Partida Rol por web

Enarca una ceja rubia pero esboza una sonrisa de comprensión, sí, él también había sido joven y testarudo como tú, así que te palmea el hombro para indicarte que vais a empezar el próximo ejercicio.

-¿Tentado? Bueno, todos somos humanos y a veces la línea entre hacer las cosas bien y hacerlas mal es muy fina y cuesta ver donde está una cosa y la otra. Como solía decir mi padre el Infierno está enlosado de buenas intenciones, pero al final del día lo único que te queda es uno mismo y tu conciencia, no crees? Has de saber si tus decisiones te dejarán dormir por las noches o no, esa es mi brújula moral, hijo- contesta finalmente en esa forma llana y agradable que sólo el Capi puede mostrar.

Tras eso, te indica que te sitúes delante de él, a unos metros de distancia. Te explica el ejercicio, un combate real donde poner en práctica todos los movimientos que te ha enseñado. Y de esta guisa pasas el resto de la mañana hasta la hora de comer, tratando de esquivar golpes (que te comes unos cuantos, pero consigues esquivar alguno) y tratando de alcanzar a ese hombre tan musculado y alto pero ágil y escurridizo. Digamos, que al final del ejercicio llegas a entender porque es el mayor héroe del mundo mundial.

¿Humanos? Nosotros no somos humanos. Somos mutantes. Aberraciones de la humanidad después de tantos años de confraternización entre negros, de hombres con otros hombres, de mujeres con mujeres, de hombres con niños... Somos monstruos.

Sacudo la cabeza, queriendo sacarme esos pensamientos de la cabeza. Porque no son míos. Son de mi padre. Y joder, vaya puta mierda, me pone de mal humor pensar en ese viejo fracasado. Incluso me duele la cabeza cuando pienso en él. Así que pienso en lo que me ha dicho. Pero no mucho rato, claro, porque no tardamos en seguir con el entrenamiento y debo poner toda mi atención en él, para evitar llevarme más golpes de los necesarios. Y aún así, me llevo unos cuantos. Joder, como se nota que es un superhéroe y, aún así, tengo la sensación de que se contiene. Y mucho.

Jadeando en el suelo después de varias palizas, sudando a mares, noto como la camiseta se me está pegando al cuerpo. Está incluso más mojada que cuando trabajo en el campo... así que me la quito, porque me molesta bastante. Respirando agitadamente, me levanto.

- Te estás conteniendo. -Le acuso, frotándome una zona especialmente dolorida. - No te preocupes por mí, no soy un niño. Si te reprimes, ¿qué coño voy a aprender? Va, puedo con otra tanda.

Alzo los puños. El derecho, protegiendo mi cara. El izquierdo, un poco más avanzado para marcar y desviar sus golpes.

Ante tu respuesta, el Capi suelta una risa sonora, complacido de tu aguante.

-Así me gusta hijo!- te da otra palmada en el hombro, con fuerza. Iniciáis una última ronda de combates aunque esta vez notas que está siendo bastante menos renuente y algo más despiadado con los golpes y recibes unas cuantas ostias que te dejan sin resuello y escupiendo sangre. Esto te va a doler más a ti que a él, está claro. Pero eres feliz, en mucho tiempo, sientes que eres completamente feliz y con una gran paz interior, algo que jamás habías experimentado en casa. Desde luego, eso es algo que debería agradecer a Kaylee, si no fuera por ella jamás te habrías atrevido a largarte de aquel estercolero y no sabrías que hay otro mundo mucho mejor ahí fuera y que no todo se acaba en los límites de Arcadia.

Tu estado de euforia es tan enorme que ni te fijas ni piensas porque tu toque no está afectando al Gran Capi America, porque no se desploma o se muere como aquel motero. Y menos aún llegas a captar las sombras por su piel porque estás demasiado ocupado esquivando y encajando golpes que te lanza a gran velocidad, hay momentos que ni siquiera sabes de donde salen sus puños pero no importa, te sientes realmente bien porque al menos controlas la situación, aunque estés claramente perdiendo el combate. Oh, yeah, I like it!

Si fuera un puto pijo de ciudad, ya me estaría lamentando de haberle pedido que no se contuviese. Pero como soy un tío de granja, y encima soy Jason, YO puedo con todo. A pesar de que sus puños aparecen literalmente de la nada, rompiendo mi guardia y golpeando con fuerza, noto que puedo resistir. Tal vez no más de media hora y probablemente si fuese a matar, ya estaría derrumbado. Pero eh, llevo un buen rato entrenando con el Capitán América y sigo en pie! Chúpate esa, Padre. A su lado pegas como una niña.

Con cada golpe que me llevo, siento cómo reacciono más y mejor. No lo suficiente para acabar de esquivarlo ni pararlo, pero sí como para ver cómo y dónde me ha golpeado. Incluso el por qué. Ese movimiento que hago con la pierna, avanzando... Me quito la sangre de la boca con la mano y me vuelvo a poner en guardia. Esta vez, como antes, también acabo con un puñetazo en el pecho que me quita la respiración durante unos segundos. Pero si no me hubiese movido hacia atrás, el golpe habría sido en la cara y sería mucho más doloroso. En cierto modo, es una victoria.

- Una más... -Repito por enésima vez, cogiendo aire- y te tumbo.

La verdad es que no puedo más, me duelen todos los músculos del maldito cuerpo sin excepción. Jadeando sentado en el suelo, trato de sacar fuerzas para levantarme una vez más. Y lo hago, con dificultad, pero me levanto. Y es que estoy destrozado. Pero no voy a ser yo quien pare primero.

A pesar del dolor y el agotamiento, me siento feliz. Y sonrío. Gracias Capitán América.

Tras finalizar el intenso entrenamiento con el Capitán América eres mandado a las duchas y te dejan ropa limpia en tu "sofá", de más o menos tu talla, sencilla pero impecable: una camiseta gris y unos vaqueros azules algo gastados pero cómodos y suaves y con ningún roto. No tienes ni idea de quien será su propietario original pero lo cierto es que te sientan bien, huelen a limpio y se ven de mejor calidad que tu traje de los domingos para ir a la Iglesia. La ducha es reconfortante, agua caliente, un chorro increíble y unos jabones que ni siquiera sabías que existían. El baño y la ducha son de lujo, o al menos a ti te lo parece porque no se parece en nada al baño de tu casa, viejo, desgastado y algo mohoso. Sientes como tus músculos y huesos se recolocan en su sitio, se estiran y dejan de dolerte increíblemente. Al enjabonarte ves como los moratones desaparecen en cuestión de segundos delante de tus ojos, sin dejar marca alguna de su anterior presencia. La sangre de algunos cortes cae al plato de ducha, diluyéndose con el agua y desapareciendo por el desagüe. Ni rastro de lo pasado.