Partida Rol por web

Precariedad

Viernes 26 Abril 1996

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25/05/2011, 23:01
Director

Dacijaj. Viernes 26 - Abril - 1996, 0:08. Final de la Carretera.

No miró atrás, aunque de todas formas la oscuridad que dejó a sus espaldas le hubiera impedido ver nada de lo que sucedía en aquella triste carretera. Tenía que seguir hacia delante, y eso es lo que hizo, aunque no durante mucho tiempo.

Apenas habían transcurridos unos siete u ocho minutos cuando el camino se terminó bruscamente, y frente a él, se erguía una oscura mole de roca, cuyos escalones de piedra rosácea parcialmente cubiertos de nieves, parecían molestos al ser iluminados por el único faro del vehículo que conducía Tasic.

No pudo distinguir mucho más debido a la hora y al fuerte aderezo que la tormenta proporcionaba a la noche. No había notado ningún cambio de paisaje, ninguna indicación que le indicara que había llegado a algún lugar, pero se le hizo evidente que aquello no era natural, sino que se trataba de algún tipo de construcción, en la que no se veía ninguna luz.

 

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31/05/2011, 13:12
Aleksandar Tasic

- Pero esto...?

El coche aminora hasta pararse y yo, con ambas manos sobre el volante, encajo la cabeza entre los hombros y subo la mirada. No me lo esperaba, la verdad.

Había imaginado una gran cancela de forja a la que se llegaría por un pequeño desvío, bien indicado, de la carretera. Un par de lámparas de exterior y la mansión al fondo rodeada por el jardín.
Ya. Ya sé que estos individuos que tienen dinero por castigo suelen ser bastante excéntricos. Por eso, en el cuadro que me había compuesto sobre el domicilio del coleccionista, coloqué varias haditas enseñando pechera a modo de gnomos de esos de jardincillo, y setas con la forma de falo descapuchado. Hasta ahí llegué. Y hasta aquí llega mi Vectra.

Remoloneo en el interior del coche, como queriendo retrasar lo inevitable. Doy la luz de dentro, cojo el paquete de tabaco, el mechero y busco hasta encontrar la pistola. Me froto las manos y las expongo al chorro directo de la rejilla del climatizador. Resoplo. Hay coches que marcan la temperatura exterior. El mío no. Nublo la vista y me quedo quieto con las manos sobre los muslos, dilatando el momento. Estoy por encenderme un cigarro.

A la de una. A la de dos, y a la deeee...

- Tres.- digo según coloco el Vectra en la cunetilla izquierda. Echo freno de mano y saco la llave del contacto. Tengo que salir por la puerta del copiloto porque he dejado muy pegado el coche. Por aquí - pienso mientras la palanca de cambios amenaza a mi culo - tiré a Jakova.

- Jo...der.- acierto a soltar tras el primer bofetón que me da la tormenta. ¿Hace más frío que antes?. Sin mirar las escaleras voy directamente a las puertas traseras para coger la mochila. Me la ajusto bien y me abrocho el abrigo hasta el último botón. El maletro debería contener las joyas de la corona, la flor y nata del equipo antidisturbios:

FBA con protección III-A. Música para mis oídos. Y una funda sobaquera a rellenar con el hierro que recuerdo haber metido en la guantera hace tres mil años. Mi cabeza y mi culo aún están en su sitio. Veamos que ocurre con el chaleco antibalas.

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02/06/2011, 09:18
Director

La temperatura había bajado varios grados más que la última vez que estuvo fuera del coche, la altura y el avance de la noche eran los principales causantes de este predecible hecho.

El bajarse del vehículo no le proporcionó una perspectiva de la situación a su alrededor mucho más clara. Sus botas se hundían en la nieve, llegando al suelo firme, probablemente de gravilla prensada o algo por el estilo, nada de asfalto, de eso estaba seguro por el tipo de deslizamiento al caminar. La mole de piedra que tenía delante se le antojó grande permanecía oscura y silenciosa.

Todo estaba en el mismo sitio en el que el inspector Tasic lo había dejado, el robo en los vehículos no parecía contarse entre los delitos habituales de la gente de Dacijaj. Así que Aleksandar tenía la oportunidad de prepararse a su gusto para aquello que estuviera por venir.

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06/06/2011, 17:33
Aleksandar Tasic

Tengo de todo en mi mochila. Hasta un fonendoscopio. Vendas, broncodilatadores, tiritas, una crema antiséptica que va de marivalla y apenas mancha, las pastillas para el estómago..., de todo. Doy fé porque, ya en el interior del coche, he rebuscado bien esperando encontrar una PUTA LINTERNA.
No está en la bolsa y tampoco en la guantera. Mi linterna. Debí dejarla en casa de mamá, ¿el martes pasado?,...no sé..., fué el día que me pidió que bajase al sótano para cambiar la bombilla. Ahora debe estar sobre el aparador de la entrada, el que construyó papá. Estaba ya muy enfermo cuando lo terminó.

Me he quitado el abrigo, dentro del Vectra, y me he puesto el chaleco. Sobre él, la sobaquera con mi arma reglamentaria y, de nuevo, el abrigo hasta el último botón. He tenido que echar el asiento un poco hacia atrás y, aún así, resultó complicado. La calefacción al máximo hace que me empiece a doler la cabeza...

...y mientras tanto no he dejado de mirar la mole de piedra que tengo enfrente. He alternado las luces largas - perdón-, la luz larga y la corta del coche, y a cada segundo que pasa más convencido estoy de que esto no me lleva a ninguna parte. ¿Qué clase de entrada a una mansión es esta?. Puede que Jakova me llevase por un acceso secundario. Es posible. De cualquier modo me tengo por un tipo observador y ,si tuviese que jugarme la nómina, apostaría a que no hubo desvío alguno en todo el camino. Sin un abrigo adecuado, sin botas de nieve (me voy a calar los pies hasta las entrañas),...y sin luz. Podría volver atrás pero...¿adónde?. ¿Al pueblo de nuevo?. ¿A las casacas, las bayonetas y los disparos?. No, de ningún modo.

Esta vez sí, salgo del coche para alejarme de él. Lo dejo apagado, con la ventanillas cerradas y el seguro puesto, y guardo las llaves en el mismo bolsillo que la Desert Eagle y el tabaco. La mochila a la espalda y, frente a mí, las escaleras de piedra.
Quien ha estado solo en un bosque conoce la sensación de estar siendo observado, de ser un extraño dentro de un entorno vivo, de casi percibir cómo las ramas de los árboles se mueven por una voluntad secreta. Yo tengo ahora ese mismo presentimiento...

..., que se acentúa cuando pongo un pié en el primer escalón de la roca.

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10/06/2011, 09:39
Director

Y al colocar el segundo, la tormenta pareció amainar por primera vez desde que sus ojos vieron por primera vez las dispersas casas de Dacijaj. El viento se calmó, lo que le devolvió por fin el sentido del oído, perdido cada vez que se encontraba en el exterior, y aunque los copos de nieve seguían cayendo, el aire ya no amenazaba con partirlo por la mitad cuando se congelara.

En la oscuridad, a Tasic le costaba orientarse, sobre todo por la especial arquitectura de la mansión. Subió un par de escalones, había una especie de arco con una grande y pesada puerta de madera, reforzada con una estructura de hierro forjada, a todas luces inaccesible para el policía. La otra opción era una suave rampa, también de piedra, que ascendía durante varios metros, para luego girar y continuar ascendiendo unos tres o cuatro metro más, y llegar a una especie de patio, adornado por columnas, la cantidad resultaba difícil de determinar en las circunstancias actuales.

Aleksandar se había movido despacio, con discreción y calculando cada paso, pero la precaución implicada un gasto de tiempo más acentuado, y su calzado empezó a avisarle de que no le quedaba mucho antes de el frío comenzara a hacer mella en sus pies.

La oscuridad le impedía apreciar las verdaderas dimensiones de la casa, así como la estupenda conservación que el bizantino edificio ofrecía. Lo más maravilloso de la casa hasta el momento, resultó ser el tacto de la madera húmeda de una puerta, y fue al tocarla, como por arte de magia, cuando una tenue luz se hizo notar a la izquierda de la posición donde se encontraba. No muy lejos, quince o veinte metros, y una altura que perfectamente podía tratarse de una ventana. Titilaba y durante un par de veces le pareció a punto de apagarse, pero transcurridos unos segundos, venció por fin a la oscuridad. 

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13/06/2011, 17:57
Aleksandar Tasic

Pueden llamarme idiota, pero cuando uno no ve nada es cuando más se cree ver. Será cosa de la imaginación, supongo, pero tras cada una de esas columnas o asomando por aquella esquina parece haber algo o alguien que me espera y que me observa. Mientras, voy rodeando la casa practicamente a tientas, porque la tormenta se llevó la luna y -ahora que parece amainar- no tiene la misericordia de devolvérmela. Así que llámenme idiota otra vez si quieren, pero pónganse en mi situación y comprueben cómo la falta de luz agudiza el resto de los sentidos:
escucho con claridad el crujido de la nieve a cada uno de mis pasos y el viento que silba cuando hace unos instantes me gritaba en la oreja. El chaleco antibalas no me da calor en el pecho. Muy al contrario, lo noto húmedo y opresivo. Tengo los labios secos y mi lengua los cuartea.

- ¡HEY!. ¡¡OIGA, POR FAVOR!!- le digo a la lucecilla de ahí arriba tras el suspense, y muevo los brazos como Robinson Crusoe. ¿Prudente?. En absoluto. Más bien temerario a juzgar por el aspecto desolado de la mansión: la normalidad se reflejaría en luces que iluminan la puerta principal, las ventanas...Esto no, no es normal.

¿Sabes qué hora es?. No me seas tan paranoico, Alek. Puede que todos duerman...

- ¡¿SEÑOR MISIMOVIVIC?!- ¿quieres ser más...específico?. Jakova dijo qué Él podría estar en casa- ¡¿SEÑOR...MISRAD MISIMOVIC?!. ¡ABRA, POR FAVOR..., TENGO ALGO IMPortangjouuu...- y el acceso de tos que me viene no me deja acabar la frase. Me doblo y escupo al suelo. Es casi todo moco.-...ALGO IMPORTANTE PARA USTED. ES CON RESPECTO A SU PADRE.

Y como Romeo -con menos lírica y, sobre todo, mucho menos caliente- respiro rápido y entrecortado, y espero mirando la lucecilla que viene de lo que podría ser una ventana. Me pregunto qué rostro tendrá esa Julieta..., y lo hago mientras busco una marquesina que me resguarde. Allí, sin quitar la vista de lo que se ha convertido en mi faro, noto en los dedos el tacto frío de la Desert Eagle.

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04/07/2011, 10:01
Director

Una silueta se recortó a contraluz en la ventana, delgada, indudablemente femenina y, para sorpresa del detective, conocida. A pesar de la escasez de luz, Tasic logró reconocer los armoniosos rasgos de la mujer que había recogido gentilmente de camino al pueblo al principio del día, aunque parezca mentira, no había pasado más tiempo.
Llevaba algo en la mano que el inspector no acertó a reconocer, y no tardaron mucho en encontrarse sus miradas, algo que dejaba bien clara la agudeza visual de la británica, pues no resultaba nada fácil reconocer a nadie en medio de la negrura de la noche.


No se puede decir que no era la persona que Ywen esperaba ver, porque, a estas alturas, era difícil saber lo que pasaba por la mente de la británica, pero la realidad era que, un par de metro debajo de su ventana, se encontraba el policía que la había rescatado de aquel autobús detenido. Envuelto en un pesado abrigo abrochado casi hasta arriba, aterido de frío y resguardado en una de las marquesinas del edificio, a pesar de que el temporal parecía haberse tomado una tregua, y la nieve caía ahora grácilmente.


Era obvio que sus gritos iban dirigidos a la ventana donde ella se encontraba, tampoco había ninguna otra luz que la doctora pudiera ver desde su posición. Una campanilla resonó a sus espaldas, y con el mismo ruido que un fantasma, la joven Dunja abandonó su posición, dispuesta a acudir a la llamada.

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06/07/2011, 12:26
Aleksandar Tasic

La primera gran decepción de mi vida se me presentó a la tierna edad de ocho añitos. Una caja de gusanos de seda, un árbol con su menú diario, una mala caída y un brazo roto. Mis padres me llevaron al hospital, me hicieron unas placas y, desolado, pude ver las radiografías. Huesos. No era una aleación indestructible de titanio y acero.

Eran huesos..., y eso significaba que yo no era especial, que mi cuerpo era tan insoportablemente frágil como el de los demás y que, al final, correría la misma suerte que mi abuelito Aleksandar. En definitiva, a los ocho años supe que tarde o temprano iba a morir. - ¿Hola?. Ho..¡¡Hola!!. Yo la conozco... Hoy creo que asumir esa circunstancia a una edad tan temprana me benefició muchísimo y me dió, ¿cómo decirlo?, una especie de "ventaja evolutiva" con respecto a los niños que saltaban sobre zanjas, los compañeros de clase que esnifaban pegamento, los amigos de la facultad que follaban sin preservativo o los colegas de promoción que se alistaron en el ejército. Así, muchos de los que me llamaron cobarde ahora están muertos antes de tiempo.

- Señorita..., soy yo. El tipo que la recogió con su coche esta mañana.- abandono la seguridad de la marquesina para acercarme un poco, solo un par de pasos, a la ventana. Cada copo de nieve es una aguja que se clava en mi garganta irritada, y cada grado por debajo de los cinco es un paso más hacia la defunción por hipotermia. Me abrazo ahora como si estuviese embutido en una camisa de fuerza y doy un paso más, tiritando.- ¿Sería tan amable de abrir?. Hace frío aquí fuera. Recortada en la ventana -y con la sugestión que provoca el ambiente- la silueta de la sensual madurita me recordó, antes de poder reconocerla, al mismo Norman Bates disfrazado de su madre. Por mi bien más me vale dejar claro que mi actitud de esta mañana fué un "accidente".

- Por favor... Y espero respuesta, impaciente, metiendo las manos en el hueco de las axilas. Mi baile para entrar en calor se parece al del chiquillo que se está meando y, por lo que sea, debe aguantarse un poquito. ¿Cuánto podré aguantar yo?. Sé que quizá soy algo exagerado, pero por menos la gente se muere de frío..., y bastante he traicionado ya por hoy a ese excelente mecanismo de defensa que siempre ha sido mi hipocondria.

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09/07/2011, 22:11
Ywen Roth

Acercó el rostro al cristal sin rozarlo y, al observar el nevado espacio exterior con detenimiento, lo intuyó oscuro y luminoso de una forma tan abrumadoramente contradictoria que de inmediato le invadió el deseo de perder el tiempo sencillamente allí varada, acomodando sus escarceos mentales a los suaves remolinos de nieve y a su mensaje perfecto. Ese que Ywen conocía tan bien, ese que no se le escapaba, que no la engañaba. El de la huella que dejaba sobre uno aquello que era hermoso, pero frío, y el de su significado intrínseco, a veces corrompido por los minutos perdidos tontamente balanceándose en la mecedora del remordimiento.

Sí, hubo un tiempo en que pensó que se le había llegado a helar la sangre, en que día y noche se confundían en una nevada interna, pero ya no. ¿O quizás aún cabría decir que cada vez menos? Respiró hondo y entrecerró los ojos. No, definitivamente no. Ya no.

Al abrirlos de nuevo, centró la vista en la figura expuesta a las inclemencias atmosféricas y descubrió que no le era ajena. ¡Mira tú por dónde!... Alzó una ceja, sonriendo irónicamente al hombre que se congelaba a poca distancia por debajo del alféizar de la ventana, y ladeó ligeramente la cabeza tras las últimas palabras del mismo, más como gesto de reconocimiento hacia él que de asentimiento, mientras mentalmente hacía un repaso de las frases que… ¿Alek? Sí, Alek… había pronunciado con anterioridad a las de ahora.

Aunque lo real y tangible, lo importante y llamativo del caso no era lo obvio, no era que hubiera un individuo pelado de frío delante de una puerta en plena tormenta de nieve, sino el hecho de que se tratara de un policía el que estaba llamando al portón de aquella fortaleza a horas intempestivas, vociferando sobre cierta información respecto al previo propietario.

Aquel tipo no se había desplazado hasta allí en plena noche bajo la nieve a desearles felices sueños, más bien cabía pensar todo lo contrario, sobre todo, conociendo al mencionado agente. Aquello apestaba a cabo suelto o a noticia inesperada de última hora. Claro que, después de todo un día encerrada bajo la influencia de aquel maldito laberinto de piedras centenario, toda razón para la aparición de un representante de la ley que se le pasaba a Ywen por la testa se antojaba oscura y retorcida.

Justo entonces, como si quisiera barrer tal pensamiento, se apartó de la ventana, asintiendo primero al hombre del exterior mientras Dunja la abandonaba, echó un último vistazo a la modesta estancia y, libro en brazos, desanduvo el camino hasta la entrada del edificio, recordando simultáneamente el momento en que el abogado del difunto la había acompañado hacía el interior junto a Dejan en el momento de su propia llegada.

De camino hacia el vestíbulo con idea de dar acceso a Alek si no se le había adelantado ya alguien, la británica no tenía muy claro si lo que la dominaba en aquellos instantes era simplemente una cuestión de educación y buenos modos de esos que le habían inculcado y obligado a mostrar desde pequeñita y que, para suerte del hombre a medio camino de convertirse en un polo de hielo, iban más allá del incómodo recuerdo que el trayecto en coche de aquella misma mañana le reportaba, o si lo que deseaba era no perderse el espectáculo de bienvenida que tarde o temprano seguro se hallaba en ciernes. O quizás ambas cosas. Eso o el hecho de que las escaleras que daban acceso al piso superior y, por ende, a su actual dormitorio se encontraban también en el hall y así simbólicamente mataba los tres pájaros de un tiro.

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22/07/2011, 10:40
Director

Un ligero estremecimiento sacudió el cuerpo de la inglesa cuando abandonó la habitación de la joven sirviente. Su primer pensamiento fue achacarlo al frío, pero los nervios del brazo la sacudieron con la cruda realidad, parecía que el dolor no iba a quedar en una mera anécdota. Sus pasos resonaron suaves y claros en el silencio que invadía la enorme mansión, más acusado del habitual, era como si hubiera algo diferente en el propio silencio.

Durante el camino, un cuadro del vestíbulo llamó la atención de la inglesa. Representaba a una mujer sentada en un trono de madera oscura, rodeada por una vacía tonalidad de negros y marrones, recordándole un poco a algunos de los cuadros de Rembrandt. Pero lo que consiguió despertar su interés, fue el rostro que de la femenina figura envuelta en un inconfundible y elegante traje de la época bizantina, y coronada por una suntuosa corona de brillantes piedras preciosas. Tenía un más que notable parecido con la joven serbia con la que acababa de compartir un té.

Recordó a su improvisado visitante y se decidió a atravesar la desierta estancia, era lo lógico, ella  no había escuchado nada que indicara la presencia de un hombre tras la puerta, ya que no se había producido ninguna llamada de ningún tipo, pero era lógico suponer que él esperaría tras su asentimiento. Una cadena y una cerradura plateada en bastante buen estado eran los encargados de mantener a los intrusos al otro lado. Ywen retiró la cadena sin dificultad, pero al mover el pomo un par de veces sin éxito, dio por sentado que la llave estaba echada.

Desde el otro lado, Aleksandar, que se había movido de su posición bajo la ventana en dirección a la puerta principal, fue capaz de detectar el forcejeo sobre el objeto que impedía su acceso a la casa. Tenía cada vez más frío, pero no fue ese el principal motivo por el que se quedó paralizado unos instantes… sino un sonido que al inspector le pareció como el de algo arrastrándose se abrió paso sobre la menguante tormenta. La oscuridad le impedía ver más mucho más allá de su propia nariz.

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25/07/2011, 13:21
Aleksandar Tasic

Si esto fuera la reproducción de un video en VHS, cualquiera diría que alguien le ha dado al botón de pausa..., al menos por lo que a mí respecta. He visto fiambres con rigor mortis que, comparados conmigo en este momento, parecen imitadores de Tony Manero: me quedo bien quieto y casi puedo notar cómo la adrenalina se me incorpora al torrente sanguíneo, alertando a los músculos. Que alguien mueva la ruedecilla del maldito tracking, porque aquí no se vé nada... Y así pasan dos segundos, cinco, diez...y escucho lo que escucho, imaginando qué puede provocar ese sonido. No repta. Se arrastra. Hay una gran diferencia. Podría ser un dragón de Komodo, que es justo el bicho que -sabe Dios por qué motivo- primero se me viene a la cabeza: una especulación tan certera como pensar que por ahí delante regresa un malherido Skeletor al amparo del castillo de Greyskull. Es lo que tiene el frío y el miedo: no te deja razonar.

Lentamente introduzco las manos en ambos bolsillos y tanteo hasta encontrar lo que busco. Mi mechero zippo en el muñón congelado que tengo por mano izquierda, y la pistola en la derecha. Doy un pasito adelante y aprieto los dientes cuando la nieve cruje bajo la bota. Justo ahora recuerdo a "la chica de la curva", su estado lamentable y la posibilidad de que haya más como ella rondando la zona por motivos que se me escapan. Alguien herido que se arrastra. Temblando, decido salir de dudas. El zippo se enciende al tercer intento y extiendo el brazo. Sé que no es lo más sensato -de hecho, lo pienso ahora al ver la llamita que surge del mechero-, pero ya no tiene arreglo y arrepentirse no es una opción útil.

Soy yo el iluminado, demonios. Acabo de delatar mi posición... - Mierda...¡¿Quién...quién anda ahí?!.- digo ya con los papeles perdidos. La templanza que se le presupone a un agente de policía se vá directamente a la mierda cuando uno está como estoy. Entorno los ojos fozando la vista, apunto con el arma, vuelvo a relamerme los labios... ...y lanzo el zippo hacia donde creo que debe estar mi Skeletor particular.

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27/07/2011, 14:11
Ywen Roth

No tenía ni la menor idea de donde se encontraba el resto de residentes que componía la variopinta tripulación de aquella nueva versión encallada de la leyenda del holandés errante, pero lo que era allí, discutiendo manualmente con un portón cerrado, tan sólo se hallaba ella y, siendo realistas, no era que se hubiera afanado en exceso por llegar la primera al susodicho punto de encuentro, de manera que era razonable cuestionarse qué diantres estarían haciendo las otras “tres patas del banco”. ¿Quién sabe? ¿Quizás macramé? De hecho, ella odiaba el macramé, porque… en fin… ¿le podía explicar alguien qué tenían de decorativo unos nudos?

Ahora que lo pensaba con mayor detenimiento, hablando de lugares malditos, al menos en el holandés errante uno recorría mundo, aunque fuera asistido por fantasmas. Allí no, allí uno estaba anclado en medio de la nada, salvo que los fantasmas no te los quitaba nadie. Se le vino de nuevo a la cabeza el cuadro con el que se acababa de topar, una imagen que no había tenido tiempo de procesar apropiadamente, y un escalofrío le recorrió de inmediato la espina dorsal. Cuanto más escarbaba uno entre aquellos muros centenarios, más se cubría ineludiblemente de porquería.

Entonces fue cuando oyó al policía parloteando algo y, a pesar de que no le entendiese bien, porque digamos que ella estaba a lo suyo y además había una recia puerta de por medio, el tono le pareció demasiado conocido, demasiado cercano. Similar a ese que en más de una ocasión había escuchado proveniente de los labios de su hija durante su más tierna infancia, a ese con el que ella había aderezado sus propias frases en innumerables ocasiones largo tiempo atrás, ese cargado de inseguridad, de preocupación, de miedo que juega al escondite.

- ¡Alek, no puedo abrir la puerta! – Anunció, alzando la voz lo suficiente para que el susodicho la oyera desde su emplazamiento, y a punto estuvo de aconsejarle que se fuera por donde había venido antes de que alguien la abriera, ya que, siendo francos, la estancia bajo aquellos muros no era deseable ni siquiera al peor de los enemigos. Tan sólo la contuvo el hecho de temer que el policía se hallase incluso más desprotegido fuera de aquel lugar que dentro - ¡Estoy llamando al mayordomo! – Añadió y, justo entonces, tiró del cordón del vestíbulo varias veces consecutivas, mientras echaba un vistazo acelerado a su entorno por si acaso encontraba la llave o por lo menos algún cajón en el que hurgar con idea de encontrarla.

Al accionar el mecanismo de llamada había usado el brazo malherido, ese que le volvía a molestar, recordándole que lo que allí habitaban no eran precisamente fantasmas, ni espectros, ni obsesiones mentales, sino más bien personas de carne y hueso.

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28/07/2011, 11:36
Director

Ni diez segundos transcurrieron desde el instante en que la británica tiró del cordón y el momento en el que Dejan hizo acto de aparición en el vestíbulo, bajando por las escaleras que daban acceso al piso superior. No corría, pero sus pasos eran apresurados, y cuando por fin llegó a la altura de la doctora, está se dio cuenta enseguida de que en su rostro se habían intensificado las ojeras, añadiéndose al coctel una extrema palidez.

La noche estaba siendo demasiado larga, pero el mayordomo sospechaba con fundamento que seguramente sólo se trataba del principio. El señor Misimovic había dejado demasiados cabos sueltos. No entendía la presencia en la casa de aquella mujer, y si en algún momento había dudado de la inmadurez y locura de Mirsad durante sus breves visitas, está última había aclarado sus dudas.

Intentó mostrarse más amable que la última vez que había “conversado” con la extranjera, y se mostró solícito para atender sus peticiones.

Mientras tanto, en el exterior, Tasic no obtuvo respuesta a su pregunta, por lo menos no auditiva, porque al lanzar su mechero, esté rebotó un par de veces en el suelo, y justó antes de apagarse, al inspector le pareció percibir el brillo de unos amarillentos ojos gracias al leve momento de claridad que había conseguido. Pero no podía asegurarlo, ya que la oscuridad volvía a hacerse dueña de la situación.

Dejan entendió rápidamente las necesidades de Ywen, y extrajo del bolsillo izquierdo de su chaleco una larga y pesada llave que introdujo en la cerradura, girándola hacia la izquierda un par de veces, antes de quitar diestramente la cadena que bloqueaba la puerta.

Justó en el momento en el que la puerta comenzó a abrirse con suavidad, el viento arrastró algo parecido a una voz, o por lo menos es lo que le pareció a Aleksander, cuya mente interpreto dos palabras en mitad de la noche: Ayúdanos coronel.

Haciéndose a un lado, Dejan dejó que Ywen Roth mirara directamente a la espalda de Aleksander Tasic.

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09/08/2011, 16:09
Aleksandar Tasic

A veces duele.

En serio, en determinadas ocasiones si uno es capaz de abstraerse lo suficiente, puede percibir una punzada justo ahí. Y yo la siento ahora como si un microtaladro me estuviese abriendo un canal desde la sién hasta mi excitada (con todos ustedes, damas y caballeros) amígdala cerebral: es en esta pequeña formación gelatinosa - a cráneo abierto en las necrópsias parece una medusa chiquitita hinchada por bilis - donde se encienden las primeras alarmas serias. Las de verdad. Las que le dicen al sistema nervioso autónomo que se ponga las pilas, que la cosa está jodida, que haga lo que tenga que hacer para dilatar pupilas, aumentar el flujo sanguíneo, contraer el ojete y hacer que los intestinos practicamente fagociten tus pelotas.

Dos lucecitas tienen la culpa. Y las voces, sobre todo las voces. Por eso giro rápido la cabeza hacia la puerta ahora abierta: ella está aquí junto con...bah, no importa. Es un bulto a su lado. Una sombra amiga, quiero suponer. Vuelvo a mirar al frente y voy dando pasos cortos hacia atrás, hacia mi trinchera. He perdido el zippo y no sé ponerle cara al miedo: me da igual. El hecho es que lo tengo, lo percibo claramente...y por alguna extraña y retorcida razón -mi formación en medicina, tal vez- una parte de mi porción consciente lo disfruta. ¿Demasiado tiempo entre papeles y porquería burocrática?.

Es lo mejor para tí, Alek. Lo más seguro. Entre formalarios estás a salvo...

- Cierre...- digo tras tropezar ligeramente justo al entrar. Me hago hueco y agarro la puerta. Pesa. Las prisas y el miedo por un lado contra mi debilidad (estoy cansado y practicamente sin comer) por otra. Resultado: no hay portazo.-¡¡ CIERREN CON LLAVE !!

Conmigo entra frío y restos de nieve dentro de la casa. Casi no quiero ni mirar por alguna ventana, y mucho menos preguntar por el interruptor que accione alguna luz de exterior. Un animal herido. Un gato. Si, eso era. Un gato.

- Hay gente ahí fuera. Gente que, créanme, no es de fiar. Creo..., creo que son los mismos que ví en el pueblo.- le digo al portón mientras me percato de que sí, que llevo en la mano derecha una pistola semiautomática Desert Eagle con nueve cartuchos .357 Magnum.

¿Los mismos?. ¿Y qué pasa con el idioma?. ¿También te parece el mismo?...

- Allí abajo se han vuelto locos.

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09/08/2011, 23:46
Ywen Roth

No instó a Dejan a que cerrara la puerta, bastante tentada estaba la británica de salir por ella, aunque pareciera por el ímpetu de Alek que en el exterior estuviera teniendo lugar el fin del mundo. Eso sí, se apartó muy educadamente a un lado de la misma para no estorbar, mientras observaba con detenimiento los movimientos del recién llegado.

Y la sensación que se le formó en la boca del estómago no fue reconfortante en absoluto, sino más bien bastante amedrentadora. El Alek que recordaba tan seguro de sí mismo al comienzo del día de camino a Dacijaj, no albergaba nada que ver con aquel manojo de nervios que tenía delante.

- ¿Allí abajo? – Sin retintín alguno en el tono de voz, toda ella manteniendo la serenidad, guardándose para sí la ironía y el sarcasmo. ¿Claro que por qué no va a pensar que está más seguro aquí dentro… Alzó una ceja de esas de curiosidad meridiana… que “allí abajo” si no sabe que está solicitando que lo encierren con un desequilibrado y otros tres camino de serlo?… Levantó ligeramente el brazo que sujetaba el libro y se ayudó a sostenerlo con el otro… ¡Mira tú por dónde! Ahora que lo pienso a lo mejor al final acabamos en total siendo cinco los nuevos reclutas del psiquiátrico… Apretó los labios con suavidad mientras sus brazos terminaban por sujetar el viejo tomo contra su pecho.

Siempre le habían asegurado desde pequeñita que era mejor estar solo que mal acompañado y no era que ella pensara que estaba mal acompañada, al menos si descartaba al amo del calabozo, era que ahora mismo dudada seriamente de la verdad de esa máxima. Estaba claro que los que divulgaron el refrán, no habían estado de visita por aquella fortaleza. Allí dentro uno se replanteaba su propia cordura más o menos cada cuarto de hora y ver de vez en cuando una cara semi conocida resultaba bastante reconfortante.

- ¿Ha sucedido algo? - ¿A qué se estaría refiriendo exactamente? ¡A ver si iba a resultar que en el pueblo también cambiaban de siglo como allí dentro y Dacijaj era una especie de Triángulo de las Bermudas! Solo que al revés, ya que al menos en aquella mansión la gente no desaparecía, sino que aparecía a su antojo, independientemente de que debiera llevar muerta varios siglos. ¿O a lo mejor era ella la que había perdido el juicio y se empecinaba en negarse a la evidencia?

- Alek, no sé si conoce a Dejan, el encargado de la casa, – y aunque estaba haciendo referencia cortésmente al mayordomo, algo insegura de la necesidad de presentarles, su vista se hallaba fija en la pistola que portaba su interlocutor – Alek es policía – le aclaró al otro por si acaso, sin saber si no era necesario - me recogió en medio de la nevada de camino a Dacijaj esta mañana –Por cierto que... ¡en qué hora se había bajado del autobús! – ¿Antes creí entender que deseaba hablar con el dueño de la casa? – Ahora se dirigía de nuevo a Alek, pero continuaba mirando una pistola que parecía incomodarla.

Frío metal reposando sobre gélido granito… parpadeó con calma, alzando la vista hasta los ojos del policía, y apretó de nuevo los labios. Cuando había tenido que empuñar una ella, también le había resultado incómodo.

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10/08/2011, 11:21
Dejan

La pesada llave terminó de girar con dificultad, algo extraño, ya que Dejan había realizado esta misma acción todos los días durante muchos más años de los que le hubiera gustado admitir. Pero no siempre entraba por ella un hombre armado con una enorme pistola, con el rostro totalmente descompuesto por los nervios. Había echado un vistazo al exterior, pero no había sido capaz de ver nada.Sus ojos penetrantes ojos marrones eran el único signo de vitalidad en el marmóreo gesto que componía el desgastado rostro del mayordomo.

Recordó la puerta cerrada que daba a la bodega, los lejanos sonidos que presagiaban tiempos difíciles para los antiquísimos cimientos de la otrora fortaleza, y recordó el comportamiento del señor Misimovic durante sus últimos días, la premura de sus acciones, las incoherencias de sus pensamientos. Pero sobre todo recordaba la conversación que el fallecido dueño de la casa mantuvo con Ivan.

Se giró al finalizar la tarea de cerrar la puerta, y le sorprendió la tranquilidad que demostraba la extranjera, constatando el dicho sobre la flema de los británicos. Se alisó los pliegues de su sencilla y negra camisa antes de inclinarse un poco a modo de saludo ante el recién llegado, un hábito manido, pero no movió sus labios, y tampoco emitió sonido alguno. Desvió la mirada hacia el pasillo que llevaba a la cocina, luego hacia la pistola con algo más de disimulo, para finalmente señalar las escaleras que ascendían al piso superior.

Alek tuvo entonces un poco de tiempo para echar un vistazo a su alrededor. La escalera destacaba en el amplio vestíbulo, cuya escasa iluminación provenía de ornamentadas lámparas de gas ocultando el paso del tiempo y magnificaba dos hermosas figuras masculinas, talladas en clara piedra, que representaban a dos jóvenes en actitud reflexiva, con los ojos alzados al cielo.

El suelo era de piedra oscura, pulida, pero con imperfecciones visibles incluso en estas circunstancias, no había ventanas en aquella estancia, y si algunos muebles a los que el inspector no prestó demasiado atención en estos tensos momentos.

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10/08/2011, 17:14
Aleksandar Tasic

* A: gesto serio, congestionado, fatigado, molesto, de ceño fruncido y labios apretados.
* B: sonrisa breve, de diente sepia, farisea por el fondo y repulsiva por la forma.

Para ella, un (A - B - A) en custión de medio segundo. Giro la cabeza y miro fugazmente al tipo de las llaves. Para él, asentimiento en A,...y en A me quedo: es todo lo cortés que puedo ser ahora mismo.

Que si ha sucedido algo, dice. ¿Qué te parece?..., porque eso es exactamente lo que ha pasado, mi angustiado Aleksandar. Algo.

Estoy convencido de que es costumbre en su tierra. Me refiero a aquello de hacer las presentaciones, a la irritante afición por ofrecer información de más entre desconocidos y a jugar al quién es quién haciendo de árbitro vocero y chivato. Me revienta. Allí - y lo sé de mis años como estudiante en Londres - no soportan el silencio: por eso las moscas entran en la boca, se cagan dentro y termina uno escupiendo la clase de mierda que no procede. Como cuando le preguntas a un niño:"¿cómo estás, pequeño Stjepan?", y te responde la madre:" muy bien, señor agente. Aquí venimos, de comprar el pan y ya voy teniedo hambrecita". Diosss...

- El señor de la casa, por favor.- le digo al mayordomo. A primera vista el tipo es como...,pues como uno tiende a imaginar lo que debe ser un buen mayordomo, ¿no?. Supongo que le daría igual si el que entra es un hombre con una Desert Eagle o Gonda Manakovska cantando el Karafili recién salida de una tarta con una estrellita en cada pezón. Impertérrito. Sereno. Profesional.

Qué envidia.

Me ha llevado un minuto recuperar en parte la compostura. Dejar la oscuridad y la intemperie me hacen respirar hondo y soltar aire por la boca. También parpadeo y me llora un ojo cuando miro directamente a los candiles: me seco la lagrimilla con el índice congelado y se me viene a la cabeza un plato de caldo de gallina y verduras hirviendo, como los que hace madre. Antes de que el caballero impasible dé media vuelta o abra la boca, guardo la pistola en el bolsillo del abrigo: la reacción de ambos ante el hierro es todo cuanto parece diferenciarles de las estatuas aquellas.

- Le pediría algo caliente si no le llevase mucho tiempo. ¿Sería posible?.- le suelto al amigo como si de puertas hacia fuera se extendiese la calma de un atardecer en la Toscana. A lo mejor - a lo peor- ni llego a probar lo que me traiga. Hasta una infusión (puaggg...) me entra. Lo que sea. Así, entrando en calor, igual no sigo cayendo en aquello que odio de los británicos: el hablar demasiado.

- Necesito que vuelva a la habitación, señorita...- y al volverme hacia ella lo vuelvo a notar. Es ese...aroma de distinción, perceptible aún sin mirarla a la cara y opresivo al punto de hacerte sentir pequeño. Me resulta extremadamente incómodo y creo que se me nota.- Disculpe. Soy un desastre para los nombres.

Vaaaamos contra el crooono, Aleksaaaandar...- rebota el canto de la Manakoska, aquella puerca albanesa, entre las paredes de mi cráneo.

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14/08/2011, 22:24
Ywen Roth

- ¿Ah… sí? – Ambas cejas arqueándose ligeramente – Vaya… - obvio sarcasmo reflejado en el tono y, sin embargo, una sonrisa genuina extendiéndose lentamente sobre sus labios, porque en el fondo era gratificante comprobar que, después de todo aquel día de inconsistencias, el té seguía siendo té y Alek continuaba resultando igual de rudimentario.

Ni que decir tiene que al menos de momento la británica no se movió ni un milímetro de donde se hallaba y que las razones para ello fueron variopintas.

Aquel “necesito que…” formaba parte de una conjugación muy curiosa en la vida de Ywen. Sí, por supuesto que era la misma que tenía que ver con el clásico “yo necesito, tú necesitas, él necesita...” de toda la vida, pero cuya entonación iba un poco más allá. En resumen, bajo según qué circunstancias aquel verbo se transformaba en simple palabrería que te llevaba a doblegarte a la autoridad de otro.

No cabía en cuenta alguna la suma de acciones que se habían necesitado de ella a lo largo de su vida. Hubo un tiempo en que se vio obligada a considerar vitales algunas de las más simples de entre ellas, pero ya no, hoy en día tan sólo llegaba a ponderar las esenciales. Desde hacía más o menos una década, Ywen había aprendido a atender en primer lugar lo que a ella le importaba, que no era otra cosa que lo que ella y los que consideraba suyos necesitaban de veras. El resto quedaba bajo custodia interna y más aún proviniendo de los labios de un miembro del género masculino que por añadidura era policía. Nunca cumplimentar las necesidades ni los requisitos o doblegarse a la autoridad de ningún hombre ni de la policía le había resultado lo suficientemente satisfactorio.

Eso sí, en última instancia se apartó del todo, retirando de Alek también la vista, todavía sonriendo con aquel gesto natural, totalmente exento de hipocresía, y se acercó hacia la escalinata de acceso al piso superior, por supuesto sin ascender por ella, esperando lo que indicara Dejan, porque en este caso era ella la que necesitaba algo, ni más ni menos que echarle un vistazo en primera persona a Mirsad tras los acontecimientos previamente vividos y cerciorarse así con sus propios ojos de la ausencia de consecuencias visibles.

Hacía frío, se colocó mejor el amplio chal de lana, refugiándose de la temperatura y cubriendo en consecuencia el brazo que portaba el libro y el mencionado objeto en sí mismo. Después se apoyó contra la balaustrada, colocando sobre ella la mano dolorida que le volvió a robar un breve gesto de molestia contenida y observando pacientemente al mayordomo con idea de seguir sus indicaciones. ¿Subirían o bajaría Mirsad? Durante unos instantes sus pensamientos se anclaron en Dunja y se preguntó si se hallaría con él entonces.

Si algo quedaba claro tras su actual despliegue de movimientos era que no iba a quedarse en aquel vestíbulo ni a acompañarles mucho tiempo más allá del estrictamente necesario, pero que no tenía la menor intención de marcharse a ninguna parte hasta ver cumplido ese preciso requisito. Quizás podría haber añadido un “será solo un momento”, en realidad tan solo un vistazo, pero lo consideró una completa pérdida de tiempo.

Habría que añadir que a esas alturas Ywen ya no sonreía, sino que más bien parecía repasar mentalmente algo.

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17/08/2011, 16:31
Mirsad Misimovic

¡DEJAN! ¡DEJAN!

Sería de estúpidos sperar una respuesta del mayordomo, pero los nervios de Mirsad, ya de por si no demasiado templados, habían ido aumentando de manera exponencial desde que llegó a su “hogar”. Gritos fuertes pero inseguros, tono enfadado pero respetuoso. En lo alto de la escalera, el hijo del difunto señor Misimovic se detuvo al ver la multitud, para lo que es habitual en la casa, reunida al pie de la escalera.

Su blanco jersey estaba salpicado por unas intensas manchas rojizas, y de sus manos, ambas apoyadas en la barandilla para mirar con más facilidad hacia abajo, la derecha lucía un aparatoso y no excesivamente bien hecho vendaje. Sus brillantes ojos verdes miraron primero a la doctora y luego al desconocido que estaba ahora al lado de su mayordomo. No le prestó demasiada atención de primeras, centrándose en Dejan.

¡ENCUENTRA A ESA MALDITA BRUJA Y TRAÉLA A MI HABITACIÓN AHORA MISMO!

Gritó a pesar de que el silencio que reinaba en la casa era excepcional, y el eco de su voz resonó tardío en el amplio vestíbulo, un susurro hubiera sido suficiente, pero por la manera en la que le temblaron los labios al hablar, quedaba claro que no era el momento para intentar calmarlo.

Dejan asintió diligentemente, y se encogió de hombros en dirección a Alek, su bebida caliente debería esperar a una mejor ocasión. Acostumbrado a los caprichos de los grandes hombres de la mansión, se encaminó hacia la semioscuridad del pasillo de la izquierda, desconocido para el inspector, y recordado como el camino hacia la cocina por la doctora.

Avanzó entonces Mirsad hacia el centro de la escalera, tres pasos claramente escuchados, y se plantó en el final de la misma, para los que estaban abajo, mirando a Ywen, con gesto serio, tranquilizándose, hasta que finalmente suspiró cansadamente.

¿Quién coño eres tú?

La pregunta fue acompañada de una desconfiada mirada.

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22/08/2011, 14:37
Aleksandar Tasic

"Casi mierda", así me llama de vez en cuando Primos Sjoban. Lo dice en tono jocoso, sin pretender herirme..., pero lo dice y a veces pienso que no le falta razón. ¿Qué autoridad puedo poner encima de la mesa ante estos dos mastodontes de la autoconfianza?. A ella le falta subirse encima de un piano de cola y tumbarse enseñando cacha para terminar de desarmarme, y al él..., bueno, yo nunca sería capaz de imponerme al silencio de esta manera tan rotunda y agresiva. De nuevo, ¿qué puedo ofrecer yo?. ¿Se dirige a mí o a la señorita?.

- Agente Tasic.- digo mientras meto ambas manos en los bolsillos esperando encontrar la cartera. Tanteo pero toco hierro en vez de cuero imitado, y me pongo aún más nervioso. Mi mirada va circulando sin detenerse más del segundo que hace falta para procurar un mínimo de autocontrol: las manos que rebuscan, el suelo oscuro, el cabello de ella, los ojos de él. Y la puerta. Ay, la puerta...- Y vamos a tranquilizarnos un poco, ¿de acuerdo?.

Mi finísimo labio superior contrasta con el grosor del inferior. En mitad de éste tengo un surco donde se acumula babilla: esto hace que mi voz, aguda y chirriante por naturaleza, resulte desagradable por un infame silbido gorgojeante. Eso y menos papeles que el caballo de Pipi Langstrum - no acabo de dar con la cartera- es todo cuanto propongo para reforzar mi posición autoritaria.

- El señor Misimovic, ¿correcto?. Bien, seré breve y espero de usted colaboración, ¿de acuerdo?.- el volumen de mi voz es absolutamente ridículo. Intento darle un poquito de cuerpo. No es fácil.- He podido observar ciertos elementos hostiles- siempre he querido decir eso - tanto en el pueblo como en el camino que lleva hasta aquí. Sospecho que merodean su propiedad, señor Misimovic, así que necesito me señale todas las posibles entradas al cuerpo principal de la mansión.

Agarro las cintas de la mochila que llevo a la espalda, aflojo la correa y me la quito, depositándola en el suelo.- Siento ser tan brusco y, ya sabe, presentarme así en su residencia..., pero tenga la certeza de que esto es absolutamente necesario.- brusco, ¡ja!- Quiero que asegure esas entradas. También le pido que me diga si aparte de nosotros hay alguien más en la finca. Personal de servicio, invitados. Y otra cosa: supongo que la casa tiene algún panel que conecte las alarmas. Muéstremelo.

Doy un paso adelante, deseando reafirmarme. Sé que toda esta perorata sonaría de otra forma con la voz y la presencia de Primos Sjoban, pero es lo que hay. Agarro la mochila por la cinta de mano y miro a la inquietante mujer.- Vuelva a la habitación, señorita. Cierre la puerta, con llave si es posible, y no abra a menos que yo se lo pida. Por su seguridad.