Partida Rol por web

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Señor... será mejor que guarde eso -añadió, algo dubitativo, mirando a izquierdas y derechas-, no quisiera yo problemas por hablar más de lo debido...

El muchacho no acepta tu dinero (pese a que lo mira), sólo quiere que le dejes en paz para que pueda seguir trabajando. Está claro que no está dispuesto a arriesgarse a que llegue a oídos de su señor lo que le cuente a un desconocido, y mucho menos a exponerse a su ira.

Pronto le quedo claro, que de aquel mozo nada iba a poder obtener. Guardo sus monedas, se despidió, y trató de ir tras la moza, que ya se iba alejando. Tal vez esta fuese más receptiva, pero tal y como estaban las cosas en aquel castillo, parecía que nadie iba a querer ayudarle. Todos parecían asustados, con gran temor a Don Pedro, y sin ninguna gana de hablar con un forastero. Aun así, nada perdería por intentarlo. 

Intenta hablar con la muchacha, pasa a la página 63. 

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Entras en la cocina y encuentras allí a la muchacha, que se dispone a recoger algunos utensilios para lavarlos con el agua de una cuba extraída del pozo. Está sola, pero no se sobresalta cuando requieres su atención, sino que te observa con cierta indiferencia. Sus pequeños ojillos negros y sus dientes desiguales no le confieren un rostro muy agraciado.

Buenos días... -dijo, por añadir algo ante la presencia de un extraño-.

Aquella moza, tampoco parecía que fuese a hablarle de nada, de hecho le dio la impresión de que tampoco le diría nada. Ya puestos en faena, trató de seducirla para ver si le podía sonsacar alguna cosa de interés. 

-¡Buenos días bella dama! ¿Hay algo en lo que podría ayudaros? Son un recien llegado que a nadie conoce y nadie hace ningún caso.- Sabedor de que aquello no era lo suyo y que probablemente la moza le mandase a paseo.

Pasa a la 69.

69

Bien sabido es que las plebeyas no entienden de buenas maneras, así que te limitas a soltar un simple cumplido y rodearla con tus brazos (aprovechando que estáis solos), aparte de preguntarla.

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Tus caricias son bien acogidas por la muchacha, que se abandona a tu repentino ataque de pasión. Mientras tanto, entre besos y risitas, consigues que te hable de don Pedro.

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Don Pedro es un amo muy cruel -comienza a decir-. Pero no lo es tanto con nosotros, sus criados, como con la gente del pueblo. Sobre todo desde que su hijo, Fernando, fue encontrado muerto. El caso es que los vecinos casi odiaban más a su hijo que a él...

Tomás vio con sorpresa que su estrategia había funcionado, la moza se mostró receptiva y hasta comenzó a contarles cosas de gran importancia. Así que siguió con sus caricias y abrazos, con la esperanza de que le contase alguna cosa más, que pudiese serle de ayuda.

-¿Y por qué odiaban los vecinos tanto al hijo de Don Pedro? ¿Era este malo con ellos?- Tal vez en eso estaba la clave de su repentina muerte, o no. Pero le sorprendió saber que este era muy odiado por los vecinos, más que el propio señor. 

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Pues verás... -la joven doncella continuó-; por las noches, Fernando se emborrachaba y bajaba al pueblo para divertirse. Acudía en busca de mujeres, y luego las forzaba y las maltrataba. La paciencia de los vecinos se colmó cuando un día entró a punta de espada a una de las casas y violó a una mujer delante de sus hijos... Fue muy sonado en la villa.

La mujer tragó saliva, mirando por la ventana de la cocina.

Pocos días después, Fernando fue asesinado, y desde entonces su padre busca cualquier excusa para castigar a los campesinos, pues piensa que el asesino se encuentra entre ellos y lo están encubriendo. Hay tres hombres encerrados en las mazmorras, y a veces se oyen unos espantosos alaridos procedentes de ellas. Todos sabemos que don Pedro intenta sacarles el nombre del asesino mediante el tormento... Sea alguno de ellos o no el culpable, esos alaridos son realmente... terribles.

Agradeces la información y te despides de la muchacha, quien te mira con ojos de deseo, para luego dirigirte a la torre del homenaje. Al menos ya estás puesto en conocimiento de la situación principal de Zuheros.

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Estás frente a una gran torre rectangular de tres plantas, cuya puerta es custodiada por un soldado con indumentaria idéntica a la del de la puerta de entrada al castillo. Le pides que avise a su capitán. Éste llama a voces a un soldado que se encuentra en el interior de la torre y le transmite tu petición. Al poco, aparece en el umbral un hombre alto y fuerte, moreno, calvo y de barba rala, que viste gambesón reforzado y capa de color rojo oscuro. A diferencia de los demás soldados, no lleva casco, pero sí una espada al cinto.

¿Quién eres y qué deseas? -te pregunta con una voz grave y potente, típica de un militar-.

La historia resulto ser más importante de lo que había pensado. El noble joven asesinado, en verdad que había dado motivos de sobra a los pobres vecinos, para que alguno de ellos acabase con su vida. Y eso sería, con bastante certeza, lo que ocurrió. Saber que había tres presos, para mediante tortura tratar de sacarles el nombre del asesino, fue también información bien recibida.

-¡Muchas gracias! Volveré a verte, pero ahora tengo que tratar de conseguir un trabajo.- Se despidió de la joven, para ir a la torre. 

-Mi nombre es Tomás y vengo por si hubiese algún trabajo o tarea en la que pudiera ser de ayuda. Por ese motivo quisiera poder presentar mis respetos al Señor Don Pedro.- Contestó al soldado, esperando que no le pusieran muchas trabas para poder acceder al noble. 

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Bien -exclama el capitán-, esto es cosa de Gonzalo. Acompáñame.

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Sigues al capitán hacia el interior de la torre. El lugar está oscuro debido a que carece de ventanas, aunque tus ojos se acostumbran fácilmente a la falta de iluminación. Te encuentras en un salón rectangular cuyas paredes están cubiertas de bonitos tapices. Al fondo hay una gran silla ricamente ornamentada que hace las veces de trono, donde se sienta un hombre de regio porte y vestido con ropas de calidad, sin cabellos en su cabeza, que apoya su codo en el brazo de la silla y te observa como si fueras un insecto insignificante.

A su lado, de pie, se encuentra un individuo de edad algo más joven (tampoco demasiado), de cabellos rizados, escasa barba y recortado bigote, también ricamente ataviado, pero no tanto como el otro. A ambos lados de la sala hay sendas mesas de madera con un candelabro como único adorno.

Este hombre solicita ponerse a vuestro servicio, señor... —dice el capitán, cuyo tono enérgico ha pasado a ser de sumo respeto y deferencia, y te deja solo ante ellos.

Acércate —dice el hombre del bigote. Ése debe de ser el hombre al que el capitán se refirió como Gonzalo. Seguramente se trata del mayordomo del castillo.

Obedeces al instante y te acercas a una distancia prudencial. El conde se limita a escuchar, apoyado en su silla, como si no tuviera el más mínimo interés en ti.

Dinos —inquiere Gonzalo—, ¿qué sabes hacer?

Tras acercarse a una distancia conveniente, se dio cuenta de las dificultades que podría tener para lograr un trabajo. Aun así, como sabía que sus habilidades y destrezas les vendrían muy bien. No dudo mucho en contestar a la pregunta de Gonzalo, que estando junto al callado conde, seguro que sería su mayordomo.

-Aunque joven son varias las cosas en las que podría serles de utilidad. Se escuchar y reunir información, puedo investigar para aclarar problemas no resueltos, y sobre todo, se ser discreto y obrar sin llamar la atención.- Aunque una vez que las palabras habían salido de su boca, se pregunto como se las tomarían aquellos nobles, de lo mismo les daba la impresión de un espía y ladrón, que era a lo que se dedicaba. Pero no considero el mentir, para ganarse un trabajo que luego no podría realizar. Así, si le contrataban ya sabían que podían esperar de el. 

Quien antes te miraba como un insecto, seguía mirándote tal que así; sin embargo ahora parecía que habías captado su atención (sobre todo al decir eso de "aclarar problemas no resueltos", lo cual sonaba muy resolutivo).

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Gonzalo miró de soslayo a su señor, y éste no dejaba de posar su mirada ante tí; habías comentado algo que "le venía al pelo", ya que precisamente aún seguía procurando la verdad sobre la muerte de su hijo. Si bien te podría haber aceptado directamente para ayudarle a averiguarlo, te veía más bien como simple villano, forastero y no necesariamente de su interés al no ostentar cargo alto y concreto.

Es época de cosecha, señor... -dijo Gonzalo, sin dejar de mirarte de abajo a arriba-: no nos vendría mal otro peón.

Don Pedro asintió, dando a entender que está de acuerdo con la idea del contratarte.

Trabajarás durante este mes —prosigue Gonzalo—. Mientras tanto, puedes alojarte con cualquiera de las familias del pueblo. Confío en que te hayas fijado en las horcas de la entrada... Ten presente que correrás la misma suerte que el desgraciado que se pudre en una de ellas si no obedeces a don Pedro.

Aunque el recuerdo de las horcas te causa temor, estás contento por haber encontrar trabajo. Mientras vuelves a bajar por la pendiente, intentando evitar fijarte de nuevo en el ahorcado, piensas en alojarte en la casa de Tobías.