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Nurg movía su brazo con cuidado. Tenía que admitir que los curanderos de Fornost eran buenos. Apenas notaba el dolor de la herida, y la movilidad se había restablecido del todo. La batalla en las ruinas de Annúminas había sido épica, con una hueste enemiga a la altura del poderío del guerrero enano. La victoria tenía un sabor dulce y ahora en la ciudad capital de Arthedain podían descansar, curarse de las heridas y recordar las hazañas logradas.

Lo que más recordaba Nurg era la tensión previa. Esos momentos cuando estaban atrapados en las profundidades de la Biblioteca Real, con las tropas de élite del Enemigo a punto de entrar, y cargando con el cuerpo inmóvil del rey. Durandar, Nurg, Hrom, Anatir, Rashat y Alerian habían entrado en las ruinas, y habían rescatado a Morwen y a otro montaraz que defendían al rey de innumerables enemigos. Apareció el montaraz Thelran, pero los enemigos eran demasiados y al final tuvieron que huir hacia ese edificio en ruinas. Sin salida. En ese momento, la tensión de cada uno, al darse cuenta que seguramente había llegado su hora. Cuando el sol se oscureció al ser devorado por la Luna al mediodía, entonces cargaron los enemigos. Luego habían llegado Benaldamat y un tal Haldamir, tío de Thelran. Había una salida. Y para poder sacar al rey, los tres montaraces se quedaron atrás. Sellaron la puerta, y se quedaron para enfrentarse a los enemigos que ya entraban. Entre ellos el temido asesino de Mor Sereg.

El grupo había logrado la victoria. Y Thelran y Haldamir habían tenido una buena muerte.

Ahora, en los aposentos de la Ciudadela Real, Nurg se estaba curando de las heridas. Una compleja conspiración había azotado el palacio y los distintos estamentos, y los señores dúnedain trataban de identificar a los enemigos que tenían dentro. Eso a Nurg le daba igual. Sus armas tenían sed de más sangre. Y en algún lugar del futuro aún por llegar, el dragón le aguardaba. Su dragón. Su destino.

Pero antes, quedaban etapas. Varios del grupo iban a emprender caminos distintos. Benaldamat seguramente, ya que su misión había terminado. Alerian y Rashat ya lo habían dicho también. Quedaban el mago Durandar, su acompañante Dywern, Hrom… Y Anatir, en el mejor de los casos. Nurg necesitaría toda su fuerza para compensar la ausencia de Benaldamat y de Thelran.

Nurg movió lentamente el brazo derecho. Realizando lentos círculos adelante y atrás. Aún tenía algunas molestias, pero la mejoría había sido increíble. Se apretó con fuerza el hombro. Era su herramienta de trabajo, la base de su estilo de lucha. Si su hombro no estaba bien, no habría lanzamientos, y esos metros extras en el combate eran lo que le hacía ser tan letal. Además, su arma principal era la estrella de la mañana, y su hombro jugaba un papel demasiado importante en el manejo de la misma. 

Se incorporó y apoyó su espalda contra la pared. 

Sabía que aún quedaba un camino muy largo por delante antes de llegar a su destino. Aún le quedaban muchas cosas por aprender y mejorar. Debía seguir esperando. Y qué mejor manera de hacerlo que junto a sus nuevos amigos. Debía seguir con Durandar y Anatir. Y más ahora, que era el único realmente adiestrado para el combate.