Partida Rol por web

No. Algo no estaba bien, Uleq tenía razón. Los recién llegados traían la Oskuridad consigo, podía sentirlo como se siente cuando el sol se oculta frente a uno.

- Bien, deberíamos partir cuanto antes- dije- pero antes tengo que terminar de agradecer su hospitalidad a estas buenas gentes. Militsa, Eranor... si queréis acompañarme... - les hago un gesto con la cabeza para que quiero que acompañen al interior de la cueva

-Por supuesto Alantar, usted primero- contesto y dirigiéndome a Rupert y a Desmond -Si me disculpáis, me uno a mis compañeros en el agradecimiento a estas gentes- 

- Fuente deLuz, Fuente deMagia, Fuente deTodo. Todo es Fuente. Cerca deLuz. Lejos deSombras. Camino aFuente es peligroso, hay Sombras, hay Rostros dePlata, hay Wequil torturado. Fuente es fácil dencontrar, pero también es difícil dealcanzar. Uleq pueden guiaros cerca, pero no mucho.

- Día y noche son uno en Nuanta. Antes era día, Luz, Luz dedía. Ahora sólo es noche. Rostros deLuna trajeron la noche, y se ocultó el cielo. Sombras viven en cielo, viven en grietas, viven lejos de Luz. Wequil vive en Nuanta, cerca deFuente. Wequil muy peligroso, con mente poderosa y atormentada. Wequil tiene buen oído, y oye todo. Wequil oye el agua.

- Sí, hablemos deSombras.

Cuando os separáis Uleq sigue a Alantar al interior de la cueva acompañado de un menudo y resbaladizo anfibio. Emitiendo silbidos y bufidos ordena a unos cuantos squalidos que se queden en la entrada, sin dejar pasar a Desmond ni Rupert. Lomo Plateado también se queda fuera.

Bajo la atenta mirada de dos de los squalidos de color azul y naranja, Lomo Plateado se acerca a vosotros olisqueándoos. Finalmente alcanza a Desmond y empieza a lamerle la mano, algo taciturno, sin demasiadas celebraciones, como si mostrase compasión, como si pudiese sentir la pesada carga que lleva el guerrero.

Otra vez esa voz desde el interior de tu mente:

¿Cómo te sientes ahora?

¿Ahora que tus amigos te dan la espalda?

¿Ahora que ni ellos se fían de ti?

¿Cómo te sientes despojado de todo poder?

¿Despojado de todo respeto?

- Dos Viajeros deSombras son amigos. Son amigos deViajeros deLuz. Pero... Kaos les tiene. Comparten destino con Wequil, lo serán, lo fueron. Tienen gran poder, gran destino. Pero no son deLuz. No ven la Luz. No verán la Luz.

Asiento a las palabras de Uleq.

- No están solos. Una presencia oskura les acompaña. Puedo sentirlo. No sé si serán conscientes o no de ello, quizá su intención de ayudar sea sincera,  pero sin duda, esta presencia les está utilizando para sus fines. Quizá buscando que le lleven hasta la Fuente.

Miro sus rostros y añado, especialmente mirando a Eranor, quien parece tener una gran estima a Desmond:

- Si alguna vez fueron nuestros amigos, ahora no son los mismos. Y tenemos que estar preparados para hacer lo que sea preciso... si llegase el momento- finalizo en tono sombrío.

Asentí ante lo que Eranor decía. Mantenía la chispa de esa alegría que había hecho saltar el saludo de sus dos conocidos... aun con la historia que había detrás. No dije nada, hasta que Militsa planteó el camino a seguir. - Perfecto, Militsa. Si crees que hay poder y puede resucitarse, me gustaría conseguir algo positivo... -"para variar..." terminé la frase, mentalmente, aceptando lo que estaban diciendo. 

Pensé que nos reuniríamos, sobre todo tras las amables palabras de Eranor, y la aceptación de Militsa. De Alantar no sabía qué esperar, pero seguía mostrando su cara amable. Así que los despedí con la mano, y me quedé con Desmond. 

Nos habíamos quedado solos, y se notó que de pronto, perdía mi postura, y me desanimaba, ostensiblemente. Si, me necesitaban, pero quizás como a los squalidos. No por mi. Por si había que dejar a alguien de lado. O eso expresaba mi cara. Un poco de decepción.

- No creo que tengamos nada para comer, así que intentaré descansar y desconectar. - Entonces, mientras Desmond está con Lobo Plateado, me siento en el suelo. No parece que los seres vayan a acercarse, ni que sepan comunicarse, así que no voy a hacer ni el intento, y se nota en mi cara. Les digo a los squalidos - Bueno, amigos, estaré aquí, si vale para algo-, aunque quizás se intuye que hablo para más allá. Me doy la vuelta, y miro hacia los diferentes ríos.

Suspiro.

Saco la flauta y toco, sin ningún objetivo particular. Suenan las notas de una tonada asociada al mar, a los lagos y a los ríos, aprendida en la juventud que tuve en Adalas. No iba con letras, pero me parecía adecuada para seres como aquellos. Al menos, quería que no se quedaran con una impresión oskura de mi. Que conocieran algo de un mundo que había sido feliz. 

Más allá de lo que pensara del plan, lo que estaba claro era que él no tenía ninguna alternativa. No sabía de ningún otro camino, ninguna otra forma de volver, ninguna otra forma lo que estaba ocurriendo. Si es que de verdad podía revertirse. Incluso si no hubiera querido lo cierto es que no tenía más opciones que quedarse con ellos.

—Por supuesto —Asintió Desmond, con una mueca divertida en los labios. Le picaba en la nariz que iban a hacer algo más que agradecer la hospitalidad de los squalidos, pero qué iba a hacerle. Él también habría sentido la tentación de cuchichear.

Y como mientras tanto no tenían mucho más que hacer —excepto seguir el plan, lo cual implicaba descansar y esperar— decidió buscar un lugar donde sentarse, quedándose junto con Rupert. Al que, según tuvo la oportunidad, murmuró algo en voz baja.

El problema fue que, en realidad, toqué la canción para intentar que la voz no sonara demasiado en mi cabeza. No, no quería que sonara. Ver a Militsa me había recordado a Opilaf, y a Alantar al bueno de Berod como paladín... porque como persona, seguía odiando a Alantar por todo lo que había generado al final en mi vida...al final era el culpable de todo, hasta de la Oskuridad del mundo... y quería acallar la voz. Tenía razón. 

Estaba dolido. Esa voz oía en mi mente. Y mis pensamientos. Y sentía mi caída. Y quería darme poder. Pero Opilaf me había avisado de la sombra. Pero es que ya era sombra... o eso decía el squalido Uleq. Ya era oskuridad. Y quizás debiera dejarme llevar. Y resurgir, demostrar quien era. Y dejar a Alantar claro que todo era su culpa. Incluso la muerte de Abatis...

No, no quiero pensar así. Toqué con más intensidad. 

Pensé en otras cosas.

¿Cómo estaba Militsa tan segura de que se podía arreglar?

Desmond extendió sus dedos en dirección a Lomo Plateado, con una sonrisa agria en sus labios. Cuando hasta los animales empiezan a sentir lástima por ti empiezas a saber que has tocado un nuevo fondo. Aun así, eso no lo detuvo de hablar en voz baja.

—Parece que sospechan de nosotros. Y, por la parte que me concierne, no puedo culparles.

Tomó una bocanada de aire y entornó los ojos.

—Nadie tiene por qué saber lo que hubo que hacer para llegar hasta aquí. Pero si eso marca alguna diferencia... lo hice yo. Y tú no podías detenerme —No lo miró mientras pronunciaba las palabras ni cuando terminó de decirlas. Giró la cabeza y escuchó la música. Eso era lo único que quedaba hacer.

Asentí mientras me hablaba, como volviendo de la ensoñación de la música que tocaba. Toqué unas notas más, sin más que terminar lo que era una estrofa, y entonces, miré a Desmond. 

- No se Militsa, pero quizás ella, y Alantar seguro, tengan algún reparo conmigo. En algún momento representamos a poderes en cierta tensión. - Con respecto a lo que habían hecho para llegar allí, sencillamente, le dijo: - Mejor que no se sepa. Yo hubiera podido detenerlo, quizás, creo, pero en cualquier caso, aunque no esté orgulloso del modo de llegar aquí, lo agradezco, y prefiero estar aquí. Aunque haya costado... eso...- Se notaba que algo de la muerte de la doncella no le gustaba, pero en cualquier caso, lo aceptaba como necesario, como una entrega para vivir. Se quedó callado apenas un instante. 

Luego, mostró su flauta.- Tu historia seguro que debe tener material para cantarla. Como épica, o tragedia. No se. Pero si salimos de esta, quizás pueda crear algo para y sobre ti, si quisieras contarlo. - Había notado su lucha interior. No sabía sobre qué, ni la razón. Ni qué había detrás. Solamente que existía. Como parecía que le gustaba, tocó unas notas más, de alguna tonada heroica de los pueblos enanos del norte. Sencillas, emocionantes. Quizás lo calmasen, o quizás lo animasen a hablar. 

En cualquier caso, les ayudaría a esperar. 

Sentado como estaba, Desmond desenvainó su enorme mandoble y lo apoyó cruzado entre las piernas. Escuchando a su compañero, se sintió extremadamente tentado de soltar una risotada cuando mencionó el escribir algo sobre él. Tentado, pero no lo hizo. ¿Cuánto tiempo le quedaba? ¿Cuánto tiempo antes de que un aliado decidiera que era demasiado peligroso como para dejarlo con vida? ¿Cuánto tiempo antes de que la corrupción fuera demasiado fuerte como para resitirse a ella?

Puede que aquella fuera la última oportunidad que le quedaba. No cuando salieran de esa, justo en ese momento. Fue con eso en la cabeza que, de pronto, el guerrero rompió su silencio empezando a hablar.

—La primera vez que alcé la espada lo único que me movía era la necesidad. No eran tiempos tan terribles como los de ahora, pero quien piense que no había peligros sencillamente no ha vivido lo suficiente. Cuando una amenaza se alzó cerca de mi hogar, yo y otros simplemente hicimos lo que había que hacer. Y no fue fácil, ni carente de costes, pero al final vencimos.

Estiró ligeramente las piernas y acomodó su postura. Evitaba mirar a Rupert. Era más bien su espada la que se llevaba toda su atención.

—El camino para regresar a casa estaba ahí. Siempre lo estuvo. Pero yo no lo tomé, y tampoco miré atrás. Jamás me despedí de mis padres, de mis hermanos, ni tampoco de la mujer con la que me había vuelto un hombre.

Su mirada todavía reposaba sobre el filo de Vanguardia, y sus dedos lo recorrían ausentemente. La espada tampoco se parecía a lo que había sido antes, pero en ese momento le parecía que podía verla. Y en el reflejo sobre el metal le parecía que podía verse a si mismo.

—Si te preguntas por qué, lo cierto es que no sabría responderte. Simplemente no sentía que pudiera volver a la monotonía de mi antigua vida, y con el tiempo lo que quedó no fue más que la vergüenza de no haberme despedido y la amarga pregunta de cómo habría sido mi vida si hubiera vuelto con ellos.

Siguió un momento de silencio contemplativo, con la mirada entornada.

—Nunca fuí un héroe, ni tampoco pretendí serlo. No era la viva imagen de la esperanza, como ese paladín que en este momento debe ponernos verdes en la cueva —Resopló—. Era un aventurero. Y un aventurero no es en el fondo más que un mercenario ligeramente bienintencionado. Pero puedo decir que, tal y como las miradas desconfiadas solían ser mi recibimiento, para el momento mi marcha podía ver el agradecimiento en sus ojos.

En sus labios apareció una sonrisa pequeña y tan fugaz que pareció un espejismo, y que sin embargo transmitía mucha más sinceridad que ninguna otra que hubiera enseñado en mucho tiempo.

—En cierto momento me crucé con Eranor, que ya conoces, y Kintsu, una vidente —Suspiró—. Y eventualmente, el destino nos llevó hasta Esiracas. Allí residía un mago cuyo nombre quizá te suene, Goldrin Rováskulcs, y también una aprendiza que la historia ya habrá olvidado, Zulira Ledaira, de Laguna Amarga.

»Por no extenderme más de la cuenta, solo diré que esta es la historia de una aprendiza frustrada. Sentía que Goldrin no confiaba en ella, y lo cierto es que en eso tenía razón. Su paciencia se agotó, y decidió rebelarse contra él para acceder a todo aquello que le había sido vetado hasta entonces con la ayuda de unos bandidos.

»Cuando la vi... flotaba en el aire. Jamás había visto ni he vuelto a ver una magia tan grandiosa como esa, tan destructiva, tan terrible. Pero ese poder tenía un precio. Intenté razonar con ella, conseguir que volviera en sí misma. Pero, para cuando me escuchó, su cuerpo había marchitado. En cuestión de minutos había envejecido hasta llegar al final de su vida.

»Abandonada por los que había pretendido que lucharan por ella, al final solo quedé yo. Pese a todo, me acerqué. Aquel entonces pensaba que nadie debería morir solo, después de todo —Hizo una mueca—. Y entonces me transmitió su última voluntad. Su último deseo.

Una vez más, Desmond calló. Por primera vez miró a Rupert, con aquel destello morado en sus ojos.

—Que yo actuara como la prisión del poder que había tenido dentro. Como el portador de la maldición. De Zanduräs.

Desvió la mirada y torció los labios.

—«Sólo un corazón noble podrá dominarlo, Desmond. Veo bondad en tus ojos». Eso fue lo que me dijo. Lo recuerdo letra por letra —Resopló—. No sé qué pensaría si pudiera verme ahora.

Y calló. No había necesidad de contar lo que había ocurrido desde entonces. Aquello era una historia que se contaba sola.

Mi atención a la historia de Desmond era completa, la historia era fascinante y el narrador lo hacía con un sentimiento que sólamente podía calificarse como de "intenso". No por el tono, o por que estuviera utilizando palabras grandilocuentes. Sencillamente cada palabra estaba impregnada con la profundidad de quien lo ha vivido, y lo tiene presente cada día. 

Me alegré de que hablara. De hecho, le dejé hablar. No intenté interrumpir, ni siquiera cuando habló de Alantar, frente a cuya referencia torcí la vista. Parecía casi agradecido de poder contar su historia. Y era una historia verdaderamente impresionante, incluso para alguien que había vivido tanto y escuchado y cantado tantas canciones como yo mismo. Había en esa historia todo un reflejo del mundo en que habíamos vivido y de los peligros que se habían ido formando, de los males que aquejaban al mundo, y de cómo se habían combatido. 

Aunque parecía que sencillamente escuchaba, poco a poco acompañaba las palabras con melodías con lo que le iban suscitando. La verdad, había tenido siempre ese don, y lo había usado. Iba reflejando su melancolía por su anhelo de volver a casa con notas pausadas y suaves, mientras que cuando reflejaba la acción imponía tonos más graves e imprimía más ritmo. En alguno de los momentos clave, mantuve las notas sonando casi más de lo que parecía posible, respetando a la par sus silencios como acompañando sus experiencias. La sonrisa fugaz fue acompañada de un par de notas que sonaban como el trino de un pájaro al llegar la primavera. Iba convirtiendo mentalmente las palabras en algunos versos guía, pensando en cómo cantarla. 

El relato del mago y su aprendiz era verdaderamente interesante, y en algunos momentos, la música que toqué era afilada como el filo de la espada de Desmond, reflejando la tensión de los momentos y el momento cumbre de la maldición. Cuando me miró, con el destello morado que había visto, y dijo lo que era en realidad, portador de un poder maldito, la música se quebró en mis labios. Le habían dicho que era digno, y él se consideraba incapaz. Cuando terminó de hablar, no había podido continuar tocando, impresionado. 

Guardé silencio, como él. La historia era digna de ser contada. - Si hay futuro, creo que podré cantar sobre ti. Es una historia que estremece el corazón de quien la escucha. - No pude decir más. ¿Qué decir? De pronto, lo que había visto de Desmond tenía sentido, y lo comprendía. Le habían dicho que era bueno... y no se sentía así. Lo entendía  perfectamente. Y por eso, no podía levantar la cabeza, ni hablar más. 

Las palabras de Uleq me dieron que pensar pero las de Alantar me abrieron los ojos.

-Cuando traté de averiguar algo en las aguas oskuras un rostro de luna me dijo que nos encontraría, tal vez...no fue una casualidad que justo cuando creíamos que nos íbamos a enfrentar a la oskuridad apareciesen ellos de la nada y la oskuridad aparentemente se retirase, tal vez...ellos son enviados de la oskuridad- hago una pausa para concluir mis conjeturas-Sea como sea, es mejor tenerlos cerca y vigilarlos que perderlos de vista-

-Aunque me duela decirlo, tengo que reconocer que Desmond no es el que era. Ha cambiado y mucho, la oskuridad esta muy dentro de el. También el Desmond que conocí, pero hay mucho más. No se si tendrán sus propias motivaciones y servirán a la oskuridad, o simplemente han sido muy tocados por ella. Pero habrá que tener cuidado, y dar por hecho que han cambiado y no son lo que eran. Mejor tenerles cerca, pero vigilantes de lo que puedan hacer. También es cierto que merecen el respeto de la duda, y hasta que no demuestren lo contrario, son nuestros aliados y amigos.-Todos coincidían y habían visto la oskuridad en sus compañeros, podían ser tanto una ayuda, como una amenaza. Y si en un momento crítico, se volvían contra ellos, tal vez les causaran la ruina. Iba a ser una misión muy difícil, demasiado difícil, tan solo la extrema desesperación y urgencia en la que se encontraban, les empujaría a realizarla con todas sus fuerzas, no tenían otra opción.-Será mejor que volvamos con ellos, antes de sospechen más de lo que nos conviene. El tiempo nos aclarará sus intenciones, y hemos de estar vigilantes de sus actos, para evitar que nos tomen por sorpresa. Ánimo y adelante compañeros. Descansemos un rato todos juntos antes de emprender la búsqueda de la fuente.-