Partida Rol por web

Llegaba el medio día y te encontrabas en tu hogar, sentada en el exterior, a punto de comer algo.

A lo lejos, escuchas como alguien se acerca. Un hombre encapuchado montado en un caballo blanco, cada vez está más y más cerca de donde te encuentras. Sin dudar, sales a su encuentro, sin saber muy bien quién es o qué quiere.

- Buen día, jovencita. - empezó a hablarte el extraño encapuchado. - Se escuchan muchas historias en estos días. Peligros que se ciernen sobre todos los territorios de esta isla. Cada vez más personas pierden seres queridos a manos de extraños seres. Este mundo se muere, y muy pocos están dispuestos a hacer algo para detenerlo.

Te hablaba con tono suave y tranquilo, no daba la sensación de ser una amenaza, al menos por el momento. Pero por mucho que lo intentabas, conseguías verle la cara. La capucha no dejaba ni un margen para poder verle el rostro, y la capa que le caía desde los hombros, ocultaba toda la ropa y armas que pudiera llevar aquel hombre.

Con todo eso podría resultar una amenaza, pero el modo en el que te habló...

- ¿Tendrías algo de comida para un viajero hambriento?

Krista se hallaba sentada, sujetando un vaso de hidromiel, en una mesa de madera acompañada por dos bancos en el exterior de su casa, pensativa, ajena al ruido exterior, pero, a su vez, siempre alerta. Los tiempos que acontecían no eran para menos. Sobre la mesa, a la vera de Krista, había un cuenco de madera relleno de una mezcla blanquecina cremosa (a lo que hoy llamamos yogur) acompañado de varias bayas, en su centro, había otro par de cuencos rellenos de queso, varias verduras y pan de cereales respectivamente.

Dejó el vaso de hidromiel sobre la mesa a la vez que se erguía ante la llegada de aquel extraño. Éste le hablaba con una tranquilidad inquietante para su gusto. Sin embargo, sus costumbres le impedían dejar de lado su servicialidad para con aquel huésped. - Cada vez más personas pierden seres queridos - Esas palabras le pillaron bajo sorpresa y su corazón no pudo evitar sobrecogerse ante ellas.

Miró con recelo a su huésped a la vez que cogía un vaso y le servía hidromiel - Buen día, señor - para sus adentros, lamentó no haber salido de caza el día anterior al observar la escasez de alimentos que había en su mesa. A la vez que no apartaba la vista de tan curioso sujeto, cogió un cuenco y se lo aproximó - Puede servirse lo que guste.

Una vez le hubo examinado lo suficiente (o lo poco que alcanzaba a ver), con sigilo escondió el cuchillo que había usado para cortar un par de rodajas de pan para su invitado en su bota, y se sentó a cierta distancia de éste. - ¿Qué le trae por aquí? - pronunció para luego beber un trago de hidromiel.

Una vez bajó del caballo y avanzó unos pasos hasta llegar a la mesa, el enmascarado descubre su rostro, y te mira como si se acabara de dar cuenta de algo indispensable, que se le había pasado por completo.

- Disculpa mis modales. Llevo un largo camino a mis espaldas, ¿qué pensarás de mi? - dijo el hombre mientras terminaba de recolocar la capa.

Puedes ver que es un hombre de mediana edad, con mirada viva y despierta, con alguna que otra cicatriz en el cuello y en el rostro. Sin duda ha pasado parte de su vida en combate. Pero lo que más llama tu atención es el emblema de su peto, sin duda alguna era el emblema de la ciudad de Varakdar, la ciudad de los reyes en cuyos territorios se encontraba tu hogar.

- Mi nombre es Egil, explorador del reino de Varakdar y mano derecha del principe Jorgen. - dijo mientras se fijaba en cómo retirabas el cuchillo, - No será necesaria arma alguna, puedes confiar en que no supondré riesgo alguno ni para ti, ni para esta hermosa casa.

Extiende el brazo para colocar su mano en tu hombro, para a continuación pintar una sonrisa de medio lado en su rostro, - Aceptaré gustoso lo que me ofrezcas. A cambio, lo mínimo que puedo hacer es explicar el propósito de mi llegada.

- Como he dicho soy el hombre de confianza del príncipe, y una misión nos ha llevado hacia el norte, hasta los límites de los territorios de Varakdar. Historias de aldeas arrasadas, campesinos arrastrados a viajar hacia la ciudad en busca de cobijo y algo con que llenar el estómago... Los reyes están buscando a cualquiera con voluntad de ayudar, y uno de ellos es el motivo de nuestro viaje, es más, en estos momentos el príncipe Jorgen estará hablando con el guerrero Björn, el susodicho guerrero. Si todo sale bien, se unirá a la causa.

Hizo un pequeño descanso mientras estiraba los brazos y la espalda, - tendrás que disculparme, ha sido mucho tiempo cabalgando. Jorgen tenía la misión de reclutar a Björn, y yo debía regresar a la ciudad, pero me he desviado del camino, menos mal que he encontrado tu casa, de lo contrario... el caballo se habría quedado sin fuerzas a mitad de camino. - Hizo una nueva pausa, pero esta vez, tras unos instantes, clavó la mirada en ti, - Bueno, creo que he hablado demasiado, ¿qué me cuentas de ti?, parece una casa muy grande para una sola persona, aunque quién soy yo para discutir algo así. Demuestras tener un corazón voluntarioso invitando a comer a un desconocido, y más cuando aún no se había identificado.

Krista hizo un leve asentimiento con la cabeza a modo de respuesta cuando Egil se presentó. Sin embargo, su ojo derecho titubeó una milésima de segundo tras ser descubierta en su intento por esconder con disimulo el cuchillo. No se trataba de cualquier forastero como bien estaba descubriendo a medida que éste iba explicándose.

Cuando Egil terminó de hablar haciendo ademán a su hospitalidad, Krista volvió a asentir con la cabeza. Su mirada se fijaba en los ojos de Egil y en sus expresiones. 

- ..¿qué me cuentas de ti?..- Pensó para sus adentros qué sería correcto o no decir, a pesar de que en un primer momento aquel sujeto le inspiraba cierta simpatía y portaba el sello de sus tierras, no le conocía. Entreabrió su boca unos instantes para luego pronunciar - Poco puedo contarle de mi - al menos, por ahora prefería no revelar ciertos aspectos dolorosos de su vida, como que era viuda y que, efectivamente, vivía sola - Me dedico a la curandería y a mi hogar, sencillamente, y no considero que atender a alguien que lo necesita sea loable, sino cuestión de educación - Volvió a rellenar el vaso de su invitado con hidromiel y volvió a mirarle.

- ¿De qué trata la misión? - preguntó sin tapujos, tal y como era ella, directa.

Egil notó que la pregunta sobre la casa y si vivía con alguien, te incomodó. - Lamento mis palabras. No es asunto mío, y no debí sacar un tema tan personal.

Fue casi como un bálsamo la pregunta sobre la misión, ya que le permitió al pobre Egil desviar el tema a uno que no te hiciera sentir incómoda. - ¿La misión? Bueno... digamos que es una misión de reclutamiento, con el objetivo de cumplir más misiones a posteriori. Las más importantes de todas son proteger a nuestra gente y encontrar la forma de detener para siempre esa oscuridad que cada día se acerca más y más.

- Como he dicho, he acompañado al príncipe Jorgen para reclutar a un formidable guerrero, y aún estamos buscando gente con voluntad. Gente capaz de arriesgar sus vidas por un bien mucho mayor. La idea de los reyes es reclutar a cada hombre y mujer capaz de luchar, para alistarlos en el ejército de Varakdar y defender la ciudad. Pero la misión que nos ocupa a Jorgen y a mí ahora, es reclutar a un grupo reducido, que descubra qué está ocurriendo y trate de ponerle fin, ya que está claro que todo lo que sucede, no es natural. Muchas de las gentes de Varakdar han perdido seres queridos, nuestro objetivo es que nadie más se sume a esa larga lista. ¿Crees que es una misión imposible?, quizás esté por encima de nuestras posibilidades, pero estamos dispuestos a morir por intentarlo.

Hizo un pequeño silencio, hasta que fijó la mirada en ti, - ¿Qué opinas tú?, ¿crees que nuestra causa es justa?

Las palabras de Égil iban haciendo mella en los acorazados sentimientos de Krista. Ayudar en la misión supondría, en cierto modo, honrar a su pueblo, subsanar el daño que las guerras habían ocasionado a sus seres queridos, y, lo más importante, enterrar el sufrimiento que la muerte de su marido le había provocado. ¿Sería posible hacer desaparecer el dolor? ¿Es posible curar el dolor con daño?...

Krista postró sus manos sobre la mesa a modo de ofrenda, como si portase sobre ellas un tesoro invisible - Esto es todo lo que tengo, mis manos, sin ellas no soy nada y con ellas soy todo lo que necesito ser - volvió a esconder sus manos bajo la mesa - Creo que es una misión posible, señor, pero necesitará ayuda.

Krista se levantó y se colocó al lado de Égil tendiendole una mano a modo de acuerdo - Si me permite, cuente conmigo. En sus palabras resurgían nuevas esperanzas que relucían como estrellas en el firmamento, aquellas esperanzas olvidadas tanto tiempo atrás.

Egil te miró con una pequeña sonrisa pintada en el rostro. - Me alegra escuchar tus palabras, de veras. - El joven se puso de pie, acercándose con suavidad hacia ti, deteniéndose justo al lado tuyo mientras cogía tus manos con movimientos lentos, - Ni más ni menos. Tienes lo más importante, voluntad. Sea cual sea tu motivación, pero me alegro de que te ofrezcas, nos vendrá muy bien contar con una curandera.

Egil fue retirándose hacia atrás, mientras volvía a ponerse la capucha, ocultando su rostro. - En tres días, todos los que habéis sido convocados, os reuniréis en el campamento militar de Varakdar. Allí me uniré a vosotros y os pondré al día de los últimos acontecimientos.

- Nos veremos muy pronto en la ciudad... ardo en deseos. - añadió para a continuación dirigirse hacia el caballo que esperaba fiera.

- Buen viaje - dijo Krista mientras Égil se retiraba.

A los pocos minutos, éste y su caballo ya eran una mota de polvo en la lejanía. Del rostro impasible de la curandera comenzaron a brotar desesperadas lágrimas que trataban de huir del punzante dolor que volvía a resurgir, como cada día, en un intento por ser calmado.

Estaba dispuesta a abrazar a la propia muerte con tal de luchar contra aquellos que le habían ocasionado tanto daño. Por ella, por su familia y amigos.. por él.