Partida Rol por web

Muerte en la Nieve

Cantar de la Gran Compañía 4: Sin Escape

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13/10/2019, 22:34
Ivar el Cuervo

¡Maldita sea! Tanta conversación me ha distraído, debería de haber encontrado este rastro de sangre mucho antes. Llevo tanto tiempo solo, que he olvidado las viejas y buenas costumbres. Si quieres sobrevivir en territorio enemigo, más te vale mantener la boca cerrada y los oídos bien agudizados.

-Shhhhh

Quizás sea algo brusco al mandarlos callar, pero la sangre siempre ha sido anticipo de dolor. Así es desde el día en el que nacemos, hasta el día en el que nos unimos a la madre tierra en forma de polvo.

Me inclino sobre la nieve y liberando mi mano del guante que la cubre, deslizo las yemas de mis dedos sobre una de las oscuras manchas que adornan la fría nieve. Si aún está caliente, puede que aún estemos a tiempo de salvar algunas vidas. Aunque lo más probable, es que se haya cristalizado por el toque gélido de la nieve.

-Hay varias huellas, algo ocultas por el viento y la nieve. Diría que ha pasado algún tiempo desde que pasaron por aquí, pero no demasiado. Si aceleramos el paso puede que demos con ellos. Aunque ahora más que nunca, vamos a necesitar prestar atención a lo que nos rodea. Si no son los muertos los que nos encuentran, puede que los vivos tampoco nos reciban con los brazos abiertos. Seguramente estarán tan confusos como nosotros y puede que nos tomen por enemigos. Ser cautos, trataré de averiguar de donde vienen las huellas y cuantos pueden ser aproximadamente. 

Ya con el silencio gobernando nuestro mundo, trato en primer lugar, captar algún sonido que pueda delatar la presencia en la lejanía de cualquier ser, ya sea vivo o muerto. A su vez, camino junto a las huellas para tratar de ver con claridad de donde proceden y hacia donde se dirigen. Con suerte, podré averiguar también cuantos eran.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Dejo una tirada de supervivencia para rastrear las huellas (por si es necesaria). Tengo entorno predilecto (nieve), así que habría que sumar un +2 al total.

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16/10/2019, 19:06
Luelar Tyrundlin

Ivar manifestó no estar seguro de lo que íbamos a hacer, pero aun así se mostraba más que dispuesto a hacerlo. Su razón no era aquella inquietante bondad que demostraba Tyron, ni parecía tener ningún tipo de interés oculto, simplemente, todo parecía ser una cuestión de...

¿Desidia por vivir?

No me extrañaba con aquella insulsa vida que parecía llevar, pero estaba demasiado preparado para morir. Eso no era bueno, el día que llegara su hora sufriría mucho menos, y eso no estaba bien.

Cuando habló nuevamente del plan, me sorprendí. En un inicio había pensado que su intención era que fuera yo quien me encargara de guiar a aquellas cosas hasta el lago, contando con aquella ventaja de transformarme en una horripilante muerta, mientras él se ponía a salvo; pero no, estaba dispuesto a meterse hasta el cuello en todo eso.

Menudo insensato.

- Si las cosas se tuercen, como dices, espero poder evitar que te sigan. - respondí con firmeza.

Cuando mencionó la grandeza, hablando de nuestras características tras ello, mis ojos se estrecharon durante un instante. No, no era desidia lo que hacía que aquel hombre se comportara así, o no era sólo eso. Culpa, se sentía culpable.

Un sentimiento del todo inútil.

Y que aun así había experimentado, pero en poquísimas ocasiones. Cuando se vive por y para Izz, es difícil sentirse culpable por algo.

No tuve ocasión de responder a las palabras de Ivar. Justo después de que el explorador anunciara que no quedaba mucho y comenzara de nuevo a hablar sobre lo que debíamos afrontar, se detuvo de repente y nos mandó callar. En seguida me di cuenta de qué provocó aquella reacción. Sangre. Varias manchas en hilera que se encontraban en el camino. Quién sabía si causadas mientras alguien se acercaba al lugar o se alejaba de este.

Tras hacer una especie de análisis previo de la situación, bastante agorero, Ivar se mostró dispuesto a estudiar las huellas presentes con mayor detenimiento. Mientras lo hacía, me situé a su otro lado, dejándole flanqueado entre el caballero y yo con la intención de cubrirle; tras lo que alcé mi mirada para observar el oscuro entorno, girando despacio sobre mi misma.

- Tiradas (1)
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18/10/2019, 09:42
Tyron Stark

La conversación terminó por derivar por derroteros que me hicieron sentir una gran incomodidad. Quizás por ello terminé sumido en un absoluto mutismo, sin saber qué aportar más allá de mi silencio. Desconocía cómo o por qué había surgido el tema, más allá del apunte que suponía saber que Luelar era considerada una paria entre los suyos, sólo los dioses sabían el motivo. Tal vez, se me ocurrió, ese hecho marcase la diferencia entre la forma en que se comportaban los suyos habitualmente, según se decía, y cómo lo hacía ella. La forma en que se mostraba dispuesta a arriesgarse por ayudar a los inocentes de la posada no encajaba con la fama de su raza.

Pero al decirlo todo terminó derivando en la grandeza a la que podían aspirar los hombres. Y con ello, las palabras de Ivar se me clavaron como afiladas agujas. Grandeza... El explorador veía en mí la posibilidad de llegar a ser un gran líder, algo que yo jamás habría llegado a plantearme. Algo me decía que aquel veterano hombre no veía más allá de la armadura que portaba y el blasón que adornaba tanto ésta como el pomo de mi espada. ¿Yo, un líder? ¿Yo, destinado a la grandeza? Era un caballero raso, de humildes orígenes, que había carecido de la fuerza y del valor para proteger a los inocentes de los abusos de sus superiores. En aquellos instantes, probablemente sería considerado un desertor, y mi única esperanza radicaba en llegar hasta mi mentor y acusar a otros miembros de la orden en lo que supondría un juicio que empañaría la bien ganada reputación de los caballeros de Stumlad. Y ni siquiera sabía si eso lograría hacer. ¿Grandeza? La grandeza era algo a lo que podían aspirar otros. Bastante lejos había logrado llegar ya. Yo me conformaba con conservar mi blasón y poder sentirme orgulloso de portarlo.

Por suerte, o tal vez sería mejor decir por desgracia, la conversación se cortó al dar Ivar el alto súbitamente. Algo había llamado su atención, y por puro nerviosismo me dediqué a observar los alrededores con una mano en la empuñadura de mi bastarda, presto a proteger a mis camaradas si algo surgía por sorpresa en los alrededores. Aunque lo cierto era que la luz diurna había descendido ya tanto que apenas lograba ver demasiado, incluso a pesar de que la falta de vegetación y la siempre presente nieve no ofrecían cobijo para que nadie pudiera ocultarse.

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18/10/2019, 10:15
* Juglar *

A nuestro veterano explorador, como podrán comprender a poco que hayan prestado atención a nuestra historia, no le costó demasiado examinar aquellas marcas en la nieve y analizarlas hasta alcanzar conclusiones que le ponían bajo la pista de un rastro evidente. Demasiadas huellas había buscado en todo tipo de terrenos, a lo largo de su vida, como para que aquellas se le resistieran.

Si las manchas de sangre habían llamado su atención, le bastó acercarse a ellas y agacharse a comprobar el suelo más de cerca para encontrar las señales inequívocas de pisadas en las inmediaciones, unas pisadas que desvelaban dos cosas. La primera, que pertenecían a una sola persona, pues era un único par de botas lo que había quedado marcado, a no ser que varias personas se hubieran tomado el esfuerzo de caminar en hilera pisando sobre las huellas ya hechas a fin de esconder su número. La segunda, que el sentido de las pisadas encaminaba sus pasos directamente hacia la posada.

¿Quién sería aquella persona, y que se encontrarían nuestros héroes al llegar a la posada?

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18/10/2019, 10:28
* Juglar *

Cruel es el destino, especialmente para aquellos que deciden vivir por el uso de las armas. Este humilde juglar ya había dado aviso, buenas gentes, de que el Cantar de la Gran Compañía estaba lleno de desagradables sorpresas, y que poco convenía encariñarse demasiado con aquellos héroes que lo protagonizan.

Nuestra avezada marinera golpeó la puerta con fuerza. Puede parecer sencillo, derribar una puerta destartalada de una posada en los confines del mundo civilizado, mas de sencillo no tuvo nada en absoluto. Peor aún, el golpe en la puerta no se limitó a suponer un retraso en el avance de la mujer, sino que supuso mucho más. Al golpear aquella plancha de madera, comenzaron a oírse voces al otro lado, voces apresuradas y llenas de desesperación.

¡NO! ¡¿Qué habéis hecho, señor?!

¡No es culpa mía, no es culpa mía! Yo creí... creí... Ella...

¡Señorita! ¡Señorita! ¡Llamad a mi esposa, tal vez aún pueda hacerse algo...!

Es tarde... ¡Asesino! ¡Sois un asesino!

¡No es cierto! ¡Ella iba a disparar, yo sólo me defendí! ¡ATRÁS, PERROS! ¡No os acerquéis!

Las voces se sucedían, sacudidas por el gélido viento que sacudía los cabellos de Dhorne, al tiempo que su inquietud y desesperación. Tan sólo fueron unos breves instantes, mientras retrocedía y tomaba impulso de nuevo, pero fueron suficientes para temerse lo peor. cargó contra la puerta de nuevo, con fuerzas renovadas, fuerzas extraídas no únicamente de su cuerpo, sino también de su espíritu. Golpeó la puerta y ésta se abrió arrojando por los aires un trozo de madera que la mantenía cerrada. El viento penetró en el interior de la desvencijada posada, haciendo que las personas que se encontraban en su interior dieran un respingo.

El espectáculo era dantesco. Un hombre de cabellos claros y mirada fría, de aspecto demacrado y fino vello facial alrededor de unos labios alargados se defendía con un arco bien tenso de varios hombres que le rodeaban, amenazándoles con disparar. Aquellos hombres, un pelirrojo de piel clara bastante robusto y otro hombre de piel cuarteada y ojos cansados, sostenían hachas de leñador mal conservadas, aunque afiladas, en tono amenazante, aunque no parecían decidirse a actuar. Sin embargo, la llegada de Dhorne hizo que todos se girasen a mirarla, el arquero llegando a apuntarle con su saeta.

Junto a ellos, un cuarto hombre se encontraba arrodillado no sin dificultad. Tenía el pelo extremadamente corto, con lo que disimulaba su incipiente calvicie, y con una fina barba parecía mal disimular una prominente papada. El hombre era realmente orondo, y llevaba puesto sobre sus ropajes un mandil que le delataba como el posadero del lugar. Su expresión era de horror, y tenía las manos manchadas de sangre, sin saber qué hacer con ellas.

Y es que aquella sangre no era suya, sino del cuerpo que yacía ante él, y por el que, al parecer, no había logrado hacer nada pese a haberlo intentado. Un cuerpo aparentemente ya sin vida, con una flecha atravesada en la garganta, de cuya herida manada aún con profusión la sangre que abandonaba el cuerpo como lo había hecho la vida. Aún sostenía en su mano su arco corto, cuya flecha descansaba en el suelo al no haber podido ser disparada.

El cuerpo sin vida de Vennya.

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20/10/2019, 23:06
Dhorne
Sólo para el director

Mil maldiciones en mi mente se proyectaron de silente manera cuando, ante mi primer intento por entrar, no conseguí más que adolorar estos huesos ya tan maltratados por la inclemencia del tiempo y el arduo andar. Pero siendo tan cruel el destino cuando así se lo propone, mientras un profundo bufido escapa de mis labios congelados y partidos por el helar del viento y el quemar de la nieve, lo que escucho proveniente del interior de la desvencijada posada, hace que mi corazón se detenga en un abrupto latir, y que la sangre, la misma que congelada creía ya por mis venas, pareciese quemarme hasta la piel. Un segundo que se hace eterno en mi memoria, voces que sé, tardaré una vida en olvidar cuando el mensaje que entregan tan cruento es, cuando tan doloroso se siente incluso cuando tanto la razón como el corazón, se niegan a creer lo que presume como verdad. 

Un pestañeo más, mi cuerpo tenso hasta el punto del dolor, y con una fuerza que incapaz soy de saber de donde provienen y sin que aquello me pueda importar, mi pierna vuelve a patear la madera haciendo que mi entrada sea cualquier cosa, menos discreta, y por el contrario, llena de una violencia, de una ansiedad y un agobio que muy poco tardaron en convertirse en un profundo dolor, que lejos de ser físico se guarda y aferra a lo más profundo del alma. Traspaso el umbral mientras el gélido viento juega con mi rebelde melena, mientras mi mano sigue aferrada con fuerza a mi cimitarra y mi mirada que tan azul y profunda pudiese entonces llegar a ser, se congeló cuando se posa sobre el inerte cuerpo de Vennya. 

¿Con cuanta sangre más quieres ensuciar tus manos, arquero? - Fue lo que con voz serena, sale de entre mis labios cuando mis ojos, necesitados de apartarse de la imagen de mi amiga, se posan sobre quien para entonces, me apunta con tanta decisión como nerviosismo. Y es que si bien todo mi interior rugía por venganza, a pesar de que mi acero ansiaba por de dejar tras de si un reguero de espesa sangre, sé que perecer aquí, que permitirme morir estaría muy lejos de honrar la memoria de Vennya cuando, su principal propósito desde que nos habíamos conocido había sido el mantenerme a salvo. Debo vivir, debo sobrevivir... No por mi, por ella. - Ya ha muerto demasiada gente hoy. - Remarco esta vez mirando a todos quienes ahí se encuentran, siendo el último en quien poso mi mirar el hombre que cubierto de sangre de mi más querida amiga, se haya en el suelo tras haber intentando salvarla de una muerte que jamás debió encontrar, para después, y sumamente atenta a los movimientos de cada uno de los presentes, a sus expresiones y acciones, dejar escapar un suspiro con el que intentar aguantar las lágrimas que a mares, desean brotar de mis ojos cuando tan rota siento mi alma y mi corazón, cuando no puedo dejar de preguntarme a cuantos más de quienes tan amados me son, tendré que perder o si es que me queda ya alguien más en estas inhóspitas tierras o si por el contrario, ya completamente sola me encuentro. 

- Tiradas (1)
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26/10/2019, 01:15
Ivar el Cuervo

Agradezco las palabras de la dama elfa con un movimiento de la cabeza. No es que me guste confiar en una elfa y mucho menos, en una capaz de usar magia oscura pero siendo sincero conmigo mismo, no sería la peor compañía con la que he viajado. Muchos de los hombres con los que combatí espalda contra espalda, comenzaron siendo enemigos que deseaban apuñalarme, cortarme y quemarme. ¡Vaya tiempos aquellos, casi hasta los echo en falta!

-Las huellas provienen de aquella dirección y se dirigen hacia la posada. Se trata de una sola persona, así que puede que logremos llegar a tiempo. Aunque esto puede significar también, que los muertos están cerca. Espero que las huellas sean de algún pobre incauto que ha pisado una trampa para animales. No lo creo, pero vale la pena tener una pequeña esperanza. Aceleremos el paso y no tratar de otear el horizonte por si veis algo extraño, en especial nuestra querida dama elfa. ¡Diantres! Lo que daría por tener vuestra vista...

Mi ojos están bien acostumbrados a la oscuridad de la noche, pero los elfos, al menos según tengo entendido, pueden ver con la misma claridad que yo lo hago durante el día. Si yo tuviese ese don, la de emboscadas que podría descubrir antes de que fuese demasiado tarde.

Será mejor dejar esos pensamientos a un lado y centrarme en lo importante. Si los muertos han sido los causantes de estas heridas, puede que sea demasiado tarde para la posada. Pues dudo que esté muy lejos y que exista forma de engañarlos o vencerlos. Solo espero que si la muerte por fin me alcanza, me permita unirme a la tierra en forma de cenizas y no como un ser sin alma como aquellos pobres niños.

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28/10/2019, 01:12
Luelar Tyrundlin

Al otear los alrededores mientras el explorador examinaba aquellas huellas, no divisé nada que llamara mi atención. No sabía qué significarían aquellas marcas en la nieve, pero al menos aquellos muertos vivientes no se encontraban cerca.

Tras unos instantes, Ivar nos informó de lo que había podido determinar. No terminé de comprender alguna de sus conclusiones, pero por lo que decía el amigo de Perdest, aquellas huellas eran las de una única persona que avanzaba en dirección a la posada.

- No querrías tener esta vista, te lo aseguro. - dije cuando Ivar terminó de hablar, habiéndonos dado indicaciones sobre cómo proceder y manifestando lo que le gustaría tener una visión como la mía.

Los elfos oscuros éramos capaces de desenvolvernos en la oscuridad, algo de lo que no eran capaces otras razas según tenía entendido, pero aquello no era más que la consecuencia de siglos de permanecer escondidos; de haber desaparecido. Pero aquello no era lo más importante. Puede que ver en la oscuridad supusiera una gran ventaja en la superficie, pero aquello tenía su contrapartida, algo que por supuesto no iba a compartir con aquellos humanos.

Aunque dudo que sea un peligro contarle algo así a Tyron.

Miré a este brevemente, quien llevaba ya rato callado, antes de volver a pronunciarme.

- Estaré atenta. Indícame la dirección y caminaré por delante. - le dije al guía, antes de volver a mirar al caballero. - Cuando lleguemos tendré que echarle un nuevo vistazo a tus heridas. - le hice saber a rizos dorados.

Tras ello di media vuelta y comencé a andar con mayor rapidez, siguiendo las indicaciones que me diera Ivar. Por suerte, la herida de la pierna no me molestaba en demasía.

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28/10/2019, 10:28
* Juglar *

Aquel momento, instante de ardiente tensión a punto de explotar en lo que seguramente sería un desastre sangriento, finalmente se resolvió de forma relativamente pacífica. Bastaron las palabras de nuestra heroína, de la veterana marinera que, haciendo acopio de toda la voluntad de que disponía, decidió invitar a aquel hombre a rendirse. Este humilde juglar debe admitir que, pese a que no cuenta con la fuerza ni el tesón de los verdaderos guerreros, a buen seguro se habría dejado llevar por la ira y el ansia de venganza, viendo a un ser preciado tendido de aquella manera en el suelo. Sin embargo, suelen decir que el verdadero valor no radica en cargar a la batalla al abrigo de un grito de guerra furibundo, sino en ser capaz de mantener la posición en tenso silencio, soportando todo lo soportable.

Aquel hombre, de gélida mirada, terminó por ver resquebrajada toda la voluntad que le levaba a luchar por su vida. Rodeado como estaba, sus posibilidades menguaban por momentos. Si bien el posadero no parecía peligroso, aquellos dos hombres armados con hachas eran robustos, y la desconocida que acababa de entrar por aquella puerta, si bien muchos podrían cometer el error de minusvalorarla por su condición de mujer, portaba armas diversas que aparentaba ser perfectamente capaz de manejar.

¿Padre? -A todo aquello se sumó otra persona más, una mujer joven, que mostraba una larga cabellera del mismo color que el robusto pelirrojo, y la piel del rostro igual de pálida y pecosa. Apareció al fondo de la estancia con otro hacha en sus manos, al parecer tras haber ascendido por unas escaleras desde una planta inferior. La joven permanecía a distancia, dudando si acercarse o no, hasta que quien debía ser el padre a quien se dirigía la hizo un gesto para que mantuviera la posición.

Está bien, está bien, ¡está bien! -Exclamó el hombre rubio, destensando su arco y depositándolo lentamente en el suelo, para terminar alzando sus manos vacías. Al realizar aquel movimiento, la marinera pudo comprobar cómo aquel hombre tenía una fea herida en la parte trasera de la cabeza, además de sangre en su hombro que podía proceder de la primera herida o de otra en la carne junto al cuello. Estaba herido, totalmente rodeado, superado en número, y en sus ojos se vislumbraba que una preocupación aún mayor que aquellas gentes que le amenazaban se adueñaba de él. Pues sus ojos no dejaban de vigilar la puerta a espaldas de Dhorne- Me rindo. Prendedme, atadme si lo consideráis preciso, llevadme ante la justicia. Pero cerrad las malditas puertas, por todos los dioses. Los muertos merodean estas montañas, y no quiero terminar como ellos. Cerrad...

De repente, los ojos de aquel hombre se abrieron desmesuradamente, clavada la mirada en la puerta, pues su fino oído de cazador, al igual que el de Dhorne, percibieron pisadas en la nieve...

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28/10/2019, 11:03
Tyron Stark

Ivar no tardó en alcanzar conclusiones de su inspección de las huellas del suelo. Al parecer, se trataba de una sola persona, caminando en dirección a la posada. Una persona herida, a tenor de la sangre. Podía tratarse de algún superviviente del campamento, o de alguien sin ninguna relación en absoluto como el explorador apuntaba. Pero la opción que más temor me causaba era la idea de que se tratase de alguno de aquellos muertos, un soldado perdido de aquel ejército de muerte.

El explorador impartió instrucciones para lo que nos quedaba de trayecto. Acelerar y permanecer atentos, principalmente. Valoró especialmente la superior visión élfica de Luelar, aunque ésta no pareció conforme con el halago. Había muchas cosas de aquella dama que no comprendía, aunque mucho me temía que no era momento para averiguarlas. ¿Llegaría ese día? Mejor era preocuparse de alcanzar algún mañana.

¿Eh? Oh, sí, gracias. -Indiqué con cierta sorpresa ante el ofrecimiento de la elfa oscura de revisar mis heridas al llegar, justo antes de que retomase el paso por delante de nosotros- Te sigo, Ivar. Permaneceré en retaguardia, después de todo soy el más lento.

La pesada armadura no resultaba un impedimento para combatir ni moverme, pero reducía considerablemente el ritmo al que era capaz de caminar. Lamentaba estar retrasando a mis compañeros, aunque debía admitir con resignación que no había otra opción. Podía desprenderme de ella, pero si volvíamos a tener que enfrentarnos a los muertos, mi armadura supondría una diferencia sustancial para poder protegerlos.

Aunque, si todo aquel ejército se nos echaba encima, sería del todo insuficiente.

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28/10/2019, 11:13
* Juglar *

Este humilde juglar debe admitir que le resulta increíblemente evocador poder narrar los acontecimientos de una historia que convergen por aparente orden divina. Esos instantes que parecen predestinados, en que historias que no parecen guardar la más mínima relación, terminan uniéndose sin que sea posible no imaginar la mano todopoderosa de una deidad moviendo los hilos para propiciarlo.

Éste que voy a relatar, es uno de esos instantes mágicos, como las buenas gentes que llevan toda la noche escuchando el Cantar de la Gran Compañía ya habrán podido imaginar.

El sonido de las pisadas antecedió la llegada de nuestros héroes de regreso a la posada. Ésta mantenía su puerta inusualmente abierta, de par en par. Extraño, en parajes tan inhóspitos y duros, donde el gélido viento arrebataba el calor del cuerpo con tanta facilidad. Los últimos rayos del sol terminaban de filtrarse a través de la espesa capa de nubes por encima de las montañas que extendían su sombra sobre el paraje, convirtiendo ya todo en la inmensa tiniebla de la noche. Apenas unas pocas luces se filtraban, tenues y titilantes, desde el interior.

Rostros familiares encontraron nuestros héroes a su llegada, contemplando una tensa escena a través de la puerta del local. Y también rostros desconocidos. Ante la puerta, girándose en su dirección al haberlos oído llegar, una mujer de cabellera rubia y vestimenta más propia de un hombre de mar que de alguien que habitase aquellos parajes, sostenía en su mano una cimitarra.

Más allá de ella, nuestros héroes pudieron ver al posadero, Irdon, arrodillado junto al cuerpo inerte de otra mujer, ataviada con ropas negras con ribetes verdes, que debía estar sosteniendo un arco antes de ser abatida por la flecha que aún tenía clavada en el cuello. En su cinturón, la factura de la espada que portaba llamó poderosamente la atención de Luelar, ya que creyó adivinar la factura de su pueblo. Irdon estaba manchado de sangre, que trataba inútilmente de limpiarse con un trapo viejo, y parecía que iba a precisar ayuda para ponerse en pie. A su lado, los dos leñadores que acompañaban al capataz que les había contratado para acudir hasta el campamento de Malere sostenían sus hachas de forma amenazante contra otro hombre conocido.

Se trataba de aquel hombre de mirada gélida y nervios de acero que había sopesado cobrarse la recompensa que pesaba sobre la cabeza de Tyron, junto a sus dos compañeros. Sin embargo, no había ni rastro de ellos. Como tampoco parecía haberlo de la templanza de la que aquel hombre había hecho gala la anterior ocasión en que se habían visto las caras. El tipo tenía un arco y una flecha en el suelo frente a él, y mantenía sus manos en alto, siendo amenazado también por aquella joven pelirroja que acompañaba al resto de leñadores, quien también sostenía un hacha en sus manos, encontrándose al fondo de la estancia, junto a la escalera que levaba al comedor de la planta inferior.

Dhorne, al girarse, vislumbró a alguien que se encontraba bastante más cerca de lo que el sonido de las pisadas parecía anteceder. Pronto se percató de que aquel sonido pertenecía a dos personas que llegaban por detrás de la elfa oscura cuyo caminar quedaba prácticamente encubierto por el viento. La mujer que se acercaba poseía la tez oscura, el cabello blanco, y se cubría con ropajes negros como la noche, poseyendo, algo de lo que se percató únicamente cuando la tuvo bien cerca, una mirada rosada de lo más inusual.

Tras ella se acercaba un hombre aparentemente más mayor, aunque la edad resultaba engañosa cuando de elfos se trataba. Era el suyo un rostro humano muy castigado, habituado a la dura vida a la intemperie, y al que los años habían comenzado a clarear el cabello y la barba. Un hombre de mirada cansada que, sin embargo, aceleraba el paso por algún tipo de necesidad. Aún así, aquel hombre demostraba con sus movimientos y el equipo que portaba no ser ningún simple aldeano.

En último lugar, y haciendo un gran esfuerzo por no perder el paso en exceso respecto a sus compañeros, Dhorne pudo contemplar la retrasada llegada de un caballero de Stumlad, con su pesada armadura puesta, una coraza con el símbolo de la orden de caballería del reino de los hombres del norte, con una espada bastarda a la espalda. Por las orillas de su yelmo se filtraban mechones rizados de cabello rubio, y en su rostro se veía que contaba demasiados pocos años para ser un auténtico veterano.

Y así, de aquella manera tan accidentada, fue como nuestros héroes se reunieron y se dieron a conocer. Antes de que la desgracia acudiera a su encuentro.

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28/10/2019, 12:06
Ivar el Cuervo

El calor de la posada es bien recibido tras pasarnos horas bajo cielo abierto. Pequeños copos de nieve caen de mis hombros al mover la capa y avanzar hacia el fuego, sin preocuparme por la disputa que parecen estar viviendo los presentes. No es que nos podamos permitir el lujo de disfrutar de la calidez de las llamas, pero no le vendrán mal a mis manos tomar algo de calor antes de disponerme a apagar el fuego.

-No sé a qué se debe vuestra disputa, pero más os vale enfundar vuestras armas. Un gran peligro avanza hacia aquí y creed cuando os digo sin exagerar, que si no actuamos con presteza y astucia, todos moriremos hoy. Pero también os aseguro, que la muerte no será lo peor que puede acontecer en la noche.

No soy un líder carismático con una voz dotada del poder del mando, tampoco un bardo con una voz hermosa y elegante. Pero sin duda soy de aquellos que hablan siempre con la verdad que gobierna en mi corazón. Nunca se me ha dado bien mentir aunque tampoco he encontrado la utilidad de ensuciar mi honor con falsedades. Espero que mis palabras al menos les haga reflexionar y que eso les permita escuchar la voz de Tyron. Si él no logra convencerlos, entonces estaremos perdidos.

Tras frotar mis manos frente al fuego y por mucho que lo odie, paso los siguiente segundos tratando de extinguirlo. El humo puede ser percibido desde gran distancia y lo último que necesitamos es llamar más la atención hacia este lugar.

-Tyron ¿Puedes ponerles al día? Si os parece, saldré para revisar los alrededores y comprobar si están cerca. Aprovecharé también para borrar nuestro rastro y dejar uno que los guíe hacia otra dirección. De paso, rezaré a los dioses del bosque para que nos concedan una oportunidad.

La dura vida en aquellas remotas tierras han endurecido a los allí presentes. Son hombres fuertes, armados con hachas y acostumbrados a las dificultades. Solo espero que su valor no decaiga si los muertos nos alcanzan. Aunque sinceramente, realmente espero que ese ejército de pesadilla nos ignore y pase de largo.

Dejando mi mochila sobre una de las mesas, me llevo conmigo tan solo lo más imprescindible. De esa forma podré moverme con mayor rapidez y soltura. Cuanto antes salga ahí fuera y evalúe la amenaza, mayores serán nuestras posibilidades de supervivencia. Aún así, aguardo unos instantes por si Tyron o Luelar desean pronunciarse y trazar un plan diferente.

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29/10/2019, 19:06
Dhorne

No es la primera vez que un enmudecido grito de dolor quema mi garganta, que el desgarro que se siente en el alma, o en lo que de ella pueda quedar, capaz era de hacerme olvidar incluso lo que imperante pudiese hacía minutos atrás resultar. No, lejos esta de ser la primera vez en la que un adiós se ha postergado en los finos hilos del tiempo, pero aunque ya cada despedida apresurada parecía ser la cotidianidad de mis días, imposible es obviar cuando aquello pesa en el alma de quien joven aún, siente que ya ha vivido demasiado. Por ello es que ante el bajar del alma de aquel hombre herido, me permito cerrar los ojos un segundo escaso, para que tras mis parpados a oscuras, pueda ver el rostro de quienes siéndome amados, ya han partido o simplemente, han desaparecido sin dejar rastro que seguir. No son menores mis ganas de venganza, pero aunque la necesidad de cobrar tan preciada vida con otra parece envenenarme por dentro, prefiero respirar o al menos intentarlo a fin de no olvidar en este largo camino que por vida, aun tengo por delante, quien soy. 

- Si es cierto lo que decís, arquero, curad vuestras heridas y tened el arco presto para cuando sea necesario. - Le pido con un tono que si bien desgarra mi garganta al hablar, no muestra mayor hostilidad que el propio dolor que en mi, ya tan tangible es. Soy mujer de mar, mujer en un mundo de hombres, y aunque no hay mayor temor que el verse en tierra cuando es la misma marea quien te arroja fuera de sus brazos, ahora que mi camino se enmarca en tierra firme, no tengo mayor opción en esta soledad interna y este luto eterno, que dejar las lágrimas para un después y hacer lo que sea necesario con tal de sobrevivir una noche más. - No seré yo quien cobre con sangre la que vos habéis derramado, pero si hay que defendernos de lo que sea que esté por venir, creo que de más está el decir cual será vuestro pago. - Intento negociar con quien se había llevado lo que tan preciada ha sido desde hacía tiempo para mi. Y por ello, avanzo un paso hasta el cuerpo ya inerte de Vennya, con la única intención de arrodillarme a su lado, y así, cerrar aquellos ojos que ya carentes de vida, sé que jamás seré capaz de olvidar.

Un suspiro fue todo lo que por despedida puedo otorgarle, ya que a mi espalda, pasos hacen que me gire cimitarra en mano, solo para quedar sorprendida no solo por el curioso grupo que a ritmo dispar se acerca, sino que también por la cercanía de la elfa, cuyos pasos había sido incapaz de escuchar. Mis ojos se posan en una primera instancia sobre los suyos, aquellos que tan curiosos en color, llaman la atención mientras que un sinfín de preguntas despiertan, más no digo nada, menos aún cuando aquel hombre robusto y dueño de una historia que posiblemente en otros tiempos dignas habrían sido de escuchar, es quien habla por los demás, hablándonos de enemigos que se acercan. - ¿Quien sois? - Pregunto al hombre que apaga la lumbre por una razón que si bien es obvia ante cualquier mirar, promete dejarnos bajo un frío que con más prisa que calma, terminará por arrebatar el escaso calor que esta desvencijada cabaña aún alberga. 

Es entonces que un hombre de pesada armadura se acerca, y aunque no soy ajena a lo que en su armadura se encuentra como emblema, tampoco causa más sorpresa de lo que a lo largo de este día, me ha tocado vivir. - Agradecería en efecto un poco de información sobre lo que tan angustiado os tiene. - Digo mientras mi mirada pasea entre los recién llegados, siendo que los que ya moraban en esta cabaña también son unos desconocidos para mi. Más aunque la prisa impera más aún, cuando las luces del crepúsculo comienzan a extinguirse, me giro hacia el posadero. - Sé que mucho es lo que aún queda por hacer, pero necesito algo con lo que poder enterrar el cuerpo de mi amiga, una pala o lo que tengáis a mano para al menos ofrecerle una última morada donde descansar. - Le pido con voz acongojada, rota aunque también con una suavidad que solo la más amarga tristeza puede entregar. Habría preferido lanzar sus restos a ese océano en donde mi hogar se encuentra, pero carente por completo de aquella posibilidad, prefiero que sus restos descansen bajo tierra, antes de que sean alimento de carroña. 

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30/10/2019, 09:59
Tyron Stark

Apenas si había logrado seguir a duras penas el ritmo que marcaba Ivar, más viejo pero más ligero que yo y mejor adaptado a caminar sobre la nieve. Y ya éste debía ralentizar los pasos de la elfa oscura, pues bastaba verla caminar para darse cuenta de la facilidad con que Luelar se movía en aquel ambiente, y posiblemente en cualquier otro. Era rápida, como toda su raza según tenía entendido.

De ese modo, con la culpa de saber que había estado retrasando a mis compañeros durante todo el trayecto, alcancé los aledaños de la posada prácticamente sin aliento. Y sin aliento asistí al espectáculo lleno de tensión que nos aguardaba en el lugar. Armas en las manos, una persona fallecida, rostros desconocidos y conocidos, uno de ellos de ingrato recuerdo. No era, sin duda, lo que esperaba encontrar a nuestro regreso. Dos de los leñadores... no, tres de ellos, rodeaban al cazador cazarrecompensas que había pretendido mi propia cabeza. Al verle allí sólo, no tardé en mirar a ambos lados antes de cruzar el umbral de la puerta, esperando descubrir a sus compinches por los alrededores. ¿De verdad estaba sólo? ¿Y los otros dos? No, allí no parecían estar, o se ocultaban demasiado bien. No es que la noche que caía sobre nosotros permitiera ver demasiado, en cualquier caso.

Crucé dicho umbral, desprendiéndome del yelmo y sacudiendo mi cabeza. Tenía el cabello sudado, adherido a la piel, aunque aquel gesto permitió que se aligerase un poco. Mis ojos entonces se posaron en las dos personas que se arrodillaban junto al cuerpo sin vida de una mujer. Estaba muerta, algo que se hacía evidente especialmente por el comportamiento del posadero, Irdon, que trataba de ponerse en pie tras haber tratado de atenderla. Pero era la mujer desconocida de rubios cabellos quien parecía más afectada, como si la uniera a la fallecida algún tipo de vínculo. De sangre, de amistad... no tenía forma de saberlo, y no importaba en realidad. Tan sólo podía lamentar su pérdida.

¿Qué ha... sucedido? -Pregunté mientras Ivar se adelantaba hacia el fuego, buscando templar sus manos. No hacía falta ser especialmente avispado, y yo nunca me había tenido por tal, para deducir buena parte de lo acontecido. Mis ojos se posaron inmediatamente en el cazador, endureciéndose bruscamente- ¿Has sido tú, desgraciado? ¿¡También te han pagado por su vida!?

Antes de darme cuenta, mi mano se encontraba ya enroscada en torno a la empuñadura de mi espada bastarda, aunque la voz del explorador me recordó la precaria situación en que nos encontrábamos todos. Habría tiempo para que la Justicia se extendiera por aquellas tierras, en que aquel hombre fuera puesto ante un tribunal, pero antes era la seguridad de los inocentes lo que era preciso garantizar. Y para ello, toda aquella gente debía ser conocedora del peligro que nos acechaba. Liberé el pomo de mi bastarda y asentí al veterano.

Alcanzamos el campamento maderero. -Informé a los presentes, especialmente a aquellos leñadores que, hachas en mano, mantenían al cazador a raya. Pero incluso él mantenía su mirada fija en mí, expectante- No quedaba vida alguna en aquel lugar. Sólo muerte. -Anuncié con gravedad, permitiendo a aquella gente que digiriese la noticia. A buen seguro, habría amigos y conocidos entre la gente que habían dejado atrás en aquel lugar, compañeros de faena, gente a la que apreciaban y que ya jamás regresarían. Y además de eso, serían conscientes del destino que les habría alcanzado de no haber sido por la fortuna de haber aprovechado su jornada de descanso para abandonar el campamento y acudir a la posada en busca de algo de descanso y bebida. Me acerqué a Irdon y le ofrecí mi mano para ayudarle a ponerse en pie, pues el hombre contaba con cierto sobrepeso y le resultaba difícil por sí mismo. Entonces me aparté de él y me dispuse a relatar lo peor de todo- Pero los muertos no reposan, en estas tierras. Un mal desconocido se cierne sobre todos nosotros, y cada hombre, mujer y niño de ese lugar, y posiblemente de otros, se alza y camina, aún sin vida. Es un ejército de muertos vivientes, el mal mismo encarnado. No gusto de jurar por Korth, El Salvador, pero incluso en su nombre juro la verdad de mis palabras. -Aquello era todo lo que podía hacer para convencerles de la verdad, por muy aterradora que fuera. Con gesto solemne, me acerqué a la mujer, cuya indumentaria parecía relacionarla con las gentes de la mar, por muy lejano que aquello pareciera- Lamento vuestra pérdida, mi señora. Yo mismo os ayudaré a ofrecer un digno entierro a la fallecida pero, me temo, habrá de ser rápido. -Le indiqué, casi con súplica en la mirada, antes de volverme a los demás- Debemos fortificar este lugar. Sellar puertas y ventanas de la forma más resistente posible, extinguir toda luz que pueda percibirse desde el exterior, y montar guardias. Puede que los muertos vengan hacia aquí, o puede que no. Si superamos esta noche, con las primeras luces Ivar nos guiará hasta el templo de Korth que se alza al noroeste. Entre sus robustos muros estaremos a salvo.

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31/10/2019, 11:41
Director
Sólo para el director

Este humilde juglar no es capaz de imaginarse a sí mismo soportando tan dura y tensa situación, y estoy seguro de que la mayoría de los asistentes a este cantar tampoco lo lograrían. Esa es la naturaleza de los verdaderos héroes que pisan Valsorth, en realidad, gentes capaces de enfrentarse a la adversidad con entereza, aún sin ser conscientes de ello. Muchos alegarían que no les quedaba otro remedio, que es lo que cualquiera haría. Pero el mundo está lleno de gente que se queda paralizada ante el peligro, o que actúa con escasa cabeza cuando las cosas se ponen difíciles.

Allí estaban, el explorador dispuesto ya a salir a la nieve a cumplir su cometido, el de explorar los alrededores en busca de peligros y tratar de desviarlos. La marinera precisaba explicaciones, que el caballero trató de compartir como buenamente fue capaz, no sin antes encararse con el asesino al que los leñadores mantenían rodeado. Ante la dura mirada de Tyron y sus acusaciones, el hombre de cabello claro y mirada fría hizo ademán de llevar una mano a su cinturón, donde aún colgaba un largo cuchillo. Sin embargo, al hombretón pelirrojo le bastó un simple gesto afianzando el hacha en sus manos para disuadirle.

Será mejor que no te muevas, malnacido. -Le advirtió la joven pelirroja desde el fondo de la estancia, dando un paso al frente y cruzando una mirada con quien parecía ser su padre.

¿Estáis segura de no querer apresarle, señorita? -Preguntó su compañero a Dhorne, con gesto serio- Me da igual qué peligro aceche fuera, pero yo, personalmente, me sentiría más seguro teniendo a este hombre maniatado. -Entonces se giró, echando un vistazo de arriba a abajo a Tyron, aunque no añadió una sola palabra más. Tal vez tratase de determinar si el caballero de Stumlad era lo más parecido a un representante de la Ley en aquellos parajes. Si acaso no debía ser él, a pesar de su juventud, quien decidiera acerca del destino de aquel criminal.

Luelar, tras corroborar el fallecimiento de la mujer tendida en el suelo, tuvo ocasión de comprobar la factura de la espada que colgaba de su cinturón. Se trataba de una espada larga de la legendaria obsidiana que se forjaba en las forjas subterráneas de la Infraoscuridad, una espada de hoja negra como la noche, extremadamente afilada, cuya hoja sin embargo no podía ser tocada por la luz del sol, pues se descompondría casi al instante. Cómo una humana había obtenido un arma como aquella era, desde luego, todo un misterio

No obstante, mientras la elfa oscura se incorporaba de nuevo, todos escucharon lo que el caballero explicó, y en sus rostros se dibujó la expresión de incredulidad y horror más dura de soportar que habían visto sus años de vida. El leñador de mirada agrietada se quedó con la mirada perdida unos instantes, antes de dirigirse al fondo de la estancia y desaparecer escaleras abajo. La mujer pelirroja se acercó a quien debía ser su padre y se abrazó a él, quien la acogió con todo el estoicismo que pudo atesorar, que no fue demasiado.

Os lo dije. ¡Os lo dije! -Exclamó el cazador, agachándose a recoger su arco, aunque apresurándose a guardar la flecha en su carcaj. Sin embargo, fue rápidamente interceptado por el pelirrojo, que le arrinconó contra una columna de madera al tiempo que su hija le ponía un pequeño cuchillo en la garganta.

¡No tan rápido! -Afirmó el pelirrojo- No creas que vamos a fiarnos de ti, después de lo que has hecho. Da igual que llevases razón o no, nos has amenazado, y has matado a esa mujer. ¿De verdad crees que vamos a dejarte campar por aquí, libre y armado?

Ya, ¿y qué vais a hacer, exactamente? -Replicó el cazarrecompensas, alzando la barbilla todo lo posible, por temor a que a la joven se le fuera la mano con aquel cuchillo- ¿Me mantendréis preso, al tiempo que os fiáis de una elfa oscura que seguramente os raje el gaznate mientras dormís? -Indicó señalando a Luelar, con desdén- ¿O confiaréis en Ivar El Cuervo? -Añadió con una maliciosa sonrisa, señalando al explorador. Tanto el leñador como el posadero se giraron bruscamente, clavando en Ivar una mirada llena de sorpresa y horror- Sí... sé quien eres. Tus andanzas con Sigurd el negro dejaron un reguero de sangre que no se limpiará fácilmente. ¿En esta gente vais a confiar? Yo he matado a esta mujer en defensa propia. ¡Él es un puto asesino! ¡Por donde su banda pasaba, no quedaban hombres, mujeres ni niños! ¿Confiáis en ellos porque ese chico lleva una armadura de la Orden de Stumlad? ¡Es un desertor! ¡La Orden ha puesto precio a su cabeza!

Mientras el hombre gritaba, más gente fue apareciendo por las escaleras, subiendo desde la planta inferior. Les encabezaba una mujer que en sus tiempos debía haber sido realmente hermosa, pero a la que el tiempo no había tratado demasiado bien y estaba comenzando a perder la frescura de la juventud. Se trataba de Belona, la esposa de Irdon, el posadero. Tras ella acudía Lascal, el cocinero del local entre otras cosas. Un hombre aún más estropeado que sus patronos. El leñador que había descendido a la planta inferior aparecía tras ellos, acompañado de una cándida niña con expresión preocupada, que se aferraba al brazo del hombre con evidente miedo. Todos parecían haber llegado a tiempo de escuchar aquello de lo que el cazador acusaba a los recién llegados. El último en subir fue un hombre de aires arrogantes, al que parecía costarle subir las escaleras debido a su sobrepeso y, posiblemente, el desgaste de sus cansadas piernas.

¿Es eso verdad? -Preguntó el hombre arrogante, aquel que se había presentado anteriormente como capataz del campamento maderero de Malere y había contratado a nuestros héroes para acudir a aquel lugar y comprobar si todo estaba bien- ¿Volvéis con funestas noticias, y un asesino entre vosotros?

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31/10/2019, 17:21
Luelar Tyrundlin

Tras haber aceptado Tyron mi ofrecimiento y manifestar este que avanzaría en la retaguardia, volvimos a ponernos en marcha. Caminamos por aquellas gélidas, y ahora además oscuras tierras, una vez más; no tardando demasiado en dar con aquella posada que ya nos era conocida, al menos al caballero y a mí. Gracias a las indicaciones de Ivar y a mi particular visión, pudimos llegar sin sufrir percance alguno.

Al llegar a aquel lugar y abrir la puerta, me detuve en esta, pareciendo estar sucediendo algo en aquel lugar; pero antes siquiera de darme cuenta de lo que estaba pasando, una mujer rubia se giró hacia mi cimitarra en mano.

- ¿Interrumpimos algo? - pregunté, moviéndome para asomarme y observar mejor qué pasaba, además de para permitir que Ivar y Tyron pudieran entrar.

Vaya, vaya... Parece que esta gente sabe divertirse después de todo.

Pensé al ver cómo amenazaban a aquella sabandija que me había infravalorado, dándome pronto cuenta del arma que yacía a sus pies, y de que una persona se encontraba tendida en el suelo con una flecha en el cuello. Tenía los ojos cerrados, y no parecía respirar. Había visto muchos muertos en mi vida, demasiados seguramente para un humano corriente, aquello no me impresionaba. Lo que sí lo hizo fue el arma que aquella mujer llevaba. Un arma de una factura que me resultaba más que familiar.

Una de mis cejas se alzó mirando aquel arma, al tiempo que el explorador se adelantaba haciendo caso omiso a la tensa escena, dirigiéndose hacia el fuego para apagarlo y advirtiendo a los presentes de lo que sucedía; aunque pronto dejó en manos del caballero ofrecer una explicación más extensa.

- Tranquilo. - le dije a Tyron de inmediato, con voz firme, al oírle hablarle al asesino a sueldo de aquel modo.

Si por mi fuera, yo misma me hubiera adelantado para rebanarle el pescuezo a aquel inútil, pero era consciente de que aquella no era la mejor de mis opciones. Me acerqué al cuerpo aparentemente sin vida y me arrodillé junto a él, queriendo comprobar si la allí tendida se encontraba muerta, o si por el contrario había algo que pudiera hacerse por ella. Tomé su pulso en cuello y muñeca, deteniéndome también a escuchar su corazón.

Nada. No hay nada que hacer.

Mientras volvía a ponerme en pie, miré a la pálida mujer rubia al haber preguntado a Ivar quién era, preguntándome yo lo mismo sobre ella. ¿Qué tenía que ver con la fenecida desconocida? Sólo existían dos posibilidades para que la mujer que yacía en el suelo tuviera un arma creada por los míos: o la había encontrado en algún lugar, o la había robado, y aquella segunda opción la convertía en una amenaza.

No se roba a un elfo oscuro así como así, la mayoría ni se atrevería a intentarlo.

La mujer de cabello claro y toscos ropajes manifestó su deseo de saber más sobre lo que Ivar decía, aunque no tardó en mencionar la necesidad de enterrar a la que llamó su amiga; pidiendo al posadero algo para poder enterrarla. Tyron ayudó a este a levantarse mientras explicaba a los presentes en qué consistía el mal que nos amenazaba a todos, acercándose después a la desconocida. Conociendo al caballero, era de suponer que se encontraría dándole el pésame a aquella mujer, una costumbre humana que carecía de sentido entre los elfos oscuros. Al menos entre la mayoría de ellos.

Cuando mis padres murieron, las palabras que me dedicaron al respecto tan sólo ensalzaban el suicidio ritual al que se habían sometido mis progenitores. Debía sentirme orgullosa porque hubieran ofrecido sus vidas a Izz, y así era. Pero una parte de mí, una que escondía y que me intenté negar, sentía tristeza por haberles perdido. En lugar de recibir tantas alabanzas por el compromiso que demostraron para con la Dama de la Oscuridad, me hubiera gustado recibir otro tipo de palabras...

Me quité la capucha, molesta conmigo misma por pensar en aquello, pero aun así avancé hasta la mujer de cabello rubio; mientras rizos dorados exponía al resto cómo debíamos proceder para salir con vida de aquella.

- Siento su pérdida... - le dije en apenas un murmullo, con un nudo en la garganta, no mirándola más que brevemente antes de desviar mi mirada rosada hacia la espada de su amiga. ¿Qué hago compadeciéndome de alguien que quizás se dedique a matar a los míos? - ¿De dónde sacó esa espada? - terminé por preguntar. - ¿He de preocuparme por algo? - añadí pronto, mirando a la mujer a los ojos con un gesto y tono neutros.

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31/10/2019, 23:31
* Juglar *

Este humilde juglar no es capaz de imaginarse a sí mismo soportando tan dura y tensa situación, y estoy seguro de que la mayoría de los asistentes a este cantar tampoco lo lograrían. Esa es la naturaleza de los verdaderos héroes que pisan Valsorth, en realidad, gentes capaces de enfrentarse a la adversidad con entereza, aún sin ser conscientes de ello. Muchos alegarían que no les quedaba otro remedio, que es lo que cualquiera haría. Pero el mundo está lleno de gente que se queda paralizada ante el peligro, o que actúa con escasa cabeza cuando las cosas se ponen difíciles.

Allí estaban, el explorador dispuesto ya a salir a la nieve a cumplir su cometido, el de explorar los alrededores en busca de peligros y tratar de desviarlos. La marinera precisaba explicaciones, que el caballero trató de compartir como buenamente fue capaz, no sin antes encararse con el asesino al que los leñadores mantenían rodeado. Ante la dura mirada de Tyron y sus acusaciones, el hombre de cabello claro y mirada fría hizo ademán de llevar una mano a su cinturón, donde aún colgaba un largo cuchillo. Sin embargo, al hombretón pelirrojo le bastó un simple gesto afianzando el hacha en sus manos para disuadirle.

Será mejor que no te muevas, malnacido. -Le advirtió la joven pelirroja desde el fondo de la estancia, dando un paso al frente y cruzando una mirada con quien parecía ser su padre.

¿Estáis segura de no querer apresarle, señorita? -Preguntó su compañero a Dhorne, con gesto serio- Me da igual qué peligro aceche fuera, pero yo, personalmente, me sentiría más seguro teniendo a este hombre maniatado. -Entonces se giró, echando un vistazo de arriba a abajo a Tyron, aunque no añadió una sola palabra más. Tal vez tratase de determinar si el caballero de Stumlad era lo más parecido a un representante de la Ley en aquellos parajes. Si acaso no debía ser él, a pesar de su juventud, quien decidiera acerca del destino de aquel criminal.

Luelar, tras corroborar el fallecimiento de la mujer tendida en el suelo, tuvo ocasión de comprobar la factura de la espada que colgaba de su cinturón. Se trataba de una espada larga de la legendaria obsidiana que se forjaba en las forjas subterráneas de la Infraoscuridad, una espada de hoja negra como la noche, extremadamente afilada, cuya hoja sin embargo no podía ser tocada por la luz del sol, pues se descompondría casi al instante. Cómo una humana había obtenido un arma como aquella era, desde luego, todo un misterio

No obstante, mientras la elfa oscura se incorporaba de nuevo, todos escucharon lo que el caballero explicó, y en sus rostros se dibujó la expresión de incredulidad y horror más dura de soportar que habían visto sus años de vida. El leñador de mirada agrietada se quedó con la mirada perdida unos instantes, antes de dirigirse lenta y pesadamente al fondo de la estancia y desaparecer escaleras abajo. La mujer pelirroja se acercó a quien debía ser su padre y se abrazó a él, quien la acogió con todo el estoicismo que pudo atesorar, que no fue demasiado.

Os lo dije. ¡Os lo dije! -Exclamó el cazador, agachándose a recoger su arco, aunque apresurándose a guardar la flecha en su carcaj. Sin embargo, fue rápidamente interceptado por el pelirrojo, que soltando a su hija le arrinconó contra una columna de madera al tiempo que ésta le ponía un pequeño cuchillo en la garganta.

¡No tan rápido! -Afirmó el pelirrojo- No creas que vamos a fiarnos de ti, después de lo que has hecho. Da igual que llevases razón o no, nos has amenazado, y has matado a esa mujer. ¿De verdad crees que vamos a dejarte campar por aquí, libre y armado?

Ya, ¿y qué vais a hacer, exactamente? -Replicó el cazarrecompensas, alzando la barbilla todo lo posible, por temor a que a la joven se le fuera la mano con aquel cuchillo- ¿Me mantendréis preso, al tiempo que os fiáis de una elfa oscura que seguramente os raje el gaznate mientras dormís? -Indicó señalando a Luelar, con desdén- ¿O confiaréis en Ivar El Cuervo? -Añadió con una maliciosa sonrisa, señalando al explorador. Tanto el leñador como el posadero se giraron bruscamente, clavando en Ivar una mirada llena de sorpresa y horror- Sí... sé quien eres. Tus andanzas con Sigurd el negro dejaron un reguero de sangre que no se limpiará fácilmente. ¿En esta gente vais a confiar? Yo he matado a esta mujer en defensa propia. ¡Él es un puto asesino! ¡Por donde su banda pasaba, no quedaban hombres, mujeres ni niños! ¿Confiáis en ellos porque ese chico lleva una armadura de la Orden de Stumlad? ¡Es un desertor! ¡La Orden ha puesto precio a su cabeza!

Mientras el hombre gritaba, más gente fue apareciendo por las escaleras, subiendo desde la planta inferior. Les encabezaba una mujer que en sus tiempos debía haber sido realmente hermosa, pero a la que el tiempo no había tratado demasiado bien y estaba comenzando a perder la frescura de la juventud. Se trataba de Belona, la esposa de Irdon, el posadero. Tras ella acudía Lascal, el cocinero del local entre otras cosas. Un hombre aún más estropeado que sus patronos. El leñador que había descendido a la planta inferior aparecía tras ellos, acompañado de una cándida niña con expresión preocupada, que se aferraba al brazo del hombre con evidente miedo. Todos parecían haber llegado a tiempo de escuchar aquello de lo que el cazador acusaba a los recién llegados. El último en subir fue un hombre de aires arrogantes, al que parecía costarle subir las escaleras debido a su sobrepeso y, posiblemente, el desgaste de sus cansadas piernas.

¿Es eso verdad? -Preguntó el hombre arrogante, aquel que se había presentado anteriormente como capataz del campamento maderero de Malere y había contratado a nuestros héroes para acudir a aquel lugar y comprobar si todo estaba bien- ¿Volvéis con funestas noticias, y un asesino entre vosotros? Porque son serias acusaciones, como para fiarnos de vuestra palabra...

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01/11/2019, 19:16
Dhorne

Aunque sabía que de manera perpetua debería caminar bajo la oscura sombra de un luto que, parecía ya arraigado en mi interior, dejo que un pesado suspiro escape de entre mis labios cuando el tenso silencio que nos había envuelto hacia escasos segundos atrás, se termina por convertir en el constante mar de palabras, de voces que diligentes en sus reclamos, funestas noticias y acusaciones, llegan hasta mi obligándome a guardar, a suprimir lo que es sentido con tal de actuar, de sobrevivir ya no solo a esta noche, sino que también a todas las que vendrán. Es por ello que sin esbozar palabra me incorporo sin alejarme en demasía del cuerpo de Vennya, y posando mi mirada en quienes de forma ordenada parecen hablar, es que enarco una ceja cuando lo que se cuenta, supera con creces a todo lo que en mis años en alta mar, incluso hubiese podido imaginar. - Os lo agradezco. - Respondo entre quedos susurros al Caballero de Stumlad ante su ofrecimiento, y es que si bien por mi misma podría hacerme cargo de los restos aún cálidos de mi querida amiga, no está entre mis capacidades el rechazar ayuda por ego cuando, como ahora parece ser, otras cuestiones mas importantes y urgentes se encuentran en juego. 

Ya nada podía hacer por Vennya, que no fuese encontrar una perpetua morada para sus restos, pero aunque silente me mantengo ante todo lo que es dicho, más aún cuando el arquero y el caballero, así como el desconocido hombre coinciden en el mal que vendrá, sin importar cuan enfrentados parezcan estar el primero con los demás. Muertos que no encuentran un descanso... Aquello ni siquiera puedo imaginarlo como un cuento para desvelar a los más jóvenes, pero ¿Quien soy yo para dudar? ¿No he visto acaso cuestiones que, hasta entonces no eran más que fantasiosas ideas? Mas incluso antes de poder actuar o decir algo más, es la elfa de curiosa mirada quien habla, y de la misma manera, aun cuando su pregunta última del todo no termino de entender, es que intento esbozar algo que similar pueda ser a una queda sonrisa. - Gracias.Digo en instancia primera, solo para después, agregar. No sé de donde la ha sacado, tenía sus secretos como todos... Pero si en algún momento o si por alguna razón tuvisteis que preocuparos por ella, estas han desaparecido con su último aliento. - Le contesto con una serenidad que tan propia es cuando el dolor del alma se vuelve completo, y desde una sinceridad que no encuentra parangón, cuando no existe nada que ocultar. 

Pero el tiempo apremia, o eso es lo que por único tengo en claro, más aun quedan reproches que verter, aun quedan cuestiones que increpar y por ello, cuando es a mi a quien uno de los presentes se dirige, es que me tomo unos segundos que si bien escasos, parecen, dado la circunstancia, una eternidad. - No soy quien para tomarme la justicia por mi mano por mucho que así lo pueda desear, más tampoco me opondré a lo que vosotros deseéis hacer con él. - Aclaro intentando, con las fuerzas que aún dentro me quedaban, no perderme dentro de aquellas emociones que, conociéndolas a la perfección, te obligan a recorrer un camino del que jamás, existe retorno. Pero aunque todo se encauzaba y se perdía con la misma rapidez con la que las luces del crepúsculo se van apagando en lo alto, es que el hombre del arco soltó aquello que a nadie pareció dejar indiferente y ante la llegada de quienes parecían ser los familiares del posadero, las palabras del hombre gordo y arrogante, me hacen bufar con cierta exasperación. 

¡Basta! - Sentencio con voz férrea mientras mi mirada recorre aquellos rostros que tan ajenos me son. - ¿Vos preguntáis en quien debemos confiar? - Le pregunté al arquero con una ira que cada vez me era más compleja dominar. - ¿Vos, que a sangre fría habéis matado a mi amiga? No sois el más apto para cuestionar, cuando la elfa, como con tanto desdén la nombráis no ha sido quien a empuñado su arma contra otra persona. - Digo mientras mi mano se afianza a la empuñadura de mi espada, recordándome las mil razones por las cuales no debo, contra él, atentar. - Y no intentéis siquiera jugar con la mas mínima altura moral, matar a uno o matar a cientos, no hay diferencia alguna, puede que este hombre sea un asesino, pero vos también lo sois, vuestras manos también se mancharon de sangre cuando antes de siquiera pensar, usasteis un arma para mancharos de eterna manera las manos de sangre. - Le recuerdo solo para después, dirigirme a todos los demás. 

No soy dueña de verdad alguna, ni testigo de lo que puede estar por venir, pero no pienso quedarme discutiendo sobre el pasado que pesa sobre nuestras espaldas, no voy a ser juez, jurado y verdugo de historias pasadas si eso me condena a no volver a ver otro amanecer. Tanto voz, arquero, como los recién llegados hablan de muertos que no encuentran descanso, y pudiendo creeros o no, prefiero priorizar en aquello, cuando el alba reaparezca, ya quienes quieran pueden seguir ejerciendo un nulo derecho autoimpuesto, a juzgar a los demás. - Es lo que termino por decir, y sin más, cuando ya demasiadas palabras han sido dichas aletargando la acción, es que tomo a mi amiga entre mis brazos, y no sin esfuerzo, la cargo para salir de la desvencijada posada, a fin de enterrar sus restos de una buena vez. 

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02/11/2019, 11:38
Ivar el Cuervo

Son tantas las vidas que he visto apagarse, tantos los cuerpos caídos en batalla, que una parte de mi alma ha quedado marchita para siempre. Tal vez debería de haberme preocupado por el cuerpo que yace en el suelo, pero tras toda una vida combatiendo y haciendo frente a un sinfín de enemigos he aprendido a priorizar entre los vivos y los muertos. Nada puedo hacer por aquellos que ya han partido de este mundo, salvo continuar luchando y apreciar cada instante de vida que aún puedo disfrutar. Eso no significa que no sienta cada perdida, cada amigo perdido ha sido como una daga atravesando mi corazón. Pero esta fue la vida que decidimos vivir y quienes a hierro matan, a hierro mueren.

-Mis condolencias por vuestra perdida.   -No puedo evitar empatizar con el dolor que domina a la dama de cabellos dorados como el sol. ¿Cuantas veces habré estado yo en su misma posición? ¿Cuantos compañeros habré perdido a lo largo de una vida de peligros y sangre?   -Cuando el sol se alce y el peligro haya pasado, te ayudaré a honrar a vuestra compañera.

Sí, he ignorado por completo las acusaciones de aquel que por alguna razón, se me antoja un oportunista y un cerdo cobarde como el mismísimo Sigurd el Negro. Sus palabras portan el veneno de una serpiente y lo desenmascaran como la rata cobarde que apuñalaría a su propia madre si con ello obtuviese algún beneficio. No mucho más agradable resulta la presencia de aquel hombre acostumbrado a los excesos y que seguramente, se lo haga encima nada más vislumbre a lo que nos enfrentamos. He conocido a muchos como él, seguramente aúlle de terror y salga corriendo cuando el peligro se presente y entonces, comprometa al resto del grupo.

-Hablas de mí como si me ocultase quién soy. Puede que tengas razón en lo referente a que soy un asesino, he tomado vidas con mi acero y otros han tratado de tomar la mía. Puede que haya sido la habilidad o la suerte lo que me ha permitido llegar al día de hoy. Pero bien puedo asegurar una cosa, jamás he tomado la vida de una mujer o un niño. Mataba cuando no tenía más remedio, pero era compasivo con aquellos enemigos que se rendían y mostraban tener palabra y honor. Algo de lo que seguramente carezcas.

Odio las serpientes y alimañas como la que se alza ante mi. Buscan inyectar veneno en los corazones de quienes los rodean con el único fin de obtener poder o ventaja sobre ellos. Puedo nombrar a media docena de viejos camaradas que ya lo habrían destripado. Pero yo no soy así, tomar una vida no es algo de lo que me sienta orgulloso. Cuando la noche cae y mis ojos se cierran, no son pocas las ocasiones en las que mis sueños se tornan en pesadillas. Los rostros de aquellos a los que maté, aparecen ante mí. Nunca dicen nada, jamás hacen nada salvo quedarse ahí parados rodeándome y observándome con sus ojos carentes de vida. Por ello procuro no aumentar su número, algo que me temo, pronto dejará de ser posible.

-Sigurd el Negro surgió de las entrañas del infierno. Se baña en la sangre de sus incontables victimas y aunque existió un tiempo en el que viajamos juntos, te puedo asegurar que ni tan siquiera en diez vidas podría igualar su maldad ni la sangre que ha derramado. Si los dioses lo creen oportuno, llegará el día en el que una mis flechas le arrebatará el aliento y entonces, regresará al oscuro abismo del que surgió. Puede que yo sea un asesino, pero no soy ningún monstruo y no cargaré con los crímenes que ha cometido.

Tanta palabrería nos está haciendo perder un tiempo de lo más preciado. Si los muertos avanzan hacia aquí, será mejor saber de cuanto tiempo disponemos para prepararnos o si por el contrario, huir puede ser la mejor opción.

-Podéis creer nuestras palabras o dudar de nuestras acciones. Pero tan solo pensad en una cosa ¿Qué sacamos nosotros portando la falsedad de la mentira? Lleno mucho tiempo viviendo aquí, he comerciado con algunos de vosotros en el pasado y jamás os he causado mal alguno. Por ello ahora os pido que nos creáis cuando os decimos que la muerte avanza hacia aquí y que tan solo juntos, tendremos una posibilidad de sobrevivir. Bien podríamos haber huido, pero este caballero al que acusáis de ser un desertor no ha dudado en acudir aquí para preveniros y protegeros. Tanto o más podéis agradecerle a la dama elfa, quién a riesgo de su propia vida a acudido hasta aquí para salvar las vuestras.

Suya es la decisión ahora de lo que decidan hacer. Nadie puede obligarlos a confiar en nuestra palabra, pero tampoco existe motivo alguno para mentirles y engañarles ¿Qué sacaríamos con ello? Una ardua tarea le espera al caballero si desea organizar una buena defensa entre aquellas paredes.

-He perdido demasiado tiempo, me pondré en marcha para tratar de descubrir la ubicación actual de los muertos. Recemos para que se encuentren aún, lejos de aquí.

 

- Tiradas (1)

Notas de juego

Edit: Tirada de diplomacia

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03/11/2019, 21:24
Tyron Stark

La mirada que aquel adusto hombre me arrojó no sirvió para que la decisión acudiera a mi ánimo. Tan sólo cargaba sobre mis hombros una responsabilidad que no parecía preparado para asumir. Desde siempre había anhelado proteger a la gente, desde que de bien pequeño mi madre me hablaba del trabajo que mi padre desempeñaba, y más aún tras su fallecimiento, heroico si creía las historias que acerca de él me habían relatado. Pero era, ante todo, un guerrero. Nunca, ni en los más febriles sueños durante mi instrucción como caballero de Stumlad, había anhelado liderazgo alguno.

Ni lo deseaba, ni estaba listo para él. Eso debía ser lo que reflejó mi mirada al aguantar a duras penas la de aquel hombre, que aguardaba que fuera yo quien decidiera si el cazarrecompensas debía permanecer maniatado o no, declinando incluso la propia mujer de dorados cabellos la responsabilidad de decidir al respecto. Lo cierto es que tampoco yo me fiaba de aquel hombre, pero dado lo que mis ojos habían presenciado, mucho me temía que era bien posible que precisáramos todas las manos disponibles, incluso las suyas.

Korth mediante, llegará el día en que ese hombre responda por sus actos. -Dije finalmente, suspirando- Mas mucho me temo que tenemos mucho por hacer, y necesitaremos toda la ayuda que podamos acumular para sobrevivir a esta noche. Y dado que también él desea volver a ver la luz de la mañana, colaborará. -Indiqué arrojando a aquel desgraciado una dura mirada de advertencia.

Sin embargo, el cazador de hombres no tuvo suficiente con aquella tregua que podíamos ofertarle. No dudó en arrojar acusaciones a diestro y siniestro, insultando a Luelar y tratándola como si no fuera más que una vulgar cuatrera que nos degollaría a la menor oportunidad. Después de lo que había vivido al lado de aquella mujer, por muy siniestra y desconcertante que pudiera parecer en ocasiones, aquellas palabras me hicieron sentir un súbito ardor en las mejillas, al tiempo que una de mis manos se cerraba en un puño inmisericorde. Estaba dispuesto a dar a aquel desgraciado su merecido, cuando desvió sus horrendas atenciones hacia el veterano explorador. ¿El Cuervo? ¿Sigurd el Negro? Mis ojos se abrieron desmesuradamente, al reconocer aquel nombre como uno que los caballeros que más inviernos habían visto en el cuartel comentaban en voz baja y temerosa. ¿Una banda de asesinos? Me giré y contemplé el rostro maltratado por la intemperie de aquel hombre, tratando de hacer encajar lo que había podido ver de él hasta el momento con algo como aquello. ¿Un pasado que tratar de dejar atrás? ¿De ahí aquella existencia solitaria en las montañas? Mis labios se abrieron para decir algo, aún no sabía el qué, pero algo me lo impidió, puesto que el cazador no había terminado. ¡Desertor! Mi expresión se descompuso al oír tamaña acusación, por lo que representaba. ¿Era posible? La camarilla de corruptela de la Orden podía poner precio a mi cabeza mediante subterfugios, ocultando su identidad, con eso contaba. Sin embargo, acusarme de deserción me situaba injustamente como objetivo de toda la Orden. ¿Habían osado tramitar una acusación formal como aquella? 

Tragué saliva, dando un respingo ante la brusca intervención de aquella decidida mujer, y atendí a sus palabras tanto como a las del propio Ivar, observando los rostros de todas aquellas gentes que, merced a lo que estaba convencido que no eran más que mentiras y tergiversaciones de la verdad, habían pasado a temernos a nosotros más que al verdadero enemigo. 

Ivar. -Llamé al explorador cuando, tras ofrecer larga explicación que podía o no servir para apaciguar el ánimo de aquellas personas, pero sí había servido con el mío, mostró su intención de salir a cumplir con el cometido al que se había prestado voluntario. Me acerqué a él y puse una mano enguantada sobre su hombro, apretando ligeramente- Ten cuidado.

No era momento ni situación para expresar ante todos lo que pensaba de las acusaciones de aquel hombre. El explorador no negaba haber formado parte de aquella banda, de la que renegaba y por culpa de la cual no faltaba sangre en sus desgastadas manos. Pero aquello eran delitos antiguos, prescritos a mis ojos, cometidos por un hombre que no era ya el que tenía antes mí. Desde que le había conocido, no era un delincuente ni un mal hombre el que se había expuesto a mis ojos, sino más bien todo lo contrario, y el hecho de que estuviera allí con nosotros, tratando de ayudar aún a riesgo de su propia vida, hablaba por sí sólo.

Será mejor que todos nos calmemos. -Pedí alzando una mano abierta ante aquellos rostros llenos de dudas y miedos- Mi nombre es Tyron Stark, y sí que soy caballero de Stumlad. No soy ningún desertor. -Sentencié con firmeza, sin poder evitar que cierta indignación y enfado se destilase en mi rostro- Puede que no hayan pasado ni cuatro estaciones desde que juré mis votos, pero lo hice, y no he roto ni uno sólo de los tres juramentos, castidad, justicia y lealtad, de mi Orden. -Expuse con orgullo, pese a que no era uno de los valores que primaban en mi ser. Miré al posadero, y también a su esposa, quien se encontraba algo más alejada junto al cocinero- Irdon, Belona, ambos llegasteis a conocer a los elfos que me trajeron y pagaron mi estancia aquí, así como a la montaraz de Lidtanast que permaneció conmigo cuidando mis heridas. Me habían encontrado moribundo, después de que un miembro de mi destacamento me arrojase por un barranco en medio del fragor de una escaramuza con los orkos. Y todo porque dos de mis juramentos sagrados entraron en conflicto, puesto que no podía mirar hacia otro lado ante las injusticias perpetradas por miembros de la orden a los que no podía oponerme directamente. Por ello, en cuanto todo el mundo aquí esté a salvo mi intención es acudir a las más altas instancias de mi orden en Eras-Har y resolver este entuerto. El capitán Verdeis limpiará la orden de indeseables. -Afirmé con esperanza, aún a sabiendas de que no sería sencillo lograrlo. Pero el capitán me conocía, había sido él quien me reclutara para la Orden y tenía fe en su honradez y determinación- No es mucho lo que puedo decir de aquellos que me acompañan. La mayoría de vosotros sabéis que nos hemos conocido hoy mismo. Pero hemos combatido a los muertos, hombro con hombro, y aunque lo más sencillo habría sido huir de ellos en dirección oeste, en busca del refugio de los gruesos muros del templo de Korth, o incluso más lejos descendiendo estas montañas, henos aquí. Hemos venido a ayudar, a advertiros del peligro y superar juntos esta noche para acudir mañana a lo que esperamos sea un refugio seguro.

Esperaba que aquellas explicaciones fueran suficientes para aquella gente, que se dieran cuenta de hasta qué punto las afirmaciones del cazador de hombres eran falsas y engañosas, destinadas a sembrar cizaña y desunión. Pero si no era suficiente, esperaba también que algo más facilitase la unión que tanto precisábamos. Un enemigo común.

No sabemos qué dirección han tomado los muertos. Podrían no venir hacia aquí, pero si vienen debemos estar preparados. No deben ver luz alguna, y todos los accesos deben ser sellados y reforzados, tanto puertas como ventanas. Hemos de trabajar juntos en ello. Todos y cada uno. -Indiqué con seriedad, manteniendo unos instantes de silencio mientras paseaba la mirada por todos los rostros presentes, incluido el del cazarrecompensas- Podemos dormir todos abajo, sin fuego alguno, con toda la ropa de abrigo que podamos aprovechar. Y organizar turnos de vigilancia aquí arriba, de dos en dos, para hacer menos ruido. Quizás tengamos suerte, y la mañana nos alcance sin sobresaltos...

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