Partida Rol por web

Pobre diablo pasó por la mente de Seamus, mientras que en su cabeza empezaba a forjarse lentamente el amago de una sospecha. Era algo todavía con pinzas, algo disparatado que no tenía ningún sentido, y que si se le hubiera ocurrido un año antes se habría echado a reír de lo estúpido de la idea. Pero ahora era un Ripper, y sabía que había cosas inexplicables ahí fuera.

Sin embargo, no tuvo tiempo de exponer sus pensamientos en voz alta porque escuchó un murmullo, y por la expresión de su hermana, ella también— Lissie, escóndete.

Él hizo lo mismo, sacando una de las gemelas y manteniendo la hoja de hierro azulado en la otra. Seguramente serían el trío formado por el forzudo de circo, el viejo muerdealmohadas y el polizonte, pero no estaba de más ser precavido considerando que aquel era el escondite de unos contrabandistas. O algo peor.

Lamento profundamente haberle hecho recordar esos horrores, querido. - dijo Sutton imitando al tabernero en el vacuo gesto cristiano. - No quiero ni pensar en el sufrimiento de esa pobre familia.

Negó lentamente con la cabeza pero al momento levantó la vista hacia el hombre.

¿Dónde encontraron...? - dejó la frase sin acabar, como si le doliese rememorar lo que le había contado. - Por tratar de evitar la zona cuando estemos de paseo.

En cuanto tuviera su curiosidad saciada*, se apresuraría en recoger el equipaje y marchar de vuelta hacia sus compañeros.

Alexander terminó de preparar sus cosas y se tumbo en la cama a esperar a que Sutton subiera y le contara que había sonsacado a Ronald

-¿Algo interesante que te haya contado el bueno de Ronald? - dirigió la mirada hacia el baul del noble y siguió - Ah, y no me apaño con ese baul, ¡tiene demasiados recovecos!

La doctora no veía nada que pudiese ayudar a liberar a aquel hombre. - Quizá entre los líquidos que hay en la otra zona... - comenzó una frase que no pudo terminar, pues habían oído claramente ruidos de alguien al otro lado.

Siguiendo las instrucciones de su hermano se escondió en las sombras y sacó su Derringuer de manera casi instintiva. Guardando completo silencio apunto hacia la única fuente de un mínimo de luz, la apertura en la roca.

Los dos irlandeses reaccionaron rápidamente. Estaban seguros de haber escuchado un sonido y, aunque Seamus recordó que bien podía tratarse de sus compañeros - ¿por qué tardaban tanto? ¿cuánto tiempo había transcurrido realmente mientras esperaban? – y por lo tanto no debían de precipitarse, también podía tratarse de aquellos que le habían dado aquel especial trato a Craig. En ese caso, sería mejor no dejarse pillar desprevenidos.

Les llegó la luz de un fuego, una lampara o quizás una antorcha, y no tardaron en reconocer algunos sonidos. Madera contra roca, metal contra roca, pasos. Y, por último, voces.

– Aquí no hay nadie. Te dije que no tenías que preocuparte. –comentó una voz joven y conocida por el pistolero. El jefe de los matones que le había provocado hacía dos noches en la posada de Culross.

– A veces me pregunto, donde estabas cuando repartieron la inteligencia. –respondió otra voz, que Eilish creyó reconocer, aunque vagamente–. ¿Has visto alguna una cueva con iluminación natural? Tenemos visita, estúpido.

Estaba claro que eran al menos dos personas y, por lo que parecía, el resplandor de la lámpara de Seamus les había delatado.

– ¿Dónde están nuestros modales? Invitemos a nuestros visitantes a darse a conocer y tomemos quizás una copa juntos. Amigos, ¿por qué no salís y hablamos un rato distendidamente?

Esto lo dijo la voz que parecía dar las órdenes, aquella que se escondía en los recovecos del cerebro de la doctora. Dijo la última frase alzando algo la voz, dirigiéndose claramente a los visitantes desconocidos.

El tabernero respondió a la pregunta de Sir Sutton. El noble era una buena fuente de ingresos y Ronald, todo hay que decirlo, disfrutaba comentando chascarrillos y sintiéndose el centro de atención.

– Según tengo entendido en algún punto entre los acantilados y el castillo de Blackness Castle. En el camino que lleva a la carretera principal hacia Edimburgo. Debieron de haber pasado por allí al venir a Culross.

Habiendo saciado la curiosidad de Anthony, Ronald se giró para regresar a la cocina. Sir Sutton, igualmente, no tenía intención de seguir retrasando aún más el regreso a los acantilados y volver a reunirse con sus compañeros.

Subió a su habitación y aclaró con Alexander la cuestión del equipaje. Francis llamó a la puerta de su habitación, pasando a recogerles, y los tres salieron de la posada, abandonando el pueblo y rehaciendo el camino hacia la zona de los despeñaderos.

Lentamente, el sol comenzaba a ponerse y los compañeros se preguntaron cuanto tiempo habría transcurrido desde que dejaron a los irlandeses en la aquella caverna.

Trataron de avanzar algo más rápido, pero la carga que transportaban consigo se sentía cada vez más pesada a medida que se acercaban a su meta.

Las sombras comenzaban a ser más alargadas cuando por fin pudieron reconocer la zona de los acantilados, donde habían encontrado aquella entrada secreta. Pero, por lo que parecía, no estaban solos. Desde la distancia pudieron escuchar voces.

Escuchar aquel murmullo, desenfundar el arma y esconderse fue todo uno, pero tanto Eilish como su hermano habían olvidado algo muy importante. Algo tan importante que cuando lo vio, Seamus desencajó la mandíbula y sus ojos amenazaron con salirse de sus órbitas. Joderjoderjoder pero qué puto gilipollas. Estaba a punto de levantarse para apagar la linterna cuando escuchó las voces más cercanas. Y una de ellas era fácilmente reconocible.

Pues si esperaba que salieran lo tenían claro. Con mucho cuidado, Seamus presionó el percutor de la pistola para que hiciera el mínimo ruido y apuntó hacia la entrada. En cuando viera esa antorcha o linterna, la iba a volar de un tiro.

Sutton comenzaba a notar que los años comenzaban a pesarle para realizar esas rutas ida y vuelta varias veces en el mismo día. Seguramente el sedentarismo y el ritmo de vida que llevaba tampoco era algo que ayudara pero prefería un poco de cansancio a renunciar a los placeres de la vida.

Tan pronto se acercaron y escucharon voces, levantó un dedo para llamar la atención de sus compañeros y trató de discernir a quién correspondían las voces pero el sonido del oleaje rompiendo contra el acantilado no le facilitó la tarea.

Alexander y yo podemos acercarnos con la linterna encendida, como si estuviéramos paseando, mientras Douglas se mueve en un arco para rodear la entrada. - sugirió a sus compañeros.

Al parecer, no le dio tiempo a su hermano a apagar la linterna antes de que viesen su fulgor y diesen por hecho que tenían visitantes. - Joder... Qué mal momento para ser descubiertos ¿Cómo han llegado aquellos allí? ¿Por el mar? - los pensamientos de la doctora iban a toda velocidad. Más estúpidos tendrían que haber sido si no se hubiesen dado cuenta de la roca caída. Eso le hizo suponer que efectivamente debían tener, en estos momentos, una barca anclada a algún saliente de aquella cueva. 

La voz que escuchó la dejó confusa - ¿Quién es ese? - le sonaba muchísimo esa voz. Debía ser alguien cercano a ella, con el que hubiera tenido algo más que una simple conversación banal. Desglosó en su cabeza todas las opciones posibles, descartando ciertas personas de la universidad e intentando notar los matices en cada una de sus palabras.

Mientras que realizaba su esquema mental, se mantuvo apuntando hacia la apertura esperando a que cualquier movimiento le diese una pista de cuándo disparar. Estaban locos si realmente pensaban que saldrían sin más.

En cuestion de minutos Sutton tenía preparado todo lo necesario, sabía donde estba cada cosa, hasta el mas mínimo detalle

 - ¿Como demonios se apañara con ese baul? Creo que es algo que jamás entenderé -

El viaje de vuelta fue algo mas lento, la energía que el noble había tenido a la ida parecía estar totalmente agotada cosa que el boxeador agradeció. Cuando estuvieron cerca de su destino intuyeron unas voces aunque no sabía si amigas o enemigas, por lo que Alexander puso su oído bueno dirigido hacia dichas voces y algo pareció distinguir.

En eso estaba cuando Sutton, que tambien había puesto la oreja, explico su plan.

- Por mi perfecto, pero mejor ir preparado - y dicho y hecho cogió dos de sus cuchillos y se los ocultó de la mejor manera que pudo bajo las muñecas, intentando que llamaran lo menos posible la atención -Adelante, ya estoy preparado - y se coloco al lado de su "protegido"

Francis escucho con desagrado aquellas voces. Había advertido a sus compañeros sobre los riesgos de separarse, pero de nada servia decirles las palabras clásicas de una madre: Te lo dije. En su lugar el joven investigador asintió ante la propuesta de Sutton, pues aunque fuese improbable, quizás solo eran personas amistosas.

—De acuerdo—. Fueron las únicas palabras que salieron del joven arcanista.

Avanzo con grandes zancadas tratando de reducir el sonido que provocaban sus pies al caminar. Desenfundo el revolver, sintiendo el frio que manaba del metal. Era algo que le reconfortaba, algo que le daba mas seguridad. Aunque aquellas personas fueran seres mundanos, una buena puñada podía acabar con la vida de cualquiera de ellos con gran facilidad.

Camino rodeando el lugar, tratando de obtener una mejor visión de los hechos a la par que escuchaba cualquier sonido. Mientras tanto comenzó acumular aquella energía de nuevo. Instantes después sintió aquel extraño cosquilleo en la lengua.

Durante unos larguísimos segundos solo se oyó el rítmico sonido de las olas golpeando contra las rocas. El fuego en los candiles hacía bailar sombras sobre las paredes que ponían los nervios de punta, creando imágenes de terribles monstruos danzando que solo existían en la imaginación, pero que parecían cobrar vida en esos momentos de tensión.

– ¡Ves! Te dije que no hay nadie aquí. –se escuchó decir al líder de los matones de Culross.

– ¡Cállate!

La orden fue imperativa, rotunda, y no dejo lugar a contestación alguna.

– ¡Acércate a ver! –Era el sonido de la voz que Eilish creía recordar, pero que su cerebro se negaba a poner una cara.

Oyeron entonces unos pasos y una sombra apareció en el hueco del pasillo natural que llevaba al área donde Seamus y su hermana se habían parapetado.

Avanzaba hacia ellos.

Francis siguió las instrucciones de Sir Sutton y dio un amplio rodeo para poder colocarse a la retaguardia de quienquiera que estuviera en la zona de los acantilados donde habían dejado a sus compañeros.

Debían de andar con cuidado, pues bien podía tratarse de Seamus y su hermana, y el pistolero no era de los que preguntaban primero y luego disparaba. A menudo su orden de prioridades solía ser el contrario.

Una vez le dieron un tiempo prudencial al detective y ellos mismos se hubieron preparado, Alex y Anthony avanzaron.

La luz de su linterna llamaba tanto la atención como una puta del East End londinense en una fiesta en el palacio de Westminster y, como tal, no pasó desapercibida.

– ¡Alto! ¿Quién va? –El acento era claramente escoces. El tono amenazador.

Desde donde estaban pudieron reconocer cuatro figuras, distribuidas en dos grupos. Estarían a unos veinte metros de ellos, pero la penumbra, que empezaba a posar su manto sobre aquella tierra, y que solo se veía rota por las linternas que portaban los dos bandos, no les permitía percibir más detalles a esa distancia. Si estaban armados y, en ese caso, que tipo de armas llevaban era algo que no podían vislumbrar.

Se hizo el silencio. Quien quiera que hubiera hecho la pregunta estaba esperando su respuesta.

El detective escuchó desde donde estaba la orden de darse a conocer que había dado el desconocido. Tenía una posición privilegiada para reconocer con algo más de detalle la situación en la que se encontraban.

Eran cinco. No, seis. Seis personas. A juzgar por su tamaño todas ellas adultas. Y Francis creyó ver algún objeto de metal en sus manos.

Eran dos grupos de tres sujetos cada uno, donde dos de ellos se habían colocado detrás de los portadores de las linternas respectivamente.

Más allá, la linterna portada por Anthony.

Eran un grupo más numeroso, pero los Rippers tenían la ventaja de la sorpresa, al haberse deslizado Francis hasta su retaguardia. El detective había logrado pasar desapercibido. No sabían que se encontraba allí.

¡Oh, disculpen! - exclamó Sutton, alzando exageradamente la voz y usando una mano a modo de visera para tratar de vislumbrar algo en aquella penumbra.

Estabamos realizando una ligera caminata por la zona ya que el bueno de Roland nos dijo que los acantilados eran una zona característica de la región. - aprovechó a señalar la dirección de procedencia y los alrededores con el bastón, de forma que se viera que no estaba armado a simple vista.

Se adelantó otro par de pasos, comprobando cuán firme era el alto que les habían echado y continuó con su típica charleta, de forma que la atención estuviera sobre él y no sobre Douglas.

Menos mal que no son asaltantes, podría haber caído sobre nosotros como una exalación. ¿Verdad, querido? - se rio y dio un par de palmaditas a Alex, en su continua representación de noble y sirviente. - Quizá puedan indicarnos el mejor punto para llevarme de vuelta a Inglaterra la mejor vista de Escocia.

Por la expresión en el rostro de su hermana y sus palabras, parecía que conocía al tipo al mando por su voz, pero lo que era Seamus, no le sonaba para nada. Lo que significaba que era alguien de Londres, seguramente de la Universidad o alguien del entorno. Desde que habían salido de Inglaterra no se habían separado lo más mínimo. Apoyó el brazo del arma sobre el que sujetaba la daga para tener una mayor estabilidad, pero a medida que ese paleto avanzaba lentamente, supo que si le derribaba, el otro haría todo lo posible por escapar. 

Perdería un tiempo precioso.

—No dejes que se mueva —susurró a su hermana. Y entonces, disparó.

En cuanto la bala salió de la bocacha del arma, Seamus ya se había incorporado como alma que lleva el diablo y corría hacia la abertura en la galería. No sabía si había conseguido desarmar a su oponente o, por el contrario, le habría reventado la mano. Tanto daba. Su hermana se aseguraría de mantenerlo quieto con su pistola de mujer si el paleto sabía lo que significaba cabrear a una McBride.

Los hermanos se mantuvieron a la espera de que una mano, una cabeza, algo, hiciese su aparición por la apertura en la roca.En cuanto esto sucedió su hermano no dudó ni un sólo instante, disparó a su objetivo e inmediatamente corrió a por el otro. 

La doctora era más cauta y se mantuvo paciente esperando el momento adecuado.

1) Si el disparo de Seamus no consigue su objetivo, la irlandesa dispara al pecho sin pensárselo dos veces. Además temiendo que dañe a su querido hermanito a su paso.

2) En el caso de que el pelirrojo dañe o arrebate arma alguna al hombre que va a hacer su aparición... - Como te muevas tus fluidos cerebrales decorarán esta bonita cueva - dijo acercándose a él pero manteniendo la distancia para que no pudiese arrebatarle con facilidad el arma. 

- Desde luego Sir Sutton, aunque cualquiera lo hubiera pensado - Alexander se unió a la risa de Sutton, intentando aligera lo máximo posible el ambiente. Pese a ello tenía los cuchillos bien cogidos por lo que pudiera suceder.

Gracias a su posición pudo distinguir 6 figuras; sin embargo no sabia su alguno de ellas eran sus dos compañeros. Pueden que fueran prisioneros o que simplemente aun estuvieras escondidos en el interior. La tercera opción no era una opción, sin lugar a dudas, era algo que negaba con rotundidad.

Trato de distinguir las facciones de aquellas personas y calcular la distancia que les separa de la entrada. Quizás pudiera pasar por detrás y avisar a sus compañeros; sin embargo aun debía esperar, tenia que saber que ocurría al noble y al boxeador.

Realizo un barrido visual rápido mientras quitaba el seguro de su revolver. Tras ello apunto al que estuviera mas cercano a sus compañeros, si las cosas se complicaban, quizás podía darles algo de tiempo e incluso acabar con uno de ellos.

La bala salió de la boca de la pistola de Seamus y recorrió la distancia que la separaba de su destino en apenas una fracción de segundo. El sonido del disparó aún retumbaba en las paredes de la caverna, cuando el cuerpo del hombre que acababa de aparecer en el hueco de la galería rocosa caía inerte contra el suelo.

El irlandés había acertado en la mano que sujetaba el arma, haciendo que el desconocido la soltara. Pero la bala había perforado la palma, pasando por el otro lado y encontrando su camino hasta el pecho, donde se alojó en uno de los pulmones.

Seamus pasó corriendo a su lado sin preocuparse demasiado por el estado de su blanco, ya se encargaría su hermana de terminar lo empezado por él, si el hombre aún tenía ganas de levantarse. Mas, cuando Eilish se colocó al lado de aquel hombre y movió su cuerpo con la punta de sus botas, no hubo reacción alguna.

Estaba muerto.

En la gruta central cuatro hombres esperaban a los irlandeses. Dos de ellos, vestidos con ropas sencillas como las que habían visto durante estos días entre los habitantes de la región, los apuntaban con pistolas. Otro, a quien Seamus reconoció en seguida como el jefe de aquellos paletos, quien se había atrevido a amenazarle la noche que llegaron, se encontraba detrás de sus dos compañeros, dando un peor blanco para un posible disparo, y no parecía armado. Simplemente portaba una linterna en su mano derecha.

Por último, detrás del cabecilla de los matones escoceses, un hombre vestido elegantemente los miraba entretenido. Su rostro iluminado por la luz de otra lampara que reposaba sobre la mesa con los tubos de ensayo y demás material de experimentación.

– Vaya. La verdad sea dicha, no me sorprende demasiado volver a encontrarlos, aunque sinceramente hubiera preferido haberlo hecho en otras condiciones.

El irlandés necesitó de un par de segundos antes de reconocer al hombre que les hablaba con tanta familiaridad. Su hermana, sin embargo, supo en seguida de quien se trataba. Lo habían conocido en el tren camino a Edimburgo y no había dejado pasar un segundo sin contarles anécdotas e historias que no habían interesado a nadie salvo a él mismo.

– Pero quizás podamos aún olvidar lo que ha sucedido. ¿No creen? Cada uno se va por su camino y todos tan tranquilos. Dejemos las armas en sus fundas, tomemos un trago juntos y despidámonos como amigos.

Levantó una petaca de metal, que portaba en su mano derecha, en la dirección en que se encontraban los hermanos irlandeses, como si quisiera brindar con ellos.

– ¿Qué me dicen?