Partida Rol por web

Tras la fugaz despedida del emisario del Conde de Lemos, ponéis vuestras monturas en marcha. Al viaje no debería llevaros demasiado. Si forzáis marchas, quizá podáis llegar el propio día, o a media mañana del siguiente si decidís hacer el viaje a un ritmo normal y para en una taberna del camino.

Las primeras horas transcurren sin mayor novedad, salvo la curiosidad de los campesinos de Ponferrada, que no están acostumbrados a ver tan pintoresco grupo,  pero tan pronto como el día avanza un poco y el sol ya ilumina de pleno, empezáis a cruzaros con caminantes, llamados peregrinos por su motivo para estar en el camino, que no es otro que visitar la tumba del apóstol Santiago. Algunos saludan, otros pasan de largo, pero todos, sin excepción, se sorprenden ante la extraña comitiva.

Cuando lleváis la mitad del camino, aparece ante vosotros, a lo lejos, una población, cuyo nombre, al menos de momento, desconocéis. Un río de caudal medio aparece a la derecha del camino, y parece llevar hasta la ciudad. El agua corre cristalina e invita, sinceramente, a beber de ella. 

Cuando llegáis al pueblo, el aflujo de peregrinos sigue, casi todos se dirigen a un gran edificio a la derecha del camino, donde también podéis observar unas caballerizas. Justo al lado de la misma taberna, está una iglesia, no muy grande, pero si muy bien cuidada, y, al otro lado del camino, justo enfrente de estos dos edificios, lo que parece ser una casa institucional, como la de un regidor. Desde lejos, y detrás de esta última, se ve una enorme casas, rodeada de campos de cultivo. El resto de construcciones de la aldea, son casas de origen humilde y que seguramente se corresponderán a los campesinos que a estas horas habéis visto trabajando las tierras colindantes al pueblo. 

Traté de aprenderme los nombres de todos los señores y damas de la comitiva. No eran muchos, pero uno no era tampoco bueno en eso de acordarse de los nombres, amen de estar harto tiempo al lado de tales (que en tal caso sí). El camino se hacía cómodo, y tenía las piernas ágiles y contentas de haber salido del castillo donde empleaba mi tiempo y recibía jornal; y tal que así, vimos una población llamada por un cristalino río, y había peregrinos y otras construcciones altas y bien dispuestas. Cuando estábamos cerca del pueblo, antes de entrar, hablé en general.

Quieran sus mercedes escuchar, que dado el tiempo que llevamos de viaje -les dije-, casi la mitad, según la mente me dice, que haríamos no más que bien que descansar cuanto pudiéramos, antes de la noche se nos caiga encima; pues los caminos de noche son peligrosos, pero si además no los conocemos, aún lo son más. Y si quieren rezar, bien pueden hacerlo en esa iglesia... -quedé admirado por el gran templo que, bien cuidado él, se presentaba ante nuestros ojos-.

Decía ésto, además de ser verídico y coherente, dada la situación en que nos hallábamos en cuanto a la protección: tan sólo el caballero de Villalba, único al que conocía, y un servidor, éramos quien hubiera de proteger a esas otras gentes. ¡Mal camino lleno de bandidos que hubiéramos de evitar!

Iba yo en mi carreta a las riendas de la yegua que me había acompañado en tantos caminos a través del norte ibérico en mi paso por varios pueblos donde vendía mis tónicos y bálsamos a los gentiles lugareños. De hecho a mis costados donde iba yo sentado se podían ver cajones hechos de madera con varias botellas de distintas procedencias que había juntado a lo largo del tiempo y que después llenaba con mis destilaciones para la venta, todas envueltas en paja y pastos secos para evitar que se golpeen en el rural camino y se rompiesen.

A mitad del camino llegamos a una población que nunca había visitado, y ahí uno de los Gonzalos, aquel del particular olor, sugirió parar por la jornada, a lo cual asentí. —Yo también diría de parar, los caminos son muy malos para viajar con un carro como este durante la noche, y si llegase a caer en una zanja o romper una rueda estaríamos varados sin un techo sobre nuestras cabezas hasta que podamos arreglarlo de alguna forma, básicamente a la merced de Adonai, quien es bueno pero también prueba a la gente. — Señalé. A eso también se sumaba el hecho de que quería hacer un poco de tiempo antes de llegar a destino para ver si podía encontrar alguna estrategia que me ayude a disimular un poco y ver algún remedio casero aunque sea que pueda ayudar al noble al que íbamos a hacer curaciones.

De buen conocedor era que las damas de alta cuna no acostumbraban a ir lejos de sus hogares y así parecía demostrarlo la joven Argia pues sus ojos iban curiosos de uno a otro lugar, saludando con respeto a quienes peregrinaban y observando con curiosidad las botellas que Abraham llevaba para con él.

- ¿Qué tipo de preparados lleváis? ¿Remedios para las purgaciones? ¿Mal de San Antón? ¿Pulmonía? - Miró al zurrón que ella llevaba y sonrió - Si necesitáis de un poco de manzanilla, ajo, cola de caballo o cualquier otra planta decírmelo y miraré si dispongo de ella entre mis enseres. 

Escuchó a uno de los Gonzalos y asintió también a sus palabras.

- Yo también necesitaría que nos detuviéramos... No acostumbro a viajes tan largos y mi cuerpo se resiente. 

     Más adelante se encuentra la villa de Vilafranca, más grande que este pueblo que lleva por nombre Cacabelos. Pero si la señora desea detenernos pues así se hará. 

     Si la parada es corta llegaríamos igualmente a pasar la noche a la villa, de no ser asi podríamos encontrarnos con un problema de no hallar lugar donde dormir asi que recomiendo que nadie se pase con el vino, que si tenéis ocasión de probar eso si, es de los mejores del reino.

Escuchaba a los presentes las suyas opiniones, en especial a ese noble de ricos ropajes, quien parecía saber bastante del camino. Tal que sólo podía tener una explicación: el haber recorrido estos pueblos y saber de ellos como la palma de la mano. Sin embargo, nada me atreví a preguntar a Lope de Oñes, por respeto y vergüenza a partes iguales.

Escuchó a unos y otros con atención antes de tomar una decisión - mis señores, pro-pro-propondría hacer una parada corta tanto para descansar nosotros como los ca-ca-caballos. Después deberíamos seguir hasta Vi-Vi-Villafranca como di-di-dice el buen Lope, que igual de a-a-arriesgado es estar de noche en los caminos que pa-pa-pasar la noche a la intemperie en un pu-pueblo desconocido- dijo Gonzalo con gran esfuerzo ya que los discursos largos no se le daban bien, prefería las órdenes cortas y directas con las que se comunica la soldadesca o directamente el lenguaje mudo que utilizaba con las bestias 

Pero, señor Gonzalo... Ahí adelante se ve una casona grande y bien avenida, ¿la ve? Seguro que hay sitio para estos buenos señores, y vos. Yo me conformo con dormir en la taberna, si es que refugian a las gentes, o en las caballerizas, amén que sean estás gentes humildes dignas de prestar la suya vivienda -le dije, entendiendo que este era una aldea bien avenida y no como tantísimas otras de menor calado y posibilidades-

Mientras debatíais, un hombre que recorría el camino en dirección contraria a la vuestra, se os acerca, curioso a la par que temeroso.

-Disculpen vuestras mercedes - dice mientras hace un gesto parecido a una reverencia, de forma repetida y, desde luego, lejos de ser lo que debería ser - No pasan muy a menudo gentes de vuestra alcurnia y algunos del pueblo, que los vimos llegar de lejos, nos preguntamos si podemos hacer algo por ustedes. ¿Quizá han venido a probar el vino de Cacabelos? Mi primo tiene una bodeguilla -dice señalando a lo que parece, a todas luces, la taberna del pueblo- , ¿Quizá a hablar con el burgués? no es buen día no, anda de mal genio, pero a tan noble compañía la recibirá. -hace una pequeña pausa - ¿Otra cosa tal vez?

El tono es todo lo cortés que la educación del pobre campesino le permite, e intenta tener protocolo, aunque obviamente, no alcanza a hacer algo a derechas. Todos os dais cuenta de que le puede más la curiosidad de tan extraña visita para él, que otra cosa.

Algunos vecinos, parecen detenerse cerca vuestra y simular estar haciendo tareas cotidianas. En realidad no saben disimular muy bien el hecho de poner la oreja para saber que pasa y quienes sois.

La noble miró al aldeano desde su montura y aunque acostumbraba a tratar con ellos decía mantener unas formas ante aquellas personas que no conocía. Además, suficiente extraño era que una mujer casada fuera acompañando a un grupo de hombres sin presencia de su esposo o de una ama  

Ella prefería una cama blanda y un techo caliente antes que cualquier parada en el camino y así se dispuso a comunicarlo.

- Opino que sería más beneficioso que descansemos en un lugar caliente y resguardado, un lugar en donde poder llevarnos algo de comida y tomar alguna bebida.

Tras haber decidido, en base a las opiniones de los más nobles del grupo, quedarse a descansar en la villa de Cacabelos, el aldeano parece sonreír de alegría.

-Por su puesto, por supuesto, aquí serán bien tratados. El soldado y el judío pueden quedarse en la bodeguilla de mi primo, que también tiene habitaciones, podéis ir yendo - dice mientras señala a Gonzalo y a Abraham, y luego hacia la bodeguila - decidle que vais de parte de Guzman, que yo os invito a un vaso de vino.

Sin hacer mucho mas reparo en aquella pareja de hombres, se dirigió hacia Argia.

-Buena dama y compañeros, seguro que vosotros, que bien se ve que tenéis alcurnia, estaréis bien recibidos y aposentados en la casona del burgués. Llámase también Gonzalo, Gonzalo de Cacabelos. Es quien lleva todos los asuntos del pueblo, ya saben, el de la fortuna manda. Perdonadle si está algo serio o brusco, le han robado en el día de ayer y lo está llevando mal el pobre.

Acto seguido os invita a seguirle.

Caminado un rato, que la casona no está muy lejos, Guzmán os señala la casa, llama a la puerta y habla algo con lo que a todas veces parece una sirvienta de la casa. La puerta se cierra y el dicharachero aldeano se despide con lo que intenta ser una reverencia pero es más bien un gesto cómico. Ante vosotros la puerta se abre de nuevo, y sale un joven de buen semblante, moreno él, y con buenas vestimentas, si bien su cara parece haber visto días mas alegres.

-Perdonad que no os reciba con mejores galas, me acaban de avisar de que un grupo de nobles se ha presentado a mis puertas. Pasad, por favor, y contadme de paso en qué os trae a estas tierras y en qué os puedo ayudar.

Su tono es cortés, pero bastante seco.

El aldeano y el resto de la comitiva parten hacia la casona, mientras a vosotros os dejan en medio de la calle. Las opciones del pueblo no son muchas, y os han invitado, o eso parece a un vaso de vino. Entre que os decidís y no, pasa un rato, pero al final la taberna parece la mejor opción. 

En la entrada hay un cartel de madera grabado toscamente que pone "la del Cua", a secas. Pese a lo rústico y sencillo del exterior, son buenos materiales los usados y está bien cuidada. Parece que alguien hace buen dinero con el negocio. Es más, una vez entráis, confirmáis vuestras sospecha. Un espacio amplio, bastante para lo que cabría esperar, con mesas de madera maziza y un buen mostrador donde trabajan dos muchachas a destajo, mientras una tercera sirve en las mesas. Charlando en una esquina de la barra, desde dentro, está un hombre fornido, con la cara marcada. Es evidente que ha visto alguna batalla, y nada más entrar os examina de arriba a abajo, si bien nada os dice. Hay un par de mesas vacías. 

Las mozas que van de un lado a otro os preguntan si queréis tomar algo. Apenas se les escucha con todo el barullo que hay allí dentro, y es que es la hora de almorzar, cuando las tabernas mas bullicio tienen, quitando el fin de la jornada, por la noche.

Las preguntas de la dama me ponen un poco incómodo. No tenía problemas con mentirle un poco a los gentiles, pero tenía dos problemas. Primero que nada, esta vez sí estaría ahí para ver si mis ungüentos funcionaban o no, y segundo que esta mujer sí parecía saber de lo que hablaba, con lo cual era el tipo de gente que solía evitar como si tuviesen la misma plaga.

—Oh, un poco de todo, nada en demasía. — Contesté evitando dar una respuesta concreta a propósito. —Encontré que cuando uno tiene mucho de una sola cosa la gente tiende a necesitar lo contrario, así es que ahora intento mantener un surtido variado. — Con un poco de suerte se contentaría con esa respuesta. Estaba por pasar a la segunda parte que era cambiar la conversación completamente para preguntarle dónde había ella aprendido cuando me salvó una intervención divina en la forma de un campesino que se nos acerca.

—Saludos. Por ahora estamos en una encrucijada y pensando qué hacer. ¿Cuál es el estado de los caminos más adelante como para continuar a estas horas? — Le pregunté directamente a ver si eso ayudaba a decidirse al grupo.

Gonzalo, dijo Lope sin mirar a ninguno de los dos en concreto, Doña Argia y yo vamos a saludar al dueño de esa casa, no se si es quien creo, pues aquí no he llegado a parar nunca, pero si me suena un nombre de alguien de cierta capacidad a la hora de mover las riquezas de la zona. Veremos qué le puede pasar para estar de tan mal humor y si la presencia de Doña Argia sirve para alegrarle el día y quizá a mi me sirva para saber algo más de lo que sucede en los caminos.

Si no somos bien recibidos pasaremos a buscaros a la bodega de este hombre. 

No tenía muy claro que era lo que pretendía Lope dejándome a un lado en la visita al burgués, pero tanto daba, pues la seguridad de esta expedición estaba a mi cargo y nuestro rango nobiliario es similar - Me-me temo que tendré que-que acompañaros bu-bu-buen Lope, no pu-puedo dejar nuestra seguridad en manos de un de-de-desconocido, así que iremos lo-lo-los tres a ver al tal Cascabelos.

Cuando llegamos a ver al burgués, su vestimenta denotaba claramente que no esperaba visita, parecía bastante joven para ser el señor de la zona - Mi bu-buen señor de Ca-ca-Cascabelos, me dis-disculpo por la visita inpro-pro-provisada, vamos camino a Villafranca pero hemos de-de-decidido hacer un alto en el ca-camino para descansar nosotros y nu-nuestras monturas y hemos en-encontrado vuestra villa que pa-parece un lugar inme-me-mejorable para tal menester.

Argia esperó que los hombres respondieran y hablaran con aquel joven noble pues tal era la función que Dios les había dado y ella debía permanecer en un ligero segundo plano, aunque sus ropas indicaban que sin duda alguna era la noble de más alta posición.

Una vez en resto habló lo hizo la joven 

- Disculpe nuestra improvisada visita y disculpe aún más por venir sin previo aviso. Nos vemos en la necesidad de tomar cobijo hasta volver poder a partir pues mi condición como mujer no me permite seguir el ritmo de mis compañeros. Seguro que su buena voluntad es bien acogida por Dios y seguro que bien recompensada...

Se movió de forma que su bolsa de monedas sonara ligeramente.