Partida Rol por web

La conversación acabó ahí, y en apenas unos minutos todos se metieron en sus camas para descansar. Lonegan hubiera aprovechado para tener un sueño reparador, si no fuera porque las extrañas visiones de aquel viejo indio continuaban persiguiéndole hasta en sueños para atormentar su descanso.

No estaba del todo seguro de sí le había despertado el punzante dolor de la cicatriz de su mano izquierda, lo turbulento y agitado de sus sueños o el humo que empezaba a rodearlos en la habitación. Tal vez una mezcla de todas aquellas cosas. El caso es que, cuando se incorporó de golpe, observó que Juanita gritaba mientras intentaba abrir la ventana y Pancho se dirigía decidido a derribar la puerta de la habitación.
El hotel estaba en llamas, y sabía que no podían dedicar mucho tiempo para tomar decisiones.

-¡James, arriba!-Alertó de un grito a su amigo mientras se dirigía para ayudar a Juanita a abrir la ventana. Jack había sopesado las opciones y había concluido que la ventana era la vía más rápida para salir del hotel, y por lo tanto del fuego que amenazaba con destruir aquel edificio y todo lo que estuviera entre sus paredes. Además, ni por un momento se le ocurriría dejar a Juanita a su suerte.

James yacía en su lecho profundamente dormido. Había tardado en conciliar el sueño aquella noche pero al final se quedó rendido de puro agotamiento. Su descanso no fue plácido, ni duradero pues de allí a no mucho, una sensación incómoda, como un picor desagradable en la nariz y en la garganta hizo que comenzase a dar vueltas. Y calor, mucho calor.

Como si le llegara de muy lejos, como ocurre cuando a uno le hablan mientras está en ese impreciso muro que separa la vigilia del sueño, escuchó la voz de Lonegan pronunciando su nombre.¡James, arriba!

Con gran esfuerzo abrió los ojos. Lo primero que percibió fue movimiento. Sus compañeros corrían de un lado para otro. Y luego se dio cuenta de qué era lo que llenaba su nariz y su garganta: humo.

-¿Qué diantres...?-dijo aún sin coger consciencia del todo-.

No llegó a terminar la pregunta pues antes de hacerlo, encontró la respuesta por sí mismo. El hotel estaba ardiendo. El resplandor de las llamas se veía por la ventana.

Se incorporó tan rápido como pudo. En tiempos se habría puesto de pie de un salto, pero el tiempo había dejado su huella en el viejo McReady y al levantarse, siempre le dolía todo. Ignorando el dolor se puso en pie y miró por sus compañeros. Jack, Juanita, Pancho...tenían que avisar a Maverick. Cogió sus cosas, se las echó encima como pudo y salió al pasillo, en busca de la habitación de su compañero mientras iba gritando.

-¡¡¡Fuegoooo!!!, ¡¡¡fuegooo!!!.

Michael se retorció en su cómodo colchón y se quitó la colcha de encima. Dió un par de vueltas más y acabó por quitarse también las sábanas. Con el frío que hacía fuera y lo caliente que se está aqui dentro. Mañana tendré que agradecerle al señor Stark sus atenciones, por brusco que haya sido el servicio.

Se revolvió de nuevo y apartó de sí la sábana también. Maldita sea, si que da calor esta cama. Ni que tuviera dos mozas en ellas. Aquel pensamiento le espabiló. Maldita sea, si al menos hubiera podido entrar en el casino. Si Juanita no fuera la mujer del jefe.

Michael se rascó la entrepierna que empezaba a llamar descaradamente su atención y notó un olor a chamusquina. Esta Stark, debe estar senil. Se ha dejado las botas demasiado dentro de la estufa. Pero el olor que percibió no fue el del cuero quemado, sino el de la madera ardiendo y en grandes cantidades.

De un salto salió de la cama y se caló el sombrero que estaba en una de las esquinas de la cama y tras buscar torpemente bajo ésta se calzó las botas y cogió el resto de sus pertenencias de una silla donde estaban hechas un ovillo. De esta guisa y vestido sólo con la ropa interior, sombrero y botas abrió la puerta de su habitación y gritó:

- ¡Fuego! ¡Fuego!

- ¡Maldita sea, despertad!

Juanita y Lonegan se abalanzaron hacia la ventana a la desesperada. Esta se abrió completamente con un crujido. Al pie del hotel se veía como los habitantes de las cruces ya comenzaban a arremolinarse bajo el hotel, y diligentemente formaban una hilera para echar cubas de agua hacia las llamas. El piso estaba a varios metros de altura, y aunque la caída podía ser dolorosa, las llamas aún no habían crecido lo suficiente para atraparos en un salto hacia el exterior.

Pancho, por otro lado, había optado por salir como un bisonte enloquecido derribando la puerta. Tan tremendo patadón asestó a la madera que esta se resquebrajó bajo su pie desnudo y varias astillas se le clavaron, provocándole un dolor agudo, mientras la puerta rebotaba abriéndose hacia el interior de la estancia.

McReady salió de la habitación a la carrera, pensando solo en buscar a Maverick que se había alojado por separado, pero no hizo falta. En el momento que asomó por el pasillo, el compañero al que buscaba aparecía por el otro lado dirigiéndose hacia él en calzones y solo con las botas puestas. Había salvado su ropa, pero preocupado por escapar, la llevaba bajo el brazo en un revoltijo desordenado.

Las campanas seguían sonando, y solo ahora que os habíais despejado a la fuerza de vuestras ensoñaciones podíais escuchar también el crepitar de las llamas, aún lejano, pero claramente. El humo no era suficiente para entorpecer vuestra visión por completo, pero se metía en vuestros pulmones y os obligaba a doblaros sobre el espinazo en una tos incontrolable.

En el pasillo la mirada de James y Michael se cruzaron. El viejo exmilitar asintió. No hacía falta decir nada más. Luego se dirigió hacia la ventana por la cual ya salían Jack y Juanita para a su vez, saltar hacia el exterior.

La puerta se abría hacia adentro. Había que ser tonto para patearla en sentido contrario. Pancho, eres mas terco que una mula. Nunca aprenderás. Recordó las palabras del buen hermano Agustín, a quien siempre tendría en su memoria. Una punzada de culpabilidad le alcanzó al recordar su memoria.

Pero más dolorosa era la punzada de las astiilas de su pié, -¡HÍJOLE!- Renegaba para si mismo el mexicano de dolor, aunque sin apenas fuerza ni resuello en la voz por la falta de aire. Es como aquella vez en al horca. No soportaba aquella sensación de angustia, de no poder respirar.

Le dolían, pero no había tiempo para quitarse las astillas o moriría asfixiado. 

En condiciones normales habría hecho una broma sobre el aspecto de Maverick en calzones, pero la cosa no estaba para bromas. Pancho estaba perdiendo el aliento y tosía como un descosido, soltando algún gargajo negro. Parecía no haber muchas posibilidades escaleras abajo. Habría que saltar por la ventana.

Se dirigió a la misma, dejando un reguero de sangre con sus pies en el suelo. Cada paso era una tortura. Sólo pensar en caer de pié desde altura ya le dolía. Esto es el calvario de Cristo, pensó para si.

De nuevo, vinieron a su mente alguno de los funerales que los hermanos del monasterio organizaban en el pueblo cuando alguien de la aldea fallecía. Él de niño vestido de monagillo, todo blanco, sosteniendo una enorme cruz de madera por delante de la procesión (porque siempre fue el mas grande y fuerte de los niños) mientras el hermano Agustín caminaba por delante de él, con su raída túnica de monje, y haciendo oscilar el inciensario frente a él a medida que caminaba.

Y por detrás de Pancho, el muerto, sobre una traqueteante carreta tirada por mulos, metido en un ataíd. Si es que a eso que se podían permitir aquellas pobres gentes se le podía llamar ataúd. No tenía ni forma de ataúd. Una caja rectangular, con una tapa clavada con cuatro clavos que parecía iba a desmontarse de un momento a otro. Reutilizada, claro, de cuando los monjes desenterraban a los muertos viejos para lanzarlos a la fosa común.

Todas las gentes humildes a los lados en la calle principal lloraban de la emoción, o con rostros serios de respeto al muerto.

Y Pancho ya se veía en esos momento como el muerto de procesión al cementerio.

Sin pensarlo dos veces, se dirigió a la ventana entre reniegos y dolores.

Michael vió a Pancho en el pasillo y a punto estuvo de dejar caer sus cosas al suelo. El mejicano sonrió al verle y como si aquel encuentra fuera suficiente, había salido corriendo por donde había venido. Se había metido dentro de la habitación que el resto de forajidos debía haber compartido para luego escucharse un ruido de cristales rotos acompañados de un grito que sonó como:

- ¡Jeróoooooonimo!

Y si Michael hubiera tenido mejor oido y a su alrededor no ardiera en llamas un edificio, habría escuchado unos tenues gemidos que sonoraron, sólo el observador más atento como:

- ¡Ay mamacita! ¡Ay!

El tahúr se asomó a la escalera que daba acceso al piso inferior y vió que las llamas la habían alcanzado por completo*. Aquella no parecía una opción viable. Así que volvió sosbre sus pasos hasta su habitación.

Michael volvió sobre sus pasos hasta su habitación, donde se percibía el calor, pero aún no habían llegado las llamas. Dejó todas sus cosas sobre el colchón y las enrolló, apretujó y ató con las mimas sábanas. Hecho esto. Abrió la ventana del cuarto y acercó la única silla de la habitación hasta ésta.

En ese momento percibió el olor a ceniza con fuerte intensidad y el calor le azotó las mejillas. Se asomó para comprobar que el suelo al pie de la ventana estaba despejado y volvió hasta la cama, levantó el colchón de plumas en vilo, y se acercó con éste, conteniendo sus cosas hasta la ventana.

Musitó una plegaria antes de emplear la silla como escalerilla, pues aún los hombres no creyentes tienen ocasiones para pedir a un poder superior no partirse la crisma, aunque fuera algo como "Por favor, Dios, si existes, que no me rompa la cabeza... ni tampoco las manos... ni la cara".

Pasó poco a poco el colchón por el hueco y se tiró por la ventana con éste como escudo, con la esperanza de amortiguar el golpe con el colchón. Ojalá fuera tan mullido como le había parecido aquella noche.

Mientras ayudaba a Juanita a abrir la ventana, que no les opuso mucha resistencia, Jack oyó el crujido de la puerta y se volvió para vislumbrar a duras penas entre el humo la silueta de Pancho ante la puerta, que se había astillado por el golpe. También observó que McReady se precipitaba por el hueco en dirección al pasillo.

¿En serio están pensando en escapar hacia el interior del hotel? Es como jugar con un revolver sin el seguro puesto.

Eran momentos de urgencia y en la cabeza de Lonegan no había tiempo para preocuparse por nadie más, excepto por Juanita, a la que tenía en esos momentos a su lado, dispuesta a saltar por aquella ventana. Esperó a que su compañera saltara y se lanzó unos segundos más tarde tras ella.

El salto no fue como había calculado y acabó chocando contra el suelo sin poder amortiguar bien la caída. Al incorporarse, noto un latigazo de dolor en su tobillo izquierdo*. Al menos había conseguido alejarse del fuego y salir del edificio en llamas.

Michael calló de cara contra el suelo y a pesar del grosor del colchón sintió el impacto del suelo contra su rostro como si de una coz se tratara. El revólver, aún cubierto por la ropa de cama se le había clavado en el estómago y le había dejado sin aliento. Tardó un buen rato en darse la vuelta aunque siguió tumbado sobre el colchón. Boca arriba se palpó de arriba abajo.

Al menos parece que no me he roto nada.

Mientras abro la ventana escucho los gritos de Pancho. Ocupada como estoy, no me giro a ver qué pasa, asumo que se ha quemado y eso deja la ventana como única salida. Jack me ayuda y, entre los dos se abre sin esfuerzo. Pienso en el señor Stark... "Seguro que ya está fuera..." pienso más para acallar mi conciencia y poder largarme de allí sin preocuparme que porque realmente crea que ya está a salvo.

-¡Michael!...- él es un compañero, a él no podemos dejarle atrás. Me giro y veo a James que ya está saliendo a buscarle. Jack está a mi lado, esperando a que salte y yo dudo... Vale que no debemos dejar atrás a Michael... pero a James sí que no le voy a dejar atrás, por nada. Pero entonces, sólo un instante después, veo que asoma de vuelta*. Asiento, con la tranquilidad de saber que nos seguirá. Cojo mis botas en un movimiento rápido y las tiro por la ventana y luego saco las piernas por la ventana, me dejo colgar por los brazos y después me suelto, intentando caer lo mejor posible y apartarme rápido para que puedan saltar los demás.

Con la aparición de Michael ya todos sabían que la actual banda de Lonegan estaba a salvo, al menos por el momento, pero si no escapabais del edificio de inmediato, tal vez no por mucho más tiempo. Era un momento para tomar decisiones rápidas, y siendo la ventana el medio de escape más evidente, todos comenzaron a dejarse caer por ella... todos menos Maverick, que en el último momento volvió sobre sus pasos apresuradamente.

McReady y Juanita fueron los afortunados. El viejo ex-confederado cayó sobre uno de los viandantes más cercanos que formaba parte de la cadena humana para arrojar cubas de agua al ardiente edificio, amortiguando su caída, mientras que la ligera Juanita cayó rodando sobre el suelo, pero por su altura y constitución, la caída solo le cortó la respiración por unos segundos sin consecuencias graves.

Lonegan y Pancho tuvieron menos suerte. El líder de la banda aterrizó contra el duro suelo con las piernas por delante, y al intentar ponerse en pie los músculos se quejaron con un ardor lacerante como demonios. El mexicano, por otro lado, apenas cogió impulso al saltar debido a su repentina cojera, y poco faltó para que golpeara con la cabeza en el abrevadero para los caballos, que se fracturó bajo su corpulencia; no intentó levantarse durante varios segundos, le dolía todo el cuerpo.

Solo faltaba Maverick, pero ¿adonde había ido? ¿porqué había vuelto a adentrarse en el hotél? la respuesta la descubrísteis tras unos exasperantes segundos de dudas e incertidumbre cuando, sin abrir los postigos siguiera, una figura atravesó la ventana del otro extremo del hotél con manta y colchón por delante, golpeando contra el suelo de forma violenta que provocó una lluvia de plumas de relleno, varias de las cuales se prendieron cuando volaron cerca del incendiado edificio. En el centro de la masa de telas desparramada por el suelo se encontraba Maverick, desnudo salvo por los calzones y las botas, y dolorido y aturdido por el impacto, pero de una pieza.

Vuestra salida del edificio había sido escandalosa, pero por lo menos ahora estábais lejos del alcance del fuego. Varios vecinos y mineros que se alojaban cerca os apartaron y se preocuparon unos instantes por vuestra salud antes de volver a formar parte de la cadena humana al comprobar que ninguno estábais herido de consideración. El sheriff y un par de hombres a su cargo coordinaban a la cadena humana, pero aunque evitaban a duras penas que el fuego se extendiese, no parecían tener éxito en extinguirlo por completo.

Pasados unos instantes una consternada señora a la que Juanita se separó de la multitud con dos muchachas más jóvenes, todas ellas en bata de dormir, y se acercó a vosotros al borde del pánico.

- ¿Y los Stark? ¿Donde están? - preguntó como si no hubiera modo posible en el que no pudierais saberlo, pero al ver vuestras caras su cara se tornó en un profundo miedo. Entonces miró a las llamas y comenzó a gemir aterrada - ¡No han salido! ¡Los Stark siguen en el Hotél! - Una vez comenzó ese griterío, comenzó a hacerse eco entre otros habitantes de St. Elmo, atrayendo a más personas, unos ayudando con los cubos, y los que no podían, mirando al ardiente edificio con impotencia.

Caigo y, afortunadamente, lo hago bien. Salvo el susto, creo que estoy intacta. Cuando aún estoy reponiendome oigo a mi espalda un quejido. Cuando me giro veo que es Jack. Está intentando ponerse en pie pero algo no va bien porque, además del quejido, su gesto es de dolor.

-¡Jack!- me acerco tan rápido como puedo y le ayudo a incorporarse para que, si quiere, pueda apoyarse sobre mí. Mientras, James ha saltado y está bien también. Desde donde estamos le vemos aterrizar sobre la gente igual que vemos como Pacho cae sobre el abrevadero. Me resulta evidente que se ha hecho daño pero está consciente y seguro que termina levantándose  "Ese espíritu bruto que tiene, seguro que le ayuda"

Observo la ventana esperando que salte Michael pero nadie aparece. "No puede ser... venía detrás nuestro... ¿no?" Mi preocupación va en aumento cuando pasan los segundos y sigue sin aparecer. Pero, al final, con lo que parecería un espectáculo para llamar la atención sobre su cuerpo sin ropa, si no fuera porque estamos salvándonos de un incendio, aparece por otra ventana.

Entonces veo entre la multitud a la Sra. Johnson que se acerca para preguntarme, con angustia, por el dueño del hotel. Supongo que mi cara refleja mi sorpresa porque antes de que tenga tiempo de preguntar si es que no ha salido, la Sra. Johnson, nerviosa, comienza a gritar a la multitud que los Stark siguen dentro.

Me vuelvo a mirar las llamas que devoran el edificio. No creo que haya opción. No se puede entrar ahí. Y yo tampoco soy una Hermana devota de la Virgen de Guadalupe dispuesta a dar su vida por otro.

Apenas acaba de aterrizar cuando escucha los gritos de la mujer advirtiendo que los Stark no han salido del hotel. James mira a la puerta y sin pensarlo dos veces, coge su poncho; ese que utiliza cuando tiene que usa para cobijarse cuando se aposta como francotirador y luego de mojarlo bien en un cubo de agua que roba directamente a una persona que estaba en la cadena, se lo echa encima y se dirige a la puerta del edificio dispuesto a rescatar a los señores Stark.

Al ver a Maverick lanzarse colchón por delante, Pancho se preguntó: Por qué no se me habrá ocurrido eso a mi. 

Le dolía todo el cuerpo. Por mucho que dijeran que el agua amortigua, se había dado un bandazo contra la madera del abrevadero de cuidado. Tan concentrado se mantuvo en su dolor que no hizo mucho caso a la gente que acudió a atenderle. Aunque en cuanto vieron que no tenía anda grave, continuaron intentando apagar el incendio.

Bueno, al menos estaban todos los de la banda en buen estado, por así decirlo.

Pero no los Stark, por lo que decía la mujer que acababa de llegar. Muy mona por cierto.

Pancho vio entrar a Mc Ready al hotel de nuevo. Un gesto muy valiente por su parte, sin duda. Pancho se avergonzó, agachando la cabeza, pues a pesar de toda su fuerza y su tamaño, tenía miedo de entrard e nuevo. LA sensación de asfixia le había recordado un momento del pasado en el que... estuvo a punto de morir ahorcado.

Se frotó el cuello, rememorando las sensación de angustia, de falta de aire, de impotencia al saber que iba a morir sin remediarlo.

Furioso consigo mismo, hizo lo único que podía para mejorar la situación. Se dirigió iracundo hacia la zona de la que sacaban agua, al principio de la cadena humana, y haciendo a un lado a uno de los aldeanos dijo: -¡Aparta, enclenque! Y deja actuar a los profesionales.-

Cogió entonces el cubo lleno de agua que ese mismo hombre estaba a punto de pasar, y no contento con eso, Pancho cogió otro balde lleno a rebosar. Y luego, obviando la cadena, acarreó él solo los dos cubos uno a cada lado de su cuerpo, hasta llegar frente al edificio en llamas, y arrojar los dos cubos al fuego.

Luego, volvió a la fuente a llenar los cubos de agua. Y así una y otra vez, cargando como un animal con dos cubos para arrojarlos al edificio, hasta que acabara baldado.

Pero sus pies descalzos le dolían como un demonio. Se le estaban hinchando a pasos agigantados.

El jugador recuperó el resuello tumbado boca arriba en la cama. Se quitó de encima los cristales  y miró a su alrededor. Había aterrizado en uno de los laterales del hotel y no en la fachada principal que hervía de gente y ardía en llamas. Echó un vistazo y vió, aún estando tumbado que el resto de la banda estaba más o menos en pie.

A cubierto por la esquina del edificio se puso pantalones, camisa y chaqueta por encima de la ropa interior y aprovechó para ver algo del interior del edificio, si el incendio se había iniciado en la puerta, era probable que aquella parte, accesible por las ventanas del piso inferior, no estuviera tan afectada por las llamas.

Tras su mala caída y un primer intento poco exitoso de recuperar la vertical, la solícita ayuda de Juanita, que se ofrece como muleta para ayudarle a incorporarse, consigue ponerlo en pie. En otras circunstancias habría rechazado la ayuda de malas maneras, odiaba dar muestras de debilidad y además ante tanta gente. Pero era la mexicana la que había venido a socorrerlo, y el tierno recuerdo de los viejos tiempos dejó hacer a su compañera. Una mujer se acercó a Juanita para avisar de que los Stark seguían atrapados dentro del hotel. Los latigazos que sentía en las piernas por el golpe en la caída le estaban haciendo ver las estrellas, y desde luego Lonegan no era nada parecido a un héroe, por lo que simplemente se quedó observando la situación una vez pudo mantenerse en pie.

Sin embargo, que el líder de aquella banda fuera un forajido con pocos escrúpulos no le impedía valorar las actitudes más piadosas de sus compañeros. Sabía que James en el fondo era un pedazo de pan y no le sorprendió verlo avanzar decidido, con aquel poncho empapado en agua, hacia la entrada del hotel en llamas para tratar de rescatar a los Stark. Algo parecido sucedía con Pancho, que terco como una mula, había decidido hacer su propia cadena de cubos de agua individual. El mexicano iba y venía sin cesar carretando cubos de agua que descargaba sobre la entrada del hotel, a pesar de que sus pies parecían a punto de romperse en mil pedazos.
En todo grupo debe haber gente como McReady o como Pancho. Si todos en esta banda fueran como yo, haría tiempo que nos habríamos cosido a balazos los unos a los otros.

Jack sonrió sinceramente ante los esfuerzos abnegados de aquellos dos, y entonces volvió su mirada hacia Juanita. Ella tampoco había hecho ademán de acercarse a colaborar, en el fondo seguían siendo muy parecidos en ciertos asuntos. Y se mantenía muy cerca de él, aunque hacía unos segundos que había dejado de sostenerlo.

-¿Qué crees que puede haber sucedido?-Comentó con Juanita, por decir algo y romper aquel silencio entre el crepitar de las llamas.

Sin apenas pensarlo, atraviesas las puertas del hotel en llamas y te diriges en busca de los Stark. Las lenguas de fuego te rodean durante un instante, pero por suerte consigues salir de entre ellas al otro lado. Todo el piso inferior está en llamas, y el denso humo impedía respirar profundamente ni ver mas allá de un palmo de tus narices; además, aunque el agua te protege hasta cierto punto, eso no evita que aún sientas el calor infernal que te rodea.

Si no hubieras entrado en el hotel antes, te hubiera resultado imposible orientarte, pero paso a paso te las apañaste para dirigirte al dormitorio de los dueños, en un entresuelo en mitad de la escalera. Al llegar no cabías en ti de asombro; una barra metálica de gran grosor, casi al rojo vivo, estaba encajada en la diagonal de la puerta, imposibilitando que se abriera desde el interior.