Partida Rol por web

Ocultos tras las ramas bajas de una sabina, los tres compañeros observaban, atentos a cualquier oportunidad que el destino, o tal vez el azar, quisiera brindarles. La luna, casi llena, era aquella noche señora única del cielo invernal; su luz permitía distinguir con claridad el linde del bosque y los límites del valle, que se extendían hasta la misma entrada del desfiladero.

Desde su posición, ligeramente elevada, los compañeros vieron a otro grupo de orcos igual de numeroso que el primero, reunidos en medio de la llanura, en actitud expectante. Parecían atender a lo que ocurría en el bosque, donde el grupo que vigilaba a los cautivos estaba reunido. Las voces que desde allí llegaban daban a entender que se estaba gestando algún tipo de conflicto entre aquellos seres, tan dados a la violencia como solución primera para todas las cosas.

Más allá, tras los orcos parados en la llanura, se distinguía la entrada al desfiladero, que en su punto más estrecho no debía pasar de los diez metros de ancho. En la parte derecha de aquella entrada se veía la bocacha de una cueva, tan oscura como las entrañas de la noche y, del otro lado, un camino que se bifurcaba: hacia las cimas y hacia el interior de la garganta.

— Esto es un hervidero de orcos — murmuró Fynlaug; el ceño fruncido en un gesto de contrariedad.

— Donde no puedan hablar las hachas, tendrá que hacerlo la inteligencia — respondió Hartdar, que atendía con interés a la discusión que había estallado en el campamento orco.

Me fijé en los alrededores y vi al otro grupo de orcos, que esperaba en el llano antes del desfiladero. Al parecer, estaban nerviosos y malhumorados, pendientes de ajustar cuentas con el otro grupo, el de los cautivos, o eso me pareció. Habría en total más de setenta orcos, sin contar si había más por los alrededores y el grupo de humanos que había desaparecido. Misión imposible para un grupo de tres rescatar a los cautivos. Aunque alguna posibilidad había, me lo recordó el muchacho al hablar. Habría que usar la inteligencia y trazar un plan en consecuencia.

-"Venid, vamos a retroceder un poco y hablemos." Les susurré.

Nos metimos un poco más en el bosque, sigilosamente, para poder hablar sin ser descubiertos.

-"Bien, aunque estemos cansados, creo que hay que aprovechar la noche para intentar algo. La luna está llena y podemos ver lo suficiente para no andar a ciegas. He pensado en dos planes, pero os comento el principal, el que veo más inmediato." Dije seriamente.

Miré a ambos para ver si tenía su atención y continué.

-"El plan consistiría en intentar hacer que se pelearan los dos grupos de orcos, y mientras esto sucede, intentar liberar a los cautivos. Como estarán muy débiles, no podrán caminar mucho, así que he pensado en un par de cosas para ello, ya que darnos la vuelta y volver por el llano no sería viable. Podríamos meternos en las cuevas y hacer un derrumbe en la entrada o en el túnel, si se pudiera, para intentar salir por otra salida. O podríamos subir por el desfiladero, por el camino que asciende, y hacer un derrumbe que tapone la entrada al desfiladero. Eso nos daría tiempo para huir."

Miré a los dos para ver qué opinaban. Al ver que no decían nada, proseguí.

-"El otro plan consiste en esperar un momento mejor. Tendríamos que adelantarnos, pasando sigilosamente entre el grupo de orcos que están apostados antes del desfiladero y subir éste. Desde la altura, podremos vigilarlos y ver qué hacer más adelante." Dije en voz baja.

Los volví a mirar de nuevo a los ojos.

-"Todo esto, contando que pudiéramos rescatar a los cautivos, que pudiéramos derrumbar el techo de la cueva o pasar desapercibidos ante tantos orcos. ¿Tenéis vosotros algún plan?" Les pregunté.

Mientras la Compañía trazaba el plan, las voces de los orcos iban en aumento. Tuvo entonces Fareth la intuición de que discutían a propósito de los cautivos, y de que su mejor oportunidad sería aprovechar aquello para atacarles por sorpresa. Iba la dúnedain a comunicar sus intenciones al grupo cuando, de repente, las voces se convirtieron en un griterío, acompañado por el inconfundible sonido de la batalla. ¡Los orcos luchaban entre ellos! Los Compañeros se asomaron desde su escondrijo y vieron que el grupo que tenía a los cautivos había tomado la iniciativa, cargando contra los que estaban en el llano, frente al desfiladero. Los prisioneros, apenas visibles, se habían quedado en la linde del bosque, custodiados solo por un pequeño destacamento.

La pelea había comenzado y no iba a desaprovechar la ocasión. El plan estaba ya decidido. Miré a mis dos compañeros y les indiqué que se prepararan; iríamos a por los cautivos. Me descolgué el arco y avancé por la linde del bosque.

-"Vamos, es nuestra oportunidad."

Cuando estuvimos cerca de los guardianes, les indiqué a la joven pareja, que dispararan a la vez que yo.

-"Iré al cuerpo a cuerpo, así que si alguno de los dos es bueno con el arco, que se quede aquí disparando. El otro que me acompañe."

Puse una flecha en el arco, tensé la cuerda y disparé, acertando en el cuerpo de uno de los guardias. Dejé caer el arma y desenfundé la espada, que brilló momentáneamente por la luz de la luna. Salí del bosque corriendo, como un vendaval, y fui directamente a por tres orcos que estaban próximos a la linde del bosque. El primero que me salió al paso se llevó una fiera estocada de mi espada. Sonreí.

Una flecha cortó el aire y, mientras el orco herido se miraba el pecho con una mezcla de horror y extrañeza, un certero tajo vino a terminar lo empezado. ¡Fareth cargaba contra los enemigos, con el arrojo de una heroína de los días antiguos! Fynlaug y Hartdar, inspirados por su acción, se lanzaron tras ella. Aquellos improvisados compañeros, a quienes el destino había unido en las circunstancias más inesperadas y adversas, luchaban con el vigor y la valentía del que lo sacrifica todo a su causa.

Uno de los orcos cayó, pero recibí una fea herida en un costado. Cogí la espada con más fuerza y la giré de derecha a izquierda y de vuelta a la derecha. Era una maniobra disuasoria, para alejar un poco a los adversarios si se combatía contra más de uno, pero si alguno se quedaba muy cerca, podía quedar cortado por la mitad. Al notar que la espada hendía carne y hueso, sabía que algún orco no pasaría de los próximos segundos.

Se entabló un duro combate entre los orcos y la compañía, que intentaba abrirse paso hasta los cautivos. Formaban estos una amalgama de rostros demacrados, con los pómulos sobresalientes a causa del hambre y los ojos hundidos en sus cuencas, como si el mundo hubiese perdido todo interés para ellos. Algunos, ante la aparición de los aventureros, se incorporaron con lentitud como si salieran de un prolongado letargo, y observaron a Fareth y los otros con la indiferencia del que se cree soñando. Mas luego, dándose cuenta de que lo que veían era tan cierto como la noche que se cernía sobre ellos, comenzaron a tratar de soltarse de sus ataduras y luchar por su libertad.

Mientras tanto, en la llanura, los dos grupos de orcos seguían sumidos en una lucha encarnizada. El bando que parecía estar en posesión de los cautivos iba poco a poco imponiéndose sobre el otro, al que había acorralado contra las paredes de roca. La lucha semejaba estar cerca de su final, pues ya algunos de los orcos del bando que tenía las de perder habían emprendido la huida, desapareciendo en la oscuridad de las cuevas que se abrían a un lado del desfiladero. 

Fareth, de una certera estocada, terminó con la vida de otro de sus enemigos. Parecía que, contra toda esperanza, la compañía lograría imponerse, al menos temporalmente. Hartdar, sin embargo, tal vez por dejarse llevar demasiado en el ímpetu de su carga, terminó por recibir un lanzazo en el costado, que hizo que se doblara sobre sus rodillas.

Dos orcos habían caído ya y me encaré con el tercero en discordia. No tardaría en caer junto a sus compañeros, si la suerte me acompañaba. Por el rabillo del ojo pude ver que alguno de los cautivos se levantaba e intentaba quitarse sus ataduras, viendo la oportunidad de escapar. De mis compañeros, que estaban luchando bien, fue Hartdar quien se llevó un fuerte golpe. Miré al orco que tenía enfrente y clavé mi espada en su costado.

Espantado ante el ímpetu de la dúnedain, el último de los orcos que la enfrentaba intentó huir, pero Fareth le cerró el paso. La vil criatura clavó en ella su mirada; los ojos rebosantes de odio a la vez que impotencia.

Mientras tanto, la batalla en el llano seguía. Los orcos acorralados caían ante las espadas de sus atacantes, aunque causando a su vez grandes bajas, pues en su frenesí ni unos ni otros miraban por conservar la vida, sino por arrancársela a los enemigos.

A la vez, los cautivos, que parecieron comprender de golpe que no se les presentaría otra ocasión como aquella para liberarse de sus ataduras, así como del penoso destino que ya todos daban por cierto, se arrojaron con las manos atadas y desnudas sobre los orcos que aún quedaban en el bosque. Fynlaug, hacha en mano, se lanzó en su ayuda, mientras que Hartdar, que había sido herido en el costado y sangraba profusamente, corrió a rasgar las ataduras que aún los sujetaban. Pero, ¡ay!, no quiso el destino que el valeroso guerrero viera cumplido su objetivo. La lanza de uno de los orcos se le clavó profundamente en la espalda, y así terminó la vida de Hartdar, hijo de Borgthorn, del poderoso brazo.

El orco intentó huir, pero le corté la retirada y con dos hábiles tajos, acabé con su miserable vida. Libre de adversarios, me giré para enfrentarme a los restantes orcos, que vigilaban a los cautivos. Al ir hacia allí, vi cómo los reos se levantaban y atacaban con uñas y dientes, mientras que mis dos compañeros les ayudaban, pero... ¡Ay! Hartdar fue nuevamente herido, con nefastas consecuencias. Su cuerpo cayó valientemente, luchando contra esta escoria para liberar a los presos. Pena que su cuerpo se quedara allí como alimento para los carroñeros, dado que no podíamos llevárnoslo ni enterrarlo o incinerarlo.

Dos certeros tajos fueron suficiente para terminar con la vida del último de los enemigos. Los siete orcos que guardaban a los cautivos yacían muertos en el suelo, bien a manos de Fareth o de sus dos compañeros, que ayudados por los mismos prisioneros se habían ocupado del resto.

Fynlaug, que había visto a Hartdar caer, corrió hacia él y trató de incorporarlo, pero sus músculos no respondían ni a las súplicas ni a los intentos de la joven, que en vano trataba de mover aquel cuerpo al que ya había abandonado la vida. 

Mientras tanto, los cautivos, que habían tomado una daga del cuerpo de un orco, cortaban a toda prisa sus ataduras. Aquel estado penoso y demacrado en el que la compañía se los había encontrado parecía haber cedido, al menos temporalmente, al instinto de supervivencia, que insuflaba en ellos renovada energía.

La gran carnicería de orcos continuaba en el llano, donde las fuerzas de ambos bandos parecían haberse de algún modo equilibrado, y ya quedaban muchos más muertos que vivos, de uno y otro lado. Iba Fareth a dar las órdenes pertinentes cuando, para su espanto, reparó en algo que se le había escapado hasta el momento, tal vez por la reinante oscuridad o lo caótico de la lucha: entre los cautivos, a los que podía ahora distinguir con claridad, no estaban sus antiguos compañeros.

Los cautivos ya no eran cautivos, ahora eran personas libres, que decidieron responder a la llamada de la libertad y recogieron las armas de los orcos fenecidos. Ahora éramos un nutrido grupo, y además armados. Aunque el estado de los prisioneros era lamentable, el instinto les daba nuevas energías. No podíamos escapar por donde vinimos, dado que nos cogerían enseguida y nos cazarían como a animales. Por el desfiladero o las cuevas tampoco podíamos ir, dado que la contienda entre orcos estaba justo en medio. Solo quedaba una solución, y era seguir combatiendo y eliminar a los adversarios que quedaran en pie.No había ninguno de mis compañeros entre los presentes, así que me entristecí bastante, pero ahora no era tiempo de lamentarse, si no de combatir. Miré al grupo y les arengué a que lucharan por sus vidas si querían sobrevivir.

-"Estáis libres, pero no por mucho tiempo. Debemos de terminar con esta escoria aquí y ahora, si no no podremos huir y salvarnos. Sé que tenéis miedo, pero todos estáis armados y listos para aniquilar a esa chusma que os ha arrebatado todo. Buscad en vuestro interior la venganza que se merecen y que eso os dé energías para lo que se avecina. Si queréis vivir, seguidme. Esperaremos unos instantes hasta que se diezmen lo máximo posible y entonces atacaremos."

Me giré y fui a recoger mi arco. Posicioné a los prisioneros con espada en la linde del bosque, formando una férrea línea defensiva. Detrás de ellos, los que portaban lanza, para poder atacar como segunda línea. Fynlaug y yo estaríamos perparadas con el arco, esperando el momento adecuado. Cuando se acercaran los orcos, sería de nuevo el momento de sacar a relucir el acero.

Fareth, Fynlaug y los cautivos se refugiaron en el bosque, donde se organizó la defensa según las instrucciones de la dúnedain. Poco a poco, los ruidos de la batalla fueron muriendo, y en el claro no tardaron en aparecer los orcos que habían quedado con vida. Cubiertos de sangre negra y sembrados de heridas, parecían aquellas bestias aún más temibles que cuando estaban incólumes, y la selección natural que entre ellos había tenido lugar demostraba que los que quedaban en pie eran unos guerreros feroces y terribles. Un grito de furia se elevó de sus gargantas, al percatarse de que los prisioneros habían desaparecido. Sin embargo, antes de que tuvieran tiempo a reaccionar, los antiguos cautivos los rodearon, hostigándolos con sus lanzas.

No tuvimos que esperar mucho para que los orcos supervivientes se dieran cuenta de nuestra presencia. En apenas unos instantes, cargaron contra nosotros, pero gracias a la táctica que habíamos empleado los rodeamos fácilmente, teniéndolos rodeados y a nuestra merced. Antes de que llegaran, le lancé dos flechazos a un adversario, impactándole en el pecho con los dos proyectile. Después salí de entre los árboles y cargué contra otro contrincante, haciéndole una fea herida en el torso.

-"¡A por ellos!" Grité.

Lejos de amedrentarse, los orcos cargaron con furia contra los cautivos, que mantenían la distancia gracias a sus lanzas. Fareth hirió a uno de los enemigos con sendas flechas, mientras que, de un golpe de mandoble, decapitó a un segundo, quedando su hoja cubierta por una sangre negra y ponzoñosa.

La sangre me empapaba y me cegaba. Logré cortar la cabeza a uno de ellos y cuando fui a atacar al herido, el otro me hizo una fea herida en un costado. Me retorcí de dolor y eso hizo que fallara mi ataque.

Fareth esquivó el contrataque de sus enemigos, mientras los otrora cautivos daban en tierra con uno de los orcos, al que Fynlaug remató de un certero hachazo. Las tornas parecían decantarse del lado de los compañeros, que luchaban con arrojo bajo las órdenes de la dúnedain.

Me había librado por poco del ataque. La sangre no era mía, sino de los orcos. Agarré fuertemente la espada con las dos manos, la levanté por encima de mi cabeza y la descargué con fuerza sobre el hombro del orco que estaba indemne. El filo penetró en carne y hierro, produciéndole una herida de muerte.

De una terrible estocada Fareth remató al orco que quedaba. Los demás, viendo que los hombres, aún heridos y maltrechos, los superaban, trataron de huir. Mas no llegaron muy lejos, pues uno a uno fueron cayendo en las lanzas de sus enemigos, que sabían que de quedar alguno con vida pronto buscarían refuerzos para darles caza. Era aquella tierra de orcos, y toda precaución era poca. Los compañeros eran conscientes de que no encontrarían amigos a muchas leguas a la redonda.

El combate había terminado y aunque con algunas bajas por nuestra parte, habíamos acabado con la amenaza orca. Aparte de rescatar a los prisioneros, acabado con unos cuantos orcos, habían obtenido su venganza estas gentes. Ahora tocaba desandar el camino y tratar de llegar al sur, a algún punto donde pudieran curar sus heridas y descansar; cosa harto difícil viendo el estado en el que se encontraban. Pero había que intentarlo.

-"Bien, sé que os voy a pedir mucho, pero hay que moverse rápido. Debemos de irnos de aquí de inmediato e intentar viajar hacia el sur; alejarnos tanto como podamos de estas tierras baldías. Poneros por parejas y cuidar el uno del otro. Iremos en fila, casi pegados; no dejéis nunca más de dos metros de distancia entre los de delante y vosotros. Si alguno desfallece, avisar de inmediato. ¡Adelante!" Les dije a los prisioneros.

Le indiqué a Fynlaug que fuera ella la que guiara, mientras que yo iría en retaguardia, eliminando los rastros. Debíamos de viajar rápido y sin ser vistos, a ser posible; alejarnos lo máximo posible de aquí. Aunque era de noche, debíamos de correr el riesgo de avanzar por el bosque. A medianoche, si veía que habíamos avanzado un buen trecho, haría un descanso para que los débiles pudieran descansar y recuperar algo de energía. Mañana ya vería qué haríamos.