Partida Rol por web

Estación Orbital Babylon-5

Sois psiónicos. Criaturas artificiales creadas por manipulación genética de embriones humanos seleccionados, sobre las que se han introducido modificaciones antinaturales, que luego son potenciadas por el uso de drogas sintéticas. Eso os convierte simultáneamente en una propiedad de vuestros creadores… y en metahumanos. Una nueva especie, distinta, con un potencial desconocido, pues posee capacidades superiores a las de las personas normales.

Capacidades psíquicas que permiten entrar en la mente de otros, percibir sus pensamientos, a veces incluso modificarlos. Por eso os temen tanto. Por eso os mantienen aislados en una Estación Orbital secreta en la que experimentan, en la que os entrenan y estudian. Hasta que consideran que es seguro sacaros para utilizar vuestras habilidades. Entonces entráis a formar parte del Cuerpo Psíquico de la Weyland-Yutani, la Mega-Corporación que es madre de todos.

Los “dotados”, tal como os denominan los científicos al mando, apenas constituís el 10% de la dotación en esta enorme Estación Orbital. La mayor parte de sus habitantes son guardias de seguridad destinados a manteneros bajo control. Quienes realmente ostentan el poder se mantienen apartados, lejos de vuestro alcance, apareciendo sólo a través de proyecciones holográficas y transmitiendo órdenes a los subalternos mediante métodos electrónicos.

Pero vosotros no necesitáis tampoco recurrir a la voz para comunicaros. Podéis enviar pensamientos a vuestros congéneres, podéis enlazar vuestras mentes a un nivel que ellos ni siquiera imaginan. Por eso en Babylon 5 reina siempre el silencio. Salvo cuando los guardias dan sus órdenes con tono autoritario, esperando ser obedecidos en el acto.

Estás en el escalafón más alto al que puede aspirar un dotado. Confían lo bastante en ti como para haberte hecho miembro de su Cuerpo Psíquico, la burda forma que han ideado para explotar las capacidades de los psiónicos. Te llevan a reuniones corporativas del más alto nivel, presentándote como un agente asesor, con la expectativa de que leas la mente de quienes deben negociar con ellos, incluso que induzcas las emociones adecuadas para facilitar acuerdos en los momentos clave. Siempre que nadie se dé cuenta, claro. Un leve toque de euforia a la hora de firmar puede ser un impulso determinante para hacerles aceptar un trato que les hará todavía más ricos y poderosos de lo que ya son. Así os ven, como una herramienta más para respaldar su dominación absoluta, su carrera para controlarlo todo.

Que equivocados están. Son incapaces de ver venir lo que se prepara…

Aunque desde luego no te ha resultado sencillo llegar hasta aquí. Disfrutas de ciertos privilegios gracias a tu habilidad para ganarte su confianza, descubriste muy pronto que sólo hay una manera de medrar en Babylon 5: colaborar. Ser dócil, ser útil, resultarles valioso. Aunque claro, esa impostada existencia como vulgar herramienta, como mascota amaestrada, tiene un obvio impedimento, existe un techo más allá del cual un dotado ya no puede ascender más. Hace tiempo que has alcanzado ese nivel, y es evidente que no te basta. Habrá que hacer algo…

Pero entonces, cuando tus planes secretos ya empezaban a tomar forma, te encargaron una tarea sorprendente, algo que no esperabas. Querían que ejercieses como tutor de una nueva creación, otro de sus aberrantes experimentos. Sabías que estaban probando cosas nuevas, intentando potenciar las capacidades psíquicas de sujetos dotados mediante implantes neurales que canalizasen esas energías, potenciándolas exponencialmente. Un juego peligroso que costó la vida a muchos de los vuestros, en su momento te cuidaste mucho de resultar lo bastante valioso como para que no quisieran arriesgarse a hacértelo a ti. Por eso hoy día apenas quedan dotados de tu generación. Finalmente se comprobó que sólo los jóvenes contaban con unas probabilidades razonables de sobrevivir a esa intervención, por lo visto hacía falta una gran capacidad de remodelado neuronal para adaptarse al implante.

Y tu inusitada misión ahora sería asegurarte de que una de esas pequeñas aberraciones, uno de los jóvenes Cyber-Psiónicos, mantiene su cordura lo suficiente como para resultar útil. Tampoco se te escapa que le tienen todavía más miedo que a ti. Apenas se atreven a estar en la misma estancia que ella cuando tú no te encuentras también presente para aplacarla. Porque a ti te respeta. Eres uno de los suyos.

Lo que no han entendido es que acaban de darte justo el arma que tu gente necesita.

La energía nace en tu cerebro, se potencia exponencialmente en ese maldito implante de interfaz neuronal que te metieron en el cráneo y luego fluye hacia todo tu cuerpo, dejándote una agradable sensación de cosquilleo en la punta de los dedos.

Has descubierto que todas tus capacidades psiónicas están reforzadas desde que lo tienes, hasta un nivel inaudito, ahora no sólo puedes entrar en sus cabezas, además eres capaz de mover cosas con la mente. Si en un principio poseías el don de la Telepatía, ahora también tienes acceso a una forma de Telequinesia. Tu mente es capaz de detectar y modificar campos electromagnéticos, incluyendo las fuerzas gravitacionales. Aunque sabes también que tu implante tiene un interruptor a distancia que lo desactiva, dejándote indefensa.

Sin embargo, no es fácil jugar así con alguien que puede leer la mente, sabes quién posee el mando a distancia y cuando piensa activarlo antes de que su dedo pulse el botón. Así que podrías tratar de impedirlo por varios métodos. El más sutil implica inducir emociones positivas hacia ti en su psique, hacer que no quiera hacerlo. El más drástico consiste en influenciar el entorno físico para que directamente no pueda hacerlo.

Pero hay que reconocer que los supervisores son listos. Astutos, previsores… y cobardes. Siempre tienen a alguien con un mando supletorio controlando el circuito de vigilancia electrónica, y esta maldita Estación Orbital está repleta de cámaras y sensores.

Pero tarde o temprano tendrían un fallo de cobertura, todo es cuestión de perseverancia.

Seguían teniéndote miedo, cada vez más. Entonces te pusieron un supervisor muy distinto. Alguien de tu propia gente, un Telépata con gran experiencia de campo. Pertenece a la Primera Generación de dotados, él no tiene ningún tipo de implante cibernético en el cerebro, extrae su poder únicamente de sus dones naturales y las drogas que lo potencian. También tu tomas todas esas drogas, aun sin saber lo que son, cuando te negaste a ingerirlas te pusiste tan mal que casi te mueres, así que no te queda otro remedio que aceptarlas.

Tener un mentor con poderes similares a los tuyos tiene algunas ventajas. Para empezar él puede entenderte, comparte mucho contigo. Y si ha sido lo bastante listo como para seguir vivo en Babylon-5 todos estos años, seguro que puedes aprender mucho de él. Además, es de los pocos que pueden bloquear tu sonda mental, cosa que lejos de ser un problema resulta gratificante. Merece tu respeto por su actitud, y al menos no puedes captar en él las mezquinas obscenidades de muchos de tus supervisores hasta este momento. Deberás conocerle poco a poco, en función de lo que diga y lo que haga, en lugar de leerle por completo, hasta sus últimos pensamientos, nada más verle.

Pero eso es bueno, porque es la primera persona a la que puedes tratar con cierta normalidad.

Sin duda, Lucy había tenido dias mejores en la Babylon-5, y no es que recordara ninguno especialmente bueno, pero hoy realmente comenzaba siendo nefasto. Al principio pensó que se trataba de esas malditas drogas que la mantienen con vida, pero pronto empezó a recordar el sueño que le había sobresaltado. Se vio a sí misma embarazada, mientras los guardias de la Babylon-5 intentaban sacarle al feto para seguir torturándole como habían hecho con ella durante toda su vida. Algún estúpido podría pensar que alguien que nace en esas condiciones debería acabar acostumbrándose. Nada más lejos de la realidad. Cada día te das cuenta de que los ojos que te vigilan viven una vida, tienen familiares y amigos, incluso puedes percibir sus sentimientos, y cada día que pasa, tú te das cuenta que de que eres más distinta de ellos, y empiezas a cuestionar, si el término humanidad significa lo que significa, si no serás tú más humana que ellos. 

Abrumada por sus pensamientos, Lucy comenzó a hiperventilar. Necesitaba algo de aire para intentar relajarse, pero todo olía a esa maldita estación orbital. Si alguno de esos estúpidos dijera que la Babylon-5 era lo más parecido a un hogar, ella le respondería que el término hogar dista mucho del de cárcel. Así es como se sentía, y sólo había una persona a bordo de la estación, que le hiciese sentir el calor de una familia. Antes de desvanecerse, pronunció su nombre.

- Bester - y cayó desplomada.

Solo un día más.

Bester abrió los ojos en su cama, incorporándose lentamente de una forma mecánica, mientras las luces se encendían cuando detectaron que su biorritmo había aumentado, señalando su despertar. Miró a su alrededor, comprobando que, una vez más, seguía allí, en aquella celda a la cual había llamado habitación, y en aquella cárcel que los años le habían ayudado a llamar hogar.

Cerró los puños lentamente, ejerciendo alguna fuerza sobre sus extremidades con la única intención de notar el riego fluir por las venas, aquella sensación que no solo estaba vivo, sino que además ahora mismo, solo "él" estaba dentro de su cabeza y que su mente solo estaba en su cuerpo. Después de tantos años conviviendo con sus hermanos o entrando en la mente de los demás, uno debía tener una fuerte convicción del ego, del yo. Una clara definición de sí mismo para no perderse en la marea de mentes, para no dejar rastro de alguna en la suya propia cuando volvía tras explorar a otro, ni se dejaba nada cuando ya tenía lo que tenía.

Por sus métodos sencillos, brutales, eficaces y metódicos Bester no solo se había convertido en un activo preciado y estimado, además se había convertido en uno de los pisónicos más poderosos de su generación. Y uno de los más respetados.

Aquella mañana, siguió su norma. Se puso en pie e hizo su propia cama, exceptuando el colocar la almohada. Se desvistió, quedando totalmente desnudo y guardando la ropa de cama bajo la almohada antes de colocarla correctamente. El orden era algo esencial en la vida de Bester, y era reflejo en su habitación. Aunque esta estuviera prácticamente vacía.

Tras eso entró en el aseo, donde lo primero que hizo fue afeitarse. Solo usó navaja, ni espuma, ni agua, ni jabón. Tenía la ferviente creencia de que así, endurecería la piel y de encontrarse en un lugar aislado y sin ningún tipo de beneficio, con su navaja sería suficiente para mantenerse aseado.

Cuando acabó, limpió el lavabo, solo para acto seguido entrar en la ducha. Se duchó con agua fría, siempre lo hacía. Otro de esos beneficios de los cuales podía disponer pero no deseaba. El sonido del agua lo relajaba, el frio lo mantenía despierto y alerta.

Seguía solo.

Porque estar solo era uno de esos escasos beneficios que uno podía tener en contadas ocasiones cuando uno era lo que él era. Se puso la ropa interior y acto seguido, la camisa. Se puso el pantalón, los calcetines y los zapatos. Se puso el chaleco y aquella chaqueta que conformaba la indumentaria y el uniforme del Cuerpo Psíquico.

Entonces llegó la última parte del ritual. Algo personal y por lo tanto, extraño de que le fuera permitido tener, pues las pertenencias no tenían pertenencias. Era algo sencillo y básico.

Lo primero era un colgante. Una cadena de plata con un triangulo en su extremo. Por su propia experiencia, y así lo trasmitía a cuantos aprendices había tenido, los símbolos eran la piedra angular de la psiónica avanzada. Era más fácil entrar en la mente de la gente cuando se tocaban los recuerdos más primordiales del ser humano. Y el triangulo, le había demostrado ser uno de los más efectivos.

Lo segundo fue su baraja de cartas. Una vieja baraja de cartas, que siempre le acompañaba, y le servía para no pocas cosas. Aunque el recuerdo, la nostalgia, y el simbolismo fuera su principal función. Las guardó en uno de los bolsillos de aquella chaqueta.

Lo tercero, y por último fueron unos guantes de cuero negro. El contacto físico seguía siendo el canal más directo y potente, la forma eficiente de entrar en la mente de alguien en un acto de fuerza bruta. Por supuesto, el contacto accidental podía ser... molesto, de ahí que los guantes fueran algo tan elemental como necesario. Las mentes no entrenadas eran un peligro.

Para la hora de desayunar, un día como aquel tocaba, como cualquier otro, un desayuno rico en fibra. Como unos cereales con abundante leche, bajos en azúcar. Que era una forma deliciosa y correcta de llamar a los cereales pseudopastosos que solían servir como desayuno allí, donde no diferenciaba demasiado lo que era cereal de lo que era leche.

Y donde sospechaba que estaban las drogas. 

Mientras desayunaba, relajó su mente, dejándola fluir junto el mar de pensamientos de los demás miembros del cuerpo psíquico. Escuchó las conversaciones como un normal hubiera escuchado el murmullo de la sala. Poco a poco, se fue vaciando. Cuando solo quedó él, miró al guardia.

Era momento de comenzar a ejercitar su mente con los ejercicios de siempre. Sacó su baraja de cartas, las barajó y las colocó boca abajo. Sacó una carta, pero no la miró. Se la enseñó al guardia. Se concentró.

Escuchó.

Y colocó la carta boca abajo.

Durante media hora repitió aquel mismo gesto durante treinta y nueve veces más para, cuando acabó, dar la vuelta a las cartas y mostrando que todas estaban ordenadas de mayor a menor según sus palos correspondientes. Guardó la baraja, poniéndose en pie y caminando hacia la salida de la habitación.

Como todos los días, quedaba mucho trabajo por hacer. Solo un día más.

Pero un día más cerca.

En aquel preciso instante, Bester se encontraba en el campo de tiro. Gustaba de desmontar el arma y volver a montarla, siguiendo una mecánica sencilla y efectiva. Era una forma de conocer las entrañas del arma, de conocerla, de sentirla. Le permitía concentrarse en algo que no fuera aquel molesto ruido que era el lejano murmullo de los pensamientos de los cercanos. Murmullos que lo molestaban en potencia, pues consideraba que el primer paso del entrenamiento de cualquier hermano del cuerpo psíquico era estar callado.

El silencio era un bien preciado, y extremadamente escaso. Uno de aquellos placeres que uno podía disfrutar en una lanzadera en medio del espacio, o a primera hora cuando los demás duermen, y el murmullo del subconsciente de los cercanos se asemeja más al ir y venir del agua en la playa, que a una verdadera corriente de pensamiento.

Acabó de montar su arma, cargándola. Apuntó hacia la diana, retirando el seguro y expulsando el aire de sus pulmones para evitar movimientos innecesarios. Los músculos de su mano se tensaron, en la clara orden de disparar el arma. Pero el arma jamás disparó, y es que algo detuvo a Bester.

Una llamada. Su nombre en el silencio, en la eterna noche que representaba la vida en el espacio. Retiró el dedo del gatillo, interrumpiendo su rutina. Algo que le habría molestado si no fuera por aquella llamada. Colocó el seguro y dejó caer el martillo con seguridad para que no se disparara el arma. Retiró el cargador, comprobó la recamara y abandonó el arma sobre la mesa, tal y como la había encontrado.

Tenía cosas más importantes que hacer en aquel momento.

La rutina era, a juicio de Bester, la piedra angular del Homo Mentis.

Y la ruptura de la misma siempre debía verse sucedida de un acontecimiento importante, o una nueva rutina que sustituyera la previa por imposibilidad de seguir con la primera, o porque la segunda superaba en todos los aspectos a la anterior. Aquella era una de aquellas ocasiones en las que el primer caso se hacía evidente.

Los pasos del hombre, un hombre bajito y con cara de pocos amigos, lo llevaron pos los pasillos. Podía caminar con los ojos cerrados. No solo conocía la estación de memoria. Tenía la memoria de los demás para guiarlo si se perdía. Tenía los ojos de los demás para ver, si decidía no usar los propios.

Su lento caminar lo llevó hasta la sección de los jóvenes. Exactamente a máxima seguridad, donde aquella cárcel parecía más lo que realmente era que en otros lugares de la misma. Se paró delante de la primera pareja de guardias. No salió palabra de sus labios. Mientras estaba en la estación no solía hablar, no solía abrir la boca más que para comer.

Veía el habla una forma de comunicación de los seres inferiores. De animales. Propia del Homo Inferiore. Y ellos no necesitaban precisamente palabras para saber a que había ido. Por lo que las puertas se abrieron, una tras otra, control tras control, mientras avanzaba a paso lento.

Al abrir la última de las puertas, descubrió a Lucy en el suelo. Posiblemente sin sentido. Había escuchado su llamada, había escuchado su dolor, su agonía. Cerró la puerta tras entrar.

Aquella sala le recordó potencialmente a su infancia. Si no fuera por pequeños detalles, podría haber afirmado que se trataba de la misma inclusive. Sus zapatos se detuvieron junto a la muchacha, obligándolo a inclinarse y apartando con el dedo índice, protegido por unos guantes de cuero, el pelo de la cara de la muchacha.

- Despierta, hija mía. -

Lucy notó un suave cosquilleo en la frente. Al principio, se sentía relajada, pero conforme fue volviendo a la consciencia, volvió a caer presa de sus pensamientos. Tomó varias bocanadas de aire, como si fuesen las últimas, y rompió a llorar echándose sobre las rodillas flexionadas de Bester. 

Tras unos minutos en los que empapó de lágrimas el pantalón de Bester, recuperó el aliento, y se sentó en el suelo cerca del agente mirándolo fijamente.

- No puedo parar de escuchar en mi mente sus pensamientos - le transmitía acongojada - ¿Por qué ellos pueden ser libres y nosotros no? - Lucy se miró las manos y palpó las mejillas del hombre, como comprobando que sus pieles eran iguales que las de los guardias - Lo que me lleva a cuestionar si somos humanos como ellos. Científicamente está claro que aunque hayamos sido creados en un laboratorio, tenemos la misma fisiología. Pero moralmente no lo somos... al menos para ellos. No creo que fuesen a tratar así a un semejante. Para ellos sólo somos ratas de laboratorio ¡Me dan asco! - dijo en un arrebato de ira. La mujer tenía las piernas flexionadas, y apoyaba sus antebrazos sobre las rodillas, mientras se sujetaba los labios con dos dedos, y negaba con la cabeza - ¿Tú que opinas de ellos? - le preguntó.

Un hombre quieto, observando a una mujer tumbada en el suelo, inconsciente. Esperando a que despertara de su profundo sueño. Bester no se movió, no movió un dedo. Bester era un hombre paciente, metódico. Esperar, saber esperar, el momento oportuno, el momento idóneo. Por eso, cuando despertó la mujer, se encontró a su mentor, a aquel hombre senéquito, que no mostró sentimiento alguno ante el desperar de la chica.

Tampoco lo mostró cuando ella se incorporó, cuando sintió el calor de la piel de la mujer a través del pantalón, sintiendo la humedad en la piel debida a las lágrimas de la muchacha. Bester hacía especial hincapié en mantener el silencio, aquella capacidad para no leer la mente de los demás, ni dejar que sus sentimientos pudieran ser percibidos físicamente o mentalmente. Si no sentía nada, si estaba vacio por dentro, sería imposible que los demás percibieran nada sobre él. Un ejercicio que había llevado a cabo los últimos años.

Entrenamiento del Cuerpo Psíquico.

Fue cuando ella cesó en sus lágrimas, cuando ella se retiró y cuando recuperó el aliento, Bester se puso en pie, mirándola fijamente. No es que Bester no sintiera aprecio por su pupila. Simplemente no se dejaba llevar por las emociones. Simplemente... era su forma de ser. Una forma de ser fría, distante e insensible. Una máscara perfecta que ocultaba una preocupación, por algún motivo, por su pupila.

- ¿Son ellos libres? - Preguntó el Agente. No, a su humilde opinión no eran libres. Solo eran esclavos, como ellos. Pero con amos distintos. Quizás más crueles, más perfectos. Uno que les permitía tener la ilusión de falsa libertad. Sintió las manos de su pupila sobre la piel. No le gustaba el contacto físico, era ese el motivo por el cual usaba guantes, y por ello mismo, cerró sus ojos, centrando todas sus capacidades, centrando todo su potencial en crear la barrera que contuviera ambas voluntades donde debían estar.

- Partes de una base equivocada, mi pequeña. Pues piensas que somos iguales. Déjame que te explique una cosa, una nada más. Se parece el perro al lobo, y no por ello son iguales. Nosotros somos el lobo, mientras ellos siguen siendo el perro, nos parecemos, pero no somos iguales. ¿Lo comprendes? - Explicó, con absoluta calma y tranquilidad.

Siguió observando los movimientos de la mujer, siguiéndola con la mirada mientras llevaba las manos a la espalda, mientras veía como la chiquilla comenzaba a perder los estribos, como se dejaba llevar por los sentimientos, por la pasión. La dejó hacer, al menos durante los primeros segundos. - Tranquilízate. - Le pidió, con aquella extraña templanza desmedida.

- Nos temen. - Resumió, simplemente en dos palabras, al pedirle su opinión. Para él era sencillo, evidente y demostrable.

De pronto vuestra tranquilidad es interrumpida por unos pasos pesados que se aproximan, calzado militar. Pero antes aún os llega su pensamiento. Nada personal, es un tipo primario, lleva toda la noche de guardia y está deseando terminar el turno de hoy para irse a echar una buena cabezada… y dentro de unos días tiene permiso.

- ¡Venga, movéos! – percibís el modo en que cambia su tono cuando se encuentra ante el Agente Bester, tiene una categoría superior y no puede amenazarle abiertamente – Deben presentarse en la Sala de Pruebas nº 7, allí les esperan David y Bishop…

Los guardias son tres y van armados. Además, podéis leer con toda claridad en ellos que todos están empuñando un mando anulador del Implante Neural Potenciador de Lucy. Si pulsan el botón, la fuente de alimentación de su poder se interrumpe, reduciéndola a una simple chiquilla asustada e indefensa.

Os conducen por un largo pasaje de aspecto aséptico. Pero a nadie escapa que los tres guardias armados no son una escolta, sino una estricta vigilancia que sólo se cerciora de que acudís directamente a donde se os ha indicado.

Puede que Alfred Bester se haya ganado la confianza de los supervisores para que le permitan deambular casi libremente por Babylon-5, e incluso para abandonarla en algunas misiones muy concretas, pero el Operativo X8 todavía tiene mucho por demostrar…

La Sala de Pruebas no es sino otro laboratorio repleto de instrumental médico y científico.

Además, aquí os esperan dos de los sujetos más singulares de toda la estación orbital. Al principio os supuso un enorme desconcierto ser incapaces de captar nada acerca de David o de su compañero Bishop, como si estuviesen bloqueando por completo vuestra lectura... aunque no los percibíais como psíquicos, estaba claro que no eran de los vuestros. Luego os planteasteis si no serían capaces de vaciar su mente por completo, como parte de algún programa de entrenamiento de los humanos ordinarios para afrontar vuestros poderes.

Sin embargo al final se reveló la opción más sencilla: es que no eran humanos. Son sintéticos, humanoides artificiales, también llamados replicantes. Son sólo máquinas. Impenetrables y sin sentimientos de ningún tipo, por mucho que aparenten ser personas afables.

Y precisamente por eso los han puesto aquí, usarlos como intermediarios en sus pruebas científicas es la forma más segura de tratar con vosotros sin exponerse a que captéis sus motivaciones ocultas. Los guardias no saben nada, sólo son peones. Y quienes forzosamente han de acceder a datos sensibles, no son humanos.

- Agente Bester, Lucy, os deseo que tengáis un buen día – saluda uno de los sintéticos en cuanto aparecéis por la puerta – Hoy el Dr. Mengele ha diseñado una prueba muy especial en la que deberéis participar ambos.

Menciona al jefe supremo, el hombre que está al mando de todo en Babylon-5, el director de todos los proyectos de investigación. Es alguien que nunca se expone, ni aparece jamás personalmente ante sus criaturas, los “dotados”.

Cualquier contacto con él se produce a través de pantallas y proyecciones holográficas, lo cual demuestra que es realmente inteligente... tanto como lo mucho que os teme.

- Aunque no vais a estar juntos, el Agente Bester debe permanecer aquí con nosotros, en el laboratorio – interviene el otro sintético – Pero podrá observarlo todo desde detrás de esta mampara, hoy su función como observador es fundamental.

La verdad es que dan escalofríos cuando empiezan a hacer eso, es como si uno completase las frases del otro. Tal vez estén tan conectados como podéis hacerlo vosotros mismos. O puede que se deba a que los dos se rigen por la misma programación. Cualquiera sabe.

Entonces conducen a Lucy en solitario hasta una Sala de Pruebas adyacente que parece vacía, desprovista de todo mobiliario y aislada por gruesas puertas presurizadas absolutamente impenetrables que se cierran con un sonoro chasquido a sus espaldas.

Sin embargo no va a estar sola mucho tiempo, la puerta que tiene justo enfrente se abre y por ella aparecen dos pintorescos droides que sujetan con sus manos robóticas algo que parece un arma de descargas. Todos aquí conocéis ese tipo de artilugios, pues habéis sufrido sus efectos alguna vez en vuestras carnes. Una descarga es dolorosa pero solo aturde, no es letal... sin embargo varias pueden provocar quemaduras, una peligrosa arritmia o incluso matar.

En ese punto, uno de los sintéticos empieza a hablar con tono neutro, puramente descriptivo, desprovisto de toda emoción:

- El objetivo de esta prueba es determinar los límites de las capacidades telequinéticas del Operativo X8, por lo que vamos a enfrentarla a dos contrincantes robóticos y por tanto carentes de una psique a la que pueda acceder – explica fríamente – Ya hemos visto lo que puede hacer con los guardias humanos, induciéndoles sentimientos de culpa o compasión que les fuerzan a no agredirla.

De nuevo el otro replicante continúa la conversación:

- Manipular las emociones de un oponente puede ser un recurso muy últil, pero eso ya podían hacerlo los psiónicos de primera generación – expone – Como usted mismo, agente Bester… sin embargo, en Lucy esperamos desatar otro potencial muy diferente.

En ese momento, para vuestra sorpresa, una nueva voz se suma al diálogo, emergiendo desde una de las pantallas holográficas que atestan el laboratorio:

- Pero tengo la certeza de que para alcanzar su máximo potencial nuestra pequeña Lucy debe encontrarse adecuadamente motivada – la imagen del rostro de Mengele aparece sutilmente deformada por el ángulo en que le enfoca la cámara – Y no hay mejor incentivo que luchar por la supervivencia…

Es decir que están dispuestos incluso a sacrificarla si no demuestra estar al nivel esperado. Tampoco es ninguna novedad, Alfred Bester lo ha visto muchas veces en su vida aquí…

Los dos droides de mantenimiento, que evidentemente han sido sometidos a drásticas modificaciones de su programa, se aprestan para atacar a la joven desamada que tienen ante ellos.

Y en esos momentos una voz odiosa suena por la megafonía de la Sala de Pruebas:

- Una parte de este experimento se fundamenta en comprobar si vuestros dones pueden verse respaldados por otro psiónico presente en las inmediaciones, aunque pertenezca a otra generación - comenta con indisimulada expectación, que denota como está disfrutando de esto - Por eso primero hemos fomentado un lazo emocional entre vosotros y ahora es tan esencial que el Agente Bester presencie lo que va a suceder desde detrás de esa mampara blindada...