Partida Rol por web

RegenZy

Capítulo II - La fiesta

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06/02/2013, 21:45
Narcisus Strafford

Narcisus redobló el tamaño de su sonrisa al oír aquello, e incluso una ligera brizna de emoción brilló en sus ojos por ver primera. Pues menos mal que ella también era novicia en la materia, o Strafford hubiese quedado aplastado por una piedra de tamaño suficiente para destrozarle el riñón desde dentro.

- Tenemos un trato- dijo el hombre en tono cortes, cuasi alegre, con un cabeceo de cabeza.

Si fuese un hombre le hubiese estrechado la mano, pero siendo Evan no era en absoluto algo apropiado. Y claramente no iba a besarla en la mano o las mejillas, aunque fuese posando los labios sobre el aire. Muy indecoroso, y nada de su gusto. Por dar, le hubiese dado las gracias, pero eso hubiese parecido muy... necesitado. Y realmente no era un asunto que importase tanto al Capitán.

- Yo vivo- literal o metafóricamente- por y para mis hombres, por lo que no acostumbro a esto, pero, ¿qué excusa tiene usted? Una mujer- la señaló de arriba a abajo, brevemente con la palma abierta hacia arriba para no parecer ofensivo- como usted no puede haber estado encerrada en una torre hasta ahora.

Claramente "presentación en sociedad" significaba otra cosa, pero el hombre pretendía ser gracioso, y es que estuviese muy entrenado en la materia precisamente. Aquel era su mejor esfuerzo.

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06/02/2013, 22:01
Evangeline Frederick

 Evan se echó a reír, una risa cristalina y jovial. Lo hubiera o no, leyó un piropo bajo el "una mujer como usted", y no le disgustó en absoluto.

- La decisión de mi padre, por supuesto. Hasta que mi hermanastra no ha sido presentada, Kate y yo tampoco, claro. No es algo que me agrade particularmente, pero... es así como debe ser. Mire, aquella es. La chica del turbante -la señaló, sin añadir más detalle. Para su gusto, Georgina iba demasiado recargada.

La joven miró a su alrededor.

- Es precioso, todo esto, ¿verdad? -dijo casi para sí misma. Parpadeó, despertando de ese segundo de ensoñación, y clavó los ojos en su hermana y en el irlandés, que hablaban con Lord Butler-. Pobre Capitán Connor -le dedicó una sonrisa cómplice a Strafford, evidentemente bromeando-. No sabe que se ha llevado a la gemela maligna.

Rió de nuevo, divertida. Muchas veces había jugado con Kate a la gemela mala...  iban enlazadas del brazo y una de ellas hablaba tan tranquilamente mientras la otra se quedaba mirando en silencio, con fijeza, hasta poner nervioso a su interlocutor. Ashton solía perder los nervios cuando le hacían ese teatrillo. Era realmente cómico, al menos para ellas dos.

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07/02/2013, 03:45
Sir Harold Butler

El señor Butler estrechó la mano del capitán y le observó con cierta curiosidad. Un capitán joven, e irlandés. Pero se había informado. Su padre era irlandés, si, pero protestante, y del peerage. Un chaval de buena familia, una familia que había puesto dinero para la causa del rey. No era "picar muy alto", pero su hija parecía encantada. Miró a su hermana Eva, y luego a su madre. Supo, para su despecho, que Kath no tendría ojos aquella noche para otro hombre. Suspiró casi imperceptiblemente, pero luego sonrió.

-Capitán Connor, he oído. Veterano de Waterloo. Nada más, y nada menos. Tiene usted permiso para pasear con mi hija, y sacarla a bailar si lo desea. Sobre otros menesteres, si llegara el caso, hablemos con más tranquilidad en los próximos días. Ahora, disfruten de la fiesta, y no se lleve muy lejos a mi hija. Esta es su noche.

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08/02/2013, 00:04
Narcisus Strafford

Connor esbozó una sonrisa, cuasi alegre, al ver a Connor cosechando su éxito con total impunidad. Ese era su Connor. Su compañero. Uno a la altura de Strafford, sí señor. Uno con talento para el noble arte de la seducción, y un partido ejemplar. Por desgracia el propio Narcisus no se tenía en tan alta estima, pese a que hacía lo que podía.

- Preciosa es usted, no esto- replicó con sinceridad haciendo girar el dedo en el aire, hacia arriba, envolviendo la sala-. Con los años y la experiencia en según qué desgracias uno se da cuenta que lo bello ha de estar vivo. La ropa- señaló discretamente, de forma alternativa el traje de Evan y el suyo propio- es un complemento. Ayuda, pero no crea. Del mismo modo que alguien con un atuendo apropiado no podría camuflarse en plena guerra si no sabe hacerlo- un símil desacertado, pero uno de los pocos que podía hacer Narcisus con familiaridad sin sonar forzado, pese a que no era muy apropiado en la situación.

Dejó marchar a la incipiente pareja, compuesto por la hermana y el compañero.

- No parece una mujer malvada- incidió, confesando con humildad y humanidad en los ojos-. Más bien parece... decidida. Y esa es una cualidad buena en esta vida. Tanto así que yo no viviría para verla de no ser por ella- añadió.

Ya estaba hablando demasiado para ser él. Y no sólo por la cantidad, sino por la carga emocional. Él solía ser más frío. Más brutal. No era así.

- Lo que este soldado sin dotes sociales quiere decirle, es que, pese a que, como verá, mi rostro no acostumbra a sonreír, sus mercedes lo consiguen- la sonrisa de Narcisus era jovial, cuasi infantil. Era una sonrisa atrasada veinte años, nunca llevada término hasta el momento por avatares de un mal destino-. Usted es, a mis ojos, un islote sin la huella que acompaña al ser humano allá donde vaya. No quiero asustarla con mis palabras, pero rezuma una pureza y bondad que no he visto desde que no tenía fuerzas para sujetar las armas.

Narcisus hizo brillar los ojos con el reflejo de la duda. Sabía que había hablado de más, y su pecho se abría, expuesto por primera vez en mucho tiempo, ante la amenaza de una estocada. No demasiado doliente, pero sí lo bastante como para volver a cerrar la coraza sobre la gangrena y no dejar surgir más que tentáculos de oscuridad.

Aquello era el verdadero Strafford. Un pobre hombre doliente y reprimido que contenía todo su yo en una fachada que precaviese de toda herida física o moral. Y Evan era una mujer, con todas las letras. Narcisus no acostumbraba a tratar con mujeres, y ni por asomo se esperaba topar con una de tal carácter.

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08/02/2013, 12:58
Evangeline Frederick

Evangeline se sonrojó visiblemente, sonriendo complacida por las palabras del oficial. A sus ojos,  Strafford comenzaba a sentirse cómodo y por eso había dejado -en parte- de ser tan inquietante... bajo ninguna luz imaginaría jamás las verdaderas razones del comportamiento del soldado, ni lo que burbujeaba en el interior de su cabeza. En el mundo de Evangeline, donde la reprimenda más intensa por parte de su padre había sido una mirada severa y un "Estoy decepcionado", la idea de que una infancia como la de Strafford pudiera tener lugar era inconcebible. No lo entendía ni aunque se lo explicaran, como tampoco entendería la existencia de un color nuevo o la naturaleza de la Teoría de Cuerdas aunque alguien se pasara mil años tratando de que lo comprendiera. Sencillamente, en su cabeza -sea por falta de datos o de experiencia- era imposible.

- Vaya, capitán. Sois un embustero - le susurró con gesto cómplice y travieso, con los ojos relucientes de diversión-. Proclamáis con todo descaro que carecéis de dotes sociales y luego sacáis a pasear una lengua que haría llorar de envidia a un poeta... -le cogió del brazo con gesto fluído y echó a caminar con parsimonia por la enorme sala-. Veo que he hecho bien en negarme a salir con vos al exterior, a saber de qué podría convencerme esa prosa de conquistador de la que hacéis gala - añade, evidentemente encantada-. Acabaríais derritiendo mi voluntad, así que mejor no abandonaré esta sala ni la compañía de la multitud.

El comentario sobre su gemela la agrada notablemente: Evan se siente muy unida a Kate y halagar a su gemela es una forma segura de ganársela. Sigue la mirada de Strafford hacia la pareja formada por Katherine y Connor. Le continúa preocupando que él sea irlandés, pero Katey parece radiante...

- Y bien dice usted, capitán. Kate es todo lo decidida que yo no soy -dice con orgullo, como si las virtudes de su hermana fueran motivo de satisfacción para ella-. Y tampoco puedo mantener que ella sea la gemela mala, puesto que siendo franca -baja la voz e inclina la cabeza hacia él, conspiradora- ambas dos lo somos -termina, con un matiz de divertida complicidad-. Oh, sí. Dejad que os abra los ojos a la perfidia que habita en nosotras.

Abre mucho los ojos, con fingido asombro conspirador, con la misma expresión que tendría si fuera a revelarle una trama para asesinar a la Reina.
Cuando habla, su voz es un susurro que obliga a Strafford a inclinar la cabeza si quiere oírla, y pese que a lo que narra no pasa de ser una inocente travesura, consigue imprimirle un tono de advertencia. Casi parece que esté diciendo: "¡Cuidado! ¡Mirad de las terribles acciones que somos capaces!" Eso, contrastado con la infantil candidez de la anécdota en sí, le da a todo el conjunto de la historia un aire deliciosamente encantador, jovial, delicado, dulce.

-Una vez, Mary Margaret, la cocinera de Butler Manor, preparó una Red Velvet. Evan no es muy de dulces, de modo que no la probó... Es una tarta deliciosa, así que pasadas un par de horas tras la comida, quise más... y bajé a la cocina en busca de otra porción. Cuando Mary Margaret me reprendió, me indigné y le dije que yo era Kate, y que no había probado el pastel. Comí otra porción... y una hora y media después repetí la misma acción. Con descaro, alevosía y mentiras flagrantes le insistí de nuevo a Mary Margaret en que la de las dos veces anteriores había sido yo, esto es, Evangeline; y que ahora siendo Kate quería, -no, debía- probar la tarta. La pobre mujer se lo creyó, y no paraba de llevarse las manos a la cabeza. "¿Cómo es posible que la señorita Evangeline me haya engañado?" me decía, mientras yo asentía repetidas veces. "Oh, sí. Ya sabes como es Evan cuando hay dulces de por medio, Mary Margaret. No se puede una fiar de ella. Y ahora, hazme el favor de servirme una porción... un poco más grande."

Llegado ese momento de la historia, Evangeline no puede sino reírse, recordando el gesto de la cocinera. Se tapa el rostro con la mano con delicadeza, consciente de dónde está, pero tiene que dejar pasar unos segundos hasta que la risa la deja volver a hablar.

-Y una tercera vez volvió a caer, justo antes de la cena... así de pérfida soy, capitán Strafford -le mira, teñido su gesto de conspiración y divertida travesura a partes iguales-. Capaz de cualquier maldad por un dulce. Y aunque lo pagué con un empacho, soy tan mala que no me arrepiento: volvería a hacerlo y quién sabe si lo haré.
 
Se reclina hacia atrás, apartándose de él para poder mirarle a los ojos. Sonríe, con algo de orgullo -lo suyo le costó convencer a Mary Margaret, y engañar a la sagaz y desconfiada cocinera varias veces en un día era una proeza para la cándida Evangeline- en el gesto y mucha satisfecha diversión. Se lo está pasando bien; algo sorprendente teniendo en cuenta el primer contacto con Strafford.

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09/02/2013, 01:55
Narcisus Strafford

Narcisus no daba crédito. Evangeline, más que una esposa, era a todas luces la hermana pequeña no nata que le faltaba al Capitán. O incluso una hija nunca encargada. El principal motivo de que Strafford fuese como era se llamaba falta de contacto y de experiencias, alejado del lado amable del mundo. Ingresó en el arte de la guerra demasiado pronto, habiendo conocido hasta el momento sólo un ambiente familiar de lo más ingrato. Y pasó sus años desagradando la compañía, encerrado con un grupo de hombres para ver quien disparaba más veces por minuto y quien esgrimía mejor su sable.

Ver morir y tener que matar tampoco habían ayudado a la causa de su humanización. La guerra crea estigmas y agrava los propios. Violento y desquiciado, el señor Strafford estaba muy cerca de tener que acabar en un psiquiátrico. Su mente estaba completamente fuera de la media, rota y resquebrajada con el martillo de la crueldad y el rechazo. Y la gravilla que caía era lo que veían los demás a su través.

Connor palpaba de ver en cuando la superficie, rígida con la promesa de calor al otro lado, pero era Evan quien metía las uñas entre las grietas, gritando la costra que se formaba sobre el latido del corazón.

- No sabe cuanto me alegro de estar en su bando hoy, señorita Evangeline- respondió Narcisus, concesivo y con, de una forma totalmente inesperada, plena emoción. Parecía convencido de sus palabras, como si Evan hubiese demostrado ser una potencia a tener en respeto y consideración. Como si sus travesuras fuesen motivo de alabanza.

Era obvio lo que hacía. A Narcisus no le gustaban los niños. Pero Evan era una niña en el cuerpo de una mujer. Una demasiado dulce y pura como para no despertar en el hombre su instinto más paternal y oculto. Tierno. Narcisus. Tierno.

Increíble.

- Temo que somos los dos un par de caprichosos y embusteros, querida- incidió el hombre-. Así que, ¿por qué no lo dejamos en un empate por esta vez?- sugirió, dejándose llevar por la sala mientras parecía distraer la mirada por allí, si bien en realidad le importaba más bien poco todo aquello y no hacía sino el papel de tutor fingiendo interés por aquello que gustaba a su pupilo-. Acabará usted conquistándome sino, y dada mi falta de contacto con Evangelines jóvenes y ladronas de tartas, temo que me atormente los sueños durante semanas, sino meses.

Narcisus podría haber sido cruel. Podría haber dicho que todo aquello eran pequeños juegos de cría malcriada, y que ser un pérfido y un malvado era hacer lo que le había devuelto su rango de Capitán tras, precisamente, matar a aquel superior suyo, pero no lo hizo. No podía asustar a aquella florecilla, ni quería hacerlo. Sería como tapar el único agua que has visto en infinidad de seco desierto.

- Pero sabed una cosa, mi amable señora. Yo me limito a decir la verdad- mintió, compasivo-. Si pretendiese agasajarla con algún fin lo haría diciendo cuan maravillosa es la música de su risa en mis oídos, y no ayudándola en su empresa de velar por su hermana-. Verdad a medias, pero no le podía pedir más a la situación, ya que lo que quería era mantener entretenida a la chica sin asustarla, en parte por no merecerlo y en parte porque necesitaba seguir teniendo cerca a Evan para saber que una persona de tal carácter podía ser real-. Lo cual, todo sea dicho, no deja ser cierto. Su maldad sólo se ve superado por su encanto. Tengo suerte de poder hablar con usted antes de que los hombres hagan cola a sus pies.

Y lo mejor era que no le costaba decir todo aquello, porque lo sentía. Era infinitamente más fácil que ser su habitual él. Aunque desde luego, aquello no haría sino darle un quebradero de cabeza cuando, por la noche, tuviese que mirarse al espejo y volver a ensayar ese rictus de perro militar.

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09/02/2013, 14:59
Evangeline Frederick

La actitud de Strafford sólo hacía sino confirmarle al entendimiento -cándido y desconocedor de los aspectos más descarnados de la realidad- de Evangeline lo que suponía: el caballero estaba rígido porque se sentía fuera de lugar; a medida que se encontraba más cómodo en la sala, su modo de comportarse cambiaba hasta llegar a la galantería o incluso el humor.

- De acuerdo, pues. Un impass de embusteros, entonces -respondió con divertida ligereza-.  En cuanto a caprichos, los míos los tengo claros... pero de los de usted no sé nada. Podrías ser más mala aún y aguijonearle para que me responda, pero por ahora me contendré. Esperaré a que tenga una copa en la mano.

A medida que avanzaban por la sala, sin prisa, Evangeline se detenía cuando veía a algún conocido, saludaba y lo presentaba a Strafford.  Las normas de etiqueta así lo exigían, y esperaba tener la oportunidad de saludar tanto a Sir Patrick como al joven médico Augustus, que ayudó a Georgina con aquel asunto tan desagradable de las especias. Incluso si se cruzaran con la propia hermanastra, Evangeline trataría también de saludar a quienquiera que con ella conversase. La joven gemela podía tener muchos defectos, pero su entrega a las normas de cortesía casi rozaba la obsesión. Muy pocas veces había sido pillada en falta en un asunto de etiqueta. Kate solía decir que, si algún día se perdía por el campo y se veía obligada a comer arbustos o morir de hambre, lo haría con la servilleta en el lado correcto y a pequeños bocaditos. 

La muchacha tenía intenciones de disfrutar de la fiesta, pero era consciente de que su padre les había hecho una advertencia que no era otra cosa que una orden educada. Id y conoced caballeros apropiados. Georgina encontraba odioso el tener que mercadear con la promesa de matrimonio, pero Evangeline no se lo planteaba. Era lo que había, tanto como azul era el cielo. Planteárselo no serviría para nada, no cambiaría las normas que estipulaban que debía depender económicamente de un hombre toda la vida. 

Además... bueno, satisfacer los deseos de su padre le inclinaría a devolver la cortesía. Si lord Butler veía que Evangeline seguía sus indicaciones, sería más proclive a aceptar sugerencias de la joven a la hora de hacer la elección. La joven había ido a la fiesta con la clara idea de ser lo más pragmática posible a la hora de escoger a su futuro esposo. No obstante, habiendo descubierto gracias a Strafford que realmente un hombre puede llegar a tener una conversación más que agradable, en este momento se veía inclinada a aceptar, quizá, algún tipo de compromiso a la hora de escoger pareja: tal vez el hombre más adinerado y mejor posicionado no era el candidato ideal. Tal vez merecía la pena aspirar a alguien algo menos acomodado, pero cuyo carácter fuera más agradable a los ojos de Evan. Y para forzar a Lord Butler a plegarse a los deseos de su hija, sería una buena idea tenerle de buen humor. 

Todo estos pensamientos iban cruzando, fugaces y deshilachados, el subconsciente de la joven. Más tarde, cuando fuera a dormir, se detendría con parsimonia en esas reflexiones. Por ahora, toda su atención la tenía el capitán Strafford. Por lo pronto, estaba sorprendida de cómo la aparición de una sonrisa había modificado el rostro del hombre hasta hacerle parecer casi otra persona: el gesto dulcificaba la expresión de Strafford hasta quitarle años y preocupaciones.

- ¡Velar por mi hermana! -Evangeline suspiró y negó con la cabeza- Tonta de mí me empeño en esa tarea imposible... Kate bien sabe cuidarse sola, y mejor que yo.

Deslizó de nuevo los ojos hacia la pareja formada por el irlandés y Katherine. Era tonto preocuparse por su gemela: ella era una chica hábil y lista que sabía manejarse bien. Pero aún así...

Se echó a reír absolutamente encantada con el comentario de Strafford -"Su maldad es sólo superada por su encanto"-. El oficial estaba descubriéndose como un interlocutor divertido y galante, contra todo pronóstico. 

- ¿Suerte de hablar conmigo? Me halaga, capitán; aun aceptando que una fila de caballeros quisieran gastar su tiempo en mirarme, no sé si tendría la capacidad para resultarles una conversadora  interesante a todos -inconscientemente afianzó más la presa del brazo en torno al capitán, sonriente-. En cuanto a usted y su suerte, ya conoce el adagio: Audaces Fortuna iuvat

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10/02/2013, 13:14
John Connor

Con el permiso del patriarca, Connor ve libre el paso para continuar con su meditada velada. La hermosa joven que todavía se aferra de su brazo, es a medida que pasa el tiempo más encantadora. Y su argucia desde luego ha conseguido conmover a su padre. Hermosa e inteligente, dos cualidades que le confieren un halo de superioridad que el joven Capitán considera terriblemente cautivadores. Observa de soslayo a su cómplice del plan. Quién vería al serio Strafford mantener una larga conversación de índole social. Connor no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción. En verdad, la motivación puede cambiar la voluntad de un hombre. Quizá Narcisus haya encontrado su motivación en la hermana gemela. Connor regresó a su asunto. - Creo que tu hermana no podrá cumplir su labor de vigilancia. ¿Le gustaría retomar la idea del paseo por los jardines? Después regresaremos para el baile.

Tener la compañía de Katherine y recorrer la estancia ee convertía en el centro de muchas miradas. La mayoría críticas y ácidas. No era difícil sentirse estudiado, al menos, Connor así se sentía. Su mente le avisaba que debía mantener el protocolo para evitar que los juicios de muchos de los presentes no pudieran perjudicar a la señorita Butler. Aún así, John devolvía las miradas con su porte marcial, educada pero segura y un tanto desafiante. ¿Quiénes eran ellos para juzgar? Si el señor Butler no veía inconveniente en su compañía, los comentarios de terceros sólo eran chismorreos y probablemente envídia

Mirando a la muchacha, el Capitán expuso: - Le confesaré qué la imagen de verla el día del paseo por el pueblo quedó grabado en mi memoria. Debe saber que entre los hombres circulan numerosos comentarios sobre la belleza de las jovencitas del lugar. Pude comprobarlo por mí mismo y desde luego, no podría estar más conforme -  Los pasos de la pareja les acerca a las escaleras de la suntuosa entrada. Sin prisa y apurando cada momento, John sabe que debe expresar sus sentimientos que a cada instante más se afianzan. Cuanto más se van arraigando, más difícil se hace el expresarlo. Connor teme que Katherine perciba su incipiente nerviosismo y pueda otorgar al Capitán un aura de vulnerabilidad mal vista en un hombre de guerra. Respira hondo y decide esperar a salir del grandioso edificio y con la brisa refrescar los ánimos. Sabe que sólo tendrá una oportunidad de manifestar sus intenciones y la joven esperará conocer a varios de sus pretendientes para elegir, quizá, un marido. Connor cuenta con la iniciativa, pero es posible que la curiosidad de conocer a otros pretendientes podría enfriar la actitud a priori favorable de Katherine.

 

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10/02/2013, 14:52
Narcisus Strafford

Narcisus ensombrecía ligeramente cuando tenía que hablar con otra persona que no fuese Evan. Era como si su montaña rusa de subidas y bajadas dependiese de la compañía. Con Evan sonreía y se mostraba un hombre afable, e incluso divertido, pero con los demás era excesivamente cortés, y su sonrisa se mostraba más tensa, como si viese una cruz de espinas sobre sus pechos, amenazando con pincharles si les daba un abrazo y no la mano, rígida y fuerte. Autoritaria.

- Carezco de caprichos, mi amada Evan- confesó cuando tuvo una copa en la mano, anticipándose-. Al menos, hasta el momento. Mi vida ha sido pura eficiencia, dedicada a mi trabajo. Por no acostumbrar, no acostumbro ni a beber habitualmente por gusto, sino como acto social- ensanchó la sonrisa-. Soy una persona saludable y fácil de contentar.

Físicamente, claro, porque mentalmente estaba por evaluar, aunque Evan parecía hacer pastel de miel en el horno de sus neuronas.

Narcisus desvió los ojos también hacia la pareja de Connor. Agradecía la situación. En parte, por poder estar a solas con Evangeline, que hasta el momento parecía un acierto magistral, y por otro aquello le daba cancha ancha a su compañero para obras sus artes, que, conociéndole, serían suficientes para tener éxito en su empresa. El castigado hombre fue capaz de dejar escapar una tímida risa por entre los dientes, al ver a la luminosa pareja hacer lo propio antes sus condescendientes bromas. Reírse con ella era muy parecido a meterse bajo la sábana, creyéndose seguro, cuando padre llegaba a casa.

- Y más si me dedica tales palabras, querida- concedió, dando un sorbo a su copa, únicamente por cortesía-. El halago es todo mío, teniendo en cuenta que, para mi suerte, aún no he pecado de cobarde.

Salvo en lo social, claro, que no lo bélico.

- Debo confesarle que cuando llegué aquí me esperaba encontrar un panorama mucho más anodino. Y verá, por mi trato con otras gentes- las que la propia Evan le presentaba- así lo encuentro. No me malinterprete, simplemente acostumbro a ser alguien solitario e independiente. Pero si ahora me arrancasen de su lado, sepa que lo lamentaría. Y eso es mucho, viniendo de alguien en mis condiciones.

El hombre, emulando a su compañera, estrechó con cuidado el cerco sobre el brazo amigo. Se sabía fuerte, así que intentó no excederse y hacer la presión apropiada para quedar como un mero gesto emocional y significativo, que no agresivo o doliente.

- Soy yo quien ansía saber más de sus caprichos, querida- reconoció, sincero pese a que muchas cosas las decía maquilladas para no herir la inocencia de la mujer-, aunque seguiré respondiendo a sus preguntas indiscretas como si no las pretendiese. Cosa que, por supuesto, hago.

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10/02/2013, 18:01
Evangeline Frederick

Hechizada por lo magnífico del entorno y la situación, Evangeline no fue demasiado consciente de los cambios de comportamiento de Strafford al hablar con nuevos conocidos, y los que percibió los achacó a la timidez. Se percató, no obstante, de las confianzas que se había tomado el oficial al llamarla "mi amada Evan" en vez de "señorita Butler" o al menos "Evangeline". No le disgustó, pese a que era consciente de que el decoro exigía otra cosa. Y en última instancia, aunque la hubiera disgustado, una afrenta al buen gusto hubiera sido hacerlo notar.

- Si es usted un hombre acostumbrado a la independencia, entiendo que es normal que le agobie el verse rodeado de tanta gente. No se preocupe: estoy segura de que puede encontrar algo interesante en cada invitado de esta fiesta, si se lo propone - Evangeline es una de esas personas tontamente bienintencionadas que realmente piensa que todos los problemas podrían solucionarse sólo con que todo el mundo pusiera un poco de su parte. Escucha la declaración de que Strafford lamentaría apartarse de ella y se sonroja de satisfacción. Evidentemente, es sensible a los halagos del hombre-. Bendito sea el cielo, capitán. Sois un terrible conquistador. Me obligáis a estar en guardia de continuo... 

No parece molesta o disgustada en absoluto. Realmente está disfrutando de la fiesta. Visto lo que hay en realidad, ahora ya no teme por la seguridad de Katherine, aunque sí por el comportamiento de las lenguas viperinas.

-  Así que me otorgáis carta blanca para preguntar lo que desee -plantea la joven, pensativa y sin perder el tono jovial-. No es cosa baladí, capitán. Y entiendo que, por cortesía entre embusteros, las respuestas que me dé serán honestas.  Pero seré amable: vos respondéis a mis preguntas y yo os hablo de mis caprichos. Os prometo que tengo una larga, larga listar.

Evangeline no es consciente, ni podría serlo, de que va a meter los pies en terreno pantanoso. La lógica de los derroteros de la conversación le fuerza a preguntar con sana curiosidad por su familia al hombre que probablemente menos ganas tenga de hablar de ella en toda la fiesta.

- Habladme de vos, capitán. ¿Tenéis hermanos? ¿Os meten en tantos líos como a mí la mía?

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10/02/2013, 23:42
Narcisus Strafford

Narcisus no podía dejar de sonreír, e incluso reír ante algunos palabros de la chica. Oía y sentía extraña la risa aflorando por sus labios, pero la mandíbula batiente y el pecho henchido se le antojaban agradables. Quien le hubiera dicho que aquel día acabaría riéndose sin estar enarbolando su sable de forma cruel, sino su lengua de forma zalamera.

- Una hermana querida, mi señora- reconoció Narcisus, en tono solemne y sin decantarse por la tristeza ni la diversión-. Lamentablemente, nos dejó cuando yo aún no estaba en el ejército. Toda una lástima, pues era bella como sólo usted puede comparársele- alzó una mano, puntualizador-, pese a tener unos rasgos totalmente diferentes.

No quería que viese en su hermana algo parecido a una enfermiza relación que ligase a Evan, predisponiendo al capitán, pues ciertamente no tenía ninguna razón de ser, pese a que hubiera sido algo más que posible teniendo en cuenta las circunstancias del hombre.

- Puedo asegurarle que en vida me metió en multitud de líos, pero yo pagué por todos mis crímenes, se lo aseguro- su sonrisa era la de un embaucador mentiroso, pero por una buena causa, sin pensar realmente en que quizás hacía algo malo-. Saldé mis cuentas, así que salde usted la suya. Capricho.

La realidad era que Narcisus, de pequeño, tuvo sus años de inocencia. Protegió a su hermana cuando, padre, llegaba bebido al hogar. El atizador en su espalda tiene marcas por ello. E ahí los líos en que le metió y los crímenes por lo que pagó. Palizas y protección, respectivamente.

Una noche, padre llegó francamente mal, con una trempera peligrosa en sus pantalones. Se encaminó hacia la chiquilla, y Narcisus, por primera vez, alzó el puño contra su padre. Algo totalmente inútil dada su edad. El crío no pudo comer sólido en semanas, y su hermana acabó molida a golpes. Falleció a manos de un derrame interno.

A partir de ahí Narcisus cayó en una espiral sin fondo, de la que no había salido hasta ver a Evan, redentora. Y sólo quería seguir teniéndola cerca y beber de su pureza, pues sus labios llevaban secos ya demasiados años.

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11/02/2013, 17:48
Katherine Connor

Katherine sonreìa amable conforme avanzaban hacia la salida a los jardines, regalando alguno que otro saludo a personas que ya conocìa, en realidad no tenìa ojos para nadie màs, ni los querìa tener. Su padre habìa sido muy amable al dejarla salir con el capitàn Connor y al parecer no le disgustaba porque ella lo conocìa bien y habìa cosas que su padre no podìa disimular. Echò una mirada antes de dar un paso fuera del salòn hacia donde estaba su hermana y sonriò, parecìan divertirse ambos.

-Si mi padre ha dicho que podemos dar ese paseo, soy la primera en querer realizarlo, capitàn Connor.

Se afianzò màs al brazo del militar y siguiò el camino que èl le marcaba, entonces lo escuchò. Le estaba hablando de aquella vez en el pueblo, ¿era posible que la recordase de esa manera, como ella lo habìa recordado a èl? Pues parecìa que si y no pudo evitar sentirse arrobada por esa nueva sensaciòn, porque ya no era ella sola pensando en èl luego de haberlo visto. Luego volviò a ponerse seria, ¿acaso èl estaba buscando una esposa? ¿Se interesarìa en ella tanto como para...? ¿Y su padre lo permitirìa? Decidiò que era mejor no pensar en esas cosas de momento, no, querìa disfrutar su compañìa.

-Aceptarè eso como un halago, capitàn pero creo adivinar en sus ojos...-hizo un alto antes de bajar el escalòn, miràndolo fijamente.-Creo adivinar que no es sòlo belleza lo que busca en una mujer...

Sonriò y dio otro paso casi tirando de èl, serìa una noche esplèndida. En realidad ya lo estaba siendo y esperaba que lo fuese aùn màs.

-Estarà de acuerdo en que no puedo responder a vuestra confesiòn como otro caballero lo harìa, que tengo que mantener algunas normas de protocolo, aunque...

Katherine sonriò desinhibida, como ella era, no iba a ocultarle a èl lo que habìa dentro de ella porque cabìa la remota posibilidad de que sucediera algo màs entre ellos. Se inclinò un poco hacia èl como quièn va a hacer una confidencia y espetò:

-Debo confesar que el resto del desfile desapareciò cuando lo vi, capitàn Connor...

Luego volviò a mirar la frente, juguetona y contenta; ajena a todo lo que acontecìa a su alrededor. Ya habrìa tiempo para preocuparse.

-Yo no vine esta noche a buscar un esposo, mi padre lo cree conveniente... Yo sòlo quiero encontrar el amor...

Iba a agregar: "Y quizàs ya lo encontrè", pero se contuvo mientras se acercaban a una bonita vista del jardìn bajo un frondoso àrbol que cubrìa un poco la luz de la luna.

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11/02/2013, 18:58
Evangeline Frederick

Evangeline frunció los labios con preocupación al oír de la hermana fallecida. En unas circunstancias en las cuales la muerte infantil es común, no le sorprendió demasiado, pero tampoco era una persona que encontrase placer en hundir los dedos en heridas sangrantes o cicatrices cerradas. La sola idea de perder a Katherine le apretaba el corazón hasta robarle la respiración.

- Mis condolencias, capitán - ofreció en voz baja. El rostro de él no mostraba un exceso de sentimiento, así que supuso que prefería no hablar del asunto. Suspiró brevemente y volvió a alzar una sonrisa. Insistir en la situación que Strafford deseaba evitar no era ni de recibo ni de decoro. Además, se le veía tan cómodo cuando sonreía... obligarle a tratar un tema que le metería de cabeza en la tristeza era desalmado.

- Ah, sí. Un trato es un trato: veamos. Caprichos...  Es evidente que ya os he desvelado la afición a los dulces; las joyas y las ropas son obvias siendo yo una mujer... Mmm, déjeme pensar en algo que pueda confesarle sin rubor...  Ah, ya sé. El pianoforte. Sí, sé que no es capricho sino educación en una mujer que sepa tocar aceptablemente; yo no voy a hablarle de la mediocre calidad de mis dedos, sino de mi encaprichamiento del instrumento. Adoro sus formas, su elegancia, el sonido de sus cuerdas y la belleza de su música. Hasta tal punto me he encaprichado de la belleza del pianoforte que he perseguido y perseguido a padre hasta que ha mandado traer un Broadwood de seis octavas -Evangeline sonríe ampliamente, satisfecha de su piano como una madre lo estaría de un hijo particularmente prodigioso-. Es maravilloso, tendría usted que verlo... podría pasarme horas meramente mirándolo.  Ahora sólo me queda engañar a padre para que me consiga un piano alemán, pero  -esboza un gesto levemente culpable y mayormente travieso- le tengo harto. ¿Dónde más va a meterlos? Tengo el Broadwood en mi salita de estar, el Érard en la biblioteca pequeña y el Stein en el salón rosado.  ¿Le parece excesivamente absurdo este capricho, capitán? No, no lo diga, prefiero que me mienta e insista en que no es un capricho insensato. Ya sé perfectamente que lo es.

Y lo era, Evangeline lo sabía, pero aún así... le encantaban.

- Toca ahora que yo pregunte, entonces. Y aprovechando el hilo de mi capricho, deme su opinión sobre la música. Le aviso, caballero -levanta un dedo desnudo fingiendo una advertencia que sus labios y ojos desdicen- que este puede ser nuestro último cruce de palabras: dígame que detesta la música y le abofetearé delante de todo el mundo. ¡Le he advertido! -exclama, con una mirada teatralmente autoritaria que esconde malamente el gesto cómico que hay detrás.

Notas de juego

Puesto que salís al jardín, a partir de mi próximo post dejaré de marcar como destinatarios a Kate y Connor. ¡Esas manos, soldado!

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12/02/2013, 02:03
Susan MacAllister

-Sí... -respondió, cohibida.

La señorita MacAllister no sabía muy bien que contestar. Llevarle hasta sus padres... la verdad es que Augustus, aunque fuera un desconocido, era realmente la única persona con la que podía sentirse a salvo en aquel baile. Sus padres solo querían venderla como si fuera una res, al mejor postor. Entonces, le dijo lo siguiente, mirándolo a los ojos.

-Se que no soy gran cosa, señor Frederick. Pero... ¿Quisiera usted bailar conmigo?

En el pecho sentía un fuerte aleteo.

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12/02/2013, 02:08
Mr.Templeton

En verdad hacía mucho tiempo que él no era el compañero de ninguna dama, ni compartía con ella ninguna "experiencia pomposa". Eso le hizo sonreir. No era lerdo, no le pagaban para que lo fuera. La miró un momento, curioso, divertido. Podía adivinar que en su mente había calibrado los pros y los contras de aproximarse a él. Todo quedaría en el marco de la compañía, sin duda. Y, en verdad, a él le apetecía dejar de viajar alrededor del mundo, y tener de una vez por todas un asiento en el consejo de administración. Un maridaje perfecto.

Dejó su copa de champagne sobre la bandeja de un criado que corría de un lado a otro del salón. Parecía jovial, casi como un niño.

-Me parece correcto, señorita. Divertirse, es lo que usted quiere. Bien -dijo, dando una palmada- escandalicemos a estas buenas gentes.

Todavía no había llegado el baile de abertura, y los músicos de cámara solo tocaban piezas de ambiente. Se disculpó un momento, yendo hasta ellos, y les consultó algo. Ellos asintieron, sacando unas partituras de un voluminoso arcón que habían traído consigo. La música comenzó a sonar.

Se acercó a ella, ofreciéndole su mano con una inclinación y una sonrisa. El cambio de música atrajo las miradas, algunas de ellas de molestia y envidia.

-Algo de esa "exótica España", más exótico si cabe, teniendo en cuenta que esta obra introduce un vals. La escuché en Gibraltar cuando era joven. "Una cosa rara", de Martín y Soler. Bueno, esto será lo suficientemente raro para todos los presentes. Sígame, yo le indicaré los pasos.

Para bailar el bals, baile considerado algo "indecente" en aquellos tiempos, debió tomarla de una mano y con la otra en la cintura. Comenzaron a moverse. Atrajeron incluso las miradas de los Markington.

Notas de juego

Hazme una tirada de Bailar. DC 12+

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12/02/2013, 02:33
Georgina Templeton-Sedley
Sólo para el director

Casi pudo ver como las posibilidades se sumaban y restaban en su cabeza, fueron apenas unas fracciones de segundo las que el señor Templeton tardó en sonreir y responder a la pregunta. Parecía que se iban entendiendo, aquello sin duda parecía provechoso para ambos. Georgina era consciente de que estaba en franca desventaja, demasiado joven, demasiado inexperta, demasiado ingenua, demasiado inocente... frente a un hombre tan vivido, como mujer, puede que no tuviera demasiado interés para él pero como inversión puede que la viera con otros ojos y sin duda ella se beneficiaria de las ventajas de alguien inteligente, maduro y experimentado como él.

Meditaba sobre la practicidad del proyecto cuando, sorprendentemente jovial, pidió una pieza a la orquesta y rompió con todo protocolo arrastrandola a un baile de lo más atrevido ¡¡Estaba loco!! La cogió totalmente por sorpresa, no esperaba que alguien que parecía tan cerebral tuviera semejante arrebato. Sentirlo tan pegado a ella, tomandola por la cintura, le erizó los pelos de la nuca pero ni corta ni perezosa y sin tener ni la menor idea de como se bailaba aquello se dejó llevar en medio de una amplia risa, ni en broma iba a permitirse reaccionar como una niña tonta de esas que desfilaban por la sala. Como pudo siguió sus pasos mientras mantenía la mirada de su interesantísimo acompañante.

Sabía que todos les estaban mirando, sabía que todos lo reprobarían, esperaba una soberana reprimenda por parte de su madre, pero al fin y al cabo... que más daba!? Dios mediante pronto estaría lejos de allí y le resultaba mucho más importante ganarse el respeto y la admiración del que esperaba fuera su prometido que lo que pudieran cotillear toda esa cohorte de estúpidos engolados

-Es usted una caja de sorpresas señor Templeton, ardo en deseos de descubrir más

Y esta vez si lo dijo eligiendo las palabras a conciencia

- Tiradas (1)
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12/02/2013, 16:00
Augustus Frederick
Sólo para el director

Sin poder evitarlo o esconderlo, puso cara de apuro. Ni le apetecía bailar ni sabía hacerlo de forma decente, a pesar de las pocas clases a las que consintió en ir en Bath. Pero no quería ofenderla ni crear una situación que pudiera llegar a los oídos de su tío.

- Discúlpeme, pero no querría destrozar sus zapatos nuevos. - dijo de la forma más cortés posible - ¿Le apetecería dar una vuelta a cambio? Tal vez buscar un poco de ponche... - sugirió, sin saber muy bien si era una segunda opción aceptable o apetecible. - Podría advertirme sobre el resto de la gente de la sala, ya que soy nuevo en la zona. - intentó bromear.

Y, tal vez, de forma casual, podrían pararse a saludar a Barnabas y escuchar de refilón qué se estaba cociendo.

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12/02/2013, 17:22
Narcisus Strafford

Narcisus escuchó paciente, empapándose del azúcar sin mácula que exudaba su interlocutora. En cuanto acabó, suspiró, abatido, y entonó el mea culpa.

- ¡Detesto la música!- profirió en voz alta, sin armar escándalo o chillar para que le escuchase la sala. Nada más decirlo se apartó a un lado con un paso de baile, estirando los pies cuan largos eran-. Bromeaba- confesó con una sonrisa, deshaciéndolo y recuperando con ahínco la cercanía de su querida.

Aquel era su concepto de hacerse el gracioso. Lo máximo a lo que podía aspirar, al menos ese mes. Era más de lo que había hecho en meses, sin duda alguno. Dejó a un lado el asunto de su familia, convenientemente, y tiró por el sendero más alegre y mejor barnizado.

- Usted hace con los pianos lo que yo con los uniformes- dijo, posponiendo su explicación con las brasas al fondo del horno, con el adelanto dado-, así que no soy quien para juzgarla, si bien es cierto que no son comparables por lo necesaria que es cada cosa- breve pausa, mirando a los ojos de la mujer-, aunque entonces habría usted de debatirme si la ropa es más importante que la música.

Háganse notar las malinterpretaciones, pese a que Narcisus lo dijo en el sentido literal. No era un hombre, en absoluto, interesado en practicar según qué actividades físicas, en especial aquellas que incluían amar activamente a alguien o depositar su cuerpo como voto de confianza. No se sentía capaz de ninguna de las dos cosas, y eso se notaba en su expresión, falta de tinte sexual.

- La música es otro complemento- confesó, ahora sí-, aunque de índole distinta a la ropa. Uno puede vivir sin música, pero escucharla humaniza y aviva las pasiones del espíritu. No en vano, la música se usa para las marchas, tanto triunfales como fúnebres, y en los eventos sociales- calló, reflexionando-. Es un medio para darle color a la vida, ni más, ni menos. No es imprescindible, pero sí recomendable para alimentar el corazón. Y veo que usted está muy bien alimentada.

E ahí un desinteresado piropo. Con una última mirada fugaz a Connor y su acompañante, el hombre decidió dejarlos a su suerte, perdiéndoles la pista hasta nuevo aviso.

- Ahora es cuando la convenzo para, en lugar de darme otro tremebundo capricho, me cuenta por qué hasta el día de hoy no se ha decidido a buscar marido- alzó una mano-. No se ofenda, pero la veo más que capaz, y por su carácter no la veo una mujer solitaria.

Ciertamente, aquello era un misterio para él. Había maquillado lo de la música, pues se había ahorrado la parte en la que a él le producía cierto rechazo por lo emocional que resultaba, cuales balas ante un muro, pero aunque la cría parecía transparente tal reflexión se le escapaba.

Notas de juego

No prometo ser malo, lo siento ;)

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12/02/2013, 18:29
Evangeline Frederick

Evangeline esperaba  ya esa respuesta, ese "no me gusta la música", así que continuó con la broma y frunció los labios en un puchero fingido.

- Es usted un malvado, capitán Strafford -le respondió cuando él desveló su broma, aunque rápidamente encontró un auténtico interés en las divagaciones del hombre sobre la importancia de la música... y quizá habló demasiado-. ¿Ropa y arte? Oh, señor, se equivoca usted  de medio a medio. La ropa es la manera de distinguir a los caballeros y las damas de la gente vulgar, pero el arte es la manera de distinguir a los humanos de los que no lo son. El arte es el modo en que el alma se inflama y recuerda su presencia; es la manera que tiene la belleza pura de destilarse en algo que podemos percibir... pero aún así, no cuantificar. No se puede medir la hermosura de una suite ni la belleza de un lienzo, pero sigue ahí para aquellos ojos que sepan mirar. La ropa determina cual es nuestra cuna, pero el arte determina lo que somos. La ropa embellece el exterior, pero el arte, señor mío, es lo que hace brillar el alma. 

Se da cuenta de que está hablando demasiado y cabecea, sonrojándose y mirando al suelo. Una mujer no debe ser demasiado parlanchina.

- Perdóneme, capitán. Demasiada cháchara pesada para una fiesta, no quiero aburrirle con los pensamientos frívolos de una joven que lee más de lo que le conviene -alza los ojos hacia su acompañante de nuevo-. Baste saber que le perdono ese desinterés por la música, pese a que estoy segura de que un caballero tan encantador como usted encontraría interés y deseo en ese arte si se le expusiera del modo apropiado. Quizá lo que le interesa en los uniformes no es sólo la tela y el hilo, sino la belleza que hay en su confección y la intensidad de las emociones que provocan... y yo a eso también lo llamaría arte.

Inclinó la cabeza con una media sonrisa cuando él se interesó por las circunstancias matrimoniales. Evangeline era de carácter dócil, ya se ha dicho, y cuando responde no hay ningún tipo de reproche hacia el universo que la obliga a dormir con el hombre que tenga la cartera más grande. No se lo plantea. Es así. Y el error lo comete Katherine al insistir en buscar el amor por encima de su deber hacia la familia... ¿qué pasará si padre se niega a que contraiga matrimonio con un irlandés? ¿O si Lady Butler insiste en que no debe casarse con un soldado? ¿O si Connor no llega a la anualidad?

- Mi hermanastra, Georgina, no se ha casado aún. Como ella es la mayor, hasta que ella no buscase esposo, ni Kate ni yo deberíamos, por decoro, ser presentadas en sociedad... afortunadamente padre ha decidido que esta noche podríamos acudir a esta fiesta.  Cuando pienso en todas estas magníficas veladas -le aprieta levemente el brazo- que me he perdido porque Georgina está empeñada en sus extrañas ideas...

Le dedica una sonrisa radiante y sincera: la tarde de hoy está siendo interesante, agradable y divertida. Nada podría empañarla.

-  En resumen:  si bien soy la primogénita de padre, si es que eso significa algo siendo gemelas, no soy la hija de más edad de la familia Butler. Por eso no se me ha permitido pensar en casarme hasta el día de hoy. ¿Calma eso su curiosidad, capitán? -añade un matiz travieso a su mirada y baja la voz, obligándo a Strafford a inclinar la cabeza hacia ella-.   ¿Tengo derecho yo a la misma pregunta, caballero?

 

 

Notas de juego

Calla, que como un tipo como Narcisus decida ser malo... la monta parda.

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14/02/2013, 00:26
Narcisus Strafford

Narcisus evadió, al menos por el momento, la pregunta de Evangeline. La respondería al final, en su justa medida.

- Como era de esperar, tiene usted razón en casi todo- respondió-. Le aseguro, en primer lugar, que hay hombres que ni vestidos de oro consiguen hacerse pasar por caballeros. Se lo aseguro- alzó el primer dedo mientras hablaba, marcando la cantidad de respuestas-. Dos- alzó el anular bajo el guante, cual resorte-. Soy malvado porque todo se pega, incluso su hermosura- se sintió especialmente orgulloso de aquel comentario espontáneo y narcisista, aunque fuese con una sonrisa que destilaba comedia y gracia. Claramente, la malvada era ella, según sus propias palabras. Que no lo olvidase en aquel juego-. Tres- alzó el corazón-, me ha convencido sobre la música, pero no sobre lo aburrida que sea su mente ni sobre que leer en exceso sea malo. Habiese visto, mujer.

Se mostró incrédulo. Él no acostumbraba a leer, pero respetaba la cultura general. Dejando su copa a un lado, pues hesitaba dos o más dedos para sujetarla, la abandonó.

- Cuatro- dijo, ahora pudiendo, despegando el índice-. Sólo he oído que soy encantador y que encontraré interés y deseo- desde luego, Strafford estaba adquiriendo un desparpajo y una falta de vergüenza envidiable.

Sólo un hombre que no conocía el rechazo en ese aspecto podría hacer tal atrevimiento en su primera incursión, ya no sobre Evan, sino sobre las mujeres en general. La valentía del principiante.

- Cinco- alzó la mano entera-. Mis condolencias para su Georgina, y para mi. Me hace usted hablar mucho. Aunque no es que me disguste. Es algo nuevo, simplemente.

La dicotomía se leía en sus palabras. Por un lado, parecía sentir la mala suerte de Georgina, y por otro, mal fingía quejarse de algo que le encantaba. De vuelta en el cuartel sin Evan se arrepentiría de aquello, sin duda.

- Y volviendo al fin al tema que le interesa, malvada- esbozó una sonrisa de suficiencia al decirlo, casi cómplice-, decir que, pese a que pudiera parecer imposible, desconocía hasta día de hoy la existencia de mujeres como usted. Aunque pudiera decir que eso es bueno. Si no hubiese sido así no la habría conocido.

Habló con palpable honestidad, para bien y para mal. Era obvio que Narcisus estaba algo prendado, aunque no fuese en un sentido sexual ni romántico sino meramente... dependiente.