Partida Rol por web

Camino con Bastián por las almenas y pasillos del castillo hasta dar con Pietro para presentarnos con él.  

Si veo a Wulf en el camino le chiflo para que se nos una. 

Pietro, la verdad sea dicha, resulta bastante decepcionante como persona, pero impresionante como estatua. Ajá, exacto, Pietro es una estatua de piedra, haciendo honor a su nombre. Ahora que sóis libres para deambular a vuestras anchas por Triamore, no os ha costado mucho dar con él gracias a las indicaciones de los grogs: uno de los puntos fuertes y de gran visibilidad de las murallas. Pietro, que había venido a este Tribunal en busca de combates, sigue buscando oponentes aún habiendo superado su crepúsculo final. Aunque oficialmente sigue formado parte de la Alianza, tarde o temprano se tendrá que certificar su final como mago e integrante de Triamore. No obstante, eso todavía no se ha hecho. Curiosamente, según os comenta un grog, Pietro todavía se mueve de tanto en tanto, aunque no saben porqué ni como.

La Alianza en sí, físicamente, no es más que un pequeño castillo reconstruído en piedra, sobre uno más antiguo de madera. En el pequeño recinto se apiña una torre central, corazón de la fortaleza, de dimensiones bastante respetables, pero todavía cuadrada. Unas altas murallas jalonadas de torres redondas enmarcan el resto de edificios, que en su mayoría se apretujan contra la propia muralla: herrería y carpintería, un almacén y el barracón de los soldados. Todo el resto de la Alianza se encuentra en el interior de la torre central: habitaciones de invitados y habitantes más destacados, sanctas, laboratorios, biblioteca y salón central, que hace las veces de comedor, sala de fiestas y sala de concilios.

Dado que el número de magos nunca había sido muy amplio, no había habido problema hasta ahora, pero lo cierto es que a día de hoy sólo hay habilitadas cuatro habitaciones extra para magos, todas de pequeño tamaño y con sus correspondientes espacios para laboratorio. Quien quiera un laboratorio espacioso deberá dormir en él y quien quiera una habitación más amplia tendrá que reducir todavía más el ya de por sí poco espacioso espacio de trabajo mágico. Las cuatro habitaciones surgen de dividir en 2 las preexistentes destinadas a Pietro y otro mago miembro de la Alianza o tal vez un mago invitado.

En un lugar como este sin duda debe haber alguna salida secreta, construída por algún señor anterior a la llegada de los magos, pero éstos no se han preocupado de buscarla, dado que desde el principio se consideraron capacitados para repeler cualquier ataque mundano y sus capacidades mágicas hubieran suplido cualquier falta de vía de escape.

Oh, y por supuesto, uno no podía olvidarse de las cuadras y las cocinas. Las primeras apenas existen y la cantidad de animales que las pueblan roza el cero. Sólo hay un caballo, el de un noble invitado, aunque cabrían en las cuadras hasta media docena. Ni siquiera había suministros para los animales hasta que ha llegado el susodicho caballo. Las cocinas, por su parte, se encuentran en un edificio apartado de todos los demás, lo que hace que la comida llegue sólo tibia a los habitantes de la Alianza, pero lo que en el pasado ha servido para evitar que ardieran accidentalmente el resto de edificios. En sus bien vigiladas despensas no hay nada muy llamativo, apenas lo suficiente para dar de comer a media docena de nobles. No abunda ni la carne ni los "caprichos" típicos de la nobleza.

Albrech, el Jerbiton fundador de Triamore, resulta ser un hombre de trato más que agradable. Anciano hasta lo insospechado, su tono de voz es cascado, aquejado por la edad, pero siempre es amable y no duda en dar conversación a cualquiera que se le acerque. La voluminosa silla de madera en la que siempre se le encuentra sentado tiene varias capacidades de movimiento (camina, levita y se teletransporta) y el mago la usa para no tener que hacer sufrir sus rodillas con el esfuerzo de caminar o, especialmente, subir escaleras. Obviamente no usa esas capacidades en presencia de gente externa a la Alianza, pero ahora que se os ha aceptado, no pone reparos en desplazarse libremente...

Según él mismo os cuenta, a nivel mundano ha logrado un estatus cómodo de mantener: castellano de un lejano y poderoso señor de Bremen, con un castillo bien guarnecido y en buen estado, estando él, que actúa como señor del castillo, "viejo y enfermo", de manera que no participa apenas en la vida social nobiliaria de la zona. Pese a todo conoce de la vida y obras de casi todos, gracias a su costumbre de mantener relaciones por carte nobles, monasterios y abadías de la zona. Durante años actuó como mediador aprovechando su neutralidad, y eso le otrogó un estatus que ahora ya languidece. Todo tiene su parte positiva y negativa. Si lo deseáis os puede enumerar los nobles y personalidades del entorno, por si os pudiera servir de algo.

En otro orden de cosas, la zona, como ya habíais empezado a comprobar, es agreste y poco poblada, los nobles son poco importantes y sólo los monasterios y abadías tienen alguna entidad, gracias a sus conocimientos e inteligente y voluntarioso aprovechamiento del terreno. Las únicas poblaciones con cierta entidad son aquellas a lo largo del río. Los caminos son malos, cuando los hay, y el tiempo no suele acompañar precisamente...

Don Albrech, sodal, mi pregunta más importante tiene que ver con estas tierras -le muestra en un mapa la zona del Avellano Faerico. 

¿Han sido reclamadas ya por algún señor mundano o de la iglesia?  Si no fuera así, ¿que necesitamos hacer para pedirlas como nuestras? ¿Establecer un castillo bajo el permiso del señor de Bremen? ¿O podemos pedirla con un estatus independiente para no hacerla vulnerable de cambiar el parecer del señor que nos hiciera liga?  

Si alguien que no somos nosotros la ha reclamado para sí, estaremos en problemas. Voltea a ver a Bastián, Excelsius y Ludovico.  ¿Que deberíamos hacer?  ¿Ir a negociar con el o ella para un intercambio de tierras, o mandar a uno de nosotros como su asesor para mantenerle echado un ojo al proceder y destino?  -Se le notaba bastante preocupado a Kalonymus al pensar en este último caso.  

-No, que yo sepa. La zona es pobre y poco poblada, ningún señor de la zona puede mantener muchos hombres, así que nadie podría defender su reclamación teórica sobre un bosque en la práctica. Aquí sólo se tiene posesión de tierras bastante cercanas a los castillos. Así que en cierta manera no es de nadie o es de todos. Supongo que en teoría pertenecerá a alguna orden religiosa o al emperador, pero la verdad sea dicha, no me había interesado por el asunto hasta ahora. Puedo escribir un par de cartas si lo deseáis -contestó el viejo Jerbiton, siempre amable- Conseguirlas oficialmente supongo que sería un tema más peliagudo, pero comenzaría por reforzar la reclamación de las tierras con un dominio fáctico. Tal vez establecer algunos guardabosques, un aserradero, una comunidad... Aunque eso a nivel mundano pudiera bastar a los ojos de señores neutrales, no sería suficiente para aquellos con los que se tuviera enemistad (y creerme cuando os digo que en temas de tierras siempre hay enemigos) y dudo que los duendes les hiciera ninguna gracia. Incluso hay algunos magos del Tribunal que os mirarían bastante mal, como vuestro avalista, Flindebrand.

-Decid lo que queráis, pero con algo de tiempo y aprovechando lo abrupto de la zona, yo infestaría de alimañas al señorío problemático y lo anularía en la práctica. Si debilitamos un señorío los circundantes se lo comerán, como alimañas cerca de un animal indefenso. Una lástima que todavía no haya creado el hechizo del dragón, eso sí que crearía un buen entretenimiento... -dijo sorprendentemente el normalmente bastante reservado Bonisagus. La mirada de Albrech se giró hacia él y el viejo mago enarcó una ceja, no sabríais decir muy bien si como sorpresa, incredulidad o alguna otra cosa.

Bien Excelsius, esperemos no tener que llegar a ello, pero es bueno saber que tendríamos varias formas de defender el sitio. 

Sobre las cartas Don Albrech: si, se lo agradeceríamos mucho.  Para discretamente averiguar si hay un reclamo servirían.  Pero no hay que llamar demasiado la atención, ¿no cree? para no activar innecesariamente algo que estuviera dormido.  Aunque si pudiéramos mandar una petición al señor relevante o al Emperador solicitando que nos deje tener las tierras y cuidarlas en posesión estaría aun mejor.  ¿Lo cree prudente?  ¿O estoy siendo contradictorio?

Sobre establecernos ahí... si, lo haremos.  Pero no con aserraderos y un poblado grande, sino con una cofradía de esta nuestra Alianza.  ¡ Triamore se mueve al bosque mi sodal !  -dice sonriente- Una parte, no todo, no se me preocupe, aunque creo que estoy seguro que le gustaría mucho a usted ir levitando en su silla por allá de vez en cuando.  Los brillos faéricos del bosque son una cosa digna de verse, creame.  Acompáñenos un día. -le suplica.

Mientras los demás le hacen más preguntas al viejo Jerbitón, la sonrisa se le diluye a Kalonymus en la seriedad de la corteza de sus barbas, pues su pensamiento da vueltas y vueltas...    Cuando hay una pausa vuelve a la conversación, como si de eso hubieran estado platicando todo el tiempo:

Ante los señores mundanos debemos ser y aparecer como ocupando el sitio.  Como lo haría un monasterio o una ermita.  Pero a la vez debe haber una mínima disrrupción a las hadas.  -Kalonymus entendió un poco más esa palabreja en latín que su mater le había enseñado: conundrum- 

¿Cómo se les ocurre que le hagamos mis sodales?  ¿Con una estación de recolección de bayas?  ¿Con pura ilusión cuando nos visiten mundanos, como hacen algunos gentiles cuando les llegamos a cobrar sus préstamos? -mira a Ludovico de lado con ojos entrecerrados...  ¡Ey, no te estoy acusando de nada...!

¿Cómo cuantas leguas mide el bosque Bastián, te acuerdas? ¿Es lo normal que toma un monasterio o abadía o es más tierra?

Bastian escucha en silencio hasta que es preguntado.

- No sabría deciros, no me fije demasiado en el tamaño del lugar pero diría que es grande, muy grande.
Tal vez podamos crear un pequeño asentamiento allí, no una aldea sino una edificación más comercial como un aserradero o una mina.  Con dicha excusa si que podríamos conseguir los permisos para poder estar allí.

Si Bastián, pero para cualquiera de estas ideas primero veamos con los elfos a ver cual de ellas les parece aceptable.  Quizá de árboles caídos naturalmente pudiéramos hacer muebles o instrumentos musicales o así;  y eso quizá lo aceptaran los duendes para que lo faérico viajara a otros sitios a través de lo manufacturado.   De otra manera, olvídalo, nunca nos dejarían hacer nada.    Un taller de amuletos con nueces u otros productos similares podría cumplir el mismo fin. 

Sobre las minas, seguro los enanos serían los que podrían decirnos algo al respecto.  Bien podríamos comerciar por ellos, minerales a cambio de cosas que ellos quisieran tener de los mundanos, que quiensabe que sean.  Si, eso podríamos hacer.  Esto de ser intermediario se da en mi familia, aunque yo en lo particular no soy muy bueno.  Mejor pedirle ayuda a mi hermana que si se dedica al comercio.   Yo mucho prefiero andar inventando hechizos que el trueque... pero si, hagámoslo.  

Mm, ahora que lo pienso, quizá montar un taller conjunto con los enanos funcionaría también. ¿Cómo ves?  ¿Tu a que te dedicabas antes de que te tomaran de aprendiz? ¿Sabes algo de forjas o fundición?

Me volteo hacia el resto para incluirlos en la discusión...

¿Cómo lo ve don Albrech?  Ludovico, has estado muy callado, ¿que te parece el plan..."comercial" para proteger al bosque?

Ya por fin libre de las ataduras de "pertenecer" a tu pater, que por buenas intenciones que tuviera contigo o buen estatus dentro de la casa mantuviera nunca dejaba por ello de ser tu "propietario" mientras durara el aprendizaje, has dirigido tus pasos, como ya habías comentado con él, hacia la alianza de Triamore. Partiendo desde las tierras bajas del norte, el viaje constituirá tu primer y verdadero periplo en solitario, sin más apoyo que los consejos, memorias de mapas y experiencias acumuladas a lo largo de tu poco dilatada carrera como Mercere.

Cierto es que partes con la ventaja clara de haber sido entrenado para viajar por todo tipo de caminos, que tu boina roja supone una salvaguarda especial y que los objetos mágicos te facilitan la tarea, pero pese a todo el viaje sabes que será largo y pesado, algo que los magos de verdad, aquellos con el Don, raramente tienen que sufrir. No es de extrañar que os valoren tanto, pese a no tener magia. Y pese a todo, portas tu brillante sigil, de oro inmaculado, en la mano. Todavía no te has acabado de acostumbrar a su presencia. Y dado que el oro es muy valioso y los viajeros no siempre todo lo buenas personas que debieran, tal vez te repienses su posición y decidas ocultarlo entre tus otras pertenencias.

En cualquier caso, llevas varias jornadas de viaje a caballo(1) hacia el sur, progresando ya lentamente por un camino más bien deficiente que conduce hacia las Ardenas. Los buenos caminos conducen hacia el suroeste, a la Champaña francesa, no hacia el sureste. Ningún incidente de mención hasta que tras de ti, en el camino, ves progresar rápidamente hacia ti lo que dirías un caballero al trote...

Jan dejo atrás las tierras de Flandes que tanto había viajado, primero con su padre, luego como aprendiz de Boina Roja. Los recuerdos de su infancia y de su reciente prueba iniciática se mezclaban. De alguna manera, siempre había estado bajo el ojo atento de algún superior, y por mucha bondad o sabiduría, y Jan era agradecido por ambas, no podía negarse que estaba extasiado por esta nueva libertad de la que disfrutaba. Cabalgaba por el reino, caballero y mensajero, y todo el universo parecía ponerse a sus pies. En esos primeros días de viaje, Jan fue verdaderamente feliz.

Tras algunos días de viaje, comenzó a vislumbrar las Ardenas, cada vez más altas. Jamás había viajado la zona, pero se regocijaba comprobando el terreno y como se ajustaba o no a los múltiples mapas que había estudiado a lo largo de muchos años. Una breve sensación de aprensión le recorrió el cuerpo, pero la descartó rápidamente: hacía mucho que buscaba este primer encargo y lo iba a realizar bien. El peso de oro del sigil en su mano lo reconfortaba, pero finalmente se lo colgó al cuello, pegado a su piel.

Al notar que se acerca un caballero, instintivamente revisa que la armadura, escudo y espada estén todos correctos, no porque espero un enfrentamiento, sino para dar una buena impresión. Se pone al costado de la carretera, de tal manera que el blasón de la familia quede a la vista de quien se acerque, y espera.

El caballero que se acerca, si se tratara de otra persona, no tendría en estos momentos un aspecto muy caballeresco, pero a pesar de la mugre del polvo, la barba de tres días, la armadura polvorienta y su aspecto de cansancio extremo, sigue teniendo una fuerza, una belleza, que llama a relatos heroicos y retratos épicos: su capa y melena al viento, una pose de decisión, la mirada intensa de ojos claros... Su caballo, un oscuro palafrén de pelaje lustroso antes de conseguir una poco favorecedora capa de polvo, es un monstruo enorme de aspecto indomable y que apenas si está sudando, pese a que probablemente lleve horas al trote. Su jinete parece bastante estresado.

-Disculpadme, buen señor -dice en Flamenco con deje cortesano- ¿sabéis a dónde conduce este camino? -pregunta echando un vistazo hacia el camino por donde viene, casi como un tic nervioso. No eres un experto en reconocer conductas humanas, pero pondrías la mano en el fuego que este joven caballero está huyendo de algo o alguien y necesita refugio...

Realmente va nervioso, ni siquiera se ha presentado como es debido. Pero es sin duda un formidable caballero, no de esos cortesanos afeminados que pululan las ciudades. ¿Estará camino de La Cruzada?

Pauso un instante, y miro hacia el camino que se extiende hacia adelante y detrás.  Luego respondo: -Este es el antiguo camino Romano que lleva desde Dinat hacia las Ardenas. Más adelante el camino se bifurca en dos, uno hacia el este hacia Buillon, y otro hacia el oeste hacia Arlon, más otros pequeños senderos de los señores locales.

Vuelvo a pausar un segundo. –Desde aquí el camino se pone cada vez más difícil debido a los bosques y cursos de agua. Es conveniente comenzar esta etapa descansado, pero veo que lleváis ya muchas millas a cuesta. ¿No pensáis descansar un poco?

Haciendo como un además de acabar de recordar algo -Oh, que descortés de mi parte. Me presento, soy Jan de Utrecht.

Aunque participar en la Cruzada pueda eliminar todos los pecados terrenales, no pasa lo mismo con la justicia, al menos no automáticamente. Y o mucho te falla tu olfato, o este joven caballero huye de algo.

-La verdad es que sí que debería descansar –dice, abatido, relajando un poco la tensión de los hombros- disculpadme a mi, por favor, me llamo... –traga, como si hubiera reparado en que decir su nombre tal vez le entrañe nuevos problemas- que demonios... Obekin vander Wert, y mi compañía puede resultar peligrosa, me temo. Me persiguen y por injusta que sea la causa, lo cierto es que los que lo hacen están armados y son peligrosos. Parece usted conocedor de la zona, tal vez podría decirme dónde poder refugiarme... –sus espectaculares ojos verdosos se clavan en ti, como si fueras la última esperanza que le queda.

Jan devuelve a Obekin una sonrisa cómplice.  Su curiosidad ha picado anzuelo, y más allá de porqué lo persiguiesen, ese caballero le era sincero, y ¡es más! Le pedía su asistencia. Tuvo que controlar su orgullo. Una persecución sonaba hasta emocionante. Sabía que podía meterse en mayores problemas, pero, ¿qué iba a hacer? ¿Abandonar a aquel noble caballero?

-Muy bien, Obekin vander Wert, la providencia ha cruzado nuestros caminos y vuestra sinceridad es de recibo: os ayudaré. Pero temo que no conozco tanto la zona como pensáis, tan solo estudié mi ruta antes de salir.

Volviéndome hacia el camino, en dirección a Flandes, como queriendo adivinar a los perseguidores que se acercan -Simplemente decidme, ¿podéis cabalgar un poco más, velozmente? ¿Sabéis si os persiguen con perros de caza, que puedan seguiros el rastro fuera del camino?

-Sí, creo que todavía puedo cabalgar una o dos horas. El... el caballo seguirá al tuyo, creo. -eso suena raro...- He llegado a escuchar a los perros, sí, tienen una jauría, lo que hace que no pierdan mi rastro, pero retrasa que me den caza.

Os encontráis a unas 40 y tantas millas de tu destino, dirección sureste, ya habéis superado Charleroi y el camino a partir de ahora no será un camino de rosas, eso desde luego. Cuentas con atravesar una zona abrupta de montañas y cuanto menos riachuelos, gracias a la época del año ni siquiera será complicado encontrar vados adecuados. Según lo que sabes sólo hay un camino que vaya hacia el sur, mal mantenido y al que, aunque no te lo hayan mencionado, se le unirán como afluyentes de un río mayor un buen número de caminillos y sendas utilizados por la población local. Si todo fuera bien, en dos jornadas de 8 horas de viaje a caballo deberías poder llegar, aunque apretando el paso y estirando la jornada, tal vez, y si el tiempo acompaña, se podría completar en un sólo día. Los jinetes, eso sí, acabarían extenuados...

-De acuerdo Obekin, hagamos lo siguiente: apuremos el paso hasta la próxima cañada, para ganar distancia de los perseguidores. Luego buscaremos perder el rastro de los perros en el agua. Será trabajoso y lento, por eso debemos ganar tiempo ahora. Luego, más adelante, podremos volver al camino y seguir hasta el próximo pueblo donde podreis finalmente descansar. Con un poco de suerte vuestros perseguidores se darán por vencido cuando la jauría pierda vuestro rastro. ¿Os parece bien?

-Estoy de acuerdo. Hagámoslo como dices. Si consigo escapar te deberé mi vida...

Hoy por hoy su vida está muy cotizada, por lo que se ve, pero también resulta evidente que encima no lleva nada de mucho valor, excepto el caballo, su armadura y espada. Esperas no estar haciendo mal negocio.

Proseguís según el plan que has trazado y tras lo que parecen horas y horas inacabables de viaje, acabáis pasando la noche  en la casa de un pastor de la zona, que pese a sus recelos iniciales accede a cederos su pobre lecho a cambio de un par de monedas. Pero a primera hora de la mañana os despierta el ruido de la jauría perseguidora. Los ladridos resuenan en el valle y no perdéis un segundo en poneros de nuevo en marcha, sin siquiera daros tiempo a desayunar.

Están cerca, demasiado cerca. Y si siguen así, les conducirás derecho hacia Triamore, aunque con algunas horas de diferencia. Sin duda la ayuda de los magos resolvería el entuerto, pero la cuestión es si debes o con ello te franquearías su enemistad...