En el principio estaba Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y primero hizo a los Ainur, los Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento, y estuvieron con él antes que se hiciera alguna otra cosa.
Ahora bien, Galicia era una región recóndita y alejada del mundo, sumida en sus propias reglas e historia y notablemente pobre. Que buena parte de todos los emigrantes españoles hayan salido de Galicia no es casualidad, y en una gran mayoría eran gente analfabeta y muy humilde.
Las penurias aquí fueron devastadoras en la posguerra y el mundo, oscuro. Si ahora os parece que vivo lejos, imaginad por aquel entonces, cuando todavía se viajaba en borrico, no existían carreteras, había lobos aullando en los bosques y la gente creía en las leyendas. En ese sentido, la etnografía gallega es profundamente oscura, religiosa, medieval, de ermitas perdidas en los montes, gente brutal y aldeas negras. Aquí hay un gran potencial para la oscuridad y el Demonio. Al menos en la mente de los lugareños.
Sé que suena chorra, pero es parte de la idiosincrasia gallega. La aldea minúscula, la vida mísera, el trabajo duro, el bosque cerrado y el poder del sacerdocio. La tradición está llena de leyendas de brujas (bruxas, meigas), aquelarres y demonios (o demo). Todo es pequeño, limitado. Aquí no existe el latifundio. El territorio está plagado de miles de pequeñas aldeas (la máxima concentración de municipios de España con -ahora- una población que no llega a tres millones).
En contrapartida, cuando no es resignado, taciturno y pesimista, el gallego es alegre y aprovecha las oportunidades que le da la vida. Le gusta la fiesta excesiva, el vino, el comer, comer y seguir comiendo hasta la demencia (sé que eso se dice de todos los rurales pero, creedme, que he estado en muchos sitios y conocido a muchas visitas que han vuelto a sus casas asustados, que esto es otro nivel). Aprovechar los días de luz como si llegara Cristo Renacido, hacer verbenas, romerías y festejos a mansalva y disfrutar del verano cuando se puede. Cualquier excusa es buena para reunirse, tocar música y festejar. De alguna manera había (antes) que ahuyentar ó demo y la oscuridad.
Porque todo lo demás era lluvia y oscuridad.
No olvidemos que en ciertas regiones de España la electricidad, la canalización, las carreteras... son inventos de muy avanzado el siglo XX. Y, en ocasiones, solo en las ciudades.
Y un día, queridas niñas, llegaron los contrabandistas.
Pero eso es otra historia.
- Cleon -
En Galicia el contrabando no es una actividad excéntrica, un misterio de gente oscura y peligrosa, sino que forma(ba) parte de la idiosincrasia del país. Como región ajena, apartada y muy olvidada, las necesidades eran muchas y las oportunidades pocas. Por eso, el contrabando se convirtió en una ocasión de supervivencia.
De aquellos polvos, estos lodos. En los años del hambre los contrabandistas iban y venían a través de La Raya (a raia en gallego) por los montes y el Miño que separan Ourense, Pontevedra y el norte de Portugal. No eran tiempos de droga, sino de comida, enseres, útiles: conservas, carnes curadas, bacalao, bicicletas, chatarra, herramientas, ropa, platos y manteles, muebles sencillos... Y también tabaco.
Porque el tabaco no hace mal a nadie y antes era un producto de primera necesidad tan importante en todos los hogares como el pan.
Y con toda esa mochila al hombro los contrabandistas no solo se hicieron ricos, sino que se convirtieron en héroes, ya que desafiaban a la ley por llevar maravillas nunca vistas en Galicia, como el tabaco americano o la leche condensada. Una suerte de Robin Hoods brutos como arados que eran más que admitidos, eran admirados.
¿Qué mal hacían? Ninguno. Llevar comida a hogares donde los niños morían a pares en los malos inviernos. En una época en la que incluso la Guardia Civil vivía en la miseria, era fácil comprar a la autoridad. Unas latas aquí y unos cartones allá y la benemérita miraba a otro lado. La Guardia Civil estaba deseando toparse con los contrabandistas. No para enchironarlos, sino para poder llevarse algo a casa. Y todas las bocas cerradas y todo en orden. Los contrabandistas traían bienestar.
Esto explica la posterior magia del narcotráfico gallego. Esta no era una sociedad atacada por una banda mafiosa. No eran grupos organizados de criminales violentos. Los contrabandistas eran familias conocidas, núcleos de la actividad social local, benefactores. Así eran vistos, como auténticos benefactores, gente respetable y admirada que traía prosperidad a la la aldea. Una aldea en la que todos son primos de alguna manera. Y estas bandas estaban formadas por clanes familiares, más el vecino, más el amigo íntimo, más el primo de mi amigo, más...
¿El resultado? Un red que atravesaba de manera transversal toda la sociedad gallega, de arriba a abajo y de lado a lado. El contrabando no es un delito, es una forma de vida como la pesca o la ganadería, y sus vínculos cruzan toda la maraña social. Es parte intrínseca del sentir gallego, una labor asumida y normalizada en la que está implicada alguien que conoces y que nunca daño a nadie.
No se trataba de permisividad ante el crimen ni de resignación ante lo inevitable. Simplemente era la normalidad.
¿Cómo vas a opinar mal de quien te consigue tabaco barato y conservas americanas?
Pero eso se truncó cierto día.
Continuará.
- Cleon -
Mucho antes de que el hambre dejara de ser hambre, los contrabandistas ya se habían dado cuenta de que el verdadero negocio era el tabaco.
Todo el mundo fumaba, todo el mundo quería tabaco americano. Todo el mundo lo quería barato.
Las tabacaleras americanas estaban de acuerdo. Acercaban los buques a la costa y los contrabandistas lo descargaban. Negocio redondo para todos. Tabaco barato para el pueblo, millones para los contrabandistas y muchos más millones para las tabacaleras.
Cuando ibas al estanco te preguntaban si querías el Winston normal o el de batea. Winston de batea, se llamaba, porque a veces los alijos se dejaban escondidos en las bateas mejilloneras. Y ellos eran os señores do fume, los señores del humo.
El tabaco se convirtió en moneda. Servía para pagar deudas y sobornos. Si la Guardia Civil interceptaba una lancha planeadora, el asunto se saldaba con unas cuantas cajas de regalo. Los Guardia Civiles cobraban poco, eran tan pobres como el pueblo y tenían un trabajo desagradecido. Darles unas cajetillas hacía su vida más agradable en un entorno donde el contrabando era como ser panadero. Ni la Autoridad pensaba que estuviera mal. Solo hacían su trabajo.
El coste va subiendo hacia arriba. Los de abajo se premian con cajas de propina. Pero la pirámide va subiendo de escala y de magnitud. Poco a poco, esa normalidad fue ascendiendo y los maletines llenos de billetes fueron entrando en los despachos de los partidos politicos. La relación de los contrabanditas y luego narcos con los de Alianza Popular es bien conocida*. Las campañas electorales, los despachos, las leyes amables... todo eso se paga a golpe de mariscada y fajos de billetes. Grandes empresarios, políticos, autoridades, cámaras de comercio, industriales... la red se extendió sin dificultad y en todas direcciones. Fraga era íntimo de alguno. Hoy todavía sale el presidente de la Xunta, Núñez Feijóo, en fotos en el yate de Marcial Dorado, narco de aquella época y de esta.
Y esa foto no importa. No trasciende y no tiene repercusiones política. El presidente de la Xunta puede darse mariscadas como si uno de los mayores narcos fuera de su familia. Y no pasa nada. Ni dimisiones ni justicia.
Porque así es Galicia y el entramado narcopolítico está en las raíces.
Y así fue hasta un día fatidico.
Porque el tabaco no hace daño a nadie, ¿no? Su contrabando no era delito, era una falta. Una multita, una noche en el calabozo y para casa. Así, ¿quién no quiere arriesgarse?
Pero un día, en Madrid, decidieron que se estaban perdiendo muchos miles de millones en esa esquina olvidada. Muchos impuestos por tabaco que no se estaban pagando. Y en Europa no les gustaba eso. Y para entrar en la CE, las normas hay que adaptarlas.
Así que un día el contrabando de tabaco se convirtió en un delito. Uno de eso que te lleva a la cárcel durante un buen rato. Meses. Años. ¿Y con quién se encontraron los contrabandistas gallegos en las cárceles de Madrid?
Con los presos colombianos y sus contactos en Medellín y Cali.
Y, la verdad, si te van a meter en la cárcel por cinco millones de Marlboro, mejor que sea por cien millones de fariña.
*Los narcos eran y son de natural conservador, tradicionalistas, de misa y orden. Pero más tarde, ningún partido político se ha librado de su influencia. El dinero vuela.
Continuará...
- Cleon -
Wikipedia:
En Galicia, durante los años 1970, algunos contrabandistas de estraperlocomenzaron a organizarse para el contrabando de tabaco desde Portugal. Facilitado por el apoyo social y la complicidad política, crearon una infraestructura de distribución ilegal que en la pŕoxima década se convertirá al tráfico de hachís y cocaína.
A principios de los años 1980, los contrabandistas de tabaco sofisticaron sus operaciones. Comenzaron a pasar de las rutas fronterizas con Portugal a las descargas de buques por vía marítima y tejieron redes de blanqueo de capitales mediante contactos con banqueros suizos.8 A mediados de la década, algunos clanes gallegos comenzaron a trabajar con el Cártel de Medellín, dando el salto al tráfico de cocaína.
La salida de prisión de los contrabandistas gallegos y los narcos colombianos, marcó el principio de la época de más actividad en el tráfico de cocaína entre Colombia y España a través de Galicia.
En este contexto de pleno auge de tráfico y consumo de drogas duras, un grupo de madres fundó en 1986 la Asociación Érguete («Levántate» en gallego), que pasaría a la historia como las Madres contra la droga. En su acto de presentación pública en Vigo, sorprendieron a prensa y políticos leyendo en voz alta una lista de 38 bares de la ciudad donde se vendían drogas duras. Más adelante, en una segunda convocatoria, repitieron dicha lista y añadieron otra de nombres y apellidos de conocidos narcos.14 Iniciaron una lucha contra los narcos, recorriendo la costa dando charlas informativas y más adelante organizando manifestaciones y escraches en casas de narcos. Según Carmen Avendaño, una de las fundadoras, en aquel periodo recibieron intimidaciones y amenazas de los narcotraficantes locales, incluso en presencia de Sito Miñanco y Laureano Oubiña.
Otro frente contra el narcotráfico fue la lucha armada. En 1980, ETA Militar declaró la guerra a la «mafia de la droga» e inició una serie de atentados terroristas contra locales y personas relacionadas con el tráfico de drogas en el País Vasco.1617 Este movimiento fue seguido también en 1990 por el Ejército Guerrillero del Pueblo Gallego Libre (EGPGC) con una serie de atentados bomba en la provincia de Pontevedra y Santiago de Compostela.
En 1988 se iniciaron una serie de operaciones policiales contra el narcotráfico en Galicia que culminaron con la Operación Nécora el 12 de junio de 1990: una redada masiva que contó con la participación de 217 agentes que se saldó con 18 detenidos, incluyendo la de Laureano Oubiña, los dos hijos de Manuel Charlín Gama (que también sería detenido más adelante), Marcial Dorado y los empresarios Carlos Goyanes y Celso Barreiros.18 El macrojuicio se celebró en 1994 con múltiples condenas, sin embargo, los acusados de ser los capos de los clanes gallegos fueron absueltos.
El narcotráfico en Galicia está organizado por clanes dedicados al narcotransporte, principalmente de cocaína. La droga se introduce por mar, en barcos que fondean frente a la costa y se traslada a tierra mediante lanchas planeadoras. Según la Policía, actualmente se estima que hay entre diez y doce clanes en activo.
Históricamente, Galicia solía ser el principal punto de entrada en España, donde los clanes de la droga locales colaboran con los cárteles colombianos para su importación. Sin embargo, tras el arresto de importantes narcotraficantes gallegos como Sito Miñanco y a la disolución de muchas de las mafias, los puertos del sur del país como el de Algeciras se han convertido en el principal punto de llegada.
https://elpais.com/elpais/2019/04/03/eps/1554314890_148951.html
Mientras lanchas llenas de hachís cruzan el Estrecho, en el norte otras planeadoras cargadas de cocaína siguen descargando en Galicia. Tras los excesos de los años noventa, los gallegos han aprendido a huir de los focos. En silencio, desde las Rías Baixas opera un imperio de transporte de coca que en los últimos años se ha extendido a varios puertos europeos, a África y al Mediterráneo oriental.
Cerca del centro de Pontevedra, frente a la ría, hay una bonita casa de dos pisos. A las once de la mañana del pasado 15 de noviembre, en los alrededores de ese chalé solo se veía a un hombre haciendo deporte, a una pareja dando un paseo, a un conductor buscando aparcamiento. Por la calle se aproximaron un coche y una furgoneta. El portón de la vivienda se abrió lentamente y los vehículos entraron. El inspector Alfredo Díaz, que aguardaba ese instante, agarró el pesado terminal del equipo de transmisiones y ordenó: “¡Adelante!”. Dos coches camuflados surgieron de la nada y se atravesaron en la calle, bloqueándola. De ellos descendieron cuatro hombres armados, ataviados con chalecos en los que se leía la palabra “POLICÍA”, y corrieron hacia la casa. También corrieron hacia ella el supuesto deportista y la pareja que paseaba junto al mar. Dentro, cinco individuos introducían paquetes en un compartimento secreto del turismo. Parecían libros: eran rectangulares y, a modo de portada, llevaban la imagen de una cabeza de caballo dentro de una herradura. “¡Al suelo! ¡Al suelo!”, les gritaron los agentes. Ninguno de los hombres opuso resistencia. El inspector Díaz sacó su móvil e hizo una llamada: “Tenemos la cocaína”, dijo.
Era la señal que esperaban sus colegas de Madrid y de la localidad pontevedresa de Ribadumia para entrar en otras viviendas. En las tres fases de la operación, denominada Poseidón y liderada por los Grupos de Respuesta Especial para el Crimen Organizado (Greco) de Galicia, fueron detenidas 15 personas y decomisados 650 kilos de cocaína. En la calle, el valor del alijo habría alcanzado 39 millones de euros. Ese volumen de droga no es inusual. Como recuerda el comisario jefe de la Brigada Central de Estupefacientes, Antonio Duarte, “España sigue siendo el segundo consumidor de cocaína de Europa, solo por detrás del Reino Unido”. Antes de su destino actual, Duarte estuvo 11 años al frente de Greco Galicia. Durante su etapa fueron aprehendidos 200.000 kilos de cocaína destinados a la región.
El escenario. O Salnés es una comarca situada entre las rías de Arousa y de Pontevedra. Ese territorio de costa enrevesada, con 112.000 habitantes, es en verano un paraíso para los turistas: playas de arena fina, agua transparente y buena comida. Pero tras la postal amable se esconde otra realidad. O Salnés es un lugar fundamental para un negocio que arranca en la selva colombiana y mueve 75.000 millones de euros al año en todo el mundo —la cuarta parte del presupuesto español—, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). Eso lo saben bien las agencias turísticas. La conocida Guía Repsol ofrece así uno de sus recorridos: “De Noia a Cambados. Los escenarios del narco gallego sin pizca de harina”. La web Besherpa anuncia: “Ruta Fariña: Winston de batea + ¡con ruta en planeadora! Todos los viernes”.
De O Salnés eran varios de los 15 detenidos en la Operación Poseidón, desencadenada por las andanzas en Colombia del gallego Jorge Gómez Calviño. Gómez, que fue representante del cantante Manu Chao, aparecía como investigado en varias operaciones de la policía.
El jefe del Greco Galicia, Emilio Rodríguez Ramos, conoce la comarca como la palma de su mano: “El epicentro de la cocaína es O Salnés. Es donde las personas del negocio se manejan bien. Es su zona. Son sus gentes. Yo entro en un bar de allí y con el [poco] acento que tengo inmediatamente empiezan a controlarme”.
En O Salnés viven la mayoría de los sospechosos habituales del tráfico de drogas. Tienen en quién inspirarse: de allí son Sito Miñanco (Cambados), Manuel Charlín (Vilanova de Arousa), Laureano Oubiña (Cambados)… Allí se levantan mansiones de los mayores narcotraficantes gallegos. Aunque es verdad que las cosas ya no son como en los años noventa, cuando los narcos se paseaban por las calles de esas localidades en Porsche o Ferrari. El alcalde de Vilagarcía de Arousa, Alberto Varela (PSOE), se esfuerza en subrayar el cambio que ha vivido la capital de la comarca: “Narcotráfico hay en toda España. Ahora, que sigue habiendo narcotraficantes a menor escala de los que había antes, seguro. Que son más discretos que los que había antes, también”.
Desde su recién estrenado despacho del Complejo Policial de Canillas, en Madrid, el comisario Duarte explica: “Ahora los narcos buscan la invisibilidad. Lo que más les preocupa es que se hable de ellos”. Pero que no se los vea no significa que hayan abandonado el negocio: “En Galicia siguen estando los cerebros, los que tienen relaciones con los colombianos. El gallego es el único a quien los colombianos le pueden dar grandes cantidades de cocaína en un barco. Es el organizador de todo. Cobra su comisión en alta mar, en cocaína, y se la lleva para Galicia. El resto se lo entrega a los compradores: en Madrid, Barcelona o Róterdam, para desde allí ser distribuida por toda Europa”.
Los capos. La producción de cocaína alcanzó en 2016 “el mayor nivel jamás registrado”, según el último informe de la UNODC. En total, de las selvas de Colombia, Bolivia y Perú salieron 1.410 toneladas de esa sustancia, un 25% más que el año anterior. Desde que el Gobierno colombiano y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) firmaron el acuerdo de paz, en septiembre de 2016, muchos antiguos guerrilleros se han convertido en productores de cocaína, según afirma un informe de la DEA (Drug Enforcement Administration). “Ahora mismo, los colombianos necesitan dar salida al excedente que tienen”.
Eso explica por qué Daniel Barrera, El Loco, sucesor de El Chapo Guzmán y actualmente preso en EE UU, ha dado orden de “inundar” las rías de droga. Dairo Antonio Úsuga, Otoniel, jefe del cartel del Golfo, también está interesado en Galicia, a donde ha enviado a varios emisarios, según declara el periodista Víctor Méndez Sanguos. Su ensayo Narcogallegos (Los Libros de la Catarata) se ha convertido en el volumen de cabecera de muchos policías.
Los capos de la droga que viven en O Salnés poseen lo fundamental: “El contacto directo con los proveedores colombianos. Directo”, subraya el comisario Duarte. “Viajan a Colombia, pueden incluso pasar parte del año allí. Eso hace que la droga les salga más barata y les permite reducir riesgos”.
La policía tiene vigiladas en Galicia a casi un centenar de personas por su presunta relación con el narcotráfico. La lista es secreta, pero cuando los medios de comunicación locales hablan de sus posibles integrantes, hay varios nombres que se repiten con frecuencia. Son los de Óscar Manuel Rial Iglesias, El Pastelero; José Constante Piñeiro Búa, Costiñas, y Juan Manuel Vidal Padín, El Burro. Ninguno de ellos ha sido condenado por narcotráfico.
Del rostro del Pastelero solo existe en Internet una foto. Fue tomada en 2013 en la Audiencia Nacional, durante el juicio del San Miguel, un pesquero que en 2008 fue abordado en medio del Atlántico por el Servicio de Vigilancia Aduanera cuando intentaba trasvasar 3.400 kilos de cocaína a varias planeadoras. El Pastelero aparece en la segunda fila del banquillo de los acusados, justo detrás de Costiñas. Es un hombre de unos 40 años, moreno, fuerte. La Fiscalía lo culpaba de dirigir la operación, y a Costiñas, de ser su principal socio. Toda la acusación se sustentaba sobre el testimonio de un marinero que había trabajado para ellos. Durante varios años, la policía lo había mantenido protegido, pero, como en las películas de gánsteres, desapareció en vísperas del juicio. Antes de esfumarse pasó por una notaría para escribir una carta: en ella pedía perdón al Pastelero y afirmaba que todo lo que había declarado hasta entonces a las autoridades era mentira.
Aquella fue la segunda vez que el Pastelero se libró de una condena por tráfico de drogas. En la ocasión anterior había sido grabado por la policía, también junto a Costiñas, durante una reunión que varios capos colombianos y gallegos celebraron en un lugar sorprendente: el hospital 12 de Octubre de Madrid. Se produjo en diciembre de 2006. Sin embargo, los agentes no lograron identificarlos hasta 2011. Cuando los llevaron ante el juez, este los dejó libres. Su decisión fue muy polémica.
El Pastelero fue condenado en 2014, pero no por tráfico de drogas, sino por fraude fiscal. Pagó sin rechistar los 700.000 euros de la multa que le impuso el Ministerio de Hacienda y los 200.000 euros de fianza para abandonar la cárcel. Desde entonces, su vida está rodeada de misterio. Como la de Costiñas y la de El Burro. De este último solo se sabe que tiene varios negocios en O Salnés y que vive la mayor parte del año en Colombia.
Víctor Méndez, el autor de Narcogallegos, retrata con una anécdota la obsesión de los tres por pasar inadvertidos: “Uno de ellos hizo un viaje en moto con su grupo desde la ría de Arousa a Santiago. Antes de salir, advirtió a sus acompañantes que no se levantaran la visera del casco porque la policía podía estar vigilándolos. En el peaje de Santiago, a 10 kilómetros de la ciudad, uno se la levantó para pagar. Su jefe no dijo nada, pero cuando llegaron a la ciudad le aplicó un correctivo”.
Los responsables de las fuerzas del orden son extremadamente cautelosos al hablar de estos hombres, todos ellos empresarios de éxito. De su defensa se ocupan algunos de los más cotizados penalistas del país, como Francisco Miranda, abogado del Pastelero, o Gonzalo Boye, letrado de Sito Miñanco, de Marcial Dorado y también de Carles Puigdemont y de otros políticos catalanes huidos de la justicia. El juez José Antonio Vázquez Taín, que en el pasado se ocupó de casos sonados de narcotráfico, ha comentado con ironía que, al final, quienes se hacen ricos son los carísimos abogados de los narcos.
Los comisionistas. Cuando fue detenido en su chalé de Algeciras hace un año, Sito Miñanco todavía era el número uno. En su poder tenía un guion plastificado de la serie de televisión Fariña, que aún no había sido estrenada. En ella se narra su historia desde los tiempos en que recorría la ría de Arousa a los mandos de una planeadora cargada de tabaco hasta su salto al tráfico de drogas. Con su entrada en la cárcel, acusado de ser el máximo responsable de una trama que distribuía cocaína a España, Holanda, Italia y Albania, se cierra una época. Él era el último de los antiguos capos gallegos capaces de comprar la droga en Sudamérica y traerla a Europa. Ahora esa función la desempeñan otros. La mayoría de los demás protagonistas de Fariña han pasado a un segundo nivel: se han convertido en comisionistas. Conservan el nombre y tienen algunos contactos. Con ambas cosas consiguen ir haciendo negocios.
En O Salnés abundan los tipos como ellos. El comisario Duarte explica que la mayoría ha hecho sus contactos con los narcos colombianos en la cárcel. “En prisión les dicen: ‘Yo tengo lanchas, yo tengo barcos, yo tengo gente que te la alija [la droga], yo tengo coches con doble fondo, comunicaciones satelitales, radios… Yo tengo todo’. Cuando salen [a la calle], los llaman: ‘Oye, pues hay una operación en marcha. ¿Tendrías un barco?’. ‘Claro, joder. Pero me tienes que dar 150.000 euros”. A la cárcel la llaman “la universidad”.
Los colombianos suelen sancionar los errores con palizas. El 11 de abril de 2018, dos individuos entraron en el caserón que Manuel Charlín tiene en Vilanova de Arousa y les propinaron sendas tundas a él y a su hijo Melchor. Al mismo tiempo, uno de sus socios, Víctor Manuel Pérez Santos, recibió otra paliza en Portugal. La policía cree que los dos sucesos estuvieron relacionados con un fallo del clan a la hora de cumplir lo acordado con los dueños del cargamento del Titán III, un remolcador que cuatro meses más tarde sería capturado con 2.500 kilos de cocaína frente a Senegal. Además de ellos, en la operación fue detenido otro narcotraficante histórico: Jacinto Santos Viñas. Para la policía, este hombre es el ejemplo de que también hay comisionistas serios. “Salió de prisión unos días y organizó toda la operación”, afirma Duarte. “Los tipos como él no gastan bromas. Van al trabajo. Si dicen que tienen un barco, tienen un barco”.
Al ser detenidos, muchos comisionistas se llevan las manos a la cabeza. El jefe del Greco Galicia ha visto esa escena muchas veces: “Lo primero que dicen es: ‘¿Yo por tráfico de drogas? ¡Yo en mi vida he visto un paquete de droga! ¡Yo jamás he vendido ni comprado droga!’. Creen que no tienen nada que temer, pero son unos miembros más del grupo de narcotraficantes. Les pueden caer hasta 10 años por intermediar en una operación”.
Un escalón por debajo de los comisionistas se mueven los dueños de las planeadoras, los pilotos, los almacenistas… “Son gente habitual en el negocio”, afirma el inspector Alfredo Díaz. “En todas las investigaciones suelen salir los mismos nombres”. Esos grupos —decenas, según el inspector jefe Rodríguez Ramos— se asocian a conveniencia: uno pone la lancha, otro los motores, otro el gasoil. “Cuando vas a detenerlos, resulta que uno es de la organización de fulano, el otro de la banda de mengano, el otro…”, cuenta el comisario Duarte.
Pero los hombres que descargan la droga a pie de los acantilados y los transportistas que la trasladan a un lugar seguro corren un gran riesgo por unos pocos miles de euros: mientras que una persona que va a ganar en la operación 500 millones puede ser sentenciada a 12 o 14 años de cárcel, ellos pueden pasar un decenio entre rejas. Hace dos años, el Tribunal Supremo dictó sentencia sobre una operación denominada Tabaiba que envió a prisión a 15 miembros de las dos mayores organizaciones de narcotransportistas que había en 2009. Fueron intervenidos alrededor de 5.000 millones de euros en propiedades, pero el 99,9% de ellas estaban en manos de solo tres personas. Las demás no tenían absolutamente nada. “Me consta que una de ellas, a la que le han caído 10 años, estaba recibiendo ayuda de Cáritas de Vilanova de Arousa para dar de comer a su esposa y a sus hijos”, asegura el inspector jefe Rodríguez Ramos.
El periodista Víctor Méndez ha identificado varias de esas organizaciones. Entre ellas destacan Os Piturros y Os Peques, en Vilanova de Arousa, y Os Lulús, en la Costa da Morte. Cuando las planeadoras cargadas de cocaína descubren que hay vigilancia al sur de la ría de Arousa, viran hacia el norte, a Riveira. Si allí también las esperan, enfilan hacia la Costa da Morte. Es el lugar preferido de los narcotraficantes para descargar. Os Lulús controlan las escasas carreteras y tienen chivatos en toda la zona. El terreno abrupto hace que las fuerzas del orden tarden hasta dos horas en ir desde la carretera principal hasta el lugar de la descarga. Cuando consiguen llegar, todo ha terminado.
El negocio. Para unos pocos, el tráfico de cocaína es un negocio suculento. Un kilo de droga cuesta 2.200 euros en la selva colombiana, 29.000 en las playas de Galicia y 60.000 al menudeo en las calles de Madrid, Barcelona o Sevilla. El problema está en llevarlo desde el primer punto hasta el último. Y en ese trabajo los gallegos pasan por ser los mejores de Europa. “Hay dos grandes grupos con capacidad económica para organizar operaciones”, afirma el inspector jefe Rodríguez Ramos. No solo llevan la droga a Galicia. Sus cargamentos pueden viajar en contenedores que entran por el puerto de Algeciras, por el de Valencia o por el de Róterdam. Pero el papel fundamental de los gallegos es el que señaló Sito Miñanco poco antes de que la policía lo cogiera cuando acababa de introducir 616 kilos en un contenedor por Róterdam y se disponía a meter otros 3.800 en España en un remolcador: “Lo nuestro es el mar”.
La cocaína entra en Galicia por tres medios: contenedores, pesqueros y planeadoras. Las rutas marinas han repuntado en los últimos dos años, según Jaime Gayá, jefe de Aduanas de Galicia: las 11,6 toneladas aprehendidas en el mar y en los puertos en 2017 se convirtieron en 31,6 en 2018. Esa tendencia se mantuvo el año pasado; hasta octubre habían sido intervenidas 25,3 toneladas.
“En Galicia hay mucha tradición de construcción naval”, dice Gayá. En la ría de Arousa abundan los astilleros. “Muchas de las narcolanchas que han sido interceptadas en el Estrecho habían sido construidas en Galicia”, añade. En lugares como O Facho, la policía ha decomisado varias. Y en Graünner ha entrado varias veces. “Las nuevas lanchas tienen 20 metros de eslora y llevan siete motores de 300 caballos cada uno. El depósito ocupa toda la quilla. Pueden ir desde aquí a Cabo Verde”, explica Ambrosio Fontes, patrono de la Fundación Galega contra o Narcotráfico y funcionario del Servicio de Vigilancia Aduanera. Los pilotos gallegos tienen una fama bien ganada. Algunos de ellos conducen planeadoras en el Estrecho, cobran en hachís y lo llevan a Galicia.
Cuando diseñó la operación que lo llevó a la cárcel hace un año, Miñanco utilizó los tres medios: un mercante que iba cargado de droga hacia Holanda, un pesquero para darle cobertura y potentes planeadoras para recoger parte de la cocaína cuando pasara ante la costa de Galicia. Los capos colombianos no pagan a los gallegos en dinero, sino en droga. “De esa forma consiguen que no sean solo transportistas, sino dueños de parte del alijo”, explica el fiscal antidroga de Pontevedra, Pablo Varela. “Si pierden los colombianos, también pierden los gallegos. Así coinciden los intereses de unos y otros”.
La comisión oscila entre el 20% y el 25% del alijo, y suele ser entregada en el mar, a 85 millas de la costa. Los mercantes arrojan por la borda los fardos, impermeabilizados y dotados con balizas. La mayor parte de las veces son recogidos por planeadoras. En otras ocasiones, un pesquero que está faenando cerca es el encargado de rescatarlas e introducirlas en su puerto base. En ambos casos son necesarias muchas personas para llevar a cabo la operación: comisionistas, marineros, pilotos de lanchas, alijadores, almacenistas… Estos últimos suelen retener la droga cuando el precio está muy bajo por el exceso de oferta, a la espera de que suba. Los altibajos no afectan al gramo en la calle, que se mantiene entre 50 y 60 euros para sostener el consumo.
Los emigrantes. Desde sus mansiones de O Salnés, los capos gallegos observan con preocupación la creciente presión de la policía. España es el país europeo que más cocaína interviene. En 2017, último del que hay datos completos, fueron 49,9 toneladas, casi la mitad del total. “La entrada de la droga no se produce solo por los puertos gallegos. Hay organizaciones de aquí que han utilizado puertos portugueses, como el de Leixões, en Oporto, para introducir cocaína destinada a Galicia”, dice el teniente Abel Rodríguez, jefe del Equipo de Delincuencia Organizada y Antidroga (EDOA) de la Guardia Civil de Pontevedra. Como para darle la razón, las autoridades desactivaron en enero una red que intentaba meter la droga oculta en bananas a través de ese puerto.
Los tentáculos de los narcos llegan mucho más lejos en su afán por buscar territorios a los que desplazar parte de su infraestructura y abrir vías de acceso para la droga en el continente. El 12 de noviembre pasado fue detenido en Panamá José Carlos Pombar, un hombre de 64 años que permanecía huido de la justicia desde 2004. Pombar, que intentaba entrar en el país con un pasaporte de Guinea-Conakry, está considerado el narcotraficante gallego más importante de los muchos que se han afincado en África en los últimos años. Su trabajo consistía en recoger toneladas de cocaína en el mar y almacenarla en países como Mauritania, Guinea-Bisáu, Guinea-Conakry y Nigeria. Al igual que operan sus paisanos, cuando se aproximaba un buque cargado de droga procedente de Latinoamérica, embarcaba en uno de sus pesqueros a una tripulación de su máxima confianza y lo enviaba a su encuentro. En la zona donde faenan todos los barcos se producía el trasvase de la droga. La mercancía es descargada en el puerto y guardada en almacenes. Cuando sus jefes de la ría de Arousa lograban venderla, él la enviaba al lugar convenido escondida entre el cargamento de pescado: Galicia, Inglaterra, Holanda…
Como Pombar, muchos de los gallegos que residen en África tienen cuentas pendientes con la justicia en España. Entre ellos figuraba hasta hace unos meses, cuando fue detenido, Juan Carlos Fernández Cores, alias El Parido, que introdujo en 2009 casi 3.000 kilos de cocaína por la Costa da Morte. También Baltasar Vilar Durán, alias Saro, que fue un conocido piloto de planeadoras y desapareció a finales de 2013 al saber que iba a ser condenado a 22 años de cárcel. Y, por supuesto, Miguel Ángel Devesa. Este expolicía —expulsado del cuerpo— fue detenido en 2011 en una nave de Bamako (Malí). Cuando los agentes locales le preguntaron por qué había tanta sangre en el suelo, respondió que él y sus amigos acababan de matar un cordero para celebrar el Ramadán. Y cuando los agentes descubrieron el cuerpo descuartizado de un colombiano en el congelador, intentó sobornarlos con 20.000 euros. Ellos rechazaron el dinero y se lo llevaron detenido. Días después, las autoridades llegaron a la conclusión de que había estado implicado en el caso denominado air cocaine: un Boeing 727 que había aterrizado dos años antes en el desierto con entre cinco y diez toneladas de droga. Solo cumplió dos años de cárcel. La policía está convencida de que sigue en activo.
Tras África, el próximo lugar en la expansión del negocio gallego del narcotráfico puede ser Turquía. Los capos han enviado allí personas de su confianza para ver qué barcos podrían contratar.
La sociedad. En una céntrica plaza de Vilagarcía de Arousa, cerca de las casas de los narcotraficantes, un gran cartel azul y blanco anuncia la sede de la Fundación Galega contra o Narcotráfico. Creada en 1994, sus oficinas ocupan el primer piso de un edificio de viviendas. El comisario Duarte afirma que, de no ser por ella, Galicia habría sido abandonada a su suerte.
El gerente de ese organismo, Fernando Alonso, defiende con vehemencia que la sociedad rechaza el narcotráfico, pero admite con pesar que no muestra la misma contundencia cuando se trata de rechazar el dinero que genera: “En determinados círculos persiste la cultura del delito como forma de vida. Se ha ido trasladando de padres a hijos y a nietos, y lleva a olvidarse del origen que han tenido algunas empresas. Un señor que abre un bar y vende los cafés a 50 céntimos, otro que ofrece las zapatillas deportivas a mitad de precio… Esas no son empresas, son lavadoras de dinero”.
Los responsables políticos tienden a relativizar el problema. El alcalde de Vilagarcía asegura que la imagen de la ría de Arousa que tiene la gente está “totalmente distorsionada”. Y echa mano de las estadísticas: “El índice de delitos está en un 22%, cuando la media española está en un 44%. Es una zona muy tranquila, en la que tenemos un centro de investigaciones marinas que es un referente europeo, el centro de vela, de donde han salido medallistas olímpicos…”. Félix Porto (PP), alcalde de Muxía, capital de la Costa da Morte, ni siquiera acepta nombrar el problema: “A Muxía le encuentro muchos atractivos, y ese no es uno de ellos. Mi función es defender las cosas buenas de la ciudad”.
Para el periodista Víctor Méndez, el problema de la sociedad gallega, más que de complicidad, es que mira para otro lado. “Mucha gente sabe a lo que se dedica su vecino, pero no lo denuncia. Dice: ‘Mientras no me cree problemas a mí, que haga lo que quiera”. El resultado es que parece que el conflicto no existe. Y eso, exactamente, es lo que les interesa a los narcotraficantes.
La policía sufre ese silenciamiento. A pesar de que cuenta con una página de Internet donde cualquiera puede hacer una denuncia anónima, el jefe del Greco Galicia asegura que la gente tiene miedo: “Hay algunas denuncias, pero muy pocas. Poquísimas”. Mientras tanto, los narcos siguen haciendo su trabajo. “Si bajamos la guardia, nos comen”, dice el comisario Duarte.
https://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2019/02/11/ultimos-cachorros-narcotrafico/0003_201902G11P6991.htm
Al árbol genealógico del narcotráfico en Galicia le brotan ramas con cada nuevo acusado o alijo apresado. El oscuro linaje cumple 35 años aportando capataces y peones al negocio. Son los hijos y nietos de la operación Nécora. Los mismos que, junto a fundadores del negocio, siguen alimentando el estigma de las Rías Baixas. «El nivel de uno mismo lo elige cada uno: bajo, para mover gramos; medio, con paquetes de kilo; y alto, ya sea organizando descargas o alijos. Depende siempre de lo que te guste el dinero», detalla un mando policial. Galicia, desde el 2017, encadena 24 toneladas requisadas. Un indicativo del bum actual en los cinco continentes. «No puede hablarse de generaciones estancas, están mezcladas, se conocen del negocio, de la cárcel... trabajan juntos, se mezclan con extranjeros». El Ministerio del Interior ubica 25 organizaciones activas a orillas del Atlántico e Interpol cifra en más de 400 los gallegos implicados. No todos se llaman Miñanco, pero sí aspiran a la posición y el dinero que el gran jefe manejó antaño. Los más jóvenes, los que anhelan fortuna y ocupar el trono, tienen nombres y apellidos. Mientras, los más importantes se mueven en la sombra. Todos, en definitiva, son cachorros de la fariña.
VÍCTOR MANUEL LEMIÑA
«El barón de la droga en Marruecos». Uno de los últimos aventajados peces gordos en caer. Ocurrió en septiembre, concretamente en Perú. Interpol, atendiendo a una orden del Tribunal de Primera Instancia de Tánger, lo arrestó acusado de organizar en el 2016 un alijo de 2,5 toneladas de coca usando la costa marroquí. Trabajaría con magrebíes, españoles y proveedores en Colombia y Venezuela. El perfecto ejemplo de narco (ya apuntaba maneras al caer en el 2005 en la operación Gaviota) con pretensiones que salió de su Vilaxoán natal, en Arousa, para trepar a lo más alto. Y todo con 36 años de edad. Su detención, en Lima, fue sonada. La prensa nacional lo bautizó como el «barón de la droga en Marruecos», e Interpol lo retrató como un bróker internacional de este gran negocio globalizado. Le otorgan el poderoso rol de mover toneladas en España, Holanda, Italia o EE.UU. Incluso lo ubicaban asentándose en Lima para ampliar mercado ayudándose de colegas, en México, con los que ya habría trabajado. Ahora espera la sentencia que le impondrá Marruecos por las 2,5 toneladas de coca, y que tendrá que cumplir en alguna cárcel del país. Lo último que se supo de Lemiña es que seguía esperando la extradición al norte de África en una prisión peruana.
JUAN CARLOS SANTÓRUM
Dos años por cumplir. Fue precoz y con pretensiones. Nació en 1980, en Vilanova, y su bautismo judicial llegó, en el 2004, en la Audiencia Nacional por un alijo de 5,5 toneladas de hachís junto a Manuel Charlín Pomares, entre otros. La anulación, como prueba, de las escuchas telefónicas devolvió a Santórum, y a otros 13 acusados, a la calle. Ya en el 2014 protagonizó una huida por el Atlántico que acabó en Madeira con una planeadora de grandes dimensiones. Todo, según parece, por un alijo de 3,6 toneladas de coca que cruzaba el Atlántico. Entonces, según investigaciones, bajo el ala de Patoco, otra ballena blanca del negocio que fallecido en accidente de moto. Pero la gran aportación de Santórum a la historia del narcotráfico, sin haber sido condenado nunca por ello, aún estaba por llegar y retrató el verdadero alcance de la mafia gallega. Santórum sobornó a dos agentes de la Guardia Civi lespecializados en crimen organizado para comprar información confidencial. Según sentencia, fue contratado por otros peces gordos, verdaderos destinatarios de los chivatazos y responsables de frustrar, al menos, cuatro operaciones antidroga. La Audiencia Provincial condenó a Santórum, en marzo del 2018, a dos años de cárcel que, según parece, aún no empezó a cumplir.
BRAULIO VÁZQUEZ
Último detenido. Casi, casi de la quinta de Naranjito. Nació en 1981, también Vilanova, y supone otro caso de precocidad pasmosa. Este talentoso lanchero mantuvo relación profesional con Santórum, incluso compartió con él aquella huida a Madeira del 2014. Su caída, a mediados de enero, fue sonada más por el calado del arrestado que por el grupo desmantelado (acusado de transportar kilos de coca en coches con zulos a Cataluña). Un mirlo blanco que, todo indica, acabará condenado. Desde entonces está en prisión provisional acusado de tráfico de drogas y de pertenencia a grupo criminal. También se le atribuye capacidad para trabajos de mayor calado.
HERMANOS GARCÍA SANTOS
Fugados. Juan Miguel y José Luis García Santos pertenecen al llamado clan de Los Paragüeros, son de Vilanova y están huidos. Nombres propios que suman años sentándose en el banquillo de los acusados. José Miguel se bautizó en 1998, con 25 años de edad, al ser interceptado cerca de Valença do Miño con un kilo de coca en compañía de otra persona, armada con una pistola, que logró huir. Desde entonces, su nombre figura en al menos otras tres investigaciones con sendas remesas de coca. La última, en enero, implicó la incautación de 430 kilos en Ourense. La droga llegó por Oporto en fruta. Los principales acusados son el dueño de la empresa frutera, un colombiano que representaría a los proveedores y el encargado de la descarga y el transporte. La investigación otorga ese rol a Juan Miguel, a su vez cuñado de Lorenzo Toledano, un narco de segunda generación condenado en el 2018 por la Audiencia Nacional (ya cumple condena), junto a Javier Fernández Pomares (Peque), a 10 y 14 años, respectivamente. Ambos, aunque veteranos en el negocio, también empezaron pasada la veintena. Otro nombre propio, igual de precoz y en prisión, es David Pérez Lago, hijo de la esposa fallecida de Laureano Oubiña, Esther Lego. Nació en 1977 y se estrenó con 22 años. El porte eran 12,5 toneladas de hachís, poco después pasó a dirigir su propia organización hasta caer una en el 2006 con casi dos toneladas de coca. Ya en el 2015 fue condenado, tras alcanzar un acuerdo con la Fiscalía, a tres años de cárcel por blanqueo de capitales. La pena implicó el embargo de dos viviendas suntuosas. Hace un año volvió a prisión al caer en la operación Mito. Fue detenido junto a Sito Miñanco cómo persona de su círculo más cercano. Lo apodaban Niño.
FRANCISCO JAVIER PÉREZ
Conexión Barbanza. Al otro lado de O Salnés, en Arousa norte, este vecino de Ribeira (1978) también empezó de mozalbete. En el 2016 acumulaba ocho arrestos por tráfico de droga. Incluso fue condenado en firme. Ya cumpliendo la condicional fue el principal acusado de idear el envío de más de una tonelada de coca (operación Globos). En el 2018 ya cayó junto a Sito Miñanco en la Mito. Sería el encargado de recoger los fardos en alta mar a la altura de la costa de Barbanza. Esquivó la detención y logró fugarse a Colombia, allí fue detenido meses después. Ahora, ya en España, espera entre rejas dos sentencias. Mario Otero, también de Barbanza y en prisión provisional desde agosto por un alijo de 2,7 toneladas de coca, es otro mirlo blanco del que se habló años en la comarca. Pero no fue hasta el 2018 cuando se pasó de las palabras a los hechos. Afincado en Boiro, pero natural de Vilagarcía (1960), su bautismo fue a lo grande. Junto a los Charlín y José Andrés Bóveda Ozores, alias Charly. Otero es el único de todos que sigue entre rejas a la espera de juicio.
https://www.elmundo.es/larevista/num141/textos/drogas1.html
Tito, de Cambados, nunca tuvo suerte, lo dicen hasta sus hermanos, que son los primeros que creen que acabó sus días alimentando a los peces del Atlántico junto a otras dos personas al irse a pique el Rossy III, un maltrecho yate de 12 metros sin papeles ni permisos, cerca de la isla de Sálvora, en la boca de la ría de Arousa.
Tito estaba casado con Rocío, hermana de un inculpado en la Operación Nécora que finalmente fue puesto en libertad por falta de pruebas. En 1995, con 32 años, ya se había separado y unido su vida a Carmen, una joven de Vilagarcía con quien convivía en una buhardilla, sin un duro; su familia daba de comer a la pareja.
Su ex mujer, Rocío, un buen día acudió adonde sus antiguos cuñados para advertirles: "Quieren enterrarle en una isla", les dijo, basándose en una conversación de su hermano oída al azar. Al poco tiempo la mujer mostraba signos de haber recibido una paliza y ya no recordaba nada.
Tito, un patrón de O Grove y un tercer tripulante de origen magrebí zarparon a principios de septiembre de 1995 a bordo del Rossy III y navegaron hasta Marruecos. Con las bodegas cargadas de hachís, regresaron al mar de Arousa con la idea de alijar la droga en una planeadora en el mar, avituallarse sin tocar tierra, y realizar un segundo viaje similar.
El día 11 de septiembre, el capo importador del hachís realizó al menos 10 llamadas telefónicas al barco. Al día siguiente, el Rossy III había desaparecido, al igual que Tito y sus dos compañeros, y el narco cambió todas sus líneas móviles y fijas, incluso las de su madre.
Esa misma noche, las lanchas del Servicio de Vigilancia Aduanera interceptaron una planeadora en la ría patroneada por el hermano del organizador de la operación. No había droga, pero sí lo suficiente como para avituallar a un pequeño barco. Meses después, un pesquero sacaba entre sus redes una calavera justo en el lugar donde los hermanos de Tito sospechan que fue hundido el Rossy III, aunque no se ha logrado identificar.
Ni Carmen -compañera sentimental de Tito-, ni las esposas de los dos hombres que compartieron su suerte han denunciado estas desapariciones, primer paso para lograr una pensión de viudedad. Aunque no tienen oficio conocido, viven de forma desahogada: la omertá tiene sus tarifas. A los hermanos de Tito les han advertido que si no mantienen la boca cerrada corren el peligro de "aparecer cualquier día reventados en una cuneta". A su madre aún le dicen que el benjamín de la familia está embarcado y pescando en véte a saber qué océano.
Este farragoso asunto sumaría tres víctimas más a la lista de 18 personas que, de forma oficial, han perdido la vida por asuntos relacionados con el tráfico de drogas en las Rías Baixas, principalmente en la comarca de Arousa, sólo desde 1992, y cuya víctima más reciente fue Ramón Antonio Cores Caldelas, otro absuelto de la Operación Nécora que apareció "reventado en una cuneta" de Caldas de Reis el último 25 de marzo.
Cores Caldelas, implicado por Baltasar Garzón en la Operación Nécora, por Carlos Bueren en la Santino y más tarde de nuevo por Garzón en las 10 toneladas de hachís del pesquero Alza en el 94, era un antiguo repartidor de leche de 37 años que un buen día optó por los coches de lujo y la buena vida y que, tras una no demasiado brillante carrera delictiva, terminó cosido a balazos y semicalcinado en una carretera secundaria a escasos metros de un club de alterne.
Una operación fallida de una tonelada de hachís en Braga -del tiempo en que estuvo huido de la justicia española escondido en barras americanas en Portugal- o una operación fallida de otras 4 toneladas de hachís por la Costa da Morte coruñesa le originaron unas deudas que, a veces, en el narcotráfico organizado, se pagan con sangre definitiva. La Guardia Civil, a principios de este mes, detuvo a cuatro personas relacionadas con este crimen.
Pero a Cores Caldelas le precedieron muchos otros a la hora de poblar de cruces y ataúdes los cementerios, sobre los que sus familias, al tiempo que arrojan paletadas de tierra, tratan de arrojar paletadas de olvido: a los muertos, en Galicia, se les acostumbra a dejar en paz y, como mucho, se les reza y se les lleva flores, no vaya a ser que se revuelvan sus ánimas y regresen cargadas de malas fortunas.
Quien nunca ha sabido dejar tranquilos en sus ataúdes a los muertos del narcotráfico es el juez Baltasar Garzón. Según el último conejo en forma de sumario que se ha sacado de la chistera, las casi dos toneladas de cocaína perdidas en las Rías Altas por el carguero Dobell en 1991 hicieron que los socios colombianos no estuviesen muy contentos con la organización presuntamente encabezada por el abogado Pablo Vioque Izquierdo, secretario de la Cámara de Comercio de Vilagarcía, institución que empleaba, según Garzón, de tapadera para otros negocios más lucrativos y que en 1995 tuvo que ser intervenida por la Xunta de Galicia.
El 17 de marzo de 1992 caía abatido a tiros a pleno día en el parque de La Mota de la ciudad zamorana de Benavente Juan Manuel Vilas Martínez, tesorero de la Cámara de Comercio de Vilagarcía, mientras que su primo y vicepresidente de la misma institución, Luis Jueguen Vilas, salvaba el pellejo, según Garzón, para que regresara y contase a Pablo Vioque lo que les pasa a los morosos de los carteles. Jueguen Vilas tardó sólo 10 días en dimitir de sus cargos y emigrar a Argentina.
Otro caso que conmocionó la apacible vida de Arousa tuvo por protagonista a Antonio Chantada García, un presunto narco de Cambados de 26 años, más conocido como Tucho Ferreiro en una tierra en la que a cada cual se le bautiza a pie de calle con un nombre diferente al obtenido en la pila de cristianar.
El día 3 de enero de 1993, después de cenar en una churrasquería, Tucho Ferreiro aparcó su coche frente al céntrico pub Museo de Vilagarcía, descendió con un fusil brasileño del calibre 38 especial a cuestas, entró en el establecimiento y buscó a su objetivo.
Daniel Carballo Conde, Danielito, fue uno de los pioneros en cambiar del lucrativo negocio del contrabando de tabaco -del que su propio padre fue todo un maestro- al más lucrativo aún contrabando de drogas. En su haber, un curioso récord: logró su primera orden de búsqueda y captura antes que el certificado del B.U.P.
Pero lo que más cabreado tenía a Tucho Ferreiro con Danielito, además de sentirse engañado durante una operación de narcotráfico que le envió entre rejas, era que éste había aprovechado su paso por prisión para quitarle a la novia. Tucho le metió una bala entre ceja y ceja a metro y medio de distancia en un bar abarrotado a eso de las diez menos cuarto de la noche. Aún no había resbalado del asiento cuando uno de los amigos que le acompañaban esa noche, Rosalindo Aido Briones, trató de poner pies en polvorosa, lo que logró finalmente aunque no sin antes llevarse un plomazo en el hombro que no le afectó a ningún órgano vital.
Pero Tucho Ferreiro no había hecho más que empezar su limpieza. Abandonó sin prisa el pub y condujo hasta Cambados en busca de otros dos socios de Danielito con los que estaba pero que muy enfadado. A José Juan Agra Carro lo localizó en el bar Paumar y, tal y como cuentan, no le permitió decir ni Pamplona: con el cañón del rifle apoyado en el pecho para no errar, le abatió a tiros nada más echárselo a la cara. Iban dos, faltaba otro más, el último: Rafael Bugallo Piñeiro, El Mulo.
Al Mulo, Tucho Ferreiro ya había intentado liquidarlo días antes. Llegó incluso a cavar una fosa en un cementerio y, tras secuestrarlo y llevárselo hasta allí encañonado, cuando le tuvo de rodillas al borde de la tumba y le iba a dar el tiro de gracia, se le revolvió, le mordió en un brazo y escapó corriendo monte a través perseguido por una granizada de plomo.
El Mulo volvió a hacer buena aquella noche su fama de afortunado y precisamente ese día, el único en todas las navidades, no acudió al pub Noel donde acostumbraba a tomarse sus copas y optó por la vida familiar en casa de una cuñada. Aburrido de buscarle, harto de esperar y sabiendo que pronto sería detenido, Tucho Ferreiro regresó a su coche y se gastó los poco más de cinco duros que costaba una bala del 38 en volarse la tapa de los sesos.
CRONOLOGÍA
Desde 1992, 18 personas han muerto de forma violenta en Arousa, cifra que podría verse incrementada si se aclara la desaparición de los tres tripulantes del Rossy III el 11 de septiembre de 1995.
1.- 17 de marzo de 1992. Era asesinado en Benavente por dos sicarios colombianos el tesorero de la Cámara de Comercio de Vilagarcía, Juan Manuel Vilas. Su primo, Luis Jueguen Vilas, vicepresidente de la Cámara, logró escapar.
2.- Mediados de marzo de 1992. Era encontrado en Guillarei, cerca de Tui, el cadáver de Manuel Fernández, relacionado por la policía con el narcotráfico.
3.- 14 de diciembre de 1992. Murieron en Meis Luis Otero y Eugenio Manuel Simón. El impago de una partida de cocaína de 7 millones de pesetas hizo que terminaran enterrados en cal viva en la fosa séptica de un taller mecánico. Los encausados quedaron absueltos.
4.- 3 de enero de 1993. Antonio Chantada, alias Tucho Ferreiro, mató a Daniel Carballo Conde en un pub de Vilagarcía y a José Juan Agra Carro, en un bar de Vilanova; tras buscar a su tercera víctima, Rafael Bugallo, alias "El Mulo", se suicidó.
5.- 12 de septiembre de 1994. Tres sicarios colombianos de Hernando Gómez Ayala, "embajador" en España del cartel de Bogotá, cosieron a balazos a Manuel Baúlo Trigo, jefe del clan de Os Caneos, mientras desayunaba en su casa de Cambados. Su esposa quedó paralítica. Hacía pocos meses que se había acogido a la condición de arrepentido y proporcionaba datos a Garzón sobre las operaciones del clan rival.
6.- 21 de abril de 1995. Manuel Portas, de 25 años, muere de un disparo de escopeta en la playa de A Lanzada (O Grove) mientras su socio, Carmelo Baúlo, huía. Una partida de 12 millones de pesetas de cocaína fue la razón de aquella venganza por la que Andrés Miniño, de 24 años, cumple una condena de 22 años.
7.- Agosto de 1995. Aparecía en un bosque en llamas de Cotobade el cadáver de Ángel García Caeiro, de Vilagarcía, descubierto por los servicios de extinción de incendios. Desaparecido hacía meses, la policía le relacionaba con una deuda impagada de 80 millones de pesetas.
8.- 26 de enero de 1997. José Manuel Rodríguez, alias El Pulpo, mató a Roberto Iglesias (cuyo cuerpo no ha aparecido) y, al día siguiente, a Jesús Joaquín Brea, Mercedes Castaño y Eugenio Riobó, mientras que otras tres personas eran heridas en un hotel en Paredes (Vilaboa). El botín de un atraco y la heroína estaban detrás del primer crimen; no dejar testigos, del resto.
9.- 28 de marzo de 1997. Francisco Javier Rey terminó a tiro limpio en Cabanelas (Ribadumia) con Ángela María Barreiro, Francisco Javier San Miguel y Dolores Gómez durante una discusión originada por venta de cocaína al por menor. Las dos jóvenes estaban allí por casualidad.
10.- 25 de marzo de 1998. Aparecía el cadáver acribillado y semicalcinado de Ramón Antonio Cores Caldelas en una cuneta de una pista forestal de Caldas de Reis. La Guardia Civil detuvo a principios de este mes a cuatro personas a las que relaciona con el crimen y sospecha que tuvo su origen en el impago de una deuda.
Otras cosas de interés:
https://www.lavozdegalicia.es/noticia/arousa/2018/02/10/sito-minanco-seguia-usando-ria-arousa-santuario-cocaina/0003_201802G10P8991.htm
https://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2017/03/12/narcos-gallegos-llevan-30-anos-liderando-importacion-cocaina-proveer-europa/0003_201703G12P4991.htm
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https://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2017/03/11/ano-entran-60-toneladas-cocaina-galicia-diez-veces-incautado/0003_201703G11P4991.htm
Lo cierto es que el tráfico de cocaína en España sigue siendo cosa de las organizaciones criminales gallegas, que no solo operan en su tierra, ya que sus tentáculos se extienden por el resto de España para desviar la atención de los profesionales que ponen freno a esta lacra. La realidad es que, solo en el 2016, se incautaron, al menos, 6.215 kilos de cocaína con acento gallego. A la hora estimar qué cantidad total de alijos pudieron burlar la atención de los investigadores, el cálculo se realiza atendiendo a la famosa teoría de la décima parte.
De saldo
Los precios de la coca fluctúan una vez que llega a tierra. Por ejemplo, existe constancia, desde poco antes de Navidad, de la existencia de una gran partida que fue desembarcada en algún punto de la península y saturó este mercado ilegal.
Tal es la situación que a día de hoy, y en algún concello de la comarca de O Salnés, el valor de un kilo está unos 5.000 euros por debajo de su precio habitual. El coste de cada kilo, de comprarse a estos proveedores, puede moverse en los 27.000 euros, cuando lo normal es que su valor llegue a 32.000. Aunque, todo hay que decirlo, la cotización depende de la confianza que tengan vendedores y compradores y de la cantidad que se adquiera, ya que no es lo mismo comprar y pagar un kilogramo que diez.
La droga que se vende en formato de menudeo en las calles está adulterada en exceso, llegando en muchas ocasiones a tener únicamente un 30 % de la sustancia por la que el consumidor paga.
https://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2018/04/09/tres-organizaciones-reparten-galicia-grandes-envios-cocaina-colombiana/0003_201804G9P6993.htm
El lucrativo pastel del narcotráfico en Galicia es cosa de tres organizaciones criminales. Tienen la infraestructura y la confianza necesaria para trabajar con los carteles colombianos importando alijos de cocaína, y sus responsables ocupan la posición más elevada de una pirámide en la que, a medida que se desciende, aparece una amplia red de personas con un solo objetivo: dar salida en Europa a la mercancía que se produce al otro lado del Atlántico. La reciente y enésima caída de Sito Miñancono trastocó demasiado el mercado en Galicia, aunque sí supuso un duro golpe para los cárteles colombianos. Ellos consideran al arousano «un personaje casi mesiánico».
De las tres grandes organizaciones gallegas en activo, dos tienen un peso mayor y arrastran años de enfrentamientos abiertos con las fuerzas del orden. La tercera presenta algo menos de entidad pero cuenta con las herramientas necesarias para hacer el trabajo.
Las tres organizaciones citadas, cuyos responsables nunca fueron condenados, siguen en el punto de mira. Pero también otras que, con la dosis de ambición necesaria, pueden trepar en el negocio sin demasiado esfuerzo. Incluso sin salir de España. Los carteles colombianos llevan décadas asentados en el país y solo necesitan que alguien les ponga un barco en alta mar para recoger la mercancía o elija el puerto y el método para meter la droga en un contenedor. El Greco incluso pone como ejemplo a la organización atribuida a Sito Miñanco en su último arresto «Cualquiera de los detenidos con Miñanco puede seguir por su cuenta en un par de meses. Llevan años en el negocio, lo conocen, tienen los contactos y es lo que mejor hacen. Además, los colombianos están instalados aquí y solo necesitan que alguien asuma el transporte, el resto es cosa suya».
https://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2017/05/17/narcos-mantienen-antiguos-metodos-traer-cocaina-galicia/0003_201705G17P10991.htm
El modus operandi habitual en estos casos es el de una embarcación que parte de Colombia, Ecuador o, como ocurrió hace escasos días, Venezuela, y que pone rumbo a un puerto gallego -Marín o Vigo siempre están en el punto de mira de los narcos- o portugués -la presión policial en los muelles pontevedreses ha provocado que cada vez sea más habitual que se opte por un enclave luso-. En estos casos, son varias las posibilidades que los clanes tienen a su alcance. En ocasiones tratarán de que el alijo recale directamente en un puerto para, posteriormente, trasladarlo a tierra y ocultarlo; en otras, se optará por realizar un trasvase de la cocaína desde el barco nodriza a un pesquero que sirva de nexo con las planeadoras que cubran la última parte del recorrido; y en otras, habitualmente cuando se trata de veleros y embarcaciones de recreo, se intentará atracar en un puerto deportivo sin levantar sospechas aprovechando que el control policial no es tan exhaustivo como en uno comercial.