Partida Rol por web

Te reúnes con Heimdallr, Amina, los dos bárbaros y la mensajera y emprendes el camino de regreso al campamento. Los estandartes rojos de Anodiräs ondean altos y orgullosos sobre los árboles. A medio camino se incorpora al grupo Samaj, quien tiene bastante poco que contarte mientras camináis.

- Saludos, mi Tenebrïs. Poco ha acontecido durante el Cónclave en los alrededores del Túmulo. Había otros tres vigilantes más además de mí, todos humanos, dos mujeres y un hombre, dos rubias y un encapuchado. Una de las mujeres es la que llegó junto al Vitûr para marcharse al poco rato, no ha sido muy discreta. Creo que aquella que Lämh identificó como amante y espía, Eynja. En cambio los otros sí que han sido más prudentes, y aunque les he visto, ya que nada escapa a mis ojos, nada más he podido averiguar, mi Tenebrïs.

Tras la Guardiana, bajé las escaleras del Túmulo, y avancé en dirección al campamento. Mi paso se aceleraba cuanto más me alejaba del lugar, e incluso los músculo de mi rostro se contraían a mayor intensidad con cada paso que daba, haciendo aparecer una mueca desencajada de la furia... Mi mirada estaba clavada al frente sin ni siquiera molestarme en mirar quienes me seguían.

No fue hasta que apareció Samaj, que detuve mi paso únicamente para girarme bruscamente y dedicarle una mirada fulminante...

—¡NI SE TE OCURRA HABLARME! —le grité.

El Cónclave había sido un auténtico fracaso y no entendía la razón. Pero lo peor no era eso, lo peor era el desprecio que aquellas mocosas insolentes habían dedicado a mi persona desde el primer momento en que nuestros caminos se habían cruzado, y que había culminado con su despedida. Falta de respeto, insolencia, menosprecio y amenaza. Si no fueran las poseedoras del Artefacto, Trituradora de Almas se habría encargado de mostrarles algo más de cortesía.

Debí haberles arrebatado el Artefacto cuando tuve ocasión...

¿Por qué desconfiaban de mí? Les había ofrecido seguridad, cobijo, les había tratado con respeto e incluso les había mostrado mi intención de que, incluso siendo la portadora del Artefacto, pudieran discutir con el Barón el uso del mismo. Había sido la única en hablar de diálogo, respeto y alianza entre los Reinos mientras que el resto sólo hablaban del uso egoísta que pensaban dar al objeto... ¿Y aún así desconfiaban de mí? ¿No había mostrado suficiente humildad?

—TRAED UN ESCLAVO —exclamé nada más llegar al campamento.

Acto seguido, arrebaté Trituradora de Almas y el escudo de los brazos de Heimdallr.

¿Qué había hecho mal? ¿Dónde había estado el error? La Sacerdotisa había descubierto el secreto de... mi hermano. Sabía que no tenía vida... ¿Era eso? ¿Eso había hecho que desconfiaran de mí? No, no podía ser sólo eso... Desde que llegaron al campamento me despreciaron. ¿Quién osa despreciar a quien le ofrece seguridad? ¡Sólo los necios son capaces de algo similar!

El esclavo no tardó en llegar, siendo arrastrado por uno de los capataces...

—¡¡¡¡MALDITAS!!!! —grité, haciendo ondear a Trituradora de Almas.

La velocidad hacía que el aire silbara alrededor de la cadena. Luego un ahogado grito, el sonido de un golpe seco y, finalmente... El cuerpo cayó al suelo ipso facto, pero ahí no había acabado...

—¡¡¡¡ME LAS PAGARÁN. OS MATARÉ. A LAS DOS!!!!

La sangre bañaba el aire cada vez que la bola de clavos surcaba el cielo entre cada embite, triturando el cuerpo hasta convertirlo en un amasijo de carne. Sentía mi cuerpo arder del éxtasis y la furia. Incluso la boca me sabía a sangre, aunque... no, esta vez no era del esclavo, sino mía.

Todos guardan silencio mientras trituras a ese pobre infeliz hasta hacer su carne irreconocible sobre el suelo. Alrededor se congregan sin excepción todos los ocupantes del campamento para observar la escena, nadie muestra desaprobación o desagrado en su rostro.

Heimdallr, Samaj, Lämh, Naesän, Amina, Sirül,

dos mensajeros, dos bárbaros, dos capataces

y seis esclavos (cinco restando al que acabas de destrozar).

Nadie habla, nadie se atreve. Pero todos están preparados para recibir tus órdenes.

Con el dorso de la mano, me limpié la sangre que comenzaba a descender por la comisura de mis labios. Mi respiración, al comienzo agitada, fue calmándose progresivamente, volviendo a los pocos segundos a una más pausada y natural. Mi rostro, de igual manera, fue relajándose hasta adoptar el gesto imperturbablemente sereno que solía caracterizarme.

Sin prisas, sacudí un par de veces a Trituradora de Almas para limpiarla de la sangre que se había quedado adherida a ella. Luego la enfundé en la hebilla de mi cinto y miré al mensajero que se había quedado descansando en el campamento...

—Ensilla el caballo más rápido que tengamos —le dije—. Quiero que le entregues un mensaje al Barón, y quiero recibir su respuesta, en caso de que haya, antes del amanecer. Da igual que el caballo desfallezca.

Tomé un papel, y anoté un pequeño mensaje en el idioma antiguo de los elfos oscuros, el cual sabía que el Barón sería capaz de traducir, pero llevaría tiempo lograrlo si caía en manos ajenas:

Desde el primer momento las Enviadas han desconfiado del Reino de Anodiräs, haciendo imposibles las negociaciones. Pretenden dar el Artefacto a los druidas.

Pasaré al segundo plan.

El Barón debería entender lo que aquello implicaba, y preparar el Reino para una posible Guerra contra Abatis y Anelûk. Sin embargo, las órdenes que había recibido eran claras: conseguir el Artefacto por la diplomacia o la intriga y la violencia. Además, confiaba en que... el Barón fuera lo suficientemente amable como para prestar algo más de activos a esta campaña...

Tras escribir la nota, la metí en un sobre donde la sellé y se la entregué al mensajero.

—Si te capturan, haz desaparecer la nota, ¿entendido? —mi mirada estaba firmemente clavada en la suya, dando a entender que aquella nota era más valiosa que su propia vida.

Finalmente, miré a mi séquito más cercano.

—Samaj, Lämh, Naesän, Amina, Sirül, os veré en mi tienda en 5 minutos —les dije—. Heimdallr, ven conmigo.

Y, tras esa orden, partí a recorrer los alrededores del campamento en búsqueda de Gü o cualquier indicio del destino que hubiera podido tener. Confiaba en que estuviera cumpliendo diligentemente con su misión, pero no podía descartar que hubiera sido asesinado o incluso apresado por algún espía enemigo.

El mensajero parte de inmediato con el sobre lacrado: - Dömilän, Tenebrïs.

Durante el recorrido que realizas para inspeccionar el campamento no ves a Gü por ninguna parte. Si preguntas sabrás que tampoco nadie la ha visto desde anoche, cuando salió al exterior. Por otro lado ves que la cerca está terminada, aunque ha costado tres de esos sucios esclavos más a causa del terreno fangoso de la zanja perimetral.

Naesän te entrega dos venenos paralizantes, y preocupado te advierte de que sólo son la mitad de los que ha fabricado, ya que las otras dos afirma que le han sido sustraídas de su laboratorio. Nadie sabe ni ha visto nada.

La peor noticia es cuando te percatas de que Lämh está herida, con una pierna y un brazo vendados y empapados en sangre oscura. Te cuentan que durante los ejercicios con Sirül, a quien notas aterrado ante tu presencia, algo salió mal. El aprendiz cometió un grave error al lanzar uno de sus conjuros y los dos bárbaros que hacían guardia fueron devorados por la corrupción descontrolada, quedando sus cuerpos reducidos a cenizas en cuestión de segundos. Afortunadamente la ladrona sólo resultó herida. La aprendiz de bruja Amina, al oír lo ocurrido, suelta una risa, divertida al parecer por la torpeza de su compañero aprendiz.

—...

Mi ceño se frunció, y mi mirada se clavó fulminantemente en la del aprendiz de brujo. Sin embargo, no emití respuesta alguna... tan sólo un silencio frío, espeso y oscuro. Lo que fuera que pensaba al respecto de las nuevas noticias no se traduciría en palabras.

No fue hasta que Amina rió, que despegué la mirada de Sirül. Fue entonces cuando caminé hasta colocarme al lado de quien había emitido la carcajada y alcé el brazo rápidamente hasta acabar en una fortísima bofetada.

—¿De verdad te atreves a reir? —pregunté, sin alzar la voz aunque con un deje lleno de autoritarismo que, sin lugar a duda, no daba pie a una respuesta equivocada.

Las malas noticias aparecían una detrás de otra... pero no pensaba desistir. No. Ni aunque hubiesen capturado o asesinado a Gü; ni aunque hubiesen entrado en MI campamento y hubiesen robado los paralizantes; ni aunque Lämh, quien debía infiltrarse y robar el Artefacto, estuviese herida; ni aunque mi efectivos militares hubiesen quedado reducidos a la mitad... No pensaba fallar, pues fallar supondría perder la oportunidad de recuperar mi Reino.

Sin mediar más palabras, hice un gesto de cabeza pidiendo que me siguieran. Luego entré en mi tienda. Detrás vinieron cada uno de ellos.

—Mañana se decidirá quién recibirá el Artefacto —expliqué una vez en la privacidad—. Con toda seguridad, serán los druidas. Yo misma votaré por ellos, y no me cabe la menor duda de que las Enviadas harán lo mismo... e incluso me atrevería a decir que el Vitûr también les dará su voto. No es algo negativo, al contrario: es mejor que sean ellos quienes lo consigan antes que el Reino de Abatis o los malditos comepiedras.

Sea como sea, debemos hacernos con el Artefacto. Pero no en el momento de la entrega a los druidas. Deberemos ser pacientes. Al igual que nosotros, el Reino de Abatis tratará de conseguirlo. Pude ver en la mirada del Alto Consejo sus ansias por poseerlo. Atacarán a los druidas, o tratarán de robarlo. Me da igual. Lo importante es aprovechar la oportunidad. Debemos estar alerta, y a la menor señal, tratar de aprovecharlo en nuestro beneficio.

Sin embargo, sólo contamos con dos Bárbaros. Abatis posee mayor número de soldados, y están mejor equipados. La lucha militar queda descartada. Lo haremos... silenciosamente. Mientras Abatis crea la confusión, Lähm se infiltrará en el campamento druida. En el mejor de los casos, saldrá con el Artefacto mientras ellos pelean. Todos pensarán que ha sido Abatis quien lo habrá robado, y nosotros volveremos a Anodiräs sin ningún problema.

Ahora bien, ¿qué ocurre si Lähm se encuentra con dificultades y es descubierta? Sirül usará su hechizo Embarrar Terreno donde se encuentren el ejercito de Abatis y los guardias druidas para ralentizar su paso; luego Levantar Niebla para permitir que Lähm pueda huir sin ser vista... Y esta vez no habrá NINGÚN error.

Miré fulminantemente a Sirül.

En cuanto a ti, Amina, usarás Invocar Plaga de Insectos para combatir en la medida de lo posible a los druidas que traten de recuperar el Artefacto.

Hice una pausa, antes de proseguir.

Aunque remotas, existe la posibilidad de que Abatis no trate de hacerse con el Artefacto. Para ese caso, esperaremos a Anelûk y actuaremos siguiendo los pasos ya descritos.

Finalmente, si ni Abatis ni Anelûk tratan de hacerse con el Artefacto, necesitaré al menos un rehén; a ser posible... enano o humano. Yo me encargaré de que se inmole al grito del rey o reina que corresponda; luego, el plan seguirá como ya he mencionado antes.

Necesitaba a Gü para esta parte de la misión... ella habría sido capaz de raptar a cualquier persona de cualquier pueblo cercano sin apenas dificultades.

Samaj y uno de los bárbaros se encargarán de ello esta noche. No es necesario que sea miembro de alguno de los dos campamentos. Cualquier pueblerino me vale, si son dos: mejor. En cualquier caso, antes revisaremos los exteriores del campamento en búsqueda de... espías. El robo de los paralizantes y la desaparición de Gü no deja lugar a duda: alguien nos está espiando. Debemos encontrarlo. Con suerte, nos podrá servir de rehén. Si no encontramos nada, estad alerta. No podemos permitirnos más fallos.

Había terminado la primera parte de la reunión. Para la segunda, no necesitaba a Amina ni a Sirül... Quería hablar en privado con Samaj, Lämh y Naesän. Así pues, miré fríamente a los dos aprendices de hechiceros y les hice un gesto para que salieran.

Amina y  Sirül, empezad a formar grupos con los esclavos, capataces y bárbaros para explorar el perímetro del campamento. En unos minutos saldremos a buscar espías.

- La inutilidad y torpeza de Sirül son divertidas. Cuando los bárbaros sepan lo que les ha hecho a sus hermanos le sacarán los ojos.

- Bïrmölniomhänceält günälïlceärälririlïs, Tenebrïs.

Ambos aprendices salen de la tienda como ordenas, y se encaminan a preparar dos grupos de exploración.

Cuando los dos aprendices de brujo salieron, centré mi atención en Samaj.

—¿Alguno de los espías que viste en el Cónclave tenía heridas o signos de haber combatido? —hice una pausa antes de explicar el motivo de la pregunta—. Gü está desaparecida. Estoy segura de que no se ha dejado capturar sin resistirse. Quiero saber quién ha osado entrar en nuestro campamento.

Esperé a que me respondiera, luego seguí preguntando.

—El Alto Consejero habló en privado con el Capitán Vaulo durante el descanso. ¿De qué hablaron?

Parecía una discusión acalorada. Sin duda, podía tratarse de lo que había pasado en el Cónclave, lo que se había hablado y su reacción ante las contestaciones que recibía. Podía no tener especial importancia... pero quería saberlo. Esperaba que Samaj hubiera estado atenta y hubiese investigado sobre ello.

En cuanto a las heridas de Lämh...

—Naesän, necesito a Lämh recuperada para mañana —le dije—. Quiero que esta noche te centres en curarle lo mejor posible las heridas.

Finalmente miré a Lämh y le tendí uno de los dos paralizantes.

—Si todo va bien, no te hará falta usarlo. Sin embargo, empléalo con sabiduría para hacerte con el Artefacto...

- No, mi Tenebrïs. Aunque el encapuchado... no estaba demasiado limpio.

- El Altísimo Consejero bajó muy enfadado por algo que había ocurrido en el Túmulo. No pude escucharlo todo, mi Tenebrïs. Pero su Capitán, Vaulo Rodirat, le tranquilizó y le sosegó bastante al decirle que la Marquesa, su hermana, siempre se había negado a negociar con Anodiräs, al no considerar de fiar a nuestro Barón, argumentando que siempre ha rechazado la luz de Pelor.

- Así lo haré, mi señora. Voy a preparar el laboratorio. Lämh, ven cuando puedas.

- Cäleïlmïsìösthül, Tenebrïs. Actuaré según tu plän, esperaré okultä hasta que se produzca la confusión.

Asentí conforme a las palabras de Naesän y Lämh. Finalmente miré a Samaj.

—No podemos descartar que haya sido el encapuchado entonces —dije—. Samaj, mientras exploramos los alrededores del campamento buscando espías, quiero que reunas al bárbaro que elijas y partáis a la misión que te he encomendado.

Le miré fijamente.

—Si hay espías, en el momento en el que empecemos a explorar, recularán. Quiero que aproveches esa oportunidad para alejaros sin ser vistos en búsqueda de alguna casa o pueblo cercano y secuestrar a alguien. Si es enano, mejor. Si no, humano también me vale.

Le di el otro paralizante.

—Sed discretos.

Finalmente le hice un gesto con la cabeza para salir de la tienda. Era hora de cazar ratitas...

- Así lo haré, mi Tenebrïs.

Afuera los aprendices ya han formado dos grupos. Amina está con el bárbaro, un capataz y dos esclavos, y Sirül con un capataz y tres esclavos. Notas que el bárbaro mira con mucho desprecio al aprendiz que ha ocasionado la muerte de sus hermanos.

Cuando salí de la tienda, observé conforme que los dos grupos ya estaban formados. Eso nos ahorraba tiempo...

—Bien, comencemos a buscar ratas —exclamé.

Sirül iría con Heimdallr y conmigo. Había percibido las miradas que le dedicaban los bárbaros... era consciente de que, si se encontraba solo con ellos, acabaría asesinado. Era por ello que, a partir de ahora, lo tendría a mi lado...

...al menos hasta que hubiera cumplido su parte en la misión.

—Los quiero vivos, ¿entendido? —ordené—. Sin embargo, no es necesario que estén completos... con que puedan hablar durante algunos días será suficiente.

Quizás con ello podría conseguir que los bárbaros saciaran su sed de sangre...

- Vivos, Tenebrïs.