Partida Rol por web

Las cartas estaban echadas y ya solo quedaba luchar allí hasta morir o vencer a sus enemigos. Preocupado usó su escudo para cerrar filas junto a sus compañeros de lucha y así formar un pequeño muro bélico que acabara con todo el que se acercaba.
De nuevo su ataque fue exitoso y consiguió volver a herir al guardia con el que estaba combatiendo.

Su flecha se clavó en el lancero. Poco a poco Sabandija iba cogiendo la confianza que tanto hiciera flaquear sus piernas no hacía mucho. Gracias al apoyo de Rastrojo, al de Plumilla, y así mismo iba venciendo sus miedos y comenzaba a convertirse en un cazador de hombres. Ya estaba tensando otra flecha en el arco cuando la enorme mole se interpuso delante de su objetivo. No sabía porqué pero la valiente acción del enorme guerrero de la armadura negra le había llegado al alma.¿Cuándo tendría Sabandija a alguien que hiciera eso por él? Es verdad que tenía a Plumilla, pero ésta era tan escuchimizada, que no podría protegerle ni de un estornudo de un esclavo mal alimentado. La cosa tenía que ser que fuera alguien grande y fuerte, como Sierra, como Elefanta, como Campaña o...Ponzoña, por ejemplo. ¿Pero quién iba a amarle tanto?¿Qué relación había entre el lancero y el de la armadura negra para semejante sacrificio? La que fuera él la deseaba para sí. Se quedó un instante ensimismado en sus pensamientos, quizá envidia sana, antes de cambiar de objetivo y apuntar al samurai al que tenía tantas ganas. 

Sacamantecas estaba cada vez más cansado y más furioso. Notaba que las fuerzas le fallaban. Quizá estaba demasiado viejo para aquello. Pero no pensaba rendirse. Eso jamás.

Si salía con vida de aquella, le pediría a Usurero una buena bonificación, o por lo menos un buen rato con alguna de las putas.

Apretó los dientes y volvió a golpear intentando acabar con uno de los guardias.

La maza de Ponzoña continuó con su baile. Era hora de golpear y aguantar cuanto pudieran antes de iniciar una honrosa retirada con su botín, es decir, con Elefanta. Sonó el chasquido de la carne y el Hiena solo pudo sonreir enseñando una dentadura blanca como un hueso asomando por la carne.

Matagatos atacó de nuevo, aunque esta vez con mayor fortuna que antes, logrando sus espadas cortar la carne de uno de sus adversarios. 

Elefanta agarró al barquero, lo alzó y lo proyectó hacia el lago, para que se diese una ducha fría.

¡Listo! Ya tenemos barca. ¿Dónde están Usurero y Rastrojo?

A lo lejos, Rastrojo se acercaba con un paso vivo, y el pecho hinchado de orgullo.

¡Eoooo! ¡Sabía que te encontraría, Elefanta! Todo ha salido como planeé.

Ouch. ¿Qué es lo que veo...? Ponzoña y Matagatos siguen vivos. ¡Mecachis! Ellos eran las bajas aceptables. Pero supongo que no pasa nada si me puedo colgar la medalla de haber dirigido al grupo sin perder a ninguno de los voluntarios...

Y todavía aún más por detrás, Bimbawa empujaba a un cansado Usurero, demasiado viejo como para seguir el ritmo de los más jóvenes.

Arf, arf, arf...-jadeó con la lengua afuera-Rasssstrojo, arf... cuéntales lo de la pomada curativvvva que nos dió el Nyueng Baoooo...

Ssssh...

Rastrojo cerró el puño como si estuviese atesorando algo con fuerza. Estaba lo suficientemente cerca como para que Sabandija, Preocupado, Matagatos, Ponzoña o Sacamantecas abandonasen su posición para arrebatar al chamán el ungüento y aplicarlo.

No sé de qué pomada me hablas, Usurero-mintió afectadamente-Fue un regalo personal al líder de la misión que envié a liberarle. Además, aquí todos parecen estar bien de salud.

El combate estaba yendo bien. Los dos guardias habían caído, y Sabandija había logrado abatir a uno de los samurais con un disparo espléndido... que había pasado bastante desapercibido. Pero el resto de Nyuengs Baos (o como quiera que se diga el plural) llegarían antes a la base de las escaleras de lo que le llevaría a Usurero alcanzar el embarcadero.

Los dos primeros samurais se agazaparon tratando de agarrar los cadáveres de los guardias sin recibir ningún golpe de los sucios gaijin. Subieron los cuerpos a distinta velocidad, permitiendo que otro samurai zigzaguease escaleras abajo y clavase su katana en la piel de ébano del heroico Ponzoña. Un segundo samurai trató de hacer lo mismo, pero tropezó y cayó escaleras abajo magullándose hasta frenar a los pies de Sacamantecas, tumbado.

Por detrás de ellos, el lancero no fue capaz de bajar las escaleras, al llevar un arma más aparatosa, y se limitó a esquivar a los portadores de cadáveres. Dos parejas de samurais dieron un rodeo a la agrupación de casas humildes, cada una por un lado.

Y entonces llegó el Nyueng Bao de la armadura negra... Era increíble lo versátil que era teniendo en cuenta que luchaba con las manos desnudas, pero se veía que estaba plenamente coordinado para complementarse con sus compañeros. Así fue cuando sujetó a Ponzoña para mantenerlo a la merced del lancero, y se repitió cuando, circensemente, agarró a uno de sus compañeros y lo proyectó por encima del tejado de una de las casas...

El samurai rodó por el tejado para disminuir la velocidad, y con una pirueta cayó en la retaguardia de los Hermanos que luchaban a los pies de la escalera. Su espada podía atacar a cualquiera, pero mira tú por dónde, aquel Nyueng Bao sí se había fijado en Sabandija, y sí le había dado la importancia táctica que un arco tenía en aquella situación. La katana se hundió en el desgarbado cuerpo del flacucho y enclenque K'Hlata.

La aparición de Rastrojo era providencial, un chamán siempre levantaba la moral a la tropa y quizás pudiera sacarse algún truco que los ayudara, aunque solo se tratara de un aprendiz, en eso estaban en ventaja frente a sus enemigos. Además seguían dominando la calle, pero el enemigo era muy numeroso y poco a poco la situación se fue complicando. Aquello comenzaba a preocuparle, tanto que ni siquiera acertó a atinar ningún golpe a los posibles enemigos.

- ¡Auuuuuuh!- Sabandija gimió de dolor al sentir la espada del samurai penetrando su delicada piel. Esperaba que su chillido convenciera a rastrojo de que allí sí que había gente que necesitaba esa magnífica pomada de la que hablaba usurero. Sabandija jamás osaría arrebatarle nada a su guía espiritual pero tampoco podía alejarse de allí como si nada teniendo un adversario al que enfrentarse. Tensó el arco y disparó una flecha a bocajarro reuniendo las escasas fuerzas que aún le quedaban. Comenzaba a jadear como un ñu en celo. Necesitaba un respiro.

Sacamantecas contempló la llegada de Usurero y Rastrojo con escepticismo. Como si de un espejismo del desierto se tratara, ahí estaban. Y como una rata sucia y rastrera, Rastrojo se guardaba un ungüento curativo para sí... después de no haber arriesgado el pellejo en ningún momento durante la misión, y después de que Matagatos, Ponzoña, Preocupado y el propio Sacamantecas estuvieran gravemente heridos.

Se prometió a sí mismo que se lo haría pagar... pero con aquel samurai tendido a sus pies Sacamantecas sabía que tenía una oportunidad de oro. No podía permitirse perder esa ventaja así que trató de apuñalar al enemigo caído en lugar de ir a por la pócima.

- ¡¡¡YAAAAAAARRRRGGH!!! - Aulló con ira procurando cortar y causar el mayor destrozo posible. Si los enemigos le veían gritar como un poseso embadurnado en la sangre de su compañero caído, quizá se lo pensarían dos veces antes de acercarse más al grupo.

Sintió unas manos que lo aferraban el tiempo necesario para que no pudiera reaccionar ni moverse, tiempo que uno de aquellos monigotes aprovechó para sajar su carne una vez más. De forma inconsciente llevó su mano a la herida, taponándola, mientras registraba a su alrededor con la mirada, buscando opciones acerca de qué hacer.

No se le había escapado lo que Usurero había dicho ni del silencio aplicado por Rastrojo al tiempo que cerraba su puño en torno a aquel ungüento. Frunció el ceño y su voz ronca pareció rugir.

-Cura a Matagatos y a Sabandija.

El samurai se puso en pie a pesar de que Sacamantecas casi le mata. Se mantuvo titubeante, en las escaleras, con su último suspiro. A pesar de las heridas seguía siendo un combatiente magnífico, tanto Sacamantecas como aquel torpe Nyueng Bao que se cayó en las escaleras. A su lado, el otro samurai de las escaleras volvió a herir a Ponzoña, cada vez más débil.

En la retaguardia, Preocupado se cayó de culo al intentar hacer la lanzada, y por culpa de la faja del vestido de mujer le costaba ponerse en pie, mientras que Sabandija se apartó a tiempo haciendo que el samurai que le atacaba cayese al agua y chapotease al lado del barquero Takeda. Estadísticamente, es increíble la cantidad de Nyueng Baos que no saben nadar en un lugar llamado Puerto Rata.

Por su parte, Matagatos se quedaba la pomada toda para él, y la aplicaba con artes medicinales en la base de sus doloridos pies torturados. No quedó nada del potingue.

Tsk. Muy feo eso de quitar las cosas de la mano en lugar de pedirlas por favor.

Rastrojo y Elefanta se subieron a la barca. En ese momento, El hombre de la armadura negra lanzaba por los aires a otro de los samurais, que caía bastante peor que el del primer intento acrobático, y se torcía un tobillo.

Por la calle de la izquierda asomaron dos samurais más. Por la calle de la derecha, otra pareja de samuráis bloqueó el paso a Bimbawa y Usurero. No podrían pasar hasta que alguien les ayudase a eliminar a los dos guerreros de ojos rasgados. Y para colmo de males, medio centenar de soldados llegaron hasta el hombre de la armadura negra, que seguro que pensó "¡qué bien, más munición para lanzar por los aires!".

La cantidad de enemigos comenzaba a resultar abrumadora. Sacamantecas observó a su rival malherido. Debía acabar con él para poder acudir en ayuda de Usurero. Por el rabillo del ojo se percató de que su patrón tenía problemas… Él y la puta que le acompañaba no llegarían nunca al bote si nadie les ayudaba, pero Sacamantecas no podía dar la espalda a su enemigo en esos momentos.

- ¡Ayudad a Usurero! – Bramó a los cuatro vientos. Con suerte alguno de los miembros de la afamada Compañía Negra comenzaría a moverse y acudiría en auxilio del patrocinador del viaje.

- ¡Ya voy! – Avisó a Usurero mientras lanzaba otro golpe al samurai que se le oponía. Pero su enemigo no caía. La misión de Sacamantecas era proteger a Usurero, y pensaba cumplirla para ganar una justa recompensa a su vuelta... pero todavía no podía.

Aquello cada vez se ponía más feo y él empezaba a sentirse el objeto de todas las armas del lugar. Sin embargo, poco podía hacer salvo tratar de no desangrarse, confiando aún en que sus compañeros lograrían abatir al número suficiente de enemigos para poder hacer una retirada a tiempo.

Sabandija no podía más, se le iba a salir el corazón por la boca. Necesitaba un segundo para tomar aire. Miró alrededor y la situación le pareció peliaguda. Bimbawa y Usurero estaban en problemas y, los demás, no estaban en muy buenas condiciones. Al menos Rastrojo ya estaba en la barca junto a Elefanta. Podría cumplir la misión por lo que habían venido a Puerto Rata.