Partida Rol por web

Su intenció inicial era subirse al techo del terrano y cubrir al compañero, pero la cosa se desmandaba y el camionero fuera de su cabina no hacía más que complicarlo todo, bajó un poco la ventanilla – VUELVA A SU VEHÍCULO Y QUEDESE DENTRO BIEN CERRADO¡AHORA!- ahora tendría que repetir la misma operación que con la muerta solo que esta vez el motor estaba encendido. Echó los seguros y tiró hacia adelante

En los bares en los que se reunían los cazadores de la zona le habían hablado muchas veces de lo jodíos que son los jabalíes cuando no se les pilla bien y a la primera. No le extrañó que el tiro que le pegó el benemérito hiciera poco efecto. No tenía muy claro si el capó era zona segura, pero mejor que a ras de suelo estaba.

Lo bueno es que en ese momento solo había un cerdo rabioso que se fijara en ellos. Pero ¿dentro de un minuto?

La del todoterreno le gritaba nosequé y se puso a circular. Miró su camión. No estaba lejos. Una carrerita buena y...

Emmerson Fitipaldi se le apareció ese día. Saltó con agilidad antinatural al asiento y en menos de 30 segundos el coche estaba encendido y andando. Culeó levantando gravilla y pasó al lado de una que corría en pelotas con unas chanclas. ¿No era la Kimberly, la manchega? Eso le pareció.

Estaba corriendo los cien metros lisos pero él tenía sus propios problemas. Salió del descampado y entró por fin en una calle, mientras la chica de la sangre y la polla en la boca pasaba ahora de él para dirigirse a la piscina, que pronto se convertiría en un puto caos.

Con la adrenalina se le olvidó lo de las fiestas y que había varias calles cortas, entonces tuvo que dar un rodeo de la hostia. Cayó en la cuenta entonces. ¿A donde coño iba? Por que no tenía ni puta idea.

La pequeña Yaiza demostró en aquella situación de tensión que seguía siendo una niña, a pesar de todo. Le había dado por llorar. Antes lo hacía en voz alta, pero ahora estaba en posición fetal en el asiento de atrás con uno de aquellos llantos sordos que te provocan espasmos en la espalda.

Quizá se avergonzaba de la situación o es que estaba completamente en shock por la visión de la arrancapollas en serie. Era difícil saber en qué pensaba realmente una mujer.

El miedo da alas, y ella no era una excepción. Salió corriendo sin importarle una mierda el coche de... ¿Gines? Su nombre ahora mismo le importaba una polla. Pero corrió a través del descampado sin importarle haberse dejado el bikini en el coche, ni por el bamboleo de las tetillas a un lado y otro.

Casi se resbaló con la gravilla pero tras unas zancadas largas consiguió seguir corriendo. Dejó atrás al tío del mondongo colgando, que ahora se había dado la vuelta atraído por el sonido de la fiesta. No se habían coscado o les había sudado la polla los gritos, por otra parte normales entre canis de aquella especie. Los gritos de fondo, de esos que parece que le van a sacar las tripas a alguien, eran ya un sonido habitual.

Corrió un par de calles para poner tierra de por medio, y luego se encontró en una bocacalle que daba a todo el follón de la feria. En la esquina había un puesto de perritos calientes donde había unas cuantas personas sentadas en sillas y mesas de plástico comiendo tranquilamente. Un niño la vió y comenzó a reirse por que estaba en pelotas. Entonces se giraron varias cabezas y entre ellas reconoció las de unos vecinos, que la veían como su madre la había traído al mundo.

Le importaba bien poco quién le viera qué, así que se cruzó toda la feria en pelotas hasta su casa. Que los niños ya tenían una edad para saber de qué iba todo aquello y los viejos se podrían llevar una última alegría antes de irse a la tumba. La Kimberly estaba orgullosa de su cuerpo, aunque en cuanto se presentara a algún gran hermano y la cogieran, se pondría tetas con el premio. No paro el paso, corrió hasta llegar a casa de la yaya, no fuera a ser que le saliera al paso la puta de la Yoli asín disfrazá pa matarla.

El cagaprisas hizo honor a su nombre. Al final, todas esas sesiones de gimnasio, el spinning y salir a correr un ratico los domingos rindieron buen fruto. El fortachón bajó del capó del todoterreno que iba cuesta abajo para atropellar al cerdo y corrió como un keniata en los cien metros lisos. La víhen que carrera con más cojones. Pim, pam, salto a la cabina, puerta abierta, culo en asiento y puerta cerrada con el cerrojo echado.

Todo eso sucedió al mismo tiempo que el todoterreno chocaba con el cerdo. Ésta vez no le pasó por encima, si no que le empujó. Como era una bola de grasa, salió despedido unos metros rodando cuesta abajo hasta caer en una pequeña zanja. La picoleta controló bien el todoterreno y frenó luego. Los faros iluminaron la escena del camión siniestrado, que ahora estaba a unos diez metros de ella. La presencia de los faros atrajo a la entrañable pareja de ancianos infectados que se giró a mirar las luces como un ciervo deslumbrado.

Aprovechando la coyuntura, el novato bajó la cuesta apuntando al cerdo. Le quería reventar la cabeza. Se tomó su tiempo, aunque se revolvía dentro de la zanja. Apretó el gatillo y disparó, acertando contra el cráneo. El daño fue moderado, pero bastó para rematarle. La criatura dejó de chillar, pero el disparo había atraído a los dos infectados, que se debatían entre acercarse al todoterreno, que les cogía más cerca, o a él.

Resopló a sentarse en el asiento y verse a salvo.

-¡Campeón! -gritó dentro de la cabina con total convencimiento.

Apenas le había dado tiempo de ver con el rabillo del ojo al cerdo saliendo rebotado. Vetal carajo, pensó.

Uno. Cerrojo echado.

Dos. Camión encendido.

Tres. Luces largas pa tenerlo to claro.

Cuatro. Bate de beisbol en el regazo.

Cinco. Y ahora qué. Se preguntó.
 

Fue la sensación del pueblo. Pero luego vinieron otras sensaciones. Desde la piscina comenzaron a escucharse una serie de gritos que venían en crescendo como una puta orquesta. La plaga había llegado a Baños, y la situación que el gobierno decía que estaba controlada, se demostraba que para nada. La policía local se iba a encargar de aquello, esperaba, por que ella solo quería estar a salvo.

Picó a la puerta por que obviamente no llevaba las llaves encima, y tardaron en abrir. Tardaron mucho. Estaba nerviosa, pero al cabo de un rato abrió la abuela con su salto de cama y un pico puesto encima para estar "más decente". La casa era, como solian las de pueblo, un pequeño fortín. La cancela exterior con la tapia, patio recibidor, pequeño tramo de escaleras y puerta principal de sólido acero pintado de marrón para evitar la corrosión.

La abuela se quedó flipando mientras ella entraba en la casa y la obligaba a cerrar la puerta y echar siete cerrojos. Se sentó entonces en una silla del recibidor, totalmente out. A su puto rollo, en su mundo. Recuperándose del estado de shock.

La abuela no se lo podía creer. Que indecencia. En pelotas y con la entrepierna mojada. Aquella visión le asustaba más que la Santa Compaña. En cuanto entró por la puerta comenzó a santiguarse y mentar mucho a la vírgen. Luego se apresuró a traerle una manta del salón, de las que se echaba encima cuando veía la tele.

Había indicios de que sus familiares habían recogido un poco la mesa, pero todavía estaba desordenado, y se habían ido a tomarse algo dejando a la abuela para acostarse pronto. La señora la tapó con la manta y cuando le vió el rostro huidizo temió lo peor.

-¿Que tan violao, hija mia?, ¿por que vienes en pelota?

Esa puta mole era persistente por suerte Vílchez acertó, consciente de que estaba atrayendo a los abuelos y él era el más indefenso en ese momento, giró, subió el repecho de la vaguada y abrió la puerta del copiloto para que su compañero se pusiera a salvo. Acto seguido volvió a echar los seguros y le dio el intercomunicador, ponlo en abierto y habla con el camionero

Jorge no se lo pensó dos veces y se metió en el todoterreno. Las criaturas se acercaron a ellos pero iban muy, muy lentos. Era casi cómico. Tenían tiempo más que de sobra hasta que llegaran al repecho y lo subieran hasta el todoterreno. Respiró hondo un par de veces y cogió la radio, emitiendo en abierto para que lo escuchara Jose Luis.

-Cagaprisas, somos nosotros -dijo- ¿Estás bien?

En aquel momento, cerdos y toda la pesca se vieron atraídos por un nuevo sonido. El de la ambulancia de protección civil que venía del pueblo a toda pastilla. En cuestión de veinte segundos la vieron llegar a la altura del coche siniestrado. Los muy gilipollas se estaban bajando para comprobar el estado de los que estaban dentro.

La radio se activó entonces y escucharon a uno de los guardia urbana. El regordete que se llamaba Luis, aunque tenía la voz desencajada.

-Aquí la policía local de Baños. Tenéis que volver al pueblo por que se está liando parda. Hay unos caníbales de esos infectados mordiendo a la gente en la piscina. Pepe está allí y me ha dicho que os de el aviso. Cambio.

Su héroe. Se activó la radio entonces y sonó otra voz. La voz de Sebastián, su compañero del SEPRONA.

-Estaba en la fiesta pero se ha comenzado a armar un cirio del copón. Así que ahora mismo estoy en la comisaria con el uniforme y armado. ¿Necesitáis algo?, ¿donde voy?