Partida Rol por web

- Veo que pensamos los tres del mismo modo. Bien. Partamos y tengámosles vigilados.

Me encamino a la salida, recitando una pequeña oración por el camino para rogar protección a Pelor, antes de atravesar la salida:

- Que Pelor nos acompañe, que su Luz nos ilumine, que su mano nos guíe.

Los squálidos se acercan a Rupert cuando toca. Al principio es más curiosidad que otra cosa, pero poco a poco empiezan a empatizar con él, hasta que se sientan a su lado. Todos bajan la guardia, y se muestran como si ya no tuviesen ninguna reserva hacia él, sin mantenerse alerta, sin esa postura hostil o defensiva. Lomo Plateado hace lo mismo, tras separarse de Desmond se acurruca sobre Rupert. Tiene un considerable tamaño, no es un perro, es un lobo de los bosques, con un magnífico pelaje y feroz dentadura. Sin embargo las notas de la flauta de Rupert le vuelven manso y amigable, confiado. Como a los squalidos, que si bien no hablan vuestro idioma, sí parecen entender la música que el bardo toca para sí y para todos los que le escuchen.

Cuando Desmond cuenta su historia, Rupert escucha atentamente. Rupert decide acompañar la narración con algo de música, y tiene realmente una gran habilidad para ello. Entre ambos se produce un momento de unión, de confianza, de intimidad, que lejos de quedar en nada, os permite compartir la carga. Desmond quizá se sienta un poco más aliviado tras contar su historia tras tanto tiempo, y Rupert, ávido de conocer su historia, quizá pueda formar parte de ella.

Los squalidos, congregados a vuestro alrededor, prestan atención, pero sin entender ni una sola palabra de lo que el aventurero dice. Al menos hasta que el sonido "Zanduräs" sale de sus labios. Entonces parecen alterarse, incomodarse, levemente, no seguros del todo de haber oído lo que Desmond ha dicho, no seguros de haber entendido bien.

Los cuatro que se retiraron al interior de la cueva salen ahora de ella. Mientras estaban allí han podido percibir una agradable melodía de flauta. Afuera, Rupert y Desmond están amigablemente acompañados por la docena de squalidos que les vigilaban, y también por Lomo Plateado, que parece dormir sobre el regazo del bardo.

Uno de los squalidos se acerca a Uleq y pronuncia algo en su peculiar lenguaje:

Ewss liswes Zanduräs nas diwess.

Uleq mira a Desmond, pero no dice nada. Luego balbucea algo más al squalido y actúa como anfitrión, mirándoos a los cinco:

- ¿Viajeros quieres descansar?

Cuando Uleq les pregunta si quieren descansar, Eranor se da cuenta de lo cansado que esta, y de lo bien que le vendría tumbarse un rato y cerrar los ojos. Mejor comenzar con todas las fuerzas posibles, una misión que podría ser muy dura y difícil.-Muchas gracias Uleq, creo que deberíamos descansar un rato, ahora que podemos. Luego, seguro que no será tan sencillo.-Miro a sus compañeros, y se dio cuenta de que a todos les iría bien un descanso, hasta Lomo Plateado parecía a punto de quedarse dormido. Así que les comento al resto:-Creo que este es un buen momento para tratar de descansar un rato, como antes propuso Militsa. De hecho no sabemos cuanto tiempo ha transcurrido, en este mundo, donde siempre estamos en una perpetua penumbra.-

Y se dispuso a descansar en el lugar que Uleq les dijera que podían hacerlo. Se acerco a Lomo Plateado, y le acarició un rato, no llevaba nada de comer encima, y hacía tiempo que su querido lobo no había comido. Tendrían que buscar algo para poder comer y reponer fuerzas, no solo para el lobo, sino para todos. El aún estaba bajo los efectos vigorizantes de la papilla que le ofreció Uleq, pero aquello no era un alimento adecuado para ellos. Al menos esperaba que podrían disponer de agua, para calmar la sed. 

El lobo, acurrucado a mi lado, me dio la calma para volver a mirar a mi alrededor. Los squalidos estaban allí, entendiendo lo que la música les llevaba al corazón, aunque no entendieran más palabra que "Zanduräs", que les había inquietado, como a mi. Sonreí. Miré a Desmond. Me sentí más bardo de lo que había sido nunca, y entendí como los grandes cantores podían llegar a mover el corazón del resto. Sintiéndose cómo él. Siendo él. Comprendiéndole a él. Repasé con la mirada a su espada, su mirada con tan extraño brillo y como todo el resto de su historia le habían tocado. 

- Aunque esa carga la tienes que llevar tú, espero que te alivie que la historia llegará a otros, y que yo la guardo hasta entonces. - Se sentía útil. Más que en los últimos años. Más que desde que todo había empezado a ir mal. Sentía que ya no tenía sólo que ir y aprender tonadas, repetirlas, ir de pueblo en pueblo expresándolas. Ahora sentía el dolor de otro, y con él, se veía con la capacidad de crear, de dar algo nuevo, y de ser portador de una historia nueva... que quizás tendría un final que él viera. Se estaba saliendo del egoismo de esos años pasados, y quizás, entendiendo de verdad la función de un bardo. 

Vi cómo salían y nos observaban, tras la canción que había tocado. Me sentía abrumado por todo lo que había visto en el día, y se me veía en la cara, imaginaba. Había sido un momento intenso de hermosa música, poderosa, y me sentía más centrado, más calmado, pero abrumado por cómo me había sentido con ella. Uleq propuso que descansáramos, y Eranor aceptó en nombre de todos. Se había acercado al lobo, y lo tenía al lado. Asentí: 

- El descanso sería bueno, imagino. Espero poder recuperar algo de ánimo, tras todas las duras pruebas de este día. - Miré al resto de compañeros, a Militsa en especial. Luego, me puse en pie, guardé la flauta con delicadeza, y me dispuse a ir a dónde me dijeran. 

Al salir de la cueva, uno de los guerreros les dice unas palabras a Uleq, intento descifrarlo pero no lo consigo, tan sólo puedo intuir que debe tratarse de algo sobre uno de nuestros invitados por el cruce de miradas.

-Si, me encuentro muy cansada, ha sido una jornada bastante larga- respondo a Uleq

-Buenas noches- digo al grupo y comienzo a caminar buscando un lugar tranquilo.

Me alejo del grupo a un sitio donde nadie pueda verme. Elijo un lugar donde tenga a mano musgo, agua y las florecillas iridiscentes. Saco de mi bolsa el mortero y mi querido hocino.

Lleno el mortero con agua cristalina. Corto con cuidado, por el tallo, las florecillas y las añado al mortero. Me detengo a pensar dónde sería menos visible el siguiente paso del ritual en mi cuerpo, no quisiera tener que dar explicaciones. Debía elegirlo bien.

A continuación, me subo la falda hasta el muslo y con el hocino me hago un pequeño corte que aprieto hasta que comienza a brotar la sangre. Coloco el mortero de manera que las gotas de sangre caigan dentro.

Me sitúo cerca de una pequeña extensión de musgo, pero mis pies no la tocan, tengo la precaución de mantenerme fuera de esa zona.

Doy comienzo el ritual de sangre de Beory, recitando estas palabras a la vez que derramo poco a poco el contenido del mortero.

{Diosa Beory, permíteme que modifique el equilibrio oskureciendo lo que una vez fue claridad,

Que tu savia que recorre mi cuerpo altere el orden en este momento,

Que el agua que derramo queme todo rastro de vida y lo ahoge en la oskuridad,

Que los restos de vida concentadas en estos tallos acaben con la vida que toquen,

Que la korrupción que llevo en tu sangre sea expulsada a través de este ritual,

Permíteme establecer la armonía en mi cuerpo, traspasándola a otra vida,

Dame el poder de invertir la balanza}

- No queremos abusar de su hospitalidad...- miró al squalido que había dicho algo a Uleq en su lengua y después a Uleq- pero sí, un descanso no nos vendría mal a todos. Además podremos ponernos al día de los acontecimientos con nuestros amigos recién llegados

La sensación que lo recorrió en ese momento fue extraña.

Aquel hombre al que en realidad apenas conocía era el primero que había escuchado su historia. Ni siquiera Eranor o Kintsu, que habían recorrido gran parte de aquel camino con él, sabían qué había ocurrido una vez se había separado de ellos. Era un peso que había pendido de sus hombros, y solo de sus hombros. Un peso que había llevado a veces con más éxito y a veces con menos, pero siempre estoicamente, siempre silenciosamente.

Hasta entonces.

Miró de reojo a Rupert y asintió muy ligeramente con la cabeza. Y es cierto que no pronunció una sola palabra. Su agradecimiento fue completamente mudo. Pero también fue real.

—Es lo mejor. En un lugar como este uno no puede confiar en que vaya a tener ninguna otra oportunidad de hacerlo.

Desmond se mostró de acuerdo, aunque parecía ligeramente ausente. Quizá más relajado de lo que había estado antes, pero también con mucho más que pensar, mucho más que digerir. Se levantó, también, y buscó un lugar con la mirada. Se conformaría con cualquier sitio, pero necesitaba cerrar los ojos, por lo menos.

Lejos de la vista de todos, habiendo tenido que escabullirte de las miradas de los squalidos que hacen guardia mientras el resto duerme, realizas el ritual de Sangre de Beory. Tus palabras, en la lengua secreta de los druidas, resuenan entre los luminosos árboles que han invocado esta misma tarde. El contenido del mortero absorbe la Korrupción de tu cuerpo, la extrae de tus entrañas y de tu mente. Respiras aliviada, serena, mucho más consciente de ti y de tu alrededor.

Viertes el agua oskura, que ha consumido la luz de esas flores, que ha consumido la pureza de tu propia sangre, sobre el lecho musgoso de la marisma. El agua mancilla el verdor de lo que toca, y se extiende a tu alrededor, marchitando y ennegreciendo toda la vida que encuentra a su paso. Las flores mueren, el musgo se vuelve ceniza, los árboles se secan y dejan huecos sus troncos, sus hojas se esfuman, estallando en negro polvo. De entre la frondosidad del bosque, ahora muerto, ahora despejado, aparecen esqueletos de pequeños animales, de ardillas, de topos, de conejos, de pájaros, que empezaban a poblar tu bosque.

Beory derrama una lágrima en alguna parte. Beory te otorga su favor, el favor de su Sangre. Sangre que corre por tus venas. Beory te concede este ritual, pero entrega este bosque, y sus seres, a la Oskuridad, al Kaos. Beory se aleja, y las Sombras se acercan.