes de que fuera demasiado tarde.

Llevando la vista al reloj de pulsera; noté que, en efecto, era tarde*. Al menos para un "desayuno en familia", por lo que esa opción quedaba descartada, lo que sería más trabajo para mi, pero quizás así fuera mejor, ir uno a uno, con los miembros de la familia... o incluso podría hacer... eso...

Cuando terminé de vestirme pensé en tres cosas que debía hacer con urgencia, la primera, comer algo si no quería desfallecer, las siguientes dos, independientemente del orden, buscar a la niña pequeña y a la supuesta amante, novia o como diantres quisieran llamarlo, del fallecido.

Tras asegurarme de guardar bien mi maleta y evitar que algún curioso, toqueteara mis cosas sin permiso, ya fuera sin querer o en el peor de los casos, adrede. Cerré la puerta de mi habitación y me dirigí dirección a la cocina, intentando curiosear furtivamente que habitaciones eran las que estaban a mis lados mientras avanzaba por los pasillos.

Cuando llegué a la cocina, busqué servirme una taza de café que me despejara un poco los sentidos, además de buscar algo de repostería que llevarme a la boca y no rondar por la casa con el estómago vacío.

Aah, sí señor. Nada como una buena taza de café para despertar los sentidos. Me gustaba aparentar ser un tío duro y tomarmelo negro, sin leche, ni azúcar ni miel ni otras cursiladas. Aunque para mi desgracia mi sentido del gusto parecía no estar de acuerdo conmigo, prefiriendo precisamente esas florituras para enmascarar el amargor del café solo. Mientras una parte de mi mente me maldecía una vez más por tomar esa bebida sin echarle más nada, y la otra parte agradecía el haber encontrado una manzana para desayunar (¿dónde diantres guardaba María Luísa Mostaza de Guadalajara -o como quiera que se llamara, en la libreta creo que lo tenía apuntado- la repostería?), recordé una cuarta cosa que debía hacer con urgencia. Quizás la más urgente de todas: rebuscar las memorias del viejo en su despacho por la mañana, como decía la nota que me había dejado la niña. Y dado que me había levantado algo tarde... Más me valía empezar la investigación por ahí. 

Dejé la taza de café ya bebida sobre el escritorio y, mordisqueando aún la manzana, a zancadas volví a subir escaleras arriba. Cuando fui a bajar estuve husmeando por encima en mayor y menor medida dónde estaba qué habitación, y quizás eso pudiera ayudarme a llegar con rapidez al despacho del muerto.

Una de las muchas puertas cerradas dirigía a un despacho oscuro; sin mucho miramiento subí la persiana para poder ver algo en la oscuridad sin necesidad de encender las luces; a fin de cuentas, eran las 10 de la mañana y el sol ya estaba en el firmamento; sería de mala educación hacer perder unos cuantos centavos a la familia multimillonaria en vez de subir y bajar las persianas a merced.

Sea como fuere, mis sospechas se confirmaron; sobre la mesa había unos cuantos documentos firmados por el muerto, presumiblemente antes de desfallecer en su cama; por lo que sí, esta debería ser la habitación donde el el difunto trabajaba en sus cosas.

Hubiera seguido investigando si no fuera porque el ruído de un motor irrumpió en la estancia; abalanzándome sobre la ventana que daba hacia la entrada; pude observar como un motorista aparcaba su moto al lado de las escaleras; y sin quitarse el casco, subía las escaleras, irrumpía en la entrada principal y la dejaba abierta. Al parecer tenía prisa.

Pude escuchar el eco de sus pasos acercarse más y más, por lo que supuse que estaba subiendo las escaleras, y probablemente corriendo por el pasillo hacia el despacho, o una de las habitaciones colindantes; a juzgar por las pisadas, tan solo podría hacer una cosa.

 Justo cuando me quería dedicar a fisgonear un poco (que es prácticamente el 50% de mi trabajo), aparece este extraño personaje que prometía o ser malas noticias o no ser nada agradable. Incluso apostaba a que ambas cosas, con la suerte que venía teniendo hasta el momento. Pero no era cuestión de desesperar: saber exactamente que hacer era crucial para sacarle el mayor jugo a la situación. Y lo único que se podía hacer con una persona que si o si irrumpiría en una escena de investigación era dejarle la menor cantidad de cosas para que vea. Especialmente si sus intenciones son la de estropear el lugar.

 Con la rapidez propia de una persona que acababa de tener un desayuno balanceado (no tan balanceado), me acercó al escritorio y me guardo tres o cuatro documentos aleatorios en mi gran saco de detective. Con suerte, si lo que aquel motorista quería era alguno de esos documentos, mi perspicacia haría que no lo consiguiera enseguida y me revelara información importante.

- Heh heh... te tengo...

Aquel hombre no tardaría en entrar en la habitación, aún con el casco en la cabeza dio unos cuantos pasos en la habitación antes de percatarse no solo que la persiana se encontraba levantada, sino que debido a esta, yo me encontraba ahí, con un puñado de papeles arrugados en mis manos. 

-¿Quien es usted? ¿Qué hace aquí?. -Preguntó con un tono amenazante- ¿Por qué tiene el trabajo de las niñas de los tipos de climas en sus manos?.

Al parecer los documentos que había encima de la mesa no eran ni remotamente importantes para el caso, a no ser que el clima mediterráneo y el tropical fueran los asesinos del viejo, cosa poco probable, pues aquí no había ese tipo de climas.

 Bueno, se vio que la táctica elegida no fue la mejor. Pero el mundo no esta hecho de decisiones correctas o incorrectas; esta hecho de decisiones, que tienen sus consecuencias. Había que aprender a trabajar con lo que uno sembraba. Y en este caso, aunque no fuera muy jugoso el fruto de su trabajo, aún así tendría que sacarle toda la pulpa que pueda.

 No dejándose amenazar por el temple de aquel motorista inquieto, me planto con total seguridad en frente de él.

- Soy... soy un viejo amigo de la familia. Estoy aquí conduciendo una investigación... ¿se puede saber quién es usted?

En cuanto pronuncié las palabras me di cuenta de que había dudado por un momento, aquel tipo me daba mala espina y en la gabardina solo llevaba mi tabaco y mis ganas de seguir con la investigación, meto mi mano en el bolsillo, saco un pitillo arrugado, seguramente por haberme sentado sobre el paquete de Lucky en algún momento previo a esta mierda de situación. Sonrío y me introduzco el cigarrillo en la boca, ¿Como se llamaba aquella chica que me quería vender la pitillera de metal cuando la compré la cajetilla en aquel antro? Si la hubiera hecho caso quizás ahora tendría ese cigarro alargado, entero y recto, no en forma de "L" y aplastado.

Saco el zippo con el emblema del club Amanecer, una mueca asoma a mi cara cuando me doy cuenta de que me acuerdo perfectamente del antro, del nombre, de los baños y de la chica recostada sobre mi haciéndome sentir bien por un rato. Pero por alguna razón no recuerdo su nombre, creo que empezaba por "C" quizás fuera Clarisse aunque juraría que era más corto. ¿Clara? No puedo recordarlo.

Vuelvo a mirar al motorista mientras enciendo el cigarro e inhalo la bocanada de vicio que llega hasta mis pulmones, noto el calor recorriéndome, ese embriagador calor que luego hace que por las mañanas tosa como si fuera un carretero. Mis ojos se encuentran con los que tengo en frente, ojos negros y profundos que me devuelven la mirada con desgarradora frialdad.

El hombre no dijo nada, tan solo se limitó a sacarse el casco, mostrándome sus cabellos rubios y sus ojos azules; a todas luces era alguien atractivo al igual que tampoco se parecía a nadie de la familia de mi viejo amigo. El hombre se quedo plantado delante de la puerta por unos segundos antes de decir algo.

-¿A que está esperando?. -Dijo con un claro enfado- Salga de ahí, tengo trabajo que hacer.

Se apartó de la puerta y con sus brazos hizo un ademán para que me fuera. Pese a ello yo seguí inmovil, aún no había respondido a nada de lo que le había preguntado, y saltarme un desayuno nutrido y equilibrado para nada no era un buen trato, incluso se podría considerar como el peor trato de la historia de los tratos jamás hechos.

-Y por favor, devuélvame el trabajo de las niñas... Soy Charles Dagger Daft, el tutor encargado de encender esas mentes jóvenes con conocimientos e ideas; no soy un parásito como otros...

- Me alegra ver y oir lo dedicado que está a su trabajo, mister Dagger. - di una calada otra vez al cigarro, y expulsé el humo por la ventana a mi lado con educada discrección. Este tipo me caía bien. Quizás no debí reirme en la cara de esa pitonisa de mala muerte que decía que mi aura era negra y lúgubre como el más oscuro agujero. Tal vez no debí mencionar su agujero del culo, tengo sospechas cada vez más claras de que me lanzó el único mal de ojo real en el mundo y el siglo. Y mira que no creo en esas porquerías... Pero en fin, en fin. Que me caía bien el tutor. Era, o parecía, un hombre de ciencias y letras, pero de los de verdad. Un humanista, un profesor de verdad y no un narrador de libros de texto. - Me gustó especialmente la parte de 'encender sus mentes con ideas'. He conocido, justo como menciona, a muchos 'parásitos' que se las dan de profesionales, pero que solo se dedican memorizar libros de texto que luego leer en voz alta. Heh, recuerdo a algunos 'profesores' de la Universidad que ni se los memorizaban, directamente se los traían para leeros y nada más. No. Ser profesor es mucho más que eso. Sí señor. - asentí, dando dos cortos aplausos. Y no, no estaba siendo sarcástico, esta vez no. - Me alegra que vaya en serio, que sea un profesional, porque entonces me comprenderá cuando le digo que yo también soy un profesional, mister Dagger, y la familia me ha contratado para llevar a cabo una investigación muy seria y eso es lo que pienso hacer. - suspiré. - Así que por favor, no me haga perder más el tiempo y yo no le haré perder más el suyo ni el de sus brillantes alumnas. ¿Va a responder mis preguntas o...? - '...¿o tengo que tirar el trabajo de las niñas por la ventana?' estuve a punto de decirle. Pero me lo callé. Como he dicho, me caía bien. Si de verdad este hombre se dedicaba a su trabajo, eso explicaba el por qué la nieta de Arthur Deavor parecía tan lista.

Si este hombre era tan listo como sus alumnas, imaginé que entendería que no era el único que llevaba su trabajo con pasión. Yo tampoco me iba a quedar de brazos cruzados. De hecho, llamadlo paranoia, pero yo sospechaba que venía precisamente a por las memorias. No negaré que me dieron ganas de devolverle el trabajo de las niñas y sencillamente echarle YO de aquí a ÉL, para poder buscar las memorias del muerto en paz. ¿Es que no puede un detective hacer su trabajo en condiciones? ¿Para qué estaba yo aquí si no? ¿Tan solo para darme un paseito por la mansión tocándole las narices a todos antes de ser echado de un puntapié? Estaba acostumbrado a que la policía me tratara con agresivo desdén, ¿pero una mujer del servicio? ¿Y ahora el tutor privado de las infantas? Lo último que faltaba es que el propio muerto se levantara solo para mandarme también a freir berenjenas y espárragos.

-Le seré sincero. -Comenzó a decir Charles, sus ojos miraban con pasión a los míos hasta que de repente y sin previo aviso estos se apagaron, lanzándome una mirada muerta y vacía- No.

Acto seguido, agarrándome del brazo me echó fuera de la habitación, evidentemente me resistí, pero pese a ello, al parecer el intelectual había aprovechado el tiempo entre sus lecturas para hacer ejercicio, probablemente mancuernas, y no tuvo mucha dificultad en echarme del despacho del difunto.

-Ahora mismo estoy ocupado, lárguese. Cuando tenga tiempo ya me dirigiré a usted. Aunque tenga por seguro que no será un momento cercano. -Dijo cerrando la puerta de un portazo.

Al parecer aquel hombre se encontraba molesto, y pese a que no parecía que fuera conmigo, al menos no toda la molestía que cargaba era por mi presencia o por agarrar unos papeles sin siquiera echarles un vistazo o por fumarle en la cara, sino que parecía que había algo más... sea como sea, no podía entrar por la puerta, escuché pasar el cerrojo.

Con un resoplido comprendí que no tenía más remedio que abandonar la estancia, aquél maleducado tipo no me iba a ayudar en lo más mínimo ahora mismo, aunque quizá más adelante si, por lo que con gran esfuerzo reprimí mis ganas de soltarle un par de cosas bien dichas.

Al salir de la estancia, solo pude pensar en una persona a la que interrogar, la niña. Su testimonio podría ser confuso, pues los infantes ven la realidad de una forma un tanto distinta a la nuestra, pero como bien dice se suele decir, ni los niños ni los borrachos son capaces de mentir.

Busqué por las habitaciones en busca de la pequeña... En alguna parte tendría que estar.

Me corregí a mi mismo. No buscaba a la niña, buscaba a una de las niñas. Aquel individuo me había dado el dato de que había más de una.

Me encontraba deambulando por las estancias hasta que me encontré con la criada; esta parecía casi igual de feliz de verme que yo al verla a ella, por lo que apenas intercambiamos un par de palabras hasta obtener la información que precisaba, la localización de la pequeña niña, Ruby.

En apenas un par de minutos, me encontraba caminando sobre el césped aún cubierto con la escarcha mañanera en dirección a aquella pequeña y coqueta casa del árbol en el que presuntamente, la niña se encontraría, a fin de cuentas, sigue siendo una niña y tiene que jugar y entretenerse y más aún si no hay más gente de su edad por los alrededores.

Un leve toque encima de mi sombrero me advirtió que aquella jovencita había encontrado algo con lo que entretenerse; levantando mi cabeza lo confirmé con una nueva bellota quitando mi sombrero; quizás si fuera más mayor y un hombre hubiera sido un buen soldado... si es que en las guerras se luchara con un tirachinas hecho a mano.

-Sé que estás ahí -Exclamé- Puedo ver tus rizos sobresalir por la ventana.

Ella se agachó saliendo de mi vista, tiempo que aproveché en volver a recoger el sombrero mientras más movimiento se escuchaba en la cima de aquella pequeña casa del árbol, finalmente la inconfundible voz de la niña volvería a romper el ambiente, en esta ocasión una leve sonrisa apareció en mi rostro.

-No, no puedes -Dijo ella, iba a responder hasta que lo que prosiguió me dejó por un instante mudo- ¿Tienes "Las Memorias"?.

 Que ternura la mocosa. Y eso que yo nunca tuve una gran carisma con los niños, pero esta chavala de pelos rizados era de lo poco que no me estaba presentando un problema en la casa. Por supuesto, siempre era más fácil llevarse bien con los niños: los adultos son los que se presentan más ariscos para entablar una buena relación.

- ¿Memorias? ¿Que si me falta la memoria? ¿Me has visto cara de elefante, jovencita? No sabía que tenía las orejas tan grandes...

 No podía olvidarme de que estaba tratando con una niña. Si la conversación no tomaba un enfoque amigable e inocente, poco iba a poder sacar de todo ello. Con un gesto cómico, tiro de mis propias orejas.

. . .

La niña no respondió, pese a ello sabía que se encontraba ahí, podía oír su respiración. Lo que quizás significara que se estaba riendo por dentro, o que quizás no le hiciera la más mínima gracia lo que acababa de decir, sea como fuere, esperaba otra respuesta, quizás una más concreta con el tema que preguntó.

 Obviamente la niña estaba buscando algo en concreto. Vayamos al grano.

- ¿Hablas de las memorias de tu abuelo, no? No, no las tengo... ¿Puedo saber cómo tú sabes de eso? ¿O son secretos... misteriosos?

 Hago una voz un tanto fantasmagórica haciendo gala de mi buen trato con los niños. Ruby parecía ser una niña bastante lista, pero era una niña al fin y al cabo. Aunque mi juicio para juzgar a los demás había sido bastante pobre por el momento.

Al parecer mi juicio para el trato con los demás seguía siendo bastante pobre pues escuché resoplar de desesperación e impotencia a aquella niña antes si quiera de que me dijera o hiciera cualquier otra cosa, una reacción bastante normal teniendo en cuenta que su punto no era ese.

Al menos la respuesta fue la correcta, puesto que cayendo del cielo una escalera de cuerda apareció ante mi rostro, una clara señal que la niña quería que subiera a su lugar especial para tratar ese tipo de temas, o quizás tan solo quería golpearme con la escalera, ambas opciones parecían igualmente válidas.