Partida Rol por web

Sherlock Holmes by Night.

London by Night - El Fulgor de la Dentellada - Escena 3.

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04/05/2013, 22:40
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Y eso fue lo que hicieron, tirar para adelante como pudieron. Diez minutos después, cuando el noticiario dejó de enseñar a un Gregory Lestrade comprometido que recortaba preguntas como cuchillos, ninguna de las cuales aportó más información reseñable al dueto que hablaba en la cafetería, entraron ellos. Dawn Willow y Gregory Whitehorse.

Dawn. 24 años. Melena rubia y larga en sintonía con zafiros claros en los ojos. Entre cinco y diez centímetros más enjuta que Candice, bordeando el metro sesenta y medio. Infantil pero responsable, amable pero severa, extrovertida pero tímida, una moneda con dos caras en un mismo lado. Venía de, tal y como explicó, meterse un par de analgésicos para el dolor de cabeza, con un café encima. No debió salir hasta tan tarde, pese a que venía con aspecto físico de haber dormido una semana, si bien su cerebro parecía bastante magullado. Puso al corriente a los otros tres sus avances en el stock de dibujos, de una trayectoria profesional en que se aplicaba casi a diario y en la que tenía puesta sus ojos, pese a las altas calificaciones en la universidad.

De una belleza pareja a de Candice, aunque con un aire menos cándido y más exuberante, compartía con ella la convicción de vestir con cierta sencillez y comodidad, desechando la ropa ceñida o excesivamente corta. Condescendiente y amable, aseguró que no pensaba ser ella quien se metiese con Candice por lo del local. Bastante tenía ya la pobre con tener que haberse metido ahí por su amiga. Como no podía ser de otro modo, concedió a Candice que, si podía ayudar de algún modo, adelante.

Fue ella la que suavizó a Greg y les salvó de él, que con su metro noventa y sus casi noventa kilos de peso, valoraba demasiado a Candice como para no preocuparse en exceso por ella. Sí, cierto era que ya no estaban saliendo, y que sin pareja, Greg solía ser bastante casquivano, pero su acento escocés y él estuvieron preguntando un par de veces si no hubiese sido mejor tomar aquel asunto de otro modo. Por supuesto, prefería anteponerse él y su Muay thai contra el chico en cuestión que había tenido problemas con la amiga de Candice. Pobre ella por decir aquello, que durante media hora tuvo que estar dando largas al respecto.

Como no podía ser de otro modo, sin saber cuales eran todas las circunstancias de Candice, Dawn convino en que saliesen esa noche los cuatro, por los viejos tiempos, y que celebrasen que seguían enteros tras un par de baches en el camino. Y es que a la joven se le escapó que Edmund estuvo dándoselas de héroe en Ministry of Sound la noche anterior, salvando a Lestrade de una asesina a sueldo rusa en un reservado. Todos sabían ya por las noticias que habían muerto los dos guardias de seguridad en la puerta, que tuvieron que evacuar el local por un incendio, y que estalló un coche con un anciano dentro a la salida. Así que, una por Decadence y otro por Ministry, aquello había que celebrarlo.

Una suerte que Greg asegurase que él y Edmund estuvieron en el local de BDSM para ayudar a una amiga de él, Roxy, a la que habían detenido. Una mentira como una casa a juzgar por las miradas de ambos, pero coló, con reservas, a ojos de Dawn, que aseguró a Edmund que eso no le libraría de quedar castigado. Mentira.

Así que, básicamente, a la noche tenían una cita con los pubs de la ciudad, a celebrar que seguían vivos, que Dawn tenía pendientes un par de llamadas a revistas de ilustración, que Edmund estaba a meses de ser bombero, y que entre todos, especialmente Edmund y Candice, la vida de Lestrade era un pelín más fácil. Salvando a la prensa y que alguien quería matarle contratando a rusos, claro.

Estuvo bien. Hasta la hora de la comida allí, tomándose el almuerzo y contándose batallitas del tiempo que habían estado separados. Una que si Edmund roncaba por las noches, algo que tuvo que acabar desmintiendo, y el otro que si la barba le salía más rápido que lo que tardaba en afeitarla. Bien sabían todos, Edmund por las duchas y Candice casi que por lo mismo, pero con otro matiz, que Whiterhorse no era un absoluto un hombre lampiño, y que ya podía recortarse el vello que salía a velocidad de vértigo.

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04/05/2013, 22:40
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La tarde pasó doliente para Candice. Se había reunido con tres buenos amigos del pasado, con una ex-pareja que seguía preocupada con ella, pese a que, tal y como había sido antes de salir juntos, Greg no pasaba hambre, cosa patente al mentar a Roxy, la sumisa asidua a Decadence. No era su nueva pareja, por supuesto, pues el hombre no acostumbraba a repetir, siempre gentil y cambiante salvo cuando tenía pareja fija.

Quizás, y sólo quizás, en el fondo la echase de menos. El hombre había insistido bastante en ayudarla con su amiga, que no existía, o al menos, no la que mentó Candice con su excusa, pues sí que había una Sophie Campbell a punto de sufrir una muerte inminente e inmanente. Nunca había sido un chico posesivo, ni mucho menos, tanto así que a menudo era, quizás, demasiado relajado en el plano sentimental. Sin agobiar a Candice, dándola su espacio. Lo más revelador fue cómo al final se despidió de ella en un aparte.

- Te pasa algo más. Te conozco. Hay algo que no nos has contado- fue lo que dijo, con unos cuantos meses a las espaldas de aprenderse demasiado bien a Candice-. No seré yo el que te presione demasiado al respecto, que bastante pareces tener ya, pero si necesitas algo, sabes que haría lo que hiciese falta- se despidió de ella con un abrazo, aún con las cejas enarcadas en gesto preocupado-. Nos vemos esta noche.

Y con un palmeo en el hombro, se fue por su lado. Dejando a Candice por el suyo y la aún pareja por el otro. Ciertamente, Candice sabía dónde vivía. Tenía su número. Su e-mail. Su facebook. Y Greg era un hombre fuerte, astuto, y con ese aire de leñador curtido, entrenado desde niño junto a Edmund en artes marciales. No en vano, el joven de casi veinticinco años pertenecía al cuerpo de bomberos. Si le necesitaba, era suyo.

Tras comer, fue en el metro cuando la llamaron. Tarde avanzada, con unas cuantas horas a las espaldas. Una fugaz visita al hospital sin novedades, con un estado que tenía un pronóstico no demasiado alentador, pero con un padre consciente para apoyarla y aconsejarla en lo que precisase. Se dirigía a su encuentro con Ellen Crosby, cuando sonó su teléfono en mitad del vagón. Con las luces pasando tras de ella iluminando el canal, escuchó la voz.

- Candice Bradley, encantado, soy el mentor de Veronik- saludó una voz distorsionada a través del auricular, carente de respiración cortada o modulación parcial-. Como bien le habrá comentado, hay gente a mi alrededor que está interesada en Edmund Young. Puedo y quiero intercambiarla con ellos por el derecho a Abrazarla. Un término con el que aún no está familiarizada, lo sé- lo que debió ser un suspiro se tornó un chasquido de lengua-. Siento lo de su padre, de verdad. Es un gran pianista y mejor persona, y me encargaré de condenar a Jack, pero debo comprobar hasta qué punto está dispuesta a darlo todo por él. Sólo así sabré si es o no el tipo de persona que estoy buscando.

Era cortés y frío, anclado tras su tecnología, su telón de acero y su juego de sombras. Pero era algo insensible, y asumía que no tenía que explicarle demasiado nada a alguien con el coeficiente intelectual de Candice Bradley. Cierto, todo sea dicho. No era estúpida.

- Debo serle franco para que nuestra relación sea satisfactoria, así que sepa que no respondo por la gente que se haga cargo de Edmund- esta vez, era él quien asumía no saber algunas cosas-. Sin embargo, debe usted saber que conozco personalmente a su padre. Le prometo que dispongo de los recursos necesarios para salvarle la vida.

Y colgó. Sin dar espacio a Candice a responder. Dejó que la joven pensase, y se pusiese nerviosa. No tenía una dirección. Sin embargo, diez segundos después, llegó. Un mensaje instantáneo con un número desechable, que sólo contenía una línea. Una calle y un número. El lugar donde debía dejar a Edmund, sin duda.

Ahora sólo le quedaba decidir. Aquel hombre, desde luego, era una versión paralela de su padre. Tenían bastante en común, pese a tener otras tantas diferencias bastante claras. Aquel pequeño monólogo bastó para hacérselo ver, aunque le costase desengranar en qué cosas se parecían. Si estaba dispuesta a sacrificar de algún modo a Edmund para salvar a su padre, era una decisión moral sólo suya. Por otro lado, su interlocutor era un Adam Lawrence sombrío basado en el subterfugio, que ansiaba relacionarse con ella y su capacidad intelectual, haciéndola pasar por un aro psicológico y una prueba de fuego.

Ciertamente, no era una situación fácil. Una suerte que todo el mundo estuviese de su lado fuese cual fuese la decisión. Gregory Whitehorse, Ellen Crosby, sus amigos de la universidad, y el propio Lawrence, Doctor en matemáticas, que llevaba dos noches queriendo contarle algo.

Un rato después, a la salida del metro, apareció Ellen Crosby a su encuentro, tal y como había quedado con la joven universitaria. Se acercó tras un concierto del conservatorio, maravillada, a conocer personalmente a Candice. No sabía tocar ningún instrumento por falta de talento, así que disfrutaba asistiendo a óperas y conciertos. Encantadora como era la joven Bradley, acabó amistándose con ella. Bien era cierto que no estaría dispuesta a secuestrar a Edmund o ir al fin del mundo por la joven Bradley, pero sí que estaría dispuesta a hacerle algún favor.

Sencilla como ella sola, salió del ayuntamiento con sus botas grises, su maletín, que hacía también de bolso, colgado del brazo con una correa, alcanzando la cadera. Con un abrigo negro hasta las rodillas, dejando ver el cuello y vaqueros azules. La melena, de un castaño claro tirando a pelirrojo, con unas gafas de luna tintada, a juego.

- Candice, hola, querida. Mi más sentido pésame- como dijo por teléfono antes, había leído la noticia de su padre en el periódico-. Supongo que no será nada, pero creí que debía decírtelo en persona. Cuando comenté lo de Arthur en el ayuntamiento, me dijo un compañero que vio por la zona un grupo de rusos bajo su casa- la casa de la propia Candice, vaya-. Supuse que te gustaría saberlo, por si las moscas. Sobretodo teniendo en cuenta que recuerdo ver hace dos noches unos rusos ante el 221B. Tengo una laguna mental respecto a lo que hice después. Sólo recuerdo llegar a un restaurante, el Clarence, y llamar a la señora Hudson. Se lo comenté, pero Watson, que también estaba allí, dijo ya lo sabía.

Sonrió, ligeramente nerviosa. Un discurso un tanto atropellado, con mucha información por un lado y muy poca por otros, pero se entendía. Lo de los rusos comenzaba a ser un problema. No sólo por la pérdida de memoria selectiva de Ellen y que estuviesen bajo el piso alquilado del difunto Sherlock, sino porque ya lo sabían los residentes del 221B de Barker Street, también estuvieron bajo el piso de los Bradley, y porque la asesina a sueldo que quería matar a Lestrade, según Dawn Willow, era rusa. Una asesina que hubiese triunfado de no ser por Edmund Young.

- Eso, y que por Dios, Candice, necesitaba verte. He ido a demasiados conciertos de tu padre como para dejar algo así correr. Quiero saberlo todo. ¿Cómo estás tú? El periódico dijo que estabas en casa, y que la policía llegó en el último segundo. Sé que suena mal, pero tengo un par de amigos psicólogos, por si necesitas desahogarte. Sin ánimo de llamarte loca, vaya- la mujer parecía alegre, con un buen día, pero condescendiente para con Candice. Ciertamente, estaba preocupada por ella, y necesitaba saber, no sólo cómo estaba, sino cómo iba todo.

Lo importante para la joven Bradley, no obstante, era saber cómo podía esa información prestada ayudarla o cómo debía tenerla en consideración de algún modo. Era obvio que no estuvieron bajo su casa por lo de Edmund. A él lo vio por la noche, el día de antes, tras un tiempo sin contacto. No podían buscarla por su culpa. Aquello debía de estar relacionado con Arthur y no con ella. Eso lo vinculaba al 221B, y explicaba también el vínculo con matar a Lestrade, pues este estaba ciertamente conectado a Hudson, Sherlock, y Watson. La pregunta era por qué matar a Lestrade, por qué vigilar el 221B, cosa que Candice vio con sus propios ojos cuando fue a ver al veterano de vietman.

Pensó, pensó, rápida como era su mente. Tenía suficientes piezas. Sherlock tuvo algunos casos que incluían a rusos, todos ellos, en última instancia, conectados bajo el mando indirecto de Moriarty, un criminal cuyos fines no quedaban nada claros. Ahora Sherlock y Moriarty estaban muertos. Quedaban los rusos. Subió la criminalidad y una generosa cantidad de casos se quedaron por cerrar. Eliminar al Inspector era reducir las posibilidades de acabar incriminados. Pero esas últimas dos frases eran una mera conjetura lógica.

Arthur Bradley tuvo en sus conciertos a espectadores en el Palco Vip. Entre ellos Sherlock Holmes, Irene Adler, John Watson y la pareja de este en aquellos tiempos. Eso les vinculaba. En teatros donde tocó Arthur se resolvieron crímenes, los cuales tenían por Inspector a Lestrade y por Detective Asesor a Holmes. Voilá.

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04/05/2013, 22:41
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Greg se despidió de Candice aparte, diciéndola algo en privado. Tras ello, se fueron los dos, cada uno por su lado, y Edmund quedó a merced de Dawn, que lo llevó a casa y pasó un rato cocinando pasta en la olla, bajo el sonido de la radio y el diálogo con Edmund. Bromeó con el asunto de Decadence, aceptando o fingiendo aceptar que se trataba de ayudar a una amante esporádica del pelirrojo. Habló de Ministry of Sound, y de la suerte que habían tenido. Pero sobretodo, de la que tuvo Lestrade y la curiosa coincidencia en Decadence.

Comieron juntos, un preservativo en la ducha, una comedia en el ordenador y un paseo hasta dejarle en el Dojo con su viejo amigo, que reparó dos veces en lo mucho que le disgustaba el asunto de Candice. Al salir, una palmada en el hombro, tras ducharse en los vestuarios y se despidió de él.

El sol se escondía. Dawn debía de estar, todavía, enseñando unos dibujos a un editor. A ver si tenía suerte, que bien venía el dinero. De vuelta a casa, el joven Edmund era consciente de que tenía, en unas horas, una cuenta pendiente con Candice. Y sin embargo, sabía que algo fallaba. Viktoria había engañado a Abel como si este tuviese algún tipo de retraso mental bastante serio. Candice había entrado allí y salido asegurando que lo hacía por una amiga suya. Una la cual, por mucho que decía, no terminaba de sonarle a Edmund, y no es que su explicación tuviese demasiado peso. En el mismo local, una banda menor había estado torturando a alguien de quien la prensa no hablaba. Y al salir, Viktoria le había dicho con los ojos, o más bien con las manos, que le estaría vigilando. Ni puta gracia.

Nada más llegar a su edificio, a casa, dos coches de policía en la planta baja, sobre la acera. Fantástico. ¿Acaso iba a encontrarse otro cadáver y una nota salvándole el pellejo? Sólo esperaba que esta vez no fuese con él la cosa. Inicialmente no supo si tomárselo como una suerte o como una desgracia, pero había un cadáver.

Un grupo de de criminalística estaba en casa de su vecino, Iain McGrogan. Al parecer, investigando su desaparición debido a que el dueño de no-sé-qué empresa a la que pertenecía aseguraba que no respondía a ningún teléfono y que no estaba en ningún sitio. Pues bien, había aparecido. El cadáver estaba en su casa, y en la puerta de la misma, una M escrita con la sangre del repartidor. Y M no era una letra precisamente agradable de ver en Londres. Porque solía asociarse a Moriarty. Estando este muerto, o la fingió o  debía de ser algún imitador. Uno que había desmembrado en cinco partes al hombre y lo había metido en la bañera. No hacía falta ser un genio para achacarlo a una obra de Jack el Destripador, el imitador del victoriano que asolaba Londres y las noticias ahora que la criminalidad estaba en alza. Y se había encargado de su vecino.

Allí estaba Lestrade, nuevamente, con cara de pocos amigos. Él y un compañero de trabajo, James Swan, un moreno con barba de complexión atlética que bien recordaba a una mezcla entre un joven sheriff a la vieja usanza y un cruce físico entre Edmund y Greg. Tenía unos pocos años más, pero la constitución física del primero y el vello del segundo. Conociendo a Dawn y Greg, el cabello grasiento y con un patrón de crecimiento acelerado le era fácil de reconocer.

Le asaltaron a preguntas durante un buen rato. Su relación con Iain. Cuando fue la última vez que le vio. Qué carácter tenía el hombre. Si había visto o escuchado algo raro o conflictivo. Si había recibido visitas. Pero apenas le conocía de vista, y no supo decir nada. Un vecino anodino, común, sencillo y que no ponía problemas. En el ascensor, un "menuda lluvia" o un "soy repartidor, trabajo para Beefy Jim" para justificar el pesado olor a carne cruda. Lo único reseñable pastillas que tomó una vez, asegurando que eran recetadas por el psicólogo para el control de la ira. Bueno, era algo.

- Edmund, estás empezando a cabrearme- dijo con confianza y cierta tensión el Inspector, al acabar, conforme llevó a un aparte a Young-. Lugar en que te metes, arde. Me salvaste el pellejo en Ministry of Sound, lo reconozco- golpeó con el bastón el suelo, pero desvió la vista, perdiéndola en la nada-, pero empiezo a pensar que igual eres tú el origen de los problemas, llámame paranoico. Primero la discoteca, luego el club de bondage, dominación, sumisión y masoquismo. Y ahora, tu vecino. Si me estás ocultando algo, haz el favor de decírmelo a mi o a Abel, pero hazlo- compuso una mueca cínica y negó-. Es raro que no hayas muerto.

Siguió hablándole, en tono ligeramente concesivo y explicándole la situación. Jack el Destripador parecía el artífice de ese crimen. No lo hubiese dicho si fuese confidencial, pero no lo era. Y menuda sorpresa. Lo que añadió a eso fue que Arthur Bradley, un famoso pianista, había sido ingresado en cuidados intensivos en el hospital St. Thomas después de que Jack el Destripador asaltase su casa intentando matarle. Le hizo atravesar un espejo y destrozó el abdomen, incluyendo bazo, estómago, intestino e hígado. Un golpe francamente abrumador. Candice se salvó en el último segundo gracias a James Swan. Muchas coincidencias para ser tales.

Según dijo, estaba en los periódicos. Una lástima que Edmund no mirase los periódicos. Aquello pasó hace dos noches. Y entre medias fue a Decadence, a ayudar a una amiga suya con una explicación poco sólida. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que les había mentido a todos. Incluido a su ex-novio. Tras ello, Greg insistió una vez más. Aquello ahora le conectaba con Candice. Le conectaba mucho. Porque ambos estuvieron en Decadence la noche anterior. Porque ambos estaban relacionados con El Destripador de algún modo. Y porque ya estaban conectados de antes, pero ahora eran parte de algún tipo de crimen. No era nada agradable la situación.

Y sin embargo, podía ser peor. Mucho peor. James Swan, el salvador de Candice, también se llevó después a Edmund a un aparte. Lo primero que le dijo, con cara de pocos amigos, fue "lee" tendiéndole un periódico. Un periódico inédito, del día siguiente. En él se decía, o se diría más bien, que a James Swan le había tocado la lotería el mismo día que encontró a su hermana, Emma Swan, muerta en su cama. Una noticia en mitad del periódico, sin mucho peso. Los Swan eran una familia influyente, que otrora tuvo dinero pero que su fortuna familiar se fue extinguiendo. O eso decía el noticiario.

- No lo pone, pero el boleto de lotería me llegó en un sobre. Uno sellado en cera con una M. El texto decía que, tal y como prometió, la venerable Elizabeth Swan, mi abuela, viviría lo mejor posible el resto de sus días. Nada más- estaba enfadado, dolido, y claramente, investigando la muerte de su hermana en lugar de viviendo el luto-. Este caso está relacionado con mi hermana- añadió, y era cierto, pues ambos tenían la M, el sello de Moriarty-. Necesito que me digas todo lo que sepas que pueda serme útil. Estás tan jodido como yo, admítelo. He hablado con Lestrade, y me lo ha contado todo.

También era policía al fin y al cabo. Uno con oculta implicación emocional dado ignoto el vínculo con la M. Veladamente, amenazó a Edmund en caso de que dijese algo. Tenía pinta de ser un buen tipo, en el fondo, pero acababan de cargarse a su hermana. Y haría lo que fuese preciso para pillar al culpable y sembrar justicia. Habló más con Edmund, interrogándole en privado sobre todo. Sobre la asesina rusa. Sobre el local de BDSM. Sobre su viejo caso. Le dio su número de teléfono y su dirección, por si en algún momento quería hablar con él. Estaba dispuesto a ayudar a Edmund si Edmund le ayudaba a él. Qué le contó Edmund sobre todo, era una decisión que sólo le competía a él.

Sea como fuere, el puzzle tenía ya muchas piezas. Podía empezar a resolverse. O morir en el intento. Resumiéndolo a lo esencial sobre lo que sabía e importaba, Viktoria, tras engañar a Abel y justificar su presencia en Decadence, quería echarle el guante a Edmund. De algún modo debía de estar involucrada en todo, o no hubiese necesitado mentirle a ningún agente del gobierno. Por otro lado, el asesinato de McGrogan era una recreación parcial de su problema anterior. Y era, también, algo conectado con Escocia, a juzgar por el apellido. Conectado con Moriarty, se conectaba con Emma Swan, y por tanto, con James Swan. Conectado con Jack el Destripador, el ejecutor que no artífice, se conectaba con Candice Bradley, que le había mentido y a la que también estaba conectado por Decadence, lo que la conectaba indirectamente con Viktoria. Sólo faltaba por encajar la asesina rusa, que estaba conectada a Lestrade, que estaba conectada a Edmund.

Un auténtico jaleo. Pero estaba claro que aquello no se resolvería solo, y que el próximo cadáver podría ser él. Cuando la policía se fue con el cadáver en una bolsa y aquello quedó precintado, por fin pudo entrar el hombre a casa. Ni sabía cuanto tiempo habían estado calentándole la cabeza con preguntas y, casi, con amenazas. Y todo porque no tenían nada y lo necesitaban todo, y Edmund estaba en el ojo del huracán.

Entró en casa y cerró la puerta. Ya no había nadie vivo para agobiarle, protegerle, avisarle o vigilarle.

Pero sí una muerta. Cerró con llave, las dejó sobre el cuenco de cristal en la mesita de la entrada, y fue a sentarse al comedor. Tan pronto se quitó la cazadora y miró el sillón, la descubrió.

- Hola, grandullón- saludó a su metro ochenta y a sus 165 libras de peso-. Acabó de llegar, espero que no te importe que me haya puesto cómoda. Aún estoy medio dormida.

Era Veronik, la camarera del Decadence. La que había engañado a Abel y la que había amenazado a Edmund. Allí estaba. Fresca y entera. A una hora tras la puesta de sol. Con medias de rejilla, falda corta, y camiseta sin mangas. Con un colgante en forma de murciélago colgando del cuello, y con el cabello castaño desmelenado. Pálida pero maquillada.

- Supongo que te molestará un poco que irrumpa en tu casa, pero eso tendrá solución pronto, confía en mi- sonrió como una pequeña psicópata, rejuvenecida gracias a cosméticos-. Aunque por otro lado, siendo optimistas, tras lo de tu vecino yo soy casi una alegría. Verás, mi "padre"- entrecomilló los dedos-, por llamarlo así, te dejó una nota hace un tiempo, aquí en casa. Vengo a cobrar.

Sonrió, con la mandíbula abierta. Dientes blancos, níveos como la piel, rectos, perfectos, limpios hasta el punto de parecer espejos. Toda la dentadura, encerrada tras unos labios rosados y suaves. Sólo un pequeño par de caninos, afilados como un dientes de sable y ligeramente más largos, sin llegar a desentonar demasiado, daban un toque de distinción. 

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04/05/2013, 22:48
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Pasó un poco de tiempo. Matt maldijo al chupasangres que cayó a las alcantarillas, llamándolo por ese nombre y asegurando que, por desgracia, estaba "vacío". De sangre, por supuesto. Miró el cuello de Tona, pero negó con la cabeza, resollando como podía. Físicamente debía de estar comatoso, pero su cuerpo seguía moviéndose gracias al impulso de la sangre que ahora corría por sus venas. Apenas podía andar, y su barrera de protección, la piel, había pasado a mejor vida. Mirarle a la cara resultaba grotesco, pues era roja y con sangre a nivel superficial, manando como sudor, si bien aún conservaba cabello revuelto y destartalado sobre el cráneo.

Minutos después, tras cerrar la boca de alcantarilla con el contorsionado cuerpo al fondo de la escalerilla, siendo olisqueado por un par de ratas curiosas y hambrientas, lo escuchó. De un coche de policía bajó Lestrade, con su bastón por la cojera, y abrió la puerta a Molly, a la que debía haber recogido en las inmediaciones. La misma llevaba una sábana o manta, difícil de adivinar en la distancia, pues podía hasta ser un poncho. Una típica medida, pero esta vez para infundirla una falsa sensación de seguridad y calor, no para protegerla del frío. Lestrade sabía muy bien cómo debía tratarla para que no cayese presa del pánico.

Mientras se alejaban del escenario del crimen, en busca de un lugar seguro, sin recurrir a Jo, al chatarrero o a algún otro contacto menor de entre los vagabundos, pudieron ver cómo llegaban más policías en otro vehículo. Irrumpieron en el local tras acercarse por la puerta trasera. Seguramente, coordinando tras contar ambos equipos hasta diez desde que se separaron. Y hasta ahí. Si Tona había cometido algún fallo limpiando el escenario lo sabría más adelante, cuando tuviesen las pruebas en la mano.

Ahora sólo quedaba encargarse de Matt. Aunque un nuevo mensaje replicó a Tona en el móvil.

"Se habrá refugiado bajo el ala del Inspector. Si estaba con alguien, traémelo."

Y adjunta, una dirección. Un edificio a pocas manzanas de Decadence, para ser más exactos.

Matt había sido ligeramente independiente. Se había vestido con una camisa y unos vaqueros viejos que tenía en el local, de recambio en el vestuario, pues su anterior ropa estaba calcinada, y había sacado otra bolsa de sangre de un congelador, camuflada bajo unos cuantos kilos de carne. Y parecía indefenso. Desde luego, estaba hecho todo un Ghoul Independiente, sino algo peor.

- Vamos a un sitio- dijo Matt para acto seguido dar una dirección. A las afueras, en zona industrial. En los depósitos.

Había que moverse por las angostas calles. Empezar el camino y alejarse del Clarence y, por tanto, de la policía. Antes de que reparasen en ellos.

Mientras tanto, esporádicamente, Matt daba la vuelta a la bolsa de sangre, abierta por el dispensador, y bebía directamente de ella por gravedad, ávido. Cuando no le cabía más en la boca, la devolvía a su posición original, con la apertura arriba.

- Allí hay más sangre- añadió como si no fuese asqueroso pese a que Tona, en sus años de vagabunda, había visto de todo-. No sé qué papel pintas en todo esto, pero ya me lo estás explicando, porque desde luego, si fueses una persona normal y corriente no te habría sido tan fácil pasar por alto la Dominación de ese Chupasangres- usó un tono técnico y pedagógico, pero entendible y ligeramente callejero. Se refería las órdenes y los ojos de William.

Se declaró o nominó como Matt Clarence. No hacía falta ser Tona para asumir que era el dueño de un local que llevaba su apellido.

Minutos más tarde, cuando no podía apurar más una bolsa de sangre estrujándola con los dedos, alisándola, estaban llegando a zona transitada, abandonando las callejuelas estrechas que daban pie a las avenidas. Se acabaron los atajos. La capilaridad estaba tiñendo de rojo a Matt, que llevaba vaqueros oscuros pero camisa blanca.

Mientras Tona abría una tapa de alcantarilla él tiraba la bolsa de sangre dentro, apretando los nudillos y tensando los músculos. Una fina capa de piel, traslúcida cual anfibio, se generó. Un tenue reflejo de que estaba sanando, pero que aún estaba en los estadios iniciales. Seguía moviéndose despacio, especialmente por los pies, para los cuales recogió un periódico y se puso un par de hojas en las plantas, adheridas gracias al exudado y la sangre. Conforme se rasgaban o empapaban demasiado, las cambiaba. Y cuando se quedó sin periódico, tiró de lo que fue encontrando en el metro, a expensas de las enfermedades.

- Roy el Rojo podría estar perfectamente por aquí- explicó Matt, que iba, paradójicamente, por los sitios más iluminados. Igual de desérticos pero con menos riesgo de apariciones no deseadas.

Dónde sino iba a esconderse un Nosferatu, que ni de noche podía salir a la luz de la luna sin parecer un monstruo. Por suerte, su única misión fue vigilar, esquivar a las ratas y apartarse cuando un par de metros pasaron ante la atónita cara de su maquinista, que a ver cómo se lo explicaba a su mujer cuando llegase a casa.

"Cariño, hoy me he encontrado una vagabunda llevando a un hombre en carne viva por las líneas del metro"

Sea como fuere, casi hora y media después, llegaron. Salieron de allí por una salida auxiliar, donde el metro se alzaba para salir de la tierra y conectar con las líneas de tren. Unos minutos caminando por la hierba y llegaron a los almacenes, al otro lado del terreno irregular. A lo lejos, el Londres más edificado. Debían de estar al noreste.

Matt procedió a explicarle un par de cosas, pues Tona lógicamente se las terminó preguntando. Técnicamente, siendo realistas, el señor Clarence no podría caminar ni permanecer consciente en ese estado. Ni hubiese conseguido derrotar a Roy en combate singular, conseguir una estaca y alcanzar con ella a William, ya apagado y sin fuego. Sería un hombre moribundo en la unidad de quemados de un hospital, puesto en drogas médicas y conectado a cañerías que se las perfundiesen. Con morfina para tumbar un elefante o ketamina para matar un humano en equivalencia.

Según explicó, era cosa de la sangre. Había gastado toda en incrementar durante unas horas su tolerancia al dolor y el estrés físico, su Resistencia, a niveles sobrehumanos. Era inverosímil, pero lo dijo de una forma lógica. La sangre de vampiro podía usarse para potenciar el cuerpo. Punto. Y teniendo en cuenta que William hizo lo propio con su fuerza física durante el forcejeo con Tona, y que esta era bastante más fuerte desde beber de la botella de El Hombre, aquello era algo asumible. No era peor que un vampiro con incisivos afilados en lugar de caninos, o un hombre capaz del control mental.

Añadió saber ese tipo de cosas gracias a su familia. Una vieja dinastía de vasallos que acabaron asimilando en su organismo la sangre de vampiro y terminaron siendo, a grandes rasgos, humanos con capacidades aumentadas. El Clarence fue en antaño una tapadera para la compra y venta de sangre, hasta que el padre de Matt decidió reformarla en un negocio legal y corriente. Algo que el propio Matt, tras la caída de Sherlock, devolvió a su viejo origen, aprovechando la subida de la delincuencia. El cuadro tributo al detective en la pared de su lugar era un mero homenaje, o eso decía.

De algo había que hablar durante el camino. Según él, por el momento, su relación con Molly era una mera asociación por el tema de la sangre, aunque no descartaba en absoluto que trascendiese a otros niveles. Todo se vería. Ciertamente, mezclar negocios con placer era incómodo. Ella investigaba la sangre y sus efectos. Seguramente, en parte, algo relacionado con El Hombre y su vago aire a Sherlock. Él se lo mostraba y, a cambio, conseguía acceso a sangre del hospital, con que pagaba a algunos vampiros a cambio de la suya propia. Simple, pero complejo. Complejo, pero simple.

El producto, oficialmente, era ante la ley y la gente como Lestrade "fatal gulp". Sangre de vampiro, o sangre adulterada para los profanos, mezclada con los alucinógenos de Barskerville, el complejo donde Sherlock resolvió el caso del Sabueso, aunque en ocasiones le metían algo más. Tona había tomado de eso, claramente, de ahí su monstruosa fuerza física. Los alucinógenos, en cambio, sólo alteraban a la forma en que veía, y no a qué imaginaciones se le aparecían. Estaba demasiado acostumbrada al horror de los vagabundos, a las sombras de la noche, y tenía demasiada fuerza de voluntad como para que pudiese aparecérsele nada aterrador o esperpéntico.

Se adentraron entre los contenedores, que sólo podrían haber sido un tópico mayor de haber estado en un puerto. Aquello era tierra, una zona de carga y descarga con una garita de seguridad al fondo, iluminada con un dormilón dentro. Una valla y listo, esa era toda la seguridad. Tras llegar al contenedor de Matt, entre ambos forzaron o rompieron los candados del cubículo, pues las llaves estaban en casa del hombre.

Abrieron el container y dentro, más refrigeradores, llenos de hielo picado y bolsas de sangre. Siete bolsas, concretamente. Mientras Matt las bebía todas ellas, Tona echó un vistazo. Nombres, direcciones, apuntes y fotografías sobre una mesa y en la pared, con esparadrapo y celo. Leyendo, descubrió que eran apuntes sobre Vampiros. Matt era un detective a su manera. Sólo que él investigaba a vampiros para beberse su sangre. Si era o no en contra de su voluntad era otro cantar.

- Tenemos que ir a mi casa- pidió a la joven mientras se limpiaba la sangre y el sudor con un puñado de trapos. Unos que tuvo que escurrir varias veces, revelando un fluir rojo diluido bastante preocupante-. Molly está ocupada, y no puedo aparecer con Lestrade rondando el negocio. Verás cuando me pregunte dónde estaba y con quien.

Y tanto. Sobretodo porque él no sabía la relación de Tona con Lestrade, y seguro que le parecía muy interesante si le decían que habían estado juntitos y revueltos.

- Necesitaré tu cazadora negra- añadió el hombre, dijese o no la vagabunda algo respecto al Inspector y una posible coartada que no les incriminase a los dos, pese a las sospechas.

Tona, pues, tuvo que vestir al aire y con orgullo su nueva blusa blanca con ribetes en las muñecas y una pequeña mancha de lejía en la espalda. Ropa de contenedor benéfico. Pero ciertamente, si bien los vaqueros de Matt eran oscuros, su camisa, otrora blanca, era roja.

Quince minutos, y un taxista o muy mal de la vista o que poco había mirado a Matt de cintura para abajo. Lo segundo, muy probablemente, y más en la oscuridad. Subió a casa, bajó con la careta, y pagó al taxista. Volvió a subir.

Tona esperó mientras se duchaba. Lo primero que hizo. Que se pusiese cómoda. Televisión, libros, y un ordenador de sobremesa anodino con contraseña. Té sobre la mesita de café, un sofá con una manta, y un tablero de ajedrez.

Matt salió, poniéndose una camiseta blanca de interior, sin mangas. Llevaba entre los dientes un bolígrafo de insulina para diabéticos. Al destaparlo y tenderlo a Tona, vio que contenía sangre roja y no insulina blanca, lechosa o transparente. Una tapadera muy ingeniosa, que dejó inyectar a Tona  asegurando que contenía analgésico y atropina, por los efectos a nivel digestivo, cardíaco y respiratorio. Un pequeño lázaro para ayudar a su organismo a mantenerse activo debido a que, aún siendo sangre, seguía siendo sobredosis.

Dejó que ella le pinchase. La aguja era pequeña, y tenía que alcanzar venas, aunque estuviesen a nivel superficial y recuperando una posición normal tras el trastoque de la regeneración sanguínea y las quemaduras previas. Fue fácil, pese a todo. Siempre lo era cuando no habías de canalizarte una vena a ti mismo y se trataba de alguien joven y sano.

- Bueno, querida Tona, gracias por todo. Por desgracia, ahora estamos los dos metidos en el ajo- comenzó tras el pinchazo, con una en otras circunstancias graciosa comparación con algo que, según el folklore popular, debía repeler a los vampiros-. Hay que encargarse del estacado bajo el Clarence. Y supongo que tú no querrás darle muerte verdadera. Quizás lo haya encontrado ya Roy el Rojo, si se ha recuperado- había escapado, claro-. También he de decir que nos buscará a nosotros, y que no parecía ir coordinado con el otro chupasangres- cosa que Matt, técnicamente, también hacía, pero por chupasangres parecía claro que se refería sólo a vampiros, un término aún chirriante a los oídos-. Con suerte, serán rivales y Roy se habrá hecho cargo del otro, se llame como se llame.

El hombre se levantó, guardó el bolígrafo vacío en un cajón y sacó una pistola de nueve milímetros escondida tras un libro. La guardó en el pantalón, a la espalda, con el cañón dentro del mismo. Ocultó el mango bajo la camisa. La chaqueta de Tona yacía sobre un sofá.

Era hora de moverse. Probablemente ya hubiesen acabado de husmear en el Clarence, aunque quizás quedase gente en la zona. Ciertamente, los de criminalística debían de estar rondando por allí. Quizás aún estuviesen Molly y Lestrade. Podían ir a por el cuerpo del Ventrue con Dominación, o podían intentar hacerse cargo de Roy en las profundidades antes de que él se hiciese cargo de ellos y/o de sus seres queridos.

Pero estaba la petición de El Hombre. Ahora Matt Clarence estaba presentable, y Tona tenía una dirección a donde llevarlo. Si le obedecía o por contra cambiaba de bando según por dónde diese el sol y estuviese la sombra era sólo decisión suya. También lo era hacia qué enfoque asomarse ahora. Hacía unas horas era una persona normal y corriente. Hacía un día ni siquiera sabía que una asesina rusa, casi en sus narices, había matado a dos porteros, intentado asesinar a Lestrade y hecho estallar un coche con el pobre y anciano Señor Campbell dentro.

Ahora era, a todas luces, la nueva vasalla de un vampiro que imitaba muy bien a Sherlock Holmes, o que, técnicamente, incluso podría llegar a ser él. Siempre le había gustado tener contactos entre los vagabundos y el mundo suburbano, y refugiarse tras su tecnología. Ahora, sumido en un necesario anonimato ante la sociedad mortal, adaptándose por necesidad a un nuevo panorama, necesitaba contactos nuevos a su cuenta. Y quien mejor que la compañera con artes de artista callejera, algo que también era del gusto del buen hombre. Si se le añadía que su familia tenía dinero y que Jo era más conocido y que se sabía todas las esquinas de Londres, voilá.

Por suerte o por desgracia, su vínculo aún no estaba grabado en piedra. Allí estaba Matt, como un nuevo camino de baldosas amarillas. Desde luego, seguir ignorando el hecho de que Decadence era una tapadera vampírica era absurdo. E intentar seguir con una vida vulgar y anodina a sabiendas del universo que se le acababa de iluminar a la vagabunda en los morros, más todavía. Quizás, y sólo quizás, de hecho, si El Hombre era un Sherlock renacido como no-muerto, eso podía implicar que Molly Hooper tenía boletos para que el asunto de la sangre guardase clara relación con la nueva condición del detective. Uno que habría adquirido la regencia Decadence relativamente pronto, consiguiendo un temprano Rebaño.

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09/05/2013, 00:29
Candice Bradley

A las puertas del Starbucks

Ver marchar a Edmund y Dawn juntos hizo recordar a Candice sus tiempos de noviazgo. Notó que añoraba la sensación de amar a alguien de aquella manera especial. Vio a Greg marchar también, y suspiró. A veces las cosas no salen bien y ya está, no hay que darle más vueltas.

Aunque Candice estaba segura de que en aquel momento no le habría importado tener unos brazos entre los que envolverse, en un cálido abrazo de consuelo. 

Solitaria, se dio la vuelta y trazó su propio camino. No podía distraerse, tenía mucho en lo que pensar... 

 

Residencia de los Bradley

Comer sola parecía que iba a convertirse en su día a día. Con sus padres en el hospital, porque estaba segura de que su madre no se iba a separar ni un centímetro de su padre, y con su hermano perdido por Londres dada aquella súbita y extraña libertad de la que disponía, Candice tenía para sí misma aquella enorme casa que la había visto crecer. Aún le imponía estar allí sola, pero al menos ya no recordaba las escenas sucedidas aquella noche en concreto, como si estuviese en una especie de cine 3D donde proyectan la misma película de terror, una y otra vez... 

Se llevaba la comida a la boca desganada, como si no tuviese más remedio que alimentarse lo necesario para seguir viviendo. Mientras comía se distrajo con el teléfono móvil. Todavía no había decidido si iba a borrar los mensajes que recibió. Eran las últimas palabras que Sophie le había escrito, pero era todo tan siniestro que sentía escalofríos al leerlas. Luego estaba el mensaje de su mentor, Lawrence. No sabía qué se traía entre manos, pero estaba demasiado distraída como para ponerse a pensar en sus problemas. Ya hablaría con él cuando todo se normalizase. 

 

Metro

Candice estaba sentada, con la cabeza gacha y la espalda algo dolorida. Había estado un buen rato de pie en el hospital, andando de un lado a otro mientras pensaba y pensaba. No quería que su padre se muriese, ni que le quedase ninguna secuela grave. Ella deseaba con todas sus fuerzas que él, su único e insustituible padre, viviese. ¿Tan malo era? ¿Por qué no podía una hija anteponer su padre a otras cosas? Era sangre de su sangre, ¿qué la hacía sentir tan culpable? El valor que Arthur tenía para Candice era incomparable con el que tenía Edmund. Sin embargo... la culpa. 

Y entonces, como si alguien supiese lo que pensaba y tratase de aclarar las cosas, sonó su teléfono. Primero se sobresaltó, ¿y si era del hospital? Pero al llevárselo al oído dio un respingo. Aquella voz...

No pudo ni responder, sencillamente no le dio tiempo. Aquel tipo le había dicho todo lo que necesitaba saber, y le había dejado las cosas claras. 

Aquella voz le daba miedo. 

Estuvo unos minutos sin hacer nada, su cerebro sufrió alguna especie de reinicio y tuvo que esperar a que todo volviese a funcionar. El teléfono seguía junto a su oreja cuando recibió un mensaje. Claro y conciso, el lugar de la "entrega". 

Todavía no terminaba de entender el curioso interés que tenía aquel tipo por ella. ¿No era su padre a quién quería salvar? ¿Y para qué tenía que traerles a Edmund y la buscaban a ella también? No lo entendía, o no lo quería entender. Recostó la cabeza hacia atrás y suspiró. 

No iba a ser nada fácil. 

 

Salida del metro, frente al Ayuntamiento

Ver aparecer a Ellen actuó sobre la mente de Candice como un bálsamo. Alguien de confianza en aquella loca ciudad era algo, como mínimo, relajante. La administrativa, aún así, no dio tregua a la joven y comenzó un rápido discurso. Candice simplemente asentía con la cabeza a medida que hablaba, asimilando la información y tratando de recomponer el rompecabezas que constituía todo aquello.

Para no ponerse nerviosa, había comenzado a andar. Si hablaban mientras sus pasos las llevaban por un rumbo no fijado, Candice se sentiría más relajada y concentrada en lo que debía y no debía decir. 

- La verdad, tampoco es que estemos muy bien. Mi padre... se podría decir que está bien. Pero parece que la recuperación va a ser algo difícil. Mi madre no se separa de él nunca. Y yo... bueno, voy y vengo. 

Voy y vengo, justo lo que diría una viajera sin rumbo que no sabe qué quiere hacer con su vida, sólo dejarse llevar. Pero no, Candice no tenía un rumbo difuso. Tenía muy claro lo que quería, y lo que tenía que hacer para conseguirlo. El único problema es que la solución de todo aquello la aterraba. Después de lo que le había dicho aquel líder de secta sádica por teléfono, ya no estaba segura de la integridad física y psicológica de Edmund una vez lo hubiese entregado. ¿De verdad quería destrozarle la vida a un amigo por aquello? ¿Valía la pena el precio?

Candice se dio cuenta de que de pronto se había quedado quieta, mirando al vacío. Ellen la miraba expectante, como si estuviese segura de que la joven acababa de tener un flashback y estaba a punto de decir algo importante.

- Ellen... ¿Puedo hacerte una pregunta? - no le dio tiempo a responder porque suponía que aceptaría - Hay algo que me gustaría plantearte. Imagínate... Imagínate que tienes un trabajo... en una investigación.Todo va viento en popa, estás segura de que conseguirás mucho reconocimiento por tan ardua investigación. Pero entonces alguien roba todo tu trabajo, de manera que acabas de perder algo muy querido. Tratas de recuperarlo, pero no hay manera. Sabes quién es el responsable, pero no puedes hacer nada por culparlo. Él te dice que hagas lo mismo, que robes un trabajo y que lo presentes como tuyo. Puedes hacerlo, y crees que podrías tener éxito. ¿Podrías vivir con la culpa de haber perjudicado a otra persona a cambio de no salir tú malparada? 

Calló unos instantes.

- Perdona, no quiero meterte en rollos morales. Pero es que a veces la vida te plantea duras decisiones, lo he estado pensando últimamente - sonrió un poco - tampoco te imagines que tengo intención de robar el trabajo de otra persona. Es sólo una situación hipotética. 

Candice ya había tomado una decisión, pero quería saber lo que haría otra persona en su lugar. Necesitaba sentir que no era tan descabellado lo que pretendía hacer. 

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09/05/2013, 01:25
Administrador

Ellen pareció tomarse aquello como una metáfora sobre el estado de Arthur, pero no atinó  a comprender de qué modo podía serlo, pese a que era lo asumible. Al no poder desgranarlo, sencillamente lo obvió, asumiendo que no debía de ser nada excesivamente preocupante sino mera tortura psicológica de la joven. No le costaba nada responder, así que lo hizo.

- No creo que lo robase- espetó mientras se debatía entre mirar a Candice, al frente, y a los cristales de los locales laterales. Paseaba con la joven-. Supongo que empezaría de cero y lo reharía de nuevo. Si no pudiese, supongo que simplemente se la tendría jurada al responsable y me aguantaría. No creo que pagarle a un inocente con esa moneda sea lo apropiado.

Siguió paseando con la joven hasta adentrarse en una cafetería. Habló con ella sobre su estado y el de Arthur, hasta que pasó el tiempo suficiente y la señorita Bradley tuvo que retirarse. Ciertamente no sabía demasiado sobre el estado de su padre. Que aún tenía cristales en el cuerpo y que su abdomen estaba bastante maltrecho por el impacto de Jack. Poco más. Los médicos no atinaban a aceptar que un simple puñetazo hubiese hecho eso, asumiendo que debía de haber algo más que no habían visto. Sea como fuere, su padre estaba crítico y lleno de analgesia pero consciente.

Dos horas más tarde, con el sol ocultándose, la joven acudió a su casa. A ultimar detalles antes de partir con Dawn y Edmund. A prepararse para urdir su plan final y valorar cómo iba a llevar a término su conflicto moral. Salvar a su padre, entregarse a el hombre del teléfono y dejar a Edmund a su suerte o salvar al segundo, evitar exponerse al arquitecto del juego, pero arriesgarse a perder a un padre convaleciente.

Fue al llegar al portal cuando le vio, bajo el mismo, mirando la ventana de la casa por la que había saltado El Destripador. Llovía a cántaros, y aunque llevaba capucha impermeable, él y el resto de su ropa no lo eran. Estaba en mitad de un charco, con el cabello húmedo y apelmazado. Se giró, mirando a Candice al adivinarla conforme se acercaba, y se la acercó mientras alzaba la mano para llamar su atención.

- ¡Candice, Candice Bradley!- gritó a través del chapoteo fluvial-. Escuche, he echado un vistado a Decadence con Lestrade. Había huellas dactilares de una vagabunda. Una confidente de Lestrade que se relacionó con su amigo Edmund Young en Ministry of Sound, la discoteca del incendio y el asesinato triple.

Lo recordaba de las noticias. Los dos porteros y un anciano en un vehículo en llamas. Lestrade herido por metralla, con la cojera debida a ese accidente. Dawn le había contado sobre la hazaña de Edmund, pero no había dicho nada de ninguna sin techo. Que los tres, cada uno por su lado, hubiesen estado en el local era cuanto menos preocupante, y desde luego nada al azar. Una doble coincidencia era posible, pero una triple, ni por asomo.

- Los torturadores detenidos en Decadence- tendió un periódico mojado a Candice mientras la refugiaba bajo un portal. Ya sabía lo que ponía en la noticia, lo del incidente en una de las estancias del local- han dado positivo en drogas. Fatal glup- la sangre adulterada con alucinógenos de Barskerville-. Han dicho que se la vendieron unos rusos, y sé quienes son.

Y Candice también. No en vano, habían estado donde ellos estaban ahora, vigilando su casa. Algo que Ellen Crosby bien acababa de decirle.

- Son una mafia del narcotráfico dirigida por Moriarty. Similar al caso de El Banquero Ciego- también conocido como Los Bailarines, un grupo de artistas chinos que se defecaban a asaltar bancos. Un caso resuelto por el 221B, claro-. Se hacen pasar por músicos, pasando la sangre a través de los estuches de música, al estilo de la Cosa Nostra o la Camorra- italianos, vaya. Un clásico-. Encerramos a parte de los activos en Londres, pero deben de haber venido más. Han estado vigilando nuestra casa- algo que ciertamente Candice sabía de cuando fue a buscar la ayuda del médico militar-. Su padre descubrió en uno de los pianos de cola algunas bolsas de fatal glup, y visto lo visto pensé que sería mejor avisarla cuanto antes, por lo que pudiera pasar- no era nada nuevo que supiese eso de Arthur. No en vano, Hudson había ido a alguna actuación suya.

Y tanto que debía. La sangre para transfundir a Arthur había desaparecido. Los rusos, traficantes de sangre, estaban en en el 221B, en casa de Candice, y suministraban a Decadence. La asesina en potencia de Lestrade, detenida por Edmund y la vagabunda, era rusa según Dawn. Y tanto Candice, como Edmund como la vagabunda habían estado en Decadence. No hacía falta ser Candice para darse cuenta de que todo era vital, y que Lestrade, por supuesto, no lo sabía, y Watson tampoco. No todo, vaya.

Seguro que Edmund, como Candice, se había callado un par de cosas. Como lo que pudiese haberle contado su hermano Abel, que trabajaba con Mycroft para el gobierno, o por qué fue verdaderamente a Decadence. Era obvio que había ido por un motivo que, tal y como Candice había hecho, se había guardado para si.

- Sinceramente, si estuviese aquí Sherlock todo esto ya estaría solucionado, pero no es así. Necesito que esté segura. ¿Sigue teniendo la pistola, Candice?- preguntó finalmente el hombre, anteponiendo una mano boca abajo, a la altura del pecho, entre ambos.

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14/05/2013, 19:24
Edmund Young

La vida volvía a girar, los engranajes encajaban de nuevo, y el gran reloj del día a día por el que Edmund se había guiado hasta entonces volvía a hacer sonar su predecible tic tac. ¿Cómo se podía ir del caos al orden, de la locura a la estabilidad, son solo una noche de sueño de distancia?

Edmund no se lo preguntó, se había levantado aquella mañana de buen humor sabiendo que ya no tenía que hacer nada, que otros tomaban el relevo en sus responsabilidades, que podía volver a ser quien debía ser. Ni siquiera fue un pensamiento consciente, pero según hablaba con Candice, todo le parecía más lejano, más ajeno, algo que había hecho otra persona. Para cuando llegaron Greg y la bella Dawn, Edmund sonreía como de costumbre, gastando bromas tontas y pesadas, elaboradas y simples, y en el fondo, haciendo reír a los demás. Porque ese era el motor que movía sus propios engranajes: la risa de sus allegados. Su felicidad era, sin ánimo de pecar de excesivamente matemáticos, directamente proporcional a la de sus seres queridos, y aquella mañana de chanzas y chismorreos había conseguido despejar cualquier nube de pesimismo en Edmund. Luego estaba Dawn, la simple presencia de la rubia era embriagadora, pero verla a ella feliz y sonriente despertaba algo más en Edmund, literalmente Dawn era como el sol de la mañana que iluminaba todo el mundo del chico. Se preguntó entonces porqué ella estaba con él, si él no la merecía. ¿Qué veía ella en él? Luego se preguntó porqué siempre se estaba preguntando lo mismo. Lo cual le hizo reír, y todos se pensaron que estaba majareta por reírse solo. Lo que hizo que se rieran de él... Y Edmund fue feliz.

Cuando se separaron, Edmund anduvo todo el camino hasta su casa cogido de la mano de Dawn, mirándola de reojo de vez en cuando, asegurándose de que seguía allí, a su lado, como un Orfeo deseoso de contemplar a su amada Eurydice. Llegaron a casa y ella se puso a cocinar mientras discutían. No se creía los motivos por los que Edmund fue al Decadence, pero no importó, tampoco había querido mentirle, así que se lo explicó. No se enfadó demasiado, simplemente le riñó por haberle mentido y no haberla llevado con él, castigado a acabar de preparar la comida mientras ella se quedaba sentada mirando, con una sonrisa perversa en la boca.

Edmund sonrió también y se acercó a la olla, al poco ambos estaban comiendo espaguetis con salsa de tomate, empezaron a hacer algo que no se debe hacer, jugar con la comida, y poco después los dos tenían más espaguetis en la piel y la ropa que en el estómago. Sin importarles mucho el desastre, se fundieron en un largo apasionado y descontrolado beso. Decidieron ir a la ducha, pero se iban parando cada dos pasos, ahora quitándole a ella un top, luego desabrochándole a él el cinturón, más besos y caricias, luego la camiseta de él, el sostén de ella. Edmund que avanzaba de espaldas se dió contra una pared cuando en realidad intentaba pasar por la puerta. Dawn se rió, y él le dió la vuelta y allí apoyados contra la pared pasaron los siguientes minutos desnudándose poco a poco, pero con los labios ya rojos de la energía que ponían en sus besos, las manos pasándose por todo el cuerpo. 

Casi no llegan a la ducha. Lo habrían hecho allí mismo si no fuera porque les faltaba el preservativo, que de todas formas les esperaba en su destino original, así que deshaciéndose de las pocas prendas que les quedaban avanzaron hacia la ducha. Edmund se acordó en el último momento de quitarse el reloj, justo antes de abrir el grifo del agua y unirse a Dawn, en más de un sentido.

Un rato después, estaban tumbados de espaldas en el sofá, ella con la cabeza en su pecho, viendo algo en Netflix a lo que Edmund no prestó atención alguna, embriagado con el olor edl cabello de la rubia, la calidez del tacto de su piel contra la de ella ahora que estaban relajados, no fogosos. La tersura de su piel, por la que no podía dejar de pasar las yemas de los dedos cubriendo los hombros y la espalda.  Ella hacía algo semejante, pasándole la mano por el pecho y de vez en cuando buscándole las cosquillas en las costillas, cosa que lograba sin demasiado esfuerzo, pero que Edmund disimulaba lo mejor posible, delatándole el hecho de que se le ponía la piel de gallina y se le erizaba el poco vello que tenía.

Cuando la serie acabó decidieron abandonar el traje de nacimiento por algo más aceptable en la sociedad, y tras limpiar el desastre de la cocina, repleta de salsa de tomate y espagueti adornando muebles, techo, suelo y cuatro paredes. El trabajo no les llevó mucho, y enseguida estuvieron de camino, Edmund cargando la mochila cilíndrica en la que llevaba su ropa de recambio y el kimono, ella con una mochila que hacía las veces de funda de ordenador. Anduvieron con calma, tenían tiempo, y a Edmund siempre se le hacía difícil el momento en el que debía soltar la mano de la rubia.

Llegaron al Dojo justo cuando Dawn estaba a medio contar una anécdota, así que se quedaron fuera hablando un rato, hasta que ella vio la hora y se dio cuenta de que se le hacía tarde. Edmund entró al Dojo y fue directo al vestuario, donde se encontró a cuatro de la panda de renacuajos a los que enseñaba ya cambiándose. Hizo lo propio y les animó a que calentaran con él mientras el resto de la clase llegaba, haciendo estiramientos y corriendo alrededor del tatami.

Poco después su clase de quince mequetrefes estaba reunida y empezó a enseñarles los movimientos básicos del kárate. Hacía ya un par de meses que enseñaba a ese grupo (su primer grupo, en realidad) y se sentía bastante orgulloso. Todos habían aprendido las nociones básicas bastante rápido, aun a pesar de su ineptitud al enseñar, y mientras ellos aprendían "el camino de la mano desnuda" Edmund aprendió "El camino de enseñar a preadolescentes". Poco después los chavalines (y chavalinas también) pidieron organizar un torneíllo, y el ganador le retaría a él. Viéndolo como algo inofensivo, y teniendo tiempo de sobra para ello, Edmund aceptó y vio como los críos intentaban usar lo que habían aprendido y irremediablemente acababan peleando como lo que eran, críos, sin ninguna disciplina. Aún les faltaba interiorizar un poco los movimientos básicos como para que el caos no dominara sus movimientos en combate real. Pero aún así la cosa no estuvo del todo mal, nadie se hizo daño, no hubo mala sangre y aquello le dio otra excusa para resaltar la importancia de los ejercicios repetitivos que hacían tan a menudo. Luego el ganador, un niño de once años de tez morena, bastante tirillas pero ágil y escurridizo como una anguila, quiso su premio, un combate con Edmund.

Él aceptó, al principio tratándolo como otra clase más, hasta que el otro, enfadado, le dijo que quería algo de verdad. Con una sonrisa y sabiendo que no podía emplearse a fondo con el crío, decidió ponerse a la defensiva y dejar que él atacara como quisiera. Durante más de diez minutos, el crío atacó a Edmund con todos los movimientos de karate que conocía, luego movimientos que había visto en películas, y al final se lanzó a lo salvaje, siempre siendo repelido y tumbado sin alcanzar su objetivo.

Luego alguien se echó al cuello de Edmund por la espalda, cogiéndolo por sorpresa. reaccionó instintivamente agachándose a toda velocidad mientras cogía los brazos de su agresor para que estos ejercieran de eje y saliera volando por delante. Por suerte cuando lo agarró se dio cuenta de que era otro de los niños y frenó en seco su contraataque, quedando el crío encima de su espalda bastante sorprendido. Los otros aprovecharon la ocasión para atacarle también y pronto estuvo en el suelo rodeado de rapaces sonrientes por haber derrotado a su maestro, así que también le dio la risa a él.

Le salvó el final de la clase, cuando la mayoría de chicos se fue. Entonces llegó Greg y le vio tirado en el suelo, con un crío de once años larguirucho y delgaducho sentado encima de su espalda y tuvo material para reírse durante rato. Una vez explicado el asunto, y que le habían pillado porque había evitado lanzar al crío contra la pared, y al final decidieron hacer un combate de muestra ellos dos, para enseñarles a los críos lo que son las artes marciales una vez se dominan.

Lo que siguió ya lo habían visto otros muchas veces, pero aquellos críos no, y el resto de la gente dejaba lo que estuviera haciendo para verles pelear. Empezaron con Karate, para ilustrar a los chavales, pero un golpe de Edmund que Greg desvió acabó convirtiéndose en un rodillazo de Muai Thay, que fue desviado con Jiu Jitsu y contraatacado con kárate de la escuela Shotokan, y Edmund lo desvió usando un movimiento fluido de Tai Chi.  Volvían a estar separados, y entonces volvieron a la carga, pero sin limitaciones, usando cualquier movimiento o truco que hubieran aprendido, cambiando de un estilo a otro como si fueran el mismo, ataques, desvíos, bloqueos y contraataques, sin lograr jamás impactar de lleno en el otro. Así de sincronizados estaban cuando peleaban juntos. Al final Edmund cometió un error, atacando con el puño demasiado alto, Greg lo desvió más arriba y en un fluido movimiento se dio la vuelta, pasando el brazo de Edmund por encima del hombro y realizando un rápido y eficiente Ippon-seoi-nage que hizo que el mundo del moreno diera una vuelta de casi 360º antes de darse de espaldas contra el tatami, dando por finalizado el combate "de muestra".

Entre ovaciones y aplausos, Edmund se despidió de los críos que aún quedaban y tenían a sus padres esperando, y se enfrascó en su propio entrenamiento junto a Greg, mucho más enérgico. No se trataba de interiorizar movimientos, sino de acostumbrarse a usarlos como respuesta a otros, perfeccionar su uso, automatizar la decisión entre una defensa u otra, convertir aquellos pasos separados en un único movimiento que se decidía según se desarrollaba el del contrincante. Por lo tanto, necesitaban atacarse, pelear, practicar.

Una hora después, un Edmund cubierto por una capa de sudor se dirigió junto a Greg a las duchas, para darse la tercera del día. Se quedó bajo el agua un buen rato, disfrutando de la sensación sin pensar en nada en concreto, hasta que con el grito de "Despierta tardón!" Greg le dio una patada en el trasero.

Minutos después se despedían en la puerta del Dojo, Greg a la caserna de bomberos, Edmund a casa.

La noche era fresca y el aire le sentó bien mientras volvía con su maloliente mochila en la espalda, pensando en qué iba a hacer para cenar y en si podría repetir lo de la ducha con Dawn, aunque sin más duchas para él ese día, cuando al dar la vuelta en la última esquina antes de llegar a su calle vio los coches de policía. Y todo lo que había olvidado - dejado atrás, más bien - volvió, cargándose la felicidad que había acumulado a lo largo del día en un solo instante.

Edmund entró en su casa, cerró con llave y se apoyó en la puerta, recapitulando todo lo que acababa de suceder en los últimos minutos.

OTRO de sus vecinos estaba muerto, descuartizado. ¿Es que aquello no iba a terminar nunca? Él ya no tenía nada que ver, Abel se había hecho cargo, ¿Porque seguía sucediendo eso?

Lestrade no parecía sospechar ya de él, porque lo que ahora creía es que el crimen tenía algo que ver con él. Y con Candice, Candice que les había mentido. ¿Pero podía culparla?

Luego estaba James Swan. Cuando fue a hablar con él, lo que le contó le resultó demasiado familiar. Un buen día llegas a casa y hay un cadáver y una nota explicándote cómo te han salvado la vida.

Evadió las preguntas de ambos como pudo, dándoles toda la información que se atrevió a dar. Si alguien había matado a su primer vecino haciéndole pasar por él, y él se ponía a difundirlo, el asesino original no tardaría en darse cuenta del error y solucionarlo. Así que por mucho que quería ayudar, no se atrevió a dar ese detalle, no sin antes haberlo hablado con su hermano.

Así que entonces, en la soledad de su hogar, se dispuso a llamarle por teléfono cuando se dio cuenta de que no estaba solo. Viktoria estaba allí.

Y le habló del día del asesinato, de la carta que estaba ocupando sus pensamientos en ese mismo instante. Venía a saldar una deuda.

Aquello la conectaba con los asesinatos, el del garaje, el de su vecino... Y a través del Decadence, con la asesina del Ministry of Sound. Con Candice, con James Swan, el hombre con el que acababa de hablar. Todo giraba alrededor de Edmund.

Pero tuvo la suficiente presencia de ánimo como para actuar. Ya tenía el teléfono de la mano, así que quiso darle un uso. Como imaginó que a ella no le gustaría tal cosa, se metió la mano en el bolsillo y empezó a trastear desde allí, desbloqueando y silenciando el teléfono, a la vez que intentaba usar uno de los números del marcado rápido. Al ser una pantalla táctil no sabía dónde estaba apretando y podía ser que estuviera llamando a Greg, a Abel, a Dawn, a los bomberos, al curro, al tal "James Swan" que estaría en la portada por ser el ultimo numero anotado, o a su madre. Deseó con todas sus fuerzas no estar llamando a su madre.

Mientras tanto, intentando disimular alcanzó con la otra mano, dándose media vuelta, un paraguas de Dawn que había al lado de la puerta, de color azul y rosa, y lo enarboló como un arma, frunciéndole el ceño a Viktoria y deseando que quien fuera a quien estuviera llamando descolgara, oyera la conversación, y avisara a la policía que estaba en la puerta de al lado.

- Tiradas (2)
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14/05/2013, 20:31
Viktoria

La mujer mientras se sentaba bien en el sillón se quedó mirando a Edmund por un instante con cara de poker. De estar frente a un jugador bastante esperpéntico. Clavó los ojos en el paraguas, en el teléfono oculto, y frunció ligeramente el propio ceño, encaramando las uñas sobre el borde del asiento.

- Me decepcionas, corderito- se limitó a decir con una sonrisa sardónica, usando el término que usó su "salvador" otrora con el anterior incidente cadavérico-. Deja el teléfono, anda. Es de mala educación estar mandando mensajitos- adquirió un tono inquisitivo y rimbombante, parodiando aquello- mientras hablas con alguien.

Pensaba que estaba enviando un mensaje instantáneo. Lo había visto, pero no del todo. No lo suficiente como para impedirle que siguiese comunicando, a expensas de activar el manos libres y que se escuchase la conversación de fondo.

Y otra vez allí, los ojos. Como dos unos en los dados del casino, como una serpiente en la cuna. Volvían a ser sencillamente hipnóticos, como un par de tenazas que se estrechaban sobre la voluntad de Edmund, tirando hacia ella con rebeldía. Un atisbo de perdición, una semilla de esclavitud.

- Bonitos, ¿verdad?- dijo con una sonrisa cargada con aquellos dientes, tan blancos como afilados. Unos que no tenía la noche anterior, y que no hacían sino encajar de forma macabra con el asesinato a dentelladas y el juego de las esclavas-. Sinceramente, esperaba un poco más de ti. Qué sé yo, dar las gracias a la mano que te da de comer, al menos.

La mujer soltó una ligera carcajada, levantándose del asiento y avanzando un paso en dirección a Edmund. El traje bailó tras ella, danzando a su par hasta igualarse. Era una sombra andante cargada de blanco y una capa de maquillaje color carne. Era un témpano de hielo que no encajaba en un mundo normal y corriente.

- Casi puedo oír el coche de policía largándose a buscar a Moriarty- dijo refiriéndose a James, revelando que ella misma tenía determinados datos sobre los sucesos acontecidos-. Así que no te intentes resistir, porque es inútil. Quieren matarte, Edmund, y lo harán- era una certeza, atemporal pero cristalina-. No puedes ser Detective Asesor en una ciudad que ha visto morir al suyo y que ya no está en manos de la policía. Mycroft y su sabueso, Abel, son sólo coletazos de comedia.

Un paso, acercándose.

- Pero para eso estoy aquí, bello scozzese- dijo cual madre u amante, con un final en italiano meloso y agasajador. 

Una nueva carcajada más gris y profana que la anterior sacudió el salón del hombre. Dónde quedaba ahora su tierno día y su vida de cuasi utópica comodidad, enseñando a niños a defenderse y acostándose con pintoras que bien podrían ser modelos de lencería o una fábrica de bolas de pelo.

Dónde quedaban los hermanos de la secreta y los hermanos de corazón, con el pelo color sangre aguada y misma profesión. Dónde quedaban las estudiantes de matemáticas recatadas. Allí sólo estaba Viktoria, que bien se había comedido en Decadence, tanteando a Edmund por vez primera en compañía de aquel lobo pelirrojo. Una lástima un lugar público lleno de ghouls y bloodsacks, y que el tiempo estuviese contado. Ahora era muy distinto.

- No te muevas, estás perfecto así- dijo mientras daba un paso más, acercándose con una sonrisa para posar la punta de las uñas sobre el paraguas. Redobló la misma en ese instante, sacudiendo a Edmund de una forma demasiado familiar.

Podía sentir en sus entrañas el deseo sobre Dawn, duplicado a la cainita. Podía notar cómo la vaga sensación de atracción se tornaba un huracán en la profundidad de los vaqueros, amenazando. Desde la capa rosada sobre el blanco de las mejillas hasta el mechón de cabello tintado. Los dientes de nieve, amenazantes a juego con el morado de la lengua. Las curvas del vestido con un encaje de maléfica perfección. La mirada y el porte de retorcida extirpa corazones. Una Jacky la Destripadora en práctica y una dama de los sentimientos ajenos.

- Reconozco que ver cómo resistías el primer asalto- en Decadence- fue una sorpresa que no hizo sino aumentar mi curiosidad. A veces es difícil cazar a gente como tú- su nariz, ligeramente rapaz dentro de lo estéticamente bello de forma ortodoxa, confirmaba aquel semblante de cuervo-. Joven, atlético, que sepa usar bien el cuerpo- un doble sentido, claro está-. Bombero, mono y karateka, simplemente un bocado irresistible.

Era de gustos exquisitos y particulares, pero ciertamente una mujer que veía a Edmund como algún tipo de trofeo o posesión. Y ciertamente, pese a ser exuberante de una forma extraplanar y terriblemente deseable no dejaba de ser una auténtica sádica de las peores. Bajo esa fachada de camarera amargada y resignada se escondía un tornado con conocimiento sobre la actualidad, un talento social intachable y cierto gusto por torturar las mentes de los hombres como Edmund Young. Mejor no pararse a pensar en qué la había llevado a ello.

- Me han puesto al tanto de tu combate en Ministry of Sound. Felicidades, campeón- dijo dando un nuevo paso, desviando el paraguas hacia un lateral con delicadeza, potenciando ligeramente la saliva en la garganta de un Edmund que se sabía muy contra las cuerdas. A más se acercaba, más olía a nada salvo a Dawn, por mera asociación-. Veronik- el parecido de ambos nombres era abrumador, como peligroso que se atreviese a rebelando, asumiendo a Edmund atrapado en el centro de la telaraña- es una pequeña putilla muy escurridiza. Hubiese pagado por verte sobre ella agarrándola por las muñecas.

Sonrió con cierta satisfacción, con un latido en el corazón de Edmund que valía por el que ella hubiese tenido de poder. Aquella última frase simplemente era una referencia sexual en toda regla, y bien corría Edmund el riesgo de hacer de la pared una película de Tarantino, llena de sangre, si los dientes de sable se le clavaban en el pantalón. Esa pequeña Morticia con aires de súcubo sabía lo que se hacía, y con tal timbre de voz melosamente erógeno, más.

- Vas a ser mío quieras o no en un principio, Edmund- dijo con una sencilla afirmación que creía en su totalidad-. Y te aseguro que mis Besos- hubo un matiz, abriendo ligeramente la mandíbula, que indicaba no referirse a ello como tal, sino a algo relacionado con los dientes- harían que te corrieses en los pantalones sin que tuviese que tocarte.

La credibilidad con la que lo dijo fue sencillamente abrumadora, y el hombre ciertamente estaba tan excitado como aterrado, pues esa mujer podía ponerse a escribir "Delicioso" en las paredes con su sangre después. Era una dicotomía francamente aterradora teniendo en cuenta que el mayor placer se generaba en la mente en base a la risa, el miedo y las drogas. Y Edmund se había tragado las tres cosas en los últimos días.

- Dentro de un mes suplicarás poder besarme los pies, y te encantará. Puedes jurarlo. Yo no dejo un solo pelo en la ducha- declaró en tono final, clavando con redoblada fuerza los ojos en Edmund, taladrándole desde el vello de los dedos hasta la médula ósea.

La comparación para imponerse como mejor que Dawn y su monstruosa capacidad para engullir cuchillas de afeitar era muy peligrosa, pues revelaba saber cosas de ella, si es que el atino al polvo en la ducha era mera coincidencia. También era un potente soborno, pues revelaba a Viktoria como una mujer lampiña en todo su haber, o como alguien de gracia pluscuamperfecta.

Lo peor no era eso. Era que su credibilidad brillaba como la de un político. Edmund, congelado, estaba dudando entre si mearse o eyacular en los pantalones, y no sabía si alguien había estado escuchando eso o no, aunque ciertamente si era su madre se hubiese escandalizado sobremanera con la vida que llevaba su hijo. Sabía que esa sádica era magníficamente peligrosa, y que ciertamente no era en absoluto una persona normal. No podía creer a ciegas en que se trataba de la esposa del Conde Drácula, pues hubiese sido absurdo, pero desde luego era un tipo de mujer que no había visto nunca.


Para apartar la mirada de Viktoria, Edmund ha de superar una tirada de Fuerza de Voluntad a Dificultad 9.

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16/05/2013, 10:47
Candice Bradley

Por supuesto, nadie perjudicaría a un inocente. Candice debía de estar volviéndose loca, o demasiado desesperada. La joven no sacó nada más en claro de aquella cita. Su mente había comenzado a vagar, desorientada, por un mar de posibilidades. La idea de perder a su padre la aterraba, pero entregar a Edmund a aquellos sádicos... 

De vuelta a casa iba cabizbaja. Tenía la cabeza tan llena de pensamientos inconexos que no sabía si todavía llevaba a cabo un debate moral o si ya estaba barajando planes para llevar a Edmund a la trampa. Por primera vez en mucho tiempo, aquella inteligente joven amante de los rompecabezas, no sabía cual era el siguiente paso para resolver el problema que tenía entre manos. ¡Pero es que nunca un rompecabezas había supuesto tanto impedimento! 

Cuando resuelves un rompecabezas puede que haya un único paso, o que haya varios. Pero normalmente el que tomes no importa, si luego sabes continuar a partir de ahí. Candice estaba segura de que, fuera cual fuera la elección, saldría con algo. Pero el problema no era continuar el rompecabezas, era lo que sacrificaba al hacerlo. 

Si vendía a Edmund, su padre se salvaría. Él tendría que vérselas con esos sádicos, Candice seguramente se arrepentiría. Quizá con el tiempo acabaría olvidándolo, lo superaría, y su vida podría seguir con normalidad. Serían otra vez una familia feliz, a costa de la felicidad de otros. 

Si decidía no hacer caso a aquella secta sádica, su padre seguramente moriría. Ella perdería a una de las personas que más quería en este mundo. Pero las muertes de los familiares, se han de superar, ¿no?

Era su sufrimiento, o el de otros. ¿Qué haría su padre? 

Una voz conocida la despertó de sus reflexiones. Watson, bajo la lluvia. Él tenía las piezas que faltaban del rompecabezas, pero no de "su" rompecabezas. Si bien muchas cosas encajaban, Candice no estaba segura de cual era su función en aquella actuación. Se sentía como un músico sin director, se sabía su parte pero no sabía cuando debía entrar, ni salir. 

- Sí, todavía la tengo - la voz de la joven sonaba apagada bajo la lluvia, quedaba poca voluntad en ella - Muchas gracias por avisarme. Supongo que debería tener cuidado con esos tipos - hizo una pausa, pensativa - ¿Qué cree que buscan esos rusos? Si Moriarty está muerto, ¿quién los dirige ahora? 

En ese mismo momento, Candice se iluminó. Había sentido la necesidad de resolver todo aquello, justo como Sherlock habría hecho si viviera. Las palabras de Watson la habían devuelto a la realidad. Ella no sería partícipe de todo aquello, ella no podía vender a Edmund. 

Quizá perdería a su padre, pero no se mancharía de culpa. Él, en el lugar de la joven, habría hecho lo correcto. Y ella también estaba dispuesto a hacerlo. 

- Señor Watson, tendríamos que hablar en un lugar seguro. Debo contarle algo. 

Dejó que su mirada vagase por la calle, buscando cualquier rastro de los sospechosos tipos que espiaban la residencia de Sherlock. Entonces, invitó a Watson a entrar en su casa. 

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16/05/2013, 14:54
John Watson

- Sinceramente, señorita Bradley, cada vez me temo más que Sherlock no haya arrastrado a Moriarty al sepulcro- confirmó el hombre mientras la matemática abría el portal con las llaves-. Nunca conseguimos atrapar a ese tipo- añadió con un matiz despectivo-, y la única vez que lo llevamos a juicio ya sabe lo que pasó.

Que amenazó veladamente a todo el jurado y salió absuelto de todos los cargos sin abogado ni defensa, riéndose de todo el sistema judicial como quien se sabe con la influencia necesaria para mearse sobre el tiesto del mundo.

- El estado actual de la ciudad es algo que le encantaría, y comienzo a pensar que ese desgraciado, si me permite la expresión- el hombre se mostraba comedido, pero estaba claramente enardecido por su teoría, a sabiendas de que su mejor amigo había muerto en vano-, es el responsable de toda esta locura. Otra vez.

El ascensor llegó a la planta baja, se internaron en el mismo y comenzaron a subir tras pulsar el botón del piso correspondiente. El sonido mecánico de el rectángulo en movimiento llenaba el copioso silencio.

- Quiero pensar que los rusos sólo están recopilando información y que nos están vigilando, a sabiendas de que formamos parte de algo importante para Moriarty- concedió al fin tras pensar qué palabras escoger-. Ese hombre se cree un artista, y no suele matar a la comida hasta que ha terminado de jugar con ella. Es lo que hizo con Sherlock.

Compuso un mohín triste y taciturno, para acto seguido contraer ligeramente los labios y chasquear ligeramente la lengua al tiempo que humedecía los labios. Un gesto o tic bastante típico en él que tantas veces había salido en la prensa.

Minutos más tarde, el cabello de Watson se había apelmazado, y el mismo estaba de lado a la ventana, en el salón donde dos noches atrás Candice había buscado velas. En el sillón, con una taza de té casi intacta delante. Las ventanas entreabiertas. La gabardina en el perchero. Lucía un rostro que mezclaba la pesadumbre con la tristeza, la ira con el sosiego y la rabia con el derrotismo. Y sin embargo, al igual que Candice, se movía adelante para terminar con aquello al precio que fuese, aunque ese tomase por nombre su propia vida.

- Bueno, señorita Bradley, usted dirá qué me tiene que contar- concedió al fin tras dar un sorbo a la taza de té, dejándola sobre la mesa-. Reconozco que siento curiosidad al respecto, aunque sería útil saber hasta qué punto ha sido sincera con Lestrade esta vez- apuntó con cierta astucia, a sabiendas de que la joven seguía excesivamente hundida-. Me he informado un poco más sobre su padre, y asumo que en Decadence habrá pasado bastante más de lo que pone en la declaración.

El hombre miró por la ventana, ceñudo, y se quedó allí con los labios fruncidos. Sabía que todavía la chantajeaban, o algo similar. Lo intuía, al menos.

- Supongo que era eso lo que quería contarme, ¿me equivoco?- preguntó para mirarla en gesto inquisitivo al final de hablar-. En otras circunstancias Lestrade hubiese sido más listo, pero no da a basto. Moriarty, supongo, si es que está vivo. Yo me he mantenido al margen, así que tengo la cabeza un tanto más despejada- suspiró-. Pese a ello, sigo sin ser Sherlock Holmes. No puedo resolver todo este lío.

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18/05/2013, 19:22
Tona

 

Con la imagen del falso cadáver de William, destartalado al fondo de la alcantarilla, Tona salió corriendo. Lestrade no podía verla allí. Quizás Molly le habló de ella e intentaría buscarla más adelante, pero no debía verla allí y tampoco a Matt. El hombre sin rostro. Las llamas habían devorado sin mucha clemencia su piel, que ahora era un amasijo enrojecido por ampollas y sangre. Pero eso era algo real. Eso era de las pocas cosas que, sorprendentemente, hacían que Tona se mantuviese calmada. Su clavo ardiendo tras atacar a un Nosferatu.

Lo irreal era que un hombre pudiera mantenerse en pie después de lo ocurrido. Pero el ruido de las sirenas fue suficiente para borrar ese pensamiento, al menos temporalmente. Tona avanzó todo lo rápido que pudo, vigilando el destrozo que era ahora el cuerpo de Matt, que al menos estaba vestido con algo de ropa.

Por el rabillo del ojo la vagabunda pudo ver a Molly temblando bajo la manta. Asustada e indefensa, pero viva. Una tenue sonrisa apareció en su rostro. Todo había salido bien, a su manera. Una manera algo oscura y sangrienta, pero bien después de todo.

Aunque al parecer no había acabado. Tona arrugó la nariz al leer el mensaje que ahora aparecía en la pantalla de su teléfono. Espera. ¿Suyo? ¿De verdad había pensado ese verbo? Negó levemente con la cabeza. Tenía que salir de aquello o pronto la absorbería.

"Se habrá refugiado bajo el ala del Inspector. Si estaba con alguien, traémelo."

¿Por qué? Estaba claro que el Hombre no tenía muchos principios, pero no era estúpido. Sabía que Molly había estado con alguien. Lo que no sabía Tona era si lo quería por algún motivo de negocios y cual sería la respuesta.

Una palmadita en la espalda o un mordisco en el cuello. Que Matt luciese un cuadro de Sherlock en el local no quería decir que Sherlock tuviese la foto de Matt en la cartera.

Tona intentó pasar por alto la imagen de Matt bebiendo sangre con esa avidez, como un ciclista aferrado a su cantimplora isotónica. Aunque la imagen de su cabeza estaba clara y con todos los hilos atados, seguía sin haberse transformado en algo…mundano. Familiar. Era real. Existía, pero hasta Tona, la hace poco solo una vagabunda, tenía límites de lo que podía asimilar.

El Clarence era su local, y Molly le hacía allí una transfusión. Aquello tenía algo que ver con Sherlock, estaba segura. Lo que aún no conseguía ver era de que manera. ¿Le proveería de sangre? Quizás era el trabajo de Molly…aunque estaba claro que la sangre que Matt quería era de vampiro, y la forense no parecía lo suficientemente fuerte para conseguirla.

Salvo que fuese la de Sherlock. Quizás por eso quisiera hablar con él.

- Solo voy una vagabunda. Replicó la joven. En cierto modo era verdad.  Una metida hasta las rodillas en un lodazal impenetrable lleno de colmillos y bolsas sanguíneas, pero una vagabunda. Ni siquiera sabía a que se refería con lo de la dominación, aunque era cierto que Molly había sido presa de aquel influjo con mucha facilidad. Si me importan una mierda las convenciones sociales, no se porque me iba a importar lo que me dijera aquel tipo. Respondió con sinceridad. Era, a decir verdad, la única explicación razonable que se pasó por su cabeza. Solo quería ayudaros.

El viaje por las alcantarillas fue oscuro y maloliente. Lo habitual, pese a lo excéntrico de la situación. La vagabunda reprendió a Matt por exponerse de esa manera a una infección, pero lo hizo sin demasiado entusiasmo. Estaba claro que ni les quedaba más remedio, ni era la mejor para hablar. Después de haberle visto en llamas, quizás la septicemia era el menor de sus problemas.

La explicación no tardó en llegar en forma de una historia propia de la cara más siniestra de los hermanos Grimm. Al parecer había hombres que llevaban la sangre que Tona había bebido siempre en sus venas. Metafóricamente hablando, claro está. Personas capaces de grandes proezas físicas casi inhumanas. Torció el gesto, pensativa. ¿Qué valor tenían ahora todas esas marcas mundiales olímpicas? ¿Y si solo eran fruto de familias con la sangre manchada o de yonkis pegados a la muñeca de un vampiro?

Estaba claro que había más gente así de la que parecía, o la familia de Matt no hubiera tenido negocio, por mucho que el joven lo hubiera cambiado tras la muerte del detective.

Al final Sherlock estaba en todo aquello. Quizás Matt no lo sabía: podía ser que Molly cumpliese su función sin especificarle nada. Pero aún así el retrato del detective lo vigilaba todo como un patrón omnipresente. Como los maestros en los dojos, como las fotografías de tonos pastel de los dictadores y líderes religiosos en industrias esclavistas y horarios de veinticuatro horas.

Pero había un mercado con ello, incluso con consumidores mundanos. Sangre en hospitales utilizada para alimentar un mercado negro oculto entre las sombras. Si hubiera podido donar sangre y no se lo prohibiesen por su vida callejera, se hubiera sentido ofendida. Y encima, también había una droga. Que predecible a su manera. Algo capaz de potenciar el físico de alguien y, que muy probablemente, causaría adicción. Esa idea cruzó por su cabeza como un hilo sombrío, que le dio un puñetazo en el estómago. Y…¿y si después de años de integridad se había convertido en eso que siempre había despreciado? Un hombre atado a una jeringuilla, una joven aferrada a una bolsa de sangre.

Muestra de ello era el pequeño almacén de emergencia de Matt, que a juzgar por su avidez, no iba a durar mucho. Pero era otra cosa lo que llamó la atención de la joven.

- ¿Por qué haces esto? Preguntó la vagabunda, mientras sus ojos se deslizaban con voracidad sobre los datos allí almacenados. Fotografías, direcciones, textos. El trabajo de años, probablemente. Era verdadero interés, no curiosidad del cotilla. Si su familia tenía la sangre ya alterada…¿por qué necesitaba beber más?

Quizás precisamente para emergencias como esa, aunque no veía el verdadero motivo por el que un camarero, por sobrenatural que fuese, tuviese que pelearse contra dos vampiros tods las semanas.

Al final acabaron en casa del hombre, con una pequeña asistencia médica adicional incluida y una pistola en el bolsilo. Pero Tona no iba a salir de allí. No hasta que se aclarasen las cosas.

- No me des las gracias. Dame información. Pidió la vagabunda con calma. Necesito saber de que conoces a Molly y que trato tenéis. Lo necesito, antes de saber si puedo llevarte a un sitio sin que te maten. Y me refiero a si sabes de donde saca ella la sangre y por qué hace eso.

- No me gusta exigir pagos por algo que no se me ha pedido, pero creo que, tras haberos ayudado, me merezco una explicación real. Dudo que seáis unos autónomos de la sangre sea cual sea la denominación y sin pretender ofender.

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18/05/2013, 19:37
Matt

Matt sonrió. Era una sonrisa ligeramente macabra. Hizo un amago de reirse, pero se contuvo tras enseñar la hilera de dientes, cerrando el pico. Volvió a secarse el sudor al darse cuenta de que todavía estaba en ello. Tenía algo de sangre en el cuello de la camisa, por arrastre de capilaridad desde la yugular. Era una forma de sudar sangre en lo que la piel terminaba de repararse por si sola de forma muy acelerada y antinatural.

- Ya has visto cómo funciona esto- declaró mirándola a los ojos mientras se sentaba en su sofá-. Antes me preguntaste por qué hacía esto. Pues bien, lo hago porque no hay alternativa- explicó poniendo una mano sobre el reposabrazos, acariciando el sofá como si apenas pudiese creer que tenía tacto en los dedos-. Moriarty ha dado caza a toda mi familia. Sólo me queda un hermano gemelo, y no creo que fuese un buen augurio cruzármelo. A él le convirtieron.

Hizo tocar de forma repetitiva un canino superior contra un incisivo lateral, simulando que intentaba perforarlo. Una forma muda de decir que le habían mordido, como si revelase por si mismo lo que representaba tal conversación. Era obvio.

- Le devuelvo al mundo vampírico lo que me ha dado, Tona. Puedes llamarlo venganza o justicia, pero los vampiros me lo han quitado todo- concedió, con una sonrisa derrotista de hombre que no tenía mucho que perder-. Si ellos se llevan mi sangre- refiriéndose a su familia-, yo me llevo la suya.

Esperó un poco antes de seguir hablando. Miró por la ventana, miró el reloj que ya marcaba las tantas, y pidió un momento. Volvió con una ensalada de bote entre las manos, que no dudó en destacar y comenzar a comerse con un tenedor de plástico. Le ofreció otro a Tona. Muy lleno no debía de tener el estómago, la verdad. Y más hambre que debía de haberle dado aquello. Una visión bastante mundana que le declaraba, pese a ir dopado con sangre crónica de ghoul, alguien que necesitaba dormir, comer, y ducharse. No en vano, sudaba.

- Soy voluntario en el St Thomas- El Saint Tomas, uno de los hospitales de Londres-. Tengo acceso al banco de sangre, e intercambio bolsas de sangre humana por sangre de vampiro. No en relación uno a uno, claro. No les saldría rentable.

La sangre del depósito debía de ser para alguien. Pacientes, gente que la necesitase. Pero Matt parecía considerar que aquello estaba justificado. Se encogió de hombros, como si traficar con no-muertos no fuese para tanto. Como si considerarlos un filtro de diálisis andante fuese aceptable.

- Sherlock Holmes no está muerto- declaró como si tal cosa-. No tengo todos los detalles, pero sé que tras el incidente del tejado- supuestamente cayó, y todos vieron el cadáver en el suelo-, consumió algo de sangre. Cual pastilla de cianuro- una metáfora algo desacertada, pues la sangre de vampiro no le mataría, pero era ciertamente gastar el último aliento en morder una cápsula-. No sé muy bien por qué tomó esa decisión, pero temo que su falta de fe en la humanidad y su incapacidad manifiesta para derrotar Moriarty le llevaron a dar el paso.

El hombre se llevó una mano ante los labios y dejó de hablar. Masticó lechuga hasta tragarla, a sabiendas de que la última frase la había dicho de forma un tanto atropellada. Desde luego, explicaba algo tan revelador como si no fuese más que una anécdota rutinaria.

- Yo le proporcioné la sangre en cuestión a Molly, y ella a Sherlock- añadió apuntándolo con la mano, como una cadena de montaje-. Tras el terror inicial, Molly se interesó bastante por la sangre de vampiro, lógicamente. A nivel médico era la panacea y la cura contra todos los males. Está intentando investigar sus efectos en los humanos, pero sólo me usa a mi como sujeto de pruebas, al menos por el momento- le restó importancia, como si no se tratase de él como persona-. Teme los efectos adversos, y no puede probarlo con ratones, así se resigna a usar un humano capaz de aguantar el triatlón mientras tenga sangre. De refilón está intentando averiguar más sobre el estado "clínico" de Sherlock, y sobre los vampiros en general. Como si aspirase a revertirlo.

Bufó, levantando el pecho y negando con la cabeza. Ciertamente Molly era una ilusa, aunque buena intención no le faltaba. Justificaba la sangre desaparecida del hospital, colaborando con Matt, en aras a que en un futuro la sangre de vampiro vaciase para siempre las camas de los enfermos. O eso le explicó el camarero a la vagabunda.

- Lo que no sé es dónde se esconde Sherlock, ni que trato tiene ahora con Molly, ni nada. No parece preocuparse mucho por ella, dado que esta noche casi la matan. Y a mi, de paso. Una forma un tanto desagradecida de pagar su conversión- explicó con las cejas ligeramente fruncidas, ligeramente molesto para con el detective-. Aunque no le termino de culpar. Se ha convertido a si mismo en lo que es, y sin "padre", sin integrarse, tiene que serle difícil sobrevivir. Sobretodo porque muchos le verán una amenaza, y ahora juega en otra liga. Hay imbéciles como Roy o el otro, claro, pero los hay que son más listos que Sherlock- volvió a negar con la cabeza, bajándola ligeramente con algo de derrotismo y sumisión-. Es lo que tiene acumular centenarios. Supongo que de día se meterá en el agujero más oscuro y de noche hará lo posible por evitar que le maten. Debe de estar un tanto maniatado.

Hasta donde Tona había visto, ella podía ser perfectamente alguien que había tratado con Sherlock. Era, de hecho, lo más probable. El hombre se había esmerado en ponerle delante un montón de referencias a si mismo, enseñándole a la vagabunda quien era sin enseñarle directamente el rostro. Escondido en el anonimato, sin poder salir a la calle y dejarse ver por la sociedad mortal, el hombre tenía pocos caminos que recorrer y poca gente a la que recurrir. Tona era relativamente famosa, y una candidata ideal para el puesto de ser sus manos para determinadas tareas.

Qué motivaba al detective a llevar a término algunas rutas de actuación era otra cosa.

- Es tarde. O pronto, según lo mires- concluyó Matt-. No harán nada a estas alturas de la noche. Sugiero que durmamos y comencemos a movernos luego. No vamos a encontrar ningún refugio, y dudo que tu chico siga en las alcantarillas.

Y por el chico se refería a el vampiro de turno, claro. El que tenía una estaca en el pecho.

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18/05/2013, 21:03
Tona

Esas fueron las palabras que faltaban en el puzzle de Tona y se fueron colocando con docilidad lentamente en sus posiciones. Sherlock estaba vivo y la relación con Molly y Matt resueltas. Pero había algo más...Moriarty. Los periódicos habían mentido, aunque eso no era nada nuevo tampoco.

- En realidad... Tona cerró los ojos de manera risueña, con una leve sonrisa. La noticia tenía una cierta paz. Sherlock nunca había sido muy humano emocionalmente hablando, o así le pintaban los medios. Y sin embargo y pese a estar muerto, allí esta mandando a una vagabunda a salvar a sus amigos.

Aunque todo el asunto de las amenazas y las coacciones lo tenía un poco de sucio, a decir verdad.

- Incluso en su estado -si se refería al hecho de su vampirismo o a su complicada situación en la sociedad nocturna no quedaba del todo claro creo que el detective sigue velando por vosotros

No iba a decir más. Estaba todo dicho y, sabiendo ahora la relación entre Matt y el Hombre, que se había quitado su máscara de anónimato de manera definitiva, la vagabunda podía redirigirle a él con total tranquilidad. 

Vale, quizás no total, pero mucha más tranquilidad.

- Me parece bien, pero deberíamos ir a cierto lugar después de esto. La chica se encogió de hombros. Aunque imagino que después de todo lo que ha pasado, no puedo negarte unas horas de sueño.

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18/05/2013, 21:32
Matt

Despertó al anochecer. Matt estaba organizando algunos enseres, y se sobresaltó cuando vio a Tona. No la esperaba, y no era un hombre de reflejos infalibles. La pistola estaba en el bolsillo de unos pantalones, en el perchero, al lado del abrigo, unos zapatos limpios y un paraguas cerrado. La indumentaria lista para salir, si bien la llave estaba en el pomo, echada por dentro.

Ante el hombre, sobre la mesa, había un mapa de Londres con algunos círculos en rotulador rojo. Había también un teléfono bastante manido, al lado. Tendió a la vagabunda una taza de te, tibio, y forzó una ligera sonrisa. Aún llevaba el pijama, abierto. Ni que fuese a coger fiebre. El hombre era una estufa con piernas, aún y todo tras curar las quemaduras.

- Molly me ha cubierto las espaldas- declaró inicialmente-. Le ha dicho a Lestrade que no llegó a verles la cara, que una amiga suya le había citado en el restaurante, pero que cuando llegó parecía una trampa. Y que no tiene ni idea de quienes eran- se encogió de hombros-. Supongo que es lo mejor que se le ocurrió.

Abrió un cajón y tendió a la vagabunda una estaca de madera, tallada de forma tosca y rudimentaria. Matt no era del todo un manitas, aunque sabía pasarle un filo a un trozo de caoba, como todo el mundo. Sólo por si acaso, declaró excusándose por el arma.

- Roy tardará una o horas en despertarse, calculo. Supongo que será de los que se levanta tarde- explicó con cierta duda pero bastante confiado-. Si no se ha del todo recuperado ya, lo hará entonces, pero no puedo saber cómo, dónde, cuándo ni en que estado vendrá a por nosotros. Pero sí que vendrá a cazarnos. Es lo lógico. Sobre el otro no puedo decirte nada.

Se quitó la camisa del pijama y comenzó a vestirse sin demasiados miramientos, dándole a aquello cierta naturalidad. No era nada a lo que Tona no estuviese acostumbrada, por otro lado. El hombre pulsó el contestador de su teléfono fijo. Comenzó a sonar un mensaje de comisaría, bastante distendido, con una voz ligeramente masculina y viril, pero bastante simpática y cercana.

Matt, escucha, soy James. Ahora no puedo pasarme por ahí, pero si estás vivo muévete. No tenemos mucho tiempo. Lestrade irá a verte en cuanto acabe de lidiar con la burocracia y pase a ir interrogando familiares y allegados. En otras circunstancias tendrías un día o dos, pero me he enterado de lo que ha pasado con Molly en el Clarence. Espero que estés bien, pero ahora voy conduciendo en dirección contraria a tu casa. No puedo explicártelo todo por teléfono, pero se trata de Emma. Al trabajar en el local les parecerá demasiada casualidad.

Y se cortó. El hombre se giró hacia Tona mientras se abrochaba los botones de la camisa.

- Emma es una de las empleadas de Clarence- explicó con sencillez, señalándole un periódico abierto por una página sobre la mesa de café.

Era un periódico inédito, del día siguiente. En él se decía, o se diría más bien, que a James Swan le había tocado la lotería el mismo día que encontró a su hermana, Emma Swan, muerta en su cama. Una noticia en mitad del periódico, sin mucho peso. Los Swan eran una familia influyente, que otrora tuvo dinero pero que su fortuna familiar se fue extinguiendo. O eso decía el noticiario.

Aquel periódico debía de habérselo dado el propio James, que debiera ser el que vendió la noticia. De otro modo no podría haberlo conseguido antes de tiempo. Así que el mensaje del contestador era viejo, y esos dos habían hablado ya. Si él iba con pijama el otro debía de haberse pasado por su casa después de lo que fuere.

- No lo dice- explicó el camarero-, pero el boleto de lotería le llegó en un sobre sellado en cera con una M. El texto decía que, tal y como prometió, la venerable Elizabeth Swan, su abuela, viviría lo mejor posible el resto de sus días. Nada más.

M era Moriarty, claro. Siempre era él. Para todo. La cantidad de información que le estaba dando Matt le valía para mucho. No en un principio, pero sí en cuanto escuchase lo siguiente. Algo complicado dado el semblante de estoico dolor que lucía su interlocutor.

- Eso- dijo señalando el periódico con desprecio-, es presionarme. Yo tenía una pseudorelación con Emma. Sabe que matándola me hace daño, pero no le voy a dar el gusto de hundirme.

Tona ya sabía que el hombre iba detrás de Matt, y de su familia, pero no el por qué exacto.

- Moriarty quiere controlar las reservas de sangre de los hospitales- explicó como si los juegos de poder vampíricos fuesen algo al orden del día para Tona-. Yo estoy en medio, así que va tras de mi. Ya podría haberme borrado del mapa si quisiese, pero es un psicópata. Le gusta jugar con la cena antes de comérsela. Me está probando.

Comenzó a ponerse los pantalones con algo de rabia. Se le cayó la pistola al suelo, pero volvió a guardarla en su sitio, parcialmente dentro de un bolsillo.

- No te contaría nada de esto si no fuese contigo- continuó mirándola por el rabillo del ojo-. James Swan es poli. No puede estar en el caso de su hermana por estar implicado emocionalmente, pero Lestrade no sabe lo de Moriarty. No le ha enseñado la carta auténtica con cera y texto, sólo una falsa vacía.

Resopló, pensando cómo decir lo siguiente entre el agobio, mientras se abrochaba los botones del vaquero

- Ahora mismo Lestrade y James están investigando un asesinato. Iain McGrogan ha sido encontrado descuartizado en su casa, con el modus operandi de Jack el Destripador y una M escrita con sangre en la puerta. El vecino de la puerta contigua es Edmund Young, que según las declaraciones de comisaría- cayó un segundo, mirando con gravedad a Tona-, salvó al inspector hace dos días en Ministry of Sound de una asesina. Y allí había una vagabunda llamada Tona que encaja con tu descripción.

Se acabó de atar los zapatos y giró el pomo de la puerta de casa, abriéndola y animando a Tona a acompañarle.

- Llámame perspicaz, pero estás entre dos punteros láser de Moriarty- apuntó finalmente.

Y lo estaba. Con Edmund por un lado y con Matt por el otro. Ambos dos relacionados indirectamente con crímenes consumados del criminal, y probablemente en el punto de mira de dos crímenes en potencia más. Por extensión, Tona era el cabo suelto resultante que iría después.

Matt miró la puerta, y después miró a Tona. Sonrió, mostrando un carácter más relajado.

- Perdona, las prisas- declaró con algo de tensión-. Yo me he tomado el lujo de "desayunar" y meterme bajo el grifo. Otra vez. Si necesitas cualquiera de las dos cosas, o las dos, espero. Aunque no demasiado. Lo último que quiero es ver cómo Roy echa esto- golpeó la puerta con los nudillos- abajo. Tú dirás donde vamos primero. Creo recordar que habías dicho algo sobre ir a no sé dónde.

Menudo desastre. No sabía dónde estaba Molly. Sabía que tenía que llevar a Matt con Sherlock, al punto de encuentro. Pero también tenía que hacerse cargo de Roy, indagar más en la relación con Edmund y, en base a eso, evitar que Moriarty la mandase a un destripador para que la descuartizase.

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19/05/2013, 01:57
Edmund Young

 

Otra vez Edmund se quedó atrapado en la mirada de aquella mujer. Él, que desde que había conocido a Dawn no tenía ojos para otra, que se las tenía de fiel y difícil de impresionar, se vio hechizado por la mirada de aquella extraña y amenazadora mujer, haciéndole hervir la sangre y lo que no es la sangre, imágenes tórridas pasaban por detrás de sus párpados, y en un breve instante se imaginó la desnudez bajo la ropa de Viktoria, siguiendo la suave línea de sus curvas allí donde la ropa le obstruía la visión. Visión periférica, porque su enfoque estaba siempre en aquellos ojos que le absorbían, como agujeros negros en el espacio.

Pero ya había sentido aquello antes, la noche anterior. Recordó la erección instantánea - como la que sufría en ese momento - el subidón en su lívido, la imposibilidad de apartar la mirada. Recordó como todo vino de repente, y de repente desapareció cuando logró apartar la mirada. Así que se esforzó.

Esforzarse es un término inexacto. En realidad no quería esforzarse, quería seguir mirando. Tuvo que obligar a una parte de sí mismo a no querer, a pesar de que sí quería, y dar mas y mas fuerza a esa parte para lograrlo. Resulta un tanto estúpido de explicar, pero más estúpido es pretender explicarlo. Simplemente reunió fuerzas de flaqueza y recuperó el control de sus ojos.

Pero no los alejó demasiado, no pestañeó con vehemencia, no giró la cabeza ni reaccionó con exabruptos. Intentó centrar su vista en algún punto en el ceño de la chica, simulando que seguía hipnotizado por ellos. No sabía qué había hecho para atarle de esa manera a su mirada, pero no quería que se diera cuenta de que debía repetirlo. Quién sabe si podría librarse una tercera vez.

En vez de eso, siguió dándole a la cabeza ahora que podía pensar en otra cosa a parte de en lo buena que sería en la cama esa mujer. ¿Porque había pensado eso? A Edmund no le atraía en absoluto la idea de ser dominado, ni tampoco al contrario. No relacionaba el dolor con el placer, ni siquiera insultaba y gritaba durante el acto. Pero ella se lo había ofrecido y él se había hecho fantasías con la situación.

Había aclamado el tacto de su piel contra la de él, sentir su helado aliento en el cuello cuando se acercó a susurrarle le subió el corazón unas cuantas revoluciones. Por Dios, ni siquiera le gustaba ella, pero había logrado todo aquello.

Todo debía ser culpa de aquella extraña droga, la que le había mencionado Abel. No cabía otra explicación que haber sido drogado en algún momento, y que los efectos aún duraran. Quizá durante su estancia en el Ministry of Sound...

De todas formas, su móvil estaba en contacto con el teléfono de otra persona, fuera quien fuera, y ahora que volvía a pensar con claridad, Viktoria había dado alguna que otra información interesante. Deseó saber si era tan fácil reproducir llamadas anteriores como sugería la televisión, así si se libraba de esta la policía tendría algo contra ella. De todas formas, decidió que no era suficiente, tenía que añadir más leña al fuego.

Sonrió como un estúpido - se le daba bien, usaba esa sonrisa a menudo, voluntaria o involuntariamente - y levantó un poco la cabeza sin apartar la mirada de su foco, mirando a la mujer "por encima", como si aún estuviera bajo su influjo pero quisiera ganar las "riendas" del asunto. Dejó caer los brazos, y dejó el paraguas apoyado a su espalda. Viktoria no parecía armada y Edmund se veía capaz de reducirla si fuera necesario, más estando tan cerca de él - tanto que sus pieles se rozaban -

- Quizá dentro de un mes suplique por tus besos, pero ahora mismo eres tu quien viene a pedirme algo. ¿Verdad? - lo dijo sin demasiada convicción, un discurso prepotente dicho con temor perdía toda su fuerza, y acentuó su mueca de tonto embobado - Dijiste que venías a cobrar un favor, el de la carta escrita con sangre - añadió ese dato, si estaba escuchando el tal Swann o la policía les daría algo más de información - ¿De qué se trata?

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20/05/2013, 01:01
Administrador

Viktoria se rió. Compuso una sonrisa de oreja a oreja, alzando las comisuras y revelándola ciertamente como una mujer que tenía algunos años más que Edmund. Parecía francamente divertida ante la reacción de Edmund, y a su juicio particular no era para menos.

- Me encanta cuando os hacéis los duros- dijo con satisfacción, mentando la primera frase de Edmund. "Ahora mismo eres tú quien viene a pedirme algo"-. Pero si quieres saberlo, te lo diré.

Redobló la sonrisa, entornando los ojos con cierta malicia mientras alzaba las cejas y fruncía los labios, cual arpía a punto de dar un estacazo. Era el típico gesto que sólo divertía a quien lo lanzaba, y que pronosticaba algo malo. Muy malo. Y sólo estaba Edmund delante para sufrir las consecuencias.

- No vengo a pedirte nada, Edmund- corrigió poniendo un pie sobre el de Edmund-. Como dije, vengo a cobrar. Y puedes llamarme materialista- comentó exaltada, maravillada con lo que iba a decir-, pero a mi me gusta cobrar en carne. Aunque el término más exacto- colocó el otro pie entre ambos de Edmund, acercando el muslo a los del joven- es en sangre, claro.

Ladeó el rostro y buscó la mirada del chico. Le tenía cerca, muy cerca, y si hubiese podido aspirar hubiese notado el perlado sudor del cuello, gotas sueltas tras la ducha en el camino de vuelta a casa. Sólo había sudado durante el interrogatorio por parte de Lestrade y James y al ver la M escrita en sangre. Un vecino descuartizado ponía nervioso a cualquiera. Y Viktoria, claro, aunque esa era de un calor más generalizado. O concreto, según se mirase.

Edmund escuchó un pequeño chasquido, y miró la mandíbula de Viktoria. Donde otrora hubo algo sólo llamativo, ahora había dos colmillos con todas las de la ley. Habían manado de la encía sin romperla ni distenderla, cual misticismo sólo presente en las novelas de Anne Rice o Bram Stoker. Encajaba, la verdad, y el chasquido era bastante revelador.

La palidez con la obsesión por la sangre, con la ausencia de movimiento del diafragma, de aliento. Con un local de donde sería muy fácil conseguir gente dócil y obediente que cediese sus venas y su voluntad sin rechistar. Con un juego de colgantes bastante retorcido. Con un asesinato. Con una nota en la puerta. Con la sangre de la misma. Con el asunto de la droga hecha de sangre adulterada y alucinógenos de Barskerville. Con los cuerpos negativos u extraños.

Y quizás, en última instancia, si Edmund le daba crédito a todo aquello, encajaría con un Moriarty muerto según Abel y sus imágenes vía satélite y desaparecido según la opinión pública, pero vivo, o no-muerto, para seguir orquestando asesinatos con su firma hecha de sangre.

Lo único real y seguro era que Viktoria, o era la psicótica más retorcida y hábil de la ciudad, capaz de hacer juegos con la mandíbula para ponerse fundas en un segundo, y de drogar a agentes del gobierno cual JB 007 del MI6, o era verdaderamente algo sobrenatural. Y casi parecía más probable lo segundo a que Viktoria tuviese capacidades interpersonales parejas a las intelectuales de Holmes.

No sabría decir a ciencia cierta qué pasó, pero pasó. Fue un chispazo en el cerebro, como un interruptor que rezaba "Fin del camino". Edmund hizo lo mismo que Abel, y que tantos otros. Pasó de dar sus últimos coletazos de resistencia a obedecer todos y cada uno de los deseos de Viktoria, fuesen cuales fuesen.

Pero lo hizo por voluntad propia, en realidad. Se sentía, extrañamente, vinculado a ella anímicamente. No había bebido de su sangre tan siquiera, aunque ella si lo había hecho de la de él, lógicamente. No fue preciso ese artificioso pacto de sangre para sellar relaciones. Sólo hacía falta ser Viktoria, al parecer.

Ahora el chico estaba seguro de que se trataba de algún tipo de poder vampírico y sobrenatural, por absurdo e invisible que fuese. Uno contra el que no podía luchar. Quería, deseaba, necesitaba y anhelaba servir a la vampiresa en cuerpo y alma, pero eran sólo eso, emociones. Unas contra las que no podía luchar, pero seguía sintiendo esa sensación de libre albedrío. Podía hacerlo como quisiese, sin ser un peón lobotomizado más.

Efectivamente y sí, el bombero ofreció el cuello cuando ella se lo pidió. Y efectivamente, el chico mojó la ropa interior cuando sintió el diente perforándole la piel. Fue mínimamente molesto, pero cuando ella comenzó a aspirar al chico le fallaron las piernas y tuvo que aferrarse a la mesa con una mano, ojos en blanco y la otra mano sobre el brazo de Viktoria.

Podría decirse que fue uno de los orgasmos más largos de su vida. Quizá no el más prolongado de todos, si es que el chico hacía inventario de todos y cada uno de ellos, pero desde luego, sí el más placentero. Si no le cayó saliva fue porque tuvo que apretar los dientes de la tensión.

Sorprendentemente, no hubo sexo como tal. No hacía ninguna falta, en realidad. Viktoria no tuvo más que lamer la herida con una pasada de la lengua para cicatrizar la herida y devolver la continuidad a la piel. Cual animal. Era ciertamente una sensación bastante más placentera que algo tan basto como el coito normal y corriente. Era dejar que el infierno se te cepillase por el cuello en unos concentrados segundos.

Habrían pasado cuanto, ¿sesenta minutos? Edmund estaba en un piso abandonado, adonde le había llevado Viktoria, que parecía encantada con su nueva mascota. Atado al viejo camastro por cada extremidad, el hombre no se revolvía en realidad para escapar, sino para que la neonata volviese a morderle. Era algo francamente adictivo, pero cierto. La chica le había estado animando con sus planes de futuro durante el viaje, y aunque Edmund sabía que aquello duraría sólo hasta que cansase de él, no le importó. Lo hizo, pero en un sentido que la llevase a repudiarla. Sólo a sentir celosía del siguiente.

Viktoria aseguró que volvería, pero, ¿cuándo? ¿Cuando tuviese hambre? ¿Cuando quisiese jugar? Aquella sádica podía hacerle esperar bastante. Quizás hasta la próxima noche. No podía esperar tanto. Y aunque pudiese, santo Dios, seguía teniendo el jodido teléfono móvil en el puto bolsillo de la cazadora. Lo tanteó con los ojos, intentando retorcerse para poder sacarlo de la prenda y poder verlo, pero se dio cuenta de que, en realidad, ya se le había caído. Estaba en el suelo, al lado de la cama.

Tenía la pantalla apagada, claro, así que era difícil saber si nadie había llamado mientras él estaba embobado con su nueva chica, por llamarla así. De hecho, aún podía estar activa su llamada perfectamente. Quizás alguien estuviese irrumpiendo en su casa ahora mismo, pero él ya no estaba allí. Esperaba que hubiese valido la pena la estratagema del teléfono, y quizás así fuese, pero hasta que se revelase su eficacia estaba solo en aquello.

Y la verdad, casi prefería liberarse antes de que comenzase a tener ganas de ir al baño. Echó un vistazo. Había muebles a lo lejos, bastante desvalijados. La cama se movía cuando se revolvía. Incluso estaba seguro de que, dado su envejecido estado, sería capaz de sacar un muelle a la vista a través de la tela si seguía forzándola de ese modo. No estaba amordazado, así que podía seguir gritando cuando quisiese.

Desde luego, Viktoria no le habría dejado así de haber vecinos, por lo que gritar sólo le serviría para sulfurarse y retorcerse en su miseria, aunque era una forma de desahogarse. El Beso era tan... dulce. Aunque estaba claro que la chica tampoco era el colmo del ingenio. Se debía haber olvidado del teléfono, centrada como estaba en aquel espécimen de varón caucásico ebúrneo.

Edmund era fuerte. A base de sacudir el esqueleto podría mover la cama de sitio. Eran sólo cuatro patas de metal esquelético. Por poder, podía incluso intentar partirla a base de hombros, codos, columna, pelvis y talones. Eran por el sonido, bajo el colchón, tablas de madera. O podía seguir intentando desatarse sin más, pese al enrojecimiento de las muñecas, sálvense los pies por los vaqueros.

- Tiradas (1)
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22/05/2013, 20:59
Tona

 

Tona miró con gravedad a Matt mientras poco a poco tiraba de los hilos de la telaraña en que la vagabunda se había ido enredando en la carrera frenética de los pasados días. Moriarty. La prensa había dicho que había sido solo un montaje de Sherlock, pero que la prensa mentía no era precisamente una novedad. Si las palabras de Matt eran reales, el enemigo número uno del Detective era exactamente tan psicópata como el propio Watson había descrito.

Cerró los ojos por un momento al sentir la inquietud de verse en el punto de mira de alguien como Morirty. Una persona destripada. Probablemente fuera poca cosa comparada con lo que podría ocurrírsele a una mente a la altura para desafiar a la de Sherlock. Sin embargo, lo último que quería ahora era ponerse también en el punto de mira del Detective.

Primero, llevar a Matt con Sherlock. Si Moriarty estaba tras él, quizás el detective podría ayudarle.

Lo segundo…debería hablar con el chico que le ayudo a salvar a Lestrade. Edmound, al parecer. Era el único de los personajes que Matt había nombrado al que conocía. Quizás no lo suficiente, pero intuía que dadas las circunstancias, sería suficiente para él. Si el tal James no podía salvar a su hermana, alguien tendría que intentar hacerlo.

Y podría decirse que últimamente Tona empezaba a estar especializada en asuntos de vampiros.

Si, será mejor que nos demos prisa. Declaró la vagabunda, algo nerviosa tras analizar lo complicada que se estaba volviendo la situación. Hay demasiadas armas apuntándonos como para que podamos tomarnos esto con tranquilidad….aunque su voz sonaba calmada, por dentro Tona era un hervidero de emociones e ideas, que se sucedían con rapidez por su cabeza.

Su rostro en el suelo, cubierto de sangre. El falso rostro de Emma Swan, asesinada. Cerró los ojos. No encontraba una salida buena a aquella situación, pero cruzarse de brazos y esperar a que la destriparan no entraba en sus planes. 

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22/05/2013, 22:18
Administrador

Matt siguió a Tona por la ciudad, acompañándola a donde demonios la estuviese llevando que fuese tan importante. Lo hizo sin tapujos, confiando en ella de una forma quizás demasiado laxa para su instinto de conservación. Una suerte para la vagabunda en realidad, pues si a Sherlock la condición de vampiro le había convertido en un monstruo, sería probable que descargase su frustración. Y mejor sobre alguien que no fuese ella. Un vampiro era un vampiro. Por mucho que pesase.

La calle seguía ajena a todo. Al hecho de que en las alcantarillas se alzaban un puñado de monstruos con aspecto de diablo. Ajenos a que los responsables de la mayoría de los crímenes de la ciudad no eran sino vampiros que comenzaban a transgredir la mascarada de una forma peligrosamente obvia. Ajenos a que Moriarty seguía vivo y vigilando desde su trono de sangre.

Los londinenses se movían como hormigas trabajadoras, por mucho que fuesen a Ministry of Sound o Decadence. Alimentando una maquinaria sanguinolenta que nunca se detiene. Por el camino, Matt le explicó a Tona lo esencial sobre lo que sabía. Lo justo y suficiente para que pudiese comenzar a defenderse. Lo justo para que no la borrasen la memoria, esclavizasen o eliminasen en un pestañeo.

Plata, un bonito adorno. Ajo, desagradable, pero hasta ahí. Agua bendita, un chiste. Tres axiomas de imperativo casi universal. Las estacas al corazón paralizaban. De ahí que William no hubiese implosionado en un amasijo de sangre, sino que se hubiese quedado de piedra. Luz solar, fuego y decapitación, verdaderas formas de exterminarlos. De otro modo se regeneraban hasta quedarse sin sangre, momento en el que se quedaban en animación suspendida.

A Tona le faltaba tiempo para pensar en formas de defenderse. Según explicaba el Aparecido, los Vampiros tenían acceso a determinados poderes sobrenaturales según, generalmente, su estirpe particular. Habían capacidades como la del control mental sobre Molly, pero lo más común era un aumento pasivo del potencial físico, generalmente una fuerza sobrehumana, también adquirible de forma temporal a través de quemar la sangre almacenada en el organismo. Algo que cualquiera podía aprender a hacer si bebía sangre de Vampiro.

Incluso Tona. Casi la animó a probarlo, con reservas, aunque por suerte, bajo el goteo fluvial cual gotera de los cielos, llegaron al edificio. Uno en los barrios bajos, de aspecto cochambroso y estatus social ínfimo. Un lugar idóneo para esconder cualquier cosa.

Llamaron al ascensor, que pegó un chillido y bajó. Viejo, con verjas de metal y un contador de agujas para los pisos. Una vez Tona le llevó al sexto, topó con la puerta del piso cerrada. Una muy vieja, carcomida, que hasta un anciano podría haber abierto a patadas.

Así, de forma rudimentaria, entraron. El ascensor comenzó a volver, entre tanto, a la planta baja. Nadie se asustaría en un edificio así por el sonido de una pierna empujando un portón. Dentro, sólo un suelo sucio y polvoriento, con una mesa en medio. Sobre la misma, un móvil de modelo idéntico al que llevaba Tona en su bolsillo, sin batería gracias al desmesurado consumo de las últimas generaciones.

El problema, que a su lado sólo había un elemento más, y era un martillo clavado. La pantalla del móvil estaba destrozada, y al darle la cuenta la vagabunda pudo ver cómo la placa estaba partida en dos.

Alguien se les había adelantado. Adivina quién.

Se debatían entre rebuscar en el piso alguna pista más, si es que la había, o largarse, cuando lo escucharon. Era de nuevo el chirrió metálico del ascensor, subiendo. Al principio lo ignoraron, pero se detuvo en su planta, que sólo tenía dos puertas. Nadie lo abrió desde dentro, aunque escucharon el ligero martillear peligroso de un contador. Tic, tac.

Tic, tac.

Se asomaron a la verja de metal y voilá.

Una mujer. Una que recordaba vagamente a Molly. Estatura, complexión, mirada, porte. Tenía hasta un tono de cabello similar, dos tonos más claro y más rubio bajo el foco del ascensor. Llevaba la ropa manchada de sangre, especialmente a la altura de la muñeca derecha, en la mano hábil.

Tic, tac.

Se encontraba recostada sobre la verja del lado contrario, que probablemente sólo se abriese en el sótano, para el garaje, si es que llegaba hasta allí y había de eso. Su mirada, ausente, estaba clavada en la aguja que marcaba el sexto piso, como si aquello fuese algún tipo de detonante.

Eso, que ya era decir mucho, fue lo primero que vieron. Pero había más. Más aparte de que no se habría hecho sola.

Tic, tac.

 
 

Eran fotografías en la pared del elevador, al lado del panel de control. Unas bastante ilustrativas. Era Sherlock, cogido con las manos en la masa durante la escena final que daba el cierre al caso de El Gran Juego1. La prensa dijo que el asesino huido, apodado como El Golem, era un hombre achacado por una deformación física que se había estado escudando en el anonimato. Un asesino al que se le atribuía la muerte de un empleado gubernamental que había estado trabajando en un proyecto confidencial de defensa.

Un proyecto en el que también participaba Mycroft, que encargó el caso a Sherlock en aras de mantener la seguridad nacional. Una vergüenza para el MI62, que no hacía sino constatar que sin el Detective Asesor la ciudad de Londres, y quizás toda Inglaterra, no era nada. No a todo el mundo se le permitía visitar el palacio de Buckingham en albornoz sólo por excentricidad y hacer notar la superioridad.

Tic, tac.

Pero lo más relevante no era eso. Que Moriarty se hubiese estado cargando al personal de las altas esferas encargado de defender Reino Unido era algo relevante. Pero mucho más lo era aquello que revelaban las fotos. La deformación física de el asesino consistía en una palidez cadavérica, una calvicie total, unas orejas de murciélago, una complexión Frankenstoniana y una fuerza, sobrehumana pese a los problemas para mantenerse en bipedestación y para articular determinados movimientos.

Que ese ser, por llamarlo de alguna forma, saliese en las fotografías pegándole una paliza a Sherlock Holmes, que según el blog de Watson sabía hacer frente con un bastón a un mercenario árabe con una cimitarra, como árabe era el idioma que habló otrora el Ventrue, era, por supuesto, otra cosa. Sherlock Holmes era un cerebro, pero sabía combatir. Sabía subirse a las escaleras de incendios, esquivar coches y hacer frente a un grupo de circenses chinos. Para muestra de todo ello el caso de El Banquero Ciego, también orquestado por Moriarty.

Tic, tac.

Que aspasen a Tona si aquello no era un Nosferatu. Uno tan malformado y estigmatizado físicamente como muerto. El hermano mayor de Roy el Rojo. Y si Sherlock había peleado con él, debía de haber estado indagando sí o sí sobre su afección. Y eso, querida Tona, le habría conducido a los chupasangres. Unos que querían quitarse de en medio al MI6.

Aquello era gordo, muy gordo. Pero no había demasiado tiempo para pararse a pensarlo. La mujer comenzó a desabotonarse la ropa mientras comenzaba a musitar en voz alta.

Tic, tac.

- Reconozco que ha sido una sorpresa ver cómo salváis, por el momento, a Molly - dijo, sin dejar de mirar la aguja, con hilo de voz, forzado hasta darle un tono grave y masculino, no exento de cierto aire rimbombante y sardónico, cual psicópata bufonesco-. Pero bueno, todos podemos tener suerte de vez en cuando. A expensas de robársela a esta pobre "Molly", claro. Mirad lo que le habéis hecho.

La mujer se abrió los broches de la prenda más superficial, revelando el interior. Llevaba un chaleco cargado de explosivos con un temporizador. Ahora ya sabía Tona de dónde venía el Tic-Tac. En el medio, sobre la blusa blanca, una M escrita con sangre. Probablemente proveniente del mismo sitio que de la manga. De sus muñecas.

Moriarty había retorcido la flaca voluntad de aquella mujer y la había convertido en un funesto saco de letras preparado para implosionar. Y para ello probablemente habría usado un poder muy similar al que, la noche anterior, aquel vampiro de idiomas arábicos había intentado usar sobre Tona, sin éxito.

Lo de los explosivos era todavía peor. El Golem había estado probando a Sherlock poniéndole casos aparentemente sin relación alguna, donde todas las víctimas habían explotado. ¿Y qué se había estado encontrando Tona? El anciano que le había llevado a la discoteca, ardiendo en su coche tras explotar. Lestrade aún recordaba la metralla del mismo en su muslo, habiéndolo dejado tullido. Posteriormente, la comisaría del propio inspector desalojada por una amenaza de bomba. Y ahora aquello. Al final, todas las víctimas de El Golem estaban relacionadas.

Tic, tac. Tic-tac.

- Oh, siempre he querido decir esto- comentó la mujer con una esperpéntica expresión de placer guiado-. Este mensaje se autodestruirá en cinco segundos.

Tic-Tac, Tic-Tac, Tic-Tac.


1* The Great Game.
2* MI6. Servicio de Inteligencia Secreto de Reino Unido.

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23/05/2013, 09:48
Candice Bradley

Candice se sentó en un lado del sofá, el que había sido su sitio durante mucho años en aquel hogar. Juntaba las manos sobre su regazo, y ponía en orden sus pensamientos.

- En efecto, pasó algo más. Allí en Decadence, hablé con una mujer. Me dijo que no podía salvar a mi amiga porque había acudido a ustedes. Aquello al principio me sorprendió, no sabía cómo se había enterado, pero ahora creo que lo sé. Los rusos que vigilaban su residencia, estaban allí cuando yo llegué. Ellos me vieron. 

La joven estaba cabizbaja, como si se tratase de una niña que confiesa una travesura.

- Aquella noche perdí a Sophie. Al parecer la mujer trabajaba para alguien, supongo que un hombre. Me ofrecieron un trato, traerles a Edmund Young a cambio de salvar a mi padre. Él, mi padre, está muy gravemente herido, y curiosamente no hay sangre para él. Aquella mujer me dijo que su jefe podría ayudar a mi padre, si yo les ayudaba a ellos. 

Se recostó en el sofá, y alzó la cabeza. Tenía la mirada cansada, había pasado por demasiadas emociones aquellos días, y todavía no podía recuperarse, porque la herida seguía abierta.

- Creo que todos esos tipos están relacionados. Incluso hablé por teléfono con el que parecía ser el jefe, tenía la voz distorsionada. Me dieron un lugar. Allí es donde, supuestamente, debería llevar a Edmund Young - hizo una pausa, una pequeña lágrima amenazaba con salir de su ojo izquierdo. - Puede que pierda a mi padre, pero quiero hacer lo correcto. No sé qué habrá en ese lugar, pero si quería a Edmund estoy segura que alguien irá a recogerlo. Quizá podríamos tender una trampa allí. 

Candice miró a aquel hombre que había traído en su casa. Le había dejado subir porque confiaba en él, confiaba en la herencia de Sherlock. Ellos eran lo que quedaba. Si nadie más trataba de resolver aquel entuerto, ¿quién lo haría?

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23/05/2013, 13:31
John Watson

Watson asintió con un cabeceo, sumido en sus pensamientos. Llegó a frotarse los ojos y a beber más té antes de responder, claramente contrariado ante las respuestas de Candice. Aquello era, quizás, algo duro de encajar para el hombre. Ese hombre sabía un poco sobre algunas cosas, de forma limitada, y encajaba.

- Siento lo de amiga, no lo sabía- replicó el hombre con un deje funesto y desvitalizado-. Supongo que a veinticuatro horas de distancia ya no habrá nada que hacer. Aunque ojalá me equivoque.

El hombre guardó un poco más de silencio, poniendo en orden una pequeña maraña de pensamientos antes de atreverse a decirle nada al respecto a Candice. Aquello era, en cierto modo, algo bastante privado.

- Sherlock trabajaba de forma encubierta para el MI6. Desde que fue al palacio de Buckingham y comenzó a resolver casos como El Gran Juego1, donde Moriarty comenzó a matar agentes del servicio secreto de inteligencia- confesó sin mirar a Candice, clavando la mirada en algún punto del suelo-. Estaban investigando algo sobre fatal glup- la droga sintética con sangre y  alucinógenos de Barskerville2-, y sobre personas cuyo grupo sanguíneo estaba inclasificado, o algo así. Sherlock nunca quiso darme los detalles sobre su colaboración con Mycroft, por mi seguridad, y ahora él está muerto.

Negó con la cabeza mientras sacaba un pañuelo del bolsillo. Con él se enjugó los ojos, vidriosos por un instante, y recuperó la entereza. Parecía bastante claro quienes eran los responsables de su muerte, al menos ahora. Moriarty, sí, pero no sólo él. Por extensión, todos aquellos que sufrían la investigación del Gobierno de Reino Unido. Y Arthur tenía un problema con bolsas de sangre, lo cual daba que pensar sobre quienes serían los responsables. Ellos, claro.

- Yo no me fiaría lo más mínimo de ellos- declaró el hombre en tono imperativo, seguro de su afirmación-. Si han conseguido quitar de en medio a mi amigo y trabajan para Moriarty, a poco que hayan aprendido de él serán unas sabandijas escurridizas- unos términos que John Watson sólo empleaba cuando estaba bastante molesto y frustrado con alguien-. Moriarty conseguía engañar a todo el mundo, ya fuese para hacerse pasar cualquiera o para que le siguiesen.

Volvió a negar con la cabeza por incontable vez, levantándose de su asiento.

- Este no es en absoluto un lugar seguro- dijo al fin, tomando la iniciativa para salvar el pellejo-. Si les intentamos tender una trampa nos la tenderán a nosotros. Me da la sensación de que tienen comprada media ciudad- el hombre recogió el abrigo e hizo una señal consultiva a Candice para ver si podía levantarse también-. Tengo que recoger a Mrs. Hudson. Iremos a casa de Lestrade. Es el único que tiene un piso franco para eludir a la prensa, así que rezo para que Moriarty no sepa de su existencia.

El hombre caminó hasta la puerta y la abrió sin miramientos, poniéndose la capucha del abrigo. No le pidió un paraguas a la universitaria.

- Gracias por todo, Candice- declaró-. Vaya a recoger a su amigo, Edmund. Nos vemos en el 221B de Barker Street. A ver qué opciones nos quedan...


1* Moriarty empleó a "El Golem", llamado así por su afección física, para matar a individuos sin aparente relación entre si.
2* Complejo militar similar al Área 51 con I+D de armas químicas y donde se advirtió a un "sabueso enorme monstruoso".