Partida Rol por web

Todo gira como una imagen que pierde nitidez, claridad y forma. El espacio el tiempo se pliegan de maneras misteriosas más allá de lo que cabe concebir y, cuando todo parece volver a la normalidad, os encontráis frente a una puerta de madera que se adivina pesada. Sentado en el porche, junto a ella, hay un hombre vestido casi enteramente de negro y armado con una Beretta M92. Detrás de vosotros hay un muro de tres metros de alto que no habéis tenido la necesidad de sortear, coronado de cristales rotos. En el garaje situado a la derecha hay tres coches. Uno es el vehículo particular de Howart, o al menos eso se desprende de su magnificencia: un Mercedes grande. Los otros dos son mucho más familiares: una furgoneta negra y un Volvo de color rojo.

Al fin habíamos llegado a la boca del lobo. Nunca mejor utilizado el término. Al parecer, Howard ya había dejado de lado las sutilezas.

—Ese gorila va a ser difícil —le susurré a mi compañero para que sólo él me escucharan—. Pero... ¿Quién sabe? Tal vez si nos hacemos pasar por testigos de Jehová, baje la guardia. O tal vez podamos rodear discretamente la casa y buscar otra entrada. ¿Qué dicen?

De nuevo, una vez más desde que nos habíamos adentrado en aquella aventura, el sueño dio paso a la realidad. ¿O acaso había sido al revés? Hacía un segundo estábamos hablando con un tipo relamido y pomposo en un lugar difícil de descrbir, y ahora estábamos a las puertas de un monstruo con forma humana. Un monstruo al que debíamos eliminar.

Era tal el cúmulo de emociones que había experimentado hasta el momento; de sensaciones tan dispares las que estaba viviendo que ya no sabía distinguir realidad de ficción. Si estaba en un sueño o en el mundo real; lo que era mentira o verdad... Me daba cuenta que simplemente me dejaba llevar, dando un paso más para seguir hacia adelante. Había dejado de cuestionarme el porqué, quién, para qué... Simplemente hacía.

—¿Testigos de Jehová? —dije con sarcasmo, elevando una de mis cejas, ante la absurda idea que Tiffany planteaba—. Si te crees que vamos a pasar por testigos de Jehová es que no has visto uno en tu vida...

Pero algo de lo dicho por la joven era cierto, aquel matón era un obstáculo demasiado grande en nuestro camino.

—Busquemos otra forma de entrar o... —Mis ojos fueron directos hacia los vehículos—. Podemos crear una distracción. Intentamos arrancar uno de los coches, o todos, y cuando vengan a ver que sucede nos colamos en la casa sin que nos vean.

Decididamente me estaba volviendo loco, o más bien ya lo estaba, pues aquella idea era tan disparatada, tan absurda que incluso podía funcionar. Aunque... desde luego más seguro sería buscar otra entrada, pero no iba a ser tan divertido.

Y ¿desde cuándo había aparcado el miedo para ver el lado cómico de la situación? Seguramente la desesperación me había llevado hasta un punto sin retorno.

Liam tenía razón: No había pensado de antemano en el detalle del disfraz. Él no estaba vestido lo suficientemente formal y yo, bueno, sólo digamos que mi estilo no es precisamente compatible con las largas faldas que usaría una recatada cristiana. El tipo tal vez nos había visto. No podíamos ir a una tienda de disfraces y volver como si nada.

—Sí, mejor busquemos una entrada menos concurrida.

El hombretón de la entrada vestido de negro con gafas oscuras parece estar dormitando, ahora que tenéis la ocasión de fijaros en él y ver que no se mueve. Siguiendo el extraño plan trazado a vuelapluma por Liam Gallagher, os aproximáis a la zona cubierta donde están aparcados los tres imponentes vehículos, de los cuales dos son viejos conocidos para vosotros. Y no os traen recuerdos agradables precisamente, ya que fueron encontrados en el apartamento de los cuerpos destrozados, aquel maldito lugar donde alguien se anticipó a vosotros y, además de cometer la carnicería, secuestró a Christian Starker. Ahora sabéis que ese «alguien» sólo pudo ser Rhine Howart y sus matones.

Caminar por la zona ajardinada resulta relativamente fácil, a pesar de que el fantasma de que aparezca otro miembro de seguridad os martillea la cabeza cada pocos segundos. Sin embargo, conseguís alcanzar vuestro objetivo sin grandes contratiempos. Allí, por el momento, estáis a cubierto de lo que habéis descubierto que son tres guardias en total. Uno en el porche y dos en el jardín, cerca de la parte posterior de la casa. Están armados con metralletas o armas automáticas similares (no sois especialistas en armas, pero es lo que parece).

Con lentitud, Liam comprueba si los vehículos tienen en el interior accesible, cosa que así es. Tras eso, y unas cuantas frases de coordinación, arrancan dos de los coches al mismo tiempo y el propio Liam arranca el último de ellos. Una idea disparatada como pocas y terriblemente arriesgada teniendo en cuenta que esos guardaespaldas, o guardianes, tienen el aspecto de ser de gatillo fácil. Sin embargo, al periodista, afectado por lo transcurrido durante los últimos días, le parece tan buena idea como otra cualquiera.

Se alejan del aparcamiento y se esconden detrás de uno de los matorrales. Tal y como había supuesto, los tres hombres de negro se acercan al aparcamiento y comienzan a revisar los coches aún antes de llegar. Sus rostros dejan traslucir la extrañeza que deben de sentir, dado que no han visto a nadie colarse a través del muro que rodea el edificio.

Liam y Tiffany se acercaron rápidamente a la puerta principal de la casa y entraron todo lo rápido que les fue posible, cerrando la puerta lentamente tras ellos. Y allí, en el lujoso y enorme recibidor, hay un enorme espejo que cubre toda la pared. En unas cuantas perchas, hay abrigos oscuros como el que llevaba el individuo con el que se encontraron en Central Park. Aquel que portaba una espada de aspecto antiguo y, posiblemente, de origen romano.

Una escalera sobre al piso superior, está hecha de metal y los escalones están cubiertos de una larga alfombra de aspecto suave y caro. Al fondo a la derecha hay una especie de sala de estar de gran tamaño ricamente decorada. En las paredes hay colgados cuadros de los grandes maestros de la pintura moderna junto con grotescas fotografías de diferentes cámaras de tortura que, para vuestro disgusto, han sido usadas poco antes de haber sacado las tomas. Recordáis que ya os avisó Jonathan Cordinger que Rhine Howart había sido torturador en diversas zonas en conflicto de Asia.

Más al fondo, parece haber una especie de galería, aunque por la distancia no podéis estar seguros del todo.

La entrada no había sido tan difícil como imaginábamos. El lugar estaba lleno de evidencias. Saqué fotos de los vehículos, del abrigo en la percha... todo podría servir para incriminar a Howard. Por no mencionar el extraño gusto de aquel hombre. Podría no ser útil en la corte, pero a la prensa le encantaría.

—Bien... ¿Cuál es el plan? ¿Registramos la casa hasta dar con Starker?

A esas alturas ya no me preguntaba cuán loco podía ser un plan. Despues de todo lo que había escuchado y visto la idea de arrancar todos los coches me parecía tan estúpida y arriesgada como cualquier otra. Pero lo sorprendente fue comprobar que la jugada no solo les había salido bien sino que les despejaba el camino hasta la casa sin ningún problema.

Y menuda casa... Por mi parte no tenía ninguna duda que a Howart le había ido muy bien en la vida. Quizás para mí tenía un gusto demasiado recargado, pero estaba claro que el hombre entendía de arte. Aunque fuera un arte demasiado macabro.

—No tenemos más opciones —contesté a Tiffany—. La cuestión es si nos separamos para ganar tiempo o exploramos la casa juntos.

Separarse podría ser muy arriesgado, aunque si cogían a uno el otro siempre podría tener una oportunidad de escapar. Eso sin contar con que en aquella mansión parecía muy grande, con demasiadas estancias en las que buscar, y eso les iba a llevar demasiado tiempo.

—¿Qué opinas? —pregunté, sin decidirme por hacer aquello juntos o por separado—. ¿Uno mira arriba y otro abajo o empezamos los dos por aquí?

-Si nos encontramos con resistencia, podría ser difícil vencerlos -comenté ante las dudas de Liam- Mejor vayamos juntos, aunque tardemos más

Liam y Tiffany deciden, juiciosamente, proseguir juntos teniendo en cuenta la inferioridad numérica ante la que pueden fácilmente encontrarse. Dejando atrás la sala de estar, tan desmesurada y descomedidamente decorada, con caros muebles combinados con adornos dorados de dudoso gusto, deciden pasar a la sala del fondo. También está vacía, por fortuna, aunque muy iluminada y decorada con cuadros y estatuas procedentes de muy variados autores. Es casi seguro que esa, y no otra, sea la galería que Howart muestra henchido de orgullo a la gente que tiene la fortuna de visitar su carísimo hogar como invitada.

Las estatuas y armas del imperio romano ocupan un lugar importante y allí podéis ver, con el cartel de «gladius» la espada que llevaba el monstruoso individuo que os atacó en el muelle de Central Park hace lo que ahora parece una eternidad de tiempo. ¿Era aquella una mera copia del arma o se trataba de un original de gran valor? Y, a tenor de lo visto ya, ¿no sería realmente un soldado romano armado con su espada reglamentaria del ejército? Esa pregunta, que estaría fuera de lugar en cualquier momento, se torna coherente habida cuenta de lo que habéis visto y experimentado en relación con el espacio y el tiempo.

Además de algunos cuadros originales de Picasso y Miró, hay uno especialmente llamativo. Se trata de un retrato al óleo de Rhine Howart que lleva la firma de Christian Starker. Por lo que parece, el cuadro revela el alma del coleccionista en todo su espantoso esplendor. Por lo demás, no parece que haya nada importante que investigar en la sala… salvo quizá unas armas de fuego en la pared pertenecientes a la Alemania nazi. Si están cargadas, podrían serviros como defensa.

Salimos de aquella estancia y llegamos a la dichosa colección de Howard. Allí vimos esa espada con la que nos atacaron. ¿Sería la misma o sería una proveniente directamente del pasado? No estaba segura si tenía sentido preguntarnos eso en ese momento. 

-Ese Starker sí que tiene visión artística -dije al encontrarme con el autoretrato de Howard- Esperemos que sea sólo eso. No quiere enterarme que así es como se ve realmente el dueño de casa.

Luego centré mi atención en la colección de armas nazi.

-Viejas pero útiles, espero -dije mientras tomaba una y la examinaba para ver si estaba cargada.

Como le sucedía a mucha gente adinerada a la que había entrevistado, el exceso de ostentación en la casa de Howart estaba a la orden del día. Tenía que reconocer que su pinacoteca era impresionante, pero su gusto estético se alejaba años luz de lo que yo consideraba elegante y sofisticado.

Pero no era momento de recrearme ni en la decoracion ni en los cuadros. Estábamos allí para buscar a Starker y no teníamos demasiado tiempo para encontrarlo y sacarlo de allí. Aunque no pude evitar quedarme mirando aquel perturbador cuadro del dueño de la casa.

—Desde luego Starker sabe ver el alma de la gente —murmuré para mí mismo contemplando la imagen del cuadro. Me fijé en el broche que Howart llevaba y, echando un vistazo a las armas romanas y nazis que se veían expuestas, me di cuenta de lo obsesionado que estaba el hombre con ciertas ideas, culturas, mitologías...

Fueron las palabras de Tiffany las que, una vez más, me sacaron de mis pensamientos. Si no fuera por su presencia seguro que en más de una ocasión me hubieran sorprendido perdido en mis cavilaciones. Me acerqué a ella mientras cogía una de las armas de fuego expuestas.

—¿Está cargada? Porque si es así nos pueden venir de perlas —dije, escogiendo yo también una de aquellas pistolas.

Lo que me quedaba claro era que en aquella habitación no se encontraba Starker; teníamos que seguir buscándolo y esperar a que a los tipos que protegían la casa no se les ocurriera entrar a echar un vistazo en su interior.

—Sigamos buscando —dije a mi compañera mientras me dirigía a la siguiente puerta.

En ese momento, los dos periodistas se encuentran armados con sendas «Lugger», nombre popular que recibe la «Parabellum-Pistole», pistola semiautomática accionada por retroceso de diseño patentado por Georg Luger en 1898 y producida por la fábrica alemana de armas «Deutsche Waffen und Munitionsfabriken» (DWM) a partir del año 1900. El ejército alemán la uso en ambas Guerras Mundiales y su carga habitual era de 8 cartuchos en el caso de los cargadores extraíbles y 32 cartuchos en el caso de tener tambor, lo que no era el caso. Toda esta información se podía encontrar en un cartelito bajo ambas armas, escrito con una preciosa tipografía.

Al noroeste de la sala de estar en la habían estado antes de pasar a la galería de arte de Howart, hay una puerta que da paso a otra habitación. Entrando lentamente y sin hacer ruido, se dan cuenta de que está vacía [habitación número 5 del mapa]. En ella sólo hay un gran comedor presidido por una mesa de roble pero, por lo demás, sólo muebles y una puerta acristalada que da salida al jardín. Un lugar poco recomendable al tener, muy probablemente, más de una patrulla guardando el perímetro de la casa fuertemente armada, tal y como ya habían visto en la entrada de la misma. Demasiada seguridad, en opinión de cualquiera, para un marchante de arte, por muy famoso que sea.

—La escalera de caracol... —dice una voz que no procede de ninguna parte y que a ambos investigadores les suena familiar. Liam y Tiffany se miran, como para estar seguros de que ambos han escuchado lo mismo, y asienten casi al unísono. Isaiah Green. Había una escalera de caracol en el recibidor de la casa… ¿quién les ha podido recomendar que vayan por allí? Y, más aún, ¿es conveniente hacer caso a la voz?

Justo cuando pensé que habíamos llegado a un callejón sin salida, escuché una voz. ¿Podía ser la voz de Isaiah? Miré a Liam para estar segura y supe que él también la había escuchado. No sabía si hacerle caso o no, pero era la única pista que teníamos por el momento.

-¿Acaso se refiere a la escalera caracol que vimos antes? -reflexioné en voz alta- regresemos y veamos que hay allá arriba.

Aquella casa era demasiado grande para que nos diera tiempo a revisarla entera antes de que nos descubrieran porque, a pesar de que ya estábamos armados, dudaba mucho que esas viejas pistolas fueran de mucha ayuda, aunque en mi caso me daba una falsa sensación de seguridad.

Una vez en aquel comedor vacío e incapaz de decidirme por dónde tirar, me quedé mirando a todas partes pesnando cuál sería el mejor sitio para esconder a alguien. Quizás hubiera alguna habitación secreta o tal vez un sotáno o un ático. Eran tantas las posibilidades...

Pero no fuimos ni Tiffany ni yo quien tomó la decisión. La voz... Aquella voz que ya no se me olvidaría nunca; aquella voz perteneciente a aquel por el que nos habíamos embarcado en aquella alucinante, turbadora e increíble aventura nos estaba aconsejando.

Miré a la paparazzi y ante su mirada me di cuenta que ella también lo había escuchado. Isaiah nos estaba indicando por donde tirar.

—Sea o no sea real lo que hemos escuchado. Sea o no sea una trampa... No tenemos nada que perder.

Seguí a Tiffany hasta el punto donde habiamos visto las escaleras de caracol.

Tras haber escuchado la voz de su amigo Isaiah Green, que ya antes les había tratado de ayudar en la dimensión de locura en la que parecían haber entrado, ambos periodistas deciden hacer caso a la recomendación escuchada entre susurros y retroceder hasta la escalera de caracol de la entrada. Con paso lento, tratando de hacer el menor ruido posible, se encaminan hacia ella. En el recibidor, el espejo decorativo de la entrada les devuelve su reflejo, que parece un poco desmejorado con respecto al inicio de toda esta serie de extraños sucesos, viajes y periplos varios.

Tal y como la recuerdan a pesar de no haberse fijado demasiado en ella, la escalera de caracol que asciende al piso superior está hecha de metal y decorada con una larga y mullida moqueta que se adapta a los giros de los escalones. Paso a paso, inician el ascenso. En las paredes hay pequeños cuadros, no más grandes de quince centímetros de alto por quince centímetros de ancho, que representan pequeños paisajes un tanto perturbadores de campos vacíos, vegetación muerta, ausencia de animales y soles mortecinos. ¿Qué lugares estarán representando?

En el piso superior, todas las puertas están cerradas. Existe una al norte y otras dos al este y al oeste, respectivamente. Sin embargo, y pese a que sus instintos parecen indicarles que se dirijan a la zona que, en el piso inferior ocupaba la sala de exposiciones de Rhine Howart, no siempre una intuición se corresponde con una realidad. La atmósfera que se respira en la casa se corresponde con un lugar frío y desolado, como si hubiesen conectado unos cuantos aparatos de aire acondicionado a plena potencia y se hubieran olvidado de apagarlos. El olor es extraño, aunque es imposible saber su origen. Pequeñas luces, aunque suficientes para ver con comodidad, iluminan la estancia entre estancias en la que os encontráis, y donde tenéis que decidir hacia dónde ir.

-Bien, tenemos tres opciones -dije al encontrarme con la habitación al final de la escalera- ¿Qué tal si empezamos por aquella puerta?

A cada escalón que subía detrás de Tiffany, peor sensación me daba aquella casa. Viendo los pequeños cuadros que adornaban el ascenso me di cuenta del gusto tan tétrico y perturbador del dueño. Aunque, si lo pensaba mejor, no tenía porqué sorprenderme dada su obsesión por el arte de Starker.

Y esa sensación se acrecentó cuando, al llegar al final de la escalera, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Allí hacía demasiado frío; un frío anormal para una casa tan lujosa como aquella. Quizás fuera por culpa de todo lo que habíamos vivido las últimas horas, pero empezaba a preguntarme si esa mansión no sería una puerta a uno de esos extraños mundos; esos mundos ásperos e inhóspitos reflejados en los cuadros donde la vida, tal cual la conocíamos, no existía.

La voz de Tiffany, una vez más, fue el ancla que consiguió que mis pensamientos no se adentraran por territorios demasiado peligrosos y oscuros y, mirando la puerta que ella indicaba, me encogí de hombros. No tenía ninguna preferencia, así que lo mismo me daba por cuál debíamos empezar.

—Todas me parecen iguales así que —dije, sintiendo en mi voz cómo la apatía y la desgana iban cogiendo fuerza—, esa está bien.

Con la fe puesta en que la voz que os ha guiado hacia el piso superior es la del denominado «profeta», Isaiah Green, decidís explorar el piso superior de la mansión donde vive Rhine Howart. Este lugar, tan decadente como barroco por momentos, tenuemente iluminado, parece ser el punto final a donde os han conducido todas vuestras averiguaciones y vicisitudes. Todo lo que ha ocurrido, las pérdidas que habéis sufrido, los sitios visitados tanto de manera activa como pasivamente, os han llevado a este inquietante lugar. Lo que tenga que suceder ocurrirá en el interior de esa casa que por fuera está tan fuertemente protegida pero que, gracias a una actuación en apariencia sencilla de un tenebroso Cordinger, habéis logrado recorrer.

Armados con pistolas que tienen más de cincuenta años desde la última vez que fueron usadas, decidís entrar en la habitación oeste de la sala del final de la escalera de caracol. La puerta tiene diversas moldurillas y un plafón central bastante grueso. Las molduras, el rosetón y el capitel de madera oscura, os lleva a pensar que probablemente esa puerta cueste tanto como un año de ingresos de cualquiera de vosotros. Definitivamente, el dinero no parece ser un problema para Howart teniendo en cuenta ese nivel de gasto. Y también considerando los riesgos que está dispuesto a correr provocando una masacre en una casa a las afueras y secuestrando a un pintor conocido. Parece ser de esas personas que se sienten intocables.

Tras comprobar que la puerta está abierta y que no hay ningún ruido que proceda del interior, entráis en la habitación. Curiosamente encontráis lo que nunca hubierais pensado que un hombre como él tendría. Se trata de un laboratorio químico completo. Hay diversas alacenas repartidas por la habitación y tras sus cristales pueden verse todo tipo de sustancias que, a tenor de los símbolos de las etiquetas, son venenosas, corrosivas o ambas cosas al mismo tiempo. También está equipado con diversas máquinas muy avanzadas de destilación, microscopios y material de experimentación química como tubos de ensayo, matrices, y demás. En principio, nada que os pueda ser de utilidad y, en todo caso, sin rastro alguno de Howart o Starker.

Avanzáis por medio de la habitación hasta llegar a una puerta en la pared oeste. Silenciosamente abrís la puerta de lo que parece ser el estudio de Rhine Howart. Entráis en la habitación y veis un escritorio que contiene una carpeta de la que se escapan varios recortes de prensa sobre Starker. Una primera visión superficial de los mismos incluye folletos de exposiciones que describen el arte de Starker y anuncios de exposiciones que ya se organizaron hace algunos meses. Pero eso no es lo único que hay sobre la mesa: diversas cartas abiertas con un papel parecido al que encontrasteis, no hace tanto tiempo, en el apartamento de Carita Schiller. Vistas por encima, las cartas parecen contener referencias conocidas a primera vista.

¿Proseguís hacia la habitación que teníais pensado (2) u os detenéis a leer las cartas?

Nada más abrir la primera puerta con precaución me quedé soprendido. Quizás esperaba encontrarme con algún tétrico cuarto de invitados o un lúgubre despacho, pero lo último que esperaba ver en aquella casa era un laboratorio tan completo como aquel. Que el dueño fuera un reputado cirujano solo conseguía alterarme más pues, al comprobar que muchos de los frascos que se veían en los estantes correspondían a venenos y otras sustancias nocivas, lo primero en lo que pensé es que el enajenado de Howart se dedicaba a investigar con sus pacientes a saber qué cosas. Seguramente nuevas formas de tortura ya que, después de lo que habíamos oído hablar y después de ver los cuadros de Starker, el dueño de la casa era aún peor que el peor de los monstruos.

Y la obsesión que Howart tenía por el artista era más que evidente. En su despacho pude conseguir la prueba palpable de dicha fijación por Starker. Cantidad de folletos y anuncios sobre sus exposiciones me ofrecían una clara visión de todo el seguimiento que se había hecho al artista. Normal que quisiera pedir ayuda.

Pero lo que captó mi atención fueron las cartas... O más bien el papel en el que estaban escritas dichas cartas pues era idéntico al que habíamos visto en el apartamento del artista. Las cogí entre mis manos y, olvidándome de lo peligroso que podía resultar perder el tiempo, me puse a echarles un vistazo por encima, buscando algún tipo de información, cualquier pista que nos pudiera indicar dónde podía encontrarse Starker.

Las cosas comenzaban a ponerse interesantes. Un laboratorio químico no era lo que esperábamos encontrar, pero encajaba perfecto con un tipo como Howard. Luego, en su despacho, encontramos material que podría sernos de utilidad.

-Tal vez con ésto sea suficiente para llevarlo a la justicia -le dije a Liam mientras él se disponía a leer las cartas- Aunque a juzgar por todo lo que ha pasado, tal vez necesitemos más.

Me quedé vigilando la entrada, para que mi colega tuviese tiempo de examinar el material.