Partida Rol por web

La preocupación por lo que le podía pasar a Rastrojo por el ataque de Ponzoña era evidente en el rostro de Preocupado, que intentaba controlar el dolor que el hechizo le estaba produciendo. Cuando vio caer la máscara y comprobó que era el brujo malvado el que estaba detrás de todo aquello suspiró con alivio, mucho más cuando tuvo que concentrar sus poderes en convertirse en una gruia y dejó de sentir el dolor provocado por el hechizo.
Volvió a incorporarse intentando aparentar serenidad, aunque estaba preocupado por si el brujo regresaba, cosa que no dudaba que hiciera y esta vez seguramente acompañado de más soldados.

-Bien hecho Sabandija. ¿Como sabías que no era Rastrojo? Me preocupa que haya conseguido engañarme con tanta facilidad. Y bien por ti Ponzoña, no solo no dejaste que te engañara si no que conseguiste derrotarlo, al menos de momento. Creo que será mejor que nos vayamos, ya tenemos a Elefanta.

Y además también habían encontrado las espadas cortas de Matagatos, claro que eso no era una buena noticia, todo lo contrario, pues todos estarían mejor con esas armas malditas lo más lejos posible. Pero las cosas eran así y no debían perder tiempo en tonterías, había que ir al encuentro de Rastrojo cuanto antes y volver al campamento.

-Volvamos con Rastrojo. -El infante miró con preocupación a Elefanta. ¿El secuestro la había trastornado o seguía aún bajo la influencia del demonio? Por si acaso sería mejor no acercarse mucho hasta que Rastrojo pudiera quitárselo de encima. Vestirnos de mujeres... Somos guerreros... Que estupidez. Además Preocupado tenía un plan mejor.- Sacamantecas dijo que había un pasadizo secreto en la habitación de las mujeres, podemos huir por ahí.

Sabandija se frotaba los ojos contante mente para creer lo que veía. Todo aquello le resultaba muy extraño pero acabó finalmente aliviado al ver que tenía razón y aquel que lo shabía hecho sufrir no era Rstrojo.

- Conozco a Rastrojo y no sería capaz de traicionarnos*.-Cortestó con la firmeza que la fe ciega da a los necios y con cierto tono recriminatorio hacia Preocupado por haber osado tan solo a dudar del chamán de la Compañía. No era de buen K´Hlata. Preocupado no era un Oscuro como Matagatos o Sacamantencas. Lo de Ponzoña ya no tenía nombre aunque había sido su actuación la que les había permitido salir bien parados. 

Sabandija ya se estaba soltando el cabello que llevaba recogido en una coleta cuando Preocupado tiró por tierra el plan de la puta. El explorador pasó mucho apuro pues de nuevo había quedado mal antes sus compañeros dispuesto a escapar vestido de mujer. Afortunadamente para él, no era nadie y nadie se fijaba nunca en él. Le había parecido una muy buena idea evitar el combate con los soldados. No era cobardía, era salir de allí cuanto antes ahora que habían logrado cumplir la misión.

Sacamantecas no dijo nada. Ni tan sólo cuando el dolor remitió y desapareció. Había tenido que ser el K’Hlata grandullón quien derribaba a aquel brujo y lo desenmascaraba. El viejo rufián notaba que empezaba a perder reflejos… o quizá arrestos. No creía que fuera eso último pero le preocupaba que lo vieran así. Otros rufianes más jóvenes tratarían de hacerse con su merecido puesto. Y eso sólo significaba más problemas para Sacamantecas.

Se llevó una mano a la herida provocada por las geishas, de forma casi inconsciente. Apretó los dientes y miró a Matagatos para ver si aprobaba el plan de Elefanta. Ahora mismo su mejor baza era pasar por un soldado de la Compañía y obedecer sin discutir. Aunque no lo fuera realmente, estaría bien que contaran con su ayuda y que no le dejaran atrás llegado el caso, si es que había algo que los retuviera.

- Haré lo que diga vuestro líder. – Dijo mirando al Cabo Oscuro. Después de todo Usurero le había ordenado ayudar a rescatar a Elefanta y traer de vuelta a la puta. Su mejor oportunidad era permanecer con el grupo, y si se separaba para intentar sacarla mientras Matagatos y el resto se dedicaban a buscar unas armas… seguramente les acabarían pillando y tanto el rufián como la puta y quienes les acompañaran, acabarían encerrados por los hombres del brujo.

No había orgullo en su mirada por haber podido reaccionar. En otras ocasiones, él era el que había necesitado de los demás. En eso consistía ser hermanos. Pero cuando vio que quien caía no era realmente Rastrojo sintió una punzada. De un lado, pena por no haberle dado un escarmiento a aquella rata. Y de otro, alivio, por saberle no traidor.

Le resultaba indiferente la estrategia a seguir. Vestir de mujer no le haría perder su hombría. Y huir por un pasadizo secreto no lo convertiría en cobarde.

-Sacamantecas, ¿dónde está ese pasadizo? -preguntó.

Cuando Ponzoña embistió al responsable de aquel hechizo y por tanto desapareció su efecto, resultó que no era Rastrojo. Le extrañaba mucho que el falso chamán fuera capaz de desplegar esos poderes, al fin y al cabo, pero tenía su rostro. Mientras se dirigía a por sus espadas, cayó en algo. ¿Cómo diablos sabía aquello el brujo? Solo había un modo. Miró, durante poco más de un segundo a Preocupado, preguntándose si sus sospechas serían ciertas, antes de recoger las armas. 

-No diré que me guste el plan de vestirnos de mujer... Pero probablemente sea lo más sensato. Eso sí, ¿es posible? Muchos de nosotros no tenemos un aspecto afeminado, por decirlo de algún modo. 

Los kimonos Nyueng Bao ocultan todo el cuerpo. Llevaréis abanicos. Si en algún momento os hablan en un idioma que no conozcáis, soltad una risilla nerviosa tras el abanico y seguid avanzando. Eso a los hombres les encanta. Se creen que sus dotes conquistadoras han triunfado, o algo así.

La metamorfosis tuvo lugar en el harén, ante los ojos vidriosos de los cadáveres de Chumino y Metoko. Elefanta y Bimbawa se encargaron de todos los preparativos. Unos polvos blancos en manos y cara hacían iguales a personas de distinto color de piel. Preocupado fue el antepenúltimo, tras estar buscando pasadizos secretos en los dormitorios sin encontrar nada. Luego fue Bimbawa.

El disfraz de Elefanta fue el más laborioso. Era la más alta, y por tanto la que debería esconder las armas del grupo. Los mangos de Dicha, Agonía o el sable de Sacamantecas iban atados a la cara interior de los muslos de la prostituta, envainadas y con el filo mirando al suelo. No diremos cómo viajó la maza de Ponzoña. La lanza de Preocupado era sujetada por las nalgas de Elefanta, y ocultada desde los omóplatos hasta la altura de los tobillos por el propio kimono. Bimbawa tuvo que ser alzada para aplicar el potingue blanco en la piel, y en tanta cantidad que con lo que sobró de la última aplicación se limpió a los pechos de su amiga. La falda era tan entallada que caminar con toda esa armería corporal no difería en hacerlo sin ella, con pasos cortos sin dejar mover las rodillas.

¡Ya está! Vamos...

Al bajar las escaleras pudieron ver a unos guardias en el pasillo de la planta baja, registrando el comedor por el que habían entrado, la cocina, y los dormitorios del servicio, haciendo que los sirvientes formasen una fila a la espera de que terminase la inspección. La chica que fue amordazada por Ponzoña giró la vista hacia las escaleras.

¡Watané!-dijo a uno de los soldados, señalándoles acusadoramente-Ishime ne...

El soldado le dió un guantazo, interrumpiéndola. Nadie quería oír lo que una niñata intentaba decir. El guardia avanzó hasta el recibidor y señaló hacia las puertas abiertas de par en par, diciéndoles algo en Nyueng Bao.

Con el abanico sobre la boca, Bimbawa asintió.

Jijijijiji...

Fuera aguardaban los samuráis de élite, medio centenar de soldados y el mismísimo Brujo. Todos les hicieron un pasillo, y les desnudaban con la mirada, diciéndoles cosas en Nyueng Bao incomprensibles, pero que se podrían traducir como "quién fuese kimono para abrazar esas carnes" o "ven pa'cá, jaca, que te voy a hacer un churumbel". Sin embargo, por extrañas costumbres sociales, ninguno de ellos buscó contacto físico, ni les palmeó el trasero.

¡¿Qué hacéis, imbéciles?! ¿No véis que son hombres?

El Brujo se interpuso en el camino de los fugitivos y cogió las solapas de uno de los escotes para separarlos y mostrar un torso masculino. Era el escote de Elefanta, y el exceso de maquillaje con el que Bimbawa se limpió en sus pechos ocultaba la piel de K'Hlata.

Pe... perdón. Me he confundido... ¡¿Qué estáis mirando?! ¡Fuera de mi vista, geishas!

Con el kimono aflojado, la lanza de Preocupado se inclinó hacia atrás a la altura de la espalda, formando un bulto a modo de aleta dorsal. Bimbawa se apresuró en usar su mano libre, la que no sujetaba el abanico, y empujó hacia delante el ástil, de modo que solo parecía que Bimbawa ponía la palma sobre la espalda de Elefanta para hacerla avanzar.

El grupo llegó hasta los peldaños de piedra, una interminable escalera que recorría todo el barrio rico y bajaba hasta el puerto del lago. Mientras descendían, el Brujo empezó a atar cabos. No le sonaba ninguna Nyueng Bao tan alta como la que examinó.

¡Un momento! ¡Guardias! ¡Detenedlas!

Empezaron a correr escaleras abajo. Elefanta cubrió la retirada, y empujó obstáculos ante sus perseguidores: un palanquín ostentosamente decorado, un barril tendido a secar que a veces usaban para bañarse, un gordo luchador de sumo...

El límite entre el barrio rico y el pobre estaba sin vigilancia. Los dos guardias que habían venido a hacer el relevo estaban cinco yardas más alejados de la escalera, investigando los cadáveres de sus antecesores asesinados la noche anterior por Sabandija, Ponzoña y Sacamantecas. En realidad, a uno lo habían dejado inconsciente, pero algún maleante de Puerto Rata lo había degollado horas después al encontrárselo indefenso. La semilla de la Revolución había sido plantada. Los débiles se alzarían contra los fuertes, y seguramente serían masacrados... Pero esa es otra historia.

Uno de los dos guardias de reemplazo les señaló desde la distancia, seguramente ordenando ingenuamente que se detuviesen, y tras eso se ambos se unieron a los samuráis en la persecución.

Al llegar al muelle, no coincidió ningún bote en las cercanías para cruzar el lago artificial. No importaba ya. Sus perseguidores estaban demasiado cerca como para no plantarles cara...

Elefanta se quitó el kimono y pasó las armas al Rufián y a los Hermanos Juramentados. Con el índice y el pulgar en la boca, la prostituta silbó para llamar a una de las barcas...

¡¡¡FI-I-UUUUUUUUUU!!!

Takeda se aproximó, remando hacia el embarcadero, pero al ver el percal detuvo la barca a cierta distancia.

No... Oh, no. Si os recojo, me meteré en un lío.

Elefanta trató de convencerlo, agitando el torso y haciendo que sus tetas bailasen. Takeda pareció tomar la propuesta en consideración, pero aún tardaría en remar hasta el muelle.

Voy a buscar a Rastrojo y a Usurero. Vosotros tratad de aguantar...

No era un mal campo de batalla, con ellos travestidos y dos casas haciendo de cuello de botella, flanqueando unas escaleras tan anchas que solo permitían dos enemigos a la vez, mientras que en la base de las escaleras podían defender Matagatos, Ponzoña y Sacamantecas. Preocupado podía estar en segunda fila, con sus lanzazos escurriéndose entre sus aliados para dar a los Nyueng Bao desde la distancia, y con Sabandija usando el arco.

Los dos primeros enemigos ya estaban aquí: los guardias que les llamaron la atención al bajar. Veinte peldaños más arriba, se acercaban los samuráis... cuarenta peldaños por encima llegaban los cincuenta soldados... y aún más retrasado, el Brujo se recogía la túnica para bajar los peldaños con cuidado.

A Preocupado no le hacía gracia aquel plan, le preocupaba vestirse de mujer y disfrazarse. ¿Y si los espíritus no lograban reconocerlo y le quitaban su favor? ¿Y si alguno de sus compañeros de pelotón se enteraba de aquello?

Seguro que se enteran, van a estar riéndose hasta que me muera.

Miró con cierto rencor a Sacamantecas por no haber mencionado al resto lo del pasadizo secreto, aquel si que sería un buen camino para salir del palacio sin ser vistos y sin tener que disfrazarse de mujer. Pero mientras todos se disfrazaban había estado intentando encontrar la salida secreta y no había sido capaz de localizarla. Cuando le llegó el turno lo hizo con resignación, como buen soldado cumpliendo una orden aunque no le guste.

Parezco un oscuro, los espíritus no van a saber reconocerme, esto nos va a meter en problemas.

Siguió al resto como si una marcha marcial se tratara, intentando seguir los consejos que le habían dado. Cuando se encontró en el patio lleno de soldados supo que aquel podía ser su final, solo esperaba que nadie pudiera llegar al campamento con la noticia de que había muerto vestido como una mujer.

-Jijijijiji

Respondió con una risa aguda y moviendo el abanico a las palabras de los soldados. El brujo había estado a punto de descubrirlos pero para su fortuna había sido Elefanta la elegida para comprobar que no eran mujeres.
Cuando llegaron a las escaleras el brujo se lo pensó mejor y ordenó que los detuvieran. Solo quedaba una opción.

-¡Corred hacia el muelle!

Preocupado se remangó las faldas para poder correr mejor, ya no merecía la pena guardar la mascarada por más tiempo, solo pensaba en poder llegar al muelle y conseguir escapar de allí con Elefanta y el resto.
Estaban atrapados y no les quedaba más remedio que luchar, así que se deshizo del kimono e intentó quitarse los polvos. Supuso que se parecería en aquellos momentos a su hermano Cielo cuando iba a la batalla. Pues bien, allí aguantaría hasta que volviera Rastrojo y pudieran retroceder. Con su lanza y el escudo listos atacó a uno de los guardias que ya se les echaban encima y dándole un buen lanzazo.

- Jijiji.- Sabandija reía nervioso, casi histérico, pero para fortuna suya tenía un largo y lustroso pelo natural que movía zalamero. Con todo aquel disfraz, kimono, polvos de maquillaje y la tensión de que el brujo casi pillara su estratagema sudaba a mares. Cuando llegaron al puerto el pastel quedó al descubierto y no les quedó otro remedio que luchar. Tenían que aguantar hasta que Bimbawa trajese a Rastrojo y Usurero. No sonaba fácil y, cuando vio lo que se les venía encima, dudó sobre si mantener el disfraz y quedarse a vivir allí de por vida, a pesar de las cosas imperdonables ante los ojos de los espíritus que tendría que hacer.

Con su aguda vista vio al gigante que había puesto en problemas a Ponzoña y, junto a él, al samurai que le había atacado a él. Pero lo que más le llamó la atención fue el lancero. Ese pequeño revoltoso había hecho antes un buen trabajo. Desde donde estaban Preocupado y otro más podrían defenderse de un gran número, mientras no aparecieran en tropel de mujeres alborotándolo todo o uno de ellos se quisiera hacer un "Kawashi", como había pasado antes. Desde su posición más segura tensó el arco y clavó una flecha en el lancero.

La alocada carrera fuera del palacio una vez habían sido descubiertos, casi había dejado sin aliento a Sacamantecas. Cuando miró hacia atrás, pudo ver como un grupo cada vez más numeroso de enemigos les pisaban los talones.

Y para colmo de males, al mirar en busca de posibles vías de escape sólo había una, la barca que llevaba el tal Takeda, y que no parecía muy dispuesto a acercarse.

Frunció el ceño. Ni siquiera las tetas de Elefanta estaban distrayendo a los samuráis. Aquello no podía ser bueno. Apretó la empuñadura de su sable en la mano y atacó con fuerza al enemigo más cercano.

Si tenía que morir, se llevaría a cuantos más pudiera por delante.

El potencial ridículo por ir disfrazado de mujer era algo que a Ponzoña no le importaba sabiendo que su supervivencia dependía del buen manejo de su maza.  Y pese a los más que reconocibles aromas que ahora desprendía su arma, la tomó con su diestra dispuesto a romper el cráneo de quien se interpusiera en su trayectoria o a morir del intento. 

Aquella ridícula estratagema no duró mucho, pero quizás sí lo hizo el tiempo mínimo necesario. Otra cosa es que el mínimo fuera suficiente, pues ahora debían defender una posición contra muchos enemigos, y aunque la posición era casi inmejorable, ellos no estaban en su mejor momento precisamente. 

Los guardias soportaron estoicos el dolor de la lanza de Preocupado y la maza olorosa de Ponzoña. También el lancero que bajaba las escaleras logró mantenerse en pie a pesar del flechazo de Sabandija.

El Nyueng Bao de la armadura negra adelantó al lancero, interponiendo su cuerpo en la trayectoria de cualquier ataque a su compañero. En conjunto, el grupo de samuráis habían rebasado el límite entre el barrio rico y el pobre, quedando a escasos quince pies de la posición que defendía la Compañía Negra.

Mientras, el barquero llegaba hasta el muelle. Difícilmente habría sitio para todos en aquel cascarón si ahora eran los mismos que en el primer viaje, más la gigantesca prostituta rescatada. Elefanta retrocedió poco a poco por el embarcadero, en topless, manteniendo su bailoteo de senos, para hacer que Takeda bajase de la barca dejando su puesto libre.

¿Cómo es esto posible? Los melones están diciendo que no, pero los pezones están asintiendo... Debe de tratarse de una diosa si puede combinar ambos movimientos...-dijo ojiplático el barquero.

Un poquito más... solo deberían resistir un poquito más...