Partida Rol por web

4 de marzo de 1999, 12:15

Candela se había ido a dormir pronto, y aunque había supuesto una derrota, al menos eso significaba que podía aprovechar la mañana. Raquel la había llevado en coche sin dejar que quejarse, pero el último trecho había tenido que hacerlo a pie. En el bosquecillo muchísimo frío, pero había visto el coche de Mónica a la entrada de la arboleda así que al menos sabía que no se estaba helando en vano.

En efecto ahí estaba, en medio del círculo de alisos, sentada en una silla plegable e inclinada sobre un hornillo de acampada. En un rincón, entre dos árboles, había una tienda de campaña. Candela podía sentir el Glamour al otro lado de la cremallera cerrada. La sidhe no la había visto; parecía muy ocupada intentando entrar en calor.

Candela salió al claro contoneándose y saludó a Mónica con una sonrisa a pesar del frío.

-Hola, cielo -dijo abrazándose a si misma y acercándose al fuego-. ¿Qué haces aquí sola? 

Había tenido que pedirle una chaqueta prestada a Raquel.

Mónica se levantó tan rápido que derribó la silla. Se arrancó el gorro de lana de un tirón y lo embutió en el bolsillo de la parka. Tenía la nariz enrojecida y con tantas capas de ropa parecía una sin techo, pero Candela sabía que jamás nadie la tomaría por una mendiga. No cuando daba la impresión de que en cualquier momento podía quitarse la chaqueta para revelar un atuendo digno de una reina.

-¡Candela! -dijo con una voz nasal que sugería que estaba constipada-. ¿Qué haces aquí? ¡Te vas a helar! -exclamó, y se acercó corriendo a envolverla con una manta con la misma urgencia que si Candela estuviera cubierta de escarcha.

Candela aceptó la manta con gusto, pero en cuanto pudo atrapó con ella también a la sidhe y la apretó entre sus brazos.

-Vengo de visita, quería comprobar que no te habías convertido en un muñeco de nieve... -la sátiro juntó la nariz con la de ella, que estaba congelada-. Ay, mi amor, ¿has pasado la noche aquí tu sola? Lo llego a saber y te traigo un chocolate.

Mónica soltó una risa ronca y le pasó un brazo por la espalda. No parecía dispuesta a deslizar la mano hacia arriba ni hacia abajo. Hacía un tiempo que no conseguía que Mónica se rindiera a sus encantos, y la sidhe había vuelto a iniciar el cortejo noble con más energía que nunca.

-El calor de tu sonrisa es todo lo que necesito. Ven, ven a sentarte -dijo, tirando de ella hacia la silla.

Candela la siguió y se sentó en otra hamaca junto a ella. Había estado allí más de una vez, pero no seguía sin acostumbrarse al frío que hacía en el alisedo entre Enero y Abril. Estaba deseando que llegase el verano para tomar el sol en la campa y celebrar la noche de San Juan. Eso seguro que animaría el feudo.

-¿No has pensado en construir una cabaña de madera?

Mónica se desembarazó del abrazo de Candela y retiró la silla para que se sentara, aunque no había ninguna mesa. Después levantó su silla y se sentó a una distancia respetuosa, que sin embargo permitía una conversación íntima.

-No quisiera perturbar el claro construyendo algo que no debería estar aquí -respondió, metiéndose las manos en los bolsillos-. Además con la tienda de Sir Efraín tengo suficiente. ¿Quieres algo? Lo siento. Creo que no tengo nada de comer para ofrecerte.

-¿Sir Efrain? -preguntó frunciendo el ceño y girándose para mirar la tienda-. ¿Está ahí dentro?

-No -respondió la sidhe volviéndose para mirar la tienda también-. Está trabajando. La trajo para que tuviera un sitio caliente donde dormir; fue muy amable.

-Yo también podría ser muy amable... Si me dejaras -dijo con una sonrisa haciéndose la distraida.

Candela volvió a mirar a las brasas preguntándose si la amabilidad de Sir Efraín era tal o iba más allá.

Mónica ya tenía la nariz y las mejillas rojas por el frío, pero aún así Candela supo que se estaba sonrojando. La Baronesa se encogió y sacó las manos de los bolsillos para cruzarse de brazos.

-Candela, no... no es apropiado que... -empezó antes de perderse en sus propios balbuceos.

-Lo se, lo se... -suspiró-. Los sidhes y vuestras cosas. Supongo que no tienes la culpa de ser tan guapa.

Candela se volvió para sonreirla y se inclinó para coger una de sus manos.

-Mónica, sabes que si te vas a dormir a casa el feudo seguirá aquí por la mañana, ¿verdad? No tienes por qué ser tan dura contigo misma, vas a agarrar algo.

Mónica acarició la mano de Candela y la tomó entre las suyas para besarla con devoción. La adoración en su mirada era tan absoluta que resultaba intimidante.

-No quisiera preocuparte, Candela. Es lo último que deseo, pero es mi deber. Además, es una carga muy ligera sabiendo que cuento con tus visitas. -Estaba tomando aire para continuar cuando escucharon a alguien avanzar a través del follaje. Mónica la soltó con presteza y se levantó para saludar con una inclinación a Sir Efraín, que estaba entrando en el claro-. Buenos días, Sir. No esperaba vuestra visita.

El Ailil respondió al saludo de Lady Mónica con una respetuosa reverencia y dio un paso al frente antes de reparar en la presencia de Candela. Se detuvo un instante y frunció el ceño antes de continuar.

-He salido del trabajo temprano y he venido a relevaros. No conviene que os quedéis aquí todo el día con este frío. Buenos días, Candela -la saludó el sidhe con una amabilidad que Candela encontró un poco forzada-. No esperaba verte aquí.

-¿Por qué no? Es un lugar maravilloso y Lady Mónica una buena compañía. Sir Efraín... -se levantó-. ¿No creéis que sería buena idea el construir una cabaña? No creo que perturbe el entorno más que una tienda de campaña de plástico y unas hamacas del Decathlon... 

A Candela le habían puesto mala cara muchas veces a lo largo de su vida, y en esos momentos podía ver aquella expresión tan familiar en la cara de Efraín. Al menos el sidhe trataba de disimular.

-Una tienda de campaña no es un asentamiento permanente, una cabaña sí. -Su mirada fue de Candela a Mónica, y de vuelta a Candela-. Pero podría estudiarse, supongo.

Candela pudo ver que Sir Efrain no la tenía ningún aprecio, y empezó a sospechar que quizás había algo más que un simple odio a su condición de plebeya.

-Pero una cabaña hecha con cariño puede traer más glamour. ¿Si no por qué los sidhe construis castillos en terrenos como este? Pero bueno, yo os ofrezco mi consejo. Es solo porque me preocupo del bienestar de vuestra señora...

-Candela... -dijo Mónica detrás de ella, amable y suave pero llena de advertencias.

-No, no -dijo Efraín, rechazando la interrupción de la Baronesa con un gesto de la mano. Se acercó a una de las sillas plegables y se sentó con torpeza antes de empezar a hablar despacio, como si midiera cada palabra-. Es... es una muy buena pregunta, y tus intenciones son buenas. Y tienes mucha razón. No soy ningún hechicero ni un erudito del Ensueño y los últimos restos de éste en el Mundo Gris, y no sé qué cualidad tiene el Alisedo que lo diferencie de... Nido de la Arpía, por ejemplo. Sólo repito lo que he escuchado en el pasado.

-Bueno, entonces será mejor que os deje meditarlo, que aquí ya no pinto nada. Si decidís hacerlo algún día no me importaría ayudar con la pintura. Ha sido un placer, sir Efrain. Lady mónica... -se despidió de esta última con un guiño.