Partida Rol por web

Roderigo se quedó pensativo, la clave secreta bien podía llevar a un tesoro aún mayor...bueno salvar el pellejo y encontrar el caliz de marras era suficiente tesoro, pero si algo se caía en los bolsillos mejor que mejor. Antes de marcharse inspeccionó la sala buscando alguna coincidencia con lo que había en las paredes y el papel, miró el arma por si fuera parte de la clave e hizo lo que Jaume, revisar las inscripciones de la tumba(de copiarlas ya se encargarían otros).

Sí, sí... -dijo don Richard-: la inscripción. Algo pone ahí...

Tranquilo, Jaume, no hará falta -dijo el de Lupo, instando tanto a que mantuviera la calma como a que no hacía falta copiar nada-. Entonces cerró el papiro, lo guardó, se agachó apartando a Roderigo, et hizo que le alumbraran bien con la antorcha et que luego leyó directamente del latín al castellano, en alto:

Sebastien Loines, Eques Templi... -relató primero-. MCCLXXXI - MCCCXXII... ejem... -carraspeó-: Sebastién de Liones, caballero del Templo, 1281 - 1322... Es el caballero templario del que supimos...

Acto seguido, volviendo a mirar en la tumba Nadir y Roderigo, pareció que poco le interesaba a Rasiq aquellas cuestiones de búsqueda, sino que permanecía expectante. Entonces, Roderigo miró de nuevo la espada oxidada entre las manos del cadáver (pues ninguna otra cosa de importancia encontró en la tumba). Dicha espada estaba mellada, pero conservaba, al menos, su peso.

A ver, tráe eso... -dijo de repente Ricardito, arrebatándole la espada al muerto, et siendo apartado de nuevo el pobrecillo de Lorca ante su antiguo señor-. Y es que el escocés siempre supo que Roderigo no era hombre de espada del todo... Uhmmmm... -la levantó en alto, en medio de la osucuridad..., sopesándola y asintiendo como buen sabedor de filos:  Una vez fue una buena espada, sin duda... Et al momento, don Richard comenzó a vocear por toda la cripa, ¡por toda ella!:

Aaaahh, ahhhh, ahhhh, ¡¡¡¡quemaaaa!!! -y soltó instintivamente la espada, cayendo ésta al suelo-. Mi cuerpo, ¡Me quema! -Et que entonces pidió vuestra ayuda...- ¡Quitadme la armadura! ¡¡QUITÁDMELAAA!! -et os pedía que le quitáseis su loriga de malla en medio de una gran desesperación, mientras corría de un lado para otro como quien sale ardiendo-.

Rápidamente, cumpliendo mi juramento de médico, me apresuré a ayudarle, aunque no terminaba de entender lo que acababa de suceder, pero si necesitaba auxilio y atención médica, era mi deber socorrerlo...

¡Esa espada, sin duda alguna, debía encerrar algún encantamiento mágico! Con todo lo que habías visto en tu vida, estabas seguro de ello.

Contempla con sorpresa la reacción de su antiguo amo al contacto con la espada. ¡Debe de estar maldita! Comento, mientras contenía una risa maliciosa en su interior. Yahvé pone a todos en su sitio. Ahora es a ti, Richar, a quien le toca sufrir. Pero a pesar del rencor que le guardaba a su antiguo amo, el corazón de Namir también se guiaba por el honor del guerrero y morir preso de una maldición no era un fin honorable para un guerrero, se acercó a ayudarle. Al acercarse presto atención a su armadura y al cuerpo de Richar, buscando algún indicio de la causa de la desazón de este. Tranquilizase, no hay nada ardiendo.

O bendita... dice Rasiq mirando con suma desconfianza a Richard... sea lo que sea tal vez sea buen momento probar... dice mientras toca la espada con sumo cuidado...

Observé toda aquella escena sin intervenir, dejando que aquellos los mis acompañantes tomaren los riesgos, y tocaren lo que a buen seguro no debiera ser tocado. El hallazgo del pergamino y de la identidad del caballero sin duda eran dos importantes pasos en aquella búsqueda: aquellos templarios, guardianes de secretos inmemoriales, habían de haber ocultado alguno de ellos en los glifos que presentábanse ante nosotros, prestos a ser desvelados. Empero, que antes de que más pudiéremos hacer, mi antiguo señor, el traidor Richard, hubo de echar mano de la espada que se ocultaba en el féretro, queriéndola sin duda (secretamente) para sí. ¡Maldito bastardo ambicioso e ignorante! Tal cosa habría de costarle la desgracia de arder como un perro en el interior de su armadura, o eso decía. Tales eran sus gritos que casi sentí compasión de él. Mas, viendo que Nadir acudía en su auxilio, no hubo tal de despertar mayor interés en mi, y lo dejé, volviendo mi atención a la espada que Rasiq se disponía a tocar de nuevo.

- Non faría yo tal cosa. - díjele, queriendo apartarle, mientras yo mismo examinaba la hoja sin tocarla.

Con gran cuidado, me agaché junto al filo de aquella tizona, observándola con gran interés. No había duda de que un poderoso encantamiento pesaba sobre ella, uno tal que había de abrasar a quién la tocare, aunque tal vez hubiere un modo de cobrarla sin sufrir su maldición. Mientras miraba, hice por recordar las muchas lecciones que aprendiera años atrás, exiliado en un bosque del norte...

Dirán luego que los médicos eran matasanos, et que los judíos nada tenían de bueno y de fiar; pero fueron un médico y un judío la causa por la que don Richard no cayera inconsciente de su aparente locura: entre los dos le retiraron la loriga de malla que cubríale el cuerpo entero. Rápidamente, éstos dos tiraron la lorza de hierro al suelo, desplomásndose en la cripta, e instintivamente el noble escocés rodó por el suelo, como si de llamas anduviese cubierto... Harto le parecería aquesto, pues llegó un momento, ya despojado de sus protecciones de hierro, que se calmó, y se quedó bocarriba, mirando el techo oscuro de la cripta (apenas iluminado) y sintiendo la fría piedra del suelo en sus ropillas.

Tras ello, Rasiq se acercó a la hoja y la tocó con sumo cuidado. Notó en su costado (donde tenía el telek) que éste comenzaba a quemarle sobre el riñón, y rápidamente dejó de tocar la espada oxidada: ahí comprobó que las alucinaciones de don Richard no eran banales (a priori). Acto seguido, también se agachó el noble don Álvaro, junto a Rasiq, sin tocarla, sólo oteándola bien.

Tras observarla bien (sin tocarla) supiste que tenía ciertos grabados ya muy poco visibles, aunque reconocibles por tí: uno de ellos correspondía con un hechizo llamado el "talismán de la Guerra", el cual, una vez activado, generaba una ola de confianza por todo el ejército de la persona que empuñara tal espada. Además, otro de los grabados correspondía a un hechizo bastante común (entre los círculos de los que conocían la magia), llamado la "Maldición del Hierro", el cual hacía quemar el cuerpo de la persona que empuñara la espada con todo el hierro que llevase encima. Claro que, quien fuera digno de empuñar el tal objeto que llevara este talismán (o a quien la espada eligiese de por sí), no sufriría daño alguno. Supiste, además, que podías trasnsportar esa espada tapándola con un simple paño (sin tocarla directamente).

Et justo cuando don Álvaro y Rasiq examinaban la espada, et don Richard andábase tumbado, las lápidas... ¡comenzaron a moverse! Un ruido en el interior comezó a sonar en cada una de ellas. Vísteis que al principio del a cripta (vosotros estábais en el fondo) una figura humanoide había salido ya de la tumba, y se estaba incorporando... portaba espada y armaduras, a la manera de caballeros militares de antaño... ¡¡¡Y en breves el resto de cuerpos seguramente se alzarían!!!

Al ver lo que estaba sucediendo, no pude más que decir al muerto levantado, con un toque nervioso:

- Bueno... Supongo que no seréis amigo, ¿verdad?.

Sabía que no era un comentario inteligente, pero era lo único que se me ocurría hacer en ese preciso momento.

Observaba aquella espada tratando de discernir algo en ella, cuando, de repente, hubieron de alzarse los mismos muertos. ¡Maldita nuestra estampa por arrojarnos a aquel pozo de maleficios! Claro era que no habría ocasión de zanjar aquel asunto por la voz, así que no lo hube de pensar dos veces, y eché rauda mano del hacha que llevaba a la espalda, pesada arma de combate que no pocas carnes había hendido. Presto sentí la tensión de la lucha en mi ser, y di paso al frente, interponiéndome entre el oscuro ser y mis compañeros, mientras preparaba golpe mortal.

- ¡Atrás Jaume! - dije al médico - Cubrid a mia espalda...

¡Quema donde llevo metal! Tal vez... dice Rasiq sin tiempo a mas pues lo que mas temia, que una maldicion o patraña oscura, acababa de acontecer...

¿Pelea o huida? grita mientras prepara su arma.

Creo que este es un buen momento para huir. Contesto a Rasiq. Nunca rehusó un buen combate, pero luchar contra muertos no es…. Namir dudaba como definir aquel encuentro sin faltar al respeto a los muertos y sin parecer un cobarde.  “Noble”

Aunque el judío estaba apelando a la huida, para él la solución más lógica en aquella situación de ultratumba, preparo su lanza.  

Cuando Roderigo vió los cuerpos levantarse no dudó lo más mínimo. Se escabulló detrás de Don Alvaro, le quitó el pergamino al de Lupo por si no lograba este escapar y empezó a correr como alma que lleva el diablo rumbo a la cuerda. Habían despertado algo oscuro y maligno y no había tesoro que mereciese la pena enfrentarse a los muertos, de modo que corrió y corrió hasta ponerse a salvo.