Partida Rol por web

Entonces empezó a sonar cerca suyo una especie de timbre que le hizo apretar los dientes y llevarse las manos a las orejas. Sin éxito. Era como si sonase dentro de su cabeza, causándole un dolor tremendo.

¿Señor Stevenson? Escuchó preguntar de nuevo al hombre oriental, de alguna manera a través de la neblina de dolor en que se había convertido su cabeza.

Señor Stevenson... No hemos terminado con usted... Ni de lejos...

Roger sintió que perdía la consciencia...

... a medida que el timbre que le atormentaba se convertía en una especie de pitido constante que de pronto se desvaneció. Roger tuvo la sensación de que le habían quitado un casco que cubría su cabeza, y justamente eso era lo que había pasado.
No se encontraba en su casa de barrio residencial en la que vivía cuando residió en Estados Unidos, hace tantos años. No. Todo era falso. Una ilusión para su mente, como tantas otras veces...
Se encontraba en una sala oscura, sobre una sucia camilla, rodeado de extrañas máquinas, entre las cuales logró identificar un equipo de electroshocks. Había dos hombres con bata. Ambos encapuchados. Uno le había quitado el extraño casco que llevaba puesto y que estaba unido a las máquinas con decenas de cables, y el otro le retiró electrodos que tenía adheridos por todo el cuerpo.
Roger trató de moverse, pero estaba atado a la camilla metálica con correas. No importaba, estaba tan agotado que no hubiera podido huir a ninguna parte.

Uno de los dos hombres dijo algo que no entendió, pero que hizo que el otro se riera. Un momento después lo desataron y lo colocaron en una silla de ruedas sin ninguna delicadeza. Roger descubrió que vestía una manchada bata de hospital.
Abrieron la puerta de la celda y salieron a un estrecho pasillo. La silla de ruedas traqueteaba sobre el suelo desigual, y a ambos lados había celdas cada tantos metros.

De pronto, a través de las rejas de una de las celdas vio algo que le llamó la atención. Fue sólo un segundo, pero vió a un hombre tirado en el suelo de la celda, desmadejado, cubierto de heridas sangrantes.
¿Bart Clinton?

Pasados unos minutos, llegaron a otro lugar de las instalaciones, con pasillos más amplios y aspecto de hospital. Abrieron la puerta de una sala casi vacía, con las paredes de color claro y ocupada sólo por un catre y un pequeño váter en una esquina.
Los dos hombres le dejaron sobre el catre y salieron, cerrando con llave detrás de sí. Roger descubrió que no tenía fuerzas para incorporarse.

Roger Stevenson se quedo sólo. Esperando en la oscuridad...

El Dr. Bennet avanzaba por el pasillo de las instalaciones acompañado por uno de los guardias de seguridad, sumido en sus pensamientos.
Desde que aceptó la oferta del Coordinador había conseguido cierto grado de libertad dentro de estas instalaciones. Todavía no se le permitía moverse sin acompañantes, pero al menos no tenía que pasar todos los días trabajando en el laboratorio.

Las puertas de las habitaciones que dejaba atrás en su camino por el pasillo eran todas iguales y sin ningún tipo de identificación. Celdas de mínima seguridad, más propias de un centro psiquiátrico que que una cárcel.
Aunque a él sólo le permitían visitar a un interno (uno que era sometido a unos experimentos que amenazaban con volverlo loco) sabía que no era el único. Quien sabe cuántas personas estarían encerradas allí.

Estaba seguro que en una de estas celdas también tenían a Thorlief...

Finalmente se detuvieron ante una puerta, idéntica a las demás. El guardia sacó una llave-tarjeta y la insertó en la cerradura, haciendo que se abriese a un lado.
El interior estaba oscuro. Habían tapado las ventanas porque al interno le molestaba la luz solar.

Tiene diez minutos doctor. Dijo el guardia.

Bennet entró dentro. La puerta la cerraron detrás suyo. Quedó en la oscuridad. No estaba sólo.

Roger Stevenson se levantó del catre.

Hola doctor...

Roger... ¿cómo te encuentras? -era difícil hablar con él en estas circunstancias-.

Conocía de sobra la respuesta, pero era lo único que podía articular en esos momentos. Saber que estaban allí, era perturbador...

Sólo me permiten visitarte a ti... ya lo sabes... -dije sentándome al lado del ex -bombero-.

Llevaba la bata de laboratorio habitual. Aunque ahora tenía más movilidad por el recinto, casi nunca se la quitaba de encima. Pero esa no era la única razón y Stevenson lo sabía. Como de costumbre, el doctor traía escondida en uno de sus bolsillos una pastilla para clamar el dolor de Stevenson. Desde que sabía lo que le ocurría había intentado ayudarle en lo que podía. No era mucho, pero poco más podía hacer...

Esperaba que nunca lo descubrieran, aunque a veces creía que ya los sabían y le dejaban seguir con el juego sólo porque les interesaba y lo encontraban macabramente divertido...

En la oscuridad, Roger buscó la mano de Bennet y tomó la pastilla que éste le ofrecía, para llevarla después a su boca.

El doctor escuchó como Roger tragaba la pastilla y se alegró de que gracias a la oscuridad no vería el demacrado rostro de su compañero de prisión. Sí, prisión. Porque eso eran al fin y al cabo: prisioneros. La única diferencia es que a Bennet lo utilizaban para trabajar en compuestos químicos y a Stevenson lo torturaban por medio de drogas alucinógenas y electroshocks.

No me encuentro demasiado bien, doctor. Oyo mascullar a Roger. Además, la comida es una mierda. Este último comentario casi dibuja una sonrisa a Bennet.

Últimamente... Prosiguió con la voz apagada. No hago más que pensar en lo que sucedió en el Centro Comercial de L.A. ¿Te acuerdas? ¿Hace cuánto fue? ¿Dos años?

Claro que lo recuerdo. Respondió el Dr. Bruce Bennet. Claro que sí...