Partida Rol por web

Al fin habían llegado al lugar donde estaba la Astilla Atávica. Obviamente no estaba sin vigilancia. Una persona de rasgos élficos se dirigió directamente a Satinder tratando de convercerle de la necesidad de continuar con el ritual que estaba llevando la región al desastre.

Mi nombre es Elenzeran y sirvo a la Dama de la Justicia, ¿quién sois vos, que os creeéis con la posesión de la verdad absoluta? El camino correcto es el de la rectitud y de la justicia... Y en estos momentos no se está actuando siguiendo esos preceptos. Acabad con esto de inmediato y entregadnos el artilugio.

La posición del aasimar era firme y la defendería a toda costa, de hecho en ningún momento guardó el mandoble. Con la mirada fija en el hombre tatuado intentó escudriñar sus intenciones. Si descubría algún rastro de maldad la conversación se acabaría y se iniciaría la acción.

Satinder, ¿conoces de algo a este caballero?

El semielfo de gran garrote miró de forma severa al paladín aasimar. Lejos de amilanarse, el personaje se mantuvo en su posición. Estaba claro que el potencial que desprendían los pathfinders era innegable, pero aquel semielfo tatuado parecía estar versado en el combate, como su cuerpo robusto y musculado demostraba...

- ¡Soy el hermano de Satinder! ¡Ambos llevamos la sangre de la misma madre!- Reveló el druida sin miramientos mientras miraba al arquero - ¡Es verdad, hermano mío! ¡Nuestra madre adoraba a Gozreh con todo su corazón! ¡Y tú, al igual que yo, llevas su don!- tras las palabras del semielfo, el soldado de nirmathas quedó aturdido. En sus vagos recuerdos, podía vislumbrar la sonrisa de una elfa bella y sonriente que siempre cantaba la misma canción de arrullo... ¡¡Tendría razón ese trúhan!!

- Veo que mucho de vosotros habéis sido seleccionados parar vivir en el nuevo mundo que está a punto de eclosionar. Un mundo donde las razas  humanoides dejarán de ser el veneno que marchita el poder y la fuerza de la naturaleza... ¡¡Y juntos hermano podemos regir ese mundo!!- Volvió a refrendar su postura tendiéndole una mano al arquero. Luego miró con odio al paladín iomedita y le espetó.

¡¡Y tú, defensor de la justicia, eres ponzoña!! Tus preceptos y tus grandes catedrales sumirán este mundo en la decadencia... ¡¿Cuántos Imperios y civilizaciones han declinado?! ¡¿Quiénes fueron los culpables de su caida?! ¡¡Sólo vosotros!!... Aquéllos que dais la espalda a la bendición de Gozreh...- Una vez finalizada sus palabras, de detrás de los menhires verticales, emergieron tres semielfos más. Todos poseían los garrotes transmutados por el efecto de la magia, pero el último que salió, era terriblemente enorme. Sus músculos estaban tan hinchados que se habían deformado completamente, adoptando un aspecto tan horripilante como aterrador.

- Si queréis luchar, tendréis lucha...

La revelación del desconocido dejó atónitos a los compañeros.
En un momento dado, Elenzeran intentó parlamentar con él, mas Gudrid sabía que sería complicado; sobretodo teniendo en cuenta que Obelus ya estaba salivando y mostrando sus dientes sientiendo la proximidad de un nuevo combate.
El grupo aún no se había repuesto de la sorpresa cuando hicieron acto de presencia tres seres más, uno de ellos terriblemente mutado.

La sacerdotisa miró a Ewan y a Obelus, cuyos rasgos se habían visto tan alterados; finalmente, llevó su mano a su propio trasero, a la cola que no debería estar ahí.
El discurso de ese malnacido la estaba poniendo enferma.
- Hablas de un nuevo mundo, pero lo que realmente lograréis será destruir éste que ahora habitamos. Hay hombres buenos, ¿Sabes? Hombres que cuidan de los bosques y de todo lo que crece y vive bajo el cielo. Esto- Dijo, sujetando su cola en la mano - No es progreso, es una maldición.
- No estáis obrando con justicia. Afirmas hablar en nombre de Gozreh, pero no te creo. Mírame bien, pues tu maldición aún no ha destruido mi juicio. ¡Soy sierva de la Flor del Amanecer! ¡No permitiré que sigáis con esta locura!
Por las mejillas de la muchacha resbalaba una miríada de lágrimas, tal era la vehemencia con que hablaba.

Ewan quedó atónito ante los descubrimientos, pero quedaba claro que la relación de parentesco no iba a acabar en un abrazo fraternal.

Se giró hacia Rampart, y con un gesto le insinuó que la acción estaba próxima.

El semielfo escuchó con cierto desconcierto las revelaciones de aquel semielfo que decía ser su hermano. Un hermano del que guardaba pocos recuerdos de la infancia y del que creía totalmente perdido. El arquero bajó el arco en cuanto se encontraron con el druida y escuchó las palabras que este le brindaba proclamandose como el campeón de la naturaleza y responsable máximo del uso que se le había dado a la astilla atávica, artefacto delante del que se interponía su perdido hermano.

- ¿Her.... hermano? Así que sigues vivo... te creía perdido... o muerto. -  a continuación el maquiavélico druida hablo acerca de Gozreh y de un don. - ¿Don.... qué don? Yo soy un guerrero, siempre he sido soldado, no druida. - contestó el semielfo pathfinder que seguía sin dar crédito con la persona con la que habían topado en lo que parecía ser el final de aquel recorrido. 

Satinder dió un paso hacia delante con el arco bajo, aquel era su hermano, y no estaba decidido a que aquello acabará con más sangre. Podrían haber otras soluciones. El arquero pasó por delante de los demás pathfinders para hablar más cerca con su pariente, cuando paso al lado de Elenzeran  alargó el brazo pidiendole paciencia y que no atacara.

- Sutindar... como sabrás somos pathfinders y a menudo ayudamos a muchas de las facciones de Golarion a hallar la paz y evitar así los conflictos. Es cierto que la civilización ha ennegrecido la madre naturaleza... pero te prometo que hay otras vías de solución que engendrar más violencia.  - comenzó a explicarle con tono más calmado. - ¡Yo puedo ayudarte, hermano! Podrías confiar en mi, pues misma sangre corre por nuestras venas. No quiero que esto acabe en una tragedia más... - 

Tanto Obelus como el semielfo aberrante cruzaban miradas de odio entre bufidos y gruñidos. Ambos eran como perros de pelea que aguardaban a que sus dueños, soltaran la correa que les permitiera correr el uno hacia el otro. Las palabras de Satinder intentaban hallar el juicio de su hermano perdido.

Elenzeran detectaba mal en aquellos druidas que se oponían a ellos, pero aun así, hizo el esfuerzo de bajar su mandoble. En otra circunstancia, aquello habría sido suficiente para descargar toda la furia del servidor de Iomedae, pero el aasimar tenía la convicción de que le debía aquel momento al buen arquero nirmathiano.

Gudrid, con lágrimas en los ojos descendió el escudo que embrazaba mientras con sus labios repetía de forma apagada una y otra vez: Por favor, por favor... No deseamos más lucha... Es tu hermano... 

Ewan por su parte, aguardaba confuso al desenlace de aquella incómoda situación. Comprendía que el que se hallaba frente a ellos, era el hermano de uno de los pathfinders, pero su mano no temblaría si al final la cosa no se solucionaba por la vía de la palabra. La misión era lo primero...

- ¡¡Tú ganas esta vez hermano!! ¡¡Pero debes saber que ese camino que has elegido te hará infeliz!! ¡¡Coge la Astilla y llévasela a esa sociedad de hipócritas a los que sirves!!- dijo Sutindar dándose la vuelta. Justo en ese instante, mientras el semielfo tatuado se daba la vuelta, el aberrante se puso frente a él barriendo su paso.

¡¿Qué sucede?! ¡A caso no has oído mi orden?! ¡¡Se ha acabado todo!! ¡¡Nos vamos!!...- dijo el hermano de Satinder mirando de forma desafiante a la extraña mutación. De repente, como si de una serpiente se tratara, una de las manos del grandullón salió despedida cogiendo al semielfo líder por la cabeza. Lo alzó del suelo y apretó como si intentara aplastar una mandarina en su palma. Sutindar gritó de dolor, al tiempo que los huesos de su cráneo crujían de forma espantosa. Tras esto, lo lanzó a un lado como si fuera algo que ya no sirve. 

El arquero de Nirmathas mantuvo la mirada cruzada durante largos instantes con su malogrado hermano druida, a juzgar por las palabras del último aquella situación podría resolverse sin sangre,algo que el semielfo agradeció, ya que tenía mucho de que hablar con su perdido hermano y aunque tal vez la ira y la irracionalidad estuvieran dominando su mente creyó posible redimirlo de su sino.

Satinder contempló entonces la astilla atávica, aquella reliquía tan poderosa se le antojó bella, tal vez porque irradiaba fuerza de la naturaleza en estado puro y, según Sutindar, él también tenía dones druídicos aunque haya acabado siendo un soldado. El semielfo dió un paso dispuesto a encontrarse con su hermano que se disponía a rendirse pero la criatura aberrante pareció hacerle caso omiso atrapando al druida con su manaza, hecho que le inflingió gran dolor,  y lanzandolo a un lado.

- ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO! - gritó el arquero muerto de furia por como se había torcido de nuevo el desenlace tras la rendición de Sutindar. A continuación volvió a alzar el arco y apuntar a la criatura, esta vez con un rostro de ardor guerrero y furia que no dejaba lugar a dudas.

La tragedia acabó por desencadenarse. El cuerpo de Sutindar yacía caído entre aquellas rocas centenarias, mientras los restos de su cábala de druidas se lanzaban fieramente contra los pathfinders. Las ordenanzas del Decenvirato eran innegociables... ¡¡Recuperar la reliquia creada por el mismísimo Gozreh!!

Pero allí, mientras dos fuerzas enfrentadas corrían a su encuentro sobre la lid, allí donde dos hermanos separados por el destino se habían reencontrado, allí donde el fragor de la lucha volvería a resonar, allí todavía existía un lugar para la reflexión. 

Los preceptos de la Logia de Absalom eran inspiradores y magnánimos. El conocimiento y el poder debía estar al servicio de todos los seres de Golarion, pero hasta dónde valía la pena llegar por cumplir tales principios. Esa pregunta tenía difícil respuesta y su resolución, dependía en base de la pureza de corazón que el agente mostrara en las decisiones que tomara a lo largo de su carrera.

Satinder cegado por la furia cargó su arco. Hubiera deseado oír de la boca de su hermano las anécdotas de su madre, pero ahora todos esos anhelos se esfumaban. Había tendido su mano en pos de la paz, el bien superior de la Sociedad Pathfinder, pero nuevamente hallaba batalla y guerra...

Fijó a aquel ser asesino y mutante. Lo mataría sin piedad. Lo cazaría como a esos bastardos de Molthune... 

De repente, uno de los secuaces de aquella criatura, apareció por su costado. Gudrid intentó alertarlo, pero ya era demasiado tarde. El enorme garrote que portaba chocó contra sus costillas dejándolo sin respiración...

Por un momento pareció que las palabras vencerían a las armas. Nada hubiese hecho más feliz al fiel servidor de Iomedae. Pero cuando las alianzas se gestaban entre entes de profunda maldad era difícil hacerles desistir de sus propósitos de destrucción. Y cuando uno trataba de hacerlo pasaba lo que en aquel preciso instante ocurrió... sin ningún rastro de conmiseración el engendro recauchutado destrozó el cráneo de Sutinder, el recién descubierto hermano de Satinder. Mientras aún se oían los huesos crujir, Elenzeran se llevó el mandoble a los labios y juró que acabaría con aquel monstruo.

Se acercó con premura hacia el primer escollo que se encontraba camino de su objetivo y el mandoble buscó el cuerpo del druida con acierto. El tajo parecía fatal....

Herido de gravedad por un ataque traicionero de uno de los druidas oscuros, el arquero nirmathiano intentó recomponerse como pudo. Ante la proximidad del druida optó por dar una voltereta hacia atrás con una agilidad prácticamente felina con la que logró escurrise  detrás de la roca para ganar así algo de distancia con la que disparar su letal arco a su atacante.

A continuación tensó la cuerda y dejó volar su flecha. Una flecha cargada de odio y resentimiento contra quella cábala de druidas.

La injusticia le hervía la sangre al paladín aasimar. Todos eran seres deleznables, pues sus almas rezumaban maldad por los cuatro costados, pero había que ser vil y abyecto para finiquitar a uno de los tuyos de forma tan ruin y cruel. Por unos segundos, su experiencia cercana a la muerte, el llanto apagado de Gudrid -la mujer con la que deseaba pasar su vida, el daño que aquella reliquia caída en malas manos podía ocasionar, revelo la esencia de pureza del guerrero sagrado.

Alzó su mandoble con una única mano, señalando al aberrante y asesino ser... El castigo divino caería sobre él. 

Sin mayor dilación, emprendió una marcha decidida hacia otro de los adversarios. Éste no había sido tan reactivo como sus compañeros y aguardaba atacar con su poderoso y enorme garrote. Los pasos del iomedita eran como el tic-tac del mejor reloj de todo Magnimar. Finalmente, llegó a colocarse frente al druida y lanzó un golpe lateral cargado de furia y hastío. 

La hoja del mandoble cortó la madera del garrote, pero también piel, músculo y hueso de su contrincante. No tuvo tiempo a reaccionar. Cayó partido en dos pedazos muerto, mientras la armadura y el rostro celestial del paladín se salpicaba de sangre.

Por su parte, Satinder realizó una maniobra típica de un soldado de los bosques: replegarse y disparar. El proyectil del arquero se hendió en una de las piernas del enemigo que le acababa de contusionar la parrilla costal.

No podía dar crédito a lo que había presenciado. Al fin parecía que podían dar por concluida la misión sin tener que derramar más sangre. El reencuentro de Satinder con su hermano y la reconciliación entre ambos había llenado de gozo el corazón de la sacerdotisa. Gozo que muy pronto fue truncado por la mala bestia que tan salvajemente había quitado la vida al reencontrado hermano.

La joven sintió como suyo el dolor que atravesó el alma del arquero. Antes de que pudiesen reaccionar, uno de los que allí se encontraban atacó al soldado de Nirmathas sin ni siquiera darle tiempo a expresar su aflicción.
Por primera vez en su vida, un terrible pensamiento cruzó por la mente de la muchacha; un pensamiento de muerte y venganza.
A su lado, como una exhalación, pasó el paladín. Mandoble en ristre, se acercó hasta uno de los druidas y le seccionó la columna con un único tajo cargado de ira. Sin duda, la voluntad de su diosa había actuado a través del acero.

Gudrid estaba dispuesta a dar testimonio de que allí también se encontraba Sarenrae, cuya bondad obraba a través del cuerpo de su sierva.
Colocó su palma extendida en el hombro de Satinder: - Valor, soldado. Ya habrá tiempo de llorar la pérdida. Ahora debes mostrar firmeza.
Deja que la ternura de la Brillante Dama penetre en ti.

El invocador quedó tan atónito y afectado por la situación, como el resto. Y al igual que el resto, un sentimiento de rabia y venganza cruzó su ser, focalizado contra los deleznables adversarios.

Pero Ewan esperó. Hizo una seña a Rampart, y siguió los pasos de este.