Partida Rol por web

El arquero de Nirmathas sabía como afrontar aquel tipo de situaciones. Los ataques sorpresivos, viniendo de donde vinieran, no era algo que le hicieran temblar el pulso a la hora de tomar su arco y acribillar a flechas a sus enemigos. Satinder reaccionó más rápido que el resto a la amenaza de la alada criatura y se dirigió al otro extremo del Ábaco, desde donde alzó su arco y cargó una flecha en él con manos agiles y disparó firme y sin titubeos a la criatura.

-¡Necesitareis armas a distancia para mantenerlo alejado! Temo que si ataca al barco pueda llegar a derribarlo o romper algún mástil. - exclamó tras su disparo mirando de reojo a sus compañeros pathfinders.
 

La criatura encajó el flechazo con un desgarrado graznido. Satinder había acertado a la criatura situada a quince varas. Una demostración más de la temible puntería del arquero semielfo. Pero la reptiliana criatura, lejos de ser ahuyentada por el puyazo del proyectil, inició un vuelo fulgurante hacia la embarcación en busca de aquél que la había magullado. 

Cuando llegó hasta el Ábaco, todos los que se hallaban allí, pudieron contemplar que era del tamaño de un hombre corpulento, a pesar de que con las alas desplegadas, aparentaba ser de mayor envergadura. En ese momento fue cuando el semielfo llegó a la conclusión de que por suerte sólo había topado con una cría.

La bestia, batió sus alas y hizo una pasada mordiendo el hombro del arquero -al cual levantó un par de palmos del suelo- y cuando lo soltó, lo fustigó con su cola. 

Era pequeña, pero temible.

Fur-yurl pudo comprobar que la velocidad de vuelo del reptil era tremenda, que no era necesario recurrir a su único shuriken, podía alcanzarlo al cuerpo a cuerpo... El monje se dio prisa en buscar una buena posición para enfrentarse al monstruo, pero su disposición en el ábaco era lejana, así que corrió como la brisa para en cuanto pudiese convertirse en huracán.

El reptil volador se cernió rápidamente sobre Satinder, que había sido lo suficientemente rápido como para lanzarle un flechazo que, a pesar de la distancia, impactó en el cuerpo escamoso del animal. Este lejos de amedrentarse se aproximó al arquero y le infligió terribles heridas...

¡Fuera, bestia inmunda, regresa al agujero de donde has surgido!

Elenzeran aprestó el mandoble para la lucha, realizó una corta carrera hacia el objetivo y descargó su arma con toda la fuerza de su fe. Pero aquella vez la suerte le fue esquiva y el arma ni siquiera se aproximó al enemigo... clavándose en la cubierta del Ábaco cerca del pie del paladín que alzó el rostro con cara de incredulidad para ver llegar el ataque que, a buen seguro, le descargaría la bestia....

La joven sacerdotisa comprobó cómo la criatura se abalanzaba sobre el arquero.
Rauda, se movió por la cubierta a la vez que gritaba a sus compañeros: - ¡Es un draco! He leído que, sin ser tan poderosos como los grandes dragones, estas criaturas también son peligrosas. ¡Cuidaos de su aliento, algunos utilizan las mismas armas que sus parientes mayores!.

Gudrid llegó hasta la posición de Satinder y se concentró unos instantes; dejó que la gracia de la Flor del Amanecer actuara a través de su cuerpo: - ¡Deja que el calor de mi Señora te abrace con su ternura!

Fue el arquero semielfo el que inició la ofensiva contra el draco del río y también el primero en recibir el ataque de la criatura tras haberla herido con uno de sus disparos certeros. Tras recibir la herida en el hombro y exclamar un grito de guerra contra la misma la clériga de Serenrae aplicó sus poderes sobre el guerrero a distancia. - ¡Gracias por la sanación! - gritó al tiempo que volvía a alzar el arco y disparar a la criatura alada.

Una serie de ataques fallidos se sucedieron en la cubierta del Ábaco. Elenzeran marró su tajo, mientras que el aleteo de la criatura era tan cercano, que Satinder apenas pudo apuntar para disparar una nueva flecha. Gudrid se acercó hasta el arquero semielfo y con la energía de su mano, consiguió sanarlo. El mordisco y el coletazo de la bestia había sido brutal.

Mientras tanto, el monje corría por la cubierta esquivando bultos como si de una clase de ejercicio físico se tratara. El muchacho sorteaba barriles cuerdas y palos con una agilidad difícil de entender. 

El draco, viró a un costado mientras evitaba el flechazo de Satinder, parecía que tenía al arquero metido entre ceja y ceja, pero cuando todos creían que se disponía a abalanzarse nuevamente sobre él, giró su largo cuello y escupió una masa verde y legamosa que se dirigía hacia espacio ocupado por el paladín y la sacerdotisa.

La bestia inmunda expulsó un légamo gelatinoso y corrosivo sobre ellos. El siseo característico del ácido se pudo oír con claridad por toda la cubierta. Debido a su herencia celestial Elenzeran soportó el ataque con mínimas repercusiones, pero no sabría decir lo mismo del resto de sus compañeros. Tampoco tenía un instante para girarse a comprobarlo..

Alzó el mandoble y señalando a su enemigo escudriñó su aura en busca de malignidad. De ser así pondría todo su empeño en acabar con el enemigo...

Limpía baja el agua del río, pero tu presencia malvada mancha la belleza de este paraje. Acabaré contigo.

El reto de fe le otorgaría el favor de su diosa para hacer cumplir sus designios. El mal debía ser combatido y erradicado en todas sus formas.

La alada criatura escupió una sustancia corrosiva y asquerosamente pegajosa que envolvió tanto a la sacerdotisa como al siervo de Iomedae.
La joven soltó un alarido de dolor cuando el espeso moco le alcanzó la piel.

Con dificultad, se desplazó por la cubierta en busca de una mejor posición para ayudar a sus compañeros del mejor modo posible e invocó de nuevo la gracia de su Señora: - ¡Abrázanos con tu misericordia!

El combate se estaba complicando, cada carga que el draco de río realizaba sobre el ábaco se cobraba una nueva víctima, y en el último caso, el paladin y la clériga del grupo sufrían de aquel liquido viscoso y dañino de propiedades desconocidas.

Satinder alzó otra vez el arco, dispuesto a buscar el mínimo punto débil en las escamas de aquella criatura tan parecida a un dragón para abatirla y hundirla en el fondo del río para siempre jamás.

Es una buena presa, digna de un cazador del viejo tuerto, si consigo hacerla caer trataré de recuperar una escama o parte de su cuerpo como recuerdo para honrar a Erastil. pensó el arquero de Nirmathas al tiempo que tensaba de nuevo la cuerda de su arco con una nueva flecha que rasgó el aire directa a la criatura.

Revoloteando como una hoja engullida por una bocanada de aire Fur-yurl apareció por el costado del draco, veloz, grácil. Al llegar puso todo el movimiento de su cuerpo en frenar con un certero golpe de puño en las costillas del monstruo. En si, el golpe desplazó una fuerza colosal en un recorrido de escasos centímetros, un golpe casi imperceptible si no fuese por el crack a hueso roto que se escuchó. Y ahí se quedó el monje, en esa postura como una estatua emitiendo un agudo y casi imperceptible grito

uoooooooo

El draco encajó el golpe brutal de Fur-yurl y se revolvió con furia mordiendo el brazo del monje. Además de eso, lanzó un nuevo latigazo con su cola, esta vez dirigido a Elenzeran, pero la fe del guerrero de Iomedae fue suficiente para evitar ser golpeado.

La masa viscosa expelida por el reptil alado seguía corroyendo la zona del Ábaco donde había caído, y el grito apagado de Gudrid, que se debatía por salir de allí, resonó como muestra de la virulencia de aquel ácido tan agresivo. 

El dragón contraatacó despiadadamente mientras el área afectada por el ácido seguía chisporroteando, prueba de su virulencia fue el grito de la servidora de Sarenrae que, a diferencia de él, no disponía de una protección genética ante esos ataques. La peor parte se la llevó Furl-Yurl, que recibió un mordisco feroz mientras la cola de la bestia chasqueó furiosamente hacia el cuerpo de Elenzeran pero no impactó.

El servidor de Iomedae continuó con el acoso al dragón, nada le pararía mientras siguiera con vida aquel engendro maligno. El mandoble volvió a alzarse y descargarse sobre la bestia.

Tras recibir el mordisco el monje no se arrugó, todo lo contrario, se zafó como el aire de entre los dientes de la bestia y saltó haciendo girar su cuerpo como un torbellino lanzando dos poderosas patadas que impactaron haciendo sonar el cuerpo del draco como un gigantesco tambor viviente. Acabada la maniobra el monje aterrizó en cuclillas posando su puño en el suelo y mirando desafiante a su enemigo. La sangre que manaba de su herida se deslizó por este brazo formando alrededor del puño un charco... excelente coreografía con un plástico final.

La espesa sustancia que cubría parte de su cuerpo le quemaba con un agudo dolor.
La sacerdotisa se golpeaba el pecho frenética intentando librarse de aquel torturador moco.

Entre espasmos de dolor, vio cómo la criatura no cejaba en su empeño de atacar a sus compañeros.
Con un gran esfuerzo y entre alaridos, clamó una vez más esperando atraer la magnanimidad de su Brillante Señora: - ¡No hay dolor que me doblegue! ¡La Llama que me asiste no me abandonará!.

Sin embargo, no pudo evitar que las lágrimas resbalasen desbocadas por sus pómulos, el dolor era terrible.

La bestia alada estaba bastante herida ya, y el arquero semielfo, entrenado tanto para la guerra como para la caza, intuyó que su final estaba cerca. Un último esfuerzo del grupo de pathfinders... y se acabaría aquella amenaza.

Satinder disparó nuevamente con su preciso arco al draco de río tras el castigo divino del paladin y los golpes del monje. Tal vez aquella combinación en equipo de ataques supondría derribarla por fin.

Todos los integrantes del grupo actuaron de forma coordinada. Elenzeran, lanzó un terrible mandoble que cortó el ala del monstruo, mientras Fur-yurl le propinaba un par de golpes rápidos y secos que rompieron la mandíbula del reptiliano enemigo. Por su parte, Satinder aprestó su arco con un nuevo disparo certero, que acabó por enviara a tan peligrosa criatura a los mismísimos infiernos. Por su parte Gudrid, activó una nueva ola de poder divino que restañó algunas de las heridas que el grupo se había ganado con tan peligroso combate.

El draco cayó sobre la cubierta del Ábaco, y los marineros gritaron de júbilo al ver como los pathfinders habían prevalecido gracias a su tesón. Por la noche se descorcharon algunas botellas de vino y se asó algo de carne en un improvisado horno. El ambiente era feliz y distendido.

Habían derrotado a su primer dragón...