Partida Rol por web

- Basta, haya paz hijos míos- zanjó el padre Diego. -Tenéis cuitas por tonterías mundanas cuando las almas de todos nosotros pueden estar en peligro mortal. ¿No os dais cuentas que esas lamias que decís si non son muyeres, y estoy seguro que ángeles non son, no pueden ser otra cosa que criaturas del Maligno? Brujas o tal vez incluso peor, demonios. Seguramente son ellas las que te roban las ovejas o las hacen enfermar con sus malas artes - dijo mirando a Ambrosio - También son ellas las que espantan  la caza, puesto que ningún animal creado por la mano de Dios estaría en un claro con el espanto demoníaco que encontrámonos en el camino hace un rato - dijo esta vez mirando a Dunixi - Por suerte, la solución es fácil, hay que acabar con ellas y todo se arreglará, las cosas serán como Dios manda.

El padre Diego hizo un gesto dramático, levantando la mano abierta, pidiendo a todos que pararan mientras pensaba un momento. Tras ello sacó su biblia y empezó a pasar páginas frenéticamente hasta que llegó a lo que buscaba. - Evas*, hijos mios. Escuchad la palabra de Dios. Exodo 22:18 "NO DEJARÁS CON VIDA A LA HECHICERA". Estas últimas palabras díjolas con voz grave y casi gritándolas, para darles más énfasis, de manera casi teatral.

Tras ello hizo una pausa mientras agachaba la cabeza para que todos pudieran reflexionar sobre las palabras que habían escuchado. Levantó de nuevo la cabeza y les miró sonriendo. -¿Os dais cuenta que estamos en divina misión de acabar con la hechicería y así cumplir con su Santa Palabra? Vuestros pecados serán limpiados si acabáis con los enemigos de Dios en la tierra y podréis ir al cielo donde disfrutaréis de la vida eterna sin privaciones o precupaciones. Más tened cuidado y no las escuchéis si las encontramos, pues el diablo gusta de mentir y engañar. Matadlas por hierro directamente en cuanto las veais antes de que os ataquen u os tienten y tendréis vuestra recompensa en el cielo como paladines de Nuestro Señor.

Todas esta larga arenga hizo el padre Diego intentando inflamar el celo de miles y pueblerinos por igual y así convencerles de afilar sus armas y usarlas contra aquellos engendros encarnadas en muyeres, la forma natural del demonio para engañar al hombre.  

Lope se baja del caballo más relajado, la ballesta la cuelga de la silla asegurando el virote para que no se disparé solo y se acerca al pastor.

- Si bien no nos hemos presentado, soy Lope para servir a Dios y a vos si fuera menester. Me interesa saber que es lo que sabe de esas criaturas a las que llama Lamias, que poderes sobrenaturales dicen que tienen, ¡porque algo habrá oído! Y ha dicho que se mueven por «la Espinosa» ¿Dónde está ese paraje, si tiene a bien decirnos?

- ¡Y vos, Dunixi!- Mira fijamente al cazador-. No me digáis que no sabéis nada de esas criaturas. 

Alvar no había oído hablar en su vida de lamias, pero lo que contaba el pastor encajaba con lo que Veremundo les había contado. Esas eran a las que buscaban. Dejó que hablaran sus compañeros antes de intervenir. Aflojó primero el gesto, pues Ambrosio no parecía hombre peligroso, de momento.

—De camino hacia acá —le dijo al hombre— hemos encontrado un altar con ofrendas de sangre y un árbol. ¿Sabes algo de eso? Ah, y por cierto, ¿no tendrás una pizca de vino? Tengo la garganta seca.

Lo que empezaba a tener el desgraciado de Alvar era síndrome de abstinencia, que no probaba gota desde el día anterior.

—Mis hachas están prestas, padre, pero sin vino no hay nada divino, así que un buen trago antes de dar con esas brujas sería de rigor y hasta necesaria piedad.

El discurso de Diego, la voz de "la Iglesia" hecha palabra en aquel valle de Amézola, pareció calar entre los dos vecinos de la aldea, que se callaron definitivamente en su pelea verbal.

No quisiera yo contraveniros, padre, pero se me acusa en estas tierras de todo y mucho -miró una vez más a Dunixi, sin dirigirse hacia él explícitamente-, y yo solo vivo en paz con las mías ovejas... Tenéis razón en lo que decís, y en la Sagrada Palabra que leéis también, pero yo no pienso acercarse a esas tales, si me las vuelvo a encontrar, para matarlas a hierro. Se me helarías las piernas si por alguna razón no pudiera correr -efectivamente, esos hombres no eran soldados-.

Acto seguido Lope descabalgó. Luego Ambrosio continuó, respondiendo al soldado.

Casi todo el mundo ha oído cantar a las lamiñas de los montes alguna vez y hay quien las ha visto e incluso se ha encontrado con ellas -decía el pastor-. Parecen mozas jóvenes, campesinas de buen ver. Pero a un ojo atento no se le escapa que no tienen las uñas sucias ni callos. Y hablan de forma muy extraña y directa. Y ponen en aprietos a los que no responden como ellas quieren. Si alguien se niega a responderles o miente, suelen cobrarse un precio.

Pues de esas criaturas no, señor Lope -murmuró Dunixi-. Pero la Espinosa... Así llaman a ese árbol... -sin querer dar más detalle, o tal vez por el solo temor de recordarlo, supísteis que el cazador se refería a la criatura-árbol contra la que habías luchado, y que había perecido por el fuego-.

Sí, la Espinosa... -repitió Ambrosio, sin saber que habíais luchado contra ella-. Todos los habitantes de por aquí conocen a esa yerba maldita, parecida a un árbol, porque ha querido el Diablo que crezca en el camino que lleva hacia Vitoria. El anterior párroco intentó quemarla e incluso comunicó sus maldades al Santo Oficio, pero desapareció poco después. La mayoría de aldeanos piensan que hay alguna relación entre la Espinosa y las malditas jóvenes, y que fueron estas últimas las que se encargaron de callar al párroco.

Un altar... pues debe ser de esas fulanas del demonio -respondió ahora el pastor a Álvar-. ¿Se refiere vos a esa mesa sobre las rocas, entiendo? Sí, llenas de flores resecas y ramas brujeriles... Tal vez les haga esas ofrendas al mal, a esa Espinosa o váyase vos a saber... Un momento...

El pastor asintió y se descolgó un pellejo de vino que llevaba sujeto al hombro por un cordel. Luego se lo tendió a Álvar, y siguió hablando.

Como les iba diciendo... -continuó hablando-, hace ya unos meses, me crucé con las tres lamias en el camino, no muy lejos de la Espinosa, y allí comenzaron a preguntarme un montón de cosas: que si cuánta sidra había bebido ese año, que si cuántas veces había ido a misa…, a lo que les respondí lo mejor que pude. Solo les mentí cuando le pregunté por cuántas ovejas tenía, ya que quiso el destino que precisamente esa semana hubiera pispado al viejo Cebrián cuatro de sus ovejas en compensación por unos agravios.

¿Ven como ha confesado lo de las ovejas? Ya les decía yo... -apostilló Dunixi-

Que te calles, te han dicho... -le espetó Ambrosio, y siguió hablando-. Por miedo a hacer público el hurto, no les dije nada de esas cuatro ovejas -lo "olvidó" para evitar confesar el hurto- en el recuento, y las lamias parecieron percibir el engaño, pues desaparecieron en el bosque entre risas espantosas asustando a las mías ovejas. Para cuando logré reunir al rebaño, en una curva avanzada del camino, comprobé que me faltaban cuatro ovejas. Sintiéndome imprudente y pecador, decidí seguir mi camino y aceptar la situación. Pero una noche, después de darle demasiado a la sidra, me animé a volver al camino y seguir el rastro de las lamias. Se me da bien andar por los bosques y, además, aquella noche sin luna se escuchaban hermosos cantos que provenían de cierta zona concreta...

El pastor hizo una pausa, como para reorganizar sus pensamientos.

Una vez llegué allí, descubrí que aquellas mujeres parecían estar dentro de la Breka, una covacha que hay en la pura roca, entre dos peñascos, cuya forma recuerda a lo que la mujer esconde en la entrepierna. Fuie a asomarse cuando sintió un terrible escozor causado por unas yerbas y prefirió salir corriendo. Logré llegar a casa, pero pasó varias semanas con unas fiebres terribles, que casi creía que me moría... Y eso es todo cuanto sé.

-¡Que te calles, Dunixi! ¡Hay cosas en juego!- Entonces río.

Lope se sentía muy orgulloso de haber contribuido en gran manera en acabar con «la Espinosa» y ya tenía planes para acabar con esas Lamias. Llamó a sus compañeros, apartándolos de Dunixi y Abrosio a la vez que les hacía gestos de disculpa.

- Gracias a la información del pastor, tenemos datos muy valiosos con los que podemos trazar un buen plan sin arriesgarnos demasiado- hizo una pausa- . Parece ser que el altar, claramente estaba dedicado a mantener a esa criatura diabólica, no es que crea en esas cosas, pero por lo menos esas eran sus intenciones por lo que hemos visto todos- todavía dudaba de lo que había pasado, dadas sus firmes creencias, ahora trastocadas levemente-.

- Según ha dicho, son hábiles cantarinas, que me recuerda a las Leyendas de los marineros con las sirenas y sus cantos que los vuelven locos, deberíamos tenerlo en cuenta. Más la protección que tienen en su guarida, a la que sin duda, estáis todos conmigo que debemos ir, son hierbas y cosas de esas, que con un buen fuego alrededor de su guarida, pudiéramos preveer antes de darnos a conocer en su cueva...-tragó saliva, miró a sus compañeros y sin dejarles hablar prosiguió.

- Yo soy más de hacerlas salir, en caso de ir a la cueva, que de entrar y vayasedios que trampas y hechizos nos pudiesen esperar.

El padre Diego hizo como si no hubiera oído nada sobre el robo de las ovejas. Estaba claro que ese pastor que se negaba a aompañarles a matar brujas, que no acudía nunca a misa y que robaba ovejas no era alguien de fiar, pero ahora mismo le tocaba trabajar con aquellos mimbres imperfectos y haría lo que se pudiera por acabar con la presencia de Satanás en la región. Luego ya habría tiempo de ver qué hacer con aquel pecador.

Acudió luego extrañado a la llamada de Lope, un poco con miedo no fuera que al dejar solos a Ambrosio y Dunixi estos pasaran a acuchillarse mutuamente y tuviera luego que perder un tiempo precioso en darles los sacramentos. - Sí, seguro que el fuego purificador ayuda a acabar con los sirvientes demoníacos destas brujas, así como el destruir todos los altares que viéramos por el camino puesto que también estarán para obrar su malefizios. Importante será por último no escuchar sus cantos de sirena y matarlas sin que sus mentiras, ruegos, lloros o lo que sea nos afecten -

Tras terminar de ver el plan con sus miles, volviose el padre Diego para preguntar a Ambrosio por más información sobre aquellas malas yerbas y a que distancia y cómo habia sucedido el ataque, para estar precavidos y a Dunixi si conocia la covacha, no fuera a ser que se perdieran.

Alvar escuchó con atención y guardando silencio, pero cuando el hombre le ofreció un pellejo de vino, lo tomó en sus manos cual si fuera una hostia consagrada y bebió satisfecho. Le supo a gloria el vino aquel, por peleón que fuera.

—Ahora sí se puede pensar con claridad. Gracias, hombre. Si tienes más de eso y quizá unos trozos de buen queso, dispuesto estoy a darte unas monedas, que no nos vendrán mal las vianditas.

Después miró a sus compañeros. Aquel trago le había renovado las fuerzas y ni mil lamias de esas le iban a estropear el humor.

—Ya me están quemando las hachas y necesito ponerlas en acción, así que busquemos a esas brujas o lo que sean y purifiquemos este valle del diabólico mal que lo aqueja. Vamos a la Breka y a fuego las haremos salir. Ahí estarán Manuela y Froilán esperando para darle lo suyo, je, je.

Viendo que Alvar se había centrado en el vino, inquirió al pastor:

-Dios, la Iglesia y nosotros mismos, agradeceremos unas velas que tenga por ahí y los odres de aceite que a bien pueda vendernos. Y si no puede acompañarnos a esa covacha, por lo menos decirnos como llegar.

El pastor Ambrosio, no añadió ninguna información, porque más bien os había contado todo que él sabía acerca de aquellas mujeres, y que esas yerbas estaban en las inmediaciones de la Breka (lugar al que Alvar propuso ir y Lope hacerlas salir de allí).

Comamos algo antes, señores -ofreció el pastor-, y así veré qué tengo por ahí. Luego os puedo encaminar a la Breka, pero ni acercarme he dicho... -insistió-.

Señores, yo nada más tengo que hacer -dijo ahora Dunixi-. Mi esposa me espera, y ya tienen un nuevo guía... -se refería al pastor, y desde luego el cazador no iba a comer de la hospitalidad de Ambrosio, dada su enorme rivalidad-. Estaré en la aldea por si regresan, pronto. Con Dios.

Y tal que así, tras la despedida del cazador (que ya había rendido cuentas al pago tras llevaros hasta el altar), os pusísteis a comer unas viandas que tenía el pastor Ambrosio por allí, y os facilitó unas velas y un par de antorchas. Nada de candil y aceite tenía el hombre, muy humilde él, aunque sí algo más de vino en otro pellejo para todo el grupo, para que lo guardárais en alguna alforja.

Tras un par de horas de descanso (en los que os pudísteis tumbar junto a los rediles de las ovejas, sobre una hierba bien dispuesta y placentera, vuestro cuerpo se hallaba ya descansado (dentro de lo que cabía) para visitar esa Breka, o como diantres se llamara. Ahora era algo más del mediodía.