Partida Rol por web

-El chico se ha vuelto loco sargento; no niego que lo que diga tenga algo de lógica, cosas muy malas pasan en este lugar y deberíamos marcharnos…- miro fijamente al cabo esperando allá entendido mi indirecta -…sin embargo, no cabe duda que sea lo que sea lo que haya visto, el chico no lo ha soportado mas y ha enloquecido, y yo se lo advertí varias veces sargento, debemos marcharnos de aquí mientras aun podamos-

Mav se sorprendio cuando Baronetti le cogio acercandose, pero al parecer no se habia percatado de que su intencion era noquearle. Parecia que habia entrado en razon pero al salir Mills y Morris del templo y apuntarle este ultimo con el rifle, volvio a desquiciarse. Tras esto bajo el arma y dejo ce sostenerla como un garrote. Baronetti comenzo a desvariar denuevo, y estaba claramente molesto con Morriset, incluso habia llamado teniente al sargento *.

-Hey "Chico", mirame a mi. Cabo, baje el arma. Mirame chico- Dejo el arma colgando del hombro con la cincha e intento ponerle la mano en el hombro mientras sollozaba- Calmate, el refugio es seguro, no entrara, y en caso de hacerlo, estaremos todos juntos para hacerle frente, deja la caceria para mañana, un cazador cansado no sirve para nada ¿no?

- No tenemos tiempo para esto. - exclamó el sargento, con la vena de la frente hinchada - Todo el mundo, a dentro, hemos encontrado un pasillo y no sabemos cuanto tiempo estará abierto. Y tú - añadió señalando a Baronetti con la mano libre - ya he tenido demasiado de esto. Deja de apuntar a tus compañeros... - Se dió la vuelta antes de proseguir - ...o lárgate.

Sin hacer más caso al soldado, Mills se dirigió al interior del templo.

¿Habéis sentido esa sensación cuando una persona duda por un instante de lo que está haciendo y su mente se vuelve una dualidad entre el bien y el mal? Pues así se sentía Baronetti en aquellos momentos, sobre todo, con las palabras de Mills, cuando mandó entrar en el templo a todo el pelotón.

Baronetti secaba sus lágrimas con la manga de su mano, la de la pistola, por lo cual dicha pistola oscilaba ahora cerca de su cara, mientras la secaba. Luego, cuando estuvo algo más calmado, en vez de seguir apuntando, bajó sus brazos. Los dos. Pensando y pensando, en décimas de segundo, el joven Barthow consideró la más improbable posibilidad casi infinita de que su terror y deseperanza fuera infundado, fuera una paranoia del mismo...

Incluso, por instante, llegó a creerlo. Si. Lo hizo.

Acto seguido, viendo la cara de enfado del Sargento comprobó que el consejo de guerra no lo evitaba ni el milagro más lúcido de este mundo. Y, en realidad, ese "crio" lo merecía, por su insensatez, ¡joder! ¡Claro que lo merecía! Así lo pensaba "Barthow".

Decidido pues a entrar con el resto, comenzó a avergonzarse... ¿con qué ojos les miraría ahora a la cara? ¿qué excusa o explicación podía darles para que sus miradas no acabaran considerándole el soldado más repugnante de esa guerra? Sin duda, un castigo ejemplar, o casi la muerte como pago por lo hecho podría considerarse en su persona como un eufemismo.

Estaba claro, todo había sido fruto de su ima...

-...Espera -pensó para si Baronetti-, la mu... ¡la muralla! No es mi ima.. ima... imaginación... ¡ocurrió de verdad!

Fue como si un atisbo de su lucidez (locura total  para cualquier hombre razonable) le invadiera.

-El agujero... la gra... granada..., los dis... disp...disparos..., ¡Dios mio! ¡Aquel canibal comiendo vísceras! ¡¡Sargento... espere!!

Acto seguido, tras guardarse la pistola en la parte posterior de su pantalon y colgarse la M16 a la espalda, Baronetti trotó hasta la posición del jefe, junto a las escaleras, dispuesto a acatar las órdenes. Incluso llevaba la manos en alto, para que vieran que no portaba armas y no había ningún peligro. Mientras avanzaba, continuaba con sus argumentos.

-Sargento, escu..escuche... su aspecto era terro...terroríff...riff...rífico, señor... Su cara era mons...truosa, su cuer...cuerpo... ¡oh dios mio! era espeluz...,luz...,luznante, mi sargento. Estaba... Es... estaba devorando un vietnamita.

Acto seguido tragó saliva, como medio cansado por la corta carrerita hasta la posición del Sargento, y continuó hablando.

- El charlie me... me miró... lo hizo... ¡y seguía vivo...! ¡¡vivo!!, aún est... estando sus vísc... vísceras a plena... ¡¡plena vista...!!

Cuando llegó a la altura del teniente. En esos momentos, Baronetti se arrodilló delante de su superior.

-Créame, se... señor...¡¡ el charlie me.. me miraba...!! ¡¡seguía vi, vi, vivo cuando los dientes se clavaban en su estó... estó... estómago...!!

Y le abrazó las piernas al sargento, mientras rompía a llorar y la lluvia acariciaba su casco. Aquella guerra había superado al jovencísimo Bartholomew, nunca había experimentado la sensación de ser la víctima, aún cuando numerosas veces él, en su Nueva York natal, había sido el depredador.

Morriset miró al muchacho con lástima. Hacía rato que había bajado su rifle, aunque nunca había tenido intención de usarlo contra Baronetti. Empezaba a preguntarse si a ese chico le quedaría algún tornillo en su sitio después de todo lo que estaba ocurriendo. Resopló y se dispuso a entrar en el templo con los demás, mientras miraba al sargento Mills.

- En fin, entremos... esperemos que "eso" no se haya cerrado.

Y lanzó una última mirada al muro y al lugar donde había estado la palmera. No se sentiría a salvo hasta que estuviera dentro del refugio que había hallado gracias a sus recuerdos.

Esta vez todos entraron de nuevo en el templo, incluido el lloroso Baronetti que se levantó casi a trompicones siguiendo a un enfurecido Mills. El interior del templo continuaba tenuemente iluminado por la lámpara de Brings pero para los que habían salido antes había una sorpresa: en el suelo, justo enfrente al extraño sumidero que estaba delante del altar, se había descubierto un hueco que conducía a  un pasillo de piedra negra con una altura de un metro y medio aproximadamente ¡iluminado!. A medida que se aproximaban al descubrimiento los soldados contemplaron el interior: en las piedras negras había, a intervalos regulares, unas pantallas de cristal que podrían ser focos incrustados. ¡Aquello definitivamente no tenía nada de sumerio ni de antiguo!

Baronetti sin embargo no estaba todavía prestando atención al interior del túnel descubierto bajo el templo, sino a la macabra decoración de sus paredes.

No fue la visión más agradable para la ya tambaleante percepción del soldado. La lámpara de Bings no era precisamente un foco de alta intensidad pero llegaba de sobra para iluminar aquella penumbra.

Baronetti pensó que lo que estaba en la pared eran en un primer momento estatuas, pero resultaron ser un hallazgo mucho más macabro. Media docena de cuerpos momificados estaban clavados a la pared. Para fijarlos se habían utilizado unas pesadas estacas de hierro que los atravesaban justo por el corazón. Las figuras muertas tenían sus brazos extendidos como si intentasen alcanzar, desde el más allá, a los causantes de su agonía. Era una siniestra procesión que se repartía por las paredes laterales del templo, tres a cada lado. Las momias parecían antiguas: su piel estaba totalmente apergaminada y su rostro carecía ya de nariz u orejas. Las telarañas recubrían algunas partes de las mismas, dando la sensación de querer también aferrarlos a las paredes.

Al seguir al sargento, muy enfadado con su actitud, Baronetti fue detrás.  No quería entrar en el templo, pues algo les acechaba, y, a pesar de que les había confesado lo que había visto, tenía la total certeza de dos cosas: no le creían, y lo que era más preocupante, ya ni querían creerle, pues eran tantas las cosas ilógicas, cambios de humor y personalidad, y acciones casi suicidas que el joven "Barthow" había protagonizado arrastrándoles, que sus compañeros y superiores hubieran pagado antes de la misión por dejar que alojasen una bala en su cabeza, o algo más simple: que no hubiera venido con ellos.

Cuando entró en el templo pudo contemplar muchas cosas... demasidas para su ahora inestable mente atormentada: en primer lugar un altar, allí, en medio de una guerra de armas y tecnología, en un lugar muy alejado de casa... Además, había una especie de sumidero justo a su lado, y unos focos enormes, perfectamente dispuestos. Incluso, más allá, había una especie de conducto, cueva o mina, ¿quién sabe?, que el pobre Baronetti incluso llegó a considerar que era una especie de guarnición secreta de los charlies...

Pero, lo más inquietante no fue eso, no, no, no... en absoluto. Lo que destacaba de esa sala era otra cosa: ¡sus brazos!, ¡esos dedos agarrotados! ¡esas facciones carcomidas y desaparecidas por el tiempo y el paso tras la muerte! "¡¡oh Dios mio!!", pensaba el joven que había visto y vivido demasiado en su corta vida... Momias. Allí dispuestas, con los brazos extendidos e intentando deshacerse de ese gran dolor que tenían en sus pechos... era aterradorr Baronetti soltó un pequeño alarido de terror, como una respiración fuerte tras un pequeño susto o portazo no esperado... Sus ojos se abrieron, sus brazos cayeron relajados y ahora sólo podía mover el cuello de un lado para otro, izquierda y derecha, una y otra vez, pues, estaban perfectamente dispuestas... tres aquí... tres alli...

-Espera... un.. un... (tragó saliva), ... un mom...momento -pensó el joven. Seis... se... seis momias...

Acto seguido se quitó el casco, se secó el sudor y las lágrimas restantes y se rascó su cabezota vivamente, lo que denotaba que pensaba algo... sin embargo, lo siguiente que pensó lo dijo en alto, sin darse cuenta, y pudo ser oído por los allí presentes.

-Son se... se... seis... son... ¡oh, maldición! Son ellas... no... per... ah... yo lo... (glup)... son... son... ¡ellas...! ¡Han... han venido... pa... pa... para ven...garse!

Baronetti se olvidó de todo lo demás, compañeros y demás "maravillas" de aquel templo, se quedó fijamente ilusionado con las horrendas momias incrustadas en las paredes...

Morriset suspiró aliviado al comprobar que el túnel continuaba abierto y que seguían pudiendo acceder a él. Se preparó para hacerlo en cuanto Mills diera la orden. Apenas podía controlar su impaciencia, pero en ese momento, oyó el grito de Baronetti a su espalda. Se volvió y vio que el chico estaba alucinando con las momias, tanto como lo habían hecho ellos antes.

"Era de esperar...", pensó.

Pero entonces oyó con claridad lo que decía y se quedó asombrado. ¿A vengarse? ¿De qué demonios hablaba ahora ese muchacho? Por un momento olvidó incluso las ganas que tenía de entrar en el túnel y miró al soldado con el ceño fruncido.

- ¿Qué dices, Baronetti? ¿Es que ahora nos vas a decir que conoces a estas momias? -preguntó.

El sargento se maldijo por no haber pensado en las momias antes. Aparentemente sus hombres eran más sensibles que él, especialmente Baronetti. Decidió no prestar más importancia a sus desvaríos, se recuperaría y seguiría al grupo. O se quedaría atrás, eso dependía de él.

- Vamos, Morriset, no es su niñera.

Y sin mediar más, se introdujo en el túnel.

Sin embargo, aunque la rutina militar y la disciplina imponían centrarse en su misión (si el grupo se enterenía en la sala del templo, aún podría apoderarse de lo que había ido a buscar sin que nadie lo viese), Mills no conseguía sacarse de la cabeza las palabras de Baronetti. "Soy el cazador, no la presa", "seis, son ellas, han venido para vengarse"... y el movimiento compulsivo de su cuchillo, su sorprendente maestría al moverlo unido con sus cambios de humor... había algo más que un simple desequilibrio por la guerra ahí. ¿De donde era el chico? ¿En los últimos años, no habría salido en las noticias alguna referencia macabra de la zona, no?

Mills se inquietaba cada vez más con las expresiones del muchacho. Estaba claro que su desequilibrio no era sólo por lo acontecido en la guerra. El chico llevaba muy poco tiempo como para descender a tal nivel hacia el infierno. ¿Qué ocultaba? Pensó en la procedencia de Baronetti. Era de Nueva York: en esas ciudades abundaban los chalados. Pero el sargento llevaba demasiado tiempo en Vietnam como para andar al día de los sucesos en la Gran Manzana. Eso sí: no se sorprendería si se enteraba de que había sucedido una ristra de asesinatos hacía poco... ¡Maldito chalado!

El primero en bajar al túnel fue el sargento Mills, seguido inmediatamente por Morriset.

El túnel era estrecho y muy bajo: escasamente un metro y medio. Podría recordar a los túneles de los charlies si no fuera por las pantallas luminosas que lo iluminaban. Un poco más adelante, a escasos tres metros de su inicio, las piedras se veían recubiertas por planchas metálicas. Todo tenía un aspecto futurista que no encajaba para nada con lo visto hasta el momento. Y al fondo, a unos doce metros en la tierra, se podía ver una puerta de hierro cerrada. Si no fuera por su color - negra como el resto de la estructura - podrían pensar que era la puerta que cerraría una instalación militar.

La cosa avanzaba... Baronetti lo sabía, aunque seguía mirando a las momias. Sus superiores ya estaban dentro... parecía que no había retorno... Luego miraba a Bings y Maverick... Baronetti parecía avergonzado tan sólo de dirigir sus palabras hacia ellos, por haberle apuntado... Sin embargo, hizo un esfuerzo y dejando de mirar los retorcidos brazos incrustados en la roca, les comentó:

-Chi...chicos...bueno... ejem... creo que, que, que el úl... ult... último ha de proteger la entrada del tú... tú... túnel... preferi...blemente con un arma...

Acto seguido, sacó su pistola de la parte trasera del pantalón y la mantuvo en alto con el brazo doblado.

-Va... vamos... no hay tiempo que per...perder.... no quiero acaba...acabar como ese cha... cha... charlie: "des...guazado".

Baronetti hablaba del vietnamita que decía haber visto como si realmente sus compañeros lo hubieran visto también. Sólo él sabía si era real o no. Instaba al Maverick y a Bings a internarse tras los dos superiores, quedando el en retaguardia y apuntando a la salida...

Viendo las reacciones de Baronetti, la cara de Mav era un poema.

-Hey "Chico", ya has tenido suficiente por hoy. Deja que yo tome la retaguardia- Dijo sacando su pistola y colgandose la M60 a la espalda-El tiempo apremia, ¡Vamos!- dijo urgiendo a Bings y Baronetti.

-Va... vale, colega....

Baronetti tragó saliva, y le alivió mucho pronunciar estas palabras:

-Lo siento...Mav..., lo siento... B..., B..., Bings.

Acto seguido, se internó el el túnel. Lo último que vio de aquel templo fue una mano momificada retorciéndose en la pared, hasta que contempló las rocas y las pantallas luminosas...

Bings sonrió para sus adentros, si el loco quería cubrirlos que lo hiciera y se interno de inmediato. Acto seguido en cuanto estuvo cerca de Moriste le susurro algo al oído de nuevo mientras continuaban avanzando por el estrecho túnel. Bigs ya tenía su subametralladora preparada para lo que pudiera venir.

-Recuerda lo que le dije cabo, creo que ya es momento de empezar a pensar seriamente en ello no cree?- le susurre a Moriste mientras avanzábamos.

Al ver la puerta de hierro, Mills resopla. Demonios, ¿no acababan de pasar por una entrada? poner otra puerta ahí mismo era ganas de joder, la verdad. Parándose delante, pasó la mano por la puerta, palpándola. Pasó por su mente un rápido pensamiento acerca de lo extraño de la construcción, aparentemente moderna bajo un templo de siglos de antigüedad y con marcas actuales... pero lo desechó acto seguido al centrarse en lo que tenía delante, en la amenaza que mentaba Morriset, en la responsabilidad de sacar a sus hombres de esa con ida... y, sobretodo, en una puerta cerrada. Empezó a buscar cómo abrirla, esperando con poca fe no encontrarse con nada desagradable. Ni otro desagüe.

- ¿Morriset? ¿Ideas?