Partida Rol por web

15 de Noviembre de 1923

01:37 (a.m)

Residencia de Thomas Kimball

Arnoldsbourg (Providence)

Murdock llegó a toda prisa a la casa de Thomas Kimball y rápidamente aparcó su automóvil en la puerta, sin apenas detenerse a comprobar que estuviera bien aparcado. No había luz en la casa del señor Kimball, ni tampoco en la casa de la Señora O'Dell, y el silencio en los alrededores era absoluto.

El detective se apresuró a cruzar la verja de la propiedad de Thomas Kimball pero justo cuando iba a llamar a la puerta un ruido súbito le interrumpió. Sonaba como a cristales rotos y parecía venir de la parte trasera de la casa de Thomas Kimball ¿El ladrón otra vez?

Me sobresalté al escuchar los ruidos. ¿El ladrón? ¿Otra vez, después de tanto tiempo? En ningún momento había mencionado el Señor Kimball que hubieran roto una ventana, así que en aquella situación parecía ser mas precipitado, o mas peligroso.

Eché mano a la pistola, desabroché el botón que la sujetaba y la saqué lentamente de su cartuchera. En el bolsillo de mi abrigo tenía mi fiel libreta, y en la mano izquierda el diario. Aquella era la gran prueba de lo que estaba ocurriendo, y lo necesitaba si quería convencer a Thomas de lo que consideraba había ocurrido. Y ahora no tenía ningún sitio donde dejarlo. El coche estaba detrás mia, cerrado, y por volver a dejarlo perdería un tiempo precioso. Así que lo apreté fuerte con mi mano para que no se resbalara, alcé el cañón de la pistola para poder apuntar rápidamente y me encaminé, prácticamente corriendo, hasta la parte trasera de la casa.

Murdock llegó justo a tiempo para ver cómo una extraña figura saltaba por la ventana de la biblioteca de la casa de Thomas Kimball. La ventana estaba rota y el suelo estaba lleno de trozos de cristal que brillaban con la luz de la luna. La sombra atravesó los cristales mientras llevaba algo bajo el brazo.

En cuanto dio un par de zancadas se percató de la presencia del detective y se giró para mirarle. Todo estaba muy oscuro como distinguir de quién se trataba, pero lo que si que pudo ver Murdock fueron sus dos pequeños ojos brillantes, que se clavaron en él como dos cuchillos afilados.

En apenas unos segundos volvió a darse la vuelta y aceleró el paso en dirección al terraplén que bajaba hacia el cementerio...

Pasé la mirada rápidamente por la escena antes de detenerme en la figura. Alcé la pistola y cerré un ojo para apuntar. Utilizando la muñeca izquierda, cuya mano seguía sujetando firmemente el diario, intenté afianzar mi pulso y isparar a una parte no vital.

Estaba a un suspiro de apretar el gatillo y abatir a la sombra, pero algo me hizo detenerme. Sólo lo había visto un instante y por el rabillo del ojo, pero la imagen saltó al frente de mi mente sin que pudiera evitarlo. ¿Trozos de cristal en el suelo por el lado de la calle? Si un ladrón entra en una casa, los cristales tiende a romperse hacia dentro. Pero, ¿cómo podia estar dentro? Sólo había dos opciones: que el tunel diera directamente al interior, cosa que por la descripción del diario no cuadraba, o que se tratara del únicoo habitante de la mansión, el señor Kimball. Pero, ¿qué estaba haciendo? ¿A caso la locura de los Kimball es hereditaria?

Bajé la pistola y empecé a correr, en pos de la figura. Aquellos segundos de duda quizás me habían hecho perder la oportunidad de alcanzarle, pero no era el momento de disparar a mi cliente. Esprinté, con cuidado de no chocar con ningún árbol ni meter el pie en ningún charco como la última vez.

La sombra se lanzó por el terraplén a toda prisa, muy consciente de que el detective iba tras él. Sin dudarlo ni un momento, Murdock bajó por el terraplén y comenzó a correr a través del bosque en pos de la sombra. Puede que le cogiera por sorpresa, puede que la carga que llevaba aquella figura le impidiera correr más rápido o puede que, sencillamente, sus piernas no le dieran para más, pero el caso que en unos cuantos metros el detective estaba justo a su altura dispuesto a derribarle.

Poco a poco alcanzaba a la misteriosa figura, corriendo como si de un atleta en los Juegos Olímpicos se tratara. Pero poco a poco me empezaba a faltar el aliento. ¿Cómo podía ser, si yo fumaba suficientes cigarrillos al día como para abrir mis pulmones al máximo?

Casi estaba sobre él. Pensé en lanzarme con los brazos extendidos y agarrarle, para retenerle contra el suelo y obtener respuestas. Pero en mis manos estaban la pistola y el diario, y en aquella situación no podía permitirme perder ninguna de los dos cosas. Así que hice lo único que me quedaba: preparé el hombro derecho y me lancé sobre la sombra con un último sprint que, esperaba, le diera la fuerza que necesaria a mi carga.

Murdock consiguió derribar al ladrón de una potente embestida. La figura misteriosa cayó al suelo y no pudo evitar soltar lo que llevaba entre las manos. El detective le pasó por encima y se paró en seco unos metros más adelante. Empuñando su arma se acercó a la figura misteriosa para comprobar la cruda realidad...

Lo que llevaba en las manos era algo que Murdock seguramente ya se había imaginado: libros. Un nuevo robo de libros en la casa de Thomas Kimball, sin duda parecía estar ante la misma persona que lo había hecho unos días atrás. Pero había un detalle importante, y es que aquella figura que había huido de la casa del señor Kimball distaba mucho de ser humana. Era más bien como un monstruo salido de uno de esos relatos de Weird Tales.

Sus pies eran como pezuñas y sus manos como garras afiladas, su cuerpo estaba cubierto de cicatrices y su olor era nauseabundo. Murdock habría dicho que era como un cadáver andante, pero parecía tan real...

-¡Pero que demonios!- Dije para mi mismo.

Aquella expresión parecía la mas apropiada para esa situación. ¿De que infierno había salido aquel ser? Si todavía creyera en las enseñanzas de mi madre y las tardes pasadas en la iglesia bajo la voz del pastor, diría que exactamente de uno de los nueve círculos del infierno. Mas concretamente el octavo, el de los maliciosos.

Pero no podía ser tan sencillo. Debía ser un ser vivo si se movía. Y si estaba vivo, podría morir. Así que me preparé, buscando la oportunidad para deserrajar un disparo sobre la criatura.

Si, aquella criatura era aterradora, eso es exactamente lo que pensaba Murdock mientras le apuntaba con su pistola, listo para disparar. El monstruo parecía sorprendido por lo que acababa de ocurrir y comenzaba a mover sus garras torpemente, buscando el preciado botín que se le acababa de caer.

Pero lo más aterrador estaba aún por llegar. Cuando Murdock estuvo lo suficientemente cerca de la criatura fue cuando todas las piezas del puzzle que había estado intentado resolver se unieron por fin. El rostro (si es que podía llamarse así) del monstruo presentaba un cierto parecido con alguien a quién había visto hacía poco, y estaba también el asunto de los libros y la huida hacia el cementerio...

De repente, la cara del detective se convirtió en una mueca de locura, los ojos abiertos como platos, la mandíbula desencajada, le temblaba el pulso...

Y es que aquel monstruo era Douglas Kimball...

Aquella cara se había metido en mi mente, incapaz de pensar en otra cosa. ¿Douglas Kimball? ¿Aquella sencilla imagen que miraba la biblioteca desde su foto en blanco y negro? ¿Aquel que había desaparecido hacía tanto tiempo... convertido en ese monstruo? Tan deformada, inhumana... pero desgraciadamente tan reconocible.

No podía disparar. No podía pensar bien. No sabía que hacer.

Bajé ligeramente los brazos, sin soltar los objetos que mantenía firmemente agarrados. Di un paso atrás, aturdido.

La criatura aprovechó el momento de flaqueza de Murdock para levantarse y huir. Antes de echar a correr en dirección al cementerio, pues esa era su intención inicial, recogió un par de libros del suelo y dejó atrás el resto. Parecía que tenía mucha prisa y, aunque su objetivo principal habían sido los libros, aquella rápida reacción daba a entender que tenía un propósito más acuciante que el mero hecho de robar unos cuantos libros.

Por unos instantes se me nubló la vista, como si una parte del mundo que consideraba real se hubiera caído por su propio peso. Pero aquello no duró demasiado. Vi a la criatura (a Douglas, pensaba una parte de mi mente) correr hacia el cementerio. Había dejado tras su paso unos cuantos libros, desperdigados por el suelo.

Poco a poco mi mente de detective empezó a despertar, reponiéndose de la impresión. Si prefería huir es que intentaba llegar a su refugio. Su morada. Su cubil. Aquello que estaba al otro lado del túnel. El lugar donde se encontraban los valiosos libros de Douglas, tal y como parecía. El lugar donde, esperaba, estarían todas las respuestas.

Retomé la compostura y empecé a correr detrás de ello (él, no paraba de intentar corregirme mi cerebro). Eché un rápido vistazo a los libros mientras pasaba, pero no había tiempo que perder. Si le perdía, adiós a mi oportunidad de solucionar ese entuerto. Y adiós también al resto de mi nómina por aquel caso.

Aceleré el paso, dispuesto esta vez a no acercarme demasiado a la criatura. Si se presentaba la oportunidad, intentar darle el alto. Y, si no atendía a razones, disparar a una pierna para frenarlo.

El monstruo corrió a través del bosque hasta llegar a la grieta que Murdock había descubierto en la tapia del cementerio. Sin pensarlo ni instante se escurrió entre la grieta plantando sus garras en la pared para hacer fuerza. El detective recordaba que no le había resultado tan sencillo pasar a través de la grieta, y tampoco es que él fuera un hombre especialmente corpulento, pero el cuerpo de aquella criatura parecía mucho más flexible y blando, o puede que tras varios intentos le hubiera cogido el truco, todo puede ser.

El detective recobró la compostura bastante rápido, lo suficiente como para salir tras el mostruo y no dejar que le recortara terreno alguno, su caso estaba ahí delante de sus narices y no se podía permitir perderlo. LLegó a la grieta de la tapia y vio como unos metros más adelante el monstruo continuaba su camino, tardaría un poco en alcanzarle pero estaba clara cuál era la dirección que había tomado.

Corrí hacia el muro por aquel camino que ya había recorrido. Esta vez no metería el calzado en ningún charco, o al menos no me importaría mancharme hasta la pernera. Era el momento de la cacería. La emoción del ejercicio y el afán por descubrir la verdad. La adrenalia corriendo por mis venas, dándome ánimos para alcanzar a mi presa antes de que se alejara.

Llegué hasta la grieta y asomé la pistola, apuntando al interior. Si le veía, le descerrajaría un disparo para hacerle disminuir la marcha. Pero las criptas y las tumbas le ocultaban de mi línea de tiro. Así que no quedaba otra opción que cruzar aquel lugar y adentrarme en el cementerio.

El detective decidió no disparar pues no había muchas posibilidades de acertar, y en lugar de eso se escurrió a través de la grieta de la tapia del cementerio todo lo rápido que pudo. En cuanto estuvo dentro siguió corriendo tras el monstruo, siguiendo sus pasos muy de cerca.

El cementerio era realmente siniestro durante la noche, especialmente aquella noche en la que la luna iluminaba las tétricas tumbas y panteones. Sin embargo, el detective no se detuvo por nada ni por nadie, estaba demasiado concentrado en su tarea pendiente y la visión de aquel horrendo monstruo había sido mucho más terrorífica que un cementerio durante la noche.

Finalmente, al doblar la esquina de uno de los panteones, Murdock divisó a la horrenda figura a unos metros de allí. Había dejado los libros en el suelo y estaba encaramado a la cruz de una de las tumbas. Miraba en la dirección en la que se encontraba el detective con sus misteriosos y brillantes ojos, acechante, como si le estuviera esperando.

Frené en seco mirando a él (la criatura). Por primera vez en mi vida, me sentía como uno de aquellos héroes de las películas del salvaje oeste. Cada uno a un lado de la calle, mirándonos. Sin un momento que perder, pero sin precipitarse para que el otro no pudiera cogerte por sorpresa.

La diferencia es que en este caso sólo yo tenía mi arma, y él (eso) simplemente sus manos (garras). Levanté la pistola para apuntar, sirviéndome de la mano izquierda y el diario como punto de apoyo. Le (lo) miré fijamente, con el ceó fruncido por la concentración, antes de hablar:

-Quieto. Ríndete y no tienes por que salir herido.

El monstruo bajó de un salto, colocándose cerca de la pila de libros que había dejado en el suelo. No parecía en absoluto intimidado por la presencia de Murdock, ni siquiera por el hecho de que le estuviera apuntando con una pistola. Al contrario, la criatura parecía totalmente calmada, cómo si nada hubiera pasado, espectante...

Alcé ligermante la pistola, de forma que pudiera ver el cañón del arma apuntándole. Intentaba ser lo mas intimidante posible, y de esta forma no tener que recurrir a usarla. Aunque (la persona / el ser) me estaba dejando pocas opciones.

-Aléjate de los libros lentamente y pon las manos en alto.- Hice una pausa y puse mi tono mas persuasivo, mirándolo fijamente. -Que no tenga que obligarte.

El monstruo negó con la cabeza y después no se movió ni un ápice, no parecía tener intención de obedecer a lo que el detective le había ordenado, ni siquiera parecía tenerle miedo a la pistola. Permaneció quieto unos segundos y, para sorpresa de Murdock, habló.

- Si se empeña tendré que matarle - dijo con voz pastosa.

Aunque su voz sonaba humana (más o menos) y su dicción era más que correcta, había un desagradable siseo que se mezclaba con las palabras a medida que hablaba.

Sacudí ligeramente la cabeza, incrédulo, cuando le oí hablar. Sinceramente, no me lo esperaba. Pero escuchar su voz no servía mas que para afianzar mi confianza: si era capaz de pronunciar palabras, era mas que capaz de entenderlas, y seguir ordenes.

-Tranquilícese, Douglas. Nadie tiene que salir herido.- Ni por un instante aparté el ojo y el arma de su figura. Si se atrevía a hacer algún movimiento agresivo, una bala volaría antes de que pudiera llegar hasta mi. -Cuénteme, ¿qué le ha ocurrido? ¿Por qué está robando sus propios libros? He leído su diario y...- Dudé unos instantes. -Tiene mucho que explicar a su sobrino.