-Lo de sosa es cierto... porque tienes menos salero que el tío Jim cuando intenta bailar después de las cenas de los domingos...
-Bueno, bueno... no se peleen, señores...
Carraspea, algo divertido.
-La verdad es que no es necesario casarse con un hombre tan pronto, señorita. Además, alguien con su dote, siendo hija de un rey enano... Está claro que no puede casarse con cualquiera... ni ahora ni dentro de mucho tiempo, claro -añade-. Mire a lady Thornton o a la señorita Graham... ellas se mantienen solteras y... bueno, y viven aventuras...
Se termina su té.
-No obstante, creo que el ser una humana no está reñido con trabajar en una forja. Le sugiero que lo piense: muchos humanos son herreros. O ingenieros, como se llaman ahora.
- Sí, bueno, pues no sé -Liv se encoge de hombros-. Dresda siempre dice que cuando ella vio a papá, el mundo se detuvo, se le llenaba el estómago de mariposas y todas esas cosas. Puedo decir sin temor a equivocarme que jamás me ha pasado nada ni más remotamente parecido con ningún humano. Además, Dresda dice que las damas de las cortes europeas son como ella, con encajes y corsés, y que como hija de rey no puedo casarme con cualquiera. Pues habrá que verlo, ¡no sé porqué tengo que casarme! Los humanos son aburridos. Mire a nuestros compañeros, el único interesante es el señor Sven, y desde luego que no querría besarle ni aunque me dispararan a la cabeza. O sea, sería como besar a tu padre, que asco.
Suspira.
- Por otra parte, DG, y siempre te olvidas de esto... Dresda dice que siendo como soy jamás encontraré a ningún humano al que le guste. Dice que tengo que tener modales y usar perfumes y ser más educada y todo eso. Y yo soy feliz así, patrón. Así que la única deducción posible es que no voy a cambiar, aunque no me case. Que sigo sin saber para qué querría casarme, de hecho. Para que Dresda pueda organizar una boda -termina en un refunfuño-. Meticona.
El dragón sonríe.
-Creo que está viendo as cosas del modo equivocado, señorita. Cree que no se pueden mezclar ambos mundos... Pues no es así. Como ha podido comprobar hoy mismo, hay humanos y humanas que no encajan con los modelos que su señora madrastra feérica entiende... pero es que los feéricos no entienden bien los modos mortales.
Liv sonríe dulcemente.
- ¿Y los dragones sí?
Se ríe, divertido.
-Señorita, los dragones estábamos ya resolviendo nuestros problemas como sociedad millones de años antes de que los humanos decidieran dejar de intentar comerse las piedras... y perdón por el tono de desenfado -carraspea-. Los dragones, al igual que los humanos, y en menor medida los enanos después de su Decisión... estamos atados al mundo. Cosa que los feéricos no. Son alienígenas y no pertenecen aquí. Motivo, claro, por el que desean quedarse.
- Usted también quería ponerme un vestido de seda -dice Liv, señalándole con un dedo acusador-. Como Dresda. Así que igual ella no está tan desencaminada. ¿O se ha olvidado de que hace un rato pensaba que era una buena idea que yo me envolviera en encajes y participase de un baile?
En cuanto termina de decir eso, Liv tiene una idea. Está harta de la suficiencia de Dresda, y de sus amenazas de llevarla a un baile en una corte para que vea lo que tiene que ser una mujer.
Rumia su idea. El dragón podría enseñarla a bailar, y sería un zas en toda la boca para Dresda. Sin embargo, preferiía no tener que decirlo delante de DG. Es un bocazas.
Juega con el anillo.
-Es normal que quisiera ponerle un vestido de seda, señorita -comenta Everard-. La seda sienta muy bien a las mujeres, sobre todo a las bonitas... y que lucen muy bien bailando un vals...
Liv siente de nuevo un escalofrío. Esboza una sonrisa temblorosa.
Definitivamente, va a pedir esa otra parte del pago.
- ¡Ahí va, DG! -dice, repentinamente-. Me he dejado la Gripley tres octavos en el Incordio. ¿Puedes ir a buscarla? -pide, dócilmente.
El enano levanta la vista de su barriga. Parece que se había quedado dormido...
-¿Eh? ¿Qué? ¿La gripley? -pregunta, extrañado- ¿Para qué la quieres ahora, si eso hora de dormir?
- ¿Pero tú has visto a Antonio? Si se pone a limpiar y la encuentra, la tirará creyendo que es chatarra. Y ya sabes lo que cuesta biselar una.
El enano mira de froma sosechosa a Liv.
-No me la cuelas, tía. ¿Para qué iba Antonio a rebuscar dentro del baúl de piezas del cacharro? No tiene sentido.
(En enanés).
- ¿Me haces el puto favor de largarte un rato? Quiero hablar con el dragón. A solas. Tienes menos sutileza y tacto que caerse por un barranco.
[En enanés]
-Vale, tía, vale. Tú misma. Pero me debes un puto favor, que hace frío y es de noche y...
Se levanta y se va, refunfuñando...
El dragón asiste sonriente al intercambio de frases.
-Bien, señorita -dice Everard, una vez que DG se marcha de la habitación-, ya ha conseguido que su hermano enano nos deje a solas... ¿qué deseaba que su compañero no debiera oír?
Liv enarca una ceja, sorprendida. Después sonríe quedamente. Menos mal que no le llamó lagarto.
- Así que habla usted enanés -suspira-. Mejor para todos saberlo ahora.
Se lame los labios, nerviosa, y continúa su jugueteo con los anillos y la cadena.
- Quiero hacer una modificación en el pago. Algo que quedará solamente entre usted y yo, patrón. Que ni DG sabrá, porque DG es mi hermano y es un jodido bocazas.
Cruza y descruza las piernas.
- Necesito aprender a bailar. Y no me vale algo mediocre; necesito que me enseñe a bailar lo suficientemente bien como para que Dresda se tenga que meter la lengua en el culo -termina, algo molesta-. Me tiene hasta las tuercas, patrón. Y bien, pensé... pensé que un humano no tendría ni la cuarta parte de gracia que un feérico. Pero un dragón podría acercarse algo más.
-Me halaga, señorita... pero...
Niega con la cabeza, pensativo...
Liv se siente súbitamente muy incómoda y triste. Las palabras de Dresde vienen a ella; aunque la feérica le tiene aprecio, suele ser bastante despiadada y mordaz en sus comentarios. Es evidente que el dragón no tiene ningún interés en enseñarle a bailar porque eso implicaría bailar, y la feérica le ha dejado muy claro muchas veces que cualquier gentilhombre se pegaría un tiro antes de acercarse a semejante zarrapastrosa.
No diría lo mismo si se lo hubiera pedido Lady Thornton.
Prefiero ser un enano. Soy un enano.
Intenta esbozar una sonrisa. Sólo consigue alzar una comisura. El dragón es tan... magnético... Soy un enano.
- Las participaciones serán suficientes, entonces -dice, con toda la delicadeza que puede.
-Por supuesto que esas participaciones serán un pago más que generoso, señorita...
Te sonríe con amabilidad.
-Yo no cobro por enseñar a una joven bonita a bailar vals... Aunque -te advierte- para empezar debería usted dejar de utilizar ese lenguaje tan colorista y rústico y adoptar... los modos cortesanos. Si desea usted bailar como una dama... deberá hablar como una dama, señorita -termina, sonriéndote encantadoramente.