Partida Rol por web

Anatoly dobló los documentos cuidadosamente y los guardó en un bolsillo de la chaqueta. Luego se dispuso a seguir a Viktor y al resto del grupo, considerando que la idea propuesta por la camarada Selika era la opción más inteligente. En la cabaña de Isayev podría examinar los papeles con más calma y discutir con sus compañeros el curso de acción a seguir. 

Sin soltar el revolver, Anatoly avanzó unos pasos en dirección al grupo y, echando un nuevo vistazo alrededor, comenzó a caminar entre la espesura, detrás de sus compañeros.

Me descuelgo el MP41 y desabrocho el portacagadores y se lo entrego a Antonov, que parece ansioso por utilizarlo contra los alemanes:-Ten amigo veo que le has echado el ojo a este juguete.-le dije mientras hacia lo propio. Luego me coloqué en la retaguardia del grupo para vigilar des de allí y emprender la marcha.

- Gracias camarada.... contestó con humildad y sorpresa su rasposa voz.

No se esperaba un regalo de este tipo, y portando al paracaidista, era un peso extra, pero tenían fama las "herramientas" boches, así que para él era un tesoro ... - ... y con munición. Nunca hubiera pensado que caería uno de esos en sus manos, y por tanto, ni había soñado con ello.

Ni se había percatado que el hombre estaba herido, más cuando estaba ocupado con el paracaidista de la "pata chula".

— ¿Cómo de lejos está ese taller? El tiempo apremia y no tardarán en echar en falta a esos tres — Pregunta el paracaidista. — Cuando no aparezcan en unas horas empezarán a buscarlos y tenemos una misión, el tren llegará a medio día — Desafortunadamente, con los alemanes muertos es únicamente cuestión de tiempo que el enemigo sospeche de que algo han pasado por alto. 

— Podemos coger la moto, no creo que empiecen a buscarnos hasta entonces y la noche juega a nuestro favor...en cuanto salga el sol otro gallo cantará — Sugiere el soldado, obviando su estado a fin de no resultar innecesariamente lastimero. — ¿Es de fiar el tal Isayev? Lo que transporta ese tren no es algo que nuestro ejército en Stalingrado pueda dejar salir de esta región — Añade con gravedad. 
 

Antonov no era amigo de las motos. Jamás había montado en una, y desde que un amigo de la infancia murió sobre una de ellas, jamás quiso esas máquinas.

- Yo camino.... o navego.

No era una opción. Él no subía a esa máquina infernal, si podía evitarlo.

Selinka afirmó ante la pregunta del paracaidista.

—Es de fiar, los conocimos el primer día que llegamos o más bien fue él quien vino a nosotros... Si se lleva algo a cambio no dará problemas —aseguró antes de exhalar un suspiro; la noche parecía haberse quedado tranquila que no había que confiarse, no después de la emboscada sufrida.

—Tú irás en la motocicleta —decidió señalando al paracaidista para después girarse hacia sus compañeros aún con las llaves del vehículo en la mano —Y alguien que tenga experiencia conduciéndolas también, obviamente... 

- Yo estoy con la camarada Yurievna -dijo Antonov-. Este no es lugar para detenerse a tomar una decisión.

El partisano ajustó sus gafas sobre el puente de la nariz y observó la motocicleta.

- Aunque, por otro lado, no creo que coger la motocicleta sea una buena idea -Antonov hizo una pausa, dejando que sus camaradas percibieran el silencio circundante-. Tal vez podríamos hacer dos grupos: uno que se adelante, asegure la zona y examine los documentos que hemos encontrado y otro que le siga a menor ritmo, ayudando al camarada herido. En cualquier caso, creo que deberíamos movernos -añadió, tratando de leer una reacción en el rostro de sus compañeros.

Había que decidir qué hacer y no lo estábamos haciendo, el cabo Brezhnev no ejercía la autoridad y no decidía nada, había que moverse.

.-Antonov, te ayudo a cargar con el paracaidista. Cabo quedese con nosotros para cubrir nuestro avance. Selinka, tú conoces a ese Isayev. Anatoly vete con ella, tú eres el que sabe alemán. Nosotros llegaremos más tarde.-digo acercándome al otro brazo del paracaidista y pasandolo por encima de mi cuello para que Antonov no cargue todo el peso.

.-Venga a mover el culo.-digo antes de echar a andar con Antonov y el paracaidista. 

—¿Teniendo una moto vais a hacer que este camarada cruce el bosque de noche con la pierna rota? —espetó Selinka incrédula —Yo conduciré la moto y me llevaré a este hombre conmigo y también a Anatoly —añadió mirando al intelectual, ofreciéndole la posibilidad de ir motorizado y sin arriesgarse a otra emboscada por sorpresa en la oscuridad. 

A continuación y con gesto impaciente, sacó el mapa del bolsillo de su chaqueta y les mostró a sus compañeros el lugar en el que se encontraba el taller de Isayev (punto 5).

—Es ahí, en línea recta, no tiene pérdida.

Y tras decir aquello, hizo bailar las llaves de la moto en sus dedos y se dispuso a tomar el vehículo.

Pese al recelo de desplazarse en la motocicleta, el paracaidista sabe que ello implica el mismo riesgo para él que jugársela a intentar ir a pie, tarea que dada la distancia se le presenta prácticamente imposible.

La decisión de Selinka se impone y Anatoly deberá viajar con ella en la motocicleta en dirección al taller. El resto podrán realizar el trayecto a pie, y libre de lastres podrán avanzar mucho más rápido.

— Nos vemos en ese taller, camaradas, buena suerte — Despide el paracaidista al otro grupo. La oscuridad de los árboles no es demasiado acogedora, pero conocéis bien estos bosques y fácilmente deberíais llegar a vuestro destino, siempre que tengáis los ojos bien abiertos.

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Antes de alcanzar la motocicleta, y tras pasar junto a uno de los cadáveres, el soldado tiene una idea. — Camaradas, coged los abrigos y los cascos de los muertos, os ayudarán a pasar desapercibido. Y con las gafas a la mujer no la distinguirán — Sugiere señalando el cuerpo. — Yo se un par de palabras en alemán pero...mejor que no nos pregunten.

Dicho esto y ataviados de forma que al golpe de vista no despertéis sospechas, arrancáis la motocicleta y os hacéis al camino, quizá no demasiado rápido por la falta de soltura pero pronto os encontráis corriendo por la carretera.

Finalmente Selinka y Anatoly se van con la motocicleta con el paracaidista herido y el resto de nosotros emprendemos la marcha a través del oscuro bosque:-Podemos usar la linterna que le he quitado al alemán que hemos abatido antes.-y me ofrecí para ir por delante con la linterna. 

- Está bien -respondio Anatoly, sin mucha convicción. Con una mueca de desagrado comenzó a quitarle el abrigo a uno de los cuerpos, tomando luego el casco ensangrentado, que limpió contra la hierba-. En cualquier caso, no seré yo quien conduzca -añadió, esperando a que el soldado herido eligiera su asiento, bien en el sidecar o bien detrás de la camarada Selinka, ocupando él la plaza que quedó libre.

Anatoly se vistió la chaqueta del alemán antes de que la moto arrancara, introduciendo los documentos en uno de los bolsillos interiores, a la espera de poder examinarlos con detenimiento una ver hubieran llegado al taller de Isayev.

-Adelante- Viktor avanzaba con el fusil desenfundado, no se fiaba de nada.

—No te preocupes, camarada Anatoly, yo me encargo de conducir —respondió Selinka con una rotundidad que no era propia de ella habitualmente pero que se hacía necesaria en una situación como aquella.

Si la chaqueta de Selinka era demasiado grande, aquel abrigo le hacía parecer una especie de fantasma en la espesura, atuendo que completó con un casco y unas gafas que le bailaban en la cabeza, en especial cuando logró hacer arrancar la moto. No tenía demasiada pericia con el manillar, o al menos no tanta como con un volante, pero pronto estuvieron en la carretera. La joven estaba deseando llegar al taller de Isayev para estar a salvo de una vez por todas y poder reconducir la misión.

Con ayuda de la linterna lográis abriros paso por el bosque rápidamente, pues no es la primera vez que lo atravesáis al amparo de la noche y la resistencia mantiene algunos senderos en buen estado para facilitar a quienes lo conocen el movimiento. Durante aproximadamente una hora camináis sin descanso, y luego de una breve pausa optáis por continuar sin luz a fin de no llamar la atención. Esto se debe a que vuestro destino ya no está lejos y debéis atravesar un trecho de terreno despejado, donde una linterna podría ser identificada por un avión, un observador o cualquier otro enemigo que se encuentre al acecho de incautos.

Esta decisión se revela como vital, pues mientras cruzáis campo a través os alarma el ruido de un motor y los faros de un vehículo. Por el sonido no puede ser sino un camión, por lo que apretáis el paso hasta refugiaros en una ruina cercana.

Aquella vieja isba* hace décadas que perdió parte del tejado y las vigas de madera podrida que sostienen los restos no ofrecen demasiada confianza, pero no hay duda de que se trata de un buen escondite. Con cautela podríais asomaros discretamente y tratar de ver qué hay en el exterior.

Anatoly asintió y se sujeto la boina con la mano para evitar que saliera despedida al ponerse en marcha. Luego se fijó discretamente en las heridas del soldado, tratando de evaluar su gravedad. Cuando la moto arrancó, Anatoly se agarró con fuerza a lo primero que encontró; era la primera vez que se montaba en un cacharro como ese. Sin mediar palabra, se agazapó tanto como pudo, esperando que el ruido del motor no atrajera una ráfaga de disparos sobre ellos.

El soldado, con el rifle en las manos, puso su espalda en el muro de la desvencijada choza, y esperó, atento a cualquier sonido que se acercase al improvisado escondite.

Avanzamos a buen ritmo a través del bosque, gracias a la linterna que había conseguido y llegamos al linde del bosque. Apagamos la luz de la linterna por que el terreno que se abría frente a nosotros estaba totalmente despejado y no había ningún lugar donde cubrirse ni protegerse. 

Lo que nos salva el pellejo pues mientras cruzáis campo a través os alarma el ruido de un motor y los faros de un vehículo. Por el sonido no puede ser sino un camión, por lo que apretamos el paso hasta refugiaros en una ruina cercana.

Nos ocultamos en una vieja isba. Me escondo lo mejor que puedo para que no nos vea sea quien sea el ocupante del camión y asomo una pequeña parte de la cara para intentar descubrir quién es el invitado inesperado.