Partida Rol por web

- ¡Maldita puta! – Bramó Sacamantecas. - ¿Dónde crees que vas? – Gritó a Bimbawa por alejarse con Usurero. La misión del rufián era proteger a Usurero, pero si la puta lo alejaba de él lo convertía en algo inviable.

Enfurecido, Sacamantecas no dudó ni un segundo en lanzarse a desgarrar al monigote más cercano. Acabaría con todos y luego le daría su merecido a ese estúpido y engreído brujo. Aunque no estaba acostumbrado a enfrentarse a cachos de papel, y el rufián falló su intento de golpe por mucho.

Se frenó y se quedó mirando al monigote que se había apartado como por arte de magia. ¿Qué demonios era eso?

Vio con preocupación como aquellos seres malignos y mágicos se avalanzaban sobre él, no pudo impedir que uno de ellos le diera un buen golpe en la cabeza que lo dejó algo confuso, pero era un guerrero entrenado y sabía lo que debía hacer, además los espíritus benignos le protegían y le habían librado de uno de los golpes, no pensaba desaprovechar la ocasión.

-¡No tocaréis a nuestro chamán!

Se posicionó con intención de proteger con su propio cuerpo cualquier intento de atacar a Rastrojo y después descargó su lanza contra el monigote más cercano. Sacamantecas ya estaba haciendo lo propio, aunque le preocupaba que tan solo era un rufián y no un guerrero entrenado como el resto.

-Enomoto, no son desconocidos. Son mis compañeros -susurró al guerrero de la katana-. Tenemos la misión de encontrar a una mujer secuestrada y liberarla. Si los apresan habremos fracasado. Nos retrasarán lo suficiente como para no poder seguir su pista y la perderemos para siempre. Y mi superior ya se ha pronunciado. Si desenfunda sus armas, deberé hacer lo propio. Somos hermanos. Somos familia. Somos amigos. Y aunque me gustaría evitar un enfrentamiento, pues somos extranjeros y extraños en estas tierras, el deber y la lealtad están por encima.

Ponzoña no se movió un ápice y no lo haría hasta que Matagatos actuara pero sus músculos se marcaban, demostrando que estaba listo para atacar como un león agazapado en la sabana.

Desde su escondrijo Sabandija observó con horror como los acontecimientos se precipitaban. Con su arco en la mano tensó la cuerda y apuntaba ora a unos, ora a otros, sin saber muy bien a quién atacar. ¿Acaso esos  monstruos de papel sufrirían algún daño o serían capaz de infringirlo?¿Y si al disparar el brujo se fijaba en él y maldecía al pobre de Sabandija? A pesar de las dudas, ver cómo uno de los soldados hería a Preocupado le hizo reaccionar.

- ¡Tks!- Se maldijo al ver que su flecha salía muy desviada.

-Gracias por su sabiduría-respondió el oscuro, también con una sonrisa. Acto seguido, sin demasiado esfuerzo, sus espadas aparecieron en sus manos casi como por arte de magia y se lanzó a atacar a uno de los monigotes. Si iba a tener que derramar sangre para acabar con aquella maldita misión, lo haría. Aunque claro, no creía que aquellas cosas sangraran. No en el sentido literal del término, al menos. 

Si alguien esgrime un arma contra el consejero del Shogún, me veré obligado a intervenir. Si ese alguien eres tú... eso me llenaría de tristeza. Ve, si eso es lo que quieres, Ponzoña gaijin.

Enomoto dejaba abierta la opción de luchar y destruir los origamis samurais. Eso entraba dentro de lo aceptable para él.

El octavo samurai, logró al fin recuperar su espada. El séptimo, rajado por las espadas gemelas del Cabo, se tambaleaba sobre sus puntas que hacían de piernas. El sexto, chocaba su arma con la de Sacamantecas.

La punta de lanza de Preocupado perforó el pecho del quinto samurai, pero eso no pareció efectivo, y se llevó otro capirotazo por resistirse.

Los cuatro primeros samurais de papel se seguían alejando por la calle, llevándose a Rastrojo, Bimbawa y Usurero.

-Procuraré seguir tu consejo -dijo Ponzoña en relación a lo que sería pelear contra el consejero-. Adiós, Enomoto.

Ponzoña se desvió lo suficiente como para interponerse en el camino de los cuatro origamis de vanguardia y descargó su maza contra el más cercano a él.

Sabandija callaba y observaba. Preocupado seguía recibiendo capirotazos a pesar de que la punta de su lanza atravesó el cuerpo de papel de uno de los soldados. Y mientras Rastrojo y los demás eran llevado a la fuerza cada vez más lejos. Había que hacer algo y, al ver a Ponzoña reaccionar, se armó de valor y se escabulló también a primera posición, tratando de cortar la retirada de los soldados haciéndoles una emboscada. El explorador mostraba, más bien no porque pocos podían verlo casi arrastrándose, que cuando quería podía moverse sigilosamente, cual serpiente.

El ataque dejó un agujero en su rival, pero no hubo tiempo para celebraciones porque aquellos demonios parecían inmunes al dolor. No quedaba otra que llenarlos de tantos agujeros como se pudiera, aunque le preocupaba que no fuera suficiente, no sabía como luchar contra aquella magia oscura que habían lanzado contra ellos. Mientras dudaba fue víctima de otro capirotazo.

-¡Por los espíritus, no conseguirás vencernos!

Preocupado era un guerrero decidido y lucharía por proteger a Rastrojo y el resto de miembros de la Compañía Negra mientras tuviera fuerzas para ello. Volvió a atacar al monigote decidido.

Sacamantecas rugió rabioso. Aquella especie de raras criaturas no eran humanas. No eran normales. Por todos los espíritus, no deberían ni moverse ni atacar. Aquel brujo maldito se las iba a pagar todas juntas. Y no podía permitir que se llevaran a Usurero. Frunció el ceño, pero esta vez, en lugar de atacar echó mano de un cubo de agua cercano y lo arrojó con todas sus fuerzas contra el monigote más cercano. Si esos bichos eran de papel… por mucha magia que los animara, seguramente se desharía al contacto con el agua…

¿O quizá no? Pero no perdía nada por intentarlo.

Aquella cosa de papel aún se mantenía en pie, pero no durante mucho tiempo si Matagatos podía impedirlo, pues descargó otro ataque contra aquella cosa, esperando acabar con ella de una maldita vez y poder ir tras el resto, evitar que se los llevaran de allí. 

Matagatos descuartizó al séptimo samurai con Dicha y Agonía (o como quiera que se llamasen), convirtiéndolo en confeti. En seguida el octavo samurai se puso a luchar con él, golpeándole con la katana de papel en la cara y haciéndole un poco de daño, sobretodo en el amor propio.

Preocupado perforó el monigote de papel por segunda vez, pero no daba resultado. El K'Hlata se llevó un nuevo capirotazo que le dejó tambaleante. Si no empezaba a esquivar y a preocuparse por su propia defensa, el de Infantería pronto caería.

Sacamantecas echó el único cubo de agua de las cercanías hacia el sexto samurai. Aunque no era un experto baldeador, parte del agua alcanzaron al monigote. Sus piernas y su torso de papel perdieron toda dureza al contacto con el agua, y el papel quedó empapado en un charco, agitándose tímidamente en unos últimos coletazos antes de perecer. Viéndose libre de contrincantes, el Rufián aprovechó para correr tras Usurero.

Ponzoña se le adelantó, y llegó antes. Su maza golpeó al primer samurai, que se inclinó hacia atrás... para luego volver a la verticalidad como un tentetieso. Las armas contundentes eran tan poco efectivas contra las criaturas de papel como las lanzas y las flechas.

Además, por muy anchas y atléticas espaldas que tuviese, Ponzoña por sí solo era incapaz de bloquear toda la calle. Los samurais segundo, tercero y cuarto continuaron su camino azuzando a Usurero, Bimbawa y Rastrojo hacia el muelle. Al pasar a su lado, la prostituta, dedicó unos susurros de reproche al amante de ébano de Khadesa.

¿Se puede saber qué haces, Ponzoña? No te metas, déjanos vía libre.

Nadie se dió cuenta, y jamás se llevaría el mérito, pero Sabandija puso la zancadilla al segundo samurai, que salió proyectado hacia delante, volando como un avioncito de papel. Se perdió de vista por encima de unas casas, pero era muy probable que ese origami nunca más les fuese a dar problemas.

Preocupado comprobó como su lanza atravesaba el cuerpo de aquel engendro y le hacía un nuevo agujero, pero nuevamente fue inútil, como contraprestación se llevó otro golpe de la espada del ficticio samurai y ya comenzaba a sentirse cansado y mareado. No tenía ni idea de como luchar contra aquella magia tan poderosa. A su alrededor sus compañeros parecían apañárselas mejor usando otros métodos menos convencionales de lucha pero que daban resultado así que Preocupado intentó una acción desesperada y se encomendó a los espíritus para que le protegieran y guiaran. Soltó la lanza y el escudo y se tiró contra el muñeco de papel con la intención de rodearlo con sus brazos, tirarlo al suelo y una vez allí arrugarlo y destrozarlo, por lo que había visto estaban hechos de un material que se rompía con relativa facilidad, si conseguía cortarlo en trozos muy pequeños aquella cosa no podría hacerle daño y ya por fin iría en pos de Rastrojo para protegerlo como era su deber.

Matagatos recibió aquel golpe con un gruñido de frustración, y volvió a trazar arcos de corte con sus dos espadas, atacando a su nuevo agresor. Debían parar aquello, o se encontrarían con muchos problemas, aunque ya se habían metido en unos cuantos. Y buena parte de ellos por culpa de Rastrojo. Aquella misión era una maldita locura desde el principio, y más con el falso chamán a la cabeza. Solo esperaba que, una vez que se acabaran los muñecos de papel, aquel tipo se rindiera. 

Vio y comprendió. Su maza pareció volar al costado, colgando nuevamente de la cincha y cogiendo al origami más cercano con ambas manos, trató de rasgarlo en dos pues no en vano era de papel.

Lo que la puta le dijera le era totalmente indiferente. Su cabo atacaba. Él atacaba.

Como si hubiera hecho algo que no debía Sabandija se encogió de hombros al ver que el soldadito salía volando cual las hojas de los árboles en otoño. Reconocía que no le gustaba llamar la atención pero a veces rabiaba por dentro por ser tan insignificante. Así que sacó su cuchillo de caza y se lanzó como una fiera contra uno de aquellos origamis que aún custodiaban al grupo de Rastrojo.

- ¡Aaaaaaaaaaah!- ¡Existo, existo, existo!

Sacamantecas vio cómo el escuchimizado K'Hlata que les acompañaba, Sabandija, se lanzaba con valor a por uno de los muñecos de papel que todavía azuzaban a Usurero y la puta, y ni corto ni perezoso, el rufián no se detuvo y se lanzó con su sable a por el otro monigote.

Dio un par de violentos tajos intentando inutilizar a aquel monigote, partirlo por la mitad, o lo que fuera...

Debía liberar a Usurero cuanto antes...

En la plaza, Preocupado y Matagatos, cada uno en su peculiar estilo de lucha, rasgaban o cortaban al quinto y al octavo samurai de manera somera. Sin embargo, sus contraataques de papel fueron devastadores...

El que se enfrentaba a Matagatos se llevó la katana hacia atrás, a un lado de la cadera, en una posición que recordaría a envainar la espada, si es que tuviese una vaina para ello. En un movimiento rápido, el octavo origami cambió de posición haciendo que la trayectoria del filo de papel golpease al Cabo en la nariz, dejándola enrojecida, y algo hinchada, y haciendo que la voz de Matagatos sonase más nasal, como en un constipado.

En el suelo, el samurai número cinco metió su papel-katana entre las piernas de Preocupado, haciéndole perder el equilibrio hacia delante. La cara del K'Hlata se estrelló contra un tamiz que colgaba del poste de un puestecillo, dejando marcas cuadriculadas en frente y pómulos. Eso terminó por derrotar al miembro de Infantería, que quedó en el suelo, medio grogui. Aún podía hablar y arrastrarse, pero si se tratase de una lucha con katanas de acero, a estas alturas ya estaría muerto.

En la calle, la pelea empezaba a tener mejor cariz. De los tres samurais que custodiaban a los prisioneros, uno se encaró con Ponzoña y el otro con Sacamantecas. El tercero, después de ser herido por Sabandija, ignoró completamente a su agresor y dió otro azote en el chamánico trasero de Rastrojo. Ese tercer samurai y los tres prisioneros llegaron al muelle, en las orillas del lago de los castores.

¡Ahora, Usurero!

Bimbawa se puso a cuatro patas, tras las piernas de papel del origami, y Usurero empujó. No es que Usurero fuese fuerte, sino que su oponente era increiblemente liviano. El samurai herido por Sabandija cayó hacia atrás hasta tocar la superficie del lago. Su color se fue oscureciendo a medida que se empapaba... y finalmente el cocodrilo Godzilla emergió con sus fauces abiertas, mordiendo el papel, agitando la cabeza para rasgarlo y hundiéndose con el a las profundidades de la charca. Es por ese motivo que Bimbawa insistió a Ponzoña para que les dejasen avanzar hasta allí.

A medio camino, Ponzoña rasgaba con sus manos al primer samurai, imitando la técnica de Preocupado. El sable de Sacamantecas era más efectivo, y causaba grandes estragos en el cuerpo de papel, pero el Rufián descuidó su guardia, y se llevó un capirotazo en sus testículos.

Ponzoña vio lo que aquel saco de huesos llamado Bimbawa hacía. No se lo pensó dos veces y trató de coger al origami entre sus manos y arrastralo hasta el agua, pero aquel monigote era especialmente escurridizo y no se dejaba apresar.

-Bimbawa, trae un cubo de agua -gritó.

Mierda. Parecía que todos intentaban algo parecido a su estrategia del cubo de agua.

Sacamantecas resopló y se encogió de hombros después de llevarse el capirotazo en los huevos. Miró con ira al origami, y se lanzó a por el monigote tratando de arrastrarlo consigo para lanzarlo también al agua.

- ¡IAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! - Gritó mientras se tiraba a por el monigote de papel... Pero dio con sus huesos en el suelo cuando el origami animado se apartó en un rápido movimiento lateral.

Sacamantecas rodó sobre sí mismo y volvió a ponerse en pie mirando a su enemigo.