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Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Avistamiento de Águila - Escena Uno.

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14/04/2013, 17:53
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La comitiva asomó por la esquina. Una comitiva que sin duda tenía aires de haber salido de El Burdel, o al menos, dos de sus integrantes. Un hombre ataviado de mago con sombrero de copa, luciendo la clásica vestimenta recargada de adornos a la que sólo faltaba un camafeo o un atrapasueños colgando del cuello, que en su lugar lucía un colgante con cristales en forma de lágrimas. A su lado, una chiquilla frenética que debía tener cinco años menos como mínimo, enjuta, enclenque y necesitada de un par de comidas de abuela. Rubia con mechas rosas, como la propia Ruth. Vestía de forma parca para el frío de la noche, pero no parecía notarlo en su orgía de movimientos para generar calor. La tercera en discordia era Sawako, de rasgos orientales y un aire de rebeldía pegado al cuerpo como una mina de fragmentación.

Por la calle estaba el vehículo, continuando. Con la ventanilla bajada, la mano tatuada de un hombre fumando asomaba. Un monovolumen negro que no le pegaba nada en absoluto. Reconociendo a gente de ahí, saludó con la mano, sacando parcialmente la cabeza con la ventanilla.

- ¿Anki Mars?- preguntó extrañado a rabiar, con las cejas en ángulo imposible. Lucía gafas de sol y una cazadora de cuero de corte clásico, propia de cualquier motorista o rockero de la vieja escuela-. ¿Adónde demonios vas con una china- generalización como mínima- y un tío que debe tener un conejo bajo el sombrero a estas horas de la noche?

La joven hiperactiva se acercó al coche, tirando de sus dos acompañantes. En uno de los asientos traseros del vehículo podía verse a una joven con el cabello rosa y aire de muñeca espinosa y quemada.

- Joder, Stille- comentó alarmada, revelando el nombre del hombre. Uno que, de cerca, se mostraba afectado por la edad. No llegaría a los cuarenta, pero una vida de alcohol, tabaco y violencia le hacían parecer que había pasado los cincuenta-  ¿Y este coche? ¿Ahora atracáis bancos o qué?- preguntó irónica-. Bueno, Sawako- señaló a la japonesa-, Stille- señaló al hombre-. Trevor- señaló al hombre ataviado con el sombrero de copa-, Stille.

Stille alzó una ceja, bajando las cejas.

- Trevor no es un nombre de por aquí. ¿Viene de las islas del norte, no?- Anki asintió. El matón al parecer era sagaz, que no por ello inteligente-. Ruth- comentó señalando a la joven a sus espaldas-. Y estáis aquí por...

- Reunión social en la periferia- explicó la rubia tintada, maquillando de "reunión social" lo que bien podría ser, a juzgar por lo variopinto del grupo, una locura cosmopolita en mitad de una ciudad sojuzgada-, cerca de las fábricas.

Stille bufó, sacando el paquete de tabaco por la ventanilla. Anki cogió uno, pero el hombre esperó un par de segundos más antes de guardarlo y sacar el mechero, por deferencia al resto.

- Así me gusta, preocupándote por bienestar durante el toque de queda- replicó el hombre con amargura-. Vamos para allá si no encuentro a un par de amigos que están por aquí, pero sinceramente, si me encuentro a un nazi preferiría no tener que explicarle por qué llevo al mago del circo conmigo.

Trevor, al oír aquello, se limitó a esbozar una sonrisa bajo el sombrero.

- El coche no es suyo. Partiendo de esa base, podría darle igual, Stille- comentó en tono relajado y respetuoso, pero frío y viril. Una mezcla de terciopelo y estropajo.

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14/04/2013, 18:15
Administrador

Cuando volvió al cuarto, tanto Ria, su madre, como Liselote, su hermana, estaban ya allí. Cada una en una silla, hablando entre ellas tranquilamente. Maggie había acompañado hasta Eugenius hasta el pasillo, guiándole. Ahora tenía el número de teléfono de la doctora registrado en su lista de contactos del móvil, y podía consultar con ella periódicamente lo preciso sobre el estado de su madre, su hermana, el hospital, y asuntos menores de sanidad, la Cruz roja, e incluso Suiza. Un contacto u aliado potencial más en mitad del ya mentado "salvaje oeste".

El cuarto estaba tal y como lo había dejado, salvando el hecho de que ahora el libro estaba cerrado sobre la mesa.

- Hermano- saludó Liselote, sonriente, vestida con el uniforme blanco bajo un pequeño abrigo de lana-. Todo bien con Maggie, ¿no?- preguntó interesada.

Ria, la madre, asintió con la cabeza para si.

- Seguro que sí. Eugen y Maggie son bastante parecidos, a su estilo cada uno- matizó-. Sólo espero que la Doctora Wassus no se haya quedado demasiado en shock al ver hablar a Eugenius. Estoy seguro de que habrá ojeado tus libros- hablaba al aire, y para Eugenius, pero parecía referirse a Liselote- y se los habrá aprendido de una sentada.

Y así era, más o menos, salvando el hecho de que la mayor parte de la noche, salvando las horas de sueño, las había pasado burlando la seguridad del imperio germano. Había que ver qué detalles quería hablar con Ria, y quizás con Liselote, antes de comer e ir al funeral de su compañero. Sólo faltaba que allí también hubiesen Alemanes marcando el territorio de forma opresiva. Aunque teniendo en cuenta que luego tenía una cita con la central nuclear, no es que el panorama fuese demasiado alentador.

Repasando conceptos, Eugenius tenía mucho trabajo por delante. Su madre necesitaba atención médica. Los Alemanes necesitaban un científico. Y el miembro del CERN acababa de descubrir la noche anterior cómo se las gastaba la corte imperial. Un manipulador redomado que leía del revés y se callaba como una prostituta, un mayordomo silencioso y obediente que se enteraba de todo y, nuevamente, callaba matando, un Senador con quemaduras, algo que recordaba a las quemaduras eléctricas mentadas por Maggie, lo cual podía o no ser un a coincidencia, y un Gobernador casado obsesionado con la seguridad que consideraba a las Cajas Negras, llamadas así como si fuesen piezas de avión, algo más valioso que a los Capataces que las portaban. Un hombre que quería Ámsterdam como un medio. Quería evitar el desastre de la central, pero esa ciudad estaba marchita y herida de muerte. Él lo consentía, basándola más en ser un bastión militar y un fortín de posición ante Reino Unido que una verdadera ciudad. Su población eran sus rehenes.

- Bueno, Eugen, ¿satisfecho?- preguntó su madre. En el fondo se preocupaba por cómo había ido la conversación.

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14/04/2013, 18:53
Mary Sanne

- ¡Al fin le encuentro Señor Arjen!- profirió la voz una vez el hombre pisó la calle-. Uf- bufó entusiasmada-, menos mal que sé el barrio donde vive y que el hombre me indicó un poco.

Atardecía. El sol se ocultaba lentamente y el frío comenzaba a erizar el vello, pero era un proceso lento. Aún incidía la luz en la ciudad y uno podía cegarse si miraba al centro del sistema solar. Las sombras de los edificios comenzaban a proyectarse lentamente durante las horas, convirtiéndose en monolitos alargados o férreos guardias de cemento y tabique que custodiaban antes de que el toque de queda imperase y las patrullas reinasen.

Aún se podía pisar la calle. Quizás en unas semanas no, teniendo en cuenta que según los súbditos de Arjen la central nuclear no estaba funcionando a pleno rendimiento. Alan Smith y sus sectarios de Amanecer Verde estaban obsesionados con destrozarla. Arrancar cada chapa, placa, circuito y generador hasta convertirla en una montaña de aleación. Eso asumiendo que su fanatismo no llegase al extremo de inmolarla y arrasar toda la ciudad en una vorágine de hongo nuclear, convirtiéndose en alguien de igual calaña que los germanos nacionalsocialistas.

Esa era al menos la información prestada por Irina Doždovna. Desde luego, a nadie le hacía gracia que la sede de Greenpeace fuese una incipiente central nuclear construida en tiempo récord y que estaba comenzando a arrancar. Si funcionaba a pleno rendimiento la ciudad entera sería un hervidero de contaminación, y una auténtica zona de riesgo. Había leyes para regular dónde se podía o no construir algo así, y desde luego aquella ubicación no estaría permitida, pero cuando eres el dueño de un imperio de águilas y esvásticas durante la tercera guerra mundial eso da igual. No importa si eres un pez grande o pequeño, pues el océano burbujea con el olor de la sangre que atrae a los tiburones frenéticos y ciegos.

- No he llegado a verle la cara, pero era amable. Como sé que me lo preguntará, llevaba capucha- Mary Sanne hablaba. Una de las desafortunadas pero entusiastas vagabundas de la ciudad, cuyos padres habían muerto tristemente una noche durante un paseo romántico por el borde del río. Les tocaron los nazis menos comprensivos y más descorazonados, así de simple-. Una capucha verde oscura, apagada. Tenía algo de barba, de pocos días, bien recortada. Voz de aristócrata fuerte y decidido. Me pagó un billete azul por darle esto.

Veinte euros, vaya. Sacó de una pequeña y manida bandolera marrón, cuyo cierre estaba roto, una flecha de color verde oscuro, tintada. Era similar a los virotes de Arjen, aunque aquella tenía una pequeña luz led apagada y un interruptor.

- Me he asegurado de que no es nada malo, Señor Arjen- continuó con su cándida voz de niña cultivada que de haber seguido yendo al colegio podría haber sacado su filología sin repetir curso con alguna mención de honor-. Es un mensaje, mire.

Tendió la flecha a Arjen tras pulsar el botón. Tras oírse un mecánico sonido que escupía "Grabación Número 11", una voz ligeramente distorsionada pero reconociblemente humana habló al otro lado.

- Dyrk Wolfzahn, ¿eh?- dijo la voz ególatra y viril, seguida del sonido de unos labios aspirando una pipa-. Ya veo, sí. Es el palillo ese que me recomendó comprarle algo bonito a mi mujer, ¿no?- el sonido de un teléfono moviéndose de sitio. Papeles moviéndose. Nuevamente, la pipa-. Comprendo. Sí, sí, lo entiendo, te ha caído bien el chaval, no pasa nada. No es tu trabajo, pero no pasa nada. Está bien, traémelo esta noche para que toque el piano. A ver si es verdad eso de que resuelve mis problemas de pareja- prolongado silencio-. Lo sé, Dana, lo sé, pero Miranda me está volviendo loco, y ahora mismo no podría divorciarme, mi vida privada ha de parecer estable ante la acrópolis de Berlín. Necesito ver si el chaval es uno de ellos, y si con eso puedo matar dos pájaros de un tiro, mejor- más silencio, ligeramente más corto que el anterior-. Me alegro. El Dyrk este... ¿tiene más familia?

Y tras ello, silencio. Mary Sanne ensanchó la sonrisa, radiante pese a su precaria situación.

- Espero que sea algo bueno, Señor Arjen. No me gusta cuando no sonríe- declaró la niña con sus tímidos pulmones.

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15/04/2013, 11:34
Eugenius Novák

- Claro mamá. Con la doctora Wassus estás en buenas manos, ya nos lo dijo Liselote. – Eugenius sonrió mientras se acercaba a la cama y depositaba de nuevo un beso en la frente de su madre.

- Me quedaré por aquí hasta después de comer… tengo que asistir al funeral de Vanderveer y luego he de resolver unos asuntos de trabajo. – dijo Eugenius sin inmutarse. No quería preocupar a su madre con los asuntos que se llevaba entre manos con los alemanes. Por muy justificados que fueran. Una mirada de complicidad asomó por un instante entre el genio y su hermana, Liselote, aunque procuró que no se le notara… Su madre era lista… no un genio como su hijo pero siempre había sido muy perspicaz.

- Pasaré por aquí todos los días. – confirmó el científico mirando a Liselote… aunque sus palabras se dirigían también a su madre. Esperaba tranquilizarla o por lo menos darle una alegría… pues su hijo no había pasado mucho tiempo de seguido en Ámsterdam desde que acabó su primera carrera en la universidad. – Aunque sea un rato… tengo mucho trabajo pero siempre puedo dedicarte unos minutos, madre. -

Eugenius volvió el rostro primero hacia Liselote y luego hacia la doctora antes de que ésta se fuera: - Gracias a las dos. -

Eugenius se pasó el resto del tiempo hasta la hora de comer dando conversación a su madre, preguntándole por el libro que estaba leyendo, si quería algún libro nuevo para cuando acabara ése… incluso abriéndose un poco y comentando algo acerca de su relación con Anne. Eugenius hasta comentó de pasada que andaba un poco preocupado por haber desatendido a su pareja desde el asunto de Vanderveer.

Todo con tal de que su madre tuviera la mente ocupada, y de que funestos pensamientos no la agobiaran en las largas horas de espera que le quedaban en el hospital. Eugenius era un hombre de ciencia, de razón, y no de fe. Pero en esos momentos de necesidad… hasta Eugenius se planteó si no estaría de más hacer una visita a la capilla. No, Dios no iba a ayudar a su madre… si alguien podía hacerlo eran los médicos, y sólo los médicos.

Y así dedicó Eugenius el resto de la mañana… en familia, aunque Liselote tuviera que ausentarse en repetidas ocasiones. Hacía mucho tiempo que no recordaba vivir algo similar. De pequeño no había tenido tiempo para ello, y quizás eso había agriado el carácter del genio. Quizá por ello ahora se sentía bien pasando ese tiempo con su madre, y a la vez algo incómodo.

Se dijo que quizá debía hablar de ello con Anne… ella solía comprenderle casi siempre. Bueno, claro que lo hablaría con ella, si ella seguía dispuesta a seguir con él después de todo.

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15/04/2013, 14:19
Arjen Wolfzahn

Arjen se sorprendió al ser interpelado por la niña. Mary era una de las ratas callejeras que surtían al hombre de información por algo de dinero y una voz amable. Realmente odiaba cada acción de los nazis, de esos invasores que habían hecho desaparecer a su familia... pero siempre tenía que recordarse que él no había sido el único al que le arrebataron una vida. Con la comisura de la boca levemente alzada, Arjen esperó a ver qué le traía la jovencita. Era realmente muy lista y siempre tenía suerte.

Cuando le tendió la flecha notó como su pulso se aceleraba. El vello de su nuca, que ya se había levantado ligeramente como respuesta al fresco atardecer, se erizó por completo. La saeta era una auténtica belleza, una verdadera obra de arte de la ingeniería. Y era verde: el Arquero. "¿Por qué ahora?", pensó. Habían pasado meses desde que abandonara los intentos de ponerse en contacto con el famoso héroe de Amsterdam, el misterioso asesino de nazis que nunca conseguían atrapar a pesar de lo elaborada que fuera la trampa. "¿Por qué...?"

La niña le explicó lo que era. Pulsó un pequeñísimo interruptor y una voz electrónica empezó a sonar. Conforme la grabación avanzaba, la ira rebulló en el interior de su cuerpo. Sentía alivio, sentía esperanza, sentía alegría... pero todo estaba teñido por la ira, una pasión cuyos rescoldos jamás se habían apagado y que de vez en cuando eran atizados para que siguieran desprendiendo calor. Arjen a veces lo hacía voluntariamente, como quien una y otra vez pasa su lengua por una muela cariada, un dolor que hay que comprobar una y otra vez que continúa existiendo.

"Mi Dyrk". Seguía vivo. Porque esa grabación debía ser reciente. Tenía que serlo. Ni siquiera se paró a pensar en que podía ser un engaño. No, no. No se lo permitió. "¿...tiene más familia?". Sus dientes rechinaron, sus músculos se tensaron. Bajo la chupa de cuero tachonada de chapas y remaches, bajo la camiseta del Nemesis de Stratovarius, los tendones se movieron, las fibras se contrajeron. Los puños se cerraron.

Y entonces la niña le pidió una sonrisa. Y la ira se fue. No, no desapareció. Se mantuvo controlada. Unas brasas que podían prender de nuevo pero que, por ahora, no eran un peligro para los que rodearan a Arjen.

-Es bueno, Mary, es bueno -respondió el hombre. Levantó una mano y le acarició la cabeza. Estaba muy graciosa con sus sempiternas coletas, con su sonrisa de dientes blancos aunque necesitados de una ortodoncia y con su mirada incisiva. Sonrió al fin. La niña le recordaba a Meyke cuando era una mocosa. No por el aspecto, ya que no podían ser más diferentes, sino por la actitud-. Muchas gracias. ¿Sabes? -se llevó la mano a un bolsillo interior de la chupa y sacó un paquetito envuelto en papel de aluminio. Dentro había media tableta de chocolate. Lindt-. Me había sobrado esto de la merienda... y creo que te lo mereces tú mucho más que yo, que soy un glotón -le tendió la delicia chocolatada a la niña. Una tableta como ésa era difícil de encontrar, y a él no es que le entusiasmara precisamente el dulce. Pero sabía a quiénes sí-. No te olvides de darle un trozo a tu hermano, ¿eh? Espero que tenga mejor la pierna...

Disfrutó con cómo se abrían los ojos de la pequeña y con qué avidez guardaba el regalo en su bandolera.

-Y ahora vete -le recomendó, borrando la sonrisa de su cara y poniendo tono serio-. Se mete el sol y ya sabes que salen los nazis a hacer rondas. Guárdate bien el billete y ya sabes: ¡ten cuidado!

Miró cómo la niña se marchaba a todo correr. No se movió hasta que Mary se perdió de vista. Pobres niños... y malditos nazis. Bajó la vista hacia la flecha que todavía agarraba con la mano. No podía ir con eso por la calle. Es más, sus planes para esa noche se habían visto modificados por completo, así que tampoco iba a llegarse hasta la sede. Mark y Olga tendrían que mantener tranquilos y contentos a los niños ellos solitos. Se metió en casa otra vez y, una vez a solas -a solas como llevaba ya años, con el único recuerdo de su familia como compañía- volvió a reproducir la grabación. Tomó un bloc de notas y apuntó unas cuantas palabras. Dana. Miranda. Fumador en pipa. Alto oficial. Dos pájaros de un tiro. Uno de ellos.

Parpadeó. Miró fijamente esas tres últimas palabras. ¿Uno de ellos? ¿Qué ellos? Presentía que eso era importante, pero todavía necesitaba más información. Para empezar, necesitaba al fumador en pipa, un hombre relacionado sentimentalmente con una tal Miranda, que podía ser el nombre de su esposa o de su amante. Gruñó, frustrado. Apretó el lapicero hasta que éste se quebró. Se maldijo en voz baja por su pérdida de control. Greenpeace podía hacer muchas cosas, pero una de ellas no era manejar información. Dependían de terceros, con lo que eso conllevaba.

Suspiró, más tranquilo. Había perfilado el inicio de un plan. Un plan que terminaba con Arjen rescatando a Dyrk de garras de los nazis. Sonrió, pero no era el gesto que dedicó a la pequeña Mary. Era una mueca en la que había más colmillos que alegría. Introdujo el bloc en el bolsillo que antes guardara el chocolate.

Decidido, guardó la flecha en un lugar seguro, en el compartimento secreto que había bajo una de las baldosas de la cocina, justo donde el cubo de la basura. Ahí guardaba varias cosas, algunas comprometedoras -un par de granadas de rociada, varios sprays verdes, un pasamontañas del mismo color- y otras sólo sentimentales -un mechón del cabello de Kat, el violín de Dyrk, un premio al mejor papá del mundo de Meike-. Dejó la flecha junto a su carcaj de virotes y sopesó la idea de coger o no su ballesta. La duda sólo le hizo perder un par de segundos. Era mejor no llevarla, pues no iba a cazar. Todavía no. Y no quería cargar con ella yendo a donde tenía pensado ir. Sí cogió su machete, envainándolo en la funda oculta bajo la chupa. Eso era ser precavido.

Colocó todo como estaba y salió de casa. Llaves, cartera, móvil. Se dirigió al único lugar en el que sabía que podría iniciar su investigación. Un lugar donde la información corría libremente una vez se abría alguna botella o se desabrochaban algunos sujetadores: el Boulevard. Se puso un auricular en la oreja izquierda y, con Helloween como compañía, se perdió en la incipiente noche.

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15/04/2013, 19:21
Liria

La luna comenzó a destilarse en su ofensiva contra el sol, alzándose sobre la ciudad. El barrio rojo era probablemente el único sitio de Ámsterdam, situado en su seno, donde el toque de queda se ignoraba. Si paralizaban la vida nocturna en aquel territorio la economía quedaría congelada bajo una capa de alquitrán, haciendo de aquella mina de rehenes y recursos un bonito campo de concentración con escaparates vacíos y aves de rapiña surcando los cielos.

El Boulevard era llamativo con sus pisos de altura y la decisión de Ambroos Janssen en cuanto a estructura. Una planta baja para establecer las relaciones y beber alcohol, permitiendo al sitio hacer la función de bar e incluso de pub. Con el anzuelo mordido, la planta superior contenía las habitaciones y cámaras. Pese a ello, sólo Janssen sabía de todo lo que había en su burdel. Había un sótano cerrado a cal y candado y una buhardilla a la que se accedía con una escalera de mano. Había duchas y un despacho donde el proxeneta sentaba el culo.

Pero lo bonito del burdel era que había un auténtico río de bellezas. Faltaban las gemelas Suxx, Helghe y Tinna, por desgracia. Las más descaradas, desaprensivas, rentables y populares. Estaban Rebecca, la que no tenía veinte años y había rodado cine del que se vende en la sección para adultos, y Meike, la pelirroja feral cuyo título de estrella había sido arrebatado a manos de las gemelas.

La jefa en funciones durante las ausencias de Janssen, Liria, parecía estar dirigiendo el cotarro, y eso significaba precisamente que el pronexeta no estaba disponible físicamente en aquel preciso instante, estuviese o no en algún rincón de aquel edificio.

- Arjen- saludó con educación y cortesía, inherentes a su carácter. La mujer, tras la barra, fregaba un vaso con un trapo, aunque no parecía prestar demasiada atención a su actual actitud.

Liria había crecido entre burdeles, con dos padres que ejercían. Aquello era su agua y su océano, aunque le había reportado una conducta de naturalidad en el entorno que no revestía de la pasión y el maquillaje que ponían tantas otras, aunque cierto era que Liria, dado su cargo, ejercía mucho menos en cuanto al trabajo de cama se refería. Administrativa y soberana del libro de cuentas.

- Si buscas a Ambroos, no está- añadió con sencillez, sincera y directa-. Tampoco las gemelas. Deberían, pero no han venido. Ni idea de dónde se han metido esta vez.

No era extraño ni inusual que faltasen al trabajo. El proxeneta hacía chirriar a menudo los dientes con ese tema, aunque no lo hacía más agradable. No había ni rastro de la enjuta niña que a menudo serpenteaba tras Ambroos, Gretchen se hacía llamar, muy bien relacionada con otra rubia de aspecto sumiso y recatado.

- Pero bueno, dentro de lo que cabe, seguimos quedando las mejores- añadió mirando a los ojos al cazador con una sonrisa muy propia de su trabajo. Le ponía una vitalidad a sus palabras ajada, pero creíble y cierta a su medida-. ¿Quiere tomar algo el señor? Como sabes, tenemos todo lo que necesitas para dejar de ver nazis por todas partes y despertar entre sábanas. Si es que hoy también vienes a eso, Don Insaciable.

Liria bien podía decir ese tipo de cosas a todos los clientes, pero el arrojo y el convencimiento era menor que con aquellos como Arjen. Pese a que en su vida hubiese decidido arrimar la oreja al pecho del hombre, era una mujer joven y prostituta. El no verse obligada a ejercer como una más le permitía ser algo más selecta con los clientes, pero pese a ello, casi siempre hacía las veces de actriz. Las ventajas de estar con gente como Arjen eran que una podía dejarse por unos minutos de aparentar para desatar una vorágine de violencia y efusividad como la que contenían Arjen o Ambroos. No en vano, la mujer tenía una personalidad muy similar a la versión femenina del proxeneta.

Aparentaba entre veinte y treinta años años, pero nunca se había dignado a decir cuantos tenía en realidad. Sea como fuere, se conservaba bastante bien si es que había pasado la treintena, y algún miope incluso podría pedirla el carnet para entrar a alguna discoteca. Para entender a Liria sólo había que saber que tenía tatuado un atrapasueños, algo no muy complicado de teniendo en cuenta su profesión y una vestimenta habitual que mostraba poco aprecio por ocultar la carne, sin por ello sentirlo por enseñarla.

Sea como fuere, Arjen venía a por información. Era un sitio donde podían mezclarse los negocios con el placer, ciertamente, y había alemanes entre los clientes a los que Arjen podía intentar sondear, sin dejar de lado a la marabunta de meretrices y al resto de clientes cuyas dotes diferían en toda medida. Pese a todo, la gente que más sabía ahí eran las prostitutas, y Liria era la mayor de todas ellas al ser la correa de todas.

Eso, y que era mucho más fácil pedir información a alguien con quien se tenía relativa confianza que a alguien que luciese una esvástica. Sobre altos cargos alemanes y sus vidas personales sabrían más ellos, claro, pero cuanto más información tenía un nazi más insolente y creído solía ser, algo que podía acabar cabreando mucho a Ambroos si las cosas se ponían feas. También cabía la posibilidad de que a Liria sus compañeras no se le contasen todos los chismorreos, y que alguno nunca se hubiese emborrachado y desmadrado tanto como para irse de la lengua.

El abanico mezclaba conversaciones, alcohol, sexo y subterfugios en porcentajes absolutamente maleables a voluntad. 

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16/04/2013, 02:17
Arjen Wolfzahn

Arjen disfrutó del paseo a la luz crepuscular. Se sentía completamente seguro caminando por las calles que empezaban a desalojarse debido al toque de queda. No tenía miedo. Claro, que quienes tenían que tenerlo serían los que le detuvieran -o que intentaran detenerle-. El ser un depredador entre presas daba cierta confianza. Sí, no otorgaba invulnerabilidad, pero sí le permitía entrar en ese estado de engañosa relajación que se alcanza cuando todos los sentidos están en alerta, al tanto de lo que ocurre alrededor. Sí, fabuloso.

Al llegar al Barrio Rojo la situación del hombre no cambió, lo que cambió fue el panorama. Las calles estrechas estaban bastante atestadas, pero Arjen no tuvo problemas para moverse. ¿Cómo iba a tenerlos si diecinueve de cada veinte personas se apartaban inconscientemente? Era un movimiento leve, casi insignificante, pero bastaba para iniciar un frente de ondas que le abría paso sin muchos problemas. Las putas en sus escaparates, provocativas, insinuaban sus encantos a los posibles clientes. Los chulos eran monolitos que partían la corriente pero no la interrumpían, siempre vigilantes a cualquier cosa que molestara a sus chicas.

Cuando Arjen llegó al Boulevard, el local estaba tan lleno como siempre. El local recibía a sus clientes que, ya fuera en la barra, en mesas o en sofás, disfrutaban de la vista, seleccionaban o no según sus preferencias y posibilidades, charlaban, reían y bebían alcohol. Por mera costumbre, el líder del pequeño grupo de Greenpeace oteó la concurrencia. No detectó nada raro. Sí, había nazis, claro. Algunos con uniforme y otros no, pero se les notaba igual que eran unos cabrones arios. No vio a Ambroos, cosa que sí le decepcionó. Prefería dejar las cosas claras con el violento dueño del local. Si lo que tenía que hacer Arjen allí molestaba al hombretón, prefería una ronda de puñetazos a las claras que no inquina por detrás. Claro que el Ambroos no era de ésos: prefería el conflicto directo.

Arjen sonrió al saludo de Liria, una de las mejores del local. Una hembra potente y neumática que ejercía poco pero que cuando lo hacía lo recordabas. Oh, sí. Cuando la directora en funciones le informó de que Ambroos no estaba -bueno, por lo menos le había confirmado que el dueño no estaba en el local, no simplemente... no disponible-, gruñó. No estaban ella, ni las traviesas gemelas ni la chicuela apocada que solía atender la barra. Claro, y por eso estaba Liria allí, haciendo como que limpiaba un vaso que, admitámoslo, si seguía siendo frotado iba a acabar agujereado.

-Liria, preciosa -le contestó Arjen, directo, acodándose en la barra y cogiéndole el vaso juguetonamente a la prostituta y después dejándolo a un lado. No era hombre de subterfugios-, vengo a por muchas cosas. Necesito una chica de confianza que sepa lo que se hace y lo que se cuece... y tú eres exactamente lo que busco -el hombre respondió a su sonrisa con otra sonrisa con la boca torcida y que enseñaba dientes blancos y colmillos puntiagudos. Los ojos, azules, la miraban con la cabeza gacha bajo una expresión dura y confiada, una ceja enarcada en una muda pregunta, las manos entrelazadas con fuerza-. Lástima que no vayas a hacerme caso, ¿verdad?

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16/04/2013, 19:26
Rotterdam

La mañana pasó volando. Al lado de una madre y con tantas cosas que contar un suspiro y había llegado el mediodía. Liselote apenas tenía tiempo, e incluso llegó a mandar de vez en cuando a otra enfermera o algún celador a que echasen un ojo. Ciertamente, la mujer estaba hasta arriba de trabajo, aunque no era par menos dado el cargo, y su nuevo sueldo bien parecía merecerle la pena.

Eugenius sacó en claro que el cáncer de su madre era muy difícil de cribar, por lo que averiguar el área afecta exacta era un suplicio. Que cada década las neoplasias fuesen más agresivas cuales cepas de guerra biológica no ayudaban. Pero el cáncer ovárico, muy inusual, no solía diagnosticarse hasta fases muy avanzadas, así que haberlo hecho tan pronto era una suerte dentro de lo que cabía. La familia y el servicio del hospital parecían llevarlo muy bien.

La cafetería del hospital, no muy distinta de la de cualquier universidad o centro de investigación, fue el único lugar donde Eugenius pudo hablar con Liselote y Maggie al mismo tiempo. Ellas mismas se ponían a discutir de vez en cuando, demostrando que la segunda, dentro del trabajo, tenía un proceder más objetivo y racional. Más clínico. Liselote cojeaba más hacia un camino de esperanzas y baldosas amarillas. Algo que quizás se debiese a las diferencias entre las profesiones de ambas y a lo acontecido en sus vidas personas.

Por la tarde Eugenius llegó en taxi al cementerio donde tenía lugar el funeral de Vanderveer. Ataud cerrado, caro, pero con una modesta tumba bajo tierra, con terreno y no colocada dentro de un panal de cadáveres, típicos debido al exceso de cadáveres en una pirámide poblacional envejecida y un acumule de difuntos en un terreno limitado. Seguía sin ser un mausoleo o una cripta, pero era más de lo que se permitía la familia de alguien con clase media.

Allí estaba la familia del científico. Su anciana madre, de cabello blanco recogido en un moño, con un velo negro bajo el sombrero, cubriendo el rostro tras una rejilla. La ropa iba a juego con ese color, aunque combinaba ciertos toques de gris y una cruz de plata sobre el pecho, colgando de una cadena desde el cuello. Sus hijas, las hermanas del hombre, con el mismo color. No había padre allí, fuese por haber fallecido también, por no encontrarse en salud apropiada, o por no querer acudir o por no anteponerlo a otras actividades.

Habían viejos amigos del científico, y algún otro rostro conocido de vista que debía de recibir su sueldo de los mismos fondos que Novák. Compañeros de Ginebra que habían cogido otros vuelos y que apenas tenían trato con el científico nuclear. Alguno le miró, e incluso saludó con educación y parquedad, pero, por supuesto, el eje alrededor de lo que giraba todo en aquel evento era el luto de la familia.

Martín D`Courvisier, de orígen Suizo a juzgar por el acento, de la zona francófona según dijo al científico cuando le preguntó ante tal hecho, era el Prior designado para el puesto a cargo de la catedral más importante de Holanda por los altos cargos Calvinistas1 en Ginebra. Relativamente jóven, de unos cuarenta y tantos, para el importante cargo que ocupaba.

De cabeza cuadrada e inflexible, aseguró haber sido durante muchos años amigo íntimo de Vanderveer, que pese a ser un hombre de ciencia defendía el creacionismo evolucionista con una filosofía bastante particular. Quizás por ello ofició el funeral pese a su alto cargo. Fue aquel que habló durante el funeral con las sagradas escrituras entre las manos, dando el adiós definitivo al hombre del mundo terrenal y recordando ciertas enseñanzas en el proceso.

Tras verter todas las rosas y despedidas sobre el ataúd, la ceremonia quedó finalizada. Sólo quedaba dar las últimas palabras de ánimo entre los vivos y los últimos monólogos con el recipiente del cadáver no mostrado por decisión de la familia, que parecía francamente devastada. Sólo uno de los hombres había permanecido completamente en silencio, ajeno a todo aquello, con las manos siempre tras la espalda o sobre el abdomen, unida una a la muñeca del otro brazo. Su traje, azul marino, y su camisa, blanca, no resultaban del todo apropiados para el evento, pero no era el único que vestía así. La moda de vestir un absoluto negro durante los funerales se había impuesto, y a su vez había demostrado ser tan fría y doliente que muchos, como la propia viuda, intentaban dar un toque de variabilidad a la vestimenta.

El hombre se acercó, cuando todo comenzaba a disolverse y cada uno tenía permiso para partir por su lado, a Eugenius Novák. El por qué era un misterio, pues no tenía razón aparente alguna para ella. Se aproximó hasta tenerlo a menos de un metro y habló con voz educada, viril y masculina. Lucía una cabellera rapada hace no mucho, pero dejada crecer unas semanas. Rubia, o castaña, quizás morena. Difícil de saber por la raíz. Ojos azules. Cuello grueso y musculatura cultivada bajo la ropa. Bien podría ser un guardaespaldas.

- Es usted Eugenius Novák, supongo- se limitó a decir como saludo, educado y cortés-. Siento tener que decirle esto, especialmente en una situación como la actual, pero debe saber que han puesto precio a su cabeza- lo comentó con sobriedad, sin recargar la palabra de un matiz especial-. Hace veinticuatro horas, tan pronto pisó Ámsterdam, me llegó la oferta. Supongo que hay gente que desconfía de su presencia en una ciudad ocupada por el ejército nacionalsocialista. Es difícil que no sea así teniendo en cuenta que usted es, hasta donde sé, un científico nuclear, y que esta ciudad tiene una central de fisión que no está funcionando a su máximo rendimiento.

De su lenguaje podía deducirse que era un hombre, si bien quizás no cultivado, capaz de hablar con un lenguaje y formas aptas para la fiesta de máscaras que acontecía de vez en cuando en la mansión de El Gobernador, Heinz Goering. Sabía cosas, y a juzgar por su complexión física, su apariencia bajo la ropa y el tipo de informaciones, debía de ser algún asesino a sueldo. Quizás un Mercenario, o alguien del gobierno.

- Liselote Novák me salvó la vida hace unas semanas. Tuve un incidente con una bala bajo su casa, y quise comprobar si su apellido coincidía por casualidad o no- atestiguó al fin, explicando lo preocupante-. No me sentía cómo pagándole de esa forma. Acepté el trabajo, pero lo primero que hice fue ponerme con lo que acabo de decirle. Yo no le mataré- aseguró como si, efectivamente, no le costase hacerlo-, pero cada hora que usted permanece en Ámsterdam se pone más en peligro. Es cuestión de tiempo que otro vaya tras usted. Puede dirigírseme al nombre de Rotterdam- el nombre de de una ciudad de los países bajos, pero también un nombre propio neerlandés.

No explicó más, al menos en principio. Ciertamente, Novák había estado en compañía de Alemanes. Había sido acosado por ellos, y había accedido a visitar su central nuclear. Si ponía un pie en ella, poniendo sus esfuerzos en la tarea muy posiblemente consiguiese salvar la ciudad de una hecatombe, pero al precio de, quizás, su propia existencia. Anne y su incomunicación para con el científico tras la Torre de Comunicaciones era un mal menor en comparación.

Nadie parecía prestar especial atención a los dos hombres. Hubieron una o dos personas que miraron más de un segundo, pero ninguna cinco, y ciertamente no le dieron demasiada importancia. La forma en que el hombre lo dijo, sin alzar la voz, dar aspavientos o componer muecas ayudaba a la tarea. Ciertamente el hombre sabía esconder sus emociones tras el rostro y el lenguaje no verbal, al menos en cierto grado de éxito. Si era un Mercenario debía de tener pasado como guardaespaldas, sino algo de más categoría.


1* El Calvinismo es un sistema teológico protestante que pone el énfasis en la autoridad de Dios sobre todas las cosas.

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16/04/2013, 22:54
Ambroos Janssen

Ambroos se planteó por unas milésimas de segundo dejar de correr bajo la luz de la luna, los gritos de los nazis y la tensión de una granada en el suelo. Tanta chorrada ya...Ya se había enfrentado a ellos antes y había hecho lo mismo: salir corriendo. La historia se repite una y otra vez, riéndose con una carcajada de maruja cincuentona.

Sabía que había más opciones. Arrearle un puñetazo al nazi, por ejemplo. Mentir. Encararse al más puro estilo barriobajero, luciendo su metro noventa por encima de la altura del ario y mirarle a los ojos con cara de loco.

Pero la niña seguía corriendo y Janssen solo sabía una cosa: no podía dejarla sola, saltando de un tejado a otro hasta que algún animal callejero se la llevase por delante. Y no pensaba precisamente en perros. Los nazis habían traído consigo a un viejo enemigo: la desesperación de un hombre al que no le queda nada.

Con un resoplido que parecía más propio de un toro cargando, el serbio cogió fuerza, sintiendo como las plantas de sus pies se resentían bajo las fuertes pisadas contra el suelo del edificio. Necesitaba carrerilla...Necesitaba volver a llegar al otro lado, o si que estarían jodidos.

Y ojala el cabrón se despeñase entre el humo de la granada. Sonrió, macabro. Eso si que sería divertido.

- Tiradas (1)
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17/04/2013, 11:38
Eugenius Novák

Con los pensamientos aun dando vueltas al tema del cáncer de su madre, Eugenius asistió al funeral de Vanderveer. Un cáncer ovárico pillado a tiempo… pero un cáncer al fin y al cabo. Decían que habían tenido suerte de pillarlo tan pronto… pero Eugenius no creía en la suerte. Ni en la suerte, ni en el azar, ni en Dios ni en nada similar. Todo estaba en la mente. Si algún médico lo suficientemente inteligente se hubiera puesto a buscar una cura contra el cáncer, Eugenius estaba seguro de que hoy en día esa enfermedad ya no sería un problema. Pero no, no existían los médicos inteligentes… o al menos no lo suficientemente inteligentes.

Se olvidó por un instante de pensamientos tan funestos y se obligó a cumplir con los esperados protocolos sociales. Se acercó en silencio al acabar el funeral a la familia de su estimado colega, y les transmitió su más sincero pésame haciendo hincapié en que era una gran pérdida para la comunidad científica.

Novák devolvió los pocos saludos de conocidos que recibió con la misma parquedad que los recibía… no le gustaban nada los eventos sociales y aquellos viejos conocidos del científico saludaban a Eugenius por puro compromiso… El genio dudaba de caerles bien a ninguno.

Los siguientes minutos la mente de Eugenius voló obviando toda mención a las sagradas escrituras… él se dedicó a rememorar los últimos momentos que compartió con Vanderveer, así como las sorprendentes revelaciones que podía contener su portátil. Eugenius seguía convencido de que no podía haber sido una muerte natural.

La súbita aparición del que posteriormente se presentó como Rotterdam sacó a Eugenius de sus cavilaciones. Eugenius observó al hombre simulando curiosidad y enarcando una ceja al escuchar que habían puesto precio a su cabeza.

- Curiosa presentación para alguien que no guarda el luto. – el traje azul y la camisa blanca del hombre le delataban como alguien nada relacionado con el difunto. Lo quisiera o no, estaba dando un poco el cante en aquél lugar. - ¿Se puede saber quién me tiene tanta envidia como para ofertar dinero por mi cabeza? – preguntó Eugenius sin disimular su indiferencia. La pregunta era una respuesta implícita a la pregunta retórica de si él era Eugenius Novák. El hombre sabía quién era Eugenius. El genio no dio tiempo a su interlocutor para que respondiera.

- Se lo puedo decir yo. Un incompetente… un inepto… un descerebrado. La gente hoy en día no se dedica a sopesar todas las posibilidades… piensan que lo saben todo y que tienen la verdad absoluta, en lugar de usar la lógica y la razón. Como soy un científico nuclear lo más fácil es deducir que he venido a ayudar a los alemanes a que su central llegue a su máximo rendimiento… ¿verdad? -

Eugenius sacudió la cabeza negando… incapaz de entender hasta qué límites llegaba la estupidez humana.

- Así que conoce a mi hermana… - eso explicaba muchas cosas. – Liselote es una buena chica, y muy buena médico como deduzco comprobó usted cuando tuvo ese incidente con la bala… sino no estaría aquí avisándome. Gracias por avisarme señor Rotterdam. -

Eugenius pensó unos instantes su siguiente paso. Estaba en una difícil encrucijada… En un extremo la vida de muchos… en el otro: la vida de la mente sin duda más brillante de todos los tiempos.

- ¿Puede usted comunicarse con su empleador? – preguntó Eugenius. – Quiero que me concierte una entrevista. Si después de hablar conmigo en persona sigue deseando matarme… no le pondré pegas.

Eugenius apenas tenía tiempo… sabía que los alemanes no andarían lejos y estarían deseando llevarle directamente a la central nuclear. Pero si el tal Rotterdam podía ponerse en contacto con quien había dado la orden de matar al genio… quizá pudiera ganar algo de tiempo.

- Si puede hágale llegar esa oferta a la persona que le contrató. No tenemos mucho tiempo. – dijo Eugenius revisando con la mirada los alrededores por si aparecía algún agente alemán.

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17/04/2013, 21:29
Administrador

Gretchen pasó corriendo al lado del arma de mano, pegando un pie al límite de la azotea justo antes de saltar al vacío. La ropa se pegó a la delantera, cruzando el abismo entre dos mundos. Abajo en la calle podía verse una calle asfaltada y desierta, con espacio para circular un coche sin problemas al lado de los cubos de basura. De una cañería anclada a la pared de la fachada brotaba el agua, revelando a la joven en el pavimento un reflejo de columnas de humo brotando de las fábricas. Sin embargo, no había humo brotando de tales estructuras en Ámsterdam en aquel momento, siendo aquello un reflejo de lo que joven achacaba a tornillos poco sujetos en su cerebro.

Pisó el siguiente edificio, corriendo como un gazapo hasta salvar la distancia. Ambroos saltó tras ella, golpeándose el abdómen contra el saliente que hacía noventa grados uniendo pared con azotea. Los pies colgaron ante la caída de siete pisos, pero aferró brazos y manos para tirar hacia arriba y alzarse, viendo al nazi habiéndose detenido brevemente para ver estallar su granada. Una detonación conmocionadora llenó el aire, nublando ligeramente los sentidos en la distancia, provocando un pitido en los oídos desde aquel tejado.

A lo lejos, el grupo encabezado por el habitual de El Boulevard discutía entre si animadamente, negándose a moverse. Para cuando el adelantado que se había atrevido a cruzar fue a levantar el arma, Janssen y Gretchen ya descendían por la escalera de incendios en la fachada opuesta, escapando con los pies en polvorosa bajo un río de metal.

Sin coche, siendo el mismo un bien temporal de Stille, Ambroos y su chiquilla tuvieron que echar a correr para asegurarse que aquellos no les encontraban por casualidad. A las dos esquinas la cantidad de rutas había aumentado tanto que sería difícil encontrarlos. Ante alguna que otra patrulla tuvieron que esconderse, ya fuese tras un contenedor de basura, dentro, agazapados tras una esquina en zonas de farolas rotas, ocultos a plena vista al abrigo de la oscuridad. Vehículos generalmente lentos y pesados adornados con cuatro o seis uniformes rasos. No parecían tener líder, a diferencia del grupo de Friedrich, salvo que estos estuviesen dentro de los vehículos. Sólo una vez un hombre, ataviado con un blindaje corporal y lo que parecía una mochila rectangular y negra a la espalda dio muestras de sacar un intercomunicador y hablar con alguien.

Finalmente, el barrio rojo. Gente mezclada con alemanes vestidos de calle o con uniforme. Un toque de queda inexistente en aquella zona por fines principalmente económicos, y porque a todo soldado le gustaba tener un burdel gigante a su disposición cada noche. El Boulevard, tras un par de minutos, iluminado y abierto al público tal y como lo había dejado Ambroos, que aún tenía que valorar qué era de sus gemelas y quizás tratar con Liria o Natasha. Para Gretchen las cosas tenían otro cáliz ante la amenaza de Dieter en voces del abismo y los deseos de Stille por largarse de allí.

Los ojos del pronexeta por un momento se clavaron en el coffee shop de enfrente. Allí estaba sentado tras los cristales del local el rostro anciano de Jürguen, de cabellera blanca y arrugas marcadas con una mueca constante y eterna de seriedad y reproche, interpelando amigablemente con un hombre de espaldas, delgado y de cabello castaño, corto y rizado. Aquel hijo de puta, en pie pese a todo, vivo y coleando a unos metros de su local y la cama donde daría. El hervor de la sangre debía de ser mayúscula. Casi daban ganas de aliarse con el diablo para dejarle la lengua de corbata y tirarle al fondo del río con cemento en los pies.

Al otro lado, en cambio, cuando Gretchen abrió la puerta del local, Arjen Wolfzahn, el diablo, aquel hombre que desprendía las hormonas de un lobo alfa, estaba sentado de espaldas sobre un taburete en la barra, hablando con Liria, la segunda de Janssen y la jefa en funciones durante las ausencias del mismo. La mujer parecía dar coba al cliente, como era menester, aunque a su particular proceder ligeramente menos efusivo y recargado de lo usual en la profesión forzada. Ciertamente, Arjen era un cliente acérrimo del local, caracterizado por su espíritu de animal rabioso contenido, y por desprender ese cierto aire de magnetismo animal pese a su escasa belleza y su poco efectivo carácter.

Stille aún debía de estar en algún lado a tiro de teléfono, pese a que era mejor ser críptico por si la Torre de Comunicaciones levantada en la ciudad filtraba y registraba las conversaciones. Y por supuesto, Friedrich se estaría moviendo allá donde estuviese, investigando el escenario del crimen o intentando adivinar si efectivamente eran Ambroos y Gretchen o sólo imaginaciones suyas. De bueno parecía tonto, aunque no lo era.

Tantas cosas que hacer en mitad de tanta gente. Todos ellos danzando al son de una melodía orquestada por marchas triunfales, botas militares, casquillos de bala contra el suelo y el grito agónico de una rata siete metros bajo sus pies, en las alcantarillas. Hora de tomar el siguiente paso tras descubrir que había nazis muertos en los tejados y daños por electricidad proyectada a propósito a juzgar por el estado de la puerta de la primera azotea.

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17/04/2013, 23:20
Gretchen

Gretchen no ha vuelto a decir una sola palabra desde la escalera de incendios, dándole vueltas en su inestable mente a Alice y todo lo relacionado con ella.  Ambroos le da siempre un poco de miedo, que en Gretchen es demasiado.

Entrar en el Boulevard y ponerse a trabajar como si nada hubiera pasado no le parecía raro, puesto que Diéter le había enseñado perfectamente a que después de los problemas, no ha pasado nada. El boulevard. ¿Un hogar, o una ratonera?

La intención de Janssen es entrar en esta guarida a la que pertenece, y dócil como es, Gretchen se deja llevar.  Sube rápidamente las escaleras para cambiar su camisa de florecitas y sus vaqueros infantiles por el uniforme de trabajo... piensa en la mirada de Diéter. Se ponía mucho más cachondo al verla vestida de niña que de falsa puta. Le gustaban los pijamas de ositos. Le gustaban los lazos en las trenzas.

Baja de nuevo, ya transformada en la putilla de Ambroos, y en silencio pensativo comienza la mecánica tarea de limpiar y recoger. Se permite hornear unos muffins, cocinar la tranquiliza.  Recoge vasos y sirve otros, pone hielo y enciende el lavavajillas. En la cara visible del Boulevard, recoge mesas y se desliza, invisible y minúscula, entre unos y otros. En la cara invisible tiende las sábanas que han acogido encuentros de amor mercenarios. Oye conversaciones pero no escucha ninguna, salvo cuando algún cliente le hace algún gesto explícito, pidiendo que le retiren el vaso o que le sirvan otro.

Gretchen piensa en lo que ha pasado. En cómo volver allí. En cuándo hacerlo. En qué espera encontrar. En qué sentido tiene todo. Friederick estaba allí. ¿Quizá la mujer de cuero podría sacarle algún dato? Has sido malo, dime lo que quiero saber o te reviento los huevos a fustazos.

Silenciosa, un ratoncito minúsculo en la bulliciosa sala, cavila.

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17/04/2013, 23:56
Liria

La puerta del local se abrió. Su flamante líder indiscutible y soberano emperador se alzó al cruzar el umbral. Ambroos Janssen, un proxeneta de barba cuidada con cara de haber matado a cincuenta hombres para matar a cincuenta más. Que serían cuarenta menos los que llevaba, o treinta o veinte o diez, pero, pese a no ser un toro, el tío sabía cómo hacer cagar ladrillos a la mayoría de clientes y nazis de poca monta.

A su lado, la pequeña Gretchen, silenciosa y ágil en la posición de pequeña potencia a explotar, ya fuese por Diéter, por Ambroos, por Stille, por Viktor o por quien demonios fuese. Liria, perdida por unos segundos en Arjen, tardó en percatarse de todo aquello.

- Señor Arjen- comenzó a responder, clavando las manos en la barra al verse desprovista de vaso con el que mantener ocupada las extremidades superiores-, si a alguien debiera hacer caso, de los aquí presentes, sería a usted. Huele y se mueve mejor, aunque eso puede tomárselo como un cumplido o un premio de consolación- carraspeó, sonriendo, fingiendo tener agua en los pulmones-. No es que sea usted un consolador, claro. En todo caso un vibrador.

Bromeaba. Con un humor propio de alguien criado entre burdeles que no acostumbraba a gastar bromas, retorcido y difícil de comprender, pero humor al fin y al cabo. Y si quería bromear con Wolfzahn no podía irle mal en su empresa.

- Creo que con un buen lingotazo encima podríamos empez...- pero cortó su discurso en el que hablaba más de sus preferencias personales que de las de Arjen, pues el ecoterrorista no era un cliente cualquiera.

Vio a Ambroos, en lo que Gretchen danzaba en sus idas y venidas perdida en su habitual universo paralelo. La joven se perdió escaleras arriba, cambiándose de ropa con la presteza de una niña asustadiza de agilidad y precisión muy por encima de lo mundano. Ojo, manga.

- Ambroos- saludó la regente del local, ligeramente efusivo-. No llegas demasiado tarde. He hablado con Natasha. Está algo afectada, pero no demasiado. Mañana por la mañana se le habrá pasado, creo- comentó respondiendo a los recados que se le habían encomendado con la partida del proxeneta-. He revisado los registros antiguos. No ha habido nunca ningún Taylor Frederick entre los clientes. O al menos, no que conste. Si le han invitado o algo similar ya no lo puedo saber.

No hizo preguntas al respecto. No las hacía con el sótano como para hacerlo con algo de menor relevancia como eso. A veces era simplemente mejor dejarle a tu jefe cierta cancha para que obrase, sabiendo lo que le gustaba salir de noche y qué tipo de clientes acostumbraba a tener.

- Igual me equivoco, pero diría que aquí el Señor Arjen quería disfrutar un rato de mi compañía- finalizó, dando por cortado su informe y pasando a otros asuntos de trabajo.

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18/04/2013, 15:42
Ambroos Janssen

Por fin en casa. En el castillo donde era señor y soberano, donde sus chicas le saludaban con más o menos efusividad y donde capullos soltaban su dinero para poder meter la polla en algún sitio. Familia, hobby y negocio todo mezclado, porque Ambroos era así: una puta bomba nuclear sin desactivar, calmada en el fondo de las aguas turbulentas de Amstedarm sin explotar...aún.

Dejó que la pequeña Gretchen se escapase a su cuarto: poco le importaba si hoy volvía a bajar a trabajar o no, sabiendo que volvía a estar en un sitio donde podía vigilarle, evitar que se inmolase contra vaya usted a saber qué o que alguien demasiado imbécil pensase que podía aprovecharse de ella solo porque él no estaba presente. El Bulevard necesitaba poco seguro de hogar: Janssen solía bastar. Y si no bastaba por pasiva, bastaba por agresiva.

Pero la vuelta al hogar es también la vuelta a los negocios y Liria reclamó su atención. El proxeneta se limitó a asentir con tranquilidad a sus respuestas. Bien por Natasha, mal por los registros, pero ya lo tenía asumido. De reojo, mientras, echó un leve vistazo a Arjen. Un habitual y un animal, y no necesariamente en ese orden, aunque Liria sabía bien con quién estaba tratando.

- Y yo no tiraré piedras a mi propio tejado. Se limitó a responder, lanzando una mirada a Arjen. Entre tipos como ellos no hacía falta amenazas, solo un entendimiento sencillo. Haz por lo que pagues y no habrá problemas. Pásate de la raya, y el plus me lo cobró a patadas. Disfruta de la noche.

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18/04/2013, 16:15
Arjen Wolfzahn

En cuanto Ambroos y la chicuela entraron, Arjen notó el cambio en Liria. Ésta, siempre atenta a su jefe y con muy claras sus obligaciones, enseguida le saludó con ligera efusividad. Se bajó de la banqueta y se dio la vuelta, apoyando codos y espalda en la barra. Torció la boca, pensativo, y levantó la ceja mientras la muchachilla corría escaleras arriba, seguramente a cambiarse. Observó el acercamiento del señor de la caverna con una sonrisa bailando en su interior.

Arjen midió con la mirada a Ambroos mientras éste hacía lo mismo con él. Somos gente sencilla, se decían con la mirada, no te mees en mi tiesto y yo no mearé en el tuyo. Fácil, sencillo. Tal vez la mirada se prolongó un par de segundos más de lo normal... pero eso también era habitual. Dos alfas han de marcar su frontera mutua siempre que se encuentran, una y otra vez. Era una Ley Natural. Y en su propio local, Ambroos debía dejar claro a sus hembras y a los betas presentes que era dueño y señor. Arjen lo entendió y lo aceptó. Bastantes problemas tenía ya.

"¿Ves, Vanessa? Las relaciones interpersonales son sencillas mientras cada uno sepa dónde debe marcar. Espero que lo entendieras a los 219 metros, chica. Luego seguro que no te dio tiempo."

-Lo haré, Janssen, lo haré -sonrió el rubio una vez terminado el pulso ocular sin que el liderazgo de Ambroos peligrara un ápice pero sin que Arjen fuera tampoco despojado de sus privilegios.

"Siempre pago por los servicios, por cualquiera que solicite. Y ninguna se ha quejado, ¿verdad?". Enarcó una ceja y se pasó la mano por la barbilla sin afeitar. Raspaba. Desde que no estaba Kat se olvidaba de rasurarse a menudo, y ya llevaba casi una semana sin sentir la cuchilla. Ya volvía a tocar.

-Y después de que tu mejor chica me atienda, si no tienes inconveniente, me gustaría plantearte un... -se encogió de hombros sin dejar de mirarle-... llamémoslo "negocio", ¿hmm? Un -volvió a levantar la ceja y asintió- negocio anodino de zapatos de interior. ¿Vas a estar cuidando la lobera o he de seguir tu olor?

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19/04/2013, 00:34
Niki Neill

Había dormido mal. No era el sofá, el lugar mal iluminado o la incertidumbre de sí alguien podría entrar. Era simplemente el miedo, la tensión y al mismo tiempo la intrigante emoción de pensar que en algún lugar recóndito de Amsterdam, alguien conocía mi futuro. Me había despertado con la mandíbula dolorida, debí de estar apretando los dientes al dormir, y mis rostro mostraba que no debí dormir muchas horas. Además llevaba el pelo revuelto, en vez de alisado como de costumbre, a causa de los viajes en moto que enredaban las puntas de mis mechones haciéndolos indomables. Sin duda, supongo Izan quería ser caballeroso, porque definitivamente no estaba preciosa.

Pese a todo, su cumplido solo consiguió sacarme una sonrisa sincera, y pude saludarle y recibirle con un fuerte abrazo. Siempre me encantaba sentir como los fuertes brazos de izan rodeaban mi cintura. Me hacían sentir protegida, como me protegió aquella primera vez tras el bosque. ¿Me habría sentido así antes? ¿Los abrazos de Izan me traerían algún recuerdo del pasado? Dios... No podía pasarme la vida preguntándome si todo tenía que ver con las putas cosas que no era capaz de recordar. Me enfadé conmigo misma momentáneamente por no poder simplemente disfrutar de Izan unos segundos.

Traté de concentrarme en otra cosa, y lo cierto es que la mera imagen de la tostada a medio comer hizo que mi estómago se diera cuenta de que estaba hambriento, así que aprecié el ofrecimiento de Izan y lo acepté de buen grado.

Mis ojos aprovecharon para fijarse en toda la habitación. No me importaban los detalles, o la elegancia. Me importaba mucho más Izan. ¿Porqué taparía al caja fuerte? ¿Qué es lo que no quería que viera? Le miré intrigada pero esa intriga solo pudo hacerse aún mayor cuando supe que iba a trabajar como espía.

- Vaya... No te imaginaba como espía. - Dije torpemente mientras mis ojos seguían mirándole sin poder comprender muy bien que decir... - Puedo preguntar... ¿Qué vas a hacer exactamente? ¿has conocido ya a gente aquí? Nunca pensé que pudieras venir por trabajo.

Mi corazón se aceleró y me preocupé, ¿Podría Izan llegar a ser un impedimento para mí? No venía por mí... Venía por trabajo. Me sentí algo dolida y desilusionada, pero sobretodo preocupada... ¿Amistad con las fuerzas de la ley? Yo iba a ser lo opuesto a la ley aquí... Izan lo sabía... Estaba confusa y asustada, pero no tenía tiempo para eso. Debía organizarme y pensar las cosas con claridad.

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19/04/2013, 00:13
Padre Jürguen

Jürguen escuchó atentamente a Caelum. De algún modo, parecía que el hombre se estaba abriendo a él. No sabía si fruto de la confianza que Júrguen siempre intentaba trasmitir, de la relajada charla, del efecto de la tortilla con María que Caelum se había tomado, o quizás porque ambos eran ahora compañeros de clandestinidad. Quiso creer que era por esto último.

Cuando le contó que tenía una sobrina, Jürguen sintió que ese hombre hablaba de ella como si se sintiera su padre. Ahí le confesó: - Yo una vez estuve casado y tuve un hijo. Murió hace tiempo. - Hizo una pausa para beber del excelente café negro que tenía delante antes de continuar. Caelum esperó pacientemente las palabras de lo que el creía un sacerdote: - Aún me queda una... nieta, a la que me gustaría conocer alguna vez. Aunque no sé si tendré el valor. -

De nuevo, Caelum siguió hablando Esta vez, a Jürguen le extraño que Caelum le confesara los detalles de su enfermedad. Tampoco es que el cáncer fuera el típico mal que crea un estigma social, pero sabía por experiencia que, para ciertas personas, sus problemas de salud, causaran alarma social o no, formaban parte de su vida íntima y personal. No les gustaba hablar de ello, sobre todo con desconocidos.

Saber que había decidido no tratarse hizo que durante un momento pensara que Caelum se había "rendido". ¿Podía juzgarle? Debido a su especial circunstancia, puede que jamás se enfrentara a una situación como esa. Recordó el Campo. Las situaciones en las que algunos prisioneros preferían la muerte al sufrimiento.

Así que por eso ayudas a los desesperanzados. Pensó Jürguen para sí. Y quizás también seas uno de los "mios".

Toda aquella conversación hacía que empezara a entender a Caellum, a empatizar con él. Ya no le resultaba alguien tan insondable. También hizo que sintiera un principio de confianza hacía él. Una futura amistad, quizás. Aunque en la práctica, esa suerte de cosas debían pasar la prueba de los hechos, y no de las palabras.

Estaba en esas meditaciones cuando vió entrar a varias personas entrar en el Boulevard en un breve espacio de tiempo. Por alguna extraña razón, sospechaba que uno de aquellos dos hombres debía ser Ambroos. Por lo que había dicho Natasha, Jürguen se hacía la idea de Ambroos como un hombre fiero, puede que propenso a la violencia, y los dos que habían entrado encajaban en el perfil. Además, a pesar de su caracter paciente, el falso sacerdote estaba empezando a cansarse de esperar. Era hora de entrar en acción.

- Creo que el tipo que andamos buscando puede haber entrado ya en el Boulevard, Caelum. Voy a ver si es él. - Se levantó del asiento, metío las manos en los bolsillos y puso unos billetes sobre la barrra. - Puedes venir conmigo a contemplar el espectáculo, o quedarte, como quieras. -

Decidiera Caellum acompañarle o no, Jürguen salió del Coffee Shop para cruzar la calle en dirección al Boulevard. Esta vez ni siquiera peguntó a quien había en la puerta, si lo había. Simplemente entró al local.

Una vez en el interior echó un vistazo al tugurio, mientras acariciaba instintivamente un pequeño crucifijo en el bolsillo de su abrigo. ¿A qué mierda has venido Jürguen? ¿A ayudar a una pobre prostituta, o a comprobar la posible presencia del Vitalismo en el Sr. Jansen? Será mejor que empieces a decidir cuales son tus putas prioridades.

Se acercó a la barra del local, intentando esquivar a las chicas de alterne, y pidió a la camarera un Vodka de buena marca, sólo. Cuando la camarera terminó de servir la bebida en el vaso, Jürguen le hizo una señal para que llenara un poco más el vaso.

Las manos le temblaron un poco cuando cogió el vaso para darle un sorbo. Recordaba que Natasha le había indicado que tuviera cuidado con Janssen, pues podía ser peligroso, así que necesitaba un aliciente para coger fuerzas. Tras dar un buen trago, le preguntó a la camarera: - Disculpe, señorita. Si no es mucha molestia... ¿sabría indicarme si el señor Ambroos Janssen está en el local?

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20/04/2013, 00:12
Sawako Yamagawa

Tras el encuentro con el extraño Trevor se encuentran con una pareja de lo más peculiar... si es que se puede ser más peculiar que Anki y Trevor. Si el compañero de Anki tiene pinta de mago estrafalario, el tío del coche tiene todas las pintas de ser un mafioso que se dedica a controlar su zona de la ciudad, aunque es bien sabidos que ahí la única mafia que hay es la de los nazis. Todas las demás, si las hay, son tan clandestinas que sus actos no preocupan mucho a la gentuza esa que ya tienen bastante con los Anarquistas.

Escucha la conversación entre el mafioso y la extraña chica hiperactiva que parecen conocerse de antes, pero no quiere preguntar ni donde ni porque ni como ni cosas de esas... prefiere no saber en que líos está metida esa gente tan extraña. Saluda al hombre con la mano cuando Anki les presenta y luego vuelve a su pose inicial con aire rebelde.

-Es posible que ni el coche sea suyo ni que a Anki le guste explicarle a un nazi porque llevamos a un mago de feria, no te ofendas - le dice a Trevor -, con ella... pero lo cierto es que se nos está haciendo tarde y la "reunión social" nos espera... así que o nos movemos o nos dejamos coger por los pelizuchos esos o hacemos acampada aquí... y yo prefiero lo primero... ¿vamos?

Espera la respuesta de sus dos acompañantes y quizá de los dos que están en el coche. La verdad es que ella no ha ido ahí para encontrarse por el camino a gente extraña... suficiente tendrá con lo que se pueda encontrar en las fábricas abandonadas.

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20/04/2013, 16:22
Ruth Karsten

¿No se ha enterado? Seguramente los nazis se habrán encargado de que no corra el rumor... -piensa al ver que Stille desconoce el paradero de Axel.

Ahora le tocaba a Ruth decir dónde estaba y por qué, cosa que no le iba a gustar para nada. Iba a comenzar a hablar para explicarle el por qué de la huída de Axel, cómo cosió a tiros a un nazi en la puerta de su casa, cómo salió corriendo... Pero mientras medía las palabras de cómo poder decírselo, menciona brevemente la historia de Gretchen.

Era otra niña víctima de su propio padre. Otra Ruth.

La chica dio una calada muy larga y profunda al cigarrillo que se consumía entre sus labios. Se había quedado paralizada, sin saber qué decir al respecto mientras le asaltaban los recuerdos de su infancia... Los gritos y los insultos, como corría por toda la casa buscando donde esconderse los duros golpes que recibía de manos de un hombre que odiaba con la misma intensidad con que lo había querido.

Cierra los ojos un momento y suelta el humo que había aspirado en un suspiro, mientras mira por la ventanilla del coche. Sin quererlo, su visión sobre esa chica había cambiado, ya no la veía con los mismos ojos... entendía perfectamente su dolor y el por qué se había marchado de casa, como había hecho ella misma entonces. Sólo esperaba, que ella no acabase igual... aunque por lo menos, había tenido la mano amiga de Stille que pudiese guiarla.

Pero el pasado no se podía cambiar y ese mismo pasado, la había convertido en una niña rota. Igual que Ruth.

Vuelve su mirada a Stille, para volver al tema de Axel, mientras le dedica una sonrisa agradecida por querer ayudarla. Sin embargo, debía confesar que tanta amabilidad así de primeras, le daba mala espina a Ruth... pero a decir verdad, la pelirrosa pagaría cualquier precio por saber que su hermana estaba bien.

En ese momento, se acerca una chica al coche, acompañada de otras dos personas y Ruth adopta su gesto desconfiado, similar al de un gato callejero.

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20/04/2013, 18:04
Ruth Karsten

Ruth mira al trío que se acerca al coche y se encoge en el asiento. Los mira uno a uno, sin dudar, era un grupo muy peculiar y extraño...

Decide no hacer mucho caso y cuando Stille la presenta vuelve a mirarlos y hace un gesto con la cabeza, saludándolos. Sigue ensimismada en sus pensamientos, mirando al vacío sin prestar demasiada atención a lo que dicen... ni que le importase. Se termina el cigarrillo y tira la colilla por la ventanilla del coche mientras suelta la última bocanada de humo entre los labios. Apoya la cabeza en el asiento y espera a que se vayan para poder ir a atender asuntos más importantes...

Hasta que mencionan la periferia y las fábricas abandonadas...

Como un resorte, Ruth se incorpora y atiende a la conversación. Si todos tenían que ir a allí, ¿qué hacían ahí de cháchara? La chica se pasa una mano por el pelo para apartárselo de los ojos y asiente a las palabras de la chica japonesa.

-Sí, vamos.-pronuncia simplemente metiéndole un poco de prisa a Stille.