Partida Rol por web

1 de Septiembre de 2.000

Una mañana más, inserta como una perla en un collar, junto a una fila de cientos de miles de ellas. Una mañana que reluce un poco más o un poco menos que otras. Has aprendido a intentar apreciarlas todas para no volverte loco. A algunos de los tuyos les ha pasado, como si la eternidad fuese un peso que creciera cada día, una concha de tortuga siempre en aumento que hay que rascar un poco cada día para evitar que nos aplaste.

Repasas tu agenda, sentado en la cama, escuchando los sonidos de la calle que se despierta. Tampoco necesitas dormir, pero lo haces para tener lapsos de descanso y seguir sintiéndote normal. Sólo hay una cosa importante anotada, una reunión en dos horas para planificar la próxima subasta. El tema, esta vez, es el esoterismo. En realidad no vais a subastar nada realmente importante, pero los humanos tienen cierto gusto por todo lo que lleve una leyenda encima. Se supone que Ruth, tu asistente de dirección debería haber seleccionado unos cuantos artículos y debes darles el visto bueno.

Me levanto con parsimonia, y me acerco a la ventana. El aire aún es demasiado cálido, demasiado pegajoso para mi gusto. Pero la vida que ya empieza a mostrar la calle, el barrio, me anima.

Con la agenda aún en la mano, cojo el teléfono interior.

-Nina, ¿ha llegado Ruth? ¿no? Bien, ponme el desayuno en la terraza del ático, y hazla subir cuando llegue, por favor.

Después una buena ducha, vestirme con la ropa que prefiero, negro y discreto, blanco y seda. Recoger la prensa, y subir arriba. Nunca me arrepentiré de haber comprado esta casa, cuando la construían ya me sedujo la idea de instalarme en NY. Y comprendí que el Village formaría parte de la ciudad, aunque en aquel momento fuera un pueblecito residencial.

El ático, en el terrado de la casa, está constituído por un invernadero y una única dependencia porcheada, con terraza. No hay más, pero es mi refugio, mi Sancta Sanctorum. Allí tengo mi estudio, mi despacho privado; arte, tecnología, recuerdos, tiempo... paz.

Disfrutas un rato del aire fresco de la terraza. LOs tejados de este barrio no son como los del resto de la ciudad. Están más cuidados, tienen más vida. Incluso hay paisaje, porque los rascacielos de los demás barrios están lo bastante lejos.

Nina llega puntual, un poco antes de la hora. No podías exigir menos; el tiempo te sobra, pero el tiempo es oro. Ruth es una chica agradable, en general buena persona y abnegada. Supones que tiene una vida rica e interesante fuera de su trabajo, pero no lo deja traslucir y aún no has decidio si será bueno interesarte por ella.

-Buenos días, señor Williams.-

-Ah, pasa, siéntate, Ruth. ¿Quieres un té? ¿o un café...? Ya sabes que Nina los prepara italianos, no esos brebajes aguados que suelen beberse por aquí.

Dejo el periódico sobre la mesa, y la miro directamente a los ojos. Es atractiva, si, y eficiente. Quizá demasiado reservada. O puede que no demasiado. Después de todo, es reserva lo que más necesito.

-Bien, he estado repasando la agenda, poca cosa hoy. La reunión, en una hora y cuarto... dime qué propones para la próxima subasta, la de esoterismo.

-Bueno, aquí lo tiene.- dice acercándote un documento con varios objetos fotografiados y catalogados. -Esta es mi propuesta. Como verá, hay un poco de todo. No creo que le cueste defenderla ante el consejo de dirección, pero si tiene alguna duda o quiere sugerir algún cambio...- Ruth te mira a los ojos y parpadea, acercándose a tí mientras se sirve canela en el capuccino. Dirías que está flirteando si no fuera porque en ese caso, flirtea con todo el mundo. Supones que será algo de su carácter.

Echo una mirada al cuerpo de Ruth, cuando se acerca. Es sinuosa, y, además, huele bien. Tomo el dossier con las fotografías, y llevo de nuevo mis ojos a los suyos. Sonríe, con las pupilas y con los labios. Yo lo hago por dentro...

Ahora sí me entretengo en cada pieza. Me parece una colección correcta, me gusta especialmente el daisho, y me pregunto si realmente la katana habrá cercenado el cuerpo de un demoníaco Oni...

-Está muy bien. Es una buena selección, y no son piezas excesivamente costosas. ¿Alguna de ellas es ya nuestra? Será fácil remontar el precio de salida... si, pueden defenderse sin problemas ante el consejo.

Termino mi desayuno, y me relajo, contemplando como ella apura su capuccino. Es la hora de mi pipa, y Ruth lo sabe. Cuando ella termine, le indicaré que se vaya, si quiere. O que permanezca, no me he ocultado nunca de esa... costumbre...

Y la finalizaré a tiempo para ir a la reunión, renovado y pletórico. Tanto como puedo llegar a sentirme, naturalmente.

-No, ninguna de las piezas son nuestras. Todas de vendedores que confían en nosotros.- te aclara Ruth. Cuando termina su café, se acomoda un momento sobre el sillón y mira el paisaje del que disfrutas desde la azotea. No parece darse cuenta ni de tu silencio ni del mensaje que ello implica.

Sin embargo, sin más se levanta, alisándose la falda y cogiendo los appeles sobre la mesa. -Voy a ir hacia allá, para preparar la sala.-

Mi pipa. Mis minutos de vacío, de ausencia. Todo lo demás es tiempo, pero ahora, no. Ahora no existe esa dimensión. En ese lapso intemporal las imágenes danzan un baile frenético sin pertenecer a ninguna parte, a ningún momento.

Y veo de nuevo cada uno de los objetos del dossier, mgnificado, amplificado, cada detalle, cada imperfección. Y aquellos que los usaron, o los que mi cerebro fascinado y cansado cree que lo hicieron. Un bailarín girando sobre sí mismo en un torbellino de seda, entre la que el verde del jade brilla de vez en cuando, un Oni gigantesco cayendo bajo el movimiento preciso y elegante de una katana portada por un samurai de armadura laqueada, un moribundo rodeado de plañideras rezando, un vanidoso en su palanquín, unos monjes, unos niños... poco a poco las imágenes se disuelven en las volutas del humo. Y también mi ausencia.

Retorno. Apenas unos minutos, pero han hecho su efecto. Recojo mis bártulos de fumador, con cuidado, con método.

Me levanto, un vistazo por encima de los tejados, otro al espejo junto a la puerta. Si, como siempre. Arreglado, con un cierto aire desaliñado. Falso, falso aire desaliñado.

Salgo en dirección a la reunión. Sé que Nina está al acecho, para entrar a limpiar lo que no he llegado a ensuciar...

-Adiós, señor Williams.- te despide Tina, que se mueve como un amable fantasma por la casa, limpiando, ordenando, tan ligera y prudente que las cosas parecen moverse solas.

El Bentley Continental ruge en el garaje. Das gracias otra vez a los hados por tus amigos en Europa y el mercado de lujo de segunda mano. Sin duda es un vehículo que no pega del todo en tu barrio, por eso tienes que caminar unas manzanas al norte para sacarlo del garaje privado.

Conduces hacia arriba, hacia el Upper West Side, la parte rica y a la vez liberal y demócrata de Nueva York. Actores famosos, literatos, intelectuales y periodistas que se codearon con Clinton... mezclados, por supuesto, con un montón de gente de clase alta que ven películas de Woody Allen porque les hace sentirse menos clasistas.

Zafon's contiene las dos primeras plantas de un edificio al estilo de los años 50 recientemente renovado, además de varias plazas privadas de parking. La música del ascensor es horrible, pero tampoco es que nadie le preste atención.

Cuando entras en la zona de oficinas de la planta baja, te saludan varios empleados con la falsa familiaridad que te gusta cultivar en el trabajo. Te diriges directamente a las sala de juntas. Ruth ya está allí, distribuyendo dossieres frente a cada una de las sillas. Lanza una mirada a un rincón. David McNeill, vuestro abogado. No vuestro en exclusividad, claro, trabaja en un bufete, pero hace buen equipo con los tuyos. No es buena señal que se presente tan pronto. Se supone que su papel iba a ser sólo el de asesorar en esta reunión.

-John.- te saluda con un apretón de manos. -He venido antes porque no voy a poder quedarme. Me ha surgido una urgencia y tengo una reunión en otra parte a la que tengo que ir sin remedio. He examinado el documento de Ruth y no le veo pegas. Pero quería decirte también que hay un cliente... alguien que conozco. Creo que estaría dispuesto a comprarte una de las piezas antes de la subasta por una buena suma. Así aseguramos una pieza más vendida a alguien con mucho interés, ¿no?-

He seguido la mirada de Ruth, sabía que no la lanzaba en vano. David está ya aquí... demasiado temprano. Me acerco, y tras el apretón de menos, vienen excusas y... bueno una oferta.

-Siento que no puedas quedarte. Sabes que prefiero que lo hagas. Pero naturalmente, no puedo evitar que tengas urgencias.

Me sonrío ligeramente, no sé por qué, pero hoy el aire del abogado no es convincente.

-Y bien, ¿quién es ése cliente? ¿Y cual la pieza?

-Es probable que te suene el nombre. Michael Abaldon, el industrial-y-filántropo. Ya sé que parece a punto de retirarse, pero tiene dinero de sobra para darse algunos caprichos. Como ves, en esto me pongo más de tu lado que del suyo...- dice guiñándote un ojo.

-Lo que Abaldon quiere es esto- y señala una de las imágenes del informe de Ruth, el colgante Huang. -Tengo permiso para ofrecerte diez veces su precio de salida ahora mismo.-

Afirmo con la cabeza, apretando los labios, y mirando la fotografía del colgante que David señala con su dedo.

Esa sensación rara no me ha abandonado. Hay algo que no me encaja. Pero no acierto a saber... hummm...

-Bien, el colgante. Y Abaldon. ¿Te contactó él? Me pregunto... ¿cómo ha llegado a saber que saldría en Zafon's? ¿Y... qué le dijiste cuando te lo pidió?

David hace un gesto ambigua, como si quisiese decir "es sencillo". -Parece que le tenía echado el ojo hace tiempo al colgante. Conocía a su anterior propietario y le debió hacer alguna oferta, pero según Abaldon, se llevaban bastante mal. El anterior propietario del medallón habría alardeado de que ahora Abaldon debería pujar contra otros si quería tenerlo. La indiscrección viene por ahí. Cuando me pidió que te transmitiera su oferta, le dije que lo haría, pero que yo no sabía si lo que le había dicho el anterior dueño era cierto.-

El abogado te mira muy serio a los ojos -¿No pensarías que se lo había dicho yo? Porque es la primera vez que veo este informe.-

Mi mirada relampaguea, pero no de ira. No, es algo más... oscuro. Sonrío, y la sonrisa es más explícita. Es maligna.

-¿Que si he pensado que tú se lo habías dicho...? Escojo a mis colaboradores, David. Les distingo con mi total confianza. Todos aquellos que me rodean, de los que me rodeo, conocen mi código. Como tú. No deben preocuparse de lo que pienso de ellos...

No sigo. Pero está claro. No es una amenaza. Es un pacto sellado por ambas partes, que no debe ser quebrantado. Ese pacto se rompe sólo pagando el precio.
Pienso un segundo, quizá menos. Mi expresión cambia. Soy el de siempre.

-No, no aceptaré la oferta. Que puje, si quiere el objeto. Que pague por él lo justo, saldrá ganando.

Por un segundo, te parece que David traga saliva. Pero ese segundo pasa rápido y el abogado se recompone con profesionalidad y asiente. -Se lo diré hoy mismo. Ahora, os dejo. De verdad que la otra reunión es inaplazable.- Os volvéis a saludar y David os deja solos a Ruth y a tí.