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Plus Ultra - La Conquista del Cipango

Bushido (Capítulo 2)

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27/09/2015, 19:20
Director

Hacía tres días que los soldados habían desembarcado en Odawara, la capital de la región de Kanagawa. Los hombres fueron alojados en cuarteles. Precisamente los mismos cuarteles que habían ocupado las fuerzas que ahora partirían en un rápido viaje, embarcados en los mismos galeones que les habían traído, hacia Nagasaki. La órden a los marinos era regresar acto seguido a aquel puerto, con suministros de munición y comida a ser posible.

La vida en aquel lugar era extrañamente tranquila. Las gentes, acostumbradas a la guerra, no parecían especialmente inquietas por el hecho de que aquella región se mantuviera alzada contra el poder de Nobunaga. Más bien, estaban inquietos por su presencia.

A diferencia de los habitantes de Nagasaki, acostumbrados a la presencia de los europeos y aún de conversos kirishtián, los de aquella región no habían visto ni a unos ni a otros. Así que, mientras los niños y ancianos les miraban con curiosidad, las mujeres se encerraban en sus casas a su paso, y los guardias de la ciudad no sabían muy bien si escoltarles o vigilarles.

Los oficiales españoles habían sido invitados a una reunión, que disfrazada bajo el pretexto de un agasajo, pretendía ir comenzando a trazar los planes para reanudar las operaciones militares conjuntas contra Nobunaga y sus generales. La reunión tendría lugar en el impresionante castillo, enclavado en lo alto de un cerro y rodeado por fosos y diversos géneros de trampas.

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27/09/2015, 19:41
Director

La sala en el interior del castillo no era lujosa, más bien espartana. En ésto se parecían los castillos españoles a los japoneses, aunque era curioso como en su parte superior la obra era casi toda de madera. El castillo estaba guarnecido por tropas de la casa de Hojo, que les miraron con cierta suspicacia y les dejaron entrar por órdenes de sus oficiales samurai. Los aliados todavía no se habían ganado el respeto mutuo. Además, los guerreros japoneses creían que serían de poca valía en el combate en tierra, aunque de momento, por educación, no hubieran dicho nada en tal sentido.

En la reunión se dispuso una mesa donde los oficiales de ambos bandos, vestidos de calle y no para la guerra, discutirían los pormenores mientras compartían cortes de salmón, sushi y rollos de maki, regados por vino y sake. En la cabecera de la mesa estaba el joven señor Ujinao, mientras que su padre, el venerable señor Ujimasa, escucharía todo sentado en una silla de estilo chino.

Los capitanes samurai y banderizos de la casa eran más que los españoles. De hecho, varios de ellos se mantenían en un segundo plano, dejando que en torno a la mesa se dispusieran los comandantes preferidos del señor, y los señores de mayor rango. De entre ellos, destacaba Minamoto Kingo, que había sido el general y principal estratega del clan desde hacía dos décadas.

Dôa se mantenía atenta para servir a los hombres, ayudada por los criados de la casa, pero también tenía órden de traducir lo que dijeran los españoles. Las órdenes en éste sentido habían sido tajantes, pues la traductora "oficial" iba a ser ella. No se fiaban de los clérigos kirishtian, pues decían que a veces deformaban lo que uno decía, a conveniencia de sus intereses.

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27/09/2015, 19:57
Yanagisawa Keisuke

El consejero fue el primero en romper el hielo. Levantó su pequeña tacita con sake, brindando.

-Por una larga y próspera alianza.

Bebió de un trago. Era un sake fuerte, de excelente calidad. Mucho mejor que el que habían tomado los soldados en la mancebía de Nagasaki.

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27/09/2015, 19:59
Hojo Ujinao

El joven señor sonrió. De vez en cuando, miraba a Dôa. En la distancia, en sus gestos, ella sabía que se sentía atraído por ella. Pero como era un caballero de posición, y no habían tenido la ocasión de hablar a solas muchas veces, se reservaba para si esos pensamientos. Lo que si esperaba es que estuviera atenta a lo que allí iba a hablarse.

-Sed bienvenidos, amigos de Kastila, a éste nuestro castillo. Hemos escuchado muchas cosas sobre vuestros soldados, pero sobre todo sobre la victoria sobre la flota de Nobunaga, de la cual todos nos congratulamos.

Inclinó la cabeza muy levemente.

-Y ahora, general, tened la bondad de exponer la situación.

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27/09/2015, 20:03
Minamoto Kingo

El general miró a los extranjeros y luego mandó desplegar un mapa, que ciertamente era notable en su factura y precisión.

-Nobunaga ha encargado la conquista de ésta región a uno de sus mejores y más despiadados generales, el daimyo Toyotomi Hideyoshi y los samurai que le sirven. Dispone de cincuenta mil hombres armados, con base en Oyama. Sin embargo, existe una fuerza avanzada de seis mil hombres que han atacado Hakone, a orillas del lago Ashi. Las fuerzas de la casa han vuelto a recuperar la villa, provocando que esa fuerza se retirara al bosque, al otro lado del lago. Ésto sucedió hace una semana, y no han llegado informes sobre nuevos ataques.

Señaló un punto.

-Los exploradores decían que ésta fuerza estaba creando un campamento fortificado en las faldas del Monte Mikuni, sobre un cerro que domina una floresta amplia en la linde del bosque. Sus tropas están formadas principalmente por caballería samurai, aunque también marchan con ellos ashigaru con armas de fuego y lanzas.

Parpadeó.

-La casa no pasa por su mejor momento. Estamos suprimiendo una revuelta en el norte de la provincia, por lo que las fuerzas de las que disponemos para combatir a Hideyoshi se reducen a los cinco mil hombres estacionados en Hakone, más la guarnición de ésta ciudad, que no sería conveniente debilitar demasiado. Confiamos, sin embargo, que la revuelta de los traidores se solucione rápidamente, y los quince mil hombres que forman el grueso de nuestro ejército puedan sumarse pronto a las operaciones de combate.

Si salían bien las cuentas, iban a ser seis mil contra seis mil.

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27/09/2015, 20:19
Director

Más cuarteles.

Los soldados querían entrar en faena, y aquella inactividad les molestaba. Sin embargo, era preciso que los japoneses se acostumbraran a su presencia, sintiendo que podían confiar en ellos, tanto como lo hacían con las tropas de su propio señor. Y eso costaba más de decir que de hacer.

Necesitaban "lenguas" para comunicarse con los samurai y soldados de la casa de Hojo, y por eso habían permanecido en los cuarteles el padre Expósito y Martín. 

Tocaba instrucción, y ésta se hacía en una plaza de armas que tenían los cuarteles. Los ashigaru entrenaban a su manera, vigilados por uno de sus capitanes, y ellos hacían lo propio, bajo miradas de curiosidad y recelo.

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27/09/2015, 20:28
Jerónimo Sánchez de Carranza

El maestro llevaba puesto un grueso plastrón de cuero y unos guantes de lo mismo. Los hombres practicaban ahora con la espada, que solía olvidarse en detrimento de la pica y el arcabuz. Y sin embargo, iba a ser importante para ellos dominarla.

-Encrespa, señores, es la mejor guardia en combate. Nos protege de los ataques y no ofrece demasiado hierro al enemigo. Vigilen el compás de pies, y no se apresuren en buscar la estocada. Recuerden, es preferible llegar a la herida tras tres atajos, que tirar de primera intención y terminar ambos ensartados.

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27/09/2015, 20:28
Capitán Kaneda

Los samurai habían hecho un alto en sus entrenamientos para mirar a los occidentales. Les causaban curiosidad, y a algunos de ellos, gracia. Con sus extrañas armas de acero, sus espadas finas y las picas con la moharra ancha como la hoja de un árbol. Además, aquellos movimientos circulares eran algo cómicos, atacando solo con la punta de la espada. Parecía una esgrima bastante homosexual, casi propia de coreanos.

Y se empezaron a reír y hacerles burla, tratando de imitarles.

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28/09/2015, 09:54
Martín de Nagakura

Martín se encontraba en paz consigo mismo... O al menos eso quería creer. Después de haber dado la paz al prisionero había transmitido al capitán lo que se esperaba de ellos. Enviar la cabeza bien arreglada a su familia. Eso, que sería un insulto para los nanban, sería algo honroso para el hijo, al saber que había muerto como se esperaba de él.

No sabía si Figueroa habría hecho caso de sus palabras, pero a fin de cuentas era lo que era... Karma. O los designios de Dios.

Odawara era muy distinta de Nagasaki. A Martín le gustaba más... Y a su vez le gustaba menos. Era más civilizada, pero también le recordaba más su pasado, lo que había dejado atrás.

Se encontraba en el patio, observando desde la distancia los entrenamientos, mientras pensaba en todas esas cosas... Y vio a los samurai burlándose de los nanban. Era imposible no verlo. Conocía el temperamento de los soldados nanban, tan orgullosos y vanidosos como cualquier samurai, y eso sólo podía terminar en derramamiento de sangre. Si la sangre derramada era samurai sería una demostración de educación y allí no pasaría nada, pero si la sangre derramada era nanban... Aquello se podía poner muy feo. Conocía lo suficiente de los extranjeros para saber que eso desembocaría en detenciones, interrogatorios... Cosas que los locales no entenderían y todo podía acabar de la forma opuesta a lo esperado.

Martín se acercó al grupo de bromistas con la intención de calmar las aguas.

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28/09/2015, 10:10
Martín de Nagakura
Sólo para el director

Al acercarse a los samurai, Martín les dedica una cortés reverencia.

Konichiwa, samas. Soy Martín san y no he podido evitar ver que os parecen graciosas las poses de esos gaijin...

Empieza a decir, con una sonrisa.

Es cierto que parecen mujeres por su forma de esgrimir... Es gracioso, neh? No saben nada del bushido. Son gentes prácticas e imprevisibles... Y tienen peor carácter que una okaasan.

Comenta con un guiño cómplice.

Y son muy maleducados, neh? No saben modales... Por suerte nos pueden tomar como ejemplo para aprender a comportarse, neh? En el fondo son como chiquillos, y cuando ven a alguien que actúa como ellos deberían hacerlo, tienden a imitarnos, hasta parecer casi japoneses.

Explica Martín, sin que la sonrisa abandone su rostro, aunque está atento a las reacciones de los samurai.

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28/09/2015, 11:12
Pedro Ortega Alonso

Las estocadas al aire iban y venían entre exclamaciones ahogadas de esfuerzo y revuelo de capas. La instrucción era tomada muy en serio por todos los soldados viejos y se podían ver los ceños fruncidos de concentración sudando bajo morriones y sombreros de ala ancha.

Ortega se sentía molesto bajo el peso de las incómodas miradas de los nativos, no le dejaban concentrarse y no paraba de preguntarse si no tendrían nada que hacer, aquellos moros amarillos, que cuchichear como viejas sentadas a la fresca. Pero en una de las ocasiones en que miró disgustado por encima del hombro vio que esos malnacidos se reían y trataban de imitarlos.

Se giró para encararlos mirando con descaro, espada en una mano y la otra mesando la barba descuidada. Tal y como le había parecido, los hideputas se estaban riendo de la infantería española, nada menos. Ortega buscó con la mirada a Gonzalo Quirós, su superior inmediato.

Mi Cabo, parece que a estos monos lampiños les hace gracia como luchan los hombres civilizados. Si ha llegado el día que un hombre puede reirse de los Tercios y no llevarse un recuerdo de Toledo de dos palmos entre pecho y espalda, que se abran las puertas del infierno y me lleven ahora mismo.

Dijo indignado el coselete.
 

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28/09/2015, 13:47
Dôa

Algo estaba pasando que haría historia, y yo ni siquiera lo sabía. Lo único que me preocupaba era poder resistir el azote de la marea que pudiera llegar a arrollarme, y agarrarme a algo para resistirlo, y seguir adelante.

Cuando me quise dar cuenta, las palabras estaban dichas, y los gestos hechos. Se había firmado un documento que sería estudiado generaciones después. Yo estuve allí, y vi lo que pasó. Es mi único consuelo.

Fui traslada junto a aquellas personalidades importantes, y, aunque se me pidió con educación, lo tomé como un favor hacia Hojo Ujinao. Era un pensamiento estúpido, pero no me podía quitar de la cabeza que, junto a él, podría ver cosas de las que luego llegaría a relatar a otras aprendizas de geisha como yo. Podíamos escalar alto, siempre y cuando tuviéramos estrella, y fuerza.

Contemplé el castillo con admiración, y ni me di cuenta de que mantenía la boca abierta ante la opulencia que, en realidad, no era tanta. Sin embargo, había crecido en cierta miseria, donde los únicos lujos que me rodeaban eran los utensilios con los que me ganaba la vida. Mi shamisen podría llegar a valer mucho más que yo. Era por ello que lo aferraba con fuerza, como si alguien pudiera llegar a quitármelo. No era nada sin él.

Entré en aquel lugar todavía admirándolo todo, grabándome en la mente las sensaciones que me produjo estar en un sitio como aquel. No sabía si el resto de hombres con los que iba estaban acostumbrados a tal lujo, pero, lo que respectaba a mi corta vida, era lo más extraordinario que había visto nunca.

Me arrodillé en la sala donde se me indicó, habiendo dejado el shamisen en un lugar apartado, intuyendo que allí no iba a haber música en mucho tiempo, cosa que lamenté profundamente. Miré los rostros que me rodeaban, y traté de recordar, reprochándome por haber olvidado una cara importante.

Sonreí al criado que trajo la comida y la bebida, y me dispuse a ayudarlo. Serví el sake con cuidado, pero con decisión, tratando de ayudar a afluir las negociaciones entre las dos partes, y que se llegara a una situación provechosa para ambos.

Miré la pequeña taza alzada del consejero, y observé si el resto le acompañaban en el gesto, después de que tradujera el deseo de Yanagisawa.

En cuanto Hojo comenzó a hablar, me limité a traducir a los extranjeros sus palabras. Él era un buen hombre, y llegué a pensar que podría ser un buen danna para mí. Sin embargo, podía ver las nubes de una tormenta acuciar el futuro de Japón, y los meses venideros se me antojaban oscuros, y difíciles.

Me incliné ligeramente para mirar el mapa, y así poder entender mejor las palabras de Minamoto para los occidentales.

Traduje despacio y con precisión las palabras del general, y señalé el punto del mapa que él había señalado instantes antes para ilustrar mejor sus indicaciones. Tuve problemas para encontrar el término exacto para ashigaru, y terminé traduciéndolo como:

Se trata de una milicia, también pueden ser el cuerpo personal del shogun— dije, sonriendo.

Traduje las siguientes palabras de Minamoto, y serví un poco más de sake a los allí reunidos, pues intuía que iba a ser una reunión larga. 

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28/09/2015, 18:20
Capitán Kaneda

Error.

El capitán le estuvo escuchando con una expresión divertida. Iba vestido de una forma curiosa, mitad japonés y mitad gaijin, pero su pelo rapado era más propio de un campesino que de un hombre educado. Y sin embargo, reparó en un hecho que borró la sonrisa de su rostro.

-¿Por que llevas la espada y el tanto con ropa de vestir, si no tienes coleta de samurai?

Los japoneses repararon en éste hecho, y él se llevó la mano a la empuñadura de la katana.

-¿A quién se las has robado, campesino?

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28/09/2015, 18:52
Martín de Nagakura

Martín percibió el peligro del momento. Aquellos samurais podían decapitarlo en un pestañeo por aquella simple deducción. Posó su mano en el pomo de la katana, como al descuido, como le había enseñado su sensei, ya hace muchos (demasiados) años.

Como una hoja que cae sobre un estanque... Se recordó.

La sonrisa no había abandonado su rostro, aunque no era en sonreir en lo que pensaba.

Sois muy perceptivo, sama, pero no las he robado. Estas armas pertenecían al samurai que era antes de convertirme en monje. Son tiempos revueltos y hasta un monje debe ir armado... Entiendo que estas ropas gaijin os hayan llevado a confusión, pero los monjes nanban no visten como los nuestros... Al menos no los que aún no lo son en pleno derecho como yo... De momento sólo soy considerado un... novicio.

No dejaba de ser algo que se repetía en las largas noches para dar algo de sentido a su existencia errática. Sólo le quedaba la fe como refugio. La fe era su giri hacia el único señor que le quedaba.

Como ya os he dicho, son como una okaasan, y parece que cualquier cosa que hago, nunca está bien hecha, y no hay forma de ser algo más que un novicio... Estos nanban peludos de ojos de gato son imposibles.

Añade, intentando parecer gracioso. A pesar de todo estaba tenso, pendiente de todos aquellos hombres.

Quizás el más joven de estos es el más impulsivo, fíjate en ese, Satoshi, en ese. Ese es el que cometerá el error. El hombre con el que hablas no lo hará. No él. No el primero.

 

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29/09/2015, 12:53
Lope de Figueroa y Barradas

Recibió las órdenes con sentimientos encontrados. Le molestó alejarse del grueso del ejército, pero era consciente de la importancia de conseguir aliados en estas extrañas tierras y poder beneficiar a la empresa de su Católica Majestad. No obstante el haber sido nombrado teniente de maestre de campo fue un honor y un privilegio, aún sin recibir los emolumentos correspondientes al cargo.

Ciertamente que para Lope Odawara era más extraña que Nagasaki y aún más que Manila. Su tranquilidad, las gentes que les evitaban y les miraban como extranjeros, durante un breve tiempo disfrutó de un paseo agradable y se sintió preso de las ganas de un retiro espiritual, de descansar su mente de la guerra y animar su alma con la entrega a Dios Todopoderoso.

Pero cuando llegó al castillo se vio obligado a olvidar todo aquello.

- Por la alianza.- Respondió al consejero y sorbió de su vaso. Era extraña esta bebida, pero a todo se acostumbra el cuerpo.

Prestó suma atención a las palabras del general y cuando le señaló el mapa, Lope se dio cuenta de cuán lejos habían viajado y de cómo estaban cerca de las propias entrañas de Cipango. Esperó a las palabras de la mujer llamada Dôa, traductora esta vez de las palabras extrañas al castellano. Nunca le gustó que hubiese mujeres relacionadas con la guerra, pero había que convivir con aquello y sumaba a que Martín le había desobedecido. Nunca dudó el capitán que fue él quien se adentró por la noche y facilitó la muerte al preso del clan Namura por su comportamiento durante las preguntas que le hicieron; aunque Lope decidió no dar parte a sus superiores de lo que vio y escuchó, pues siendo contrario a tal actuación, al menos el converso no demostró ser el pánfilo que parecía y cumplió su promesa con el prisionero.

La voz de Dôa pareció una luz brillante entre nubarrones tormentosos, que eran las voces de los hombres. Con suma delicadeza y sin indecisión, al igual que sus movimientos, tradujo la explicación para el capitán.

“Ellos son cinco mil y nosotros sólo mil…Pareciese que somos mercenarios a su servicio.”

Para no mostrar excesiva sumisión, toma la iniciativa de la conversación, mostrándose seguro de sus palabras y con decisión.

- Disponemos de mil hombres prestos para el combate...- Miró a Dôa y se dio cuenta de que quizá estaba usando palabras castellanas muy propias y podría no entenderle bien, por lo que se esforzó en usar vocablos más comunes.- ...Preparados para el combate. Por tanto las fuerzas están igualadas y estará de acuerdo conmigo que no podemos permitir campamentos duraderos y protegidos en territorios que debemos defender.

Revisó de nuevo el mapa.

- Debemos pues avanzar con nuestras fuerzas conjuntas y atacar a esa fuerza de Toyotomi Hideyoshi.- Se notó que aún le costaba pronunciar los nombres de personas y lugares de Cipango.- Antes que se puedan reforzar o asegurar su posición en el cerro.

Asintió a la mujer para que terminase de traducir e indicando que finalizaba por el momento su intervención.

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29/09/2015, 22:03
Don Diego de Tarantela y Villegas

Don Diego acató con solemnidad todo lo referente al protocolo de la llegada a su nuevo destino, sus gentes de miradas curiosas y frías, y el orgullo jactancioso de los samurais.

Payasos...ya verán como se las gasta el acero español contra el enemgio

Alzó su taza de sake, como todos, y se deleitó con aquel caldo, sin duda alguna de mucha mejor calidad que aquel de la mancebía.

Escuchó con atención el plan y la respuesta de su capitán, y así permanecó, en silencio, pues como decía su padre

En asuntos de mayores, haz como el tonto, a  omé y a mimí-

Los asuntos ahora pertenecían a Figueroa.

Lo que si aprovechó fue para observar con más detenimiento a aquellos guerreros, sus armaduras no parecían resistentes a un plomo de mosquete, y estaba seguro de que las corazas españolas bien podrían resistir las flechas...

...pero combatir desde lo bajo, con cuatro mil hombres menos...era otra historia, o el capitán planificaba bien, o los cañones hacían su trabajo. Si no, sería una masacre española.

Continuó a lo suyo, devolviendo frias miradas a aquellos que le contestaban de la misma forma.

Notas de juego

A comer y a dormir es el a omé y a mimí

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30/09/2015, 12:53
Dôa

Aunque no debía de regodearme ante ello, me sentía importante siendo la intermediaria de las opiniones, ideas y acuerdos a los que se estaba llegando allí. Podía decir cosas que jamás me hubiera imaginado decir, y, aunque eran las palabras de terceros, me gustaba pensar que la estadista era yo. Fue divertido durante un rato, y traduje las palabras de aquellos extranjeros con una sonrisa en los labios, como si la situación, pese a ser grave, importante y crucial para mi país, no fuera más que una reunión para tomar el té.

Agradecí con una inclinación de cabeza que el occidental usara un registro de lenguaje más llano para poder traducirlo con más facilidad. Mi castellano no era perfecto, y trataba de ser lo más fiel a las palabras originales que tanto los japoneses como los españoles decían, pese a que había ocasiones en las que tenía que recurrir a alguna alegoría o término parecido al japonés o al castellano, pues no existía en sendos idiomas término igual y equitativo.

También serví el sake de manera servicial, y, aunque lo echaba de menos, miraba mi shamisen con algo de añoranza. Siempre había estado en reuniones donde la música era importante, y formaba una pieza clave en el buen desarrollo de la fiesta. Pero me dije a mí misma que aquello no era un festejo, ni tiempos donde la música fuera a servir. Me pregunté, pues, cuánto tiempo estaría sin escuchar música alegre para bailar y mover los abanicos en lugar de los tambores de guerra y las trompetas estridentes.

Miré al hombre que acompañaba al extranjero que había hablado hacía un instante, y me pregunté si quería que también le tradujera algo. Como vi que no tenía intención de abrir la boca, me dije que, quizá, estaba intimidado por la situación. Con tranquilidad, le serví un poco más de sake para que su lengua pudiera bailar con la misma facilidad que las del resto.

—Espero que le guste— dije en castellano, sonriente, tras dejar la pequeña jarrita con la que se servía—. Es de muy buena calidad— añadí, asintiendo.

Miré a los demás por si querían también algo más de sake, y vertí el licor en un par de tacitas más., procurando que las mangas del kimono no se mancharan. 

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05/10/2015, 00:26
Minamoto Kingo

Le tradujeron aquellas palabras, y pensó bien la respuesta.

-Así pues, confío en que los kastilas nos ayuden con su artillería y sus tropas. Podríamos marchar con celeridad hacia Hakone, aportando un refuerzo de caballería a sus defensores. Y desde allí, marchar hacia el campamento enemigo.

Tamborileó los dedos en la mesa.

-Según nuestro código de honor, cuando un ejército enemigo se presenta ante una plaza, se ha de dar al defensor la oportunidad de salir a campo abierto y presentar una batalla campal. Pero no creo que accedan a un enfrentamiento así.

Les miró un momento, curioso.

-Dicen que los occidentales son maestros en la guerra de sitio. Así que nada me complacería más que conocer sus métodos a ese respecto.

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05/10/2015, 00:31
Capitán Kaneda

No sabía bien si mentía o no. No había visto a monjes nanbam armados, no con armas que fueran visibles a simple vista. Pero en su cultura, los monjes que luchaban con armas no eran tan extraños. Así que se lo pensó dos veces antes de reaccionar de forma violenta. Tenía órdenes de respetar los asuntos de la cultura de aquellos extranjeros, que se suponía que eran algo así como sus tropas auxiliares.

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05/10/2015, 00:34
Jerónimo Sánchez de Carranza

El maestro de esgrima se acercó entonces al capitán. Los españoles estaban picados en orgullo, y aquel asunto de las risas no caería en saco roto. Pero nobleza obliga, así que cuando estuvo delante del capitán de los nipones, hizo una reverencia como si él fuera un noble de sangre. Una reverencia que causó otro acceso a la risa de los presentes.

-Señor capitán -dijo entonces- Soy don Jerónimo Sánchez de Carranza, maestro de armas, para servir a Dios y a vuestra merced. Os quedamos obligados nuevamente por la merced que nos hacéis de alojarnos en vuestros cuarteles y permitirnos disponer de vuestra plaza de armas para los ejercicios.

Esperó que le tradujeran antes de continuar. Su interlocutor le miraba de forma fija, mientras los que estaban por detrás se mantenían bastante zumbones.

-No obstante, aún dejando patente el respeto que os profesamos, no podemos si no dejar de notar que vuestros hombres se ríen de nosotros. Y nos gustaría saber por qué.